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Sobre Andrés Manuel López Obrador y Antorcha

A estas alturas, como muchos suponen, es muy probable que AMLO gane la presidencia de México. “Muy
probable” no quiere decir “cierto”, porque del plato a la boca se puede caer la sopa; pero hay casi certidumbre.
No se le puede escamotear mérito a AMLO, porque su lucha le ha costado.

Por otro lado, Antorcha ha hecho público su apoyo al opaco candidato del PRI, José Antonio Meade.
Contemplando la alta probabilidad de un triunfo de AMLO, ¿qué se puede anticipar ahora en materia de
desarrollo político en México a corto y largo plazo, sobre todo en lo que concierne a MORENA y Antorcha? Son
muchos los factores en juego, pero uno puede especular.

Pregunta básica: ¿Cuál es la estrategia de AMLO una vez en el gobierno? Para contestar esta pregunta cuento
con sus documentos de campaña (la declaración de principios de MORENA y el P18), sus declaraciones públicas,
mi juicio sobre su trayectoria personal y sobre el pasado político de personajes y grupos políticos que lo
respaldan, y — por último — mi sentido de la dirección en que se tienden a mover México y el mundo. (Vistas
desde acá, las cosas se ven en parte más claras y en parte más oscuras. Pero es lo que es.)

Creo que a las promesas de campaña de AMLO — corolarios de su promesa clave de “acabar con la corrupción”
desde arriba — se les debe aplicar un alto coeficiente de descuento. (Por supuesto, un descuento más alto se le
debe aplicar a las promesas de los demás candidatos que tienen cola más larga que les pisen.) Para anticipar su
futuro accionar, los elementos de juicio más importantes no son retórica electoral ni documentos programáticos
sino (1) la práctica histórica de AMLO y de los grupos políticos más cercanos a él y (2) el escenario político,
interno e internacional, previsible.

En lo primero, mi juicio no es dogmático. Acepto que uno tiende a juzgar a los demás por sus actos y a uno
mismo por sus intenciones. Cuesta trabajo voltear la tortilla. Puedo coincidir o no con las decisiones tácticas de
alianza y “posicionamiento” de la oferta electoral de AMLO. ¿Que AMLO, Bartlett, et alia han sido parte del
sistema ahora en bancarrota? Sí, seguro. Pero si el pasado es destino, entonces la humanidad no tiene redención
posible.

De nuevo, lo central es la estrategia. Por “estrategia” me refiero aquí no a ideas más o menos bien puestas en el
papel sobre un México deseable, sino a un plan que se base en las fuerzas políticas a la mano (masas,
organización, calidad de cuadros, calibre intelectual y moral) o por lo menos en aquellas fuerzas políticas que
puedan construirse sobre la marcha, plausiblemente, a partir de lo existente.

La impresión general que tengo es que, fuera del círculo más inmediato de colaboradores, la coalición de fuerzas
que ha puesto a AMLO en la ventaja política actual es endeble. Dicha coalición carece de suficiente coherencia y
unidad. Por consiguiente, ¡carecen de estrategia que merezca el nombre! O, para ser más generoso, lo que tienen
es un embrión de estrategia.

Sin duda, las bases que ahora siguen a AMLO son fuerzas populares vivas y legítimas. La retórica y actividad
electoral de AMLO y MORENA — con sus antecedentes en el PRD, PT y la intelectualidad que se agrupa en La
Jornada — se sitúa genuinamente en la lucha histórica de la izquierda de México. Hay una matriz histórica que,
con verrugas y todo, ha conducido a ciertos sectores populares a darse el liderazgo político hoy constituido en
MORENA y, en gran medida, aglutinado alrededor de la figura personal de AMLO. Excluyendo una catástrofe
social, pase lo que pase en México, dada su raigambre histórica, esos sectores populares no se van a ir a ningún
lado. Están para quedarse y cualquier plan de nación viable tiene que tomar en cuenta sus necesidades y
capacidades.

No culpo a AMLO o a esos sectores populares, ni a sus estructuras políticas configuradas bajo la bandera de
MORENA, por ser lo que son ahora y no lo que podrían ser bajo premisa de alguna fantasía política. De nuevo,
hay factores históricos que los han puesto en donde están. Lo que busco es evaluar las posibilidades reales que
estos sectores tienen, en el corto y largo plazo, de instrumentar las políticas con las que se han comprometido
públicamente.

