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Para la libertad…

Esta página se refiere a la lectura de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11) proclamada en
la Misa del 20 de mayo, Solemnidad de Pentecostés.

…sangro, lucho, pervivo. Los versos de Miguel Hernández que musicalizó Joan Manuel Serrat nos
recuerdan uno de los anhelos más profundos del ser humano, que el arte ha expresado de
múltiples maneras: basta pensar en la escena de la muerte de William Wallace en Corazón Valiente,
o la célebre enseñanza que recibió Sancho Panza, narrada en el capítulo LVIII de la segunda parte
de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, y tantas veces reproducido: “La libertad, Sancho,
es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse
los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y
debe aventurar la vida”.
Celebrar Pentecostés es, para los cristianos, vivir la fiesta de la libertad. Jesús había dicho: “el
viento (o Espíritu, que son la misma palabra en hebreo) sopla donde quiere”. Y ese viento/Espíritu
sopló cincuenta días después de la Pascua, sacudiendo en el edificio las estructuras físicas, y
también las interiores entre todos los que estaban en la casa. La “parresía” (audacia, franqueza,
coraje) con que hablan los apóstoles después de Pentecostés es la experiencia que los lanza al
anuncio misionero; por eso escribirá más tarde san Pablo: “donde está el Espíritu del Señor, allí hay
libertad” (2Cor 3,17).
El psicólogo Viktor Frankl recuerda lo que él mismo vio en los campos de concentración: cómo
algunas personas, en ese ambiente extremo de hostilidad y depresión, eran capaces de tener una
actitud diferente, de preocuparse por los demás, de no dejarse condicionar por las circunstancias.
Él llama a esta capacidad la “libertad espiritual”, el último resquicio de dignidad: la capacidad de
elegir la actitud con la cual afrontar la vida. “Es esta libertad espiritual, que no se nos puede
arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito”, escribe Frankl.
Un recuerdo personal me viene a la mente en este momento: una vez fui a la parroquia María
Auxiliadora (Talleres Don Bosco), y pasé por el escritorio del párroco de aquel momento, el
recordado P. Mario Piaggio. Detrás de donde él se sentaba, junto a ese escritorio por el que
pasaban tantas personas en búsqueda del perdón de Dios, de orientación y de desahogo, había un
gran pizarrón, lleno de firmas y mensajes de los adolescentes de la parroquia. Y arriba, en letras
grandes, tres palabras escritas por Mario: “Libertad, libertad, orientales”.
La libertad espiritual, esa que nadie nos puede arrebatar, es un don del Espíritu Santo, y una tarea
para conquistar. Es también un bien a compartir: La Iglesia puede hoy decir, como Jesús, las
palabras de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí… Él me ha enviado para dar la libertad a los
oprimidos” (Is 61,1).

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