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Chris Harman, Mayo del 68: Cuando otro mundo fue posible

1968-2008: De la imaginación al poder, al poder de la imaginación

1. Introducción

2. El movimiento estudiantil en Francia

3. La dinámica de la rebelión estudiantil parisina

4. El mayo de las y los trabajadores

5. Un gobierno paralizado

6. Política en la huelga de masas

7. El desenlace

8. Las y los revolucionarios

9. El final amargo

10. Una oportunidad revolucionaria

Notas

Extraído del libro The fire last time: 1968 and after, Bookmarks 1998, segunda
edición.
2

1. Introducción
La historia no sigue una velocidad constante. Algunas veces, incluso los
cambios menores toman décadas o siglos. En otras ocasiones, pueden ocurrir
más cosas en una sola noche que en los diez años anteriores. Una de esas
noches fue la del 10-11 de mayo de 1968 en París.

Aquel viernes por la noche había comenzado con una gran manifestación de
estudiantes universitarios y de secundaria, la quinta en una semana. Su motivo
era el uso de policía para cerrar la universidad e impedir las protestas contra la
represión a estudiantes de la universidad situada en el suburbio de Nanterre. La
policía armada había atacado las manifestaciones previas usando porras, gases
lacrimógenos y arrestando a mucha gente. Los estudiantes habían comenzado a
contraatacar lanzando adoquines y construyendo barreras improvisadas con
señales de tráfico y vallas metálicas. Pero la manifestación de aquella noche era
pacífica.

Luego, alrededor de las diez en punto, los manifestantes descubrieron que la


policía había cortado su paso a través de los puentes del Sena. El objetivo de la
policía era contener la protesta en las calles aledañas al Boulevard Saint Michel.

Los estudiantes contrarrestaron las tácticas policiales creando un área


“liberada”, libre de policía, levantando barricadas en todas las calles contiguas
—a las señales de tráfico, vallas y adoquines se sumaron numerosos coches
volcados, material de obras cercanas, costales de cemento, compresores, rollos
de alambre y andamios.

Los habitantes de la Rue Gay Lussac y las calles cercanas mostraban su


simpatía con los estudiantes trayendo pan, chocolate y bebidas calientes.
Muchos jóvenes trabajadores se unieron a las barricadas, donde ondeaban
banderas rojas y negras.

El gobierno ordenó a miles de policías paramilitares del CRS entrar en acción a


eso de las dos en punto en la mañana. Empezó una cruel pelea callejera. Una y
otra vez la policía cargó contra las barricadas, disparando gases y granadas de
percusión, dando palizas a cualquiera —estudiante, trabajador o transeúnte—
que pasara cerca. Los manifestantes arrojaban a la policía todo lo que tenían a
mano —adoquines arrancados de la calle, botes de gas y granadas que aún no
habían estallado. Desde los balcones, la gente arrojaba agua sobre las calles
para remojar los vapores de los gases. Muchos de los coches volcados
comenzaron a arder. Una y otra vez la policía se veía forzada a detener su
ofensiva. Necesitaron cuatro horas para recobrar el control del área.

Aun así los manifestantes no estaban vencidos. Los líderes de las principales
federaciones sindicales habían estado reunidos toda la noche, escuchando
noticias de la manifestación por la radio. Cuando el nivel de la represión y la
lucha se esclareció, llamaron a un día de huelga general para el siguiente lunes,
13 de mayo.
3

Para intentar contener las protestas, el primer ministro, Pompidou, anunció que
la universidad se reabriría y que habría una “revisión” de los cargos en contra
de los arrestados. Más tarde, explicó que “prefería darle la Sorbona a los
estudiantes que verles tomarla por la fuerza”1. Pero ya era demasiado tarde.
Los estudiantes estaban decididas a ocupar la universidad en el mismo
momento en que abriera. Más importante aún, la huelga iba a ser la más
grande que Francia había vivido jamás, y en dos días habría trabajadores por
toda Francia ocupando las fábricas.

Lo que comenzó como una protesta estudiantil, en la “noche de las barricadas”,


lanzó a Francia hacia un enfrentamiento social enorme, con el gobierno
virtualmente paralizado durante tres semanas mientras la gente especulaba
acerca de si debía ser derribado de forma revolucionaria.

2. El movimiento estudiantil en Francia


El movimiento estudiantil parisino, en sí mismo, no era muy distinto a los
movimientos en Berkeley, Columbia, Berlín, las ciudades italianas o la London
School of Economics. Hasta principios de mayo era considerablemente más
pequeño que la mayor parte de éstos.

En Francia existía un movimiento estudiantil de clase a finales de los ‘50 y


principios de los ‘60, en contra de la guerra argelina. El prospecto de
conscripción, por un lado, y el horror por la escalada de represión del ejército
francés en Algeria, por la otra parte, llevó a muchos estudiantes a alinearse con
la oposición socialista de izquierdas a la guerra. Algo así como la mitad de los
estudiantes se identificaba con el sindicato estudiantil nacional, UNEF, que
estaba al frente de la lucha contra la guerra. Pero cuando la guerra acabó en
1962, también lo hizo el ímpetu de politización de los estudiantes. UNEF se vino
abajo, asediado por las crisis de liderazgo y los profundos problemas
financieros. A principios de 1968 no representaba a más de 80.000 de los
550.000 estudiantes del país; se había convertido en una organización donde
una pequeña capa concienciada de estudiantes mayores y antiguos alumnos
discutían entre sí, mientras la mayoría de sus miembros permanecían al
margen2.

Las actividades estudiantiles de inspiración izquierdista en los primeros cuatro


meses de 1968 operaban a una escala más pequeña que en Italia, Alemania
Occidental o incluso Gran Bretaña. La manifestación del 21 de febrero en apoyo
de las fuerzas de liberación nacional en Vietnam fue más pequeña y
considerablemente menos combativa que la misma en Londres el 17 de marzo.
Sólo 2.000 personas se unieron a la protesta del 11 de abril convocada por
distintas organizaciones de izquierdas después del intento frustrado de
asesinato del líder estudiantil alemán Rudi Dutschke.

La cuna de un nuevo movimiento estudiantil de masas fue Nanterre, un campus


nuevo construido a las afueras de París para acomodar el creciente y rápido
4

ingreso de estudiantes en la universidad. Las primeras luchas estudiantiles


relativamente no políticas, tuvieron lugar sobre las condiciones en que los
estudiantes se veían forzados a vivir y trabajar. El campus estaba tratando de
absorber más estudiantes de los que podían cubrir sus capacidades; el 80 por
ciento de estudiantes de lengua, por ejemplo, raras veces tenía acceso a un
laboratorio de idiomas. La situación de Nanterre en los remotos suburbios
significaba que los estudiantes tenían grandes dificultades para acceder a las
actividades culturales y de ocio de la ciudad. Para colmo, las autoridades
universitarias impusieron mezquinas restricciones autoritarias a los estudiantes
que vivían en las instalaciones universitarias, como prohibir a los hombres ir a
visitar las residencias de mujeres.

En marzo de 1967, grupos de estudiantes participaron en “invasiones” pacíficas


a las residencias de mujeres. En noviembre, 10.000 estudiantes se unieron a la
huelga sobre las condiciones del campus, la cual acabó cuando se estableció
una “comisión paritaria” para estudiar los problemas. En marzo y abril,
estudiantes de psicología y sociología votaron por boicotear a sus
examinadores. Los estudiantes políticamente concienciados, de afiliación
anarquista, trotskista o maoísta, desempeñaron un papel importante en estos
“movimientos de masas”, sacando a flote cuestiones más generales. Por
ejemplo, en marzo de 1967 se celebró una conferencia sobre “Wilhelm Reich y
la sexualidad”, y un año más tarde había discusiones sobre la sociología como
una “ideología” que debía ser condenada3.

Pero los estudiantes politizados eran poco numerosos. El 22 de marzo de 1968,


una reunión en protesta por el hostigamiento de la policía a los manifestantes
contra la guerra de Vietnam votó por ocupar el edificio de gerencia por la
noche: de 12.000 estudiantes del campus, sólo 142 participaron en la
ocupación4. Una descripción del acontecimiento explica que:

La atmósfera es extraña. Jovial y seria al mismo tiempo. En una esquina un


joven barbudo toca una guitarra. Le hacen callarse mientras el debate se
calienta. De vez en cuando alguien trae una caja con bocadillos y botellas de
cerveza...

Los debates tratan de la universidad crítica, la lucha antiimperialista, el


capitalismo hoy. Buscan formas de arrojar luz sobre las estructuras represivas
del estado burgués, para situaciones a las que se verán expuestos, una forma
de actuar como “detonador”. También plantean la pregunta de cómo las luchas
de los estudiantes pueden conectarse a las luchas de los trabajadores, cómo
convertir la protesta presente en contra de la represión policial en una
contestación permanente5.

Esta minoría, bautizada a sí misma como el “Movimiento 22 de Marzo”, convocó


otro día de ocupación, destinado como “un día de debate antiimperialista”, para
el siguiente viernes 29 de marzo. Esa semana se dedicó a recoger apoyos, con
folletos y carteles, eslóganes pintados en las paredes e intervenciones en las
conferencias. A estas alturas, los activistas afirmaban que “había un foco de
300 ‘extremistas’ capaces de congregar a 1.000 de los 12.000 estudiantes”6.
5

La reacción de las autoridades hacia esta pequeña minoría creó un amplio


apoyo entre los estudiantes “no politizados”. Mientras el ministro de educación,
Peyrefitte, y los medios de comunicación hablaban de enragés que
“aterrorizaban” a otros estudiantes, la gerencia universitaria cerró las aulas y la
biblioteca el 29-30 de marzo, utilizando a la policía y a la CRS. Ciertamente,
esto “enfureció” a una minoría de estudiantes —el martes siguiente 1.200
estudiantes ocuparon una de las salas de conferencias más grandes para llevar
adelante sus debates. Después de las vacaciones de Semana Santa la agitación
se reanudó. De nuevo fue la acción de las autoridades la que actuó como
catalizador. El Movimiento 22 de Marzo había anunciado a finales de abril que
organizaría otra jornada antiimperialista el 2-3 de mayo. Uno de los líderes del
movimiento, Daniel Cohn-Bendit, fue arrestado por la policía y retenido durante
12 horas después de que un estudiante de extrema derecha le acusara de
asalto. Él y otros siete estudiantes fueron llamados a comparecer ante las
autoridades universitarias por distribuir folletos —y las aulas y la biblioteca en
Nanterre quedaron otra vez completamente cerradas y selladas por la policía. El
director del campus se quejó de “una atmósfera extraña en la facultad [...] una
auténtica psicosis de guerra”7.

Incluso entonces la participación activa en el movimiento estudiantil no era alta.


Menos de 400 estudiantes de Nanterre fueron a la Sorbona, la parte principal
de la universidad en el corazón del quinto distrito parisino, para protestar por
las audiencias disciplinarias.

Fue allí donde el rector y el ministro de educación provocaron una escalada


decisiva del enfrentamiento. Anunciaron que clausuraban toda la Universidad de
París, mientras enviaban adentro a la policía para ocuparse de la protesta. La
policía, con equipamiento antidisturbios, rodeó la Sorbona y ordenó el desalojo
de los protestantes. Cuando empezaron a salir pacíficamente en grupos de 25,
a eso de las 5 de la tarde, más de 500 fueron arrestados.

La represión de la policía logró lo que los propios activistas fueron incapaces de


conseguir: otros estudiantes comenzaron a unirse a las protestas. El ciclo de
represión y manifestación había comenzado:

Se formaron reuniones espontáneas en la Place de la Sorbonne, la Rue Des


Ecoles, el Boulevard Saint Michel. Algunas personas gritaban eslóganes,
repetidos y magnificados por la multitud8.

Pronto entre 2.000 y 3.000 estudiantes se congregaron alrededor del cordón


policial. La policía respondió disponiéndose a “despejar” las calles —lanzándose
agresivamente con sus porras sobre todo aquel que pareciera estudiante y
disparando gases sobre cualquier grupo. Algunos estudiantes comenzaron a
contraatacar levantando adoquines. La idea tuvo éxito. La policía necesitó
aproximadamente cuatro horas para obtener el control del área, hiriendo a 100
protestantes y transeúntes durante el proceso.
6

La escalada de la represión horrorizó incluso a quienes se habían mostrado


hostiles e indiferentes hacia la minoría activista estudiantil. La UNEF y el
sindicato de profesores “progresistas”, el SNE Sup, convocaron huelgas y
manifestaciones para el lunes siguiente. Decenas de miles respondieron a la
convocatoria en universidades a lo largo de todo el país. En París se
distribuyeron 100.000 octavillas y 30.000 estudiantes, alumnos de las escuelas
de secundaria y profesores tomaron parte en la manifestación. Su objetivo era
avanzar hacia la Sorbona. Las autoridades estaban decididas a no permitirlo. El
área se inundó de policías y CRS para detenerlos.

