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El uso/abuso de la historia y la negación del

Mapuche
En los albores de la República de Chile se elabora un discurso funcional al proceso
independentista y se acude a los habitantes del sur del Bio Bio creando una
continuidad entre la resistencia anticolonial de dos siglos del pueblo mapuche, “el
lustre de la América combatiendo por su libertad”, como diría en 1817 Bernardo
O’Higgins en su ‘Proclama a los Habitantes de Arauco’, y los creadores de la
nueva nación.

A medida que avanza la historia cambian los intereses, y a partir del año 1862 el
Estado chileno decide ocupar militarmente el territorio mapuche y hacerse de su
territorio. Para legitimar el actuar del ejército en la mal llamada “Pacificación de la
Araucanía” se presta el diputado por Cautín e historiador Benjamín Vicuña
Mackenna, quien ante sus colegas del Congreso declama “El rostro aplastado, signo
de la barbarie y ferocidad del auca, denuncia la verdadera capacidad de una raza
que no forma parte del pueblo chileno”. Lejos están aquellos que incluso formaron
parte del primer escudo nacional.

En paralelo, el diario Mercurio de Valparaíso le explica a sus lectores que “La razón
de someter y exterminar a los indígenas proviene del provecho y conveniencia
pública que resultaría el apoderarse de los vastos y ricos territorios de la
Araucanía”, y alertaba que: “La provincia de Arauco es nuevamente amenazada por
estos bárbaros y la inquietud y la alarma se han extendido en las poblaciones del
sur.”
Se crea un enemigo interno, “que es urgente encadenar o destruir en el interés de la
humanidad y en bien de la civilización”, en palabras del mismo diario. Se infunde el
terror y con ello se legitima la ocupación, ayer y hoy.

Una vez hecho el trabajo mediático, se internaban en el territorio mapuche


múltiples divisiones del Ejército cuyo resultado era “el incendio de más de dos mil
casas de las tribus guerreras, la mayor parte repleta de cereales para subsistencia; la
destrucción de todos sus sembrados; i por fin numerosísimos piños de ganados
arrebatados a los mismos”, relata Horacio Lara.

Todo aquello es negado por Sergio Villalobos en su obra “Incorporación de la


Araucanía. Relatos Militares 1822-1883”, caracterizando a los militares “como
verdaderos estadistas, bien intencionados y de espíritu elevado.” Ninguna
referencia al actuar del General Pinto, de Pedro Lagos o de Basilio Urrutia, a
quienes incluso prensa de la época les llamó la atención por su actuar abusivo en
contra de los mapuche.

Peor aún, el texto hace un recorrido que comienza en 1822 y llega al año 1863, y ahí
se salta a 1877, borrando de un plumazo 15 años, precisamente los años en que los
sectores aledaños al río Malleco, al igual que hoy, son brutalmente atacados.
Villalobos inventa una historia en la que esos momentos no existieron, en una
acción intelectual tendenciosa y deshonesta.

Hace unos días, en el Diario La Tercera, el historiador Leonardo León negó la


deuda histórica del Estado chileno con el pueblo mapuche: “no hay nada que
reparar”, todo es parte de la “falsificación de la historia”, el que necesariamente nos
hace remontarnos y hace juego con el artículo publicado hace algún tiempo por su
mentor, Villalobos, bajo el título “La Araucanía. Historia y falsedades”, en El
Mercurio. De original, nada. En cuanto a sus objetivos, tampoco.
Vamos por partes. Sostiene que los mapuche vendieron sus tierras “de modo
voluntario y masivo” en un proceso que “tuvo lugar durante las décadas de 1850 y
1860”, en circunstancias que la gran propiedad y las haciendas se formaron a partir
de la década de 1870, en un proceso lleno de irregularidades y del que incluso el
propio Cornelio Saavedra denuncia que “se buscaba a cualquiera persona que
vistiese chamal y hablase el indio, se le daba uno o dos pesos a fin de que asegurase
ante un escribano ser dueños de grandes extensiones de terrenos y decir que había
recibido unos cuantos miles de pesos”.
Así se formaron las Haciendas Lanalhue, que acumula un total de 5.500 hectáreas,
y Antiquina, de 8.130 hectáreas, ambas de la familia Etchepare; la Hacienda Lleu
Lleu, con 4.000 hectáreas, de Félix Aguayo; la Hacienda Tranaquepe, del
Intendente Francisco Javier Ovalle y luego los Ebensberger, que se extendía por
12.000 hectáreas, por situarnos sólo en la costa de Arauco. Las propiedades citadas,
se formaron comprando acciones y derechos a supuestos vendedores mapuche, que
acudían en grupos de a 20, en días seguidos, a la Notaría de Lebu, a más de 80
kilómetros de distancia, por supuesto en tiempos en que no había ni camino ni
locomoción, para firmar unos contratos en los que el supuesto vendedor ‘firma a
ruego por no saber’ y el notario inscribía la venta: 29.630 hectáreas para 3 familias.

En contraposición, y en el mismo espacio territorial anterior, la comuna de Tirúa,


se entregaron 34 títulos de merced, 4.815 hectáreas para 842 personas. Vaya
diferencia. Solo un ejemplo, que se repite en todo el territorio mapuche.

Luego, y ante tamaña evidencia, León disfraza la reducción territorial mapuche al


5% de su ocupación efectiva señalando que el Estado, en una acción loable, “logró
que medio millón de hectáreas quedasen en manos de los habitantes originarios”,
cuando ahí es precisamente que se perfecciona la usurpación.
El espacio no reconocido a los mapuche es declarado baldío, sobrante y fiscal, y
luego es rematado en hijuelas colindantes dando origen a la gran propiedad, que
constituye el antecedente de los actuales predios forestales. Haciendo más gravosa
la situación, el Ministerio de Tierras denunciaba entonces que “el mejor negocio era
rematar hijuelas vecinas a indígenas y aumentar las propiedades a través de las
corridas de cercos.”

En resumen, los mapuche no tienen derecho alguno. Para León todo el proceso es
legal, hay ´papeles’, que, como sabemos, dan para mucho.

Para la prensa los mapuche, que alguna vez fueron bárbaros, flojos y borrachos,
ahora son terroristas y, de un tiempo a esta parte, además, ladrones de madera, a
las finales delincuentes.

Da lo mismo, la idea es estigmatizar y naturalizar el actuar de las fuerzas policiales


que día a día recorren el territorio mapuche, legitimar la represión a las
comunidades mapuche que no quieren recibir las migajas de tierra que les entrega
CONADI, que buscan la reconstrucción de sus tierras antiguas y plantean su
autonomía.

Para eso está también el Ministro de Interior Jorge Burgos celebrando el año nuevo
con las tropas de ocupación en el Retén/Fuerte de Pidima, a 10 kilómetros de donde
alguna vez se levantó el Fuerte Chiguaihue, en las cercanías de donde fueron
asesinados por carabineros Jaime Mendoza Collío y Alex Lemun, desde donde salen
a intimidar a las familias mapuche los vehículos blindados de última generación
recién importados y se dirige la represión a las comunidades mapuche en
resistencia.

Parece que la historia no avanzara en el territorio mapuche, los discursos de antaño


se podrían escuchar hoy, las tropas armadas recorren las comunidades como hace
150 años, se leen idénticos titulares en la prensa.
En este contexto se entiende el artículo de Leonardo Leon, cuyo título “La
falsificación de la historia y de la memoria”, le cae perfecto a sus propias palabras.

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