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La Percepcion Del Espacio Urbano. Antoin
La Percepcion Del Espacio Urbano. Antoin
ANTOINE S. BAlllY
Profesor Agregado de Geografía de la·
Universidad de Besan~on
Traducción:
JESUS J. OYA
Prof. Adjunto Numerario de
Geografía Humana (Facultad de
Ciencias Políticas y Sociología,
Universidad Complutense, Madrid)
COLECCION«NUEVO URBANISMO))
© Antaine S. Bailly
© 1978 edición española:
Instituto de Estudios de Administración Local
Joaquín García Morato, 7. Madrid-lO
I.S.B.N.: 84-7088-229·5
Depósito legal: M. 5.239 - 1979
. .
11
ha sabido, con sus juiciosos consejos, orientar mi análisis.
Por otra parte, he podido beneficiarme -de lo que me siento
muy dichoso- de enriquecedoras discusiones con distintos co-
legas: vaya desde aquí mi sincero agradecimiento a los profe-
sores Roger Brun.et, J ean-Bernard Racine, Mario Polese y Mi·
chel Beaudry. Ni que decir tiene que un estudio de esta enver-
gadura no lo habría podido emprender de no haber contadc.
con múltiples y variados concursos. Las imprescindibles inda-
gaciones bibliográficas me fueron facilitadas gracias a la se-
ñora Hélene Houde, del 1. N. R. S. Urbanisation de Montréal.
Una mención especial se merecen mis estudiantes los señores
Pierre Marchand,M. Senelet y R. W áessner~ ,que participaron
en 1'lUmerosos seminarios sobre, la percepci,ón y que en todo
lnomento significaron un estílnulo en n1i labor.' Asimismo, me
veo, obligado. a ascciar a Michele Bailly a esta obra, por, cuan-
~o n,o sólo me ha aportado su permanente e inalterable apoyo,
síná tqm,bié,n, pprque se impuso ,la ingrata tarea de, revisar el
manu,scritQ. Ti:>t;los ellos saben de sobra .lo m~cho qtle este
trabajo.l~'4epe ,a Su amistad.'
Para t'erminar, permítaseme dar las más expresivas gracias
al C,entro de Irzv~stigación Urbanísti.ca" y muy ,e.n p.articular
á' $.ti 4irec'tor, el, Sr.' Arr()u';llignod;' (lgr4c/..'ecimiento.' ,(¡úe hago
exten~ible a,su' {firec(or, 4(1junto, Sr. Prestel, ppr, haber acep-
~a4.o,,· Jo. .pu!?Ucación de est~,_ manual.. . . ' . ' ,
- Ántoin~ s. BAILLY
12
INTRODUCCION
El ENTORNO
URBANO
Y El HOMBRE
I. ¿POR QUE RAZON ESTUDIAMOS LA PERCEPCION
DEL ESPACIO URBANO?
15
grupo de edad, no compartían el mismo medio histórico y
cultural.
La información y los estímulos del medio no provocan en
el hombre idénticas reacciones. Los comportamientos indivi-
duales (2) varían en función del sujeto, de los tipos de mensa-
je y del entorno. El mensaje, transmitido por un vector, se ins-
cribe en el individuo a partir del ambiente o marco vital. En
la era de las comunicaciones, cada persona comprueba cómo
se le ofrece una cantidad cada vez más considerable de infor-
maciones y se enfrenta a redes de múltiples relaciones. Tome-
mos el ejemplo de una gran. ciudad, en la que sus habitantes
están continuamente expuestos a los anuncios publicitarios, la
circulación y la señalización viaria, a los ruidos de la radio, la
televisión, el teléfono y el medio, además de todo aquello que
moviliza su atención (conversación, trabajo, conducción, etc.).
¿Reaccionarán de igual manera que los rurales? Según una en-
cuesta llevada a cabo' por el diario The New York Times, los
neoyorquinos permanecen bastante indiferentes a estos estímu-
los exteriores: no cogen el teléfono cuando suena; se hacen
oídos sordos toda vez que un transeúnte les pregunta, y ya no
miran las carteleras ni se detienen ante las manifestaciones
públicas. Una especie de filtro mental les permite, al menos
en apariencia, desprenderse de ese contexto que les apremia
y moles~a. Parece, pues, que el hombre es susceptible de selec-
cionar las informaciones del entorno, no reaccionando más que
ante lo que le concierne. Cualquiera que Sea la forma del men-
§aje, sólo es posible una comunicación entre un emisor y un
receptor .en la medida en que ambos compartan cierta comu-
nidad de intereses. En la ciudad, vasto centro de intercone-
xión de las redes, los individuos o las organizaciones pueden ele-
gir el tipo y la cantidad de informaciones que les interesan;
de ahí' que una parte de las redes que les rodean resulten inúti-
les. 'Pero ¿no conduce esta elección a distorsiones en la percep-
ción de los individuos o grupos? ¿Cabe hablar' todavía de urba-
nitas homogéneos, unidimensionales, que responden a procesos
. '(2) Comportamiento es tomado aquí en su acepción de «reacciones
observables».
16
semejantes y tienen actitudes y comportamientos espaciales
racionales? Ante la magnitud en progresivo aumento de las
fuentes de información, el individuo se halla no sólo enfren-
tado a sus próximos (personas-medio), sino también a gentes
situadas a centenas de kilómetros.. Más que nunca se hace sen-
tir la necesidad de un estudio sistemático de los procesos cog-
nitivos (3) adaptado a estas nuevas condiciones de vida.
Sin embargo, implícitos o explícitos, en los trabajos de los
investigadores de las ciencias humanas encontramos modelos
sobre la percepción, las actitudes y el comportamiento huma-
no. En los últimos siglos ---en Darwin, Spencer, Huxley, y aun
en Descartes- podemos hallar modelos teológicos o biológi-
cos. En el siglo XIX la dimensión psicológica tuvo ~u lugar en
determinadas obras que versaban sobre el comportamiento,
pero los economistas considerarían siempre al hombre como
racional e' influido por objetivos de maximización. Todos
estos modelos tratan de un hombre ideal, que responde
a un comportamiento homogéneo. Ahora bien, como ha pues-
to de relieve Wolpert, en un estudio de los sistemas agrícolas
de Suecia (1964), a menudo las decisiones vienen condiciona-
das por diferentes percepciones; y ello fue lo que llevó a Simon
(1957) a establecer los principios de la racionalidad parcial:
«La capacidad del espíritu humano para formular y resolver'
problemas complejos es muy limitada en relación con la di-
mensión de los problemas» (pág. 198).
Dos observadores, como consecuencia de sus conocimientos
parciales, de sus experiencias, de su participación en grupos
y de sus fines, no percibirán el mundo del mismo modo. «El
espacio sólo existe a través de las percepciones que el individuo
puede tener de él, las cuales condicionan necesariamente to-
das sus reacciones ulteriores. Por esta razón, este espacio está
17
•
lejos de ser por doquier equivalente a sí mismo, como querrían
mostrárnoslo los geógrafos... » (Moles, 1972).
Sin entrar ahora en la exageración de este autor, parece
evidente que en el enfoque de geógrafos o urbanistas se han
menospreciado determinados tipos de espacio. No hay más
que echar mano de la clave de las unidades «ekísticas» de
Doxiadis (1968):
18
y residir o trabajar en diversos espacios. Y, como consecuencia
de estas posibilidades, la imagen personal resulta básica a la
hora de elaborar modelos urbanísticos.
La percepción de" la ciudad no es, pues, simple. Entre la
proyección de los estímulos del medio y nuestro comportamien-
to existe toda una serie de complejos procesos mentales: y es
el estudio de estos fenómenos, desde la percepción a la actitud,
lo que constituye el objeto de la geografía conductista.
Esta nueva forma de geografía es el resultado de la com-
probación de una carencia. Al observar el estado de avance
de las ciencias físicas y biológicas, se nos aparece con toda
nitidez que nuestro conocimiento teórico es, en los escalones
inferiores, bastante bueno; así las cosas, se describe con preci-
sión la anatomía del átomo y de la molécula. Pero cuando se
llega a la célula comienzan a plantearse ciertos problemas, y
al nivel de las estructuras complejas, allí donde la observación
es difícil, nuestro conocimiento deviene más débil. En geogra-
fía acaece un poco lo contrario: si bien los fenómenos grupales
han venido siendo estudiados desde hace mucho tiempo, lo
que ha favorecido el florecimiento de la geografía regional, en
cambio se ha descuidado la explicación de las percepciones,
de las actitudes y de los comportamientos de los individuos.
En lugar de haber comenzado por los elementos constitutivos
de los medios humanos, la geografía pasaría directamente al
análisis de las organizaciones y las causalidades. Es un esque-
ma determinista éste, que hacía abstracción del individualismo
humano. El enfoque conductista está, de modo opuesto, vincu-
lado a la crítica de la lógica positivista. Más allá del paso del
paradigma (5) cualitativo al paradigma cuantitativo, lo que
estudiamos es la distinción entre el enfoque micro y macro-
geográfico (6). El enfoque cognitivo y conductista (behavioris-
la), por uilizar la terminología de Harvey, constituye un nue-
vo paradigma de la geografía.
19"
11. PERCIBIR LA CIUDAD: PLAN COMENTADO
20
realidad, menosprecian el valor de las actitudes para consagrar-
se, exclusivamente, a los comportamientos de grupo.
Según numerosas descripciones de la ciudad, entre los cri-
terios perceptivos que facilitan la esquematización del entorno
cabe distinguir la escala, los esquemas lógicos y las referencias.
Estos descriptores permiten captar la personalidad del medio
urbano, en el cual el sujeto resalta los signos más evocadores
y más tranquilizadores. Y son estas relaciones subjetivas del
hombre con respecto a su medio las que habrá que analizar
,a fondo, si queremos comprender la «imagen de la ciudad».
«No hay nada en el espíritu que no pase a través de los
sentidos» (Aristóteles). Las informaciones recibidas por los
diversos sistemas perceptivos (orientación, audición, tacto, ol-
fato y visión) son enviadas al cerebro, él cual las organiza. La
transmisión de estos mensajes está sometida a las tensiones
del emisor y del receptor. Y, dado que el hombre es a la vez
receptor y emisor, las interacciones son continuas. Acto. se-
guido, la memoria, actividad creadora, distingue en un primer
tiempo las señales indeseables de los mensajes significativos,
antes.de, pasar a ordenar y estructurar las informaciones. Re-
agrupando estas sensaciones y reduciendo en forma de esque·
.ma los elementos, la memoria crea símbolos que influyen en
hi.s actitudes. El proceso cognitivo corresponde. a las probabili-
dades de organiza~ión de los signos en relación con nuestra
experiencia. Cuando los estímulos d~l medio son abundantes,
el ¡ndividuo selecciona, por tanto, formas y estructuras con
'arreglo a la memoria. .
Sin ánimo de incurrir en determinismo, hemos de afirmar
que el medio urbano es, asimismo, susceptible de modificar
el género de vida y los valores personales y sociales. Cuatro
elementos juegan un papel preponderante en este proceso: las
nociones de densidad, categorías socio-económicas, grupos de
edad y calidad del hábitat. Así, pues, el espacio simbólico puede
ser aprehendido a la vez mediante la comprensión de los meca-
nismos perceptivos (al nivel del individuo) y por el análisis
del medio.
El sentido del lugar resulta de los vínculos que un sujeto
·21
(el hombre receptor sensorial) mantiene con un espacio. El
análisis del sistema proxémico pone de relieve la estructura de
nuestras actitudes; se aprende, así, a leer los efectos de la ex-
periencia espacial sobre las reacciones de individuos o grupos.
Una comunidad no se crea solamente como consecuencia de la
proximidad psicológica; se precisan una cooperación e inter-
cambios, así como una mutua dependencia. La territorialidad
constituye la expresión geográfica de las motivaciones socia·
les, étnicas, económicas, culturales y políticas.
La percepción de la ciudad se basa cada vez más en una
acumulación de informaciones percibidas en los desplazamien-
tos. De no existir los movimientos intraurbanos, el mapa men-
tal se reduciría al barrio de residencia-trabajo. Ahora bien, his
imágenes del medio se jerarquizan de acuerdo con los secto-
res vividos, las vías por las que se discurre y la idea subjetiva
de distancia. La interacción entre todos los tipos de espacios
urbanos implica-.la existencia de los, ejes de transporte. En el
momento de realizar un desplazamiento, el conductor nota en
principio los objetos próximos; los alejados, por sí mismos,
sirven para_',la orientación. Séase conductor o pasajero, la
estructura del paisaje determina la mayoría de las 'perc~pcio·
nes. Pero la co~ificación y la memorización modifican el orden
de' Clasificación; de 10s- recuerdos. La posesió~. de ,un vehículo
11 otro influye en .el'conocimiento·Y la imagen del medio.' "-
22
El urbanista, para explicar las imágenes de la ciudad, recu-
rre a los enfoques de los investigadores de las ciencias sociales,
habituados a captar las significaciones del medio, el sense of
place de los anglosajones. Particularmente, la experiencia de
los psicólogos -que miden las actitudes subjetivas mediante
diversas técnicas cuantitativas, escalas, escalogramas y semán-
tica diferencial- resulta útil. Algunos autores añaden a los
cuestionarios orales otros métodos, tales como la cartograña
y las comparaciones fotográficas, para evitar los problemas
semánticos y los estereotipos. De este modo obtienen las imá-
genes de los individuos calificadas por determinadas cons-
trucciones personales. Estas construcciones expresan contras-
tes 'significativos, que es posible comprender merced al mé-
todo denominado «repertorio en casillas» (repertory grid). Muy
sensible a las' variaciones individuales,' esta técnica suministra
a la vez informaciones acerca de las estructuras de la imagen
y sobre las evaluaciones personales. Ante la multiplicidad de
los atributos de la imagen, a menudo hay que emplear métodos
multivariados (análisis factorial de las correspondencias o de
los componentes principales), para poder diferenciar los fenó-
menos estructurados de los fenómenos aleatorios. Este reagru-
pamiento corresponde a un camhio de objeto de análisis de las
percepciones individuales en las actividades comunes. Se trata,
asimismo, del paso de sistemas probabilistas a sistemas deter-
ministas. Para llegar a tener una imagen global de la ciudad
habremos, pues, de completar el enfoque 'de la geografía con-
duetista con el de la geografía de la organización.
. En el 'último capítulo --:'«La percepción de las organizacio-
nes urbanas»-, al objeto de establecer las regularidades en el
comportamiento residencial y de aprehender los componentes
de la actitud, emplearemos, por tanto, los métodos macrogeo-
gráficos. Y, en lugar de basar el análisis en la percepción indi-
vidual, estudiaremos los comportamientos de grupo. ¿ Es posi-
ble,' pese a los' problemas de inferencia geográfica,' relacionar
los resultados de las investigaciones conductistas con los obte-
nidos por' la geografía de los grupos? .
La organización urbana se fundamenta, de acuerdo con los
23
ecologistas factoriales, en tres dimensiones: el carácter fami-
liar, el rango social y la adscripción étnica. Pero más allá de
esta aseveración, ¿acaso las dimensiones no se relacionan con
actitudes comunes respecto de la ciudad? Así las cosas, la eco-
logía factorial pasa a ser el punto de partida de la investigación
de las actitudes de los grupos humanos. ¿La disposición con-
céntrica de Burgess, la sectorial de Hoyt y la aureolar de Ull-
man traducen realidades semejantes de la imagen urbana? He
ahí la cuestión que planteamos en este capítulo.
La preocupación de la presente obra no es otra que la de
llegar a conocer, en sus diversas escalas y por medio de distin-
tos métodos, el modo cómo es percibida y vivida la ciudad.
Lejos estamos de haber pretendido· una síntesis exhaustiva;
a este respecto, no estaría de más recordar que, a' pesar de "la
calidad de las monografías, su dispersión no facilita las com-
paraciones. Los temas presentados aspiran, sobre todo, a deli-
mitar un campo de análisis, evitando con ello caer en el deter-
minismo empírico. Los principales elementos tratados -tipo-
logía de la percepción, proceso cognitivo y sesgo geográfico---
contribuyen a ilustrar un enfoque poco utilizado en urbanis-
mo y en geograña.
BIBLIOGRAF1A
24
MOLES, A., Prefacio en EKAMBI-SCHMIDT, J.: La perception efe l'habitat,
París, Editions Universitaires, 1972.
SIMON, H. A., Model 01 a Man, Social and RJ1.tional, Nueva York, JoOO
Wiley, 1957.
WOLPERT, J., cThe Decision Process in a Spatial Contexb, Annals of the
Association of American Geographers, 4 (1964), 537·558.
2S
CAPITULO I
LA PERCEPCION
DE LOS PAISAJES
URBANOS
INTRODUCCION
29
La ciudad, considerada no ya como sagrada, es un espacio de
reproducción de la sociedad que se utiliza cotidianamente.
Cada persona percibe, a través de sus preocupaciones -so-
ciales, culturales y económicas- y de su experiencia, un medio
que le es propio. «Esta imagen, a partir de la cual se decide el
comportamiento espacial de los habitantes de la ciudad, es
una mezcla de elementos reales y de ideas falsas, sobrevalo-
rados determinados aspectos y dejados otros en la penumbra;
es el resultado de la información recibida personalmente por
cada individuo, de informaciones indirectas, más o menos
fiables, de datos y sistemas de valores expandidos por el medio
cultural o manipulados por los medios de comunicación de
masas» (Horacio Capel, 1975, pág. 74).
Las ciencias sociales descubrieron de este modo que las
percepciones y las imágenes personales no siempre encajaban
con el medio «objetivo» de los técnicos. El análisis subjetivo
del paisaje es reciente. En los años veinte, Benton McKaye
(1928) comprobaría la influencia que los medios rural, urba-
no y natural ejercen sobre el comportamiento.
Durante mucho tiempo, la descripción de los paisajes -la
mera descripción, carente de una investigación acerca del mé-
todo de análisis global o sistemático, y no preocupada por
las formas o las actitudes humanas- pareció suficiente. Entre
las ciencias que tratan del «paisaje», ninguna lo considera en
su totalidad: unas se contentan con la percepción visual (geo-
grafía, arquitectura) y otras analizan la vida interna (geología,
ecología) o la ordenación (etnología, economía, urbanismo).
El paisaje es tan diverso, según sea el tipo de enfoque emplea-
do, que cabe preguntarse si se trata del mismo objeto. No obs-
tante, en la terminología actual, el término «percepción», to-
mado del inglés, es cada vez más empleado.
Aunque no vamos a insistir sobre el problema del vocabu-
lario, nos parece necesario comprender el proceso de la per·
cepción de los paisajes urbanos. La proliferación de asociacio-
nes y publicaciones que tienen que ver con el entorno resalta
el interés que esta temática presenta. La noción de paisaje
30
es a la par un resultado de la percepción estructurada de ele-
mentos capitales y una construcción activa de la inteligencia.
Tratemos de captar sus componentes.
I. . LA NOCION DE PAISAJE
31
rechaza el concepto de imagen, y los comportamientos vienen'
explicados por las funciones. En oposición a esta' teoría' meca·
nicista, que reduce las decisiones a necesidades fisiológicas
primarias, algunos psicólogos -Tolman, entre otros- aceptan
en el proceso perceptivo la intervención de variables como la
intuición, la experiencia colectiva y la fisiología personal. Re-
conocen la naturaleza subjetiva de la noción de paisaje y el
papel de la imagen en el proceso cognitivo (2). El mundo fe-
nomenológico se· sitúa en el centro del paradigma cognitivo.
Como ha señalado Holt, en el título de un artículo (1964), se
trata del retorno de lo condenado al· ostracismo.
Percepción, aprendizaje y motivaciones son interdependien-
tes, y no independientes. De aceptar la filosofía fenomenoló-
gica, estas relaciones varían con el sujeto. La visión del arqui-
tecto y del ingeniero es distinta de la del usuario de la ciudad.
¿ Estamos ante la percepción del medio de vida humano (veci-
no, ruido, vida de barrio) o ante un paisaje global, en el que
todo está integrado (marco construido, medio social y cultu~
ral)? El paisaje «sólo puede ser calificado y clasificado en una
tipología geográfica, si se tienen en cuenta todos los elementos
invisibles que le confieren un particular sentido» (P. Geor-
ge, 1970).
Los paisajes nacen del encuentro entre organizaciones na·
turales y humanas, y son a la vez soportes y productos del
mundo vivo. La percepción no nos da otra cosa que imágenes
parciales y no integradas. Y ésta es la razón por la cual, de
unos años a esta parte, viene tomando carta de naturaleza
una «geografía psicosociológica que se propone estudiar la
concepción del espacio subjetivo» (P. Claval, 1972). En esta
geografía la percepción mental se impone sobre la percepción
material. La imagen no está formada solamente por elemen-
tos espaciales memorizados; es, también, simbólica. Los indi·
viduos cuentan con un potencial para enriquecer su experien-
cia del entorno. La percepción es un proceso activo y creativo;
32
es el.punto de partida de. una síntesis cognitiva (Herbert Leff,
1974). Así las cosas, elpaislilje posee una legibilidad que cons-
tii1:iy~ ia m~t~ria prima ·de una constrqcción activa. Las per-
sonas trat.an de identificar determinados elementos, dan prio-
rid~d .a ciertas dimensiones o estímulos y determinan asocia-
ciQnesó Más ~delante, y .por vía de abstracción, ·por reagrupa-
miento. en la me:r;noria, obtienen una síntesis cognitiva. El es-
pacio, pues, es tanto un producto de la estructura del paisaje
-.-perspec:tiva ésta ~doptada por los. seguidores de la teoría de
la forma (Ge.stalt)- cuanto el.resultado de la actividad y de la
experiencia perceptiva del sujeto (teoría de los psicólogos
transaccionalistas), Kevin Lynch (1960) ha trabajado, sobre
todo, en la primera dirección, y Raymond Ledrut (1973) en la
segunda~ .
1~ La'percepción de la ciudad
33
tos, a saber: los itinerarios, los límites, los nudos, los puntos
de referencia y los barrios. Los itinerarios están formados por
los ejes de desplazamiento de las personas; los límites, por
líneas de discontinuidad; los nudos, por zonas de confluencia
de los flujos; los puntos de referencia, por elementos particu-
lares, y los barrios por espacios que presentan cierta identidad.
La combinación de estos elementos hace posible que el lndi~
viduo estructure el medio urbano, y le dé una identidad y un
sentido. Es de lamentar que Lynch se haya contentado· con
presentar imágenes colectivas, en lugar de investigar los ele-
mentos invisibles que le confieren una signifieación. La imagen
de Lynch no pasa de ser esencialmente visual.
Uno de los méritos de este autor es el haber originado nu-
merosos estudios de legibilidad urbana. En Holanda (Amster-
dam, Rotterdam y La Haya), Derk de Jonge (1962) advirtió que
la percepción general del plano es mejor cuando la trama de
la ciudad es regular y está claramente organizada. Y toda vez
que el plano urbano es confuso, entonces pasan a ser impor-
tantes los detalles visuales y los puntos de referencia. La es-
tructura imprecisa de la ciudad supone, asimismo, imp1icacio~
nes cuantitativas, particularmente en cuanto concierne a la per-
cepción de las distancias. David Canter y Stephen Tagg (1975)
han comprobado que la legibilidad de la ciudad está vinculada
a la estimación de la distancia. Así, una urbe de estructura con-
fusa (Tokyo, por ejemplo) parece inmensa, mientras que una
aglomeración poco compleja (como Glasgow o Heidelberg) se
nos antoja más pequeña de lo que en realidad ·es. Las carrete-
ras, las vías férreas y los ríos juegan un papel esencial en la
coherencia de la ciudad. .
H. Klein (1967) ha llegado a resultados más matizados, que
integran al hombre en el proceso perceptivo: la estructura ur·
bana no es la única que interviene; igualmente lo hace el sujeto
mismo. Y aunque el centro esté delimitado con bastante pre-
cisión, surgen diferencias de interpretación en relación con el
sexo, el status socioeconómico, el lugar de residencia y la per
manencia residencial en la ciudad.
Un análisis de este tipo es el realizado por S. Rimbert, la
34
cual s~. propuso en su día trazar un mapa del «Estrasburgo
q\le todo el. mundo. conoce» (S. Rimbert, 1973, págs. 60 y ss.):
«La .imag~n de' una ciudad europea se construye, sin duda, más
sobre hl base de. significaciones asociadas a formas (símbolos,
espectácQ.lo de lasví'trinas y los transeúntes, y funciones sobre
todo comerciales, administrativas y culturales) que únicamente
con arreglo 'a las formas.»
Así, pues, todo espacio urbano viene caracterizado por cierto
número de elementos que le son propios y que componen su
personalidad. Elementos que son el resultado del dominio y
de la utilización por parte de los habitantes de los datos natu-
rales del emplazamiento (clima, topografía, materiales), de
acuerdo con sus necesidades (vivienda, circulación, ocio, tra-
bajo) y su cultura.
35.
Esta parte de la memoria y de la práctica del marco vital
ha sido analizada por ,RichardM. Rozelle y James C.' Baxter
(1972), en una investigación acerca de la significación' y el va-
lor dé los componentes urbanos. Las preguntas planteadas a'
los residentes de Houston fueron más sutilmente estudiadas
que en la encuesta' de ,Lync~: «1. Cierre los ojos y piense 'en
Houston. ¿Qué ve usted?». «2. Imagínese que usted se va 'de
Houston. ¿Qué cinco elementos d~ la ciud.ad recordaría usted?».
«3. ¿Cuáles son los cinco elementos más importantes de Ho,us-
ton?». Las respuestas se agruparon, para su codificación, en
tres categorías: por, un lado, las, que tenían' que ver con las
estructuras (construidas por el ·hombre"'tales como los edifi-
cios y las carreteras); por otrQ, las que se referían al ,medio
social (político, étnico, densidad), y, finalmente, las relaciona";
das con el medio natural (clima, relieve). Se dividió cada cate-
goría en subtipos, de acuerdo con la tipología estructural de
Lynch. La primera pregunta suministró antes que nada infor-
maciones descriptivas; la representación visual resultó ser tan
productiva como el ,método gráfico de Lynch. La. tercera pre-
gunta permitió, sobre todo, extraer rasgos sociales. Yen cuanto
concierne a la segunda, las' respuestas constituyeron una mez-
cla de memoria visual y elementos sociales. ,Cabría repre~entar
los resultados de send~s'preguntas en una línea continua, de la
siguiente manera:
.
:v SOCIAL
,
36
la percepción sensib'lé del rriedi~~" Esta duaÍidad' suscita el
problema de la creación arquitectónica o urbanística en un
medio en el cual el que ha de decidir no puede vivir y, sin em-
bargo, lo impone'alos que'han de residir en éL «Resulta útil,
geográficamente hablando, distinguir dos categorías de decisio-
nes: las primeras modelan el espacio, le confieren un sentido;
las segundas ,tienen como objeto adaptarse a' las estructuras
ya existentes» (P. Clava!, 1972). Así, pues, se dan dos tipos de
relaCiones complementarias hombre-paisaje, y todo análisis de
la percepción de los paisajes urbanos, cuya meta sea ~l desem-
bocar en una 'ordenación operativa, habrá de tenerlos en cuen-
ta. El criterio para enjuiciar unm~dio ya no es el de «es bello,
es feo», sino más bien el de si es: «el que corresponde a mis
d~seos y a mis necesidades».
, Los resultados vienen confirmados a escala del barrio y de
la residencia. Sin tener que descender al 'ejemplo de la influen-
cia 'psicológica del espacio arquitectónico sobre el comporta-
miento de los individuos en ,una habitación. (Sommer, 1969), po-
demos seleGcionar algunos casos d.e percepción -,del v~indario.
La 'mayoría'de los trabajqs (Teren~e ~e, J968),se..han.. orienta-
r
dQ. h~cia la 'investigacióh4e ',la organ,~z~ción.soci~l" .1~s' rela-
ciqn~s e~tre e1.-plaQ.o ,~el barri0':Ysu integración'en 'el medio
~rban<), l~ vida familiar y.la s~.1ud mental-.de los habitantes;
la suma- de los espacios' de acción d~ los individuos pennite
delimitar una unidad de. 'vecindario y. captar la significación
del. lugar" ,que p~saremos.a estq.diar ',en, el ,capítulo, tercero.
