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de otros parques
La creación de espacios específicamente dedicados a la protección de la naturaleza dio sus
primeros pasos en Estados Unidos, a finales del siglo XIX, con la creación del Parque Nacional de
Yellowstone (instituido en 1872). A partir de entonces las motivaciones agregadas para el
nacimiento de las “áreas protegidas” se han multiplicado y han conllevado su difusión en Estados
Unidos, Canadá y Europa (ya desde los primeros años del siglo XX) y luego en muchas otras
regiones del mundo, según épocas, recorridos y modalidades diferentes. Así pues, las áreas
protegidas han sido concebidas de manera distinta conforme el contexto ambiental, histórico y
cultural específico en el que se han desarrollado. Sin embargo, podemos enuclear un
denominador común, que explica su proliferación en muchas áreas del mundo, es decir la
conservación de espacios y paisajes naturales y la tutela de especies animales y esencias
vegetales presentes en el lugar. De esta forma, además, el intento es contrastar, aunque de
manera parcial y seguramente no definitiva, los efectos negativos derivados de un proceso de
desarrollo antrópico creciente, de un sistema productivo que persigue tan sólo un provecho en
el corto plazo, de estilos de vida y consumos privados y públicos no sostenibles, de una
urbanización y de un consumo de suelo muy a menudo incontrolados. Las primeras experiencias
de protección han interesado áreas marginales o de acceso difícil (montañas, islas y
archipiélagos, forestas), caracterizadas por una identidad paisajística homogénea, específica y
reconocida, mientras que en los últimos decenios del siglo XX estos espacios institucionales y
físicos estuvieron relacionados también con otros contextos territoriales como las zonas
húmedas y los lugares de interés para una nueva y consciente mirada de la ciencia ecológica
hacia las zonas amenazadas por las actividades productivas y residenciales o por el deterioro.
Esta evolución semántica y conceptual ha permitido la ampliación, a nivel mundial, de las
superficies nacionales interesadas por un renovado “reconocimiento territorial” como áreas
protegidas, parques, zonas húmedas, etc. (Gambino, Talamo, Thomasset, 2008).
Las distintas áreas protegidas del mundo, denominadas de vez en cuando “verdes”, “agrícolas”,
“periurbanas”, green belt, o bien “reservas naturales”, “parques nacionales”, etc., tendrían que
constituir un valor indiscutible y compartido para actores públicos y privados, ciudadanos e
instituciones. En esta dirección parecen moverse unos países, entre ellos Italia y España, que
dieron un aporte significativo al aumento de las superficies, según diferentes grados y bajo
tutela, mientras que otros (Francia, Alemania, Inglaterra, Galles, Escocia) prefirieron empezar
un proceso mayormente cualitativo con la adopción de estrategias que, si bien mantengan como
objetivos fundamentales los de la conservación del patrimonio natural y construido, también
consideran las exigencias, las expectativas y los intereses de las poblaciones involucradas. Otros
más, como Canadá o Sudáfrica, crearon contextos de conservación, valorización y fruición de las
áreas protegidas muy articuladas y complejas, con fuertes diferencias en su interior pero que se
prestan a lecturas en gran parte positivas. Mucho se está haciendo ya para ofrecer una acogida
cada vez más calibrada de las exigencias de la nueva y heterogénea demanda turística, sin
embargo el cuadro mundial muestra unas cuantas debilidades y situaciones marcadamente
distintas, tanto desde el punto de vista político-institucional, como desde la perspectiva
estratégico-operativa (WTO, 2009). Además, las distintas áreas protegidas están conectadas
entre sí por el común intento de declinar, científico y empíricamente, a nivel local, las
indicaciones procedentes de papeles y documentos directivos internacionales (Convención
europea del paisaje, Agenda 21, etc.). En otra dirección se mueve, en cambio, el intento de
implementar, en gran escala, sistemas de gestión ambiental certificados (ISO 14001): por
ejemplo, al parecer, los casos ingleses, galeses y escoceses están dando resultados
sobresalientes, posiblemente debidos al hecho de tener en cuenta elementos muy a menudo
olvidados, el más importantes de los cuales es sin duda el bienestar subjetivo (subjective
vitality), en respuesta a una demanda social e individual de “territorios verdes” y de prácticas
eco-turísticas en fuerte crecimiento. Esta trayectoria se basa en recientes estudios psicosociales,
en los cuales se demuestra cómo la fruición del ambiente natural esté positivamente
relacionada con el bienestar cognitivo y emocional del individuo (Inghilleri, 2003). Las teorías,
las prácticas y las experiencias llevadas al cabo en las distintas áreas protegidas, en diferentes
contextos territoriales y escalas, nos muestran la evolución desde una concepción que proponía
la tutela y la preservación de la naturaleza apartándola de la influencia antrópica, considerada
en todo caso y siempre negativa, conforme los principios de la anglosajón (que llevó a la
constitución de deep ecology los parques nacionales de Yellowstone, Banff y Jasper en las
Montañas Rocosas estadunidenses y canadienses, sólo para mencionar unos de los casos más
conocidos y visitados en el mundo, o del movimiento “verde”, difundido sobretodo en el
CentroNorte de Europa). Hoy en día, en cambio, el interés de muchos investigadores, estudiosos
