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Poema del llanto trigueño

Al señor Magdalena.

Es la calle del Conde asomada a las vidrieras,


aquí las camisas blancas,
allá las camisas negras,
¡y dondequiera un sudor emocionante en mi tierra!
¡Qué hermosa camisa blanca!
Pero detrás:
la tragedia,
el monorrítmico son de los pedales sonámbulos,
el secreteo fatídico y tenaz de las tijeras.

Es la calle el Conde asomada a las vidrieras,


aquí las piyamas blancas,
allá las piyamas negras,
¡y dondequiera exprimida como una fruta mi tierra!

¡Qué cara piyama blanca!


Pero señor, no es la tela,
es la historia del dolor escrita en ella con sangre,
es todo un día sin sol por cortar veinte docenas,
es una madre muriendo el presente del hambre,
es una madre soñando el porvenir de la escuela.

Es la calle el Conde asomada a las vidrieras,


aquí los ensueños blancos, allá las verdades negras,
¡y dondequiera ordeñada como una vaca mi tierra!

Rompo el ritmo, me llora el verso, me ruge la prosa.

¿Es que no hay nadie que sepa la historia de las camisetas?

II

Llegaba de Monte Plata


como una carta trigueña,
con una firma de pascuas,
y un sello de nochebuenas.
Recia en los muslos redondos,
suave en la frente de tela,
con la esperanza en la Virgen
y el seno en la primavera.
Llegaba alzado en sonrisas
todo un corral de guineas,
cortando con las pestañas
racimos de gentileza,
calzando las esperanzas
con zapatillas de seda
y oteando los horizontes
con las miradas en fiesta...

Con ojos de mala noche


la miró Niño Rivera:
¡Para mirarte, muchacha,
está la calle del Conde,
asomada a las vidrieras!
Subieron las alegrías
por escalones de estrellas,
se abrieron de serenatas,
jazmines de luna llena,
blancas de miedo, las nubes
almidonaron tormentas
y una estrella hincó temblores
como un presagio de penas...

Allá los ensueños blancos,


aquí las verdades negras.

Con llanto de manantiales,


destila sangre la tierra.
Dice a su hija que un día
las dejó Niño Rivera,
sin cena para la noche,
sin traje para la escuela,
¡y un ogro le está pagando
con un pan, veinte docenas!

III

Es la calle del Conde asomada a la tragedia,


aquí los ensueños blancos,
allá las verdades negras,
¡y dondequiera un sudor rojo de sangre en mi tierra!

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