Una '.,éncuesta' realizarla por' F16rence, C. ,'Ladd' (1'972) entre los
jóvenes negros de.un',barrio· degradado de Bostonha arrojado
no po'ca ·,precisión sobr-e his 'p'ercepciones~ Los' adolescentes son
escasamente, sensibles al . c~lrácter ,exterior (apar~encia) de las
residencias: lo qtle les' intere~a es, el esp,~~io en el, que ·v-iyeQ.,
e~~o . , es"el ~sp~cjo)nteriQr~"Y'-lo. ,que descripen es '~I núm~rQ'de
habitaciones, la circulación ipterna, el ,área destinada a dormi-
torio' Y' el espacio personal.' Aquí, de nuevo, nos encontramos
cori' que 'la práctica del marco vital se pos' aparece como el ele-
mento dominante. ":: "
37
111. LOS MECANISMOS DE LA PERCEPCION DEL PAISAJE
38
puesto que las variables que intervienen son múltiples. La
imagen depende a la vez deja psicología individual, de la cul-
tura aprendida (arquetipos), de reflexiones socioeconómicas y
profesionales, de códigos de comunicación (códigos sociales,
lenguaje), de la experiencia vivida y de la originalidad bioló-
gica, pero no menos de la información recibida (interacción
personal). Ahora bien, la mayoría de los métodos propuestos
no son sino análisis de volúmenes, de espacios abiertos y ce-
rrados, y no tienen en cuenta la noción de familiaridad.
Tomemos como ejemplo el trabajo realizado por el Institut
d'Aménagement et d'Urbanisme de la Région Parisienne (1971):
en él se trata de describir el tejido urbano a partir de elemen-
tos urbanísticos, arquitectónicos y legales. Los volúmenes edi-
ficados, las posibilidades de penetración en el tejido -diferen-
ciados los espacios accesibles, visibles, perceptibles y construi-
dos- y, finalmente, las circulaciones automovilística y peato-
nal constituyen los elementos básicos de la descripción. Sigue
a continuación un estudio detallado de los espacios visibles,
que son los más fáciles de captar: funciones, esmero en el tra-
tamiento de los espacios, formas y continuidad caracterizan a
cada medio. Teniendo como punto de partida esta presenta-
ción «objetiva», los autores de la investigación que estamos
comentando elaboraron una tipología de los paisajes urbanos.
Pero ¿no se olvid.a que el paisaje es, antes que cualquier otra
cosa, una relación sujeto-objeto? En este método, el objeto
es lo único que ha sido cuidadosamente analizado.
J. Poitevin (1974) propondría otra técnica de análisis del
paisaje -los índices de visión- en el marco del Schéma Direc-
teur d'Aménagel'nent el d'Urbanisme de la vallée de l'Oise (3).
La hipótesis de base de esta investigación es que la calidad de
Un paisaje depende de las posibilidades de observación. Se
toma, pues, en cuenta ·la percepción del sujeto. Los índices
de visión, aplicados a la delimitación de emplazamientos pro-
tegibles, permiten una división racional del espacio. Cuanto
más visible sea una zona, tanto más será sentida por los obser-
(3) GROUPB D'ETUDB ET DB PROGRAMMATION (G. E. P.) 1974: S. D. A. U.
de la· vallée de l'Oise.
39
vadores una modificación que pueda transformarla.' Se trata)
por tanto, de definir .las áreas espaciales de acuerdo con ,sus
situaciones en relación con ,los conos de visión y la inclina-
ción del terreno. Este método se destinó, en una primera etapa"
al estudio de las formas del relieve, pero. resulta fácil com-
probar que el mismoenfo.que puede ser aplicado a las, zonas
edificadas. Para dibujar sobre un fondo de mapa la dimensión
vertical, se traza una malla (cuadriculación UTM"porejemplo),
«se acotan las cuatro cimas ,de cada cuadrado y se lleva sobre
un eje inclinado de 45 en relación con otros dos ejes la áltura
0
40
perar la descripción objetiva para llegar a establecer una clasifi-
cación de las modalidades de la percepción del espacio urbano.
A. Metton y M. Bertrand (1969 y 1972) han· tratado de descu-
brir los componentes espaciales de la noción de barrio, partien-
do de cuestionarios y dibujos. Con el apoyo de 1.700 encues-
tas, estos autores señalaron la importancia de la distancia de
las calles, de los lugares frecuentados, de los tipos de hábitat,
del aspecto de las construcciones y de la posición relativa de
los edificios, lo que les llevó a la idea de dibujar en un gráfico
semicircular un índice de forma, tamaño y centralidad de cada
barrio', sentando así las bases de una tipología del barrio (4).
Los ·psicólogos .han elaborado 'varios métodos para captar
las variables que intervienen en las facultades perceptivas:
tests (método situacional de Osgood); dibujos (técnica utiliza-
da por K. Lynch, 1960), descripciones de fotografías (y análisis
de las repeticiones de términos); encuestas directas e indirec;.
tasI' y observación de las personas en calles y. casas (filmes y
grabaciones magnetofónicas). Este arsenal metodológico faci;.
lita' una mejor captación de -las reacciones. individuales, pero
no nos·' explica el· .proceso -de percepción. Para comprender este
mecailismQ~ es menester ascender del mundo real a la imagen.
. 'J. M. Doherty. (1969) .propuso un esquema simplificado
(fig.-,.2):·
41
El individuo, debido a sus limitadas posibilidades, sólo per-
cibe de un modo incompleto, y parcial también es su percep-
ción del mundo real. Además, la información recibida de la rea-
lidad vivida (o percibida a través de los medios de comunica-
ción de masas) es el resultado de un fntrado operado por los
sentidos del hombre y por los mass-media: tacto,. vista, oído,
sentir por medio de la percepción (W. Rosenblith, 1961), y saber
leer en cuanto a la comunicación se refiere. Determinadas in-
formaciones usuales de 10 real no son percibidas, como con-
secuenCia de lagunas o reducción de esos sentidos, 10 que limi-
ta un poco más nuestro conocimiento. No hay que olvidar que
el hombre, por término medio, tiene situados los ojos a 1,50
metros del suelo; que su campo de visión periférica es de 90"
a cada lado de una línea teórica que pasa por la mitad del
cráneo; que su olfato es muy reducido, si se lo compara con el
de los animales (E. Hall, 1971), Y que sólo oye los ruidos emi..
tidos a poca distancia. Por ello, en el.proceso de percepción,
el individuo interviene biológicamente en un primer tiempo.
Como es un ser pensante dotado de memoria, esta información
recibe una significación y un valor en relación con la persona-
lidad profunda y el medio cultural, social y económico. Estas
complejas intervenciones, que han sido analizadas por los psi-
cólogos (J. Gibson, 1950), deforman la información, amplifi-
cándola o bloqueándola. Si la imagen percibida rememora un
recuerdo agradable, es desarrollada; si' resulta chocante, enton-
ces se produce un bloqueo. El proceso de percepción forma
parte de nosotros mismos, consciente e inconscientemente.
y esto es lo que ha llevado a los psicólogos a observar discre-
tamente a los individuos, para poder estudiar sus reacciones
espontáneas. A continuación de este mecanismo, sólo subsiste
una imagen residual que la persona transforma, de acuerdo
con códigos de comunicación (A. Metton, 1974), en un modelo
simplificado de 10 real (5).
42
FIG. 3. PROCESO DE PERCEPCION
MODELO SIMPLIFICADO
t
L-
DE LO
··.f·· REAL
--Ilp.--__
IMAGEN RESIDUAL
------.+-----------:-¡.. . . . -
MEMORIA
,/ t ~
FACTORES _ INDIVIDUO FACTORES
PSICOLOGICOS·'" ...• - + CULTURALES
InformaClOnesl SOCIALES
¡recibidas : ECONOMICOS
I I I
I J ,
•.1.. ••.•.•
OIR
Filtros sensoriales
Informaciones
SENTIR
l i n o percibidas
INFORMACIONES
r--- ------------,
/ I
/ ---, I
/ I ' I
/ I I I
/
/.
11 / I
I I I
1 I
!.~..5~~DO INDI~~~~JI /
. . REAL. PAISAJE I
----~--------- I
43
El individuo~ despué~··,de·· haber filtrado las informaciones
con arreglo a su personalidad, y de las tensiones a las que está
sujeto y de sus motivaciones., toma una decisión que puede
llevar al comportamiento. Los. mensajes se transforman en
Evaluación
adopción
~~~lfkado~.~.----------~I Comportamiento
de lo real
I
Tensiones
culturales,
sociales,
económicas,
físicas
44
este sistema cerrado. La integración en un sistema. existent~
asegura por un largo período de. tiempo la estabilidad del mO-
delo simplificado. de.Jo real. Todos los elementos concurren :al
equilibrio imagen-acción-imagen,pero se trata ·de un .efect9
.;." , .. '
.TEJIDO URBANO
I .. ~~. V¡LORES .
I
ü
,
. "
:·l.·....
Metas socieconómicas
.culturales -,
. I
DeCisiones y
acción
. ,
~
.'
'.
,
INecesidades "
y 'de~e os
, .
.',
CICLO DEL
COMPORTAMIENTO HUMANO
. L I Metas
Alternativas I 1 definidas
[Según F.. S. Cl!APIN: Urban Land' Use Planning, Urbana (lll.¡USA), '196Sa
4S
pasivo, porque el modelo de lo real se conserva por inercia.
Habrá que esperar a la implantación de un supermercado en el
barrio para que pueda aparecer un elemento externo, con· lo
que se modificará el sistema habitual del ama de casa.· Esta
nueva información supone una modificación del modelo. La
información se verá amplificada o bloqueada,. de acuerdo con
la cultura, los hábitos y las relaciones con los antiguos comer-
ciantes. Eventualmente, la nueva imagen implicará una altera-
ción del comportamiento, y puede aparecer un nuevo equili-
brio imagen-acción-imagen. En caso de bloqueo, subsiste el
equilibrio preexistente. Este ejemplo, que fuera aplicado a
un individuo, podría serlo al nivel de una organización, dado
que determinados aspectos de la imagen son comunes a varias
personas que forman parte de un grupo y desean influir en
otros grupos. Así, en ciertas situaciones, algunas organizaciones
pueden tener interés en modificar o preservar una imagen, para
transformar o bloquear el comportamiento de los individuos.
y es, precisamente, a través de la percepción, cómo los espe-
cialistas en publicidad tratan de orientar las decisiones; para
vender un producto, se lanzan mensajes a los consumidores .
potenciales, de modo que éstos terminen por adoptarlo. Por lo
general, la información se difunde de acuerdo con la convenien-
cia de los grupos de presión que disponen de medios emisores.
Las comunidades políticas conservadoras están interesadas en
mantener una imagen de la organización urbana que favorez-
ca un control de la organización social. Los habitantes de los
barrios acomodados desean, asimismo, conservar la «imagen de
marca» de su sector a fin de evitar bajas en su valor e intru·
siones sociales. <~De este contexto lógico se sigue el que, a par-
tir del siglo XIX, la burguesía haya procurado magnificar el
centro, difundiendo su iniagen, al tiempo que proponía la cen-
tralidad como modelo cultural a todos los ciudadanos» (H. Ca-
pel, 1975). Esta. imagen parece hasta tal punto natural, que
aun las organizaciones revolucionarias parecen aceptarla. Pero
un suceso cualquiera -crimen o motín, como en los centros
urbanos de los Estados Unidos; epidemia en las ciudades del
subcontinente indio-, puede engendrar im~genes.negatiyas.
46
En· este caso, el cambio producido en la evaluación no tiene
que ver con modificaciones de la estructura, sino mutaciones
del «ambiente» urbano. El espacio percibido es físico y, a la
vez, social.
47
El individuo integra los arquetipos usuales, de su clase social.
La residencia «es un objeto que vivimos, en tanto 'que nosotros
mismos estamos abiertos a una comunicación; un objeto refe-
renciable en nuestro propio terreno, en cuanto que otros com-
piten con nosotros en darle una significación» (P. Kaufmann,
1969, pág. 38). El valor simbólico de la vivienda resulta útil
como sistema explicativo de la dinámica urbana. En una eco-
nomía de libre mercado, las personas se las arreglan para vivir
en un barrio que corresponda a su clase socioeconómica y pro-
curan estar cerca de las 'clases inmediatainente superiores. Sis-
tema perceptivo y sistema vivido se agregan. El sujeto Inscribe
en lo' real la sintaxis de su propio discurso, que, de hecho, es
el discurso de su clase socieconómica: mi residencia, en tanto
que es algo visible, me inserta en el circuito de expresión ur-
bana. Analizado de e'sta forma, el modelo de Hoyt supone tres
hipótesis perceptivas: «1) todos los individuos clasifican los
barrios en el mismo orden, de acuerdo con su calidad residen-
cial; 2) todos los individuos ordenan los barrios, según sUs
preferencias en materia de residencia; 3) ambas clasificaciones
se' correlacionan estrechamente, lo que significa que la elección
de 'un barrio es una función de la percepción del status socio-
económico» (Johnston, 1971, pág. 63).
, 'La forma sectorial encontrada por Hoyt restilta de estas
hipótesis: 19s individuos, para mejorar su statu$, tienen q~e ins-
talarse en sectores «mejores», en los cuales podrán conseguir
residencias «mejores». Por lo que hace a las clases acomodadas,
~Iio' significa que hay que construir viviendas de calidad arqui-
tectónica 'superior a la existe~te. Estas edificaciones habrán
de estar situadas en la perjferia. urbana, dado que los sectores
urbanos, ya e~tablecidos están ocupados por personas de nivel
socioecon6mico inferior. Sus antiguas residencias, ahora dispó-
ni1;>les, pasarán a ser habitadas por gentes que, desean mejórar
sU,status. Este' movimiento hacia el exterior es, pues, .el resul-
tado de la .imagen 'sImbólica que los grupos se forjan de la
ciudaf:L
" .; Dlv~rsos investigadores han tratado de verificar la vali4ez
de estas imágenes mentales. Particularmente, Faote, Nelson,
48
Abu Loghod, Foley y Winnick (1960) han estudiado empíriCa-
men.te las razones de la elección residencial. Entre los motivos
que llevan a mudarse a las personas, la insatisfacción por la
vivienda es más importante que la insatisfacción que un ba-
rrio puede producir. Contrariamente a lo que se desprendía
de las hipótesis de Hoyt, a la hora de seleccionar una residen-
cia, el elemento esencial no lo constituyen el carácter social y
el mantenimiento del vecindario, si bien hay que tenerlos en
cuenta. Los únicos que conceden una gran importancia a la
calidad del sector son las personas de edad. La vivienda (Hall,
1971; Sommer, 1969), espacio privado, es, pues, la que, tanto
por su dimensión (superficie en relación con el poblamiento)
como por su coste, juega un papel de primer orden en la mo-
vilidad. No obstante, las preferencias y las satisfacciones varían
de acuerdo con las clases· sociales y los grupos de edades. Las
clases más acomodadas requieren un gran número de servicios,
que las otras capas sociales no consideran necesarios. Las per-
sonas más ricas y de mayor edad que la media, una vez insta-
ladas, se mudan menos que los jóvenes y que los individuos de
rentas más bajas. Los problemas de percepción no son tan sen-
cillos como en el modelo de Hoyt. La percepción es diferente, en
función de la edad y de las clases socioeconómicas. «El paisaje,
visto como una red de significados y significantes, es entendido
de diferente manera por unos y otros, bien sean individuos
o grupos» (Bertrand, 1974).
Se trata, pues, de afinar nuestro conocimiento de las imá-
genes mentales; en este sentido ha trabajado J. Adams (1969),
partiendo de las migraciones intraurbanas de Minneapolis. Su
investigación tenía como objetivo diferenciar, en el tejido ur-
bano, los' sectores· bien percibidos. de aquellos otros que resul-
tan imprecisos. La lectura de los diferentes espacios depende
de las' actividades y de las preocupaciones de cada uno. El ba-
rrio (s. Kel1er, 1968) en el que uno reside es conocido de modo
partiCular por cuanto es vivido; lo mismo sucede con los espa-
cios.en los que se trabaja, se realizan las compras o se utilizan
para el esparcimiento. Fuera de estas áreas bien delimitadas,.
el hombre ya no capta tan bien un medio que no es funcional
49
para él. El espacio existente entre la zona donde se habita y el
centro urbano, atravesado con frecuencia por diversos motivos
(compras, trabajo), es percibido, si bien de un modo particu-
lar. Determinados polos -una plaza, una calle, un monumen-
to-, situados a lo largo de los ejes de desplazamiento, son va·
lorados por diferentes razones: funcionales, históricas o cultu-
rales. «El factor esencial es el espacio-tiempo, lineal y cronoló-
gico, que se compone y destruye a medida que se efectúa el
desplazamiento» (Bertrand, 1974). La percepción del automo-
vilista varía, según sean la rapidez y la dirección de la progre-
sión, al igual que por el objetivo que se desea alcanzar (Apple-
yard, 1964). Así, pues, los urbanitas tienen imágenes claras
de los barrios situados entre su residencia y la periferia urba-
na, dado que es el camino que toman para ir al campo o a los
centros comerciales periféricos. El resto de la trama urbana,
que no suele ser habitual, presenta un carácter vago, por cuanto
no es frecuentado. La aprehensión de estos barrios no se hace
si no es a través de los medios de comunicación social, o bien
por medio de las relaciones mantenidas con determinadas per-
sonas que residen en esos sectores. En el primer caso se nos
aparecen, sobre todo, los barrios extremos -muy pobres (ghet-
to) y muy ricos-, de los que se habla a menudo (sucesos y ga-
cetillas). La imagen mental de la ciudad es, por tanto, parcial-
mente sectorial (barrios conocidos), y estas áreas se vinculan
entre sí mediante flujos visuales lineales que corresponden a
los ejes de desplazamiento. Las partes más claras del mapa men-
tal son aquellas que están ligadas al espacio-activ~dad del in-
dividuo.
Estas aseveraciones ilustran los límites del modelo de Hoyt.
El proceso residencial procede del conocimiento directo y per·
sonal (fig 6).
Un individuo, en el momento de cambiar de residencia, se
halla situado ante un mercado inmobiliario que no siempre
conoce con precisión. Y no puede evaluar claramente el status
de cada barrio, por lo cual, las más de las veces, la elección
se orienta hacia los sectores bien percibidos. La limitada ima-
gen mental de la ciudad reduce las posibilidades de esa selec·
ción.
so
FIG. 6. APREHENSION DE LA CIUDAD
.residencia
secundaria
centro
comercial
TEJIDO URBANO
52.·
visuales sucesivas' (visión estereoscópica), ya informaciones vi-
suales basadas en recuerdos analógicos y un razonamiento ana-
lítico, ya informaciones complementarias de la vista, el tacto
e incluso 'del oído y el olfato, ya una síntesis de informaciones
táctiles (percepción de los ciegos). Con arreglo a la edad y a la
experiencia, se privilegian determinados desarrollos. Por ejem-
plo, los niños expresan los volúmenes en imágenes planas (Pia-
get, 1948). Su aprendizaje del conocimiento del volumen viene
condicionado por las informaciones visuales sucesivas y la
'"información' táctil (necesidad de tocar todos los objetos). El
·adulto, en cambio, compara lo que ve con lo que conoce, pues
está habituado a un determinado número' de dimensiones usua-
les. En este caso, la memoria juega un papel esencial.
Aun cuando podemos captar de diversas maneras estosvo-
lúmenes, nos resulta imprescindible encontrar algunos compo-
nentes ·del lenguaje de ·las fonnas. Tomemos unos objetos de
igual volumen pero ·de· distintas formas. Comprobaremos en-
tonces: que' su equilibrio no es el mismo (cubo, esfera, pirámi-
de); que su situación c'on'respecto' a la observación modifica la
percepción; qtie su posición en rela'ción con las fuentes de luz
y' la -intensidad lumínica produce impresiones de desigualdad
volumétriCa; que cualquier· cambio en las proporciones (con-
servando idéntica forma) altera el carácter del objeto; que el
espectador recibe, de acuerdo con, la forma, choques emocio-
nales diferentes· (que tienen que ver con su experiencia). Real-
mente, raras veces los objetos se encuentran solos, y existen en
tanto que elementos de un, sistema 'espacial. Ello explica que
estructuras Y' formas estén vinculadas; particularmente en el
caso de lo real vivido. En efecto, los esquemas lógicos y los
pup.tos" de refer~ncia ·están subyacentes en el análisis de los
volúmenes en el espacio'.
Pasemos a examinar, en primer término, la percepción geo-
métrica de la citJdad. Los objetos sobrepasan a menudo el ta-
maño' humano, trátese del mobiliario urbano (H. Malt, 1970) (7),
(7)' Entre los elementos· del mobiliario hay que señalar los kioscos,
los emplazamientos' publicitarios,' las' cabinas telefónicas, .las zonas cu·
biertas al servicio de los transeúntes, los autobuses, los mojones de se·
53
las construcciones o las vías de comunicaclon. La visión del
espectador es, pues, limitada, y las deformaciones ópticas pue-
den ser importantes, según sea el.emplazamiento en que aquél
se halle. El transeúnte, alejado de un edificio aislado, posee
una visión de conjunto, pero los detalles de la fachada y del
plano se le escapan. Al acercarse, ve, en principio, las divisio-
nes arquitectónicas y la organización de las fachadas, y, des-
pués, los detalles. En este estadio ya no percibe el conjunto
del inmueble. Sólo tiene una visión deformada de la perspectiva
y tiene que recurrir a la memoria para recuperar la realidad
geométrica. No hay más que. observar a los turistas al pie de
una catedral para advertir que las gárgolas y ciertas estatuas
llaman más su atención que la volumetría objetiva de la edifi-
cación. En cualquier caso, con frecuencia esta visión objetiva,
por falta de distancia, no podrá tener lugar. Los griegos clási-
cos se dieron cuenta de esto. A pesar del rigor matemático de
su composición, los edificios están sometidos a correcciones
de perspectiva: curva de estilóbato y diferencias entre colum-
natas. La observación de los itinerarios de los ciudadanos su-
ministra, por· tanto, un medio de aproximación a su aprehen-
sión de la composición del espacio. La adopción 'Y el atractivo
o el rechazo de la perspectiva' y de la escala se traducen. en el
comportamiento.
Los' esquemas lógicos,. preestablecidos por la cultura y la
educación, constituyen un segundo criterio perceptivo, olvida-
do en la' mayoría de los estudios de legibilidad. El niñó' registra
cierto número de imágenes familiares (plaza central de la ciu-
dad, calle principal), que' simbolizan el funcionamiento lógi-
co (8). .
Así, pues, un paisaje no habitual ":""'por ejemplo, ante· «apar-
ca,mientos para bloques de casas», edificios «d~asiado altos y
54
aislados» y «monótonos» (Kjellberg, 1972), a los cuales no está
acostumbrada la mirada- puede molestar al observador. La
percepción viene acompañada de la atribución de valores. La
geografía clásica del hábitat, que describe y explica los paisajes
rurales y justifica el origen de las formas, permite captar estos
esquemas lógicos. Nuestros entornos rural y urbano, anárqui-
cos a primera vista (parcelario, disposición de las edificacio.
nes), resultan estar organizados la mayoría de las veces.
Estos esquemas lógicos modifican la percepción porque el
hombre encuentra o no, en el ensamblado de los elementos
urbanos, el funcionamiento lógico que espera. Ni que decir
tiene que estos esquemas lógicos se sitúan en todos los niveles
de la percepción; entre el copo de nieve, que tiene sus propias
f1eculiaridades, y la bola de nieve, en la que desaparece la ca·
racterística aguda de los cristales, el hombre establece una aso.
ciación lógica que' altera el primer elemento. Por lo mismo, en
una .ciudad o un edificio, la originalidad tiene mucho menos
que 'ver con la naturaleza de los elementos que lo componen
que con su organización. Si ésta le resulta lógica al individuo,
la acepta; la· adaptación al paisaje, al medio y al funcionamien-
to 'crea este esquema lógico; La comprensión o rechazo del ob-
jeto. se .produce de acuerdo con las experiencias previas del
«.perceptor». Si se da un rechazo e inadaptación al esquema ló-
gico de una sociedad,' nos preguntaremos' si tal repulsa corres-
ponde a un desconocimiento por parte del individuo, al mal
funcionamiento del objeto· o bien a la moda. Una composición
que agrupe· elementos yuxtapuestos, sin orden ni cuidado por
el contraste y la· transici(>n, sigue siendo ilegible.
'En la. ciudad puede hacerse la dosificación como en el arte
pictórico, en el'cual resulta indispensable la organización gene-
ral de la composición. Las telas de Rembrandí. limitan la luz,
en el claroscuro, a 1/10 de la composición, reagrupando los ele-
mentos ·luminosos. En cambio, determinadas estampas japo-
nesas sólo contienen un 1/20 de valores oscuros. Ello corres-
ponde al juego de contrastes y al esquema trazados por el pin-
tor. El paisaje produce, así, una impresión de satisfacción o
malestar. Sería interesante establecer, por medio de encuestas
55
y de acuerdo con el vocabulario utilizado, una lista de los tér-
minos de más frecuente uso que simbolizan tal satisfacción o
tal rechazo.
Las referencias -físicas, culturales o psíquicas- permiten
que el sujeto se sitúe y le evitan desorientarse. P. Kjellberg, al
objeto de mejorar la calidad del marco vital, propuso, en el
artículo antes citado, el establecimiento de «una clara signifi-
cación» y un «rostro para cada ciudad», con la construcción
de «nuevos monumentos», «estatuas (que) animen la ciudad»
y «muros-cuadros». Para mejor percibir su ciudad y sentirla
como algo familiar, el sujeto tiene necesidad de asimilar pun-
tos de referencia, sean éstos geográficos (relieve) o simbólicos
(plazas, monumentos). El papel de la referencia se nos aparece
vinculado a la escala del objeto, en relación con la naturaleza
del espacio, con su carácter, su forma, su color, su localización
y su olor, y, de hecho con todo lo que determina su personali-
dad. Las referencias no son las mismas según que el espectador
esté inmóvil, se desplace a pie o,. más rápidamente, en coche,
por ejemplo. El'automovilista, en lugar del detalle visual 'que
el peatón observa, repara en conjuntos generales, a menudo
formados por la reiteración de elementos (árboles' a lo largo
de una arteria) (Appleyard, 1964). Con frecuencia, estos 'puntos
de referencia son visuales, si bien el olfato y el oído juegan,
asimismo, un papel. El olor de la panadería y el ruido de la fá-
brica significan que la ciudad vuelve. a comenzar a· funcionar.
Los elementos, singulares o constantes, priman uilos sobre
otros, de acuerdo con las personas. 'Los primeros de aquéllos,
como los monumentos, los inmuebles elevados y 'los objeto's
de arquitectura especial llaman la atención 'Y se separan de la
trama urbana. Los elementos 'constantes -repeticiones 'de .ar-
cadas, edificaciones 'del mismo estilo y actividades semejan-
tes- confieren 'una significación al 'espacio urbano. Digamos
que su papel ha sido bien comprendido por los publicitarios, 'a
la hora de seleccionar los emplazamientos de las vallas. Estas
se clasifican con arreglo al atractivo ejercido Y a la clientela
susceptible de verlas (tipo de. clientela Y número de tran-
seúntes).
56
Si bien estos tres descriptores suministran indicaciones
acerca de la estructura del medio· urbano, no hay que olvidar
que la percepción es ·un proceso activo. Los estudios de percep-
ción. tienen que añadir a los «estruc~urantes. motores», necesa-
rios en cualquier tipología urbana, los estructurantes culturales.
57
naturaleza (jardines, parques, plantaciones). Las' característi-
cas arquitectónicas, las más estudiadas de todas, las podemos
describir, en términos sencillos, a través de cinco variables:
apariencia y estructura general; volumetría '(altura y espesor
de los muros; dirección e inclinación de los tejados); materiales
(piedra, madera); aberturas (dimensiones y ritmo de las mis-
mas), y superestructuras (balcones, escaleras exteriores, pila-
res y estructuras aparentes). "
Esta clasificación corresponde al paisaje irradiante perci-
bido estáticamente. No es otra cosa que el progresivo descu-
brimiento del espacio urbano por parte de un peatón.' En el
caso -del automovilista, nos encontramos con la presencia de
elementos singulares y c6nstantes~ En cuanto' á los primeros,
éstos se le aparecen como accidente~ de su recorrido, qu~
enriquecen el trayecto (encrucijadas, puntos de referencia,
etcétera). Respecto a los segundos, forman el, pasillo de pro-
gresión alo largo del,· cual se desarrolla su itinérario. El' su-
jeto antepone algunas de estas características objetivas,' que
c~nstituyen sus centro's de' interes. ,Teniendo en cuenta 'elme~
dio, la duración" de la residencia en el mismo y "ciertos 'atribu~
tos socioeconómicos, F. E: Horton y D. R. ReYn0lds (197t) han
pl"opuesto un . rtlodelo' conceptual (fig; 7). "
, En' realidad, ':se trata de definir y" medír la acción 'del indi-
viduo en el espacio urbano 'de' acuerdo eón su 'percepción de
las estructuras espaciales urbanas. Pero deterininados factores;
esenciales para la, comprensión: del proceso, no aparecen. Si
bienes cierto que la percepción del signo es función de la es-
tructura' espaciaI'objetiva del niedio urbano, no lo' es menOs
que también depende' del mediocultiiral y. de, lo que hemos
llamado' noción de familiaridad'. La hipótesis de familiaridad
sigu~ estando en la base de la percepción. La falta de identidad
y de 'vida de los ,nuevos conjuntos, ur.banos y suburbanos" en
relación' con las 'z,onas, más antiguas', nos, lleva a plantear el
problema, del paisaje-en términos de percepción ·subjetiva.'