Los primeros manifestantes marcharon alrededor del área, sumando apoyos


hasta que fueron cerca de 6.000, entonces trataron de pasar por el cordón
policial hacia la universidad. En la Rue Saint Jacques la policía cargó:

Cuando la policía está aún más violenta, los estudiantes son más audaces. Es
una escalada. Cada ataque causa un contraataque, cada método represivo
produce nuevas formas de defensa. Cada hombre o mujer joven en primera
línea aprende una forma diferente de tratar con el gas lacrimógeno —desde el
simple pañuelo, al uso de agua o limón, hasta la compra de gafas del esquí9.

Entre tanto, miles de manifestantes más se reunían en respuesta a la


convocatoria de la UNEF en una estación de metro cercana. Quienes luchaban
contra la policía se retiraron para unirse a ellos. Entonces marcharon juntos de
nuevo hacia la Sorbona. El enfrentamiento se reanudó a una escala aún mayor.
Al final de la noche, 739 manifestantes estaban heridos seriamente, lo
suficiente como para necesitar tratamiento hospitalario.

En este momento, la lucha en el Barrio Latino había comenzado a dominar las


noticias. Aunque la radio estatal ORTF y los canales de televisión tenían
órdenes de ignorar las protestas, estaciones de radio privadas como Radio
Luxembourg realizaban informes cada hora. Los tres individuos que emergieron
como “portavoces” del movimiento —Dany Cohn-Bendit, Jacques Sauvegeot,
como presidente de la UNEF, y Alain Geismar, secretaria general de SNE Sup—
se convirtieron en personajes célebres de la radio. Y el movimiento estudiantil
comenzó, por primera vez, a recibir apoyos de los jóvenes trabajadores:

La importancia de las manifestaciones del 6 de mayo no debe ser subestimada.


Se lanzaron dos veces contra las fuerzas policiales, infligiéndoles 345 heridos. El
vigor y poder de las manifestaciones estudiantiles debieron ejercitar una
influencia en la clase trabajadora y la juventud.

Los trabajadores tenían una vaga imagen de los estudiantes promovida por los
burócratas del movimiento obrero. A sus ojos los estudiantes eran simplemente
“hijos de papá” y sus travesuras no evitarían su entrada al campo de los
explotadores. En la tarde del 6 de mayo esta caricatura desapareció. Las fotos
de las peleas y las historias de las batallas creaban admiración entre los
trabajadores10.
7

El siguiente martes y el miércoles vieron más manifestaciones masivas. La del


martes fue un masivo despliegue de fuerza, con 50.000 manifestantes con los
brazos entrelazados a través de las calles, que zigzaguearon 20 millas a través
de París lanzando consignas y cantando la Internacional fuera de los centros de
poder del gobierno. Esa noche hubo más enfrentamientos pero no del mismo
nivel de antes.

Por entonces, un número considerable de jóvenes trabajadores se había


involucrado junto a los estudiantes. Por toda Francia los estudiantes
secundaban la huelga —incluyendo a estudiantes de facultades previamente
dominadas por la derecha como derecho y medicina. Sus demandas se
centraban en el fin de la represión contra los estudiantes parisinos, pero
ampliadas para afrontar la cuestión de las condiciones en las universidades.

Aún a estas alturas el movimiento no era imparable. Esto se pudo comprobar


en la manifestación del miércoles 8 de mayo.

Por primera vez, los líderes de los sindicatos de París y políticos izquierdistas
locales aparecieron al principio de la manifestación de las 6 de la tarde. Pero su
objetivo era reducir la manifestación al nivel de rutina, una protesta ritual.
Cuando la policía finalmente bloqueó el camino a las 8 de la tarde, los
entusiastas delegados, para no ofender a sus nuevos aliados, ordenaron una
tranquila dispersión.

Los activistas de las noches previas sufrieron una aguda desmoralización:

Los militantes tuvieron la impresión de que todo había acabado. A sus ojos el
movimiento había sufrido una derrota irreversible. Justamente había estado
quebrado por la maquinaria sindical11.

Un activista, antiguo líder de la UNEF, dijo en una reunión al día siguiente:

Afortunadamente para nosotros, el gobierno no se retiró ayer por la noche,


pues en ese caso nos habríamos retirado también. A pesar de su extraordinaria
aptitud de combate, el movimiento ha mostrado lo vulnerable que es.

Pero el gobierno no se retiró. Los ministros que querían hacer concesiones


fueron prevenidos de hacerlo por el propio General de Gaulle12. El gobierno
continuó con su postura represiva, sentando las bases para la “noche de las
barricadas” dos días más tarde.

3. La dinámica de la rebelión estudiantil


parisina
Hasta ahora he enfatizado lo cercana que estaba la dinámica de la rebelión
estudiantil con la de otros países. Había una profunda alienación entre la
creciente masa de estudiantes no politizados y una pequeña minoría que se
identificaba ambiguamente con ideas socialistas revolucionarias. Luego, la
8

represión provocó que una sección creciente de estudiantes entrara en acción


junto a la minoría y escuchara sus ideas. Las personas capaces de articular las
aspiraciones de la mayoría en términos vagamente revolucionarios se
convirtieron, en cuestión de días, en figuras ampliamente conocidas.

Pero el movimiento en París alcanzó un nivel y tuvo un impacto más grande


que cualquiera de los demás movimientos. Para saber por qué, hay que
considerar ciertas peculiaridades del desarrollo de la sociedad francesa.

Francia está considerada normalmente como una sociedad capitalista avanzada


de Occidente. Sin embargo, bajo De Gaulle había adoptado parte de las
características autoritarias que usualmente se asociaban con los capitalismos
menos desarrollados de la Europa mediterránea. De Gaulle, que llegó al poder
el 13 de mayo de 1958 para prevenir un revés del ejército francés en Algeria,
había intentado satisfacer las metas del capitalismo francés a largo plazo,
pasando por encima de los intereses particulares que había adoptado la clase
dirigente. Si, entre 1947 y 1958, los representantes de las organizaciones de la
clase trabajadora habían sido virtualmente excluidos de la influencia política,
bajo De Gaulle los partidos tradicionales de la burguesía y la pequeña burguesía
también quedaron excluidos. El poder se concentró en manos de un hombre
que creía entender intuitivamente lo que era necesario hacer en interés del
conjunto de la clase dirigente.

No era ninguna aberración. Concordaba con las necesidades del capitalismo


francés. Era acertado para un acuerdo racional negociado en la guerra colonial
en Algeria. Era válido también para la modernización del capitalismo francés
necesaria para afrontar el desafío de la competencia internacional, aun si esto
significaba lastimar tanto las secciones individuales de capital como la masa de
votantes de la pequeña burguesía. De Gaulle pudo acabar con una costosa
guerra imposible de ganar, aumentar la competitividad de la industria francesa
y elevar la tasa de acumulación de capital en Francia en más de una tercera
parte, hasta el 26% del producto nacional bruto. Éstos no eran logros medios
en términos capitalistas; simplemente contrastémoslo con los fracasos de los
gobiernos Macmillan y Wilson en Gran Bretaña en el mismo período13.

Pero había un precio doble a pagar.

Por un lado, la clase trabajadora en Francia estaba más alienada de la sociedad


que en Gran Bretaña, Alemania o Escandinavia. “En 1966 los trabajadores
industriales franceses eran los segundos peor pagados en el mercado común y
trabajaban jornadas más largas. También eran los que pagaban los impuestos
más altos”14.

La misma “austeridad” tuvo su impacto en las universidades. La cantidad de


estudiantes se expandió en un esfuerzo por adecuarse a las necesidades
tecnológicas del capitalismo moderno, tanto en Francia como en otros lugares.
Se pasó de 200.000 estudiantes en 1960 a 550.000 en 1968. Pero no hubo una
provisión material suficiente para hacer frente a tal aumento, como sí la había
9

en Alemania, Gran Bretaña o EEUU. Las facultades que rápidamente se


expandían estaban faltas de personal y superpobladas, mientras tres quintas
partes de los estudiantes fracasaban a la hora de completar sus cursos.

Por otra parte, el carácter autoritario del régimen gaullista significaba que había
menos estructuras intermediarias entre quienes tenían poder y los que no. Los
sueldos y las políticas laborales se impusieron sin consultar con las burocracias
de los principales sindicatos. Se negó cualquier comentario de los
representantes parlamentarios durante meses, en un momento en que el
gobierno actuaba por decreto. Las radios y televisiones estatales estaban
abiertamente sometidas al control político. En la enseñanza superior, los
rectores y los decanos eran poco más que cifras, dependientes de confirmación
ministerial —una situación aún más perversa desde que todo el mundo supo
que los mismos ministros estaban profundamente divididos sobre cómo
modernizar las universidades.

Así, sólo había una forma de hacer frente al descontento popular ante la falta
de estructuras intermediarias que pudieran persuadir a la gente a abandonar
sus luchas: recurrir rápidamente a la fuerza. Mientras en Gran Bretaña,
Alemania Occidental o Escandinavia, el uso de la policía fue raras veces una
característica central de la disputa industrial en los ‘60, en Francia jugó un
papel central para garantizar esa alienación de la sociedad existente, que no
encontraba ninguna expresión exitosa en la acción sindical.

En el año previo a la emergencia del movimiento estudiantil, las actuaciones


policiales se habían vuelto progresivamente comunes. En Berliet Lyons, en
Rhodiaceta Bersancon, en Le Tripula, los trabajadores en huelga fueron
atacados por la CRS. El enfrentamiento más violento se llevó a cabo en la
planta de camiones Saviem en Caen en enero de 1968, cuando los huelguistas
organizaron una manifestación de protesta después de que 400 CRS llegaran a
los piquetes de la fábrica sobre las 4 de la madrugada. La policía atacó la
manifestación mientras ésta entraba en Caen, dándole una paliza a los
trabajadores. Diez de ellos fueron heridos. Dos días más tarde, los trabajadores
tomaron las calles otra vez, apoyados por huelguistas de otras cuatro fábricas y
por estudiantes locales. Esta vez los jóvenes trabajadores ignoraron la llamada
a la “moderación” de los líderes sindicales, quebrada con botellas, piedras y
bombas de gasolina. El centro del pueblo fue un campo de batalla hasta bien
entrada la noche15.

Había una estrategia simple detrás del uso policial por parte del gobierno. La
racionalización obligada de la industria francesa aumentaba el desempleo. Los
patrones sentían que la oposición intransigente a las demandas de los
trabajadores acompañada por la represión policial rápidamente quebrantaría
cualquier resistencia de la clase trabajadora.

A principios de mayo de 1968 parecía que estaban en lo correcto. El nivel de la


lucha de clases había aumentado en 1967 y en los primeros meses de 1968,
10

pero las huelgas y cierres de esos meses acabaron casi todos en victoria para
los patrones.

No era sorprendente que el gobierno decidiera usar contra los estudiantes los
mismos métodos que habían sido tan exitosos contra los grupos de
trabajadores que intentaron contraatacar.

Tampoco resultó sorprendente cuando, enfrentados a la represión de la fuerza


policial con tal nivel de brutalidad, los estudiantes se defendieron, y al hacerlo
se convirtieron en un foco de atracción para los trabajadores que querían hacer
lo mismo. Las mismas estructuras que habían hecho al régimen gaullista tan
exitoso desde un punto de vista capitalista, garantizaron que las protestas de
los estudiantes tuvieran un impacto mayor que en otros países.

Pero ¿por qué los estudiantes pudieron alcanzar el éxito donde los grupos de
trabajadores y trabajadoras no lo habían hecho?

Aquí tres factores tienen importancia. Primero, la gran centralización de la


sociedad francesa encontró una expresión en la centralización de su sistema
universitario; no había menos de 200.000 estudiantes en el área de París, con
muchas de las facultades concentradas en un área relativamente pequeña de la
Rive Gauche. Aun si, como Dany Cohn-Bendit explicó en su momento, sólo una
minoría de aproximadamente 30.000 estudiantes tomó parte en las
manifestaciones, ésta representaba un gran número de jóvenes listos noche
tras noche para enfrentarse a la policía.

En segundo lugar, el origen relativamente privilegiado de los estudiantes —sólo


un 10% provenía de familias de clase trabajadora manual— implicaba que la
represión en su contra horrorizara a una sección significativa de la clase media;
eran sus hijas e hijos los que estaban siendo apaleados. El gobierno encontró
dificultades para continuar por el camino de la represión cuando se enfrentó a
la oposición de la clase media y de la clase trabajadora.