Hay que dejar planteado aquí que, en las condiciones del país y del mundo, todo avance estratégico — es decir,
todo avance más o menos duradero en lo jurídico y lo económico en favor de las clases populares — va a chocar
por necesidad con los intereses del gran capital local e internacional, lícito e ilícito. Estoy pensando en lo que se
requiere para revertir las secuelas del relativo estancamiento económico de México, de principios de los 1980
para acá, gravísimo por la pérdida acumulada, sobre todo en las condiciones de vida y de trabajo del pueblo, con
breves pausas de crecimiento disparejo (como los seis años que siguieron a la crisis del peso en 1994–1995).

En la encrucijada actual, es simplemente imposible para las clases populares de México conseguir ningún avance
concreto sin afectar el poder económico, legal y político del 1%. Si ese estancamiento tiene una sola causa, es el
agotamiento del ciclo de progreso de la Revolución Mexicana, que tuvo su auge en el reparto agrario cardenista
y la nacionalización del petróleo en 1938 y su último estertor en la crisis del “populismo” echeverrista o — si se
prefiere — la debacle petrolera y la crisis de la deuda en 1982. Entiendo que, mediante maniobras políticas que
propicien su división, se puede buscar debilitar esa Santa Alianza de la riqueza concentrada y el poder fáctico
que atenaza a México, pero eso se dice fácil aunque difícil es llevarlo a la práctica.

Acaba de reunirse AMLO con un grupo influyente de banqueros. Dice que le fue bien; que su arroz ya se coció.
Tiene suficiente apoyo popular detrás para hablarles claro a los banqueros, sin recular en lo fundamental,
mientras les da garantías básicas de que sus actos de gobierno se van a ceñir a normas aceptables. Pero, con toda
la destreza táctica que exhiba, todo intento de avance popular y nacional que no entre en conflicto directo con
los intereses del 1% va a ser más de lo mismo. No hay estrategia de avance que no choque con los ricos y
poderosos, y no nada más con la gaseosa “mafia del poder” personificada en Salinas, Diego, Claudio X, etc. (Esto,
por cierto, impone la necesidad de alianzas internacionales en lo político, desde las bases, y no sólo desde la
cúpula de gobierno. Pero esa es otra historia.)

¿De dónde van a salir los recursos para avanzar? Es demagógico decir que lo que se recupere en la lucha contra
la corrupción basta. El ciclo virtuoso de los precios de las exportaciones primarias permitió el auge de la
Revolución Bolivariana en Venezuela, la Revolución Ciudadana en Ecuador y los avances contra la pobreza en
Brasil (bajo Lula) y en Bolivia (bajo Evo Morales). Pero hoy día nadie se puede atener a que los precios de lo que
México exporta, comparados con los precios de lo que importa, vayan a mejorar mucho. ¿Inversión extranjera?
Wall Street no la baila sin huarache. Tampoco China, aunque tenga otro estilo de baile. En suma: La base fiscal
federal necesita ensancharse a costa de los ricos. No hay de otra. Y hacerlos pagar impuestos no es un paseo en
la Alameda.

Se necesita poder político y no sólo mandato formal de gobierno. De la burocracia, las policías y las fuerzas
armadas no se puede esperar cooperación eficaz. Son lo que son, productos históricos con mucha costra
sistémica. Se necesita la capacidad concreta movilizable, de masas organizadas, de cuadros con competencias
técnicas específicas, para empujar este proceso — si no se ha de quedar en promesas. La base y los niveles
intermedios de MORENA, que ahora se desbordan ante la expectativa del triunfo electoral, carecen de estructura
organizativa y plan que les permitan ir más allá de la conquista del gobierno con un líder que se ha ganado su
popularidad a pulso personal. Según datos propios, cuatro de cada cinco miembros de MORENA nunca, antes
de sumarse, habían participado en ninguna otra agrupación política. Sáquense conclusiones de ello.