Al objeto de que el urbanista y el arquitecto puedan prever
la inserción más favorable del ciudadano en el medio creado,
conviene analizar' con' precisión estas relaciones, subjetivas del
58
hombre frente a su paisaje. .ya no :cabe contentarse con pre·
sentar imágenes colectivas del medio 'urbano; es preciso bus-
car en la noción de familiaridad los elementos invisibles que
confieren una significación al paisaje. Comprender la natura·
leia del vínculo medio urbano +,
símbolo = paisaje equivale
a conocer lo que el objeto evoca en el sujeto y lo que el sujeto
ptoyecta sobre 'el objeto.
Atributos
socioeeon6mico!l
Representaci6n
de la estnlctura,
r ,------i espacial urbana
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lOS SISTEMAS
PERCEPTIVOS
INTRODUCCION
65.
I. LOS SISTEMAS PERCEPTIVOS
66
- la percepción activa y controlada constituye el estadio
avanzado. Además de la recepción y de la búsqueda de
nuevas informaci()nes por medio de la percepción activa,
el hombre reacciona merced a un. acto motor: se alcan-
za, así, el nivel del comportamiento.
67'
recibidas pasivamente por los diferentes sentidos sólo ·consti-
tuyen una parte del proceso cognitivo; los 'sistemas activos
susceptibles de recoger los mensajes y de ocasionar reacciones
completan la aprehensión del entorno.
Los sentidos no hacen. más que transformar una energía
en otra, y es el cerebro el que tiene que reunir las informacio-
nes para prever la fase activa. La recepción de la información
y el proceso de exploración pasan de este modo por cada uno
de los sentidos, lo cual permitió a J. Gibson (1966) elaborar
un cuadro sintét~co de los sistemas perceptivos,.
Naturalmente,' estos sistemas están más o menos desarro-
llados, de acuerdo con los, ind,ividuos. La s~nsibilidad varía,
puesto que determinadas personas no 'posee~eicónjunio'de
estos sistemas; la estructura del organismo y la biología son,
variables como los sujétos (Kalmus, 1952). E,sto constituye un
problema harto difícil y complicaélo, temible: en las investiga':'
ciones perceptivas, en las que se plantea como hipótesis":b~~,
que todos los hombres tienen la misma capacidad de redbii'
las informaciones~ Nuestros sentidos no ret~etieíi'más !'q!-ié, una
parte de la informaci~n potencial y sólo.,sentimos las :enérgías
que nuestros órganos detectan y transforman- eQ.señal~.s!, P9r
poner un ejempló, la percepción de: 1á: ~nformaciónsobreel
medio, transmitida. por 9n~as electh:>magnéticas, se l~ita a la',
región visible del esp~ctro. Esta región, variable segúh los in-,
dividuos, no: r.epresenta,: sin embargo, sino una ínfima: propor- .
ción de lo que los aparatos de física;pueden explorar: '
..-.1-0.01 A
I
I =, ,
I
, • :,'S
:i1't •' , ',' '. ,I:'~:': ";' •
Longitud de OlIda 100 A
,..
., ·1:1.000'mp;:
"
.1 mm ¡1·, .. 1 km
6~
añadir las interferencias resultantes del ruido del entorno y
de la distancia de la comunicación. Al trabaJar con grandes
números se tiende a olvidar la complejidad y las diferencias
entre unos individuos y otros. Fenómeno éste que hay que te-
. ner en cuenta en los estudios de percepción.
aprendizaje experiencia
70
FIG. 4. EL CONTENIDO DE LOS MENSAJES
71
una lámpara: :y es que el' efecto 'de inhibición' lateral realza
las diferencias y permite, por el contrario,. ig~orar ~os medios
uniformes. Estos mecanismos existen en todos los receptores
sensori~les.. Por ello, antes de dedicarnos al aprendizaje de 1ft
percepción, pasaremos a estudiar cada uno de los sistema~
sensoriales.. . ...'. '
72
suministran una medida continua de la extensión muscular y
de los movimientos articulares. Al mismo tiempo, unas célu·
las sensibles miden, a la altura de la carótida, la presión san-
guínea. Todos estos receptores añaden las informaciones nece-
saria~. El sentido de la dirección no es sólo el resultado de la
visión, puesto que es factible moverse en la oscuridad. Cuando
se estudia la percepción del automovilista, se ha de tomar en
cuenta de un modo particular el sistema de orientación, pues
permite percibir las aceleraciones, las disminuciones de la ve-
locidad y las distintas fuerzas (centrífugas) durante los virajes.
Señalemos, sin embargo, a este respecto, que este sentido, a
p~sar de la tosquedad que presenta en el hombre (3), es. nece-
sario, ya que un individuo que no mantiene su equilibrio posi-
cional difícilmente podrá utilizar sus .otros sentidos. Tal es el
caso de las personas que sufren de vértigo y pierden sus .me-
d~os o que no pueden adaptarse a la vida en los inmuebles
elevados.
El interés y el papel de este sistema parecen menos claros
'·par~. elhabitánte de la ciudad que para el ~ombre .cazador.
Con todo, un extranjero, cuando llega a una ciudad, trata, ,en
primer, término, de situarse, de orienta~se. '
73
nidos es un acontecimiento o una molestia, aun cuando le pres-
temos menos atención que al hallazgo de una imagen nueva.
Por otra parte, una encuesta del semanario L'Express (1974)
acerca de la calidad de la vida, realizada en 1974 en diecinueve
ciudades francesas, ha insistido en el malestar causado por los
sonidos. De entre los siete grandes males de la vida urbana
(ruido, fealdad, suciedad, contaminación del aire, tristeza, ha-
cinamiento y carencia de espacios verdes), los vehículos y sus
ruidos resultan ser los que son denunciados con más vigor:
para un 82 por 100 de' los habitantes de Marsella y un 79 por
100 de los 'de Toulouse y Rouen, hay demasiado ruido. En las
ciudades más tranquilas todavía encontramos porcentajes del
orden del 41 por 100 (Lens) y del 43 por 100 (Brest). A juzgar
por estos resultados, parece difícil poder escapar a un entorno
'ruidoso.' . .
En una encuesta abierta sobre los elementos estructurantes
del espacio urbano belfortense (5), el 8 por 100 de la población
encuestada resaltaba la tranquilidad de la ciudad. Eritre lo que
clesagradaba~ hay que señalar que un 10 por 100 de h~s personas
no apreciaban el ruido de la circulación y solicitaba~ la .supre-
sión en el centro urbano del transporte pesado (9 por 100) y
de la circulación automovilística (4 por 100), así como el des-
vío del tránsito por carretera (3 por 100). Menos numerosos
son los individuos que consideraban como agradables los ele-
mentos sónicos de la ciudad; algunos indicaban, sin embargo,
que les gustaba el sonido' de las campanas de las iglesias y la
música durante la quincena comercial, al tiempo que lamenta-
·ban·el carácter de «ciudad muerta»' de por las noches (8 por
ciento). En relación con los del Express, estos porcentajes no
parecen importantes, lo cual no deja de ser normal, dado el ca-
rácter no indicativo de nuestro análisis. Las personas no señala-
ban más que los hechos que se les antojaban importantes, sin
verse orientadas
.
por unas preguntas
.
determinadas. Es .evidente
74
que si se les hubiese preguntado: «¿Le molesta el ruido de la
circulación?», el número de respuestas positivas habría sido
superior. Pero al hacerlo de ese modo, ¿no estaríamos condu-
dendo el pensamiento del encuestado hacia problemas que
para él no son primordiales?
La percepción auditiva no sólo implica el hecho de oír, sino
·también el de escuchar, lo que supone un trabajo de los oídos
y de los músculos en dirección del origen del sonido. El siste-
ma auditivo recoge el sentido y la naturaleza de las vibracio-
nes; en· medio de un conjunto de ruidos, el hombre se orienta,
',ajusta su situación para escuchar y selecciona determinados
sonidos (voces, por ejemplo). La organización de las vías audi-
tivas en el cerebro se compone de dos sistemas diferentes: una
'vía' directa, llamada sistema auditivo específico, y una indirec-
ta, no específica, que se adapta a la primera. Los influjos des-
encadenados por la estimulación auditiva repercuten a la altura
de la corteza y de los centros nerviosos autónomos, los ·cuales
controlan, por ejemplo, el corazón y el aparato digestivo. La
primera fase permite al hombre concentrarse en un estímulo
auditivo, mientras que la segunda previene a los ótros siste·
mas de la necesidad de desencadenar una reacción.
Los mensajes sonoros sólo son desdfrabl~s si alcanzan unas
dimensiones precisas: . '
·75
circulación sanguínea y del número de glóbulos rojos. Pero,
en, sujetos expuestos a un sonido uniforme de 90 dB, se ha com-
probado también una dilatación de la pupila, una aceleración
en la frecuencia cardíaca (con un ruido uniforme de 70 dB,
la frecuencia aumenta en 30 pulsaciones/minuto durante toda
]a duración del sonido) y modificaciones en las secreciones en-
docrinas (hipófisis, tiroides y suprarrenales), y, en determina-
dos casos, una hipertensión. El sonido provoca, asimismo, un
descenso en los resultados del trabajo intelectual, el aprendi-
zaje ,(memoria) y la coordinación de los movimientos. El Na-
tional Safety Council de los Estados Unidos entiende que existe
una correlación entre el ruido y los accidentes laborales. Los
sC;)nidos de alta frecuencia y fuerte intensidad, como los de las
sirenas, son los que más agreden, y ello porque el receptor no
está preparado. Incluso durante el sueño, algunos sonidos de
intensidad moderada (60dB) afectan al hombre: la llegada del
sonido viene acompañada en principio de una caída del pulso
e incrementa la duración relativa del sueño ligero, lo que redu-
ce la: posibilidad de recuperación durante, el sueño.
" La ,pérdida del oído, la sordera parcial (6), o la falta de edu-
cación de este sentido, rompen un lazo esencial con el mediQ.
El origen de ,los sonidos facilita, por ejemplo" una mejor loca-
lización'espacial Delmismo modo que la visión binocular cons-
tituye el fundamento de la percepción de la profundidad, las
diferencias en la intensidad y llegada' de los sonidos al oído su-
ministran, indicaciones sobre sus ,orígenes. Los sordos, priva-
dos de estas informaciones, se sienten por ello a menudo apar-
tados del mq.ndo y llenos de ansiedad en medio 'de la muche-
dumbre; los efectos psicológicos producidos por la sordera son,
P9r .lo, general, más graves, qu~ los que acarrea la pérdida de
la vis,ta. -Se ayuda a un ciegp, a atravesar' la calle, mas si un
sor4o: no comprende 'lo que,se'le ,dice, con frecuencia se atri-
~uy~ es~o a una falta de inteligencia. Al sordo el mundo exte-
76
MAPA DEL AREA AUDIBLE
DECIBELIOS
SONIDOS DESTRUctORES
ULTRA
SONIDOS
C
-I l'l'-IC.
MICRO
SONIDOS
'«04' "
78"
V. EL SISTEMA VISUAL
79:
FIG. 5. ESPECTROS DE ABSORCION COMPARADOs
y NORMALIZADOS
Sensibilidad .Aberración
relativa cromática
(dioptrías)
2·
0,6
. 1
0,2
o
400 500 600 700 . J1
[Según J. COLLIN, Universidad de Chicoutini.l
t· .•
6
cíos humanos acerca de los colores y de la intensidad luminosa
no siempre son fiables.
Si bien la recepción de la información visual resulta com-
pleja, el proceso más delicado es la transformación de la ima-
gen retiniana en imagen mental. Los mensajes son enviados
desde los receptores retinianos al cerebro, el cual los compara
con las impresiones anteriores. La corteza, al seleccionar la
masa de informaciones (líneas, contornos y movimientos) que
I provienen del campo visual, es la que juega el papel esencial.
Se está lejos de conocer todas las interconexiones existentes
entre los elementos del sistema, sobre todo en lo que concierne
a la elección de determinados estímulos con preferencia a otros.
El sistema visual no es sólo un instrumento de registro,
sino que también permite escoger, de entre la serie de imáge-
nes que van desfilando, aquellas que son más atractivas. A una
persona que visita un barrio aislado del conjunto urbano le
llaman la atención ciertos elementos. La visión exploratoria
detecta la estructura de los objetos, su forma y sus combina-
ciones; después, la mirada se fija en un sector concreto. Se pasa
a la visión de detalle. Tomemos el caso de un transeúnte. Cuan-
do se desplaza, explora el paisaje mirando en distintas direc-
ciones, lo que implica una sucesión de imágenes retinianas.
La persona, registradas estas secuencias en la memoria, se for-
ma una idea de la calle. Entonces, y por un momento, repara en
detalles interesantes, que examina con atención. La percepción
visual es selectiva y el observador capta unas características
que le parecen importantes. Más adelante tendremos ocasión
de examinar el proceso de visualización.
82
el calor de las bocas de metro se traduce en una serie de pro-
fundas impresiones que se inscriben en la imagen que una per-
sona tiene de la ciudad. Los sentimientos que un europeo
experimenta en un zoco de una ciudad árabe son el resultado
no sólo de la vista de callejas estrechas y sinuosas, sino tam-
bién del permanente contacto con una muchedumbre hormi-
gueante.
Aquí, de nuevo, los umbrales de presión engendran la sensa-
ción de tacto o de aplastamiento. En una masa, más allá de
cierto nivel, la presión es tal, que pasa a ser un sentimiento
dominante, y el hombre ya no puede utilizar sus otros sistemas
sensoriales. El contacto sirve para recibir informaciones sobre
el entorno en relación con su cuerpo, puesto que, para este
sistema, casi todo el cuerpo es receptor. Las sensaciones cutá-
neas, las articulaciones y los músculos (percepción cinestética)
facilitan el registro de choques, presiones, aplastamientos, mo-
vimientos y calor. Los nervios transmiten los estímulos y las
deformaciones mecánicas. Todo acto motor se caracteriza, pues,
por una percepción al nivel de la piel y de las articulaciones
(ciertas partes -dedos de las manos y de los pies, lengua y
labios- son más sensibles que el resto del cuerpo).
El. desplazamiento en automóvil o por medio de cualquier
otro tipo de transporte viene marcado, asimismo, por una serie
de presiones (fuerza centrífuga, movimiento de aceleración o
de disminución de la velocidad y, eventualmente, choques) que
nos hacen sentir el movimiento. Hay que añadir que las sen-
saciones cutáneas, como el tacto y la temperatura, son también
percibidas por los individuos. Además, los sectores de sensibi-
lidad óptima varían de una persona a otra.
Durante el período de visión exploratoria, los datos recibi-
dos por este sistema se añaden, según ya hemos visto, a los del
sistema visual. Más adelante, y con motivo de la visión de deta-
lle, el hombre puede, para mejor conocer los objetos, tr~tar
de toc'arlos. Al hacerlo así, percibe la textura, el peso y la tem-
peratura de los mismos, lo cual completa su visión de la es-
tructura y' de la forma de aquéllos. Por otro lado, los juicios
basados en la información visual o táctil difieren en ocasiones.
83
Por lo general, la percepción visual tiende a dominar en las
sociedades occidentales, pero la sola contemplación de los
niños tocando objetos o personas nos basta para comprender
la necesidad de este sistema. En efecto, la mirada no puede
descubrir la textura y el calor; empero, cualquiera puede notar
la corriente de aire de determinadas calles bordeadas por altos
inmuebles o la que sale de las bocas de metro. Las manipula-
ciones exploratorias son más frecuentes y necesarias de lo que
generalmente se piensa, no sólo en el marco del espacio perso-
nal, sino también en el. contexto urbano. Del clásico apretón
de manos a la percepción de la humedad, el receptor sigue
siendo el sistema táctil.
84
elaboró, por medio de estimulación eléctrica de las papilas
gustativas, el cuadro siguiente:
Respuestas a deter-
mtii.ados productos
Mejor frecuen-
Tipo de papila Localización en eia de res-
la lengua puesta Acido
li.mné- Fruto
meo
85
ocupantes se sentirán molestos por el olor reinante, en tanto
que otros no notarán nada, porque están habituados a él. Y ha-
cen abstracción del olor, de igual manera que, después de mu-
cho oírlo, uno no se da cuenta de un ruido. Podríamos tomar
otros ejemplos, como el olor a cocina, que a unos repugna y
,a otros les produce apetito, o el olor del tabaco (8), que tam-
bién ocasiona reacciones opuestas. En cualquier caso, más
allá de un nivel de saturación, la sensación olfativa se hace
desagradable y molesta. \. .
En el contexto urbano este sistema parece poco importante
a priori, pero ¿acaso no se oyen a menudo juicios del tipo de
«en este barrio huele mal» o, por el contrario, «el olor de este
parque es agradable»? Los olores afectan, sin lugar a' dudas,
a nuestra existencia cotidiana, por más que lo hagan sutilmen-
te. Basta, a este respecto, comprobar las cantidades, gastadas
en desodorantes y perfumes o la haja del valor de solares e
inmuebles en las proximidades de un centro de contaminación
olfativa (un matadero, por ejemplo), para justificar aquella
aseveración. Un apartamento que huele a moho pierde auto.
máticamente su encanto, aunque estéticamente sea perfect~.
En determinados establecimientos, para recrear un a~biel1-t,~,
se acude a Perfumarlos con incienso. Cuando nos hallamos ~n~
tre el gentío, el contacto 'olfativo coincide frecuentement~'con
la visión e incluso puede anticipársele: el olor de una persona
perfumada o de una panadería atraen la mirada; el de un ma-
tadero o un vertedero, en cambio, hacen que el hombre se
aleje. En el conocimiento del medio urbano la nariz juega un
papel más importante que la boca (9). Como conse'cuen,cia de
ser mencionadas aquí porque constituyen una proeba de que las varia-
ciones de la percepción no se producen solamente entre los individuos,
sino también entre los gmpos. (H. KALMUS: «Inherited Sense Defects»,
Scientific American, mayo de 1952.)
(8) El arom'a del tabaco negro, por ejemplo, fija la percepción de
numerosos extranjeros a su llegada a Francia.
(9) Por más que no se debe ignorar el gusto. Entre los franceses,
es clásico afirmar que en tal o cual ciudad se come bien. A partir de
esta afirmación, la percepción del medio resulta más favorable.,
86
la difusión de los olores, incluidos los procedentes de fuentes
de emisión alejadas" el sistema olfativo facilita la identifica-
ción de lugares, objetos y personas. Esta información -conoci-
da, en gran parte, gracias a experiencias anteriores, pero tam-
bién merced al instinto (sobre todo, en los animales}- orienta
el comportamiento del individuo.
Por ejemplo, toda vez que se produce un alejamiento físico
(hospitalización), se recomienda a la madre que le dé a su hijo
un objeto personal cc;>n su olor, para que aquél no se sienta
enteramente en inedio extraño. Lo mismo sucede con el hom-
bre, quien por medio del olor' familiar del apartamento y de los
viejos muebles encuentra su espacio territorial. A escala del
conjunto urbano, el papel del sistema olfativo es igualmente
claro, por cuanto suministra un complemento en el conocimien-
to de la ciu'dad.
87
Las teorías del campo psicológico (Lewin, 1950) y del aprendi-
zaje insisten en la experiencia. J. Piaget y B. Inhelder (1956)
dividieron las etapas del aprendizaje infantil de la siguiente
manera:
88
y personalidad (Cassirer, 1953). El ejemplo del perro condicio-
nado de Pavlov es el resultado de esa percepción selectiva que
permite reagrupar diversas informaciones (11).
Estas afirmaciones de Gibson no son fáciles de probar,
pues, como señala Lashley (1950), en ninguna parte del sistema
nervioso encontramos huellas de la memoria; aunque es posi-
ble comprobar que algunas células (o combinaciones de célu-
las) responden con mayor rapidez después de ciertas experien-
cias. Gibson (1966, págs. 283-286) distingue cinco etapas y me-
canismos en la percepción, a saber:
1. Disociación entre los elementos del medio (selección con
relación al conjunto del medio) y determinados objetos.
2. Reagrupamiento de los datos suministrados por los dis-
tintos sentidos (covariaciones de las entradas)..
3. Transformación de los datos de la percepción (organi-
zación, memorización, asociación e identificación).
4. Detección del valor o de la significación de los elemen-
.tos obtenidos (percepción de los rasgos característicos,
Clasificación de los objetos y comprensión de su fun-
'. cionamiento). . ..
s. Desarrollo de una atención ~el~ctiva (que cabría califi-
. car de «percepción económica») . ' .
Así, pues, la percepción del medio, como consecuencia de la
capacidad de los órgano"s receptores y de la experiencia, se
vuelve más personal.
89'
selecciona un número determinado de estímulos y después los
relaciona entre sí para crear una idea, antes de darle un nom-
bre. La memoria es, pues, una actividad creadora que distin-
gue, en un primer momento, el ruido (señal indeseable) de los
mensajes significativos, previamente a ordenar y estructurar
las informaciones. El tiempo forma parte del proceso a causa
del plazo que la percepción requiere. Evidentemente, antes de
memorizar es necesario percibir y seleccionar. A. Moles se ha
preguntado en los siguientes términos acerca de los funda-
mentos de la diferenciación: «¿Cómo se conducirá el individuo
en la ~elección de los elementos del mensaje que adopta o re-
chaza?» (A. Moles, 1972, pág. 131). De hecho, yen la medida en
que cada caso es singular, la distinción no puede ser general.
Un ruido de fondo, que en un momento concreto no tiene valor,
se reviste de interés en determinadas condiciones (ruido de
los automóviles en la calle y ruido de los mismos cuando se
espera a alguien). F. Bartlett (1932) e I. Paul (1959) han insisti-
do en esta selección: de entre una masa de informaciones, el
sujetó repara en ciertas formas, detalles o estructuras; un
mensaje llama la atención cuando estos elementos presentan
un v~lor. Según Bruner (1957), si la señal no tiene una identi-
dad,la memoria no puede registrarla. Si tiene una significación,
entonces aquélla es descifrada y restituida de modo inteligible
(el ruido es el de un auto de tal tipo). Identificamos la o las
características en relación con nuestros conocimientos ante-
riores. En tal caso, el mensaje es amplificado y organizado a
expensas de los ruidos de fondo, que permanecen ignorados.
Pero el hombre, según ya hemos comprobado, posee una capa-
cidad limitada de recepción. La señal, más allá de determinada
frecuencia o de ciertos umbrales, se vuelve ininteligible y no
es factible descifrarla. La selección de los elementos resulta
entonces muy delicada y no puede producirse la integra~ión
en la memoria. Escala, periodicidad, duración y banda de men-
saje (longitud de onda) se juntan para que sean posibles la ex-
tracción de la señal y su esquematización (12).
(12) A. MOLES -op. cit., 1972; pág. 45- utiliza el ejemplo del mapa
geográfico. Convencionalmente, se renuncia a determinados detalles y se
90
En el estado actual de nuestros conocimientos resulta difí-
cil sobrepasar estas informaciones. La psicología de los indivi-
duos varía de tal modo, que raramente son comparables los
factores inteligibles y los esquemas mentales; la elección de
los mensajes refleja el sistema de valores de un sujeto (Post-
man el al., 1965). Por otra parte, en la teoría «estímulo-respues-
ta» (Hull, 1943), la mayoría de los psicólogos pasaban directa-
mente de la señal a la reacción sin detallar los mecanismos del
aprendizaje y la memorización. Simplemente se observa que es
más fácil memorizar 25 palabras contenidas enuh'a' frase que
25 vocablos de un diccionario tomados al azar. Los agrupamien-
tos en la frase son familiares y, en términos psicol6gicos, su
contenido es más corto que el de los términos n'o ligado~. ÁSÍ,
pues, en este ejemplo, toda nuestra familiaridad ,con la lengua
y la' gramática viene a significarnos una ayuda. Se trata de una
es,p~cie de transferencia.en el aprendizaje de una idea nueva.
¡,No sucecJe o~tro tanto en la' dudad,. q.onde. 'recordamos, .con
mayor fadli.dad las formas' urbanas a las que .estamos. habitua-
dos que las estrucúIras enteramente, nuevas? Utilizando: his
cp.stumbr~s, el 'aprendizaje se hace"m~s fá~ilmel.l~e y ,c;Ie m~ner~
progresiva. Si logramos 'orga.nizar)os componentes de: la me-
moria, podremos ampliar nuestra capacidad mental. Volviendo
sobre este· razonamiento de un modo más abstracto,: diremos
que si una señal (SI) lleva a una reacción '(Rl), y S2'da lugar a
R2, cabe establecer una vinculación (13) entre acóntecimientos
(SI,·82) y comportamientos (Rl', R2). Semejante 'relación' es uná
forma de memoria:" ." . ',.,
92
3. Percepción especializada Interés.
y amplificación de deter-
minados mensajes.
4. Memoria instantánea. Aprendizaje.
S. Memoria a largo plazo: Significación e identidad.
creación de símbolos.
Naturalmente, no son otra cosa que etapas generales, que
varían de acuerdo con los individuos y las circunstancias, si
bien estos elementos permiten un mejor seguimiento del pro-
ceso que lleva de la percepción a la acción.
S, -+ -+ .... ,
I
I
I
I
I
--. t
I
I
c:
--.
'o
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~ ~
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-+ -+ -+ I, ~ I -+ 'C~~1:: ~
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-+c: D..!! :a
:g
0_
~ I
8Me.
-+ fr~ ~rJl
S? -+ ~8
etfo I
93
y oímos una melodía más bien que las notas ..consideradas in-
dividualmente. Para esta teoría, el objeto central del estudio
de la percepción es el modo cómo el sistema. nervioso organiza
las estimulaciones del medio. Los defensores de la teoría de la
forma no sólo creen que la: familiaridad y la significaCión im-'
plicap. .elecciones entre los estímulos, sino también en las posi-
bilidades organizativas de la percepción. Los objetos con pro-
piedades afines o características comunes se relacionan entre
sí en el proceso perceptivo. Las letras se reagrupan en palabras
o frases, como consecuencia de la experiencia educativa, y un
árbol se distingue de los otros árboles por la presencia de des-
criptores diferentes. Unos programas realizados en ordenado...
res, destinados a la detección de las formas (O. Selfridge y
U. Neisser, 1960), han subdividido los objetos en elementos para
reagruparlos confon:iJ.e a determinadas propiedades. Estos pro-
gramas analizan elementos de una complejidad intermedia en-
tre los múltiples estímulos que alcanzan los receptores y la
imagen global resultante del proceso preceptivo.
Una forma es un grupo de elementos que poseen unas ca-
racterísticas de cohesión identificables y reconocibles. Tal agru-
pación no es un resultado del azar: se basa en la hipótesis de
que una persona puede separar del medio en el que vive un
conjunto de elementos. La organización de las informaciones
es más o menos compleja -espacio tridimensional, en el caso
de la visión; ruido estereofónico, en el oído-, según sea su
experiencia perceptiva. En la psicología de la forma, uno de los
fundamentos de la investigación consiste en poner de relieve
la oposición fondo-figura. La apariencia de movimiento que se
advierte en la vida cotidiana, tal como la que podemos obser-
var' en los letreros luminosos, nos proporciona un ejemplo a
este respecto. Las letras parecen mudarse de sitio, subir o ba-
jar; la ilusión proviene de la sucesión de imágenes. inmóviles
iluminadas en cadenCias óptimas. El fondo está separado de la
índole. de· la figura en movimiento. La percepción de este Hu-
so~o desplazamiento sólo se produce en determinados niveles
de estimulación (flashes luminosos) separados por intervalos..
Se ha' calculado que se pueden presentar tres objetos por se-
94,
gundo. Así, pues, el sujeto cuenta con ver emerger de un medio
amorfo un conjunto de señales significativas.
La forma es, por consiguiente, una creación de lo inteligible
sobre lo perceptible, y la teoría que la anima se fundamenta
en la capacidad preventiva del receptor. ¿ Cómo pueden prever
nuestros sentidos la estructura temporal o espacial de los ele-
mentos del mensaje? Los estadísticos utilizan la noción de
autocorrelación para comprender fenómenos aleatorios: «La
función de autocorre1ación es, en efecto, nula en un fenómeno
completamente desordenado y tiende hacia 1 en el caso de un
fenómeno totalmente ordenado, es decir, indefinidamente pre·
visible, y de hecho expresa el especto de orden de un fenóme-
no o de un mensaje, puesto que la tasa de correlación constitu-
ye en sí misma una previsibilidad del mensaje» (Moles, 1949,
página 103). La forma es a la vez estructura y consciencia de
previsibilidad.