En tercer lugar, cuando el movimiento de los trabajadores se había desarrollado


en el pasado pudiendo abatir al régimen gaullista, como en la huelga minera de
1963, el profundo inmovilismo sindical y del oficialismo de Partido Comunista
siempre los había detenido. La naturaleza transitoria de la población estudiantil
significaba que no estaba tan agobiada por una enraizada organización
burocrática. Las organizaciones sindicales estudiantiles, especialmente la UNEF,
eran menos rígidas y estaban más sujetas a las presiones desde abajo que los
sindicatos, donde burócratas que habían mantenido su posición durante 20 ó 30
años tenían miedo de cualquier cosa que pudiera disturbar sus relaciones
establecidas con la sociedad.

4. El mayo de los trabajadores


La manifestación a través de París el 13 de mayo de 1968 fue la más grande
que se había visto en la ciudad desde la liberación de la ocupación nazi en
11

1944. Centenares de miles de sindicalistas con pancartas hechas en fábricas y


en agrupaciones sindicales locales se unieron a las decenas de miles de
estudiantes universitarios y de secundaria cargados con las mismas banderas
rojas y negras bajo las que habían luchado en las barricadas dos noches antes.
Delante de toda la manifestación había una pancarta que decía, “estudiantes,
maestros, trabajadores -solidaridad”. Detrás de ella, los líderes estudiantiles
Cohn-Bendit, Geismar y Sauvegeot marchaban hombro con hombro con los
secretarios generales de las principales federaciones sindicales, Seguy y
Jeanson. Una y otra vez resonaban los cánticos: “liberad a nuestros
camaradas”, “la victoria está en las calles”, “adiós De Gaulle” y “diez años son
suficientes”, señalando la extraña coincidencia con que ese día marcaba el
aniversario exacto de la llegada de De Gaulle al poder.

El gobierno supuso que la manifestación señalaría el fin de la agitación


estudiantil. Cuidadosamente, apartó a la policía del camino, por lo que no
habría más peleas alrededor de las barricadas. Pero no impidió que los
estudiantes ocuparan la Sorbona esa tarde e izaran la bandera roja en el
tejado.

Los líderes sindicales también pensaban que sería el final. La federación sindical
más grande, la CGT, y el Partido Comunista que la dominaba se habían opuesto
a la agitación estudiantil iniciada en Nanterre. El delegado del Partido
Comunista, Georges Marchais, denunció los primeros enfrentamientos en París
como el trabajo de “grupúsculos” de “ultraizquierdistas” liderados por “el
anarquista alemán Cohn-Bendit”:

Estos falsos revolucionarios deben ser enérgicamente desenmascarados


porque, objetivamente, sirven a los intereses de los grandes monopolios
capitalistas y el poder gaullista [...] En la mayoría de los casos son hijos de
ricos burgueses [...] que rápidamente desactivarán su fogosidad revolucionaria
y volverán para mantener la empresa de papá16.

Al principio, esta actitud no conllevó problemas al Partido Comunista ni a la


CGT, excepto entre los estudiantes. Poca gente fuera de las universidades y del
Barrio Latino entendía lo que estaba ocurriendo.

El día después de los primeros enfrentamientos los estudiantes estaban solos.


La opinión pública se opuso a su rebelión, sin comprender las razones para la
violencia17. Pero después del segundo día de lucha, el 5 de mayo, las actitudes
comenzaron a cambiar. Un joven delegado sindical de una fábrica de
electricidad explicó cómo:

El segundo o tercer día, la gente empezó a ser favorable a los estudiantes, pero
sin comprender muy bien la razón de su rebelión18.

Un líder de los Jóvenes Comunistas en París dijo después:

Tuve dificultad para detener a los muchachos. Una simple palabra del partido y
ellos se habrían lanzado al Barrio Latino. Las autoridades nunca vinieron, pero
12

algunos camaradas asistían igualmente y se manifestaban con cascos


protectores19.

Otro activista comunista presentaba un cuadro similar:

Los días de las grandes manifestaciones, había una verdadera crisis de


ausentismo entre los militantes. Afirmaban que estaban enfermos, tomándolo
como excusa no sólo ante la gerencia, también ante los líderes del partido20.

Esta presión desde abajo forzó al partido y a los líderes sindicales a cambiar su
posición. Para el 6 de mayo, el periódico comunista L’Humanité denunciaba la
represión al movimiento estudiantil, aunque se apresuró a añadir que “la
ultraizquierda y los fascistas están haciendo el trabajo del gobierno”21. Dos días
más tarde, la CGT se unió a la otra federación principal, la CFDT, para declarar
su solidaridad con los estudiantes.

Pero el objetivo de esta “solidaridad” no era extender la lucha de los


estudiantes hacia otras partes de la sociedad francesa, sino más bien
tranquilizar a los alborotados activistas de base del partido y del sindicato, así
como mostrar al gobierno que la CGT era una fuerza a tener en cuenta de cara
a las negociaciones.

André Barjonet, líder de la CGT, dijo el 13 de mayo acerca de la manifestación


que “la CGT pensaba que todo se detendría allí, que habría un buen día de
huelgas y una buena manifestación”22. Y un historiador del comunismo francés,
que en general defiende la actuación de la CGT en mayo de 1968, escribió que
“la CGT esperaba ahogar la rebelión estudiantil en una acción mayor en la que
la CGT jugaría un papel determinante”23.

La actitud de la segunda federación sindical más grande, la CFDT, no fue tan


distinta. Aunque apoyó a los estudiantes antes que la CGT, su presidente, Ande
Jeanson, ha admitido que, “para muchos de los organizadores de la
manifestación, ésta marcaba el final de los acontecimientos”24.

La manifestación se dispersó pacíficamente. Los estudiantes se marcharon a las


universidades ocupadas en el Barrio Latino, donde no se podía ver a ningún
policía. Los trabajadores entraron en sus autobuses y sus coches y regresaron a
los suburbios de la clase trabajadora, donde se levantaron con normalidad al
día siguiente. Eso parecía.

Sin embargo, los trabajadores de Sud Aviation en Nantes, en la Francia


occidental, venían manteniendo semanalmente 15 minutos de paros todos los
martes. Exigían una reducción del tiempo de trabajo, resultado de una escasez
de pedidos que no debería conducir a un recorte en los sueldos. No era
diferente a muchas otras acciones sindicales defensivas y normalmente
infructuosas del año anterior. Era de esperar que los paros de 15 minutos
eventualmente disminuyeran, con una amarga pero desmoralizada fuerza de
trabajo sometiéndose a la gerencia.
13

Pero ese martes los jóvenes trabajadores de una de las secciones rehusaron
regresar al trabajo cuando terminaron los 15 minutos. En lugar de eso,
marcharon alrededor de la planta recaudando apoyos de otros trabajadores, y
bloquearon al gerente en su propia oficina. Esa noche 2.000 trabajadores
bloquearon la fábrica con barricadas.

Para los líderes estatales de los sindicatos, Nantes era simplemente una
aberración local. El área no representaba ningún bastión tradicional y
disciplinado del movimiento sindical, y era bien sabido que en la planta de Sud
Aviation había trotskistas y anarquistas activos. La ocupación mereció sólo siete
líneas en una página interior de L’Humanité25.

La planta de cajas de cambio de Renault en Cleon, cerca de Rouen, era una


fábrica relativamente nueva que había reclutado a jóvenes trabajadores, a
menudo procedentes del campo, con poca tradición de militancia. Sólo
aproximadamente la tercera parte de la fuerza de trabajo había secundado la
huelga general del 13 de mayo. Pero los trabajadores habían participado en
una de las muchas luchas defensivas del año anterior. Como un joven
trabajador explicaba:

Cuando leímos los reportajes [de la manifestación] en la prensa al día siguiente,


sentimos un poco de vergüenza. Todo el mundo había actuado excepto
nosotros. Quisimos reparar el desagravio a la primera oportunidad26.

Esa oportunidad llegó el miércoles. Ese día, la CGT y la CFDT habían convocado
protestas a escala nacional sobre los cambios en la regulación de la seguridad
social. En la mayor parte de Francia las acciones de protesta fueron
escasamente apoyadas —los trabajadores sentían que la huelga del lunes había
sido suficiente para una semana27. Pero los trabajadores de Cleon decidieron
prolongar el paro de una hora previsto durante 30 minutos más para protestar
por los contratos de corta duración que tenían muchas y muchos trabajadores.
La planta entera se detuvo:

Al mediodía los trabajadores se enteraron de la ocupación de Sud Aviation en


Nantes. Al volver al trabajo hablaban de eso en las tiendas. Luego, bajo la
presión de los jóvenes trabajadores, se organizó una manifestación. Los 200
jóvenes trabajadores que coreaban eslóganes en la cabecera la condujeron
hacia las ventanas de las oficinas administrativas. Demandaron al director una
reunión con algunos delegados. Éste la rehusó. Por lo que los trabajadores
obstruyeron las entradas de las oficinas para mantener a la gerencia adentro.
Así es como empezó la ocupación en Cleon. Las nuevas huelgas eran eufóricas.
No más jefes, no más acoso, libertad total. Los delegados sindicales sólo podían
controlar la situación con dificultad, estableciendo un sistema de cordones de
seguridad, protegiendo las máquinas y redactando una lista de demandas28.

Al día siguiente, docenas de fábricas estaban ocupadas —Lockheed en Beauvais


y Orléans, Renault en Flins y Le Mans:
14

Las industrias más afectadas por la crisis [económica] de 1967-8 y más


sensibles a la competencia europea e internacional fueron los objetivos. La
acción comenzó por las largas jornadas laborales, asuntos no resueltos,
usualmente locales, sobre los cuales los sindicatos habían estado agitando
durante algún tiempo. Los jóvenes, a menudo trabajadores no sindicados,
iniciaron y extendieron el movimiento. Una vez que la acción había comenzado
chocó con la respuesta intransigente de los patrones que había caracterizado la
época reciente. En el contexto cambiante de mayo, sin embargo, tal respuesta
enardeció el conflicto en vez de intimidarlo.

El resultado fue una explosión de lucha laboral que, durante más o menos dos
días, cogió a los sindicatos por sorpresa29.

A las cinco de aquella tarde, Renault Billancourt, tradicionalmente la fábrica


más influyente del área de París, fue ocupada. Ahora, cerca de 80.000
trabajadores estaban involucrados y cada boletín informativo de la radio
hablaba de nuevas fábricas ocupadas. Para el viernes las ocupaciones de los
trabajadores habían tomado todas las plantas de Renault, casi toda la industria
aeroespacial, toda Rhodiaceta, y se propagaban a través de la industria
metalúrgica de París y Normandía y los astilleros del oeste. Esa noche, una
semana después de la noche de las barricadas, los trabajadores ferroviarios
comenzaron a ocupar las estaciones y patios de maniobras, asegurando así que
el movimiento continuara durante el fin de semana. Para el lunes las huelgas se
habían extendido a las compañías de seguros, las grandes tiendas, los bancos y
las imprentas —donde los sindicatos decidieron permitir la impresión de diarios
pero no de publicaciones periódicas. En dos o tres días, entre nueve y diez
millones de personas estaban en huelga.

La transformación del movimiento estudiantil en un movimiento huelguístico de


trabajadores y trabajadoras asombró a casi a todos los observadores. Un líder
de la CFDT dijo más tarde:

No creía en un “trabajador” doblándose a la agitación estudiantil. Pero era


lógico. Póngase en la piel de nuestros muchachos. En pocos días aprendieron
muchas cosas.

Ante todo, que la acción cuenta. Nadie solía hablar de los problemas de la
universidad, ahora todo el mundo lo hace [...] Nadie pensaba que “el viejo
hombre” [De Gaulle] acabaría vencido en las calles. “El viejo hombre” no dijo
nada, Pompidou cedió y los estudiantes ocuparon la Sorbona. Por encima de
todo estaba el poder de la manifestación del 13 de mayo: no había habido nada
igual desde la Liberación [...] la gente nunca se había imaginado a sí misma tan
poderosa.

Todas las barreras que el gobierno había erigido en contra de las huelgas
habían sido quebradas. Un empleado del gobierno debía avisar con cinco días
de antelación antes de declararse en huelga. Los maestros que se habían
declarado en huelga sin hacer ninguna advertencia no fueron despedidos. Los
trabajadores de correos se declararon en huelga el 13 de mayo sin previo aviso.
15

El gobierno era incapaz de hacer respetar sus leyes [...] En ciertas partes del
sector privado, los jefes habían amenazado con que “lo del 13 de mayo es una
huelga política. Si tomáis parte seréis despedidos”. La gente se declaró
igualmente en huelga. No hubo despidos. Los patrones tenían miedo de las
consecuencias [...]

El resultado fue que los trabajadores descubrieron que luchar era posible y que
cuando luchas bien, no sólo hay la posibilidad de ganar, sino que los riesgos
que implica son bastante pequeños [...] De ahí a la acción para resolver los
viejos problemas sólo había un pequeño paso30.