De nuevo, no hablo de la orientación que el P18 le pueda dar a las acciones del gobierno, no es cosa de
administración de gasto corriente u operaciones cotidianas de gobierno, sino de la capacidad en el terreno —
 capacidad de masas organizadas y dirigidas en forma concentrada, con demandas bien alineadas — para demoler
obstáculos, sobre todo de tipo fiscal (de recaudación y de inversión, gasto sustancial en la gente que sólo da
frutos a más largo plazo: educación, salud pública, prestaciones sociales e infraestructura energética de nuevo
tipo, de transporte y comunicaciones, petroquímica, etc.). Y digo “fiscal” no sólo en el sentido legal, sino en el
sentido de implementación práctica eficiente, de hacer valer decisiones públicas debidamente sancionadas a
través del aparato de gobierno ante la resistencia y el sabotaje organizado. Y todo eso al tiempo que esas masas
redoblan el compromiso político de seguir avanzando juntas.
Por ahora MORENA tiene una campaña que, sí, en el calor de la temporada electoral, disfruta de un alto y
creciente entusiasmo popular, ya que sabiéndose adelante se retroalimenta de sus expectativas de triunfo y de
la desmoralización de sus adversarios. Sin embargo, si esa energía política no cuaja en una organización
permanente en el futuro próximo, entonces se va disipar más o menos rápidamente, dando paso al desánimo
(de la “clase media” primero, que es como el canario en la mina), dependiendo de circunstancias coyunturales
que, en gran medida, AMLO y sus colaboradores no van a estar en condiciones de controlar o manejar.

¿Por qué no?

Uno, porque las tareas de gobierno van a absorber a los poquísimos cuadros dirigentes de calidad que tiene
MORENA y, por ende, la organización y las actividades de reflexión teórica y de organización política
propiamente dicha, que son las que pueden garantizar el avance estratégico, van a sufrir merma por ello. La
actividad de gobierno no es suficiente. En último término, lo que un aparato administrativo, legislativo y judicial
logre depende de la iniciativa de masas activas organizadas, masas que se cansan y se entusiasman en ciclos que
raramente obedecen los designios de la dirigencia, pero que son lo que le da músculo político efectivo a todo
proceso serio, sobre todo ante los muchos puntos en los que dicho proceso topa con roca. Es difícil llegar al
gobierno, pero es mucho más difícil gobernar con éxito, cuando la medida del éxito es el interés popular y
nacional palpable y perdurable.

Dos, porque AMLO en el gobierno, además de estar expuesto a adversidades inesperadas (que siempre ocurren),
va a estar sujeto a las presiones brutales de la oposición política y económica a su gobierno; es decir, la metralla
constante de los medios de mayor alcance (las redes sociales pueden ayudar tácticamente, pero no hay que
exagerar lo que se puede lograr en ellas) aunado al sabotaje económico duro. Éste último puede ser letal, aun
con las mejores tácticas y la mejor organización y compromiso de masas. De nuevo, mírese la situación en
América del Sur.

De nuevo, si AMLO llega al gobierno para seguir con más de lo mismo, puede entonces que neutralice en alguna
medida la oposición a su gobierno. Pero, claro, eso sería a costa de traicionar a quienes ha prometido nunca
traicionar. (Y no del todo, porque aunque su proyecto económico le ofrezca garantías al 1% y los poderosos le
den su bendición, la mera mudanza política implica necesariamente sacar de la nómina a buena parte de quienes
están hoy en ella, y eso ya desata oposición.) La verdad es que si AMLO quiere en serio priorizar el interés
popular y nacional (y yo quiero creer en su sinceridad), entonces va a suscitar un resistencia feroz de la vieja
“clase” política y, en último término, la reacción todavía más formidable de la Santa Alianza local e internacional
del 1%.

¿No es acaso posible que, una vez en el gobierno, las cosas se les presten a MORENA para avanzar y ganar
cohesión política, claridad de miras, eficacia, etc.? Sí, es posible, pero sólo eso: posible. ¿Acaso no ven AMLO y
su gente los peligros que aquí expongo? ¿No se están preparando para ello? No lo sé, pero la duda cabe. En un
proceso así, no siempre se da uno el lujo de escoger las batallas. Hay batallas que las circunstancias le imponen
a uno. Por otro lado, los éxitos temporales, aun entre los más fogueados luchadores sociales, tienden a marear y
fomentar la complacencia, la arrogancia y, en general, condiciones que conducen a lo opuesto: el fracaso. Cuando
las cosas le salen a uno mal, culpa la suerte o a los demás. Cuando le salen bien, se cree que todo el mérito es de
uno.