Cuando los estímulos del medio son demasiado abundantes,
el individuo selecciona formas en las estructuras escogidas,
de acuerdo con sus características personales y su memoria
(Allport, 1955). Así, pues, toda forma resulta ser una superse-
ñal, expresión de una previsibilidad aleatoria que se basa en
el conocimiento de acontecimientos anteriores. De ahí que el
investigador tenga que poner de manifiesto los esquemas, nu-
merósos o funcionales, que explican los mecanismos de la crea-
ción de la forma.
95'
y necesidades de los individuos. Tenem.os que entender .el modo
cómo la vida y el comportamiento de los habitantes ·son modi-
ficados por el medio. Ni que decir tiene que las familias no
educan a sus hijos de igual manera si viven en un hotelito o en
un gran inmueble colectivo, ,en un pueblo o en una zona me-
tropolitana.
. Este tipo de enfoque habría podido ser llevado a cabo por
los sociólogos o los especialistas en ecología humana. Ahora
bien, como subrayó J. Quinn (1961), la ecología humana se ha
contentado con analizar las relaciones de hombre a hombre,
antes bien que las relaciones directas entre el hombre y su
entorno.
Sin ánimo de incurrir en un determinismo espacial, algunos
investigadores (Sommer, 1969) han abordado este problema.
A este respecto, la obra de W. Michelson (1970) sobre «el hom-
bre y su entorno urbano» es particularmente reveladora, por
cuanto intenta una síntesis de múltiples estudios empíricos
referentes a la percepción y el comportamiento.
Trataremos de reagrupar las principales comprobaciones
efectuadas en este campo de investigación. Según Michelson,
el entorno es susceptible de modificar el género de vida y los
valores personales y sociales, de influir en las distribuciones
residenciales por intermedio de las clases sociales y del ciclo
vital, y de ocasionar desarreglos y enfermedades. En la mayo-
ría de los trabajos encontramos cuatro temas capitales, a saber:
las nociones de densidad, categoría socioecon6mica, grupo de
edad y calidad del hábitat. No se trata de objetos simples,
sino de un conjunto de elementos complejos, reagrupados por
la memoria a largo plazo, y que han marcado, pues, su impron-
ta en los sistemas sensoriales.
La densidad es la que se menciona con más frecuencia, ya
que está vinculada con muchos tipos de comportamiento y de
juicio. Digamos que, sobre todo en Nueva York, Boston y Chi-
cago, las investigaciones sobre los barrios muy densos ~y, en
particular, los ghettos- son numerosas (Glazer y Moynihan,
1963). Intentar uI)a síntesis de las mismas implica incurrir en
cierta imprecisión. Con todo, no dejará de ser interesante men-
cionar aquí las conclusiones de M. Michelson. Veamos:
97
7
liar (Willmott y Young, 1960) (16). El poblamiento indi·
vidual y los espacios abiertos resultan más favorables
para este género de actividad (familia en el estricto sen·
tido del término padres-hijos), y el acceso directo al ex-
terior aumenta las posibilidades de control de los hijos
por parte de los padres. Se evitan, así, las tensiones pro-
ducidas por el ruido y los obstáculos que se oponen a la
expansión de los niños (actividades exteriores).
- Las personas que no están integradas en un grupo étni-
co o que tienen un estilo de vida «cosmopolita» prefie-
ren estar separados físicamente de sus vecinos (Webber,
1963) e insisten poco en la proximidad de los servicios.
- Las categorías socioeconómicas y la cultura influyen
también, a través de la educación y la experiencia, sobre
la memorización y los sistemas perceptivos. La utiliza·
ción que se hace del espacio urbano depende de estas
variables.
- Los miembros de distintas clases sociales tienen concep-
ciones diferentes sobre lo que es necesario o no en ma-
teria de hábitat. La educación modifica el porcentaje de
los ingresos destinado a la vivienda (Tilly, 1961). Pero
entre estas clases no se registra variación alguna en cuan-
to a la forma preferida por lo que se refiere a casas,
barrios y ciudades.
- La utilización del suelo y del hábitat cambia de acuerdo
con los valores culturales (Firey, 1947).
- Con frecuencia, las personas habituadas a ciertas como-
didades se inclinan por parcelas de tamaño medio, a la
hora de construir un hotelito. Los «individualistas» son
los únicos que eligen grandes lotes de terreno.
(16) P. WILLMOTT y M. YOUNG: Family Class in a London Suburb~
Londres, Routledge and Kegan Paul, 1960. En los barrios aireados nue:-
vos, la unidad familiar se convierte en una verdadera entidad. Otros
autores han demostrado que, en Australia, donde la familia nuclear
juega un gran papel, los habitantes prefieren el hotelito individual (el
83 por 100 de las viviendas de Melbourne pertenecen a este tipo). Ver
O. OESER y S. HAMMOND: Social Structure and Personality in a City,
Nueva York, Macmillan, 1954.
98
-:... La instalación de residentes obreros en barrios de clase
media conduce a su aislamiento.
- Un traslado obligatorio de residencia puede suponer un
.síndrome psiquiátrico, sobre todo en personas de cultu-
.ra e ingresos distintos de los de las clases medias.
La edad es, asimismo, una variable importante, particular-
mente en los grupos extremos. En efecto, si bien es cierto que
los adulto~· de mediana edad con hijos tienen, según ya hemos
visto, un género de vida que se ajusta bastante al poblamiento
individual (Wattel, 1958), no sucede lo mismo con los jóvenes
y las personas de edad que han acumulado numerosas expe-
riencias y que ya no perciben el entorno de la misma manera.
- La satisfacción residencial depende, las más de las veces,
de la edad del encuestado y del tiempo de permanencia
en la vivienda. Cuanto más tiempo se lleva viviendo en
un mismo barrio, tanto más concreta y favorable es la
imagen de éste. ,
- Los adultos, antes y después de la educación de los hijos,
así como aquellos que no los tienen, consideran el acce-
so a los servicios centrales como un factor muy impor-
tante. Por otra parte, el poder acceder a esas zonas ani-
madas resulta benéfico para: las personas de edad (ne-
cesidad de interacción). ¡
- Los ancianos aprecian tambi~n mucho la concentración
de personas de su misma edad (Rosow, 1967).
Por último, la calidad del hábitat, relacionada por lo demás
con la densidad, es una variable frecuentemente mencionada
en la percepción de la ciudad. Hay que decir que 10s autores
«antiurbanos» han asociado a menudo patologías sociales (de-
lincuencia, trastornos mentales. prostitución) y medio urbano.
La misma idea la podemos encontrar en la obra de numerosos
sociólogos (Wirth, 1938), pero la realidad es mucho más com-
pleja, presenta muchos más matices:
- Las' condiciones del hábitat son las causantes directas
de desajustes sociales sólo cuando resultan ser verdade-
ramente malas. Ya hemos visto que la densidad del ba-
rrio influye, y no poco, en aquellos desarreglos (Martin,
1967).
- Sin embargo, los niveles de nocividad elevados; (ruidos,
acentuada contaminación del aire) engen4ran muy fuer-
tes tensiones en determinados individuos, y pueden lle-
gar a ocasionar enfermedades (L'Express, 1974).
- Ya hemos citado, entre las causas de desajustes, los
cambios forzados de residencia y la ausencia de lugares
de encuentro.
paisaje
, condiciones, dimensiones y densi-
dad de las casas
características físicas escala, esquemas lógicos y puntos
de referencia
servicios
clases socioeconómicas, etnias
peculiaridades sociales 1 amistad entre vecinos
100
tactos encierran no pocos matices.H.Gans (1967), en su traba-
jo sobre Levittown, rechaza tal determinismo, por cuanto, in-
cluso en. un medio suburbano, la sociedad es demasiado hete-
rogénea. Berger (1960) demostró que es imposible prever siste-
máticamente las reacciones de los residentes de un barrio
nuevo; los obreros instalados en una zona del extrarradio de
Berkeley no votaban de un modo más conservador, ni decora-
ban mejor sus casas, ni iban más a misa, ni participaban más
en organizaciones voluntarias. Sólo en el caso de una población
por compl~to homogénea sería factible establecer una previ-
siÓn de todas las consecuencias de la percepción del entorno.
En medios complejos, los hombres captan los fenómenos de
distintas maneras; y ello dificulta las investigaciones acerca de
la percepción. De ahí, pues, que éstas, antes de explicar las re-
laciones del hombre con su entorno, tengan que comenzar por
la comprensión de los mecanismos individuales y por el análi-
sis del comportamiento humano de los grupos.
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104
CAPITULO 111
EL SENTIDO
DEL LUGAR
INTRODUCCION
'107
I. LAS NOCIONES DE TERRITORIALIDAD
108
cosas, E. Hall distingue, en cuanto a los norteamericanos se
refiere (págs. 143 a 160):
(3) De nuevo aquí existen variaciones entre los pueblos. Las habi-
taciones de las viviendas holandesas, abiertas hacia el exterior, no tienen
nada que ver con las de los países latinos, que son cerradas.
nomía y su contenido psicológico y social. J. Eyles (1970) in-
siste, en una síntesis de la literatura existente sobre este tema,
en el sentimiento de lealtad con respecto a estos' sectores,.tanto
en las zonas étnicas como en las de población heterogénea:
«La territorialidad urbana es el comportamiento mediante
el cual personas que utilizan espacios semejantes se identifican
~on ese espacio, al tiempo que desean acentUé\r su control sobre
él, resistiéndose particularmente a las intrusi'ones provenientes
de zonas vecinas» (NorcIiffe, 1974, pág. 312).,
Así, pues, existe toda una gama de unidades territoriales
que dejan una profunda huella en las actitudes del hombre.
Ahora bien, el geógrafo ignora la noción de distancia tal como
nos la presenta E. Hall, y sólo interviene en la clasificación de
~oles y Rohmer a partir del nivel del barrio. De, ahí, que una
de las originalidades de la geografía conductista sea, precisa-
mente, el hecho de que tiene en cuenta aquellos espacios en los
que, el individuo se siente «territorialmente bien». «La experien-
cia patológica del espacio no sólo pone de manifiesto categorías
como espacio corporal, espacio propio y entorno espacial, sino
también otras que conciernen a la expresión y a lo vivido, al
movimiento, a la movilidad y al comportamiento en presen-
cia» (Kaufman, 1969, pág. 97). '
En el marco de la ordenación urbana, de lo que se trata es
de identificar y delimitar dimensiones espaciales y sectores en
lo~ cuales el in~viduo pueda encontrar condiciones favorables.
Y, en la medida' en que el sentido del lugar se relaciona con el
espacio de planificación, la utilidad de estas unidades es prácti-
ca y, a la vez, empírica. Lo que se'. pretende no es reproducir
dominaciones sociales, sino, por el contrario, una intervenCión
cuy~a finalidad es la de adecuar mejor la orde~a9ión urbana ~
las profundas. necesidades de los hombres. El examen de las
'áreas' territoriales urbanas (~partamento, barriio, ciudad c'en-
tralizada, región) habrá de permitirnos poner de relieve sect~
res 'hóinogén,eos o heterogéneos" y los vínculos existentes 'entre
unos' y otros,' de modo que podamos modificar' ~ 'prese,rvar su
carácter. ' '
.111
11. EL SENTIDO DEL LUGAR:
UNA NOCION PSICOLOGICA
1-12
sidencia posee un valoIi socioeconómico (4) Y una significación
simbólica. Son numerosas las personas que eligen idénticos cri-
terios de identificación de los sectores urbanos. Se trata de una
forma de imagen colectiva ligada a la historia, la cultura y los
vínculos simbólicos; tal como la que los individuos tejen con
determinados barrios.
Martial Fauteux (1975), en un ensayo acerca de la presenta-
ción cognitiva del espacio en la ciudad de Sherbrooke (Québec),
ha insistido en la subdivisión del espacio urbano. El (o los)
, barrio(s) «corresponden a una o varias porciones de la ciudad,
que es o son aquellas que resultan más accesibles, psicológi-
camente hablando, para el individuo, en el interior de las cua-
les él acepta desplazarse con mayor facilidad, y en las que,
además, se reducen subjetivamente las distancias» (M. Fauteux,
1975, pág. 58). La generalización de los espacios individuales
de representación permite la división de la ciudad en áreas en
correspondencia con esta importante noción de accesibilidad
psicológica (5). Es éste un enfoque original, ya que, por lo g~
neral, en el desglose de los sectores del censo (yen otras
divisiones), se procede de forma inversa. En lugar de partir
de datos básicos (individuos), se determinan las unidades espa-
ciales con datos agregados. En este sentido, la geografía con-
ductista aporta a la geografía urbana nuevos métodos y ele-
mentos originales.
No estará de más decir, sin embargo, que una comunidad
no es solamente una creación de la proximidad psicológica.
Son necesarios también una cooperación e intercambios, re-
sultantes de una unidad y una mutua dependencia, lo que su-
pone una simetría en las interacciones. Meeker (1971), por
ej~~plo, afirma queja satisfacción residencial y el sentimiento
1'13'
de pertenencia a una comunidad tienen su origen en las cuatro
variables siguientes:
114
nas: no mencionan los transportes públicos. En general, las
personas sólo tienen en cuenta de cuatro a seis variables, pues-
to que, en caso· de un número mayor de éstas, ya no podrían
organizar los factores. Las opciones tomadas permiten distin-
guir, en Des Moines (7), tres sectores urbanos principales, en
los cuales la noción de satisfacción es diferente: el centro,
donde.la interacción social y la identificación territorial son
débiles, y el aislamiento fuerte; el extrarradio, en el que estas
variables son las contrarias de las del centro, y sectores in-
termedios incorporados, bien al centro, bien a las áreas sub-
urbanas.. Ahondando en estos sectores, F. Ermuth pudo llegar
a especificar catorce subgrupos con sus respectivos criterios
diferenciadores (8). En el interior de estos conjuntos las perso-
nas coinciden en los objetivos, que son comunes, y emiten jui-
cios, similares, lo que explica la satisfacción o la insatisfacción
.residencial.
lIS
de los territorios familiares, en los cuales nos sentimos bien,'
corresponde a esta imagen simbólica. Los espacios- llamémos-
les unidades ekísticas o distancias- son lugares de interaccio-
nes sociales, privadas o públicas. y comoquiera que estas
áreas se recortan, los conceptos y utilizaciones difieren, según
sean los individuos y los grupos estudiados. La noción de acce-
sibilidad psicológica, ya citada, se convierte en un elemento
perceptivo fundamental.
Si bien es verdad que las distancias psicológicas desempe-
ñan un papel en la percepción y la actitud, varios autores, tanto
procedentes de la ecología factorial como de análisis marxis-
tas, persisten, asimismo, en la influencia del status socioeco-
nómico. «El espacio, cuantitativa y cualitativamente, depende
del status» (Sommer, 1969, pág. 69). La estructura urbana
-resultante que es de los comportamientos y, por tanto, de
las percepciones simbólicas- es, en parte, consecuencia de
una economía de mercado que favorece las relaciones de clase
y las jerarquías sociales. El satus y la pertenencia a un grupo
tienen su traducción espacial; por lo que nos volvemos a en-
contrar aquí con las ideas de invasión y sucesión desarrolladas
por los ecologistas urbanos de la Escuela de Chicago. El senti-
do del lugar se reduce, en determinadas clases (Webber, 1969),
a una pequeña zona: ése es el caso, por ejemplo, de las élites
intelectuales, para las cuales el área de vecindario se limita a
algunas calles en torno a su residencia; más allá se entra en
territorio extraño. No ocurre así con otras clases (como la
obrera), en las que org,anización social y unidad de vecindario
se confunden en barrios en ocasiones bastante vastos, que lle-
gan a invadir sectores vecinos de grupos sociales más acomo-
dados. Los miembros de una clase social apenas conocen las
áreas territoriales de las otras (sesgo geográfico), a no ser
cuando éstas últimas poseen imágenes muy simbólicas, 'tal
como sucede con los ghettos (Prokop, 1967). En este caso, se
trata de imágenes estereotipadas, y no de representaciones de
la experiencia del marco vital.
La pertenencia a grupo no es l~ única Variable que puede
modificar el sentido del lugar: los sistemas de referencia, la
116
raza y la etnia, el lugar de trabajo, la edad y el sexo influyen
en la imagen que se tiene del territorio, por más que no todos
los autores se ponen de acuerdo en este sentido. Y ello explica
las diferencias existentes entre los modelos urbanos --entre los
'sectoriales y los areolares; por citar algunos. Para Eyles (1969)
y Appleyard (1970), en los adultos, la edad del encuestado no
altera la imagen mental, mientras que, según Piaget (1966),
Lukashok y Lynch (1956), y Ramp y Semb (1975), los niños no
conciben las áreas territoriales de igual manera que las perso-
nas de más edad. La unidad de vecindario del niño de doce
años no coincide con la del estudiante de bachillerato ni con
la del adulto. Del mismo modo, para Everitt y Cadwaller (1972),
las áreas delimitadas por las mujeres son en conjunto más
amplias que las de los hombres. Ello puede explicarse, en
parte, porque las mujeres se mueven más que los hombres en
el área residencial: las compras, el paseo de los niños y las
actividades sociales (que constituyen el 44 por 100 de sus des-
plazamientos, frente a un 25 por 100 en los hombres) son los
causantes de esa mayor movilidad. Así, pues, la frecuentaci6n
del barrio aumenta la profundidad de la noción de territoria-
lidad. Los grupos más solidarios definen su territorio con pre-
cisión, puesto que están al corriente de los problemas comu-
·nitarios. Las relaciones entre los miembros del grupo refuerzan
la familiaridad con el área y propician la sensaci6n de identi-
dad y seguridad.
Sin embargo, un mismo individuo puede pertenecer a varias
organizaciones, y ser, simultáneamente, miembro de Un grupo
de trabajo, de una clase social y de diversas asociaciones. Su
represerttaci6nmental tendrá que ver con la importancia rela-
tiva que conceda a talo cual grupo. Como ha escrito J. Eyles
(1969), las zonas delimitadas por grupos de ·trabajo son más
compactas que las de las comunidades raciales o étnicas. La
identidad espacial depende, por tanto~ en parte, de la organiza-
ci6n preponderante y del grado de implicaci6n en la misma.
Cada persona yuxtapone de un modo peculiar sus diferentes
areas.
Tomemos, a modo de ilustración,' el ejemplo de Beacon Hill,
117
en ·Boston (Firey, 1947). Esta colina, pese a la presencia en una
época de actividades de bajo nivel, llegaría a adquirir una repu-
tación de barrio de moda. Las familias acomodadas revivifi-
caron este sector histórico, confiriéndole una nueva significa-
ción social. Los antiguos residentes, que no podían competir
con los grupos dominantes (9), hubieron de marcharse a otras
partes de la ciudad (a los barrios pobres del West End; los ita·
lianas, en el North End, etc.). Actualmente, con lo que nos
topamos es con un sector netamente definido dentro del entor-
no urbano: el territorio está dominado por algunos' grupos;·
y.en este sentido es discontinuo. La burguesía bostoniana con-
seguiría difundir una imagen de calidad respecto de este sector,
proponiendo su estilo como modelo cultural. Birmingham
(1968) nos proporciona, a propósito de los banqueros judíos
de Nueva York, un ejemplo aún más claro. Este grupo especí-
fico se venía localizando, desde 1930, en unas áreas bien deli-'
mitadas: en Manhattan, entre las calles 16 y 18 Y a lo largo
de la Quinta Avenida, por lo que a su residencia urbana 'se re-
fiere; en las Adirondacks o en la" costa de Nueva Jersey durante
el verano. La extensión del territorio de forma discontinua es
el símbolo de la conquista de nuevas áreas con las que el grupo
puede' identificarse. Una vez que el espacio se convierte' en
simbólico, ello significa que una organización se ·10 ha arreba-
tado a otras y., en tanto este grupo es dinámico y dominan-
te, la imagen del sector no hará sino reforzarse. La ciudad es
concebida, pues, como un vasto campo de informaciones trans-
mitidas por los diversos grupos· ~e presión. La inscripción ·~o-·
cial en el. espacio urbano estructura las áreas de acuerdo con·
formas, funciones, signos y símbolos· que vienen determinados
por la experiencia y, en ocasiones, por la r~produ~ción del me-·
dio. Se ·viene a parar, así, en una valoración económica dife~
rencial de la trama urbana. con arreglo al género de vida. y- a
las aspiraciones de los tipos de urbanitas.
118
Estas aseveraciones han sido comprobadas por G. NorcIif-
fe (1974) en los casos de Kitchener-Waterloo. En éstas las imá-
genes varían, y mucho, en función del lugar de residencia; las
apreciaciones son, en la mayoría de los sectores, muy favora-
bles, resistiéndose los habitantes a las intrusiones exteriores
(en especial, a las políticas). En estas ciudades el sentido del
lugar está asociado al marco vital, la realidad económica y el
status social, étnico y político. La territorialidad es la expre-
sión geográfica de estas percepciones.
119
recen problemas fronterizos (10). El carácter interactivo condi-
ciona el funcionamiento de las organizaciones; ya sean ,visibles
(Sommer~ 1959) o invisibles, estos límites juegan un papel
esencialmente psicológico, puesto que todo vínculo no acep-
tado libremente se nos aparece como una coacción. En este
sentido, Pritchett (1966, pág. 90) nos describe la calle 96 de
Manhattan como una especie de «muro de Berlín», que separa
los barrios blancos de los sectores negros de Harlem. Por 10
general, cuanto más contrastados son esos límites, tanto más
sólida es la estructura interna del grupo. Tales 'barreras son
particularmente evidentes en las ciudades norteamericanas de-
bido al temor que se tiene de que clases sociales inferiores ven-
gan a hacer caer el status del sector, y por miedo a la llegada
de minorías raciales, y también a causa de discriminaciones
económicas (precio de los apartamentos). La expansión de los
ghettos se hace, pues, intermitentemente, casa tras casa, a pe-
sar de que los residentes protegen su sistema e impiden la
implantación de los por ellos considerados como indeseables.
De nuevo aparece la idea de invasión-sucesión de la escuela de
Chicago, toda vez que no está clara~ertte determinada la «so-
beranía» de un área.
, Las reacciones de 'hostilidad se manifiestan" cuando' la: iden-
tidad y la seguridad de un grupo' se ven amenazadas. Eit' ésta
situación competitiva, las organizaciones' opuestas se dan cuen-
ta de la incompatibilidad de sus posiciones' potenciáles. Wol-
pett '(1967) elaboró la sigUiente lista de'los comportamient'os
sujetos a este stress: dificultad' de adaptación;: agresividad;
respuestas estereotipadas que, las más de las veces, se 'basan
en hipótesis falsas y errores ,de juicio; desorganización en las
actividades; rigidez en las soluciones aportadas; sensibilidad
a la presión del tiempo y al papel del, entorno, y. creencia en
el poder de los medios de comunicación. Estos comportam~e~
tos se repiten en las situaciones conflictivas, tanto en Europa
(Belfast) como en los Estados Unidos (Watts). La,estrategia.de
los grupos que defienden su territorio puede ir desde la acción
(lO) La' geografía conductista ha contribuido, en este tema~' a la
profundización de la geografía política.
120
directa, para evitar la invasión, hasta las 'actitudes puramente
defensivas (evitar todo contacto). Morrill (1965) utilizaría,
para ilustrar estos procesos, un modelo de difusión que simu-
laba la expansión territorial del ghetto de Seattle.
En Europa es raro que las posiciones estén tan marcadas
como en los Estados Unidos. Las áreas están 'peor definidas
(a excepción de los casos de motines o revoluciones, en los
que las barricadas erigidas configuran importantes líneas de
demarcación), y las situaciones de competencia espacial resul-
tan menos contrastadas. Salvo en los regímenes políticos auto-
ritarios, pocas son las organizaciones que dominan por entero
un sector y son susceptibles de evitar la entrada de otros 'gru-
pos. La teoría de los juegos, que supone un nivel de agregación
individual y un conocimiento exacto de las alternativas·y ·de
las consecuencias directas de éstas, no es, pues, fácil de aplicar.
En las ciudades europeas la complejidad y las interacciones son
tales, que, por fuerza, el azar juega un papel primordial; de
3,hí que, de no recurrir a las probabilidades,' sea difícii de se-
guir la difusión de las ideas. En estas ciudades el territorio
corresponde a la interacción, en el tiempo y el espaciQ, de las
imágenes de diversas organizaciones. Las uitidades. espaciaIés
~onstituyen sistemas de acción más o menos interdependie~tes
y, por ello, co~forman una o varias comunidades urbanas~' Cada
área se compone de dos dimensiones: el espacio 'social forma
la dimensión vertical,.y el espacio geográfico la, dimensiónhO-
rizontal. Ambos espa~ios, como consecuencia ·4e.la ,c~mpetencia
entre las organizacion~s, evolucionan, constituyendo ·nuevos es-
pacios geográficos, sociales y simbólicos. '
121
vados. Las células resultantes de estos grupos dejan una im-
pronta en el espacio urbano y rigen el futuro de la ciudad.
. Merced a la teoría de los sistemas, podemos considerar
la ciudad como compuesta por un conjunto de grupos que
actúan entre sí y sobre el medio. Teóricamente, el individuo
recibe mensajes de las organizaciones y del entorno a través
de distintos canales de cómunicación y, acto seguido, ejerce,
mediante sus actos y decisiones, presiones sobre el sistema ur-
bano. Nos ~ncontramos así en presencia de lazos de retroac-
ción en extremo complejos. Con frecu~ncia, a .causa de las si'!
militudes de las reacciones de los miembro~ de una misma or-
ganización, los proc.esos de decisión son más una obra del gru-
po que un resultado de la libre elección .del individuo. El ser
hqmano está, en parte, condicionado por su pertenencia a di-
versas organizaciones, aun cuaIldo en ciertos casos le sea posi-
ble influir en sus objetivos. El individuo viene a ser un meca-
nismo en la mecánica social. Solament~ él puede pertenecer
a múltiples organizaciones y formarse una percepción propia
Iigad~ al conjunto de las influencias' que recibe. En este senti-
do, recupera cierto individualismo, del que se hace ~co la geo-
grafía conductista.
.' El sistema organizativo hace más éficaz el funcionamiento
urbano y da una op~ión a los individuos, que no se ven cons-
treñidos a pertenecer él un solo grupo social. El acceso, en oca-
siones de día y de noche, a los servicios, a los bienes y al es-
parcimiento está asegurado por esas organizaciones, las cuales
responden al género de vida de los' grupos o crean nuevas
necesidades. Las relaciones entre el hombre y el medio urba-
no están cada vez más «mediatizadas» por -esas organizaciones
de nuevo cuño, lo que viene a modificar la noción de territo-
rialidad.
122
norías étnicas-grupos de interés local), al municipio (comuni-,
dades políticas) o al interés general (partidos políticos). El peso
de los intereses locales, fuerte en los barrios donde residen
minorías étniCas, implica una afirmación de la noción de terri-
tdr~alidad. 'En Francia, por el contrario, y, como consecuenci~
del centralismo, las organizaciones nacionales predomin~n so-
bre los grupos locales, carentes éstos de recursos; de ahí que
la i~fluencia del sentido del lugar sea menos evidente que en
las ciudades norteamericanas. El nivel municipal es el único
que conserva alguna' importancia por el hecho de la existenCia
de 38.000 municipios; los grupos de gestión de los intereses.
municipales tienden a preservar su área de influencia y evitan
la creación de distritos urbanos o, los reagrupamientos. Se
trata, por lo demás, de una supervivencia basada en la inercia,
pues no en vano, en el caso de las grandes aglomeraciones,
a menudo la división administrativa heredada de la Revolución
ya nq, responde ni a las realidades económicas ni a la imagen
que la gente ti,ene del medio urbano. La ,codificación adminis-
trativa del espacio territorial municipal marca ,su impronta en
la vida francesa,'y aquí, una vez más~ el papel de la sociedad
prevalece sobre el del hombre. El objeto «m~nicipio», signi-
ficativo en el espacio administra#vo, constituye'la organizaciÓn'
básica en la que, los franceses tienen que insertarse, lo que . les
hace tributarios de l,os.. servicios' munjcipal~s" y origina 'unos
lazos de interdependencia "entre el, hombre y la 'sociedad 'mu-
nicipal.
Las dimensiones territoriales, de la vivienda individual. al
agn.;pamiento ,de varias de, ellas, y de la unidad de vecindario
al .conjunto urbano' ----combinación ésta más 'compleja-, va-
rían con arreglo a valores culturales' 'y codificaciones propor-
cionados por la ,historia. Las fuerzas centralizadoras (de las'
distintas .administraciones y empresas) y descentralizador~~
123
(de equipamientos y barrios) modelan la dimensión de las
áreas. Así las cosas, las modificaciones de las estructuras so-
ciales, administrativas, políticas y económicas son suscepti-
bles de transformar la imagen del espacio. Según cuál sea la
sociedad en la que trabaja el investigador y, por consiguiente,
el" papel desempeñado por las diversas organizaciones, será
preferible emplear un enfoque macro o microgeográfico. Y, por
tanto, de acuerdo con el que se haya elegido, aquél dará prio-
ridad al análisis de los grupos o de los individuos.