5. Un gobierno paralizado
Francia preparaba el terreno de una huelga general. No había trenes, ninguno
de los autobuses, ningún banco abierto y ninguno de los servicios de correos.
Pronto hubo una escasez aguda de gasolina. En todas partes las fábricas
estaban ocupadas o cerradas con puntiagudas estacas en las entradas. El
movimiento huelguístico no estaba únicamente confinado en las industrias
tradicionales: hospitales, museos, estudios cinematográficos, teatros e incluso
el Folies Bergère estaban afectados. Para el 25 de mayo no había servicio
habitual de TV: los periodistas y el personal de la producción salieron a la calle
en señal de protesta por la censura del gobierno en las noticias del movimiento
huelguístico. La acción combinada de trabajadores y estudiantes había
generado una importante fuerza atractiva para otros campos de “contestación”
social —desafiando a las autoridades establecidas— que surgía entre las clases
medias profesionales: los arquitectos disidentes ocuparon las oficinas de la
asociación que regulaba su profesión, las reuniones de estadistas y técnicos del
gobierno publicaron manifiestos denunciando el uso de sus habilidades “por el
capitalismo en interés de las ganancias”31; los estudiantes de medicina
(previamente un bastión de la derecha estudiantil) y los jóvenes doctores se
unieron a los movimientos declarando el final de la vieja organización jerárquica
de los hospitales. Los estudiantes de arte y los pintores asumieron el control de
la Escuela de Bellas Artes y la convirtieron en un centro para la producción
colectiva de miles de pósteres de apoyo al movimiento. Directores de cine se
retiraban del Festival de Cannes por “competitivo”, mientras discutían cómo
rescatar la industria del cine del afán de lucro y los monopolios. Los futbolistas
profesionales ocuparon la sede de la Federación de Fútbol.

La “moderada” organización de agricultores FNSEA tenía previstas protestas


contra los precios agrícolas en el Mercado Común para la última semana de
mayo, y estaba dispuesta a aprovecharse de la debilidad del gobierno para
aumentar la acción. El gobierno todavía podía confiar en el apoyo político de los
líderes agrícolas, pero cada vez había una mayor presencia de MODEF, de
influencia comunista, en las manifestaciones campesinas. En el oeste
especialmente, las organizaciones de jóvenes campesinos declararon su
solidaridad con las y los trabajadores y estudiantes. Y los campesinos que se
manifestaron en Nantes y Rennes el 24 de mayo fraternizaron con los
trabajadores en huelga.
16

Esto no significa que nadie en Francia respaldara al gobierno. Los indicios


sugieren que la masa de pequeños tenderos y los hombres de negocios lo
hacían, así como los más viejos y prósperos agricultores. Entre los y las
huelguistas había también quienes toleraban pasivamente las huelgas,
esperando que condujeran a salarios más altos, pero sin abandonar sus ideas
gaullistas o de derechas.

Estos grupos, conjuntamente con los más ricos, incluso podían ser una mayoría
de la población. Sin embargo, del 15 al 29 mayo no tenían ningún impacto. El
gobierno estaba cada vez más aislado y aparentemente bloqueado en un
callejón sin salida.

Tenía, eso es cierto, a las Fuerzas Armadas y la policía. Pero ¿hasta dónde
podía confiar en ellos si había una confrontación general con las masas
trabajadoras? De los 168.000 soldados, 120.000 eran conscriptos, y algunos
mostraban abiertamente su simpatía con los huelguistas. El periódico semanal
de izquierda Nouvel Observateur reportó que después de que el Quinto Ejército
fuera puesto en guardia para romper la huelga, “se crearon comités para
volverse en contra de sus superiores y sabotear el transporte y los carros
blindados”32.

La policía —o por lo menos el núcleo duro de los 13.500 CRS y los 61.000
gendarmes— parecían más fiables. Los que tenían cualquier tipo de ideas de
izquierdas habían sido purgados en los años ‘40 y ‘50, y en las fuerzas
abundaban las ideas racistas y anticomunistas. Pero esto no los preparaba para
una situación en la cual eran universalmente impopulares en la clase obrera y
en algunos barrios de clase media: individualmente, los policías se quejaban por
tener que esconder sus cascos y sus distintivos al acabar el servicio para evitar
meterse en discusiones desagradables. Y aún más, la policía, a pesar de sus
ideas de derechas, tenía sus propios sindicatos y muchos se consideraban a sí
mismos como “buenos” sindicalistas.

Finalmente, el propio comportamiento del gobierno causó un enorme


resentimiento entre la policía. El gobierno les había ordenado atacar las
manifestaciones estudiantiles, pero sin embargo el primer ministro Pompidou
había cedido a las demandas de los estudiantes, dejando entrever que la policía
era la única responsable de la represión. El 13 de mayo, un sindicato policial
denunciaba que el gobierno les había usado para suprimir a los estudiantes,
para cambiar después de dirección y querer dialogar. El sindicato se preguntaba
¿por qué no había dicho eso antes?33. Dos días más tarde el secretario del
Sindicato Interfederal de Policías dio un aviso por radio: “por poco recibo un
mandato en nuestra reunión general para convocar una huelga en contra del
gobierno”34.

Sin duda había un elemento de fanfarronería en esa conversación: el sindicato


esperaba asustar al gobierno para lograr concesiones sobre las pagas y
condiciones de la policía. Sin duda parte de esto era el resultado de la presión
de desafectos, derechistas y elementos cercanos al fascismo que nunca habían
17

perdonado a De Gaulle por abandonar Algeria y ahora culpaban a su gobierno


por ser “liberal” con los estudiantes “subversivos”. Finalmente, había quienes
probablemente sospechaban que De Gaulle estaba acabado y no querían
arruinar su carrera laboral, por lo que representaban a los que podían
sucederle. Cualquiera que fueran las razones, “el gobierno sintió durante dos
semanas que el control de la policía se escapaba de sus manos”35.

Esto no significaba que no pudiera utilizarse a la policía, en absoluto. Los CRS


todavía podían golpear a los estudiantes, como demostraron en la noche del 24
de mayo. Pero un ataque a la masa de trabajadores organizados era diferente.
Si había la más mínima posibilidad de que la policía rehusara obedecer,
entonces el gobierno no se atrevería a asumir el riesgo. Un motín de la policía
habría significado la derrota.

Así que el gobierno tuvo que mantenerse al margen durante dos semanas,
prácticamente incapaz de hacer nada en el país que “gobernaba”. Al final de la
primera semana de huelga general, el 14 de mayo, De Gaulle se dirigió al país.
Trató de acabar con la agitación prometiendo un “referéndum en la
participación”: si lo perdía, dijo que renunciaría. Su discurso no sirvió para
inspirar a las fuerzas desmoralizadas de la derecha y fue bienvenido con sorna
por la izquierda. Los políticos de “centro” comenzaron a ir en busca de un líder
alternativo, más en contacto con la realidad, alguien que pudiera traer de
vuelta el control.

Para restaurar la credibilidad del gobierno era imprescindible acabar con las
huelgas, al menos en los servicios públicos y la distribución. Así, el día después
del mensaje de De Gaulle, su primer ministro, Pompidou, llamó a los líderes
sindicales y los patrones para iniciar negociaciones nacionales. Avanzada la
noche del domingo parecía que se había arrancado un pacto. El “Acuerdo
Grenelle” concedió un 35% de incremento en el salario mínimo y un 7% de
incremento en otros sueldos. Pero los líderes sindicales tenían que ponerlo a
prueba en las asambleas de las fábricas.

La primera de ellas fue de 15.000 trabajadores en Renault Billancourt, un


bastión de la CGT. Pero cuando dos de los líderes de la federación, Franchon y
Seguy, hablaron a favor del gobierno recibieron un silencio deprimente, incluso
ciertos abucheos. Contrariamente, cuando Jeanson, líder de la minoritaria
CFDT, argumentó que el acuerdo permitía a la fábrica continuar con la huelga
por las demandas locales, recibió un aplauso embelesado.

A la decisión de Renault le siguieron votaciones a favor de continuar la huelga


en Citroën, Berliet, Sud Aviation y Rhodiaceta. Donde los grandes bastiones del
movimiento obrero tomaban la delantera, otros feudos más pequeños le
seguían. Aquella tarde los líderes de la CGT llamaban a los trabajadores a
luchar localmente, “agrupación por agrupación, para ganar resultados
considerablemente mejores que los de Grenelle”36.
18

La táctica de Pompidou había fracasado tanto como el discurso De Gaulle. La


huelga general continuó. Para los siguientes cuatro días parecía que, tanto para
los políticos de derechas como para los de izquierdas, el gaullismo estaba
rendido.

François Mitterrand, quien se había presentado frente a De Gaulle en la elección


presidencial dos años atrás, sugirió la formación de un gobierno de emergencia
bajo el antiguo primer ministro Pierre Mendès-France. La sugerencia recogió
apoyos por todo el espectro político. Los líderes de UNEF y los socialistas de
izquierdas del PSU estaban entusiasmados. También lo estaban los políticos de
“centro” que querían a alguien capaz, por un lado, de influenciar a los
trabajadores y estudiantes y, por otro lado, capaz de poner a salvo al
capitalismo francés37. El Partido Comunista, el único en las fuerzas de izquierdas
(a excepción de pequeños grupos de socialistas revolucionarios), no endosó
este esquema. Sin embargo, muchas personas consideraban que sólo
aguardaba su tiempo hasta que le fueran prometidas posiciones de influencia.
El Partido Comunista mostró su poder en una manifestación de la CGT de
medio millón de personas el 29 de mayo llamando a “un gobierno popular y
democrático con participación comunista”38.

En este punto, parecía que el mismo De Gaulle había decidido que estaba
derrotado. El miércoles 29 de mayo dejó París sin decirle a nadie a donde iba.
Se propagaron rumores acerca de su renuncia, mientras quienes le apoyaban
estaban más desmoralizados que nunca. De hecho había ido a visitar al
superior del ejército francés en Alemania, General Massu. Cuando De Gaulle
reapareció al día siguiente la mayoría de la gente pensó simplemente que había
escenificado una inteligente maniobra, pero más tarde Pompidou reconoció que
De Gaulle había decidido renunciar y que Massu le persuadió para continuar
adelante. “En realidad el general sufrió una crisis de moral. Pensando que el
juego había terminado, eligió retirarse. Al llegar a Baden-Baden, estaba
dispuesto a permanecer allí por un largo tiempo”, escribió Pompidou 39. En todo
caso, De Gaulle sabía que la situación era desesperada. Desaparecer en mitad
de una gran crisis política fue una jugada terrible, que difícilmente podía
inspirar a sus seguidores ni aterrorizar a sus adversarios.

Pero el gobierno de Gaulle sobrevivió. Y eso no fue todo. Cuatro días después
de su regreso de Alemania, la corriente se había vuelto en contra de la
izquierda mientras las huelgas empezaban a llegar a su final, la derecha se
movilizaba y la policía atacaba a los trabajadores y estudiantes. ¿Cómo pudo
cambiar la situación tan rápido?

6. Política en la huelga de masas


Durante la tercera semana de mayo la prensa en todo el mundo hablaba de “la
revolución” en Francia, como si hubiese un solo movimiento revolucionario en la
base. Pero de hecho no había un movimiento, sino dos: el de los estudiantes y
el de los trabajadores. Aunque cada uno influenció al otro, discurrían a
19

velocidades diferentes, cada uno dentro de su propia dinámica. Y en ambos


movimientos no sólo estaban en marcha ideas revolucionarias, sino que
también poderosas corrientes veían como meta del movimiento la reforma de la
sociedad francesa, no su derrocamiento.

El movimiento estudiantil, como hemos visto, había crecido a una velocidad


enorme desde la primera pequeña manifestación en el patio de la Sorbona el 3
de mayo hasta la ocupación de toda la Universidad de París la tarde del 13 de
mayo. Quienes lideraban el movimiento eran socialistas revolucionarios. Su
iniciativa y su coraje en desafiar a las autoridades universitarias y confrontar a
la policía habían provocado que decenas de miles de nuevos estudiantes
entraran en acción.

Esto otorgó a los revolucionarios un prestigio enorme. Tuvieron una


oportunidad sin igual de explicar cómo el capitalismo pone patas arriba las
vidas de las personas y cómo podían luchar los estudiantes enfurecidos por el
comportamiento de la policía y las mentiras de las autoridades. Así lo hicieron
los mejores y más conocidos líderes estudiantiles —Cohn-Bendit, Geismar y
Sauvegeot— en las grandes reuniones públicas y en las entrevistas de radio y
prensa escrita. Y así se hacía en numerosos mítines de las pequeñas
organizaciones revolucionarias dentro del movimiento —Juventud Comunista
Revolucionaria (JCR) y Federación de Estudiantes Revolucionarios, ambos
trotskistas, y Unión de Jóvenes Comunistas (marxista-leninista) y Partido
Comunista de Francia (marxista-leninista), ambos maoístas. Era también lo que
hacían grandes cantidades de estudiantes recién politizados en miles de
debates en las universidades ocupadas, en cafés y bares y en cualquier esquina
a lo largo del Barrio Latino.