Si no ha de dejarse a la casualidad, el fortalecimiento político del proceso a largo plazo sólo puede resultar de un
plan bien pensado y anclado en realidades. Dicho fortalecimiento es una entre muchas posibilidades, la mayoría
de ellas ominosas. Por desgracia, y aquí estoy dando por supuestas conquistas que todavía no se consiguen, lo
que creo más probable es el desgaste rápido, bajo la resistencia que el programa de AMLO va a suscitar. ¿En qué
me baso? En el sentido común y una lectura elemental de la experiencia histórica reciente en América del Sur.

¿Cuál sería el curso estratégico más responsable para AMLO y la cúpula de MORENA? Primero, la humildad ha
a servirles de mucho. Segundo, tienen que entender que — si quieren avanzar estratégicamente en lo popular y
nacional (que, de nuevo, son aspectos muy ligados) — necesitan extender y consolidar su base de masas, más allá
de la ventaja electoral que logren el 1 de julio. Tienen que elevar seriamente su grado de organización, educación
y unidad combativa, so pena de pagar un alto costo histórico (y no sólo ellos, sino la izquierda toda y el pueblo
de México en su conjunto).

Insisto: el ensanchamiento y la profundización de su base política no se pueden conseguir meramente utilizando


las palancas y recursos del gobierno (que siempre van a ser insuficientes). Gran parte de la iniciativa tiene que
surgir y propagarse abajo, expresándose democráticamente como una presión más o menos incómoda sobre el
aparato de gobierno. De nuevo, las experiencias en América del Sur exhiben los límites de los intentos de
organización popular impulsados desde el gobierno.

Hay un tercer punto que considero crucial: Para que AMLO y MORENA puedan ampliar y reforzar eficazmente
su base de masas, tendrán que buscar muy activamente la coordinación e incluso la unidad operativa y hasta
orgánica con otras fuerzas — fuerzas relativamente maduras, con logros demostrados — con las que hasta ahora
AMLO, MORENA y la izquierda tradicional no han comulgado e incluso han chocado (y siguen chocando) local
y nacionalmente. Si el proceso ha de ahondarse, esa es la única reserva estratégica (¡importantísima!) que echo
de ver y que, creo, nadie en MORENA está inclinado a considerar seriamente.

Me refiero aquí muy directamente a Antorcha. Antorcha es un movimiento político real con una fuente histórica
campesina, popular, obrera y estudiantil tan legítima como la de las huestes de MORENA si no es que, en
algunos casos, más. Cierto, por angas o mangas, Antorcha ha caminado decenios bajo una alianza complicada
con un PRI en putrefacción. Pero no hace tanto que muchos de los ahora cuadros de MORENA militaban
también en el PRI, PAN y otras formaciones de cuestionable proceder. Los prejuicios pesan — de los dos lados.

Desde su surgimiento, Antorcha ha sufrido duros ataques desde casi todos los frentes. Se le presenta a menudo
como un grupo paramilitar del PRI, etc., pero MORENA haría bien en darles el mismo beneficio de la duda que
le concede a los viejos personeros del sistema con los que se ha venido aliando. Como todo producto humano,
Antorcha tiene defectos, pero la leyenda negra es eso, una leyenda, aun si quienes la han propalado han
terminado creyéndola. El hecho incontestable es que Antorcha forma parte de la izquierda histórica, de la
representación política realmente existente del pueblo trabajador de México.

No hay pueblo puro, porque la historia humana es una mascarada sangrienta que a todos mancha. Por
consiguiente, no puede haber ninguna formación política pura. Se puede criticar la forma organizativa de
Antorcha, sus métodos de trabajo y su planteamiento táctico-estratégico, pero — como lo dije de MORENA, lo
digo de Antorcha — pase lo que pase en México, dentro o fuera del PRI, encuentre formas civilizadas de
convivencia con MORENA o no, Antorcha va a seguir siendo un parámetro político infaltable en cualquier
modelo viable de México moderno.