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125
CAPITULO IV
PERCEPCION
DE LA CIUDAD
Y DESPLAZAMIENTOS.
LA MOVILIDAD
Y SU IMPACTO
EN EL
COMPORTAMIENTO
' .. '
" 0-,
.:.1:
INTRODUCCION
129
9
I. LA PROBLEMATICA
- espacio residencial;
- espacio de abastecimientos (bienes y servicios);
- espacio de esparcimiento y cultural;
- espacio laboral, y
- espacio de transporte (Bertrand, 1974).
130
Para el viajero, los elementos del paisaje pasan, en pocos minu-
tos; :de. ser algo próximo y preciso a desvanecerse. El meca-
nismo fundamental es, pues, el espacio-tiempo lineal y crono..
lógico; A partir de cierta velocidad, las descripciones visuales
desfilan muy rápidamente, y ello explica el que la memoria
juegue un papel esencial en el registro del proceso perceptivo.
La imagen de la aglomeración diferirá de acuerdo con la aten-
ción que se.'haya prestado al trayecto. Y, dado que los medios
de transporte son variados y van desde el vehículo individual
(bicicleta, moto, automóvil, barco) a los transportes colectivos
(autobús, tranvía, tren, barco), se nos hace necesario diferen-
ciarlos a la hora de hacer el análisis· de las secuencias de per-
cepción.
131
Pasemos a resumir los grandes puntos de este primer tra-
bajo. Partiendo de películas, fotografías y registros en bandas
magnéticas de las descripciones del paisaje y de las sensaciones
percibidas, los autores intentaron extraer, en una primera eta-
pa, los elementos estructurantes. Las impresiones sacadas de
estos viajes las confrontaron con las expresadas' por un grupo
de veinte personas en, torno al itinerario automovilístico por
ellas seguido a lo largo de las dos autopistas que conducen a
Boston. Estas encuestas sobre la evaluación de los desplaza-
mientos y la comprensión de la ciudad les permitieron sacar
las siguientes conclusiones:
Hay que hacer notar, en primer lugar,' que la percepción
varía de acuerdo con la experiencia del observador. El turista,
que contempla con una mirada nueva, atribuye poca significa-
ción personal al paisaje y consagra una parte de su atención
a orientarse y situarse (Jackson, 1957). La persona habituada
a utilizar un eje circulatorio se fija, sobre todo, en los tipos
de actividad, el tráfico y los elementos 'recientes. Por lo que
respecta al conductor, su ángulo' de visión se reduce a lo que se
encuentra ante su vehículo; lo que él ve es, fundamentalmente,
la carretera y todo lo que en ella sucede: cuando se intenta
describir los objetos existentes a lo largo del trayecto, más
de la mitad y menos de los dos tercios de las impresiones, se·
gún las carreteras, proceden de elementos situados delante del
automóvil. Y son, por otra parte, los objetos próximos, y no
los alejados, en los que se repara. A menudo se 'mencionan la
calidad del piso, los arcenes y, los discos de señalización (fig. 1).
Más allá de estos detalles visuales, la sensación primordial pro-
viene del desplazamiento y de la noción de espacio. Como en
un coche moderno los choques corporales resultantes de la ve-
locidad son, por lo general, reducidos, la visión es la que per-
mite situar la progresión respecto a los detalles de la carrete-
ra o del borde de la misma. El automovilista calcula su avance
con arreglo a esos objetos y al objetivo que se ha fijado. ,Cuan~
do los elementos que mantienen su atención están demasiado
lejos, el observador tiene la impresión de que no avanza y se
molesta o aburre. La presencia de puntos de referencia próxi-
132
. FIÓ. 1. SECUENCIAS· VISUALES EN LA AUTOPISTA NORDESTE
Puente doble ~ ~
Paneles altos de' señalización, ml.J
Señales
Farolas
~Aduanas
...
Puente a lo lejos
___ ~_'._en.-..,;.~a_~~
.
Camión visto
desde atrás,
w=-
'0. Paneles altos de señalizacIón
. .
IT " Viraje
Arcenes en escalón- ,~.
(if
r Señal
- o' 'Y 1\----
[Según ApPLBYARD, LYNCH y MVER: The View from the Road, op. cit.]
mos es, pues,' necesaria para que el conductor pueda tener una
visión perspectiva y evaluar su velocidad de desplazamiento.
Su descubrimiento puede producirle al automovilista un placer
real, cuando aquéllos semejan aparecerse o desaparecer. Así,
pues, los objetos móviles ejercen cierta fascinación: los con·
ductores comparan sus trayectorias y captan el espacio y la
escala. El espacio puede se'r' amplio o estrecho, transparente o
cerrado, a escala humana o desproporcionado. Generalmente,
el automóvil reduce los contrastes percibidos entre el hombre
y la ciudad, por cuanto este medio de transporte incrementa
las posibilidades de desplazamiento.
La significación de los objetos estables y alejados (inmue-
bles, monumentos) que sirven de fondo al paisaje, si bien és-
tos desempeñan un papel que se menciona con menos frecuen-
cia, sigue siendo importante para que el automovilista pueda
orientarse. Una clara imagen de silos y edificios altos confiere
un sentido al desplazamiento (fig.· 2). Cuando conoce la ciudad,
el conductor sabe que va en ]a dirección de un inmueble deter-
minado, lo que facilita su orientación. En una zona donde
todo es homogéneo y en laque no hay puntos de referencia, el
paisaje resulta más confuso y el observador se inquieta. Para
que el entorno pueda ser algo vivido desde el coche tiene que
aportar cierta satisfacción: el automovilista relaciona los pun-
tos de referencia con los espacios vividos, lo cual le permite
orientarse y seguir su desplazamIento.
Así, pues, nos encontramos permanentemente con las no-
ciones de movimiento y espacio de orientación, aprehendidas
respecto a los objetos identificados a. lo largo del itinerario.
Appleyard, Lynch y Myer propusieron' ordenar el trazado de
los ejes de circulación terrestre utilizando .esos. elementos. El
ideal sería crear secuencias rítmicas (Appleyard, 1965) en las
vías de comunicación, pero la idea no resulta fácil de realizar
porque las personas no acceden a ellas en los mismos lugares,
ni circulan a idéntica velocidad. Con todo, D. Appleyard,
K. Lynch y J. Myer pusieron de relieve tres objetivos: el en-
torno de la circulación rodada tiene que ser rico, coherente y
rítmico, pero ha de presentar también determinados contrastes
1~4 a ••••• ~.
, • • _.' ..
FIC. 2. IMAGEN DE BOSTON
. '-:::' '.:':'.:.
".:,:::eAST BOSTON
:;:.': ..
"" AIR,3QRT
.:"
.'. ',.
j'.'~'.~.....,..
',:
135
desplazamiento. Y por lo que respecta al tercer objetivo, no es
otro que el de ahondar en la significación del en~orno. Se con-
sidera a la carretera como un libro de historia y ecología, como
una escuela aplicada. Al objeto de alcanzar esos tres objetivos,
los autores propondrían, en el caso de Boston, una clarifica-
ción de los rasgos naturales y funcionales y de la estructura de
la red de carreteras. Una carretera debe, en efecto, ser cons-
truida para una visión en movimiento,' ¿pero no se olvida, aca-
so excesivamente, a los ribereños, que están inmóviles frente. ,
a las barreras que los grandes ejes de transporte levantan? En,·"
el estudio que venimos comentando no se analiza tal problema.
Por varias razones, sin embargo, estas conclusiones deben
ser puestas en tela de juicio: para empezar, se hicieron las \ .
observaciones de una forma muy empírica, a partir de ·105 . ca:.'
mentarios de sólo veinte personas. Además, los automovilistas
consultados formaban parte del mundo universitario, lo :cuál,·.~
ciertamente, modifica la percepción (1). Los resultados presen-
tados son demasiado subjetivos y parciales c~mo para' servir
en la elaboración de políticas de ordenación de· la circulación
rodada. El análisis insiste más en la calidad estética del paisaje
que en la recepción, organización y transformación de las se-
cuencias perceptivas. Antes de presentar hipótesis para la pla-
nificación, necesitamos experiencias más completas.
136
111. LA PERCEPCION DEL AUTOMOVILISTA,
CONDUCTOR Y PASAJERO
: : ,-
Categoría Personas habitim..' Pásajeros Conductores
'das al trayecto
" - -
'1'37
Aun no ofreciendo una lista exhaustiva de los resultados,
estas pocas indicaciones demuestran que conductores y pasaje-
ros, habituados o no al trayecto, recuerdan puntos de referen-
cia semejantes. La familiaridad con el 'medio y la conducción
no modifican en mucho la representación general del itinera-
rio. Si un grupo denota la presencia de un elemento, probable-
mente también los otros grupos se acordarán de él. No obstan-
te, analizando con detalle las respuestas, advertimos que las
personas habituadas al trayecto dan una descripción exacta del
paisaje que les resulta familiar, señalando, concretamente, la
presencia de edificios cuya función sólo ellos conocen.
El registro del movimiento de los ojos prueba que los di-
ferentes observadores miran en la misma dirección a lo largo
del circuito, por lo que Carr y Schissler dedujeron que son las
características del paisaje las que determinan la dirección de
la mirada, aceptando, de esta suerte, ciertos fundamentos de
la teoría estímulo-respuesta. Con todo, al comparar la sucesión
de las imágenes con el recuerdo que de ellas queda, percibimos
que los' elemenos fáciles de codificar (nombre chocante o de
simple pronunciación) son citados más frecuentemente que los
·de difícil codificación. La codificación juega un papel selectivo
entre la organización de las señales percibidas y la representa-
'ción 'memorizada del trayecto. De ahí que, en una segunda
'etapa, sea necesario estudiar el paso de la percepción' a la me-
morización y recurrir a las teorías cognitivas. A partir de estas
verificaciones, resulta factible aprehender la representación
general de un itinerario dado. El observador se acuerda de los
elementos que ha visto durante más tiempo y de aquéllos que,
por su forma, volumen, estructura y color, se destacan del pai-
saje. La codificación modificará, acto seguido, el orden de cIa-
sifi'cación de los recuerdos. Estas co'nfirmaciones tienen gran
interés para el planificador: colocando determinados elemen-
tos de manera que llamen la atención del conductor, se «pro-
grama», en parte, la percepción del automovilista.
138
IV. COMPRENSION DE LA CIUDAD Y MEDIO
DE TRANSPORTE UTILIZADO
,1'39
difiere de la cronología puntual del pasajero. Cuando se utili-
zan los transportes colectivos, basta, para situarse, con algunos
puntos de referencia, y los elementos percibidos son menos
variados, 'numerosos' y continuos que en el caso del automo-
vilista. '
Así las' cosas, en un período como el presente, en el que, a
consecuencia de '.la «crisis» energética, se vienen poniendo en
práctica políticas de ayuda a los transportes colectivos, se hace
nec~sario comprender las variaciones habidas en las· impresio-
nes subjetivas 'de los habitantes de las ciudades. ¿ Temiinarán
éstos por conocer peor su medio, 'no ocupándose más que de
sus' propios' territorios, o conservarán' sus hábitos anteriores?
Merced al establecimiento de redes de transporte colectivo, lo
que se proponé es, en definitiva, un cambio parcial del género
de vida; pero ¿ se miden acaso todas las consecuencias que
de ello se derivan? Un conocimiento de 'las percepciones de
los urbanitas facilitaría el seguimiento de la imagen que ellos
tierien ·-de· los transportes en común y, en una segunda etapa.
permitiría 'elaborar una· política 'de información acerca .de
temas' desconoddos o'criticados de forma errónea~ Y se evita-
rían;as'í, no 'pocos fracasos.' La- radonalizacfón de las alterna-
tivas p~esupu.esta¡'ias-está cond~cion~da-al conocimiento de la
«geografía s_ubjetiv~p> 4e J9s habitantes. .
.: P.. N. ,·O'Farrell.'y J. Markham (1974). han insistido, res-
pecto a. la utilización' de. los transpore.s colectivos ..y del auto-
móv~l; en .las prin~ipales, distorsiones ,de· la imagen., Estos
autores- compararon, en un barri.Q· de la conurbación de DubIín,
la·percepción. de las personas (110' encuestas) que empleaban
~l tren o.el·coche, estudiando¡en otro barrio;' la evalu~ción que
usuarios de aut-óbús "y: automovilista.s '(109 encuestas) hacían
de los .medios', de transporte.' Esta' investigación no 'constituye
un .esttidio directo de: la 'percepción del. paisaje, . sino. de 'la
:imagen' que los habitantes de la ciudad tienen formada de los
modos de .transporte. Pasemos a continuación a resumir las
conclusiones a las que ambos autores llegaron: En las' zonas
'comunicadas por ferrocarrit las personas' que utilizan el 00-
140
·1
che (2) tienden a minimizar (en un -5 %) su evaluación. de
la duración del trayect<;> en .tren desde s\l~.barrio .al c~ntro úr-
bano. Sin 'embargo" atunetl:t~n:, las de' los"'idaje~' '~n: automóvil.
Este -resultado es tanto más sorprendente' cuanto que los 'Qge
usan la vía férrea piensan que la duración del recorrido es' su-
perior de lo que 'en realidad es (un + 7,7% por el"día y 'un
4- 3,8 % durante la noche). Pero todos los usuarios perciben ;el
coste del viaje en transporte, ferroviario :como',más alto de 10
que efectivamente es: en el caso de los automovilistas, lleg~' a
un ,+ 24 %; y en el de los que emplean el tren, a un +
15 '%
(Lansing y Hendricks, 1967).
~ ·En los barrios comunicados por una red de autobuses se
percibe mal el tiempo del trayecto ~mpleado en este tipo de
~ransporte. Los automovilistas 16 'consideran más elevado, lle-
gando, en su percepción de la duración del mismo, a aumentar
el :tiempo real en un + 26 % durante el día y en un + 32 ro'"
por la noche. Las personas transportadas en autoblís sobre~" :.":
evalúan también el trayecto en un + 17 % y un + 18 %., res- l
Costo (P)
-, Tipo de Tamaño de Diferencia : Diferencia.
Lugar transporte la 'muestra absoluta (p) relativa (%)
actual percibido :
:
-
..
Retheny coche 4,94 6,83 1,89 39,56
tren 40 3,73 4,73 1,00 32,34
media 40 4,34 5,78 1,45 35,95
Glenageary coche 20 7,23 9,13 1,90 26,03
tren 20 6,92 7,74 0,82 14,00
media 40 7,OS 8,44 1,36 20,02
Sray coche 20 9,96 10,53 0,57 6,64
tren 20 9,56 9,43 0,13 1,36
media 40 9,76 9,98 0,22 2,64
Todos coche 60 7,38 8,83 1,45 24,07
tren 60 6,74 7,30 0,56 14,99
media 120 7,06 8m 1,01 19,53
Error (4) (4) (1) (3)
standard entre
las zonas 0,12 0,04 0,40 7,00
Error (4) (4) (1) (1)
entre las medias
de transporte 0,10 0,32 0,33 5,72
Interacción (2) (1) (1) (1)
0,16 0,56 0,57 9,91
(1) No significante. (2) Significante: P, 0,05. (3) Significante: P, 0,01. (4) Significante: P, 0.01.
144
fIG.3. EFECTO DEL VECINDARIO
itinerario. elegido:
a+b
ESTACION : distancia reaJ:
c<a+b
distancia subjetiva:
c>a+b
calles como consecuencia del efecto
pequefias de vecindario: e > a + b
b
Ferrocarril
\
,
\
R \ ,
\ ,
itinerario elegido: W1 + R
distancia real: W2 < W1 + R CRETEIL
&0
nen tales toerías.' Desde hace mucho 'tiempo, algunos psicólo-
gos (Ryan y Ryan, 1940) vienen comprobando que ciertos ejes
principales, situados fuera de la zona de residencia, están inte-
grados al barrio por sus habitantes, a pesar de su alejamiento
kilométrico, pues éstos, en la vida cotidiana, vinculan a su
sector con los espacios importantes.
Adams (1969), en su medida del ángulo existente ent~e ,los
vectores de origen y destino hacia el centro comercial y.:fjnan-
ciero (Central Business District), acepta las hipótesis espacia-
les de la teoría de los sectores de Hoyt: en ésta, el desplaza-
miento de los barrios acomodados se basa en el atractivo pre-
ferente de algunas áreas; las otras clases sociales ajustan su
localización en el espacio urbano en relación con esas zonas
favorecidas. El habitante de la ciudad sólo conoce determina-
dos sectores, de acuerdo con su pertenencia socioeconómica:
sesgo geográfico y clase social se nos aparecen, así, estrecha-
mente unidos. Los trabajos de Adams y la teoría de Hoyt se
fundamentan en cierto determinismo geográfico y socioeconó-
mico. Para ambos autores, la significación y el simbolismo del
barrio de residencia explican las decisiones residenciales. El
desarrollo de los mapas mentales sectoriales es un resultado
de la localización (Johnston, 1971), la experiencia (Goodey,
1968) y el aprendizaje (Gol1edge, 1969). El individuo configura
su imagen a partir de los lugares por los cuales se ha despla-
zado. «Una distribución agrupada de las elecciones en el vecin-
dario inmediato a la residencia constituye un conjunto de in-
formaciones sesgado espacialmente» (Wolpert, 1965, pág. 164).
En la ciudad moderna, cada individuo posee, por sus despla-
zamientos cotidianos, una combinación única de informacio r
146 . "'. ~
l'
piado para estudiar los desplazamientos? ¿No deberíamos uti-
lizar. un espacio más. acorde con el enfoque conductista? John-
ston (1969), por ejemplo, pone de relieve que la teoría de los
sectores subestima la importancia de la percepción de la dis-
tancia· subjetiva. Hoyt mide más el espacio kilométrico que
una «distancia funciona!», en el sentido propuesto por Ols-
son (1965). Para este último autor de lo que se trata es de
comprender la distancia subjetiva percibida con motivo de los
desplazamientos, antes que las distancias racionales, que sólo
corresponden a un espacio abstracto. Esta noción ha sido am-
pliada por Horton y Reynolc1s (1971), que distinguen, en los
habitantes de la ciudad, entre los «espacios-acción», que con-
ciernen a todas las localizaciones sobre las que el individuo
dispone de información, y los «espacios-actividad» o subcon-
juntos en los que el contacto directo y cotidiano resulta indis-
pensable. Este «espacio-actividad» entronca con el campo ci-
nético de Adams. Donaldson y Johnston (1973).han confirmado
esta distinción en Christchurch (Nueva Zelanda). Según estos
dos autores, cabe afirmar que, como consecuencia de los des-
plazamientos cotidianos, los residentes perciben sus «espacios-
actividad» como entidades distintas, que les son familiares.
De no mediar desplazamientos diarios, el mapa mental se re-
duciría, básicamente, al barrio residencial. El sesgo geográfico
es, pues, un factor esencial en la imagen de la ciudad.
147
nes inmóviles y cronológicas. Mas el hecho de. ver un paisaje
no significa que el observador lo interprete correctamente; el
fenómeno de los espejismos es una prueba de' ellq. Aquél pue-
de darse cuenta, en ocasiones, de que se trata. de una ilusión
óptica: así, pues, su interpretación,'según los casos, puede ser.~
justa o falsa. El espacio bien visualizado viene determinado
-según Appleyard, Lynch. y Myer (1964)- por las estimulacio-'
nes del entorno. En una pintura, la disposición de los colores,
de la luz y de los objetos es la que orienta la mirada del'que la
contempla (Schissler, 1969). Las telas de Rembrandt, por ,ejem-
plo, limitan la luz a 1/10 de la cQIIlposición, lo cual facilita la
reagrupación de los elementos luminosos. Este fenómeno pro-
viene de la débil capacidad del campo visual útil: pues si. bien
la información visual la recibimos, de acuerdo. con las condi~
ciones, en un ángulo de 200 a 500, la verdad es que, como ya
hemos visto, la parte utilizada sólo es de unos 6°. La formación
de la imagen está, por tanto, sujeta a múltiples restricciones..
En el 'medio urhano ello quiere decir que los edificios, cuando
son semejantes y están cerca unos de otros, se nos aparecen
como visualmente reagrupados, y sólo si están bien individua-
lizados -ya sea por sus dimensiones, ya por sus formas o co-
lores- destacan del paisaje.
El hecho de percibir no significa que el sujeto vaya a me-
morizar acto seguido. Tal situación puede ser molesta, pues el
viajero no capta sino una parte de la realidad, pero, por otro
lado, resulta necesaria, ya que, de no mediar esta selección,
el individuo pronto se vería sumergido bajo una masa de in-
formación. Asimismo, y para evitar esa confusi6n, el sujeto
pone de relieve unas secuencias de acontecimientos con arre-
glo a su ritmo y regularidad. La duración de un suceso afecta
a su percepción: cuanto más visto ,se tiene un .elemento, tanto
más se fijará en él el observ~dor. Después, al desglosar la in-
formación, es posible recibir más señales. El observa.dor tra-
duce estas secuencias a su lenguaje, 10 cual permite que la
memoria intervenga. Los detalles que nos parecen importantes
y que han acentuado nuestra percepción son captados. por. la
memoria y estructurarán el paisaje. Cabe esquematizar, en.,
148
forma de figura (n.o 5), las diversas etapas de la creación de
la imagen, tal como éstas se producen a lo largo de un despla-
zamiento.
Cada etapa reduce la información y facilita la selección de
determinados elementos, lo que viene a explicar las distorsio-
nes que se advierten entre el mundo real y la geografía subje-
tiva. Así las cosas, una -persona que, en la circulación, fije su
atención en los semáforos y los embotellamientos tendrá la
impresión de que no avanza. Y su representación general se
verá falseada por la selécción de estos elementos singulares.
149
FIG. 5. DESPLAZAMIENTO Y MEMORIZACION DEL PAISAJE
-
U1
o
PAISAJE
~
f • I J / Campo visual periférico
ti. / Campo visual útil
Ojo
c=::::J 1 ~ .~ ~ :>Dirección del desplazamiento
.§
~
.5
n n del entorno)
151
los únicos puntos de referencia del trayecto, ya que el eje .del
itinerario se nos aparece pobre en equipamientos específicos.
En la mayoría de las encuestas se mencionan también los
esquemas lógicos, que son los que permiten que el hombre en-
cuentre en la estructura urbana el funcionamiento lógico" que
él espera. Lynch ya señ'aló en su día (1960) la importancia ·de
la red ortogonal de Los Angeles; De Jonge (1962), la de la trama
regular de Karlsruhe; y Appleyard, Lynch y Myer, la de las
imágenes diferentes y bien estructuradas. En el medio por el
que se circula las secuencias visuales facilitan la atribución de
una significación personal. El turista o el habitante recién' He·
gado, perdidos en un entorno que no conocen bien, tienen más
dificultades para penetrar en los esquemas lógicos que las
personas habituadas al grupo. social, al tipo de actividad y a
los elementos del paisaje. La noción de familiaridad y la rela-
ción personal objeto-sujeto constituyen el fundamento de ·estos
esquemas. Pero son más difíciles de captar que los puntos de
referencia, por cuanto varían .de acuerdo con el status, .la·edad
yel sexo del observador (Klein, 1967), y un solo tipo de esque-
ma no puede satisfacer las necesidades del conjunto. de. los
q.su~nos~ ." .
Queda todavía por plantear. una ·cuestión. La 'noción de es-
cala, fundamental en relación con.la disposición y est,ructura-
ción del paisaj~ que peatones o individuos inmóviles se .repre-
'sentan~ 4esaparec~ .~asi .por entero en las .encl:1esta~ .sob.re ~o
vilidad. La rapidez de los desplazamiento.s· reduce la diinenslón
relativa de la's aglomeraciones, y. los volúmenes' no' s9n ya. apre-
hendidos de igual manera. El autom~vil deform~, ~a ~ realid~d
urbana, razón 'por la 'cual los espacios se le aparecen' al aui<?-
movilista como más pequeños de lo' que lo son' para' el peatón.
'Con todo, 'y dado que el conocimiento de los' ejes de la ·circulá·
ci6n rodada está sujeto a' una sucesión de informaciones vlsua-
les, la no'ción de perspectiva ':-y, por consiguient~,'la de esca-
la- es fundamental en 'la' cronología lineal del desplazamiento'.
Con arreglo a la distancia s'e produce una' disminucióri de las
apariencias, lo que permite 'que se puedan-percibir'la'velocidad
y la progresión. Sin .embargo, las 'personas encuestádas..no' se
152
dan cuenta del.papel de la' escala, .que sólo se· traduce en las
respuestas en la idea- de velocidad. ·Esta noción' de perspectiva,
que en el trazado de las autopistas ha sido cuidadosamente
estudiada, sigue siendo el fenómeno peor captado en las en·
cuestas ya realizadas. Es, pues, un ámbito importante sobre el
que hay que profundizar.
Podemos .ahora elaborar un modelo descriptivo de percep-
ción, reagrupando el conjunto de .los datos de. que disponemos
acerca del efecto del movimiento en la compren'sión de la ciu-
dad. Los tres grandes criterios perceptivos (puntos de referen-
cia, esquemas lógicos y .'escala) ·se unen a los rasgos físicos del
paisaje. Además, como la práctica del·marco vital modifiCa la
percepción, .si queremos comprender ·.la imagen del viajero,
hemos de tener en cuertta una serie de criterios .sociales, téc·
·nicos y económicos.·Estos no' se 'manifiestan en las respuestas
tan directamente. como las características naturales, 'pero cons-
tituyen un filtro'para la receptividad.potencial y la memoriza-
ción. Al objeto de1legar a una comprensión global de la for-.
niación de' la imagen, se incluyen todas las varHlbles -bbtenidas'
indirectaJllente en los. trabajos pr~cedentes, dado que s610 un
reagrupamiento de estos· componentes del medio físico,' social,
técnico y .-econóniico' .facilita. la. aprehensión del proceso que
I
a
conduce la formación. de la imagen (fig. 6). '
Este mo.deJo, que .se basa en comparaciones entr~diversos
y
estudios, 'sigue s'ieildo 'empírico y descriptivo, 'precisa :d'e una
profundización si se quieren calcular las ponderaciones de cada
variable y.'las correlaciones e interacciones entre los elementos.
En efecto,.e¡ cuadrante físico es el único que ha sido.·abordado
verdaderamente. En cuanto se refiere al aspecto 'económico, si
bien es cierto que ha sido estudiado a·menudo, 'no lo es menos
que se ha visto la petcepció~ bajo. el ángulo del horno meona-
mieus, antes que bajo el del hombre subjetivo, más o menos in-
formado de la realidad. El ejemplo de los costos de transporte
demuestra que el viajero no conoce con exactitud lo que gasta
al respecto. El cuadrante económico tiene, pues, que ser per-
feccionado, de igual manera que el dedicado a los aspectos
sociales. Este campo permitiría conocer con más precisión el
153
FIG. 6. MODELO DESCRIPTIVO DE LA PERCEPCION
EN UN DESPLAZAMIENTO EN UN MEDIO URBANO
Medio urbano
154
papel de las etnias, las clases economlcas, la edad, el status
social y sus relaciones con el proceso perceptivo y las actitu-
des.· Si bien existen modelos de sistemas sociales -microcolec-
tividad, de T. Parsons; macrosistema, de Ramsay; interorgani-
zación, de Warren (Mayer, 1972}-, no se adaptan a los proble-
mas del hombre en movimiento. De este cuadrante es del que
esperamos más resultados, porque la dimensión social es un
componente esencial de la percepción en los desplazamientos.
Los problemas técnicos han sido estudiados con fines médicos,
así como para la seguridad de los vehículos. No obstante, con
la mayor homogeneidad de los medios de transporte, su in-
fluencia sobre la diferenciación de la imagen se hace menos
clara.
Así las cosas, un modelo cuantitativo tendría que basarse
en un estudio a fondo de las investigaciones realizadas en los
tres ámbitos (social, económico y técnico) ya citados y en unos
sólidos fundamentos ·estadísticos. Para poder llegar a desarro-
llar un modelo de percepción global, aplicable a la planifica-
ción urbana, se necesitan, pues, numerosas encuestas y más
sistemáticas..
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158
CAPITULO V
DE LA IMAGEN
AL SIMBOLO:
LA PERCEPCION
DE LA CIUDAD
EN LA NOVELA
DEL SIGLO XIX (1)
161
11
historia de la literatura, como en la historia del urbanismo
-no hay que olvidar los innúmeros sueños de «ciudades idea-
les» (3)-, diversas formas, distintas significaciones y diferen-
tes papeles que es menester estudiar.
