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Tipos de actos de habla - John AUSTIN

AUSTIN, J (1982), Conferencia XII en Cómo hacer cosas con palabras, pp. 195-212. Adaptación de la Cátedra.

Austin realizó una clasificación de las clases generales de verbos, que originan a su vez, los distintos tipos de
actos de habla.

Sintéticamente, se pueden resumir en:

1. Los verbos de judicación, corresponden a los actos judicativos, es decir, aquellos que tienen como
caso típico el acto de producir un veredicto. Aquí es esencial que se emita un juicio acerca de algo, por
ejemplo: juzgar, condenar, ordenar, considerar.

2. Los verbos de ejercicio, corresponden a los actos ejercitativos, es decir los que expresan
potestades, posibilidades, acuerdos, derechos, etc. Por ejemplo: acordar, reclamar, perdonar, advertir,
exigir, rogar, rechazar, entre otros.

3. Los verbos de compromiso, corresponden a los actos compromisorios, es decir, aquellos que
tienen como objeto, prometer o comprometer a uno a hacer algo, desde las promesas, hasta las declaraciones
o anuncios de intención. Por ejemplo: prometer, comprometer, garantizar, adherir, defender, apoyar,
oponerse, etc.

4. Los verbos de comportamiento, corresponden a los actos comportativos. Estos actos son unos de
los más frecuentes, porque incluyen a aquellos que tienen que ver con actitudes y comportamientos sociales.
Por ejemplo: pedir disculpas, agradecer, deplorar, congratular, defender, etc.

5. Por último, los verbos de exposición, que corresponden a los actos expositivos, es decir aquellos
que ponen de manifiesto el modo cómo nuestras expresiones “encajan” en un argumento o conversación, es
decir, cómo estamos usando las palabras. Por ejemplo: afirmar, negar, enunciar, observar, informar, avisar,
replicar, aceptar, concordar, ejemplificar, interpretar, etc.

La teoría de los actos de habla


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John Austin (1911-1960) y John Searle (n. en 1932), los principales representantes
de esta teoría, provienen ambos de la filosofía y sus motivaciones centrales sólo pueden
reconstruirse si se leen con atención las disputas filosóficas sobre la naturaleza del lenguaje
y, en particular, sobre el significado de las palabras, inauguradas por dos artículos
fundantes: “Sobre sentido y referencia”, de Gottlob Frege (1898), y “Sobre el denotar”, de
Bertrand Russell (1905). La discusión de Frege y Russell, que se centra en si la relación entre
las palabras y las cosas es directa o si nuestros propios conceptos y/o el lenguaje interfieren
en esa relación, está enmarcada en una polémica filosófica más general respecto de la
naturaleza de la verdad y la posibilidad de acceder a ella. A partir de allí, se abre la cuestión
de si la función central del lenguaje es efectivamente referir (es decir, establecer una
relación entre las palabras y los objetos en el mundo) o si hay otros usos del lenguaje que
son igualmente importantes.
Austin (en Cómo hacer cosas con palabras [How to do things with words], 1962) y
Searle (en Actos de habla [Speech Acts], 1968), al igual que el “segundo” Wittgenstein (en
Investigaciones filosóficas, de 1953) y otros autores, en lugar de interesarse
excluyentemente por el modo en que el lenguaje puede transmitir o no la verdad en un
discurso científico, estudiaron también el modo en que funciona el lenguaje en distintas
situaciones cotidianas. Así, todos coinciden en que referir y afirmar no es la única (ni
siquiera la principal) función del lenguaje. Entre otras muchas, pueden citarse la pregunta,
el pedido, la orden, la amenaza, la promesa. Wittgenstein se refiere a esas acciones como
juegos del lenguaje; más popular en lingüística es el término propuesto por Austin y Searle:
actos de habla.
Austin y Searle proponen que, al decir algo, realizamos una serie de acciones que
corresponden a niveles distintos. Por un lado, producimos ciertos sonidos que se amoldan
al vocabulario y a la gramática de una lengua determinada y que tienen cierto significado.
Austin sostuvo que esos fenómenos se agrupan en un único nivel (al que llamó acto
locucionario), mientras que Searle los dividió en dos niveles distintos: un acto de emisión
(de palabras o cualquier otra unidad lingüística) y un acto proposicional (que incluye referir
a ciertas entidades en el mundo y predicar algo acerca de ellas).
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Por otro lado, observan Austin y Searle, con una emisión también llevamos a cabo
acciones típicamente lingüísticas (pero no siempre), codificadas socialmente, como un
pedido, una orden, una amenaza, una promesa, esto es, actos ilocucionarios o actos de
habla. Típicamente, los actos ilocucionarios no dependen directamente de las palabras
emitidas, cosa que es especialmente clara en los llamados actos de habla indirectos: una
emisión como ¿No tenés hambre?, por ejemplo, puede interpretarse a menudo como un
acto ilocucionario distinto (una sugerencia o una propuesta) del que se desprendería de su
significado y forma lingüística literales (en este caso una pregunta).
Por último, las emisiones también tienen actos o efectos perlocucionarios, esto es,
provocan ciertas consecuencias en las acciones, pensamientos o creencias de los oyentes.
El acto perlocucionario más esperable para “¿No tenés hambre?”, por ejemplo, sería lograr
que el destinatario informe simplemente si tiene hambre o no al emisor, pero pueden
imaginarse muchos otros (conseguir que el destinatario prepare la comida o que establezca
una conversación con el emisor, por ejemplo).
En ese contexto, no existen actos proposicionales “puros” de los que se pueda
afirmar su verdad o falsedad en abstracto. Más bien, afirmar algo es uno más entre el
conjunto de posibles actos ilocucionarios y, por lo tanto, puede tener efectos
perlocucionarios variados. Al igual que los demás actos de habla, está sujeto a condiciones
de fortuna o infortunio, afirma Austin: enunciar con verdad es un acto afortunado, análogo
a aconsejar prudentemente o argumentar con fundamento. Es por eso que la verdad o
falsedad de un enunciado no dependen solamente del significado de las palabras, sino del
tipo de acto ilocucionario que se está realizando con él. Así, por ejemplo, un enunciado
como “Te estás convirtiendo en un chancho” difícilmente pretenda tener valor de verdad
literal (es decir, representar un cierto estado de cosas en el mundo), sino que realiza otro
tipo de acto de habla (por ejemplo, hacer una advertencia o burlarse de alguien).
A partir de estos elementos, Austin y Searle intentan establecer una tipología de los
actos de habla, a partir de la descomposición de los distintos elementos que intervienen en
cada tipo de acto ilocucionario: su contenido proposicional, sus condiciones preparatorias,
su condición de sinceridad y la regla esencial que lo rige, de acuerdo con la terminología de
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Searle. Así, por ejemplo, pedir o aconsejar tienen por contenido proposicional un acto
futuro del oyente, pero se distinguen por el resto de las condiciones, particularmente por
la regla esencial (al pedir, el hablante intenta simplemente que el oyente haga algo,
mientras que al aconsejar asume que esa acción será beneficiosa para el oyente) y la
condición de sinceridad consecuente (mientras que al pedir el hablante es sincero si desea
que el oyente haga una acción, al aconsejar lo es si cree que esa acción lo beneficiará de
algún modo).

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