Pronto, el movimiento estudiantil impulsó un nuevo mecanismo de organización


que convertía a los recién incorporados al movimiento en apóstoles que
difundían su mensaje a nuevas áreas. Se crearon los comités de acción, al
principio restringidos a entre 10 y 25 personas, y cada uno capaz de reunirse y
actuar conjuntamente a diario. En pocos días había centenares de ellos,
redactando miles de folletos, distribuyéndolos a todo lo largo de la longitud y la
anchura de París, manteniendo reuniones extemporáneas alrededor del Barrio
Latino y en las áreas de clase trabajadora, atrayendo a nuevas personas y
debatiendo con ellas cómo podían revolucionar su propia esfera de la vida
social:

Se crea una columna móvil que visita los distritos y los suburbios, con un
camión cubierto con banderas y pancartas como plataforma. Venden Action, el
periódico de la UNEF, distribuyen folletos, “provocan” pequeñas reuniones,
juntan a pequeños grupos que discuten en pavimentos...40

La ocupación de la Sorbona el 13 de mayo proveyó un centro de organización.


Sus salas proveyeron oficinas desde donde podían trabajar los comités de
acción, sus salas de conferencias eran un lugar de reunión para una asamblea
diaria de delegados de muchos de los comités. Su gran anfiteatro se convirtió
20

en espacio de debates continuos en relación a la forma de revolucionar la


sociedad. Se calcula que 10.000 personas se apretujaron en un vestíbulo
habilitado para una cuarta parte de ese aforo cuando el escritor y filósofo Jean-
Paul Sartre habló allí.

Otro centro de agitación revolucionaria, dirigida principalmente a la pequeña


burguesía intelectual, se creó el 15 de mayo cuando comités de acción
“cultural” ocuparon el teatro nacional de Francia, el Odéon. Dentro, una
pancarta proclamaba: “cuando la asamblea nacional se convierte en un teatro
burgués, el teatro burgués se convierte en una asamblea nacional”. Unas 7.000
personas asistían cada día a los debates.

Para la huelga general, ya no eran simplemente los estudiantes quienes


tomaban parte en los debates de la Sorbona y el Odéon. El Barrio Latino se
había convertido en un imán, arrastrando hacia él a toda la gente de París
atraída por el estallido revolucionario. Los jóvenes trabajadores irían para
participar en el movimiento, los miembros de la clase media para ver el
espectáculo de la “revolución” en marcha, como previamente iban a una obra
teatral de moda o a ver la última película.

El Barrio Latino proyectaba la mayor parte del simbolismo revolucionario de los


acontecimientos de mayo. Los edificios universitarios con sus banderas rojas y
negras y sus reuniones casi permanentes, donde la policía no se acercaba,
parecían ser una zona “liberada”. Los eslóganes pintados en las paredes de la
Sorbona —“Imaginación al poder”, “Convierte tus sueños en realidad y tu
realidad en sueños”— fueron telegrafiados por todo el mundo por los medios de
comunicación.

Sin embargo, no era cierto en absoluto que el conjunto del movimiento


estudiantil fuera revolucionario. Una vez ocupada la Sorbona, emergieron tres
tendencias bien definidas.

Estaban los revolucionarios, tanto trotskistas, maoístas o anarquistas, quienes


veían que el desafío real para la sociedad estaba ahora fuera de la universidad,
entre la clase trabajadora. Lo que consideraban más importante era ir a las
fábricas y a los barrios obreros, utilizando la Sorbona, a lo sumo, como una
plataforma de lanzamiento.

También había quienes se veían como revolucionarios, pero creían que la


universidad debía ser el asiento de su revolución. Su eslogan tendió a ser
“poder estudiantil”, al que se debía llegar declarando el autogobierno de las
universidades, espacios autónomos donde cualquier estudiante o trabajador
podría asistir sin restricciones ni exámenes. Argumentaban que era el
equivalente estudiantil del “poder obrero” que se necesitaba en las fábricas.

No hay duda de que los revolucionarios del “poder estudiantil” atrajeron una
gran cantidad de apoyos entre las masas de estudiantes. Enfrentaban la
alienación directamente, ya que el sentimiento de la falta de objetivos y de
21

poder se asociaba con el rodillo que suponían los exámenes. Pero afrontaron un
dilema que no podían superar. Los estudiantes podían odiar el sistema de
exámenes, pero bien sabían que necesitaban aprobar sus exámenes si querían
garantizarse una plaza en la universidad el próximo curso o encontrar un
trabajo al terminar. Tenían la sospecha de que la acción estudiantil por sí sola
no podría cambiar la sociedad suficientemente como para proveer una
alternativa.

Este sentimiento condujo a muchos estudiantes a retirarse de las ocupaciones


para continuar sus estudios por su cuenta. Entre quienes permanecieron, creció
la tercera tendencia, un reformismo en busca de formas de modificar el sistema
de exámenes y la estructura de autoridad dentro de la universidad aceptables
para los profesores titulares y las secciones más “liberales” de la clase dirigente.
Una semana después de la ocupación de la Sorbona del 13 de mayo, la
Asamblea de Comités de Acción tenía miedo de que el movimiento pudiera
entrar en declive mientras los estudiantes se volvían más receptivos a la idea
de aceptar reformas41. Quienes proponían el “poder estudiantil” se topaban con
la limitación congénita de su eslogan —la falta de poder de los estudiantes.

Lo que impidió el problemático hundimiento del movimiento aquí y allá fue el


levantamiento de los trabajadores. El alcance de la huelga de masas ese mismo
fin de semana proveyó una alternativa que desplazó inmediatamente al
reformismo estudiantil. Aunque el levantamiento de los trabajadores estaba en
gran medida inspirado y hasta cierto punto influido por el movimiento
estudiantil, tenía su propia dinámica.

Cuando estalló la revuelta de los estudiantes había una pequeña presencia de


las organizaciones en las universidades, por eso los revolucionarios pudieron
desempeñar un papel principal. Entre los trabajadores, la frustración con el
régimen gaullista venía aumentando desde hacía mucho más tiempo que entre
los estudiantes. Pero también había una organización arraigada orgánicamente,
aunque en la mayoría de lugares de trabajo involucrara sólo a una minoría.

Muchos trabajadores veían al Partido Comunista y a la federación sindical que


dominaba, la CGT, como sus organizaciones de clase. Esto era aplicable no sólo
a los centenares de miles de miembros del Partido Comunista o el millón y
medio de afiliados de la CGT. También era aplicable a muchos trabajadores que
no se unieron a ninguno de los dos, pero que los veían como la sección
militante, la más activa de la clase, la sección que defendía los intereses de
otros trabajadores. En las elecciones sindicales, la mitad de los y las
trabajadoras manuales votaron por las listas presentadas por la CGT. En
elecciones parlamentarias y municipales, el Partido Comunista recibió cerca de
cinco millones de votos.

Y aún más, muchos trabajadores, especialmente los más viejos que recordaban
la resistencia de los tiempos de guerra y las amargas luchas prebélicas, se
sentían ligados al Partido Comunista por algo más que la mera ideología. Todo
lo que sabían acerca de la lucha de la clase trabajadora lo habían aprendido del
22

partido. Habían conocido a personas que murieron por defender al partido


durante la guerra. Como resultado, el partido no solo tenía una gran afiliación y
mucha simpatía, sino también una gran capacidad de movilizar a sus
simpatizantes para hacer cualquier cosa que decidiera el liderazgo del partido.
Era capaz, por ejemplo, de asegurar que la CGT tuviera 20.000 delegados en la
manifestación del 13 de mayo —20.000 personas dispuestas a seguir, casi con
disciplina militar, las órdenes de los líderes comunistas del sindicato.

Los comunistas y la CGT mostraron pronto que no les gustaba la agitación


estudiantil, y en absoluto estaban entusiasmados con la idea de que se
extendiera entre los trabajadores. Los principales líderes del partido, como
Georges Marchais (que más tarde sería el peor de todos los secretarios
generales del partido), se opusieron incluso a la convocatoria de un día de
huelga general el 13 de mayo por parte de la CGT42 y estuvieron en contra de
respaldar al movimiento huelguístico que se levantó espontáneamente durante
esa semana43.

Pero la mayor parte de los líderes comunistas y de la CGT creyeron que no


podían darle la espalda a un movimiento que no habían hecho nada para
iniciar. Sus propios miembros daban señas de rebeldía. Y aún más, para los
líderes ya significaba mucho poder evitar ciertos tipos de acción, controlar y
mantener su militancia dentro de los límites a los que ellos se habían rendido.

La política es el ejercicio de poder. Al final del día, el único poder real del
Partido Comunista y la CGT —como fuerza negociadora en la mesa de la
sociedad burguesa— derivaba de su habilidad para controlar a una sección de
la clase trabajadora.

El Partido Comunista quería influencia parlamentaria. Su meta era formar un


frente electoral con los partidos socialista y radical. Estaba a mitad de camino.
En 1965 había persuadido al anterior ministro del interior, François Mitterrand
(quien no se proclamaría “socialista” hasta pasados unos años), para que
permitiera que se unieran a su campaña presidencial. En 1967 había llegado a
un acuerdo electoral con la Federación de Izquierdas, que agrupaba al ala
derecha de los socialistas y a los radicales de clase media. Pero quería cimentar
una alianza obteniendo un programa electoral común y a través de un acuerdo
donde los comunistas recibieran cargos ministeriales en el caso de una victoria
electoral.

El Partido Comunista no podía lograrlo a menos que mostrase a sus presuntos


aliados que tenía el apoyo de la clase trabajadora bajo su control, y que no iba
a perderlo. Muchos de sus líderes pensaron que la forma de hacerlo era
consiguiendo el liderazgo del movimiento huelguístico y ejerciendo un fuerte
control sobre éste.

Los líderes de la CGT también querían ser reconocidos por el gobierno y la


patronal como socios legítimos para las negociaciones, más que por los propios
parlamentarios de izquierdas. En particular, querían poner fin a la
23

discriminación que durante mucho tiempo habían practicado ciertos patrones


contra la CGT. No podrían lograrlo a menos que también demostrasen que
podían activar y desactivar las luchas de la clase trabajadora.

La convocatoria de un día de huelga el 13 de mayo parecía acomodar sus


propósitos de forma admirable. Les permitía identificarse suficientemente con el
victorioso movimiento estudiantil y ahuyentar el descontento dentro de sus
bases, y al mismo tiempo desplegar una fuerza que impresionaría a todos —y,
por lo que parecía, sin riesgo alguno de desatar un movimiento fuera de su
control.

Pero la extensión espontánea de huelgas y ocupaciones durante la semana creó


problemas. Había un movimiento que podía escaparse de su control. Por esta
razón no hicieron nada para promover o anunciar las primeras huelgas en Sud
Aviation o Cleon. Sin embargo, una vez que el movimiento estaba en marcha,
quedarse al margen parecía más peligroso que tratar de “situarse al frente”
para dirigirlo hacia canales bajo su control. Esto es lo que hicieron a partir del
jueves hacia adelante.

A los activistas del sindicato y del partido no sólo se les dijo que apoyaran las
huelgas que empezaban espontáneamente, sino que tomaran el liderazgo en
los centros de trabajo, situándose en los piquetes, declarándose a sí mismos
como comités de huelga y asegurándose de que estaban a la cabeza de las
ocupaciones.

Recibieron una doble tarea: propagar el movimiento huelguístico y a la vez


controlarlo para asegurar que permaneciese bajo los seguros cauces sindicales
y que no estuviera influenciado ni por los grupos revolucionarios ni por los
estudiantes.

Pronto, el significado de todo esto quedó patente en la huelga de Renault


Billancourt. Los estudiantes de la Sorbona hicieron una “larga marcha” a través
de París para mostrar su solidaridad y ofrecer su apoyo. Se encontraron fila a
fila con los delegados de la CGT que bloqueaban el acceso a los trabajadores
dentro de la planta. Esta experiencia se repetía a menor escala fábrica tras
fábrica. La lucha estudiantil podía inspirar la lucha de los trabajadores, pero la
CGT y el Partido Comunista estaban decididos a no permitir que estudiantes
revolucionarios influenciaran a “sus” trabajadores.

