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Alumno:
Betelu Jeldes Maite Rocío A.
Legajo: 119339
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Visión de Frontera y Sus Consecuencias Políticas y Sociales
Introducción
A lo largo del tiempo, se han desarrollado diversas visiones del concepto de frontera, algunas arraigadas en la
concepción tradicional que, a pesar de los años, sigue firme como el fundamento de una gran cantidad de
políticas en ciertos países.
Mientras tanto, actualmente está surgiendo una nueva definición de frontera que sobrepasa el paradigma
clásico y es la base de nuevos programas de integración territorial.
En el presente trabajo investigaremos acerca de ambas visiones, cómo estas influyen en la sociedad en la que
se desarrollan y cómo la misma sociedad es la que promueve diversas concepciones.
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Concepto de Frontera:
Según la tradición del derecho internacional, la frontera de un Estado es el conjunto de líneas divisorias (naturales o
artificiales) que señalan hasta adonde se extiende la acción de su soberanía territorial.
La concepción nacionalista decimonónica la consideraba como límite periférico estatal, esto es, inextricáblemente unida
a la existencia de Estados nacionales. Dicha idea define frontera como la línea que marca el fin del alcance territorial de
un sistema y el principio del otro.
Finalmente, la perspectiva geopolítica ha enfatizado la idea de frontera-muro. Esta frontera es la línea separatoria entre
lo propio y lo ajeno. Esta última visión actuará como base para el paradigma tradicional de frontera.
Paradigma tradicional
Los orígenes de este paradigma acerca de la frontera se remontan al mundo antiguo, dominado por dos principales
culturas: la griega y la romana. En ambas estaban arraigados distintos conceptos de frontera que, sin embargo,
confluyen en la misma esencia.
En Grecia, la cultura era dominante: el lenguaje determinaba la identidad y los bárbaros comenzaban donde no se
hablaba griego. Esta idea de frontera tiene un carácter cultural.
En Roma, un imperio que llegó a dominar gran parte del mundo, el Estado fue siempre superior a la cultura y el
primero aseguraba aseguraba la continuidad de esta última. Para ellos la frontera era de tipo espacial, una línea divisoria
entre el imperio romano y el resto del mundo.
El elemento central de ambas visiones de frontera son sus características: es tensa, aislante, conflictiva, belicosa y
muchas veces invasora. Del otro lado se encuentran los vecinos trans-fronterizos: el grupo de referencia negativo. Se
clasifica al extranjero como extraño, enemigo.
Detrás de la frontera está el abismo, pero el abismo a la vez se encuentra dentro de las personas, y es una prolongación
de las fronteras socioculturales del mismo Estado.
Pertenencia y nacionalismo
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valores de la identidad colectiva, que surgieron durante la lejana época dorada. Aquellos que no comparten ese mismo
territorio ni esa misma identidad cultural son denominados extranjeros, extraños para esa sociedad.
Todos estos factores proporcionan una base sólida a los movimientos nacionalistas que aspiran a regenerar una
comunidad o categoría cultural y a convertirla en una nación moderna radicada en su patria ancestral, preferiblemente
con su propio Estado protector en el marco de un comité de Estados Nacionales.
Xenofobia
Una variante que puede o no surgir a medida que se desarrolla el nacionalismo es la xenofobia, definida como el
desagrado y el tratamiento hostil hacia aquellos que son considerados extranjeros.
Muchas veces se sustenta la creencia de que la xenofobia surge de la defensa de los puestos de trabajo contra los
extranjeros y hay algo de verdad en la afirmación. La base social es un factor muy importante en los movimientos
racistas dentro de sociedades donde existe desempleo masivo e incertidumbre laboral. Sin embargo, ésta es claramente
sólo una parte de la respuesta.
En cierto sentido, es la idea de “nosotros” como conjunto de gente unido por una serie incontable de rasgos que
“nosotros” tenemos en común —un “modo de vida” en el más amplio sentido, un territorio común de existencia en el
que vivimos, cuyo paisaje nos es familiar y reconocible. Es la existencia de esto lo que amenaza el flujo del exterior.
Pueden existir sociedades con un conjunto específico de hábitos y modos de vida que pueden ser destruidos o
transformados por, entre otras razones, una inmigración excesiva.
La solidez de esta xenofobia es el miedo a lo desconocido, a la oscuridad en la que podemos sucumbir cuando
desaparecen las señales que parecen proporcionar una delimitación objetiva, permanente y positiva de nuestro destino
común. Y el destino común, preferentemente en grupos con emblemas de pertenencia y signos de reconocimiento
visibles, es más importante que nunca en sociedades en las que todo se combina para destruir aquello que vincula a los
seres humanos en comunidades.
Un ejemplo actual de fronteras tanto físicas como culturales: la frontera entre España y África
Los Estados siguen empeñados en mantener el control sobre sus fronteras como símbolo de su soberanía política. Sin
embargo, en un mundo en el que se deja paso libre al dinero, pero no a las personas, el control que los Estados ricos
ejercen sobre sus fronteras deja un rastro de sospecha. Una sospecha de discriminación que no disminuye por mucho
que resulte evidente la ineficacia de los controles fronterizos a la hora de intentar frenar la desesperación que azuza a
tanta gente.
En este escenario geopolítico, España está situada en la orilla rica del mundo, esto es, en el lado norte de la frontera que
marca el diferencial de bienestar más grande del planeta: entre la rica Europa y la paupérrima África. En concreto, la
frontera entre España y Marruecos es la frontera exterior más desigual de toda la Unión Europea, que paradójicamente
es la zona del mundo donde la desigualdad entre fronteras es más reducida debido al proceso de intensa integración
económica. La frontera hispano-marroquí es también mucho más desigual que la existente entre Estados Unidos y
México, pese a las dimensiones míticas que habitualmente se le atribuyen a ésta.