Ciertamente, «no cabría examinar unas ciudades hechas de
palabras, como se hace con las ciudades construidas en piedra»
(Tibert, 1973, pág. 3), pero tampoco podríamos negar los víncu-
los existentes entre el marco vital -aquí, el conjunto edifica-
do-, la percepción que el hombre posee de su medio y su
comportamiento, siendo, como son, las palabras y la produc-
ción literaria una forma de ese comportamiento. Así, pues, cual·
quier descripción de una ciudad, aun aquella que se establece
en un espacio imaginario, tiene no poco valor para nuestra
investigación, por cuanto traduce determinados componentes
de la actitud. Podemos, por otra parte, considerar este 'espa-
cio «inventado» como la resultante de la superposición de per-
cepciones sensoriales' modificadas por la memoria y la imagi-
nación (Gibson y Gibson, 1955). «¿Qué sucedería -se pregunta
Edward Hall (1966)- si, en lugar de concebir las imágenes
empleadas por los autores como convenciones literarias~ las
estudiásemos cuidadosamente, considerándolas como riguro-
sos sistemas de reminiscencia destinados a liberar los ré-.
cuerdos?» De e~te mo~o resultaría factible conocer qué es
lo que el autor ha seleccionado (Paul, 1959) de entre la masa
de informaciones que emanan del entorno y, por consiguiente,
llegar a comprende'r lo que une a la percepción con la memori~
(3) PLATóN (413a. C.): La République, París, Les Belles Lettres. [En-
tre l'as varias' traducciones castellanaS' eXisientes, puede conSultarse la
de Patricio de Azcárate ":"'La República ó el Estad~, Espasa-Calpe, .va~.·
rias ediciones..] .... . .' .
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traducción castellana -Aventuras de Telémaco-, en Madrid,.:~ria.],
162
zacióp y la actitud, así como la influencia de la dimensión de:
la.~.. ~re~s .~~p.aci~lesen.laimagen.
;lR. B~rthes (1971), en una breve comunicación, ha llegado
a.Ia~conclusión.·de.que es necesario multiplicar nuestras lectu-
ras sobre -la· ciudad, particularmente con .los textos no cientí-
ficos de .los novelistas. El· espacio urbano, al igual que todo
espacio humano, donde resulta significante es en la «ciudad
dis~urso». Las obras literarias, con sus sínlbolos, comportan
más significaciones que los planos o los códigos de los especia~
listas de la ciudad. Los elementos no se distribuyen según las
normas Científicas del momento, sino en relación con los sím-
bolos del sistema urbano. F. Choay (1967), por ejemplo, perci-
bió,' a. través de la ciudad griega de 'Clístenes, el papel primor-
dial del ágora y del centro. Los ·otros sectores son homólogos,
y ello refleja la estructura. política y religiosa de la polis. El
área edificada se presta, por su significación para el marco
vital" al 'é\nálisis semiológico. Cualquier texto acerca de la ciu~
dad, está situado, geográfica y socialmente, puesto que, de un
l¡lodQ: .4irecto p indirecto, expresa la disposición de los grupos
húmanos en el espacio. Contamos,. así, con un medio para des-
cifrar y comprender la sociedad urbana:. «De ahí el doble pa-
pel que la.semiología urbana juega, la cual, junto con el estudio
de los comportamientos ar~aicos... o constantes, deberá cola-
borar al establecimiento de las normas de un nuevo espacio
urbano, desembarazado .de nostalgias pretéritas y convertido
en.el instrumento de conexión que reclama el conjunto ~e nues-
tras redes de com.unicación» (Soucy, 1971).
. La semiología -«ciencia que estudia la biografía de los sím-
bolos en el'seno de la vida sócial» (4)- permite, más allá de la
intuición· y.de las analogías superficiales! captar las combina-
ciones y las ,relaciones existentes entre los símbolos y los usua-
dos, deslizándose insensiblemente de la metáfora a la identi-
fica~ión.. Según Morris .< 1964), el individuo «tiene que percibir
las p.ril1:cipal~s .cara9ter{stic~s del entorno en. el que va a. ac-
1
163
la satisfacción de sus impulsos; si todo resulta bien, entonces
(aquél) se convierte en actor... ». Se .desprende así una relación
en tres puntos, que parte del símbolo (o elemento del paisaje)
que el observador obtiene a fin de actuar (actor) en relación
con la significación que el elemento posee en el entorno (5).
Aun cuando, en el seno de los sistemas significantes, la litera-
tura sólo represente el subsistema de las comunicaciones ver-
bales -ámbito de la lingüística- (Mounin, 1970), estamos aquí
ante un tipo de representación en el que el simbolismo se ex-
presa en su máximo de riqueza y pureza. El discurso refleja
simultáneamente el inconsciente individual y sus equivalentes
sociales.
Comenzaremos nuestro discurrir por la literatura a través
de la historia. De los medios urbanos significantes de evolución
lenta, característicos de la ciudad en la historia, pasaremos a
los organismos en rápida evolución de los siglos XIX y xx. «El
empobrecimiento semántico del sistema construido tendrá, a
escala de su lectura, en esta ocasión, otra consecuencia: la de
su contaminación, irreversible, por el sistema de la lengua y,
por ello mismo, la pérdida definitiva y completa de su pureza,
maculada ya por el papel del sistema de suplencia... , y el papel
del desorden... » (Choay, 1967, pág. 10). Esta suplencia, forma-
da por los códigos obtenidos por LYnch (1969), está destinada
a reemplazar la deficiencia de los símbolos urbanos. Después
de esta cita cabe preguntarse si la ciudad tiene todavía un
sentido y si esta reducción del simbolismo se traduce de una
manera clara en la literatura. Si, como afirma F. Choay, la
ciudad ya no expresa más que un mensaje bastante pobre --el
del funcionalismo urbano-, habremos de advertir un corri-
miento en el discurso urbano. En la novela conteIJ)poránea
pasaremos del simbolismo a las señales económicas.
Antes de lanzarnos al análisis de la literatura dejemos sen-
tado, pues, a modo de hipótesis, que, en una época dada, los
autores traducen, a través de su discurso, las señales de la per-
164
cepción de una sociedad. La elección de los descriptores y de
la escala analítica constituye, en cada instante, un conjunto de
significantes que ilustran el mensaje urbano. Así, pues, la tarea
del investigador no es otra que la de contribuir, por medio de
estas estructuras perceptivas, a esclarecer la sociedad urbana.
165
lado, en atractiva; la ciudad constituía el centro de todas las
actividades -« ... los maestros de escuela 'por la mañana, los
panaderos durante la noche, y los martillos de los trabajadores
del cobre todo el día» (Marcial, Prefacio en prosa a la penúlti-
ma colección de los Epigramas)- y, más concretamente, de las
actividades culturales: «Aquella finura de juicio, aquella inte-
ligencia oportuna, aquellas bibliotecas, teatros y reuniones en
las que placenteramente uno se instruía sin apenas darse cuen-
ta; todo aquello qué, en una palabra, he abandonado con el
desdén de un hastiado, lo lamento hoy como si fuese un ..frus-
trado» (Marcial, [bid.). .
En la literatura de la Edad Media y del siglo XVI la ciudad
se nos presenta más a menudo como un mito que com~, una
realidad: Jerusalem, símbolo de la cristiandad; Constantinopla,
una maravilla a los ojos de los cruzados; Roma, en la que Du
Bellay cantó su nostalgia de la civilización antigua. Más allá. de
la simple percepción sensorial, la ciudad ilumina la religión y
la sociedad que la. crea. No se conserva del paisaje sino lo .que
aporta una significación; abstracción hecha de los ,ruidos., qe
fondo., .
.
Habrá que esperar al siglo XVIi para encontrar una visiÓn
más realista de lél ciudad. Descartes escribía, en 1631, a" Guez
de Balzac: «Por perfecta que pueda ser una casa en la campi-
ña, hay una infinidad de comodidades que sólo las podemos
hallar enlas ciudades.» Antes, pues, que geógrafos yeconomis-
tas, los escritores lanzaron ideas tales como la de lugar central
y la de jerarquía comercial y de ~ servicios. Más adelante, el
autor citado líneas arriba. continuaba -hablando de la ciudad
de esta guisa: «Todos los ,días me. paseo entre la confusión ,de
un ,gran pueblo con tanta libertad .y reposo como podría ha-
cerlo usted en sus valles.» En el medio interactivo que son los
espacios públicos urbanos, es posible ser uno mismo. Sin, em-
bargo, por encima de determinados umbrales, la ciudad, como
centro de ,comunicación (Meier, 1972), se convierte en una
fuente de ruidos. En el siglo XVII,' Boileau denunciaba, en
sus Sátiras, el estrépito y la confusión de París 'y el mal hu-
mor de los transeúntes: «... Al mismo barullo se vienen ,a
166
'añadir nuevos atascos; no bien acaban de llegar en fila veinte
carrozas, cuando, al poco tiempo, les siguen otras mil» (Boileau,
Sdtires, 1660). Este autor es uno de los primeros que cabría
calificar como «antiurbano».
El Siglo de las Luces vería nacer una nueva imagen de la
ciudad. París"capital de un Estado poderoso, es en lo sucesivo
un verdadero lugar central en el que se toman las decisiones
que afectan al espacio francés. Para el novelista, esta capital
era notable por' los hombres que en ella vivían, así como por
las costumbres imperantes. El Diablo cojuelo, de Lesage, reco-
rre Madrid~ lo que no es sino un pretexto para una sátira
moral. Las ciudades ~Londres, París, Berlín, Ginebra- se
convierten, con ocasión de las querellas filosóficas, en símbo-
los de libertad o fanatismo, de rigor moral o de corrupción.
El paisaje urbano está simultáneamente formado por el área
construida y por elementos humanos que le confieren una sig-
nificación.
_. -, Por último" en el siglo XIX, con el romanticismo y el natu-
ralismo, la ciudad pasaría a ser un espacio no ya implícito,
sino minuciosamente descrito. No sólo es el teatro de aconte-
cimientos y antagonismos individuales y sociales, sino que par-
ticipa activamente 'en ellos.. La dudad, a causa de las múltiples
interacciones que en ella se producen, constituye un elemento
de creación· (Sjoberg; 1960). Podríamos afirmar incluso que
las metódicas descripciones del autor de La comédie humaine
ponen de manifiesto .que los héroes y heroínas de Balzac están
determinados por el hecho urbano (6). En Rugo y, más tarde,
en, Zola, por el contrario, una visionaria imaginación (7) con-
ferirá a la ciudad una verdadera personalidad poética. A partir
del siglo XIX la novela de aventuras tomará de un modo gene-
ralizado a la ciudad, y no ya a la naturaleza, como marco. Asi-
mj~~o, l~ novela poli~íaca será cas~ siempre un relato que se
, (6) No tiene por qué sorprender tal afirmación, ya que en esta épo-
ca la' geografía humana de F. RATZEL seguía la misma corriente de pen-
samiento determinista.. '
(7) Imaginación visionaria que cabría relacionar con la de los uto-
pistas' de la segunda mitad del siglo XIX.
167
desarrolla en la ciudad, pasando a ser la criminalidad urbana
uno de los mitos de nuestro tiempo. Las deplorables condicio-
nes materiales, el hacinamiento a que se ven sometidos los des-
heredados de la fortuna procedentes del campo en los tugurios
de los suburbios y la miseria contribuirán a configurar este
género literario.' Con la revolución industrial surgirán los mise-
rables barrios industriales y los lugares privilegiados de los
especuladores (Bolsa). «Los ambiciosos son el eco de los mise-
rables, y los personajes de Balzac el de los de Dickens» (Oudin,
1972, pág. 23). También los poetas encontrarán en esas «ciuda-
des tentaculares» (Verhaeren) una fuente de inspiración: ciu-
d~des «de calles inquietantes y canales negros por los que dis-
curren inmundicias y sangre; allí donde se levantan hospitales,
asilos y cuarteles, en los que se pudren' lentamente guiñapos
humanos» (PaImier, 1969).
«La era de la técnica» (George, 1974) suscitará, en el si-
glo xx, una nueva poética de la ciudad. Con Apollinaire, el puen·
te Mirabeau, las «mugientes manadas de autobuses» y los tran-
vías irrumpirán en el universo urbano, y se percibirá a la nueva
ciudad como una desproporcionada neonaturaleza. En tina so-
ciedad progresivamente más móvil, los medios de desplaza-
miento se convertirán en los elementos capitales, y la mayoría
de las veces la percepción se producirá en este medio en movi-
miento. El espacio real ya no es simbólico, sino un flujo,' eco-
nomía, en una palabra; 'la visión surrealista' partirá, a través
del espacio material y' cotidiano --«el aspecto temporal- dél
mtindo»-, a la búsqueda de los «valores eternos: el' amo'r;' la
libertad, la poesía»; Los itinerarios de André Bretori constitui";
rári, en un París pintoresco o insólito, el indispensable punto
de partida para el hallazgo de lo que los surrealistas han lla-
mado «la verdadera ·vida». '
Nuestra materia es rica y variada. Por ello, y aun limitán;.
danos a la literatura francesa, no podríamos pretender realizar
un análisis completo de la' percepCión a través' de' la expresión
literaria. Algunos aspectos particularmente significativos .reten-
drán nuestra atención para ilustrar la influencia de la escala
de los paisajes en la imagen de la ciudad y el papel de los ele-
168
mentos estructurantes. Vamos, con la ayuda de varios ejem-
plos, a poner de relieve las combinaciones de símbolos selec-
cionadas por algunos autores a la hora de describir la sociedad
urbana.
169
1. La noción de escala
110
diosas palabras: i Y ahora, vamos a ver!» En esta cita, ¿ qué
es lo que restituye la escala a los ojos del lector? Todo aquello
que demuestra que la mirada capta de una forma global la ciu-
dad, aun cuando nuestras posibilidades sensoriales sean limi-
.tadas. Se trata ya, y por encima de nuestros sentidos, de una
·interpretación: «París tortuosamente acostado... esa colmena
zumbad<;>ra... »; el adjetivo «grandioso» califica, asimismo, el
desafío lanzado por Rastignac, y expresa a las claras que el do-
minar la ciudad con una mirada es algo provisional que única-
mente lo permite la perspectiva. Rastignac, al igual que cual-
quler otro ciudadano, se siente pequeño en' relación con esa
inmensa creación. .
Tras los escritores de la generación romántica haqrá que
esperar a .Zola para encontrar una imagen de la ciudad esen-
Cialmente pictórica. Esta ocupa un lugar de privilegio en la
¡obra .del literato naturalista. Con él he.mos asistido al creci-
;'miento de la prosperidad de Plassans (8), a medida que se edi-
ficaba La fortune des Rougon. Muchos barrios de París servi-
rían de marco para sus novelas: Montmartre,' en L'Assom11J.oir;
Les~Halles,en Le ventre de París; las ricas mansiones del Par-
.qu~,Monceau, en La Curée, y el barrio de la Bolsa, en L'Argent...
.París está' presente, sobre todo, en una novela pOGo conocida:
-Uriepage d'amour (Zola, 1878). Desde una habitación situada en
«19s .altos, del Trocadero», la heroína ve «desarrollarse ~nte.ena
el .gran París, a través. del encrespado mar de sus tejados».
La zona construida constituye el elemento primordial de la
:descripción, si bien París cambia con las .estaciones y con las
horas deL dí~. Así las cosas, las noCiones de tiempo y. ~spacio
se .nos aparecen frecuentemente. unidas. La vista y el oído per-
ciben los cambios de apariencia y, en ocasiones, aislan un de-
talle.. Visión. exploratoria de conjunto y visión de detalle, que
,fija la ~tención en un sector concre~o, importante para el pei-
sonaje, se nos aparecen uni.das., ' '
. Entre las innumerables metáforas que restituyen la' escala
tenemos de sobra dónde escoger. En primer lugar, todas aque-
(8) «Plassans», nombre con que Zola bautizó,' en la serie de lo!"
Rougon·Macquart, a Aix-en-Provence, ciudad en la que pasó su juventud.
~171
Has expresiones que traducen la inmensidad de la ciudad: «Lla-
nura inmensa... , amplio horizonte... , inmensidad... , colosal. .. ,
valle sin fin ... , infinito, anchurosas extensiones... , gigantesco ,
valle inmenso , ciudad gigantesca... , vastas extensiones ,
ciudad inmensa ». Extenderse, desplegarse y, sobre todo, des-
arrollar, son los verbos usados con mayor frecuencia e ilustran
la percepción del espacio y de los volúmenes. El espectador,
de acuerdo con las características de esa visión tridimensional,
recibe choques emocionales particulares.
Diversas comparaciones vuelven más sorprendente el gigan-
tismo de la ciudad que «desarrolla su inmensa llanura»: París
es «insondable y cambiante como un océano». "Las imágenes
se suceden: «El encrespado mar de sus tejados... París, en-
vuelto y misterioso ... , se sentía a lo lejos avanzar la oleada de
las casas... era una pleamar con el infinito y lo desconocido
de sus olas... , una marea burbujeante de viejas pizarras... , el
océano de los tejados ... , ese mar sombrío... ». Y más aún: « .•. el
sol la envolvía en oleadas de oro, y una nube la ensombrecía
y levantaba tempestades». Más adelante, los otros sentidos
vienen a confirmar la visión. El sistema auditivo, por ejemplo,
juega "un papel de primer orden: «... e"I continuo nigido de la
ciudad se le antojaba una marea ascendente, batiendo contra
las rocas del "acantilado». La imagen del acantilado y la del
ruido de las olas evoca la noción de distancia y contribuye a
recrear la inmensidad urbana. El descubrimiento de los soni-
dos completa aquí la visión exploratoria. En ocasiones, para
describir la escala de la aglomeración, se sustituye la imagen
def "nlar por otra: «París se desplegaba tan grande como el
cielo». y es en la noche cuando esta comparación cobra toda
su fuerza. La ciudad," al iluminarse, hace surgir «constelacio.
nes», un «hormigueo de astros», y parece «tan vasta como un
firmamenÚ)>>. La visión escotópica es singularmente sensible
a l~" noción de escala, porque los puntos de referencia son me-
nos numerosos que con la visión fotópica. La percepción de
detalle no puede ser tan exacta como durante el día y la pers-
pectiva es más vaga.
. Zola traduce de forma sorprendente la importancia de la
172
perspectiva: «Camiones y coches de punto,· cual si fueran
juguetes de niños, con caballos delicados que se parecían a
piezas mecánicas, atravesaban el puente.» Los elementos des-
critos .existen en el sistema espacial del autor y, a partir de
esta época, ilustran el papel que los desplazamietnos y la movi-
lidad juegan en la imagen percibida.
La percepción del movimiento permite captar mejor la
noción de escala. Al acercarse a un edificio, el observador pasa
a percibir los detalles. Lo que se mueve atrae con facilidad la
atención del espectador, que está alerta a lo que Zola llamó
«esa vibración vital, producto de toda la vida allí contenida».
La del hormiguero es, asimismo, una imagen repetida a me-
nudo, y recuerda, en este caso, la distancia: «Los tran~eúntes,
una masa activa de puntos negros que semeja el movimiento
de un hormiguero... la masa de los viandantes, cuyo negro
hormiguero amarilleaba... , un hormiguero de farolas de gas y
ventanas iluminadas... , un hormiguero de astros... » Ahora
bien, la idea de masa sólo es concebible en una ciudad de una
dimensión cuya escala no es pareja con la del individuo.
Según ya hemos podido comprobar, cuando se trata de
percibir la distancia y de traducir la noción de escala, la mira-
da por sí sola no basta; el oído está más capacitado que la
mirada para captar París en su totalidad. Zola definió, en va-
rias ocasiones, el ruido de la ciudad como un rugido: cElla oía
rugir a París entero bajo su ventana... París rugía en el' hori-
zonte.» Con frecuencia es una voz, una sola voz, la que confir-
ma con creces la ambición de una percepción global: «La
prolongada voz que resonaba... la voz alta y prolongada... esa
voz de París, que recuerda a un zumbido de órganos... » La ciu-
dad constituye un espacio sonoramente. vivo, a la altura de la
inmensidad de la aglomeración.
Ultimo aspecto de este intento de aprehensión de la ciudad,
sobre el que tendremos ocasión de volver, es esa metáfora
que hace del organismo urbano un ser vivo por «sus dos· mi-
llones de existencias». Un organismo que respira y tiene «alien-
tos cálidos e inquietantes... un hálito potente... un soplo enor-
173
me y 'dulce». Por encima de la percepción sensorial, estamos.
ya ante Una analogía entre imágenes.
,No 'sólo fueron los novelistas del siglo XIX los que tuv~eron
la 'ambición de ap'rehender en su totalidad a la ciudad. Jmes
Romains (1929), por ejemplo, nos hace asistir al espectáculo
de Manhattan, tal como se aparece, 'in cresce1u1o,~ ante la mira-
da del. viajero que, después de una larga travesía, remonta
el puerto de Nueva York. Las notaciones, el vocabulario y
las imágenes hacen tomar conciencia de las dimensiones de
la ciudad, tanto en extensión como en altura. El skyline, o si-
lueta, ,de la dudad norteamericana (Tunnardy Pushkarev,
1963)'se pone de manifiesto porque la lenta aproximación del
navío permite insistir simultáneamente en el conjunto y en los
detalles: «Manhattan crece y se eriza... es más grande y más
alto que cualquier otro frente urbano conocido... » Y, más ade-
lante, algunas otras observaciones, un nuevo intento del autor
de captar el gigantismo, de la ciudad:, «Las altas y estrechas
fachadas ... esos dos chaflanes de buildings (9), separados por
una escotadura del' cielo... , cada building invita al que tiene a
su lado a alargarse lo más posible con la menor cantidad de
materia... » El novelista emplea fundamentalmente dos proce-
dimientos para sensibilizar a su lector con la noción de escala:
en primer lugar, me~ced a una manifiesta preocupación por
traducirJa perspectiva y, sobre todo, mediante un permanente
c;lesveio,' -deseo éste cuyo realismo convendrá discutir des-
P.lJ~~- por presentar la entidad urbana, siendo muy conscien-
t~ de su extensión y del espacio por ella ocupado.
, .
", (9) Este anglicismo forma parte aquÍ del enfoque destinado a res-
tituir las dimensiones de la ciudad.·Y expresa, acaso mejor 'que cual-
quier otra palabra francesa, el gigantismo deJas construcción de Man-
haitan, lo cual viene a demostrar la importancia de la semiología en
hi percepción. El lengUaje por sí solo precis'a y deforma las más simples
percepciones. Ello vendría a confirmar la hipótesis de B. WHORF (1956),
según la cual el comportamiento está influido por la estructura semán~
tica. del lenguaje. (Ver: lAnguage, Thought and Reality, Cambridge
[Mass., USA],' MIT Press).
174
2..: Los 'puntos de referencia
. .
175
corrimiento se produce mediante el paso del análisis global al
de los sectores de acción (barrios, ejes estructurantes). Entre
ambas .escalas no hay oposición, sino complementariedad.
Como consecuencia de la variedad de las· visiones de detalle,
resulta, no obstante, difícil llegar a una generalización en los
tres autores del XIX que hemos tomado como ejemplo. Por el
contrario, a esta altura de nuestro estudio, tendría no poco
interés establecer una confrontación. ¿La selección de los pun-
tos de referencia es, en Víctor Hugo, el resultado de una per-
cepción realista o bien el efecto de una preocupación por co-
locar un decorado histórico? «Un aguilón tallado... , una torre-
cilla suspendida.. " una pirámide de piedra del siglo XI .... , un
obelisco del xv..., el nuevo ábside de Saint-Germain-Ie-Vieux,
alargado en 1458... , una picota levantada en una esquina de
la calle.... , un patinillo poco frecuentado, con una de esas .diá-
fanas torrecillas como las que se construían en el siglo xv... »
La misma precisión y la preocupación por el color local perju-
dican a la espontaneidad de la percepción, a la hora de selec-
cionar los puntos de referencia. El papel desempeñado por la
educación y por los valores históricos y sociales cobra entonces
toda su significación. En el caso de la civilización occidental,
¿se trata de estereotipos vinculados con la importancia de la
tradición, antes bien que del marco de la vida cotidiana?
Pocos puntos de referencia también en Balzac. Una vez
más no parecen responder a un desvelo. por una descripción
realista. Lo que Rastignac contempla desde las alturas del
Pere-Lachaise es el barrio situado «entre la columna de la
plaza Vendome y la Cúpula de los Inválidos, allí donde vivía
esa buena sociedad en la cual él había querido introducirse».
Aquí,. de nuevo, la elección de los puntos de referencia resulta
no ya de una percepción objetiva y espontánea, sino de una
memorización influida o, en alguna medida, determinada por
los deseos, el comportamiento y los prejuicios sociales. En
nuestro ejemplo, la percepción de un lugar concreto por parte
de Rastignac está ligada a sus desvelos por tener éxito en «el
mundo», en el marco de una particular clase de la sociedad,
allí donde se sitúan los signos externos del poder.
176
La preocupación que preside esta elección es muy diferente
en Zola. La joven de su ficción literaria se siente extraña en
París, y todos los puntos de referencia por ella preferidos tes-
timonian su deseo de penetrar en la vida cotidiana. Nos volve-
mos a encontrar aquí con el papel de la práctica del marco
vital, que hace de la ciudad y sus colores una estructura viva:
«Un grupo de seminaristas, que marchaba en orden cerrado
por el paseo Billy, ponía una cola de sotanas de color ocre en
la difusa claridad»; «la caja amarilla de un ómnibus arrojaba
un destello y, 'a lo largo de los taludes de césped, entre otros
transeúntes, una criada con su blanco delantal mancillaba,
con su claridad, la hierba». Idéntica percepción cuando se
trata de puntos de referencia no ya visuales, sino sonoros.
Pues al igual que los campanarios destacan sobre la inmensi-
dad de la ciudad, así también, en ocasiones, cabe distinguir,
entre el rugido de París, otros' sonidos: «Unos campanarios
lejanos sonaban, un clamor venía y se iba... En la prolongada
voz que rugía, de nuevo llegaban unos sonidos, debilitados y
distintos: el brusco rodar de un ómnibus por la avenida, el sil-
bido de un tren que atravesaba el puente del Point-du-Jour... ».
Los puntos de referencia seleccionados por la mirada y el oído
ponen de manifiesto unas preocupaciones relativas a la crea-
ción literaria, y no una percepción objetiva. Pero ¿esta meta-
morfosis del espacio es propia del novelista? ¿No es acaso un
privilegio de cualquier observador que intenta expresar su
particular percepción mediante palabras, esto es, que actúa
ex post?
. Llegados a este punto, es menester, pues, dividir los cita-
dos puntos de referencia en señales y símbolos (10). La señal
es un elemento de lo real obtenido directamente por el obser-
vador, y el símbolo constituye un sustituto que traduce algu-
nas significaciones de la ciudad. Ciertos puntos de referencia
(o esquemas lógicos, o incluso escala), una vez unidos a la
experiencia, son conceptuados en algunos contextos como si
177
fueran símbolos (forma de un edificio y funciones), como una.
situación emocional particular. En la literatura, los descripto-
res elegidos por un autor son símbolos destinados a represen-
tar simultáneamente a los estímulos y a la experiencia del
entorno. Se produce una selección voluntaria de las caracte-
rísticas y, por consiguiente, una pérdida de información sobre
el medio, si bien se da un enriquecimiento conceptual. Añada-
mos, por otra parte, que en la percepción del marco vital el
hombre capta con más frecuencia el entorno en forma de
símbolos que de señales. La mayoría de las comunicaciones
humanas vienen condicionadas por esos símbolos. La comple-
mentariedad señal-símbolo se nos aparece, pues, como uno de
los elementos básicos de la percepción.
178
atrae particularmente, hay un lugar para algunas notas sobre
la animación de la ciudad: «Este lado del Sena era el menos
mercantil de los dos; en él los escolares hacían más ruido y
eran muchos más que los artesanos.» O también: «... de la
mañana a la tarde, las lavanderas, con sus gritos, parloteos
y cánticos, producían un gran estrépito a lo largo de la orilla,
y en ella batían con fuerza la ropa blanca, igual que en nues-
tros días. Y tal cosa no constituía la menor alegría de París».
Estamos en el centro del espacio-actividad, en el cual el autor
encuentra el funcionamiento lógico por él esperado. El paisaje
en detalle produce una impresión de satisfacción, lo que per-
mite que se le pueda atribuir un valor.