Para mantener el control de las huelgas, los activistas del sindicato y del partido
disuadían a otros trabajadores de participar en ocupaciones o de discutir los
asuntos planteados por el levantamiento. Como escribió un historiador del
Partido Comunista y la CGT:

La preocupación inicial más importante de la confederación en los días después


del 17 de mayo fue asegurar que los militantes de la CGT dirigían tantos
comités de huelga localmente elegidos como fuera posible.
24

[Como resultado] en una minoría de casos [...] las sentadas eran fenómenos
masivos e implicaban una gran cantidad de discusiones y debates. Pero
habitualmente eran acciones de cuadros, donde plantas enteras estaban
ocupadas por cuadrillas de piquetes y trabajadores de mantenimiento [...] En
tales casos la mayor parte de los huelguistas probablemente permanecían en
casa y observaban cómo se desarrollaba la crisis, ciertamente con simpatía, en
la radio y la TV44.

Necesariamente, esto tuvo un efecto muy importante en el conjunto del


movimiento. La politización que se había dado entre los estudiantes y que
afectaba a una minoría de los trabajadores no se propagó entre las masas
trabajadoras porque se les imposibilitó participar en el enfrentamiento y la
discusión de sus lecciones.

El papel que jugaban la CGT y el Partido Comunista se mostró en las


negociaciones de Grenelle. El gobierno fracasó en satisfacer muchas de las
exigencias clave de los líderes sindicales: el incremento en el salario mínimo
afectó sólo a un trabajador de cada cinco y no ofrecía nada para los grupos
mayoritarios que habían expandido la huelga, además de que no hubo
reducción de la jornada laboral, ni ningún incremento automático del sueldo
para proteger su valor de los aumentos de los costes de vida en los meses
venideros. Sin embargo, los líderes sindicales salían de la reunión diciendo:
“Grenelle representa un momento decisivo en las relaciones entre los sindicatos
y el gobierno”45. ¿Por qué? ¡Porque después de muchos años el gobierno dejaba
a los sindicatos controlar a los trabajadores en su beneficio!

A pesar de ello, los comunistas y la CGT todavía debían tener cuidado de


proteger sus flancos izquierdos. Por eso, tras la recepción hostil del acuerdo en
Renault Billancourt, la CGT indicó a sus miembros que permanecieran al
margen de las demandas locales.

La segunda federación sindical más importante, la CFDT, había seguido durante


años una estrategia diferente a la CGT. No estaba atada a ningún partido
político y se centraba primordialmente en construir su afiliación e influencia.
Muchos de sus representantes creían que la forma de hacerlo era a través de
las luchas para extender las negociaciones de los y las trabajadoras de base, en
contraste con los despliegues de poder de la CGT cuidadosamente
escenificados a nivel estatal. Y, como es habitualmente el caso de los sindicatos
pequeños que esperan crecer rápidamente, la cúpula estatal de la CFDT no
tenía reparos en ceder el liderazgo a los militantes locales si esto atraía a más
miembros. Así, una federación sindical tradicionalmente a la derecha de la CGT
(no mucho tiempo atrás estuvo vinculada informalmente al MRP democristiano)
se embarcó en la fraseología izquierdista y contó con delegados asociados al
pequeño partido socialista de izquierdas, el PSU.

Tras oponerse inicialmente al movimiento estudiantil, la CFDT estableció


vínculos con la UNEF y se manifestó a favor de los estudiantes antes que la
CGT. Cuando despegó el movimiento huelguístico, los líderes de la CFDT no se
restringieron a las demandas puramente económicas como la CGT. En lugar de
25

eso, hablaban en términos que podrían parecer casi revolucionarios para los
activistas desilusionados con el comportamiento del Partido Comunista y la
CGT, planteando demandas de “autogestión” (el control de los trabajadores) —
aunque, a pesar de ello, sin aclarar si esto significaba participar en las
estructuras administrativas del poder existentes o más bien intentar
derrocarlas.

Pero cuando llegó el momento decisivo, la CFDT estaba tan predispuesta para
los tratos sucios como la CGT. No rechazó la oferta de Grenelle, estando
dispuesta incluso a involucrarse más tarde en discusiones militantes para atraer
a los disidentes de la CGT.

Como hemos visto, el fracaso de las negociaciones de Grenelle para acabar con
la huelga condujo a los políticos profesionales comprometidos con el sistema a
pensar que el régimen de De Gaulle estaba acabado. Sin embargo, esto
presentaba un problema tan grande para el Partido Comunista, la CGT y los
líderes de la CFDT como para el propio gobierno. De principio a fin, su
propósito consistía en utilizar la agitación como una carta de negociación que
aumentara su poder dentro de los mecanismos existentes. Pero ahora esos
mecanismos existentes estaban por los suelos. Como señaló uno de los líderes
de la CFDT, ya no había ningún “interlocutor” efectivo con quien negociar46.

Los líderes del sindicato y del partido dieron muestras de pánico. No tenían
intención de derrocar al gobierno. Pero si caía, tenían que asegurarse de que lo
hacía en manos no muy lejanas a las suyas. Los líderes de la CFDT respaldaron
una marcha de la UNEF con unas 40.000 personas reunidas en el estadio
Charlety, donde los discursos eran revolucionarios en el tono pero luego
endosaban la llamada de Mitterrand para formar un gobierno bajo la dirección
de Mendès-France. Los líderes comunistas y de la CGT estaban auténticamente
aterrorizados. Temían quedar desplazados por un movimiento que juntó a
quienes estaban a su izquierda y a su derecha: por un lado, una gran sección
de los estudiantes y, por otro lado, los políticos socialistas y radicales. La única
forma de evitar que sus simpatizantes se alejaran era haciendo su propia
manifestación política: el miércoles (dos días después de la asamblea de
Renault) organizaron su marcha masiva por “un gobierno popular y
democrático”.

Era un juego de fanfarronadas y engaños por partida doble. Ni la CGT y el


Partido Comunista, por un lado, ni la CFDT, Mitterrand y Mendès-France, por el
otro, estaban preparados para asumir los riesgos que implicaba una lucha seria
para derrocar a De Gaulle. Los únicos que podían estar preparados eran una
sección de los estudiantes revolucionarios —pero, alejados de las fábricas, les
faltaron fuerzas. En lugar de eso, el objetivo del juego para cada uno de los
actores anteriores era hacer valer su derecho a sacar tajada de la acción que
supuestamente haría caer a De Gaulle por sí solo. Así, todo lo que el régimen
tenía que hacer era proclamar su propia fanfarronada. Y lo hizo el jueves 30 de
mayo.
26

7. El desenlace
No podemos saber exactamente qué ocurrió mientras De Gaulle estaba en
Alemania el 29 de mayo, pero sabemos lo que él y su primer ministro,
Pompidou, hicieron tras su regreso a Francia al día siguiente.

Primero, pusieron a trabajar la maquinaria del partido gaullista para organizar


una manifestación de apoyo al régimen en el centro de París. Luego hicieron
saber que estaban concentrando tropas alrededor de la ciudad. Finalmente,
mientras la manifestación empezaba a reunirse, De Gaulle difundió un mensaje
por radio y TV.

Su mensaje fue corto y conciso. Se agarraba al poder. Quienes le desafiaban


estaban utilizando “la intimidación, la propaganda y la tiranía” por mandato del
“comunismo totalitario”. Hacía falta detenerles, por la fuerza si era necesario. Y
en lugar de un referéndum, que habría sido imposible llevar a cabo, disolvía el
parlamento y convocaba elecciones generales.

La acusación de “comunismo totalitario” era justamente lo que los


simpatizantes gaullistas querían escuchar. Permanecieron impotentes durante
casi un mes mientras la izquierda tomaba las calles. Ahora salían hordas de las
áreas más ricas de la capital hacia la Place de la Concorde para aclamar a De
Gaulle y expresar su desprecio hacia los trabajadores y estudiantes.

Esta manifestación, de 500.000 ó 600.000 personas, se ha proclamado algunas


veces como la responsable del cambio de destino de De Gaulle. Pero este juicio
es erróneo. Una cosa era que la gente de bien caminara por el centro de París
una tarde. Otra muy distinta era lograr que el conjunto de la industria francesa
volviera al trabajo. Ciertamente, esa noche no tenían la capacidad de desafiar a
los estudiantes de justo al otro lado del río, todavía con el control de la rivera
izquierda.

En términos de fuerzas a su disposición, la debilidad real del régimen quedó al


descubierto la noche siguiente. La policía intentó romper la huelga ferroviaria
echando a los piquetes de ciertas estaciones, pero no pudo forzar a los
maquinistas a volver al trabajo y la red continuó paralizada.
La verdadera baza de De Gaulle consistía en una fanfarronada dirigida a los
líderes sindicales y los políticos de izquierdas, cuando planteaba la elección
entre guerra civil o dejarle presidir unas elecciones parlamentarias.

La primera reacción de los parlamentarios de izquierdas a las palabras de De


Gaulle fue inmediatamente de denuncia. “De Gaulle ha hecho una llamada a la
guerra civil”, dijo Mitterrand, “es la voz de un dictador”47. El comunicado del
Partido Comunista era similar. Sin embargo, ninguno de los partidos de
izquierdas ni de los sindicatos respondió con ninguna declaración de guerra
27

contra el régimen. En lugar de eso, se apresuraron en darle la bienvenida a las


elecciones. “Son en interés de los trabajadores”, dijo Seguy al día siguiente,
“para poder expresar sus deseos de cambio en el contexto de unas
elecciones”48.

Y para la CGT y el Partido Comunista, prepararse para una cita electoral


implicaba acabar con el movimiento huelguístico tan rápido como fuera posible.
En tres días las negociaciones estaban concluidas, trayendo de regreso al
trabajo a secciones clave del sector público: la electricidad y el gas, los servicios
postales, los ferrocarriles. Lo que la policía no pudo lograr en la noche del
sábado, la CGT lo logró el martes.

Ese fin de semana había puente. Cuando la gente empezó sus vacaciones el
viernes por la tarde, el gobierno todavía estaba enormemente debilitado, a
pesar de la manifestación de la noche previa. Cuando acabaron los días de
fiesta, el martes, las comunicaciones estaban restauradas en gran parte del
país, los suministros de gasolina estaban libremente disponibles y el momento
álgido del movimiento huelguístico estaba roto. Los ricos y poderosos lograron,
por fin, dar un suspiro de alivio.

8. Los revolucionarios
La elección del Partido Comunista y la CGT —de dar fin a las huelgas por
aspiraciones electorales— se vio cuestionada. Dos días después del discurso de
De Gaulle, cerca de 30.000 personas se manifestaron por las calles de París
cantando “elección: traición” y “esto es sólo el principio, la lucha sigue”. Pero
mientras en tiempos “normales” una manifestación de 30.000 personas puede
parecer grande, en el contexto de la enorme crisis política francesa no era lo
suficientemente grande como para tener un fuerte impacto. Podía armar un
buen alboroto en las calles, pero no podía impedir los acuerdos clave que
estaban poniendo fin a las huelgas en las grandes empresas públicas.

No era porque los trabajadores de estas empresas estuvieran necesariamente


decididos a regresar al trabajo. Si bien las patronales de la electricidad y el gas,
el ferrocarril y el metro ofrecieron grandes concesiones económicas, los
trabajadores a menudo retardaron su aceptación. Como dijo después un
delegado sindical:

A pesar del dinero y otras dificultades [...] la huelga se había convertido un


poco en un festival. Durante dos o tres semanas los huelguistas habían vivido
en un espíritu de libertad total: sin patrones, sin jefes, la jerarquía había
desaparecido. Así que antes de poner fin a la huelga, la gente vacilaba49.

De vuelta al trabajo, a menudo estaban dispuestos a salir otra vez a la calle:

Todo lo necesario, como en algunos depósitos RATP, era la presencia de un


militante decidido, lo que la CGT llamaba un “ultraizquierdista”. O como en
28

algunos depósitos postales donde una demanda particular, como la reducción


de la semana laboral, no se habría logrado50.

Pero tales militantes eran pocos y bastante dispersos. La izquierda


revolucionaria era sumamente débil cuando empezaron los acontecimientos de
mayo—las organizaciones maoístas y trotskistas tenían aproximadamente 400
miembros cada una y ninguna contaba con militancia dentro de la clase
trabajadora. Incluso el grupo trotskista Voix Ouvrière (más tarde renombrado
como Lutte Ouvrière), que se negaba a participar en el ámbito estudiantil,
consistía en una gran cantidad de estudiantes y ex estudiantes que distribuían
folletos en las fábricas desde fuera.

El número de personas que se veían a sí mismas como “revolucionarias” creció


masivamente durante mayo, hasta llegar a decenas de miles. Pero la mayor
parte eran estudiantes. La forma en que el Partido Comunista y la CGT
mantuvieron pasivas las huelgas, y excluyeron a los estudiantes revolucionarios
de las fábricas, aseguraron esta situación.