Forjar alianzas que funcionen, si llegara a darse, no va a ser fácil para ninguna de las partes, pero esas alianzas
(yendo de lo más simple a lo más complejo) son indispensables para que el pueblo de México avance en equidad
y democracia, ya no digamos en socialismo (que mucho nos hace falta). MORENA en el gobierno (que no es lo
mismo que “en el poder”) va a querer dar escarmiento a Antorcha por ser lo que es, más que por su adhesión al
PRI, bloquéandola y hostilizándola. Pero si las dos Coreas están a punto de acordar un proceso de reintegración,
no entiendo por qué dos formaciones políticas históricas de los mexicanos de abajo no pueden entenderse.

Si MORENA los rechaza y sigue satanizando, Antorcha no se va a dejar; se va a atrincherar y va a defender sus
conquistas con la disciplina y tenacidad perruna que la caracterizan. Antorcha tiene una práctica y cultura
organizativa que privilegia el estudio, la disciplina, el compromiso y la lealtad a la organización. Por razones
históricas que uno puede discutir mucho o poco, Antorcha siente una desconfianza primal hacia la izquierda
tradicional. Antorcha tiene fuerza de masas y voluntad de poder (muy válida además) para resistir tempestades
y cobrarle un alto precio a cualquier gobierno, de izquierdas o derechas, que se obstine en bloquear su desarrollo.

Por su parte, un probable gobierno de MORENA, hostigado desde la derecha, no va a necesitar más enemigos
que los que ya tiene; además de los que se le vayan a acumular en cuanto comience a gobernar. La inercia
histórica — la línea de menor resistencia en lo que toca a la relación con Antorcha — puede enconar más las cosas.
Para concebir ese escenario indeseable me atengo a la experiencia de la relación entre el gobierno del DF bajo
AMLO (y el PRD) y Antorcha en los 2000, y a los choques más recientes en la Sierra Norte de Puebla y el Oriente
del EdoMex.

Por una simple aplicación del principio de Copérnico (de que lo que ha existido y crecido por 40 años no es
probable que se le desarraigue en 6), aun si se lo propusiera en serio, el gobierno de MORENA no podría
desbaratar a Antorcha; ni por arriba, ni por abajo. Lo que Antorcha ofrece a sus agremiados en muchos lugares
de México es algo muy tangible — obra pública, desarrollo social, órden, deporte organizado de masas,
actividades artísticas desde las bases, etc.— algo sin paralelo en la historia de México, y por mucho que sea el
atractivo de AMLO en el gobierno para algunos miembros de fila del antorchismo, hay un núcleo sólido que
Antorcha va a conservar e incluso blindar ante las dificultades que puedan sobrevenir.

Por otro lado, creo que Antorcha haría mal en suponer que está autorizada a atacar con todo a MORENA, que el
desgaste previsible del gobierno de AMLO redundaría en una mayor fortaleza para su movimiento. No creo en
ese escenario, ni en el corto ni en el largo plazo. Por el contrario, el desgaste de AMLO, de cruzar un cierto
umbral, sólo puede arrastrar consigo hacia atrás a toda la izquierda en México, incluida Antorcha — y con la
izquierda a las mejores aspiraciones del pueblo de México. Si MORENA y Antorcha dejan de verse a sí mismas
como meros vehículos organizativos del pueblo de México, y caen en la trampa de pensarse como fines en sí
mismos, se les puede ir el tren por una generación o dos, para mal de un México ya muy maltrecho.

Hay una historia trágica de rivalidad entre MORENA y Antorcha. Esa historia es el obstáculo, en parte real y en
parte imaginado, que obstruye la unidad de fuerzas populares genuinas. Un ejemplo más de la forma terrible en
que los fantasmas del pasado atrapan al presente y nos niegan el futuro — como tal vez diría Marx. La insistencia
de Antorcha de jugársela con el PRI hasta el final (un PRI podrido que no sabe de gratitud o compromisos firmes,
sino sólo de intereses y conveniencia politiquera) va a seguir siendo estorbo para un encuentro de voluntades.