Esta agitacón febril, esa «vida siempre activa del mons-
truo», Balzac la ha descrito muy bien en el capítulo primero
de su Ferragus: «Apenas ha cesado la postrera agitación de los
últimos coches de baile en su corazón, cuando ya sus brazos
se ponen en movimiento en Barrieres, sacudiéndose lentamen-
te... A mediodía todo está vivo, las chimeneas humean y el
monstruo come; después ruge y, más tarde, sus mil patas se
agitan... París es en todo tiempo esa monstruosa maravilla,
sorprendente ensamblaje de movimientos, de máquinas y de
pensamientos... » (Balzac, 1833, pág. 41). Y también en estas
palabras, tomadas de La fille aux yeux d'or: «¿No es acaso
París un vasto campo incesantemente movido por una tem-
pestad de intereses bajo la cual se aremolina una mies hu-
mana?» (Balzac, 1834, pág. 371). La ciudad es considerada
como un campo de permanente interacción de múltiples flu-
jos económicos y sociales. En esta cita advertimos, pues, de-
terminadas ideas acerca del papel de las comunicaciones en
el medio urbano, que Meier (1972) habría de desarrollar siste-
máticamente.
Ya hemos hablado del rugido de París, imagen tan cara en
Zola, así como de la frecuente metáfora del hormiguero -«los
transeúntes, activa masa de puntos negros que semeja el mo-
vimiento de un hormiguero»-, que constituyen otros tantos
testimonios de la ciudad, espacio de actividad. Jules Romains,
en su descripción de Manhattan, restituye la misma imagen.
179
El vocabulario sugiere la idea de energía desordenada, de abun-
dancia, de prisa: «Un saqueo de torres de catedrales y de ata-
layas... , una inmensa energía que va en aumento y espumea,
que ocupa espacio»; «la sobrecargada península» ilustra el
funcionamiento, el metabolismo urbano.
Así las cosas, la ciudad se presenta ante la mirada del no.
velista como el hogar de todas las actividades -actividades
difíciles de aprehender a escala del conjunto urbano, si bien
más familiares en detalle-. Sin embargo, lo que nos parece
interesante son las funciones que el novelista o su personaje
asignan a la ciudad, es decir, su actitud con relación a la ciu-
dad, más que las funciones percibidas. Es éste un tema ---el
de la percepción fundamentalmente subjetiva de la ciudad-
que hemos evocado con ocasión de los puntos de referencia y
sobre el que volveremos a menudo en nuestro estudio. Tal es
la visión de Hugo, cuidadoso con el marco histórico y el color
local, y la de Zola, atento a la vida cotidiana. Y es, sobre todo,
la de Balzac, a los ojos del cual los barrios constituyen el sÍm-
bolo de la jerarquía social; así, Angulema, «vieja ciudad cons-
truida en la cima de una roca en pan de azúcar que domina
las praderas por donde discurre el Charente», posee una ciu-
dad alta y una ciudad baja: «En lo alto, la Nobleza y el Poder;
abajo, el Comercio y el Dinero: dos zonas sociales constante-
mente enemigas en todo lugar» (11). La ciudad, más que un
marco, es un personaje como cualquier otro, más importante
que muchos de ellos: «París es el más delicioso de los mons-
truos: aquí, hermosa mujer; más lejos, viejo y pobre... París
es una criatura... ».
La percepción de la ciudad es, pues, moral o social; los
adjetivos que la caracterizan siempre se toman de este regis-
180
tro del vocabulario. La ciudad es la traducción de los esquemas
mentales del urbanita e, indirectamente, por tanto, de las nor-
mas sociales. A este respecto valdría la pena tomar como ejem-
plo un pasaje de la célebre evocación de las calles parisienses,
que introduce el capítulo primero del Ferragus de Balzac:
«Hay en París ciertas calles deshonradas, tanto como lo podría
ser un hombre culpable de infamia; otras son nobles o simple-
mente honestas, y otras, jóvenes, sobre cuya moralidad toda-
vía el público no se ha formado una opinión; también las hay
que son asesinas, y más viejas de lo que son las ancianas que
gozan de una pensión, y otras estimables, así como calles siem-
pre limpias y calles invariablemente sucias, y calles obreras,
trabajadoras y mercantiles. En fin, las calles de París tienen
cualidades humanas y, con su fisonomía, nos imprimen deter-
minadas ideas frente a las cuales estamos indefensos.» Para el
novelista la ciudad no es simplemente un marco, un decora-
do que hay que colocar. Es un símbolo portador de significa-
ciones y juega el papel que aquél le asigna, de acuerdo con sus
preocupaciones y las de su tiempo. El discurso sobre la ciudad
se sitúa socialmente y facilita la comprensión de la sociedad.
¿Acaso Zola no se había comprometido políticamente con sus
obras? La estructura urbana explica las relaciones simbólicas
existentes entre los individuos y los grupos. En el siglo XIX,
por ejemplo, nos hallamos ante una percepción muy particular
del hombre fascinado por el crecimiento urbano, por las pri-
meras grandes metrópolis, y que trata de captar su totalidad
proyectando sobre aquél y éstas sus esquemas lógicos. La ciu-
dad, considerada en detalle, constituye también «un espectácu-
lo cautivante por su variedad y su color» (Tibert, 1973, pág. 9),
mientras que en el siglo xx resulta monstruosa y desordenada.
El mensaje se funcionaliza y, a medida que los desplazamientos
van cobrando importancia, la visión estática se continúa cada
vez más en una visión dinámica. El espacio urbano se vuelve
más abstracto y, a la par, más desproporcionado.
181
CONCLUSION:
ALGUNOS ASPECTOS DE LA NOVELA CONTEMPORANEA
182
tormentas» (Dos Passos, 1926, pág. 314). Esa abundancia y esa
desmesura caracterizan a todas las grandes ciudades: «¿ Vivir
en París? ¡Qué horror! No quiero ser engullido por los millo-
nes de habitantes, los millones de inmuebles, los millones de
coches y los millares de calles de la capital» (Leduc, 1964, pá-
gina 101). Abundancia de cosas y, también, plétora humana.
El tema de las masas está en todo momento unido al de la
ciudad: «¡ Pero si Londres es una enormidad, un increíble hor-
miguero de gentes! (oo.). Bastaba con ver un poco las arterias,
las grandes, descuartizadas y dislocadas calles de Londres re-
ventadas por los vehículos» (Céline, 1964, págs. 121 y 369).
A menudo hostil, la masa puede llegar a ser un refugio; relea-
mos las últimas líneas de una novela de Fran~ois Mauriac
(1927, pág. 191): «No es la ciudad de piedra lo que me enter-
nece, ni las conferencias, ni los museos, sino la selva viva que
en ella se agita, surcada por pasiones más furiosas que tem-
pestad alguna.»
Podríamos desarrollar con largueza estos temas, pero nos
parece más interesante investigar cuál es la nueva imagen de
la 'ciudad que la novela contemporánea ha restituido. Con el
crecimiento urbano ligado a la industrialización, terminará
por cambiar la visión de la ciudad. A principios del presente
siglo, John Dos Passos, en Manhattan Transfer (1926), intentó
captar el ritmo de la ciudad de Nueva York. A través de la ex-
periencia personal de cada uno de sus numerosos personajes
y 'mediante la yuxtaposición de relatos breves, este novelista
se sitúa en el corazón mismo de la vida cotidiana de la ciudad:
«El sol, cálido ya, chisporroteaba sobre el pavimento, los vi-
drios y las placas esmaltadas jaspeadas de polvo. Los rostros
de los hombres que lo cruzaban estaban ajados y eran de co-
lor grisáceo (oo.). Más lejos ella encontró unos carritos de ven-
dedores ambulantes. Unos hombres secaban los mostradores
de mármol de los cafés ( ... ). Al otro lado de Park Avenue, el
armazón de rojas vigas de acero de una casa en construcción
interceptaba el cielo, de un azul flomígero. De tiempo en tiem-
po silbaba un torno de mano. Se oía un ruido de cadenas y se
elevaba, oblicua, una nueva viga en el aire (oo.). La hora de la
183
salida de los teatros: hombres de gala y mujeres escotadas.
Los hombres regresan a sus casas con sus esposas o sus aman~
tes; la ciudad se va a acostar. Los taxis tocan la bocina y chi-
rrían. El cielo resplandece con los dorados destellos de los
anuncios luminosos» (Dos Passos, 1926, págs. 200, 231 Y 239).
La percepción del centro, más que la ambición de captar
la vida urbana, se nos aparece como una característica de la
moderna visión de la ciudad. Este es el tema de una obra
de Claude Soucy (1971), que analiza varias novelas recientes
con la intención de descubrir en ellas el «mito del centro ur:'
bano» (13). Esquematizaremos sus conclusiones, asignando al
centro urbano una doble significación: éste es, en principio,
el lugar de «consumo de las señales» (Soucy, 1971, pág. 103),
tanto señales de la naturaleza como, fundamentalmente, seña-
les históricas. «Yo busco las palabras y los signos que pueden
ayudarme a sobrevivir ( ... ). Quiero volver a encontrar las an-
tiguas leyendas y contártelas para que tú, en seguida, se las
narres a otros» (Le Clezio, 1970, pág. 192) (14). Estos símbolos
a menudo traducen la influencia de los grupos sociales do-
minantes: «Salvo que no son los mismos que los habitan en Pa-
rís, los que pagan elevados alquileres son los que actualme~te
ocupan la ciudad, iY los arriendos caros son la hez de la tierra!
Hoy en día, el distrito XIII, donde los alquileres alcanzan cifras
del orden de los 80.000 francos mensuales, vota bien. Y es r~n
table» (Rochefort, 1969, pág. 140) (15). Esta división sectonal
de la ciudad, presentida ya en el curso de. nuestro estudio, se ve
acentuada sensiblemente en la literatura contemporánea,. por
cuanto en ésta' se oponen esos dos espacios urbanos que son
el centro y el extrarradio, y, para ser más exactos,. el gran
184
conjunto. Varias novelas de Christiane Rochefort lo toman
como marco:
«-¿Naciste aquí?
-No, en el XIII; nos han reinstalado en este lugar.
-Deportado -corrigió Tomás.
-Tal vez, sí. Fue cuando lo renovaron.
-Sí, renovado el electorado -afirmó Tomás-. Ordenación
del territorio, ¡sí!, ¡sí!; como el pueblo de París les hacía ca~
garse de miedo ... ¡hale!, ¡a los suburbios!, ¡al destierro!, ¡al
exilio!» (Id.)
Creado para reinstalar a los menos favorecidos por la for-
tuna, el gran conjunto no ofrece una imagen sonriente: «Al
pasar, se podía contemplar, bajo las bombillas y a través de
los anchos vanos, la felicidad de unos y otros, como si estuvie..
ran en fila, y cual si se asemejasen como gemelos, o si fuese
una pesadilla. Los de la fachada oeste podían ver desde su casa
la fortuna de los de la fachada este, como si se mirasen en un
espejo.. 'Comiendo tallarines de la cooperativa» (Rochefort,
1961, pág. 81~.
La nueva novela ha intentado frecuentemente descifrar la
ciudad. Se sale de los límites de nuestro proyecto ir al fondo
de este intento, que implica un redescubrimiento del lenguaje,
pero no dejaremos de retener su imagen de una ciudad-labe-
rinto, donde.«el tiempo del relato se confunde con un itinera-
rio· vacilante en un dédalo de calles» (Tibert, 1973, pág. 96),
y: en la cual el persolulje vaga «para tratar de reconocerse, a
través del .enmarañamiento de las calles·» (Robbe - Grillet,
1.953) (16). Estas pocas notas actualizan nuestro 'análisis, pues
no en vano la obra literaria es el reflejo de la civilización ur-
bana. Cada vez más presente, a medida que se extiende la qr-
banización, la imagen de la ciudad se enriquece con nuevos
aspectos. Y todos los sentidos participan en esta· aprehensión.
Un estudio sistemático de las representaciones urbanas en to-
185
dos los géneros artísticos bien podría, pues, ser el fundamento
de un análisis de las percepciones, las actitudes y los compor-
tamientos de los individuos en la ciudad. «Lo que tiene más
interés no es tanto multiplicar las encuestas o los estudios
funcionales de la ciudad, cuanto aumentar las lecturas de la
ciudad, de lo que, desgraciadamente hasta ahora, sólo los es-
critores nos han dejado algunos ejemplos» (Barthes, 1971) (17).
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186
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187
CAPITULO VI
TECNICAS
DE MEDICION
DE LA PERCEPCION
DEL ENTORNO
URBANO (1)
191
(Demangeon, 1905), llegando, por medio de análisis colectivos
y merced a datos históricos y físicos, a la comprensión de sus
dimensiones. «Pero Demangeon era muy reticente a ciertas
formas del análisis psicológico, al que juzgaba peligroso, en la
medida en que llevaba a hacer prevalecer hechos de conciencia
individual. .. » «Así, la mayoría de los geógrafos franceses ( ... )
sólo tienen en cuenta las disposiciones psicológicas y los he..
chos de percepción y representación si son colectivos» (Claval,
1974). El hombre era considerado como un elemento dentro
de un grupo.
Hubo que esperar al comienzo del presente. siglo para que
C. Trowbridge (1913), en su análisis sobre la orientación, plan-
tease el problema' de las imágenes que los individuos se forjan,
así como el de los lazos entre éstas y el comportamiento hu-
mano. A él se debe, en particular, la introducción de las nocio.
nes de egocentrismo y domicentrismo. Pero este pionero no
tuvo muchos seguidores; y, para salir de su determinismo dar-
winiano, habría que aguardar a Carl Sauer (1925) y su morfo.
logía del paisaje. Este geógrafo norteamericano analizó la
transformación antrópica del medio físico, realzando con ello
las principales características del paisaje cultural. Otro auto.
res -Jean Brunhes (1920-1926), Pierre Deffontaines (1933) y
Max. Sorre (1943·1952)- rechazarían también el determinismo
físico. Estos geógrafos franceses mostraron un singular inte-
rés por los hechos humanos --el folklore, la cultura y las acti-
tudes-; el medio puede ser aprehendido de tres maneras:
por su naturaleza, por las modificaciones que los hombres
aportan y por el modo cómo los habitantes viven en él. En
esta división nos encontramos, subyacentes, con los tres gran-
des temas de la geografía moderna: análisis objetivo de las
estructuras; estudio del· comportamiento, y geografía cultural.
Las monografías regionales de -estos autores son acabadas
obras maestras, pero sus métodos y enfoques muy diversos y
empíricos. Además, por temor a que se vea perjudicada una
forma de objetividad; que constituye el fundamento de los
estudios regionales, se igrtora el papel desempeñado por el
hombre «subjetivo», no racional, agente individual de creación
192
del espacio vivido. Sus descripciones, neutras y exhaustivas,
de los hechos de comportamiento' sólo permiten explicar la
parte externa de la realidad; todo lo que es propio al sujeto
no es objeto de investigación alguna: el medio está mejor es-
tudiado que la gente.
Ahora bien, según D. Lowenthal, existen tres tipos de espa-
cio: el espacio objetivo, el de la matemática y la física, cuya
medición se hace .con arreglo a normas universales; el espacio
personal (ego), que no es sino la adaptación del individuo al
espacio .objetivo, y el espacio interior, subjetivo, que configura
el espacio inconsciente (sueño) (D. Lowenthal [ed.], 1967).
Los trabajos, ya citados, de Gibson (1950), acerca de la
percepción visual, y de H. Simon (1957), en el ámbito de las
decisiones de los agentes económicos, demuestran que, partien-
do de nuevos métodos, diversas disciplinas científicas han
tratado de explicar tales espacios. Pasemos a presentarlos.
: 193
11
el primer caso, su aplicación resulta arriesgada, puesto que es
un pálido reflejo de la realidad; en cuanto al segundo, supone
tal cantidad de encuestas, que es irrealizable. El· problema con-
siste, pues, en delimitar la zona que se va a estudiar, para,
acto seguido, pasar a minimizar el tamaño de la muestra, sin
que ello signifique de ningún modo una merma de la informa-
ción. ¿ Cuál es la escala con la que hay que trabajar: el barrio,
la ciudad o la región? Ello dependerá, ciertamente, de los
objetivos del estudio, ya que la actitud del individuo puede
ser observada en tres niveles: frente a un objeto, a determina-
da zona y al entorno general.
A menudo se elige a las personas encuestadas sin atender
a razones concretas. Por ejemplo, los estudiantes lo son por
su disponibilidad, porque son los que están más al alcance del
investigador. Sin embargo, en ciertas investigaciones se recu-
rre a poblaciones bien delimitadas (Schaffer et al., 1969).
R. Downs (1970), para estudiar las imágenes mentales del
centro comercial de BristoI, seleccionó voluntariamente, de
entre una sesentena de organizaciones femeninas, a mujeres
de más de 16 años. Este tipo de muestreo no es clásico, por
cuanto no es ni estratificado, ni depende del azar; pero, como
afirma este autor, «no hay razón para suponer que esta selec-
ción pueda ejercer efecto alguno sobre las hipótesis que nos
proponemos verificar».
S. KarI y E. Harburg, en una investigación realizada en
Detroit para ver la influencia de la percepción en el deseo de
mudarse de vivienda, eligieron una muestra de 1.000 adultos
de 25 a 60 años, de los cuales un 50 por 100 vivían en un me-
dio de nivel socioeconómico bajo y el otro 50 por 100 en ba-
rrios acomodados. En este caso se estableció el muestreo al
objeto de investigar en qué medida la desorganización social
y el stress influían en la movilidad. W. Clark y A. Cadwallader
(1973), por su parte, realizaron, en el interior de Los Angeles,
un riguroso muestreo de probabilidad estratificada. Estos auto.
res dividieron la ciudad en 10 regiones. En cada una de ellas
estratificaron los grupos de sectores c~nsales, con arreglo al
valor de las casas y al porcentaje de propietarios, y eligieron,
194
de entre los 199 sectores seleccionados pór un método de pro-
babilidades, dos grupos de familias, obteniendo con ello estos
'auto.res una población acorde con la de la zona metropolitana.
Por lo que hace a los sitios utilizados, éstos suelen corres-
ponder al lugar de trabajo o residencia de los investigadores;
en los análisis del medio urbano, las áreas espaciales -desde
la calle al conjunto urbano, pasando por el barrio---- son, las
'más de las veces, cuidadosamente elegidas. W. Clark y A. Cad-
wallader, por ejemplo, mostraban a cada persona encuestada
un mapa de la zona metropolitana de Los Angeles, al objeto
de conocer sus preferencias residenciales intraurbanas. Y para
qué el encuestado ----cualquiera que fuese su residencia en el
interior de esa zona- pudiese orientarse, en el mapa se men-
cionaban el sistema de' autopistas, las montañas de Santa Mó-
'nica y 180 municipios.
Para concluir, en los estudios de percepción la investigación
a escala individual hace posible un análisis detallado, que per-
mite obtener tantas hipótesis como individuos; el trabajo a
nivel del grupo nos hace perder, por generalización, una parte
de la informaéión. Con todo, partiendo de un gran n,ÚInero
'(macroencuestás); los resultados son más fáciles de verificar,
ya q{¡e nó se trata de casos particulares., Ambos métodos ofre-
cen, pues, ventajas, y acaso no estaría mal utilizar un cuestio-
nario gene,ral que permitiese aislar el subconjunto a estudiar
en detalle. El grupo así definido sería homogéneo (controlados
determinados parámetros) y se podrían orientar las pregun-
tas hacia 'problemas concretos. En los análisis de, percepción
existen alternativas a las técnicas clásicas de muestreo.
Para comprobar hipótesis concretas, y dada la longitud de
Jos cuestionarios y, por consiguiente, su elevado coste, es pre-
ferible un pequeño grupo homogéneo, aislado de acuerdo con
la finalidad de la encuesta, que un muestreo amplio. Natural-
mente, el método dependerá, en' definitiva, del tiempo y de los
.créditos de que se dispongan para realizar la encuesta.
195
III. LAS. TECNICAS DE LOS PSICOLOGOS
. '
196
- que .las opiniones se ordenan de tal modo, que. son· equi-
distantes unas de. otras; de ahí que sea posible emitir
juicios sobre el grado. de divergencia de las diferentes
actitudes, y
- que cada opinión es independiente de las otras, por lo
que la aceptación de una de· ellas· no implica la acepta-
ción de las otras.
Escala Opinión
197
na, pidiéndole que señale los elementos con los que está de
acuerdo; y, al tiempo que se clasifican las evaluaciones, se
calcula la escala media de cada valor de opinión. Por último,
se eligen aquellas que presentan el máximo de concordancia
y que, según intervalos re.gulares, están relativamenteorgani-
zadas con relación al conjunto.
Este método fue pronto mejorado por Likert (Osgood, 1957),
quien procedería mediante «evaluaciones agregadas». La escala
propuesta por este autor se estructuraba a lo largo de una se-
rie de opiniones en torno a un .tema cualquiera; hecho lo cual,
pasaba a medir la actitud de la persona en cuestión, solicitando
de ésta que le indicase la extensión de su acuerdo o desacuerdo
con cada puntó, y a ello se llegaba por medio de la clasificación
de cada opinión en cinco gradaciones, como queda reflejado
en el cuadro 2:
1 a) muy favorable
·2 . 'b) favorable
3 e) sin. opi~6n
4 d) desfavorable
S e) muy desfavorable
198
arreglo a una" serie de opiniones organizadas de acuerdo con
las dificultades de aceptación. Estas opiniones van de las más
fáciles a las más difíciles: se trata de una escala acumulativa,
en el sentido de que la aceptación de una característica impli-
ca la admisión de las características inferiores de la escala.
Se puede, así, prever la opinión de una persona, si se conoce
la característica máxima que ésta aceptaría (cuadro 3).
Aceptación Opiniones
199
a determinar el grado según el cual el lote inicial refleja un
atributo unidimensional (esto es, la extensión cifrable). La es-
cala final se obtiene eliminando los puntos «pobres» y reali-
zando un nuevo ensayo, hasta que se pueda establecer una
muestra de puntos cifrables. Inmediatamente, se mide la acti-
tud del sujeto, anotando todas las opiniones. aceptables. Con
todo, resulta difícil desarrollar una escala perfectamente uni-
dimensional, a causa de las variadas respuestas de la gente.
Si bien los tres primeros métodos descritos líneas arriba
medían la actitud con arreglo a la extensión de la aceptación,
Osgood (1957) iría más lejos, hasta llegar a estudiar el sentido
que la persona da a una palabra o un concepto. Para establecer
su técnica de diferenciación, este autor suponía un espacio
semántico, hipotético, en un número desconocido de dimen-
siones, en las cuales la significación de una palabra o un con-
cepto puede representar un punto. Pero ¿ cómo procedía? La
persona aprecia un concepto particular dentro de un conjunto
de escalas semánticas. Estas vienen definidas por oposiciones
de palabras, con un punto central, y se componen de siete
gradaciones.
Ejemplo: SentIdo dado al concepto de integración en el
hábitat:
Bueno malo
Fuerte ..................... ......... débil
Rá~ido ~ 4 lfm~o
ActIVO ...................... ..... pasIvo
200
o •
1. Precio.
2. Estructura y aspecto.
3. Facilidad de desplazamientos internos y estacióna-
miento.
4. Apariencia visual.
S. Reputación.
6. Variedad de los productos.
7. Servicios.
8. Horas de apertura.
9. Ambiente.
PRECIOS
Competitivos No competitivos
Saldos numerosos Pocos saldos
Buena relación calidad-precio Mala relación calidad-precio
Numerosas rebajas Pocas reducciones de precios
ESTRUCTURA y DISEÑO
Diseño de alta calidad Mal diseño
Disposición sencilla Disposición compleja
Planificado para los clientes No planificado para los clientes
Aceras anchas Aceras estrechas
FACILIDADES DE DESPLAZAMIENTO INTERNO Y DE ESTACIONAMIENTO
Calles fáciles de atravesar Calles difíciles de atravesar
Facilidad de estacionamiento Estacionamiento difícil
Nada de atascos Embotellamientos
Desplazamientos a pie fáciles Aceras estrechas
APARIENCIA VISUAL
Tiendas bien conservadas Tiendas mal conservadas
Ordenadas Desordenadas
Limpias Sucias
Atractivas Repulsivas
REpUTACIÓN
Buena reputación Mala reputación
Bien conocida Desconocida
Popular Poco popular
Recomendable para los amigos Desaconsejable
VARIEDAD DE PRODUCTOS
Buena selección Mala selección
Variedad Poca variedad
Bien abastecida Mal abastecida
Me satisface No me satisface
SERVICIO
Util Inútil
Amable Desagradable
Buen servicio Mal servicio
Cortés Grosero
HORARIO LABORAL
Cierra tarde Cierra pronto
Buena hora de apertura Hora de apertura poco cómoda
Agradable para hacer las com- Poco agradable para hacer las
pras por la tarde compras por la tarde
Siempre algo abierto Siempre algo cerrado
ATMÓSFERA
Activa Inactiva
Relajación Tensión
Personal Impersonal
Amistosa No amistosa
203,
viduales o de grupo. El método del «repertorio en casillas»,
desarrollado por los psicólogos (Kelly, 1955; Bannister, 1962),
nos parece apropiado para definir y medir las imágenes cogni-
tivas. Las ideas básicas de Kelly fueron recogidas y ampliadas
por algunos otros investigadores (Bannister y Mair, 1968;
Sarre, 1971). Llegados a este punto, se nos antoja necesario
hacer una breve descripción de las mismas.
El hombre es, en la psicología de la construcción personal,
un ser activo que observa el mundo detenidamente y se repre-
senta el entorno en forma de modelo conceptual. Kelly llama
de este modo nuestra atención sobre las analogías existentes
entre el proceso perceptivo y el método científico. Este autor
pretende que, para crear un modelo mental del entorno, las
personas tienden a aumentar la significación de determinados
elementos con arreglo a sus atributos. El hombre selecciona
de la realidad unos factores con preferencia a otros. Pero, en
la base, el universo es realidad y no sólo imaginación, y el
proceso perceptivo no puede ser comprendido sino en el tiem-
po. Así, pues, para Kelly, los procesos mentales se guían por
el modo cómo una persona al).ticipa los acontecimientos; la
anticipación, que facilita la acción futura, está sujeta a la psi-
cología de la construcción personal. D. Bannister y J. Mair
(1968), en su obra sobre la evaluación de la construcción per-
sonal, recogieron las hipótesis básicas de esta teoría. Veamos:
1 2 3 4 5 n
6
Abadía Carretera Biblioteca Teatro Colegio Jardín ........
l. Trabajo
G1) O ~
Ocio
11. ArquItectura
interesante
Funcional
111. Adaplu(Jo a la
vida modt:H1a
inadaptado
IV. Cultural
Comercial
207
tural-comercial» (IV): .. La matriz, en este caso, sería como
sigue:
1 2 3 4 S n
6
Abadía Carretera Biblioteca Teatro Colegio 1ardín ........
l. Trabajo
m ID o X
Ocio
11. Arquitectura
GD GD X O interesante
Funcional
111. Adaptado a la
O 1) 1) vida modernu
lnadaDtado
IV. Cultural
O ID ID Comercial
208
que hace que este perfeccionamiento sea difícilmente utili-
zable. .
Podemos pasar inmediatamente a evaluar las relaciones
existentes entre las construcciones personales, comparando,
por ejemplo, el número de veces que una casilla punteada en
la hilera I se corresponde con otra de la 11, y cuántas una en
blanco de la I con otra de la 11, como sigue:
209
14
- amado/utilizado, que opusieron a no amado/extraño
(11,5 % de la varianza);
- no concerniente, contrario de concerniente (7,4 % de la
varianza).
Ello hizo posible que pudieran clasificar los lugares en
relación con estos ejes, al tiempo que les permitía obtener los
sectores correspondientes a esos componentes en el plano de
la ciudad.
Cierto es que este método resulta largo y complejo. Pero
no deja de ser útil para el análisis de la imagen, como lo de-
muestra el hecho de que ha sido usado en numerosos estudios
recientes. Muy sensible a las variaciones individuales, el mé-
todo repertory grid «nos informa a la vez acerca de los elemen-
tos de la imagen, que son importantes en opinión del encue~
tado, y sobre el modo cómo éste los evalúa utilizando su cons-
trucción personal» (Harrison y Sarre, 1975). Los resultados
sirven, acto seguido, para comprender la estructura de la
imagen y las relaciones existentes entre los sistemas de pensa-
miento y la ciudad. Si un mismo lugar ha sido calificado como
activo y, además, como bello, y otro d~ tranquilo y feo, posee-
mos sobre esos espacios urbanos no sólo una serie de indica-
ciones, sino también las correlaciones que, según el encuesta-
do, se dan entre tales términos. Podríamos, pues, hablar de
la equivalencia o asociación estadística que en la significación
de esos vocablos encuentran un gran número de personas.
Quedan atrás, por consiguiente, los problemas relacionados
con el uso personal del vocabulario, lo que permite ima mejor
comprensión de la estructura conceptual de las imágenes de
la ciudad.