La debilidad de los estudiantes revolucionarios quedó patente el 24 de mayo,


cuando la UNEF convocó una manifestación para protestar por la prohibición de
regresar a Francia a Dany Cohn-Bendit tras una visita a Alemania. Los
comunistas y la CGT se dispusieron a sabotearla organizando su propia
manifestación en la misma tarde. La policía, ignorando deliberadamente a la
CGT, atacó la manifestación de 30.000 estudiantes. Uno de ellos acabó muerto,
muchos más heridos o arrestados.

Esa noche los líderes estudiantiles como Dany Cohn-Bendit reconocieron que el
movimiento no podía avanzar simplemente con manifestaciones callejeras. Los
estudiantes tenían que abrirse paso hacia quienes estaban involucrados en las
huelgas51.

Pero aun cuando los nuevos estudiantes revolucionarios conseguían en atraer a


una audiencia de jóvenes trabajadores, los problemas persistían. Un joven
trabajador de Renault hacía referencia a los debates que tuvo con estudiantes
que habían marchado hasta Billancourt:

Estábamos con ellos, pero sus argumentos no eran claros. Usted tiene que
entender que era la primera vez que habíamos conocido a esos tipos. No
estábamos acostumbrados a su forma de hablar, y tenían en nosotros el efecto
de las bestias curiosas, provenían de un mundo diferente52.

El problema radicaba parcialmente en la naturaleza de algunas ideas


“revolucionarias” de los estudiantes. Muchos estaban influenciados por ideas
anarquistas y “tercermundistas” que veían a la clase trabajadora como
sobornada por el sistema, mientras que el enemigo no era tanto el capitalismo
como la sociedad “consumista” —la búsqueda de mejoras materiales. Esto tenía
implícita cierta petición moralista de los estudiantes, denegando la existencia de
una agradable clase media ofrecida a quienes se comprometían con el sistema.
29

Así, apenas podrían atraer a trabajadores para quienes obtener un coche, una
lavadora, un refrigerador o un aparato de televisión representaba una forma de
escapar del tedio de la vida de la clase trabajadora.

Estas actitudes significaron que, mientras la CGT intentaba confinar las huelgas
a las demandas puramente económicas, afirmando que los trabajadores no
estaban interesados en asuntos sociales y políticos más amplios, muchos de los
estudiantes descartaban las demandas económicas como irrelevantes y
simplemente hablaban de “contestación”, “desmitificación”, “lucha contra la
autoridad” y “revolución”.

Pero había un problema incluso con los estudiantes que, bajo la influencia de
grupos como la JCR, entendían que la lucha por las demandas materiales era
importante para motivar a muchos grupos de trabajadores a desafiar al estado.
Los estudiantes venían, en términos generales, de familias de clase media y se
habían politizado a través del debate abstracto llevado a cabo en el ambiente
universitario. Como consecuencia, no supieron cómo explicar sus ideas a los
trabajadores, cuya experiencia era realmente distinta, y tendían a hablar un
lenguaje “intelectual” demasiado remoto para la mayoría de los trabajadores.

Estas debilidades sólo podía solucionarlas la izquierda revolucionaria en el


transcurso de la lucha. Mientras los estudiantes luchaban junto a los
trabajadores más militantes, era necesario aprender de ellos las realidades de
la vida de la clase trabajadora al mismo tiempo que les ayudaban a generalizar
a partir de sus experiencias inmediatas.

Los Comités de Acción proveían un medio por el cual estudiantes y trabajadores


podían actuar y aprender juntos. El pequeño número de socialistas
revolucionarios que estaban activos antes de mayo lograron expandir
enormemente su influencia sobre los acontecimientos llevando sus ideas a los
Comités de Acción, que a su vez las proyectaban a una audiencia mucho más
amplia.

En ese momento, los Comités de Acción actuaban como substituto de un


partido socialista revolucionario —pero no de uno particularmente bueno. A
través de los debates sostenidos que tienen lugar mucho antes del
levantamiento de la lucha de masas, un partido revolucionario desarrolla un
análisis claro de los acontecimientos, una comprensión de cómo sostener su
punto de vista con diferentes secciones de trabajadores y una voluntaria
disciplina interna. Puede reaccionar rápidamente y con una única voluntad ante
los rápidos y cambiantes acontecimientos. Los Comités de Acción no tenían
ninguna de estas ventajas. En los momentos cruciales, su asamblea general se
empantanaba en debates aparentemente interminables, por lo que no podía
responder a las maniobras del régimen, el Partido Comunista y la CGT o los
políticos de izquierdas.

Este problema se mostró extremamente agudo después del discurso de De


Gaulle del 30 de mayo. En todas partes se andaba buscando una respuesta
30

alternativa a su amenaza de guerra civil, algo distinta a la llamada de la CGT de


regreso al trabajo. Pero el movimiento estudiantil fue incapaz de proveerla. Una
reunión para tratar de establecer un “movimiento revolucionario” el 1 de junio
acabó sin ninguna conclusión. Una Asamblea de Comités de Acción la noche
siguiente resultó igualmente infructífera —los debates se alargaron hasta que
muchos delegados se fueron, agotados53.

Además, incluso las estimaciones más optimistas de la influencia de los Comités


de Acción afirman que éstos existieron en no más de una cuarta parte de los
lugares de trabajo en huelga54. En muchos de ellos, los comités no eran más
que grupos de estudiantes y jóvenes trabajadores capaces de ejercitar presión
pero con muchas dificultades para desafiar el liderazgo establecido de los
activistas de la CGT en los centros de trabajo.

El resultado fue que, aunque la izquierda revolucionaria podía actuar como un


polo de atracción para esos trabajadores que no estaban de acuerdo con el
abandono de la huelga por parte del Partido Comunista y la CGT, no lo podían
impedir. Y por lo tanto no pudieron impedir la liquidación del movimiento de
mayo.

9. El final amargo
Un gran movimiento social, que involucra a millones de personas, no se detiene
simplemente sobre sus pasos. Si su momento álgido se rompe, empieza a
retroceder. Todas esas personas medio convencidas que lo sostuvieron por su
confianza y poder se desmoronan, ya no lo ven como una manera de afrontar
las pequeñas frustraciones y la opresión que entumecen sus vidas. Todos esos
políticos oportunistas que lo vieron como un posible vehículo para avanzar en
sus carreras ahora se suben a otros carros. Todos sus enemigos se sienten
reforzados por el debilitamiento de la influencia sobre quienes vacilaban entre
el movimiento y ellos.

La decisión de los comunistas y la CGT de traer a las empresas públicas de


vuelta al trabajo a principios de junio de 1968 inevitablemente condujo a una
apostasía del movimiento de mayo. El restablecimiento del transporte público y
de la distribución de combustible significó que las secciones de clase media que
respaldaban al gobierno ya no estaban literalmente paralizadas. La maquinaria
política gaullista volvía a estar operativa, repartiendo folletos, pegando carteles,
organizando manifestaciones estatales y locales. Gente que sólo una semana
antes veía en algún tipo de gobierno de izquierdas la única forma de volver al
orden, ahora tenían fe de nuevo en De Gaulle. La posibilidad de un motín en la
policía desaparecía mientras sentían, por primera vez desde el inicio de las
manifestaciones estudiantiles, que al menos una parte del “público” les apoyaría
si tomaban una línea dura.

Esa semana la policía atacó a los huelguistas por primera vez. Tomaron el
control de los estudios de radio y TV el 5 de junio. Un día después, los CRS
31

entraron en la planta Renault de Flins y echaron a los piquetes. Al día siguiente,


se encontraron con intentos por reocupar de nuevo la planta con violencia y
mataron a un estudiante de secundaria. El 10 de junio los CRS intervinieron en
el Barrio Latino por primera vez desde el 13 de mayo. El 11 junio entraron en la
fábrica de Peugeot en Sochaux, apaleando a los trabajadores que la ocupaban
mientras escapaban y atacando a los trabajadores en toda el área alrededor de
la fábrica, asesinando a dos. Ese mismo día, la policía atacó a trabajadores y
estudiantes en St Nazaire, Toulouse y Lyons. Unos días más tarde el gobierno
prohibió formalmente las organizaciones trotskistas y maoístas, así como el
Movimiento 22 de Marzo, al mismo tiempo que liberaba de prisión al General
Salan, líder de OAS, organización terrorista de derechas de principios de los ‘60.

Pero los ataques de la policía no quebrantaron la continuidad de las huelgas. En


Flins y Sochaux, los trabajadores ocuparon de nuevo las plantas y la policía
eventualmente se retiró. Las huelgas en la radio y la TV continuaron durante
semanas.

Sin embargo, el estado de ánimo de las huelgas cambió dramáticamente. Los


trabajadoras habían estado en todas partes a la ofensiva hasta el 31 de mayo.
Después de que el sector público regresara al trabajo ese fin de semana, los
patrones se sintieron lo suficientemente confiados como para retomar ellos la
ofensiva.

Las concesiones que hizo el gobierno en las negociaciones de Grenelle fueron


diseñadas para fragmentar el movimiento obrero. Concedieron grandes
incrementos salariales a una minoría de trabajadores que tenían sueldos bajos,
pero dieron mucho menos a la gran ingeniería y las plantas de fibra que
lideraron las huelgas de masas. La intención era conseguir una vuelta al trabajo
en estas plantas sin que consiguieran ninguna mejora sustancial. El método
tuvo poco efecto mientras los servicios públicos cruciales permanecieron en
huelga. Pero cuando la CGT los forzó a regresar al trabajo, las cosas fueron
diferentes. La lucha fábrica por fábrica por “mejoras locales” permitió a los
patrones desgastar las mismas plantas que habían conducido el movimiento de
mayo.

Como un líder del sindicato metalúrgico dijo más tarde:

Ni el gobierno ni los patrones estaban preparados para perdonar el miedo que


recientemente habían conocido. Eran impotentes contra los estudiantes, y no
tenían poder contra los trabajadores del sector público que podían paralizar el
país entero. Pero si la industria del motor y el metal prolongaba la lucha
durante dos semanas más, sería molesto pero necesario ceder ante los
trabajadores militantes. Al castigarlos, podían desvanecer el mes de
capitulaciones del gobierno y la vergüenza de los patrones55.

En el nuevo clima, los patrones pusieron en práctica todos sus viejos métodos
para perjudicar a los sindicatos —votos secretos donde “mayorías” impostoras
votaban por regresar al trabajo, uso de capataces y sindicatos amarillos para
32

romper los piquetes, uso de la policía para dar palizas a los huelguistas o llamar
“subversivos peligrosos” a quienes resistían a tales acciones.

Al principio los ataques de los patrones y el gobierno ejercieron tanta presión


sobre los grupos que ya habían regresado al trabajo que volvieron a mostrar su
solidaridad. El sentimiento era tal que la CFDT convocó un día de acción en
apoyo a quienes todavía estaban en huelga. Pero la CGT atacó “la decisión
unilateral de la CFDT”, diciendo que “la solidaridad no debe conducir a
incidentes como los de Flins”, de los que culpó a los “rebeldes
ultraizquierdistas”. Así, “toda conversación para reanudar la huelga general
debe ser considerada como una provocación peligrosa”. Todo lo que se podía
hacer por los huelguistas era “recolectar dinero”56.

Las principales plantas automovilísticas —Renault, Citroën y Peugeot— todavía


permanecían en huelga a mitades de junio. La CGT consiguió la vuelta al
trabajo en Renault a cambio de un aumento de sueldo del 10-14%, una hora y
media de reducción de la semana laboral y media paga por días enteros de
huelga. Incluso este paquete fue denegado por una quinta parte de los
trabajadores —y en la planta de Flins, donde tuvo lugar la lucha contra la
policía, por un 40%. Peugeot regresó al trabajo unos días más tarde y Citroën
el 24 de junio. En cada caso, los trabajadores regresaron a la fábrica con un
sentimiento de victoria. Pero aun si los patrones no pudieron “castigar” a estos
trabajadores como esperaban, todavía tenían motivos para la
autocomplacencia. Los trabajadores que tuvieron que permanecer en huelga
más tiempo para conseguir mejoras significativas del movimiento de mayo
fueron los que tradicionalmente contaban con una organización más débil.
Tenían pocas probabilidades de declararse en huelga otra vez durante algún
tiempo, lo que ofrecía una oportunidad a los patrones para impedir el desarrollo
de una organización fuerte de base y reconstruir los sindicatos amarillos. Las
firmas como Citroën y Peugeot podían haberse visto forzadas a hacer
concesiones a los huelguistas, pero seguían siendo bastiones no sindicalizados
como antes de mayo. Como un ejemplo importante, la fragmentación del
movimiento por los regresos locales al trabajo tras el fin de mayo indujo a una
derrota devastadora en la TV y la radio estatal, la ORTF.