Esta inmensa sima económica con África continental se encuentra en el origen de las corrientes migratorias hacia
Europa. Para millones de personas del continente africano la emigración es simplemente una estrategia de
supervivencia. Por ello resulta compresible afirmar que los inmigrantes africanos no vienen a España, sino que huyen de
sus países.
"Huyen de los golpes de Estado, del hambre y de la miseria. A los africanos les basta poner la televisión para saber que
enfrente hay sitios donde se come todos los días y no matan a la gente por la calle. Quizás ignoran que viven en la
frontera más desigual de la tierra, pero saben que durante los últimos 30 años no han tenido ningún futuro. Y saben
también que los que progresan son los que se fueron. La desgraciada realidad que viven estos africanos les hace percibir
que su única opción real de mejora es echarse al mar en una barca y esperar en milagro".
Sin embargo, la realidad de estos inmigrantes que ingresan ilegalmente a España supera las peores expectativas: en este
país se han multiplicado los denominados centros de internamiento para extranjeros.
Los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIEs) se crean por la primera Ley de Extranjería, la Ley Orgánica 7/1985
del 1 de julio sobre Derechos y Libertades de los Extranjeros en España.
En su artículo 26.2, se establece la “posibilidad de acordar judicialmente, con carácter preventivo o cautelar, el ingreso
en centros que no tengan carácter penitenciario de extranjeros incursos en determinadas causas de expulsión mientras se
sustancia el expediente”.
La llamada “lucha contra la inmigración ilegal”, uno de los temas recurrentes de la Unión Europea, tiene en la
construcción de Centros de retención e internamiento de inmigrantes uno de sus principales ejes. De forma que para la
Unión Europea la gestión de los flujos migratorios pasa crecientemente por la generalización del encierro y alejamiento
de inmigrantes de su territorio.
Los CIEs se convierten así en “sistema” dentro del cuadro las políticas migratorias de la Unión Europea, reflejo de la
cosificación del inmigrante, al que no se le supone portador, como todo ser humano, de todos los derechos
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fundamentales.
El Observatorio de Derechos Humanos de la Universidad de Barcelona ha podido calificar estos Centros como
“inconstitucionales”, porque “se detienen personas por lo que son y no por lo que han hecho”. El extranjero está
“retenido” (y no “detenido”) de manera preventiva por una falta administrativa: por no tener los papeles requeridos a la
espera del retorno a su país de origen, de la devolución a la frontera o de una sanción de expulsión.
Los CIEs no tienen un carácter penitenciario: el ingreso del extranjero no resulta de la aplicación del código penal,
puesto que dicho extranjero no ha cometido ningún delito, o tenido ninguna condena. Sin embargo, en la práctica el
tratamiento recibido es peor incluso que un régimen de primer grado penitenciario, lo que puede probarse leyendo los
informes de las comisiones del parlamento europeo y el defensor del pueblo, entre otros... Por lo que se está incurriendo
en deficiencias que pueden acarrear la inconstitucionalidad en la práctica de la detención.
Las condiciones de estancia de los extranjeros en la mayoría de los Centros de Internamiento son realmente deplorables.
En la mayor parte de los casos se trata de antiguas prisiones que han sido “recicladas” en estas nuevas prisiones para
extranjeros que no cometieron delito alguno. Sin embargo, se mantienen las razones por las que su uso como centros
carcelarios se desaconsejó: falta de espacio, hacinamiento, suciedad,… Por los testimonios de internos las condiciones
higiénico-sanitarias de los centros distan mucho de ser dignas.
Se puede observar, entonces, con este ejemplo, de que manera el paradigma tradicional suscita una serie de políticas
cuyo fin es deshacerse de aquellos extranjeros que representan una amenaza, fortaleciendo la visión del extranjero como
un extraño, un enemigo.
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Conclusión
Las distintos circunstancias y contextos históricos han dejado una idea muy nítida: la vieja representación de
frontera, que privilegiaba la línea sobre el espacio y separaba entre condenados y elegidos. Esa idea se
extendió durante mucho tiempo y se hizo imponente en el tiempo de auge del Estado-Nación hasta bien
entrado el siglo XX. Por otra parte, los tiempos integradores privilegian otra concepción de frontera,
determinada hoy como extensión geográfica, política, económica y cultural para progresar junto con los
vecinos transfronterizos. La frontera- puente aparece como superadora de la visión apocalíptica de la
frontera-muro.
También se puede advertir que muchas veces, paradójicamente, pueden persistir ambos enfoques en cuanto
al concepto de frontera dentro de un mismo país, como es el caso de España, que se encuentra integrada a
otros países económica, social y políticamente dentro de la Unión Europea, y sin embargo toma una actitud
social y política opuesta respecto a la frontera con África.
Podemos concluir, entonces, que es necesario para los países realizar proyectos de integración, no sólo para
beneficio político y económico, sino también para reforzar su propio sentido de pertenencia. Para poder
realizar estos proyectos, es preciso establecer puentes entre las diferentes naciones que componen los países,
con el fin de alcanzar la unidad en la diversidad.
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Bibliografía
• Alain Touraine; “¿Podremos vivir juntos? Iguales y diferentes”; Madrid, PPC Editorial, 1997.
• Gregorio Recondo; “Evolución de la idea de frontera: del orbe romano al Mercosur. La línea, el
laberinto y el espacio definidor de la pertenencia”