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«Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados,

le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor»


[Lc 7, 47 ]

A ustedes las valientes mujeres de La Línea y Parque La Concordia


Ante todo, me siento invitado, con motivo del cierre de nuestras visitas a La Línea y el Parque La Concordia,
a compartirles las resonancias de mi corazón. En su devolución, a los cinco encuentros que compartimos con
ustedes, las hermanas Oblatas del Santísimo Redentor nos dejaron tres preguntas. Así, surgen estas líneas.
¿Qué me llevo de esta experiencia? Personalmente, Dios me hizo dos regalos. Por un lado, en el cierre
con las hermanas, por cierto muy emotivo en lo personal, siento que Dios me regaló una «luz» y; por otro lado, un
gran «consuelo» para mi sacerdocio. Tal fue así que, la alegría de lo que había descubierto perdura hasta ahora.
Sigo alegrándome y disfrutando el ser consciente del sentimiento que Dios me ha mostrado. Siento que mi corazón
sacerdotal vibra de manera especial, cuando puedo acompañar procesos vulnerados, siendo consciente que soy un
simple instrumento frágil en manos de Dios, ayudando a otras/os a encontrarse con el Dios de Jesucristo en persona
y vivirla en plenitud.
¿Qué les diría a ustedes?
Primero, mi presencia, en este apostolado tiene dos motivos principales. Por un lado, está vinculada a mi
historia personal. En lo personal me ayudó a releer mi propia biografía desde la historia bíblica de José [cf. Gn 37–
50] y; por otro lado, cuando tomé consciencia de que Dios me llamó y regaló inmerecidamente esta vocación
sacerdotal en mi humanidad frágil y vulnerada sentí que las siguientes palabras del apóstol Pablo me
representaban: “llevamos este tesoro en vasijas de barro” [IIª Cor 4,7].
Segundo, siento que ustedes fueron instrumentos de Dios, quizás sin saberlo, para mi sacerdocio [cf. Gn 37–
50]. Gracias!!! Al inicio, cuando elegí este apostolado tuve que enfrentarme a tres temores. El primero, el hecho de
ser varón, el segundo por ser sacerdote [personal] y el tercero el «que dirán» tanto por parte de la sociedad así
como de la iglesia. Siento que tomé la decisión, aunque sin haberlos superado, y me lancé a esta misión. Siento que,
en el compartir con ustedes, viendo sus rostros y lágrimas, escuchando sus relatos, Dios comenzó a tejer en mi
corazón un deseo, un proyecto y un sueño para el ejercicio de mi sacerdocio como opción de vida en este u otros
ámbitos similares. Es decir, acompañar procesos humanos vulnerados. Bendito sea El!!! Esto, es un capital
espiritual que les pertenece a ustedes y sentía el compromiso de compartírselos.
Tercero, hace un tiempo atrás en un momento muy difícil de mi vida me sentía confundido y sin fuerzas
para continuar mi sacerdocio. Lo peor es que me corroía interiormente en mi conciencia la siguiente idea que,
tiempo después descubrí, es lisa y llanamente del mal espíritu. La expresión es algo así: “Dios se enojaría conmigo
si yo desistía de mi sacerdocio”. Apareció un sacerdote, que hizo de buen samaritano, y me expresó lo siguiente.
Dios perdona todo, siempre y con ganas. Esta simple enseñanza, que no recuerdo haberla escuchado así
concretamente de este modo anteriormente, inundó de una profunda alegría mi corazón creyente. Tal vez, esto que
me hizo tanto bien, intuyo les pueda ayudar también a ustedes a «clarificar» como es el corazón misericordioso de
nuestro Padre Dios [cf. Lc 15, 11–32] y que también tiene entrañas de madre como ustedes [cf. salmo 139, 13]. Ese
amor nos hace reconocer que, nuestros pensamientos no son sus pensamientos y su amor infinito nos sobrepasa
para renovarnos, dignificarnos y llevarnos hacia El.
Cuarto, hoy, los gestos y las enseñanzas del Papa Francisco marcan un estilo nuevo de hacer y ser iglesia
que muchos deseábamos y todos estamos aprendiendo. “La iglesia se parece a un hospital de campaña a donde
llegan personas heridas buscando la bondad y cercanía de Dios” [Francisco, Homilía, 19.09.2014]. Gracias por el
don de su maternidad y el testimonio del cuidado y el sacrificio que hacen para sostener sus familias y
principalmente sus hijos/as. Es un signo visible de un amor auténtico que refleja a Dios en ustedes.
¿Con que símbolo podría representar esta experiencia? Tal vez, una cerámica
reparada con la técnica japonesa del Kintsugi [o Kintsukuroi], como la de la imagen, podría
ser el emblema. En ella, las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto
y deben mostrarse en lugar de ocultarse, incorporarse para embellecer el objeto, poniendo
de manifiesto su transformación e historia. Intuyo que la vida de Sonia Sánchez es un ícono
de esta transformación profunda y real en la vida de las personas
[https://www.youtube.com/watch?v=28Gt8MIUhUY].
Los evangelios no indican discordia alguna entre Jesús y las mujeres, sino todo lo contrario. El Maestro, en
su diálogo con la mujer pecadora, finalizó diciéndole: «Tu fe te ha salvado, vete en paz» [Lc 7, 50]. Por eso, yo les
digo a ustedes: ánimo!!! Adelante, dice el Señor, «Yo hago nuevas todas las cosas» [Ap 21, 5].
Finalmente, me despido. Le he pedido a las hermanas, si está dentro de sus posibilidades, que le hagan llegar
esta carta a ustedes. Recordaré en mi corazón el rostro de ustedes. Pídanle a Dios, en sus oraciones, por mí para
que donde tenga que estar, según su querer, allí pueda florecer y vivir en plenitud mi sacerdocio. Unidos en Jesús
nuestro único Señor y Salvador, el amigo de publicanos, pecadores y pobres, hasta reencontrarnos nuevamente
todos en la mesa del banquete del Reino.
Cálido abrazo, Dios las bendiga, Padre Darío
Guatemala, 18 de abril de 2018

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