Pero creo firmemente que ese encuentro le hace falta al país. Sostengo que la prudencia y el respeto en el trato
mutuo, y la audacia para desafiar los viejos estereotipos y prejuicios, puede alterar el escenario político de
manera drástica abriendo cauce al progreso popular y nacional. Ese es el clamor principal de esta nota mía,
desde la distancia. No hablo de milagros, sino de unidades o convergencias posibles, a partir no de negar, sino
de poner la historia mutua sobre la mesa si hace falta — criticar y criticarse sin miedo a las consecuencias. (Acabo
de escuchar a AMLO hablar con elocuencia, ante los estudiantes del Tec de Monterrey, sobre la necesidad de
la reconciliación, de remendar el tejido social desgarrado por la violencia y el crimen. Pues bien, aquí tienes otra
oportunidad de oro de construir puentes políticos, Andrés Manuel.) El interés popular y nacional merecen una
mente abierta ante tales posibilidades de progreso.

¿Qué puede hacer Antorcha ante esta situación? Nadie me está pidiendo consejo, pero esto es lo que yo haría si
fuera su dirección nacional:

1. Por consecuencia, y haciendo caso omiso a la conducta vergonzosa que el resto del PRI sigue exhibiendo, seguir
llamando a los antorchistas de base a votar por Meade, pero declarando que respeta el voto de conciencia que
cada uno de sus seguidores, en lo individual, decida emitir; que la lucha de Antorcha va muy para largo y que la
coyuntura electoral no amerita dinamitar puentes. (Creo que la decisión táctica de apoyar a Meade no tiene
vuelta atrás, a menos que éste renuncie a su candidatura.)

2. Al mismo tiempo, en las elecciones locales, mantener su línea bajo el membrete del PRI. Esta es una actitud de
auto-respeto y lealtad a compromisos antes adquiridos que ha de apreciarse a largo plazo, a pesar de que
mantenerla pone ahora a Antorcha en desventaja temporal y en un curso de conflicto objetivo con MORENA.

3. No atacar a AMLO ni a MORENA directamente, no envenenar las aguas con ataques a su candidatura o a su
persona, sino limitarse a enfatizar los probables (que nunca seguros) beneficios puntuales que para sus
seguidores representaría el (muy improbable ahora) triunfo del candidato del PRI. Defenderse si sufre ataques.
No ofender.
4. Rechazar contundente y categóricamente la candidatura de Anaya (a Zavala y Rodríguez ni mencionarlos)
porque nada bueno puede resultar para el país de un triunfo de la derecha cavernícola. (Antorcha tiene fresca la
experiencia de la represión panista en Querétaro en la que Anaya estuvo personalmente involucrado.)

5. Insistir en el compromiso públicamente adquirido de avanzar en el largo plazo en su lucha contra la pobreza
(que en mucho coincide con el P18 de AMLO) mediante su plan de cuatro puntos, gane quien gane; plan
orientado a constituir a Antorcha como partido político independiente. Es decir, (i) creación de empleos
mediante (sobre todo) la inversión pública, (ii) elevar los salarios de los trabajadores, (ii) reorientar el gasto
público hacia el “capital humano” (educación, salud, infraestructura urbana y rural para las clases populares) e
(iv) imponer un código fiscal progresivo (que paguen más los que tienen y, o reciben más).

6. Declarar las veces que haga falta que, gane quien gane, Antorcha está abierta al trato y la negociación respetuosa
y de buena fé.

7. Declarar que, gane quien gane, si desde el gobierno se prioriza a las clases populares y se defiende el interés
nacional, Antorcha va a brindar apoyo.

8. Declarar que gane quien gane, si se intenta sabotear dicho programa popular y nacional desde los medios
dominantes y desde el poder económico concentrado e internacionalizado del 1% (ya no digamos desde
Washington), Antorcha se va a poner decididamente del lado del gobierno que el pueblo mexicano tenga a bien
darse mediante el voto en julio entrante.

9. Si gana AMLO (que hoy se mira casi inevitable), declarar que se reconoce plenamente la legitimidad de su
gobierno, se aplaude sin reservas la parte progresista de su programa en el papel y se le da apoyo unilateral
absoluto contra la reacción previsible del 1%, aunque sea apoyo crítico (como debe ser), es decir respetando a
las instituciones pero vigilando alerta desde las colonias, pueblos, centros de trabajo y escuelas que AMLO
cumpla sus promesas de progreso para el pueblo.

Esos son mis dos centavos de opinión que, dudo, una u otra parte aprecie mucho. Pero al fin de cuentas de lo
que se trata es de pensar por sí mismo y decir lo que se piensa sin temor a las consecuencias.

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