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Quien ha leído Los cantos de Maldoror (1869) ha conocido al ser más puramente malvado
y cruel de la literatura decimonónica y, posiblemente, de la historia de la literatura.
Maldoror es un ser cuya maldad alcanza proporciones bíblicas, un ser que se horroriza ante
lo bueno. Un ser consciente de la maldad del mundo y de los hombres, cuya máxima
expresión encuentra en sí mismo. Su aberración a lo bueno es tanta que (en la quinta parte
del primer canto) interpela a Dios (con quien lleva una especie de lucha a través de los
cantos) y le pide que le muestre un hombre bueno. “… Pero en ese caso, que tu gracia
decuplique mi vigor natural, pues ante el espectáculo de un monstruo tal, puedo morir de asombro;
por mucho menos se muere.” Para Maldoror es inconcebible un hombre bueno, por ello pone
en juego su vida en advertencia previa al posible milagro que resultaría encontrar un
hombre bueno, amparado así en un cinismo digno de Diógenes, quien (cuenta la leyenda)
recorría de día las calles con un farol encendido buscando hombres buenos, al parecer
nunca los encontró y por ello decidió vivir rodeado de perros.

Otro episodio representativo de la devoción por el mal y del desprecio por lo humano es
cuando Maldoror empieza su búsqueda amorosa (decimotercera parte del canto segundo);
sí, amorosa. Aunque parezca extraño, dado que estamos hablando del ser más malvado
sobre la faz de la literatura, Maldoror es un ser capaz de que sentir la necesidad de otro ser,
de su aprobación para estar completo, y de amar. Por ello emprende la búsqueda de un alma
similar a la de él, y aunque recorre el mundo entero, su búsqueda es infructuosa. Pero,
después de haber rechazado a la más hermosa entre las mujeres, algo pensativo se sienta a
orillas del mar, donde presencia complacido como un velero y sus ocupantes son destruidos
por la tormenta, los sobrevivientes son atacados por tiburones, cuando de pronto aparece un
tiburón hembra quien queriendo ser parte de la carnicería se abre paso entre los suyos de la
manera más letal posible. Los demás tiburones, avasallados por tremenda fuerza, deciden
unirse y dar caza a la intrusa. En ese momento, Maldoror rompe una lanza en nombre de la
hembra, y dispara su rifle desde la orilla y da de baja a uno de los perseguidores, dejando
dos con vida, los cuales con renovadas fuerzas están a punto de acabar con la vida de la
hembra. Conmovido y emocionado, como nunca antes lo había estado, se arroja al mar
acompañado de su fiel cuchillo, a emparejar la pelea (2 vs 2). Nuestro protagonista,
fácilmente se despacha a su rival de una sola cuchillada; la hembra hace lo mismo con el
suyo. Cuando de repente:

“Se encuentran frente a frente, el nadador y la hembra de tiburón salvada por él. Se miran a los ojos durante
algunos minutos, y cada uno se asombra de encontrar tanta ferocidad en la mirada del otro. Dan vueltas en
redondo nadando sin perderse de vista y diciéndose para sus adentros: «He vivido engañado hasta hoy; he
aquí alguien que me supera en maldad».”

Luego de lo cual, ambos consuman su pasión en un encuentro sexual. Se podría de decir


que el conjunto de transcurre en una parodia total de la típica escena de amor a primera
vista, entre un caballero y la dama en apuros que acaba de ser rescatada. La anterior escena
nos hace pensar que hay otra similitud con la escuela cínica, donde los animales son un
ejemplo a seguir de sencillez, despojo y autosuficiencia; para Maldoror también son un
ejemplo a seguir pero en otro sentido…

En Los cantos de Maldoror abundan los actos que podríamos llamar de crueldad y maldad,
perpetrados por su protagonista, ejecutados con una lucidez y control perturbadores. En
resumidas cuentas, la obra es un recorrido por los límites de la destrucción y la animalidad,
en todas las formas que el autor pudo imaginar.

Generalmente se piensa en Los cantos de Maldoror como una obra atípica, producto del
genio delirante de un joven autor a punto de morir [recordemos que fue escrita cuando
Isidore-Lucien Ducasse (Conde de Lautréamont ) contaba con apenas veintidós años,
muriendo un año después de la publicación de su obra, es decir en 1870], lo cual es
totalmente falso. Pues, no hay nada que tenga mayor presencia en la literatura moderna que
el imaginario del mal. Un mal asumido, abrazado, aceptado.