y expertos se dirige hacia la nueva frontera de la conservación de los “paisajes históricos”,
realizados a través de modificaciones aportadas por las sociedades en el territorio a lo largo de
miles de años (Perkins Marsh, 1867; Nash, 2001). Por lo tanto, la tutela ambiental inicial, a lo
largo del tiempo se han ido a agregando intereses más amplios, relacionados con la fruición de
los contextos territoriales, en el surco de la llamada conservación “activa”. Al mismo tiempo las
estrategias de intervención se han modificado y articulado, en función de la valorización material
e inmaterial de recursos y contextos territoriales. Así pues se ha superado la idea simplista del
“parque a escala humana” como única garantía de sostenibilidad de las transformaciones. Por
ejemplo, en esta dirección se mueve el interés de sectores sociales cada vez más amplios y
articulados, hacia una gestión sostenible del ambiente. De allí la institución de y (es decir, de
greenways blueways recorridos a lo largo de vías terrestres y acuáticas), el agroturismo, las
culturas biológicas, etc., sobretodo en muchos países europeos. Este interés atestigua: una
atención creciente para los espacios rurales y la agricultura de proximidad; un mayor interés
para el uso del tiempo libre lejos de un contexto urbano congestionado por el tráfico y
contaminado como el de los grandes conglomerados canadienses (Toronto, Montreal,
Vancouver, Edmonton, Calgary, etc.), europeos (Londres, Glasgow, Randstadt olandés, Ruhr
alemana, amplias áreas de la Llanura Padana en Italia) o estadounidense (las áreas
metropolitanas englobadas en la megalópolis BosWash); un compromiso renovado por el
paisaje y el ambiente de las zonas en proximidad de grandes áreas metropolitanas (por ejemplo
el Parque Agrícola Sur Milán o el de la Caffarella en Roma). Todo esto sin olvidar, sin embargo,
la frecuentación de los parques, del verde periurbano y las expectativas de los que no pueden
alejarse de la ciudad para el fin de semana o para practicar el propiamente dicho turismo .
outdoor Para esta tipología de personas se planea la consolidación de las capacidades atractivas
y la promoción de una estrategia de valorización sostenible de estos lugares, que, en este
momento, solamente podemos mencionar. En conclusión, los distintos casos de áreas
protegidas presentes en el mundo, aunque en sus especificidades y diversidades, imposibles de
resumir en este momento, ofrecen un acercamiento comparativo sobre casos de interés
relevante, de tajante actualidad y en rápida evolución. Estas realidades pueden paragonarse
entre sí, por un lado por la presencia de características comunes, y, por otro lado, por marcadas
diferencias de contexto geográfico, social, político, económico y cultural La . concomitancia de
áreas de elevada naturalidad, de territorios “ordinarios” o bien de realidades para sustraer al
deterioro o a prácticas no sostenibles, representa la variedad de contextos nacionales (que no
podemos nombrar en una única obra) y de los complejos vínculos entre naturaleza y comunidad,
conservación y fruición, realidad territorial y su comunicación turística, percepción subjetiva y
objetiva, escala local y global, presentes sobretodo en las realidades “protegidas” de Europa y
de las Américas. En el actual escenario competitivo mundial, que implica más niveles de
complejidad e instrumentos cada vez más sofisticados, no se juega tan sólo entre sujetos
individuales, sino más bien entre distintos sistemas de base territorial. Lo mismo por una
categoría heterogénea como la de las áreas protegidas, verdaderos sistemas territoriales físico-
antrópicos que se abren al turismo y a la fruición (Bencardino, Prezioso, 2007). Estos distintos
sistemas de base territorial pueden generar competitividad, innovación y capacidad de
respuesta dinámica. Por lo tanto, sistemas productivos locales y áreas protegidas, para poder
sobrevivir, tienen que seguir siendo competenciales y experimentar nuevos recorridos. Sin
embargo, la competitividad en un mercado global, con creciente movilidad internacional de
personas, recursos financieros, productos, tecnologías e ideas, también se mide en términos de
valor añadido y fuerte porcentaje de crecimiento, que garantizan, en perspectiva, niveles
satisfactorios de rédito, ocupación y calidad de vida. Creemos que habría que mirar al futuro en
esta trayectoria, para recortar un papel más activo, sostenible y responsable para las distintas
áreas protegidas del planeta. Sin embargo, cabe considerar también que la agregación, la
integración y la conexión entre las distintas teorías y prácticas de gestión y valorización de las
áreas protegidas siguen enfrentándose con muchos factores de resistencia, incertidumbres e
incomprensiones, en particular en muchos países en desarrollo. Es lo que pasa también en Perú,
un país de gran biodiversidad y de amplio patrimonio arqueológico e histórico, que trata de
colmar su retraso en el campo de la protección ambiental, de la conservación del patrimonio
histórico-cultural y de la fruición turística en clave sostenible y responsable (1). En este país
suramericano no faltan áreas protegidas, sin embargo a menudo se presentan como sujetos
para recalificar e innovar, ya que representan conjuntos obsoletos e inadecuados desde el punto
de vista de la sostenibilidad y de las más modernas formas de governance territorial, frágiles
frente a las nuevas prácticas de fruición, del loisir, del turismo cultural, del bienestar, “dulce”,
ético, etc.