Los periodistas y técnicos de la radiodifusión no se unieron completamente al


movimiento de mayo hasta finales del proceso. Se lanzaron a la acción porque
los jefes de servicios repetidamente les impedían contar la verdad sobre la
escala del movimiento de mayo o emitir entrevistas a adversarios políticos del
gobierno —incluso si se trataba de los más respetables políticos burgueses. Al
principio, siguiendo las indicaciones de la CGT, se abstuvieron de toda acción
huelguística. Pero al final la frustración acumulada condujo a la huelga y la
ocupación de los estudios. Entonces el gobierno se vio forzado a producir
servicios mínimos desde un estudio fuertemente protegido en la torre Eiffel.

El regreso a la normalidad a principios de junio permitió al gobierno tomarse su


venganza. El 5 de junio nombró a un nuevo Gobernador General de
radiodifusión que despidió a trece periodistas y seis productores, utilizó a la
33

policía para retomar el control de los estudios y reanudó los servicios


“normales” con algunos trabajadores que no habían participado en las huelgas
y esquiroles recién contratados. Después, el gobierno ofreció una mejora de
sueldos y condiciones laborales a cambio de un control completo de contenidos
de la programación. Bajo presión de la CGT, los técnicos regresaron al trabajo
en estas condiciones el 19 de junio. Los periodistas insistieron otras tres
semanas, antes de admitir la derrota completa el 12 de julio.

La importancia para el gobierno de aislar y derrotar la huelga en la


radiodifusión apenas se puede sobrevalorar. En la última semana de mayo, el
silencio de los canales de radio y televisión era un símbolo de la debilidad del
gobierno. Su control desde el 5 de junio en adelante era una señal de su
renacida fuerza y una ayuda poderosa para su propaganda electoral, con el
reclamo de que el gobierno estaba solo entre Francia y el caos.

10. Una oportunidad revolucionaria


Las revoluciones fallidas rápidamente resbalan de la memoria. La clase
dirigente se apresura a reimponer la vieja forma de vivir y, con ésta, la vieja
forma de pensar, asumiendo que no puede haber ninguna otra distinta. El
período revolucionario aparece ante la mayoría de la gente como un extraño
delirio, algo aparte del curso verdadero de la vida social, de la misma forma
que los sueños y las pesadillas están aparte del curso real de la vida de una
persona. Sólo se espera que lo recuerden románticos incurables. Y tan efectiva
resulta esta supresión de la memoria que incluso los historiadores tienen
dificultades para desenterrar la verdad y distinguirla del antojo. Normalmente
sólo un nuevo levantamiento revolucionario retoma de las memorias
individuales los miles de recuerdos que confirman la realidad de lo ocurrido.

Pero lo sucedido en Francia en 1968 no consistió en una revolución fallida.


Hubo muchas conversaciones en aquel momento acerca de la “revolución”,
especialmente en el Barrio Latino de París y en los medios de comunicación
extranjeros. Pero nunca hubo intención de tomar el poder estatal. Así sucedió
que el proceso de poner este pedacito de historia entre paréntesis, de
confinarlo a los pies de página de la historia como un “podía haber sido”, fue
aún más rápido de lo habitual. Ahora, 30 años más tarde, 1968 es casi
universalmente conocido como el “año de los estudiantes”, como si la mayor
huelga general jamás conocida no hubiera tenido lugar, como si uno de los
gobiernos más fuertes del mundo occidental no hubiera quedado suspendido
durante una semana al borde de su autodisolución.

Una fuente de esta amnesia colectiva fue el Partido Comunista Francés. Hizo
todo lo posible a lo largo de mayo para impedir que el movimiento deviniera
político, y mucho menos revolucionario, y tan solo momentáneamente se vio
forzado a modificar su posición en la última semana por miedo a que, si no lo
mantenía en sus manos, otros podrían tomar el poder. Por consiguiente,
después tuvo que justificarse asegurando que la revolución siempre había sido
34

una imposibilidad. El Partido Comunista afirmó que los resultados de las


elecciones a finales de junio confirmaban que los partidos de la derecha,
después de todo, ganaron votos y escaños a expensas de la izquierda. Así que
nunca había habido apoyo, decían, para ningún intento de revolución. Eso
habría sido una auténtica aventura.

La discusión era y es doblemente errónea.

En primer lugar, junio no fue mayo. En mayo la gran masa de la clase


trabajadora y una sección considerable de la clase media veían al régimen tan
responsable de los hechos que los estudiantes se lanzaron a levantar barricadas
y diez millones de trabajadores se declararon en huelga. Quienes eran hostiles
a lo que ocurría se sentían impotentes, incapaces de impedir esa gran
convulsión social. Por consiguiente, estaban predispuestos a alcanzar los
mejores acuerdos posibles con quienes tenían algún control sobre el
movimiento —una actitud que mostraba parte de la resignación de los
trabajadores en “tiempos normales”, al tener que aceptar trabajos que odian y
vidas domésticas sin ninguna satisfacción.

Mientras junio progresaba, estas actitudes cambiaron decisivamente. El


régimen restauró lo esencial del viejo orden. La contestación en el sector
público y en las grandes secciones de la industria llegaba al final. Los
estudiantes eran otra vez una minoría aislada e impotente. La elección ya no
radicaba entre un indeciso gobierno de turno y un movimiento de masas
aparentemente imparable, sino entre políticos del gobierno que mostraban que
podían controlar los acontecimientos y políticos de la oposición que tan solo
prometían que podrían hacerlo.

El cambio en el estado de ánimos afectó incluso a una cierta cantidad de gente


que había participado con entusiasmo en el movimiento. En mayo, mientras
diez millones de personas se movían juntas, todo tipo de gente con ideas muy
conservadoras podía haber visto la solución a sus problemas individuales en el
masivo esfuerzo colectivo. Pero a finales de junio habían vuelto a un mundo
donde sólo la promoción individual podía traer mejoras personales. Las últimas
oleadas de luchas de estudiantes y trabajadores les parecían ahora una fuente
de caos y peligro, no la clave para reordenar la sociedad.

Sin embargo, para el movimiento no existía la necesidad objetiva de decaer


como lo hizo en la primera semana de junio. Decayó porque las organizaciones
políticas y los sindicatos más poderosos dentro de la clase trabajadora francesa
se volcaron para obtener un regreso al trabajo en los servicios públicos
cruciales. Al hacerlo, provocaron precisamente el cambio de actitud que
permitió a los gaullistas ganar las elecciones y dieron credibilidad a quienes
proclamaban que ningún cambio revolucionario es posible.

En segundo lugar, decir que mayo tenía un potencial revolucionario no es decir


que la elección estaba, como planteó el General De Gaulle el 29 de mayo, entre
unas elecciones bajo sus condiciones y una guerra civil. Había otra opción: la
35

extensión y profundización del movimiento de tal manera que el gobierno


continuara reprimiéndose el recurso a las Fuerzas Armadas del estado.

Esto significaba promover formas de organización huelguística que involucraran


a todos los trabajadores, tanto a los más avanzados como a los más
“atrasados”, para forjar su propio destino —comités de huelga, asambleas
regulares en las plantas ocupadas, la vigilancia de piquetes y ocupaciones
involucrando al máximo de gente, delegaciones a otras plantas y a otros
sectores sociales involucrados en la lucha. Así, todo el mundo habría tenido la
oportunidad de participar directamente en la lucha y de discutir las lecciones
políticas. También significaba generalizar las demandas de la lucha, a fin de que
ninguna sección de trabajadores regresase a trabajar antes de llegar a un
acuerdo sobre las cuestiones vitales que preocupaban a otras secciones —la
seguridad del empleo, garantía de empleo para la juventud trabajadora, el pago
completo por cada día de huelga, reconocimiento pleno de derechos sindicales
en empresas antisindicales como Peugeot y Citroën, control democrático sobre
las emisiones de radio y TV mediante representantes elegidos por los
periodistas y técnicos.

Un movimiento construido sobre estas bases habría imposibilitado al gobierno


reafirmar su poder. Si el gobierno admitiera las demandas del movimiento,
quedaría acorralado y sería claramente un rehén del movimiento obrero de
masas. Si no aceptase ninguna concesión, sería incapaz de superar la parálisis
del país de cara a prevenir que sus aliados le despidieran y buscasen una
alternativa “responsable” que, a su vez, también podría convertirse en rehén
del movimiento de masas. En cualquier caso, el gobierno no estaría en
condiciones de ganar las elecciones a finales de junio. El resultado de los
comicios habría estado marcado por la predominancia del movimiento en las
fábricas y las calles —como ocurriría en Gran Bretaña cinco años y medio más
tarde cuando un movimiento más pequeño, el de la huelga minera en 1974,
continuó hasta las elecciones, dando como resultado un voto en contra del
gobierno de turno.

No hay, está claro, certeza alguna de que si el Partido Comunista y la CGT


hubiesen agitado en esta dirección se habrían ganado todas las
reivindicaciones. Pero lo que sí se puede afirmar con seguridad es que,
rehusando hacer campaña a favor de éstas, aseguraron el fin del movimiento
de mayo y la victoria electoral gaullista. Asimismo, también aseguraron que los
sindicatos franceses continuasen organizando sólo a una pequeña proporción
de la clase trabajadora, como en cualquier otro país industrialmente avanzado
de Europa, a pesar de haber estado involucrados en la huelga más grande que
ninguno de los demás jamás ha conocido.

El camino alternativo no habría conducido a una inmediata revolución socialista.


Pero habría conducido a una situación política de inestabilidad extrema, dentro
de la cual una clase trabajadora victoriosa podría ir tomando conciencia
progresivamente de sus propios intereses y de su propia capacidad para
organizar la sociedad. Sin duda, debido a que estaba a la vista una situación
36

tan indefinida, los líderes comunistas y de la CGT se apresuraron en aceptar la


más segura salida electoral de la crisis, incluso si ésta podía ir a parar a las
manos de De Gaulle.

Notas
1 G. Pompidou, Pour rétablir une vérité (París, 1982), p181.

2 Vladimir Fisera en la introducción a V. Fisera (de), The writing on the wall


(Londres, 1978), p11; L. Roux y R. Backmann, L’explosion de Mai (París, 1968),
p78.

3 V. Fisera (ed.), p78.

4 Cita de Daniel Cohn-Bendit en H. Bourges (ed.), The student revolt: the


activists speak (Londres, 1968), p67.

5 L. Rioux y R. Backmann, p38.

6 Documento en V. Fisera, p79.

7 Citado en Posner (ed.), Reflections on the revolution in France


(Harmondsworth, 1970), p64.

8 D. B. Said y H. Weber, Mai 1968: une répétition générale (París, 1968), p112.

9 P. Labro, Les barricades de Mai (París, 1968).

10 D. B. Said y H. Weber.

11 D. B. Said y H. Weber.

12 Según su primer ministro, George Pompidou, en G. Pompidou, p180.

13 M. Kidron, Western capitalism since the war (Harmondsworth, 1970), p169.

14 M. Kidron, p170.

15 Pouvoir Ouvrier, enero-febrero de 1968, y G. Ross, p163.

16 L’Humanité, 3 de mayo de 1968, en V. Fisera (ed.), p109.

17 L. Rioux y R. Backmann, p216.

18 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p216.


37

19 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p218.

20 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p218.

21 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p217.

22 Citado en G. Ross, p182.

23 G. Ross, p182.

24 Citado en G. Ross, p182.

25 Según T. Cliff y I. Birchall, France: the struggle goes on (Londres, 1968),


p19.

26 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p256.

27 Según L. Rioux y R. Backmann, p254.

28 L. Rioux y R. Backmann, p256-257.

29 G. Ross, p184.

30 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p247.

31 L. Rioux y R. Backmann, p423.

32 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p376.

33 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p382.

34 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p383.

35 L. Rioux y R. Backmann, p384.

36 Georges Seguy de la CGT, citado en G. Ross, p202.

37 Ver L. Rioux y R. Backmann, páginas 442-458. Para más detalles sobre esos
días, ver también G. Ross, p203-204.

38 Las estimaciones sobre el tamaño de la manifestación varían de entre


300.000 y 400.000 en L. Rioux y R. Backmann, p446, hasta 800.000 en G.
Ross, p206.

39 G. Pompidou, p197.

40 L. Rioux y R. Backmann, p249.

41 L. Rioux y R. Backmann, p276, y D. B. Said y H. Weber, p159-160.


38

42 Según G. Ross, p181.

43 G. Ross, p185.

44 G. Ross.

45 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p408.

46 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p450.

47 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p465.

48 Citado en G. Ross, p208.

49 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p512.

50 L. Rioux y R. Backmann, p513.

51 L. Rioux y R. Backmann, p553.

52 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p281.

53 Ver los relatos en L. Rioux y R. Backmann, p559, y D. B. Said y H. Weber,


p209-210.

54 Un líder de la CFDT citado por L. Rioux y R. Backmann, p451.

55 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p522.

56 Citado en L. Rioux y R. Backmann, p524.

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