Ello corresponde principalmente a un fenómeno moderno, de desacralización llevados a


cabo por las ciudades y gobiernos de la época, los cuales entendieron la modernidad es
entendido como sinónimo arreligioso; y lo religioso como propio de las sociedades
arcaicas. Actuando en consecuencia a ello, las sociedades inscriben lo sagrado en un
proceso de desacralización. Y el discurso de la razón y la ciencia toma el relevo a la hora
explicar el universo y darle sentido a la existencia del hombre, cosa que desde el inicio de
las sociedades había hecho la religión, la cual ahora empezaba a ser descrita en Francia
como una cette espèce d’ignorace profonde. Para finales del siglo XVIII, se pensaba que
con la con el triunfo del método científico la religión y todas sus manifestaciones
desaparecerían. A dicho fenómeno se le conoce como “la muerte de Dios” (bautizado así en
honor a Nietzsche, quien desde la filosofía se encarga de dar el golpe final [En especial con
su libro El anticristo]). Las comillas son obligatorias porque, ese algo tan complejo,
encuentran la manera de colarse en estas sociedades desacralizadas. Y ese “Dios muerto”,
resulta estar ahora más vivo que nunca.

Teniendo la muerte de Dios como punto de referencia, es posible partir la historia de la


literatura en dos. Y es mi intención decirles a continuación porque es así.

Para un hombre religioso actos como el comer, la sexualidad, el pintar, cantar o son una
forma de unión con lo sagrado y su sociedad; mientras que para el hombre secular, estos
mismo actos no significan nada más allá de su mira fisiología, la cual es orientada por
reglas de comportamiento social (bien sea en su obediencia o en contraposición a ellas). En
el caso del hombre religioso, la religión funciona como un mediador entre él y lo sagrado
(Dios, en el caso judeocristiano); a la vez que lo acompaña y da sentido a cada uno de los
momentos importantes de su vida (bautismo[nacimiento], primera comunión[niñez-
juventud], matrimonio[madurez], última unción [momentos finales], entre otros). Es un
hombre con dudas y temores como cualquier otro, pero cuenta con una respuesta a los
grandes misterios de la vida.
Volviendo a lo literario, en un mundo no-moderno (pre-muerte de Dios)la función de la
poesía está cantar la gloria de Dios (o de los dioses) y sus hijos, para mayor gloria de ellos.
En este sentido el poeta-santo canta los valores fundacionales de la sociedad misma, como
gran figura de esta estirpe podemos fácilmente colocar a Homero. En contraposición
encontrarnos el yo lirico de Los cantos de Madonor encuentra eco en una época enemistada
con la idea de Dios y con la sociedad misma. En la sociedad de Homero una obra como la
de Ducasse es impensable. Como era de esperar, el poeta-hombre (poeta moderno) en sus
andanzas empieza a pisar el terreno que hasta ese momento vedado.

Por otro lado, al hombre de razón la ciencia lo deja en un mundo sin sentido, con una vida
carente de propósito, producto y víctima del mero azar; viviendo en un universo infinito en
donde no hay más allá, ni misterio que no pueda ser explicado por la lógica o la razón. Es
un hombre que deja de ocupar su papel especial otorgado en la creación divina (como ser
hecho a imagen y semejanza de Dios) y es enmarcado en la cadena evolutiva compartiendo
así el mismo lugar que los demás animales. El hombre es desnudado y arrojado a una
realidad desencantada a la que no está acostumbrado. Su única compañía en el universo es
él mismo.

En ese sentido, Pequeño Aster [Morgue (1912)] de Gottfried Benn nos regala un pequeño
cuadro del poeta frente a la muerte de un igual:

“El cadáver del conductor


de un camión de cerveza
fue alzado sobre la camilla.
Alguien le había colocado entre los dientes
una pequeña flor
oscura-clara-lila.
Cuando le saqué el paladar y la lengua
desde el pecho
con un largo cuchillo
debajo de la piel
he debido rozarla
porque la flor se deslizó
hacia el cerebro vecino.
La guardé en el tórax
entre el aserrín
cuando lo cosían.
¡Bebe hasta la saciedad en tu florero!
¡Descansa en paz, pequeño áster!”

En este poema, el yo lirico es conmovido no por el cadáver que ve al frente, es un


especialista de la muerte. Pero al ver que el cadáver es acompañado con una flor, para el
cobra sentido, ahora como un florero “¡Bebe en la saciedad en tu florero!”. En los demás
poemas que componen Morgue, chocamos con el desamparo del hombre, frente a la muerte
y el sentido de la vida.

En fin, allí vemos, como el poeta-hombre ya no canta para mayor gloria de Dios o de la
sociedad, lo hace porque quiere y porque puede. Este hijo de la razón, pone en duda todo,
no tiene terrenos vedados y le canta a todo. Mientras que el poeta-santo no puede ir en
contra de los designios divinos o de su sociedad, en ese sentido el poeta-hombre es más
independiente. [Anqué el precio que paga por dicha independencia es bastante caro.]

Su efecto estético causa una perturbación que genera la conciencia de la plenitud (bien en el
caso de Lautremont, vida en el caso de Benn), a través de su ausencia. Gracias a lo
ciniestro, y sus diferentes formas, llegamos a una concencia de la plenitud, o como minimo
cambiamos nuestra percepción de belleza, o nos vemos enfrentados a otra persepcion

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