21'0
mundo exterior corresponden a reuniones de palabras. Nos-
otr.os seleccionamos directamente en nuestro entorno imáge-
nes, movimientos y ruidos con arreglo a nuestra propia expe.
riencia y a nuestros objetivos. Algunos autores, para mejorar
la obs~rvación, han añadido a ,las simples preguntas orales
una serie de complementos indispensables.' Y en lugar de
juzgar a través de la comprensión del lenguaje, investigan las
respuestas directas a los mismos signos. De este modo se pue-
de utilizar como estímulo un mapa. En este caso, ¿la percep-
ción es el res,ultado del espacio representado o una consecuen-
cia, del mapa considerado en sí mismo? (Harvey, 1969). En
efecto, la persona puede, según sus posibilidades, estimar la
fo.rma simbólica del map.a o, por medio de ella, el paisaje, pues
~o .en, vano ciertos individuos no comprenden las relaciones
existe~tes entre el lenguaje cartográfico y la realidad. Al igual
q~,H~ ,en las preguntas orales, las respuestas traducen tanto la
c~p_~~i~!ld 4e abstrac~i.ón cuanto la elección de las person~s.
Con todo, recurriendo a varios vocabularios (símbolos, dibu-
jos, fotografías), podemos, por vía de complemento entre los
signos, comprender mejor la percepción y, de ese modo, la
i,magen.
" Los ~i1:?ujos, y mapas (K. Lynch, 1960), las diapositivas
(J., ,Sonnenfeld, 1967, en sus estudios sobre el Artico) y los
símbolos (Robert Beck, 1969) constituyen métodos originales.
Al objeto ,~e esclarecer su empleo, hemos seleccionado algu-
nos ejemplos de entre los estudios más reveladores. Empero,
antes de pasar ~ su ,descripción, no estará de más que nos
c.le~~ngamos en un estudio efectuado en Francia (C~en y Hérou-
villéY y' Alemania Federal (EisenI,.eim y Bielefeld) por B. y
H. Dardel, K. y V. Rehbock y K. Y D.. Schlegtendal (1973). Su
observación de la ciudad está en la base de cualquier investi-
gación más avanzad~: se trata, en el caso que comentamos,
de una experiencia directa, que pretende ser un medio rápido
de aprehender y representar la calidad de un espacio. El mé-
todo empleado por estos autores «versa ante todo sobre mi-
troestructuras, y el análisis se apoya en las relaciones entre
socioeconomía y arquitectura (formas y estructura), y activi·
211
dad y comportamiento» (Dardel et al., 1973, pág. 44). De un
modo más general, es un método de observación de personas
o de un grupo: se contabilizan los gestos, las miradas y los
distintos movimientos o acciones, y se registran las discusio:.
nes de la gente. Asimismo, se puede añadir a este trabajo una
exploración simuladora, que contrasta con la libre explora-
ción del entorno: tal es el caso de la simulación mediante pro-
yecciones de diapositivas o filmes; pero ello limita la riqueza
del medio original. Los psicólogos utilizan con frecuencia tales
técnicas de laboratorio, pero éstas presentan, empero, dificul-
tades a la hora de reagrupar e interpretar los signos y los datos
en relación con el mundo real.
Cabría entonces emplear un paisaje simbólico: las fotogra-
fías. J. Sonnenfeld (1967) aplicó el método de Osgood al objeto
de entender los paisajes del Artico preferidos por los esqui-
males, y para ello se valió de una serie de 50 diapositivas en
color disribuidas por pares opuestos, y, una vez hecho esto,
metió los datos en un ordenador, para obtener los componentes
principales de las preferencias. Las fotos valen para establecer
una diferencia entre «percepción consciente» y «percepción
inconsciente». R. Ledrut ha señalado importantes discordan-
cias entre las descripciones de la ciudad (discurso consciente,
pero condicionado) y las reacciones espontáneas ante fotos
que descubren el inconsciente (R. Ledrut, 1973).
Podríamos preguntarnos, sin embargo, en qué medida unas
fotografías en blanco y negro, o incluso en color, representan
fielmente un paisaje. La mayoría de los autores no mencionan
cómo han hecho la selección de sus fotos. G. Peterson (1967)
constituye una excepción, por cuanto trabajó, en un segundo
escalón, utilizando las técnicas de regresión y del análisis fac-
torial para deducir los factores importantes que luego emplea-
ría en la elección de nuevas fotografías. Con todo, la decisión
sigue siendo arbitraria y forzosamente limitada, pues, en efec-
to, no es posible tener en cuenta todos los casos singulares.
Es el investigador quien decide, pero las interpretaciones en-
cuestador-encuestado son, las más de las veces, diferentes. Con
212
este punto de partida, la realidad se ve truncada, puesto que
no se da la libertad de concepción de la encuesta.
Un problema semejante nos lo encontramos en el método de
los símbolos de R. Beck (1964 y 1969). Tomada de los psicólo-
gos por este autor, esta técnica sirve para definir la representa-
ción mental del espacio, y la aplicó a 611 sujetos de diversos
grupos de edades, escogidos a través de los Estados Unidos:
niños, adolescentes del Midwest, psicólogos profesionales, obre-
ros y estudiantes (cuadro 7). Utilizando inicialmente 67 pares
de imágenes, reducidas a SO significativas, 17 de las cuales no
habían sido nunca relacionadas con grupo alguno, Beck invi-
taba a los sujetos a que eligiesen en cada par el símbolo por
ellos preferido.
CUADRO 7. DISTRIBUCION DEL MUESTREO TOTAL
Población total: 611
5- 6 afios 66 231
9-10 afios 66 Psicólogos 114
13-14 años 57 Asistentes sociales 19
17 -18 afios 58
-247-
Geógrafos --
364
213
FIG. 1. IMAGENES SIMBOUCAS
• • ••
•• ·.··· ·· ·
•
••• •
ejemplo a • • •• •
•••• ···· ··
••
• ···
• • • •
• • • • •
•••
•• · ·
••
· ···
··
••
••••••• •
·
ejemplo b
,---------,"
I
,I JI
ejemplo e
e · e-
, ,. ; .
ejemplo d
ejemplo e .
1 1
, 'Los resultados obtenidos le permitieron a este autor poner
de relieve que -las diferencias de profesión, grupo de edad y
sexo influyen con toda claridad en las significaciones menta-
les que uno se hace del espacio. Observó, no obstante, que
sería de no poca utilidad forzar aún más la elaboración y la
clasificación, puesto que, aun cuando el método resulta origi-
nal, mediante el empleo de fotografías o preguntas se extraen
componentes semejantes. ¿Es válido un enfoque como éste,
dado lo expuesto de la utilización de símbolos?
Por una parte, no siempre se da una verdadera oposición
(figura 2). El. encuestado se ve obligado a hacer una elección;
péro, ¿procede de una misma forma en uno u otro momento?
Por otro lado, un símbolo es, contrariamente a una fotografía,
algo artificial y jamás representa lo vivido: mientras que uno
prefiere o no un tipo de paisaje; en cambio, un símbolo le
deja más indiferente.
FIG. 2. ¿HAY OPOSICION SIMBOLICA?
21.5
completar sus entrevistas, se inclinan entonces por la utiliza-
ción de la técnica de los mapas, intentando aprehender la no-
ción de espacio urbano a través de dibujos efectuados por los
encuestados. Veamos, al objeto de concretar este método, tres
ejemplos precisos. ¿ Cómo estructuran las personas la ciudad?
K. Lynch, en 1960, había considerado ya el problema, en los
casos de Los Angeles y Jersey City.
D. Appleyard (1970), en un estudio sobre cuatro ciudades
venezolanas (Puerto Ordás, Castillo, El Roble y San Félix),
empleó el método cartográfico. Este autor seleccionó en cada
zona setenta y cinco sectores y estableció un muestreo repre-
sentativo de la edad, el sexo y la educación de la población,
procediendo después, por medio de preguntas, al objeto de
conocer los puntos de referencia de los individuos, para lo
cual les pedía a éstos que dibujasen un mapa de la ciudad que
incluyese todos los elementos en los que pudiesen pensar (hos-
pitales, mercados, comercios, iglesias, escuelas, policía... ). Los
resultados facilitaroñ la distinción de dos categorías de mapas:
los unos utilizaban elementos secuenciales, como las carrete-
ras; los otros se significaban por la presencia de elementos
espaciales, tales como edificios y puntos de referencia (fig. 3).
Pasemos ahora a detallar esos rp.~ultados, que son los que
a continuación se mencionan:
- fra~entos de - z o s nombres y
canunos 8 e ficios dispersos 11
- cadena continua -límites esquemáti.
de caminos 13 cos y diviSIones 4
- ramales y circuitos 21 -plazas y ditritos
comunicados por
redes 5
-red completa es- - red completa de
quemática 15 plazas
comunicadas 1
216
FIG.3. TIPOS DE MAPAS
SECUENCIAL ESPACIAL
o o
1
e
e
o
a
FRAGMENTADA DISPERSA
EN CADENA MOSAICO'
DH MALLA
219
pone de manifiesto que la entrevista es ligeramente preferi-
ble, porque, gracias a ella, podemos establecer asociaciones u
oposiciones entre los términos elegidos, al tiempo que nos
permite hacer investigaciones semiológicas. Así, pues, merced
a las preguntas directas, se puede ahondar en la significación
social de los espacios. Además, según Piaget e Inhelder (1956),
el dibujo evoluciona con arreglo a la edad: de los 4 a los 7 años,
debido a carencias del sistema de referencia, no se localizan
los elementos; la idea de espacio organizado no aparecerá sino
más tarde. Sin embargo, para llegar a conocer lo que la gente
ve y cómo lo recuerda, esos resultados siguen teniendo -inte-
rés: la comparación entre descripción verbal y dibujo se hace
entonces necesaria.
Alain Metton y Michel-Jean Bertrand, en un artículo acer-
ca de la percepción del espacio urbano (1972), han concentra-
do su encuesta en los niños y adolescentes, y afirman que el
haber estudiado esa percepción, con arreglo a la evolución que
ésta sufre del niño al adolescente y, después, de éste al adulto,
les ha llevado a captar mejor la noción de barrio en los últi-
mos. Estos autores reunieron 1.700 encuestas, y trataron de
mejorar los métodos de análisis estadístico, poniendo a punto
nuevos procedimiento de codificación y cuantificación.
_El estudio detallado de las mismas les condujo a una clasi-
ficación de las modalidades de la percepción y a traducir cuan-
titativamente los dibujos realizados por los niños. Cada barrio
se caracteriza por:
220
resultante del producto de la longitud del eje principal por
la del eje secundario. Y, por último, se pasa a determinar la
«centralidad» del domicilio en el interior del barrio: cuanto
más descentrado esté el domicilio, tanto más el índice tenderá
hacia 1; cuando más centrado, tanto más aquél tenderá hacia o.
221
jidad del tema. Y al decir esto no pensamos tanto en las difi-
cultades de "elaboración del método, cuanto en' 'su aplicación
a los individuos.
Las técnicas de medición se nos hacen necesarias para la
comprensión' de las .estructuras, y también lo son, indirecta-
mente, para la percepción de la imagen de la ciudad que la
gente se forja. Con todo, y por sí s()las, resultan incompletas.
Lle'var a cabo" un análisis cuantitativo depurado de los datos
sigue siendo expuesto, a causa de problemas tales como la de-
limitación de las categorías, la interpretación de los mapas y
la selección arbitraria de las fotografías y los símbolos, que
son otras tantas diicultades que implican un complemento
lógico de los cuestionarios y la observación directa, gracias
al cual nos es dable aprehender el comportamiento de las per-
sonas sin perturbarlas en sus costumbres.
222
de la imagen: bien planteando hipótesis sobre' el proceso cog-
nitivo, que se someten a· tests empíricos; bien empleando teo-'
rías ya comp.rQ:pªda~",paJ;"a.intent,a~~plicarla~. ,
G. Kelly";(1963);' -como ya hemos visto,' pu~o en práctica el
primero de esos enfoques en el ámbito de la psicología inter-
personal. Este. autor consideraba al investigador científico
como un modeIo,'def.fúp.donamiento humano y, p~r su media-
ción, contaba con poder descubrir analogías entre la vida real
y el método científico, puesto que los individuos construyen
sus propios modelos copceptuales, que son la guía de su com-
portamiento" .,Kelly,no' ,pt.etendúl. que ,~s~~ modelo", fuese apli-
cable a todo el mundo, por cuanto las acciones de' numerosas
personas carecen de objetividad y rigor, pero entendía que
podía corresp.onder al comportamiento ~e la mayoría de la
gente. Como segund~' hipótesis; 'Ke~ly' sustentaba que una per-
sona organiza el entorno perc~pi~o 'por ví~ d~ ·dis~riminación.
Esta construcción mental bipolar puede ser jerárquica -y, en
este caso, la presenci,a de 'un polo de nivel superior implica
la comparecencia de: todos los :otros (Bruner e.t al., 1958)-
o, simplemente, dimensional, de un solo 'nIvel. 'Y, precisamen-
te, el segundo enfoque se prepara a partir del primero y puede
ser explicadó, én forma de esquema. (cll.~4~~~B),.,:'" "
R. Johnston (1971), por ejemplo,' 'U:tilizada este enfoque
cuando estudió los mapas mentales de Christchurch (Nueva
Zelanda). Algunos modelos y múltiples observaciones demues-
tran que las migraciones intraurbanas se orientan, por lo ge-
neral, hacia el exterior de las ciudades. Para comprobar este
fen~meno, el autor arriba mencionado escogió a 50 estudiantes
y 120 familias, a los que pregun.tó sobre 'sus preferencias re~
sidenciales. Los resultados por él obtenidos vienen a confirmar
los' trabajos 'precedentes, pero asimismo logró extraer unas
estrechas correlaciones . entre status" y deseabilidad; ..Ful1:da-
m~ntalri{rinte~' ef"ptoblema' seÍ'ed'ilce, :phes, a.'do's variables, y
pued~ \eiab~rarse 'un modelo· n1á~ .sencillo: , '
" Con' todo', ho resulta fácil estaplec;er 'compa~aciones entre
los 'dife~erites '~'st'uilios, pue~to que no cabe cons~~,~ra!.al me-
223
CUADRO 8. METOno DE ELABORACION DE UN MODELO
DE PBRCEPCION
T
Selección de datos al objeto de intentar nuevas
aplicaciones - Muestreo de los individuos y del
espacio.
T
Análisis de los datos seleccionados para
descubrir las relaciones existentes entre las
distribuciones (covarianza).
T
Desarrollo de nuevas hipótesis para reducir el
problema a algunas variables (test de
significación estadística).
T
Nuevos modelos de percepción mejor
estructurados.
T
Eventualmente, valor general para construir un
modelo de previsión.
224
entre las propiédádes"eIiipíricas y las es'calas numéricas. ¿Cómo
llegar a conocer la escala más apropiada para las imágenes
mentales? El sujeto encuestado puede responder en términos
cualitativos, mientras el encuestador anota la frecuencia de
las respuestas (Stone et, al., 1966); en otro caso, el encuestado
punteará valores numéricos. Las respuestas, así cuantificadas,
serán entonces clasificadas por orden, intervalos o tasas (Tor-
gerson, 1958). A. Wessman (1956) empleó, por ejemplo, en
Detroit, el método de Osgood, para comparar las variables
que explicaban la satisfacción del entorno. El hecho de sen-
tirse desgraciado, en la pregunta «Pensando en su vida ac-
tual, ¿por lo general, es usted muy dichoso ... desgraciado?»,
se correlaciona débilmente con la insatisfacción del vecinda-
rio (R = - 0,24) Y con el deseo de mudarse (R = - 0,22). De
la misma manera, el estar a, menudo nervioso apenas tiene
que ver con un vecindario poco seguro (R = 0,06), lo cual.no
deja de ser sorprendente. Estas comparaciones le permitie-
ron a A. Wessman proponer el siguiente esquema comparativo
(cuadro 9).
Este método de comparación por correlaciones es semejan-
te al de P. Gould (1966). Las personas encuestadas clasifican
sus preferencias en favor de diversos lugares geográficos, y
después se elabora una matriz de correlación para extraer las
regularidades, antes de llegar a encontrar, por medio del aná-
lisis multivariado, los componeJ:ltes independientes. Con todo,
a causa de la hipótesis de todos estos estudios -«dado que
todo lo ciemás, es igual»-, cabría preguntarse si las respuestas
son comparables, en la medida en que, en cada instante, la
experiencia de un individuo es única; y ello tanto más cuanto
que, según B. Ellis (1966), cuando se miden entidades no físi-
cas resulta imposible definir atributos tan precisos como los
de los objetos. W. Torgerson (1958), por su parte, ya había
observado que del método de los intervalos no se seguían re-
sultados linealmente relacionados con las técnicas de los ran-
gos y las tasas. 'BieFl'mirado, se advierte que las disparidades
no son tan evidentes, pues no' eri vano, aun cuando la relación
entre las respuestas no sea lineal, la información contenida
225
l'
CUADRO 9. SATISFACCION DEL ENTORNO
Es~ucma prüpuesto
0,5~
-espacio
- comodidades
226
es semejante. Así, por ejemplo, la expanSlon del volumen de
mercurio y la noción de temperatura se nos aparecen lineal-
mente" asociadas. Por otro lado, puede darse --es posible,
por decirlo con otras palabras- una relación no lineal, y, en
este caso, la escala "no se vincularía de un modo lineal con los
grados, sino que suministraría una información similar. Los
métodos, por inás que las hipótesis básicas vuelvan un poco
artificiales las preguntas, son, por tanto, comparables: según
Stevens (1956) y Waller (1970), las personas, en términos ge-
nerales, están de acuerdo en las escalas de preferencia de
determinados fenómenos abstractos. No hay que olvidar nun-
ca, empero, que un cambio rotundo de las condiciones del
medio modifica los datos y obliga a realizar otra encuesta,
lo que viene a confirmar la unicidad temporal de los resul-
tados (Leopold, 1969).
Dada la variedad de los elementos que componen el proce-
so perceptivo, la parte correspondiente al azar es importante.
Ciertos autores prefieren apoyar sus razonamientos en las
probabilidades, antes que en un simple método de clasifica-
ción. En efecto, algunas personas resultan ser conservadoras
en sus respuestas y acciones, mientras que otras gustan de
correr riesgos. Cabe solamente «satisfacerse» ante un paisaje
o intentar «optimizar» su visión, enfoque éste que engendra
una variedad de imágenes y comportamientos, que una sencilla
clasificación no puede reflejar. Varios investigadores han tra-
tado, por tanto, de aplicar la teoría de los juegos a los proble-
mas de percepción y comportamiento.
En este sentido, uno de los primeros trabajos que se hicie-
ron fue el de T. "Saarinen (1966), quien estudió seis condados
de las grandes llanuras norteamericanas. Este autor se propu-
so encontrar la probabilidad establecida por los granjeros
sobre el riesgo de sequía. Las estimaciones de éstos están por
debajo de la realidad, en la medida en que los hombres pro-
penden a olvidar las sequías precedentes. La imagen no se
adecúa, pues, a los hechos, a no ser cuando se produce una
importante crisis: entonces sí que se recuerdan las experien-
cias anteriores. Así las cosas, la decisión de cultivar o, por po-
227
ner otro ejemplo, la de instalarse en un barrio son el resultado
de una incompleta percepción del medio. La iocalización res~
ponde más al azar que a un perfecto conocimiento de la ciudad.
A la hora de describir las implantaciones humanas, podemos
emplear las técnicas estocásticas, como el método de Monte-
Carlo (Hagerstrand, 1965). La simulación se inicia con la hi.;
pótesis de que un habitante de una ciudad conoce lugares' en
los que resultaría agradable residir. Sus vecinos próximos
tienen más posibilidades de oírle hablar de ello que los que
están alejados. Esto es lo que se denomina campo de comu-
nicación de la información, que se puede transcribir en fOrma
de una matriz de probabilidad. Cuanto más cerca se está del
centro de la matriz, tantas más probabilidades hay de estar
informado y, por consiguiente, de tener un conocimiento de
esos barrios agradables. Utilizando una tabla de azar, podemos
prever, etapa por etapa, la difusión de la idea (Everson y Fitz-
gerald, 1972). Así, pues, estos modelos descriptivos, aunque
más consagrados al comportamiento que a la imagen, permi-
ten indirectamente comprender la transmisión de los estímu-
los. Los efectos de filtro entre la realidad y la acción explican
el carácter imperfecto de la información.
228
frecuente empleo. EI·tratamiento por medio del análisis fac-
torial supone asimismo que las variables no presentan una
jerarquía de importancia. Con datos equivalentes, esta técnica
reduce la información a un pequeño número de variables,
clasificadas con arreglo a nuevos ejes, y la simplifica.
El análisis factorial sirve, en el caso de opiniones colecti-
vas, para obtener la diversificación de las opciones y las di-
recciones privilegiadas, según las cuales las preferencias se
diferencian o reagrupan. No se trata tanto de investigar el
orden más representativo, ·por lo que a las elecciones efectua-
das se refiere, cuanto de las principales tendencias que ex-
plican aquellas preferencias. En efecto, a menudo un conjunto
de opciones personales puede dar como resultado una opinión
colectiva incoherente. A esto se le llama la paradoja de Con~
dorcet, que vamos a pasar a ilustrar por medio de un ejemplo
sacado del medio urbano. Tómense tres barrios (A, B Y C), que
hay que clasificar en una escala de preferencia. La matriz de
las opciones podría representarse del modo como se hace en
~~ cuadro 10.
A B C
A>B>C 19
B>A>C 2
B>C>A 14.
C>A>B 8
C>B>A 6
A>C>B 1
Totales 20 16 14
·229
Veinte personas prefieren el barrio A, al que siguen el B
(16 personas) y el C (14 personas). Supongamos ahora que
tenemos que comparar los barrios por pares: A predominaría
sobre B, por 28 elecciones contra 22; B le ganaría a C, por 35
preferencias frente a 15, y C le tomaría la delantera a A por
28 contra 22. Según las dos primeras votaciones, A debería ser
preferido a C, pero, de acuerdo con la última, tendría que ser
a la inversa. El resultado colectivo resulta, pues, incoherente.
La búsqueda del mejor orden entraña el riesgo de conducir
a conclusiones inexplotables, mientras que el análisis factorial
revela los criterios que caracterizan al conjunto de las opciones.
Pasemos ahora a ilustrar el análisis factorial. Tomaremos
como ejemplo, en primer lugar, el método de análisis de las
correspondencias propuesto por J. P. Benzecri (1.967). Cada
barrio se caracteriza por cierto número de N medidas (var~a
bIes relativas a la elección: población, hábitat, ingresos ... ),
que permiten representarlo mediante un punto en el espacio
definido por N coordenadas. Obtendremos para X barrios una
nube de puntos, en la cual el análisis factorial hallará las
líneas de fuerza. Este método se destina a~xtraer matemática-
mente, uno tras otro, los ejes de variación que resumen la
nube: y son los ejes principales de inercia los que indican
las mayores longitudes de la nube. La importancia relativa
de los ejes corresponde a la parte inercial de la nube, de la que
ellos dan cuenta. Los porcentajes obtenidos nunca alcanzan
el 100 por lOO, puesto que los ejes no explican la totalidad de
la nube, y se desprecian ciertos factores. El centro de gravedad
de la nube nos suministra la tendencia media de las preferen-
cias, y los ejes obtenidos la variedad de las opciones en torno
a esta media. Los ejes factoriales sirven de guía para la síntesis
y se clasifican por orden decreciente de importancia.
Así, junto con las encuestas que suministran un gran nú-
mero de datos, el análisis factorial se nos aparece como singu-
larmente eficaz para extraer los factores que explican un ele-
vado porcentaje de la varianza y, pese a la multiplicidad de
las interpretaciones, para captar determinadas constancias.
El diagrama de Peter Gould (1966), que -tomado del estudio
230
sobre los mapas mentales realizado por este autor en los Esta-
dos Unidos, Europa y Africa- reproducimos en la figura 5,
se nos antoja un excelente medio para sintetizar y clarificar
otro método factorial: el análisis de los componentes princi-
pales. Aun cuando cada individuo puede ser considerado como
único, una parte de nuestras opiniones es compartida por di-
versos grupos: de ahí que la imagen sea, a la par, única y
común. Gould procedió mediante una clasificación de preferen.
cias en distintos lugares (estimados los demás como iguales)
y estableció una matriz de correlaciones, para pasar después
o
231
11. Pobre - Rico 19. Para actividades financieras-
12. Abierto - Cerrado De uso residencial
20. Limpio - Sucio
13. Aburrido - Interesante·
14. Antiguo - Nuevo 21. Denso _: Vacío
15. Tranquilo - Bullicioso 22. Suburbano :'" Urbano
16. Agradable - Apagado 23. Rasgos individualizados -
Vista de conjunto
17. Conciencia de sí - Conciencia
del ambiente 24. Me gusta - No me gusta
18. Placentero - Poco grato 25 Sombrío - Claro
¡---------------::-------'---:------'---'----:-~.
232
Individuos
Sectores .. ' •
~. . Matriz
~ Matriz de
correlación ~
INFORMACION CARTO- IDENTICA INFORMA-
CION EXPRESADA EN LA MATRIZ DE CORRELA-
GRAFICA SOBRE LAS INFORMACION EN FOR- MATRIZ DE CORRELA- aON PUESTA EN FOR-
PREFERENCIAS MA OFICIAL CION MA VECTORIAL
ESPACIALES
Factores
11 111
~ [Q]
Matriz de los pesos
locales
CONJUNTO DE LOS VECTORES
CON LOS PRINCIPALES COMPONENTES ...
1 ~n~.i~~d.u.o~... Factor I 11 111'
Sectores ,1 I • , , ,
I 11 111
Matriz 'rnJ
)(:
.¡ .:Peso
.
.
=
Varianza ;
U r.·
~. Q
CARToGRAFIA DE LOS RESULTADOS
o
CALCULO DE LA VARIANZA POR SECTOR
[Según P. GoULD: -On Mental Maps», University of Michigan, Sep. 1966.]
Un análisis factorial de los juicios de los observadores,
con rotación «varimax», nos procura la obtención de seis fac-
tores que explican el 63,9 por 100 de la varianza total (5), como
se pone de manifiesto en el cuadro 11.
234
distinguen los barrios residenciales suburbanos de los sectores
financieros y los atributos asociados a los sentimientos de los
que tienen que ver con las peculiaridades del medio. D. Lowen-
thal y M. Riel concluyeron afirmando que, por lo general, el
lugar de residencia influye más en el modo cómo la gente
aprehende el mundo que sus propias características.
El estudio semántico que estos autores realizaron en el fas-
cículo número 8 del trabajo antes citado subraya el importan-
te papel desempeñado por el lenguaje. A menudo, en un caso
concreto, se produce una contradicción entre los juicios o pre-
ferencias y las afirmaciones hechas.
Respuestas
Abstractamente Apagado - Ordenado - Artificial - Rico
'235
~ Lo que la gente dice no siempre corresponde a sus as-
piraciones reales. Si bien los términos «caos» y «orden»
se mencionan con frecuencia, las personas encuestadas
no hablarán de ello por su propia iniciativa.
- El simbolismo de determinadas palabras y los estereo-
tipos se hacen notar en las respuestas dadas sobre nues-
tro medio.
- Las personas no estiman de idéntica manera los elemen-
tos asociados a nuestro entorno. Al respecto, se dan
contradicciones en los gustos del público.
236
los individuos y los objetos. Tal es el caso de la técnica que
han aplicado Golledge y otros (1969) y Rushton (1969), quienes,
partiendo de los juicios de las personas encuestadas, derivaron
una función de las preferencias en materia de localización
residencial.
Las técnicas descritas hasta aquí -el análisis factorial y
la clasificación multidimensional- sólo posibilitan, sin em-
bargo, la medición indirecta de la imagen que una persona
tiene del entorno. Empero, entre los estímulos sensoriales y
la acción existen una serie de variables intermedias (Downs,
1970) que acentúan la subjetividad de los individuos. Estos
filtros -sociales, étnicos, culturales, económicos o técnicos-
determirian las deformaciones que se encuentran en los facto.
res del análisis multivariado. Y quedan por comprobar la
hipótesis de la validez de los vínculos entre la' imagen y el
comportamiento, así como el origen de las significaciones que
el individuo confiere al mundo percibido. Con todo, y frente
a la considerable masa de informaciones de que se dispone
acerca de la imagen y el comportamiento, el análisis factorial
sigue siendo una técnica susceptible de poner un poco de orden
entre los múltiples elementos del medio, al tiempo que permite
hallar las estructuras del mundo percibido y simplificar los
datos sin tener que perder demasiadas referencias.
237
1. El enfoque lnicrogeográfico
238
de Anas (1973), que vincula elección residencial y entropía,
habida cuenta de las imperfecciones del mercado. La demanda
de las localizaciones se considera como un fenómeno semipro-
babilista que incorpora los flujos percibidos y las posibilidades
del medio desde el nivel del hábitat al de la aglomeración.
Al enfoque perceptivo se asocian las teorías del-consumidor
y del comportamiento económico. Este tipo de investigación
caracteriza a menudo el enfoque de las «ciencias regionales».
Straszheim (1973) relaciona el consumo del hábitat con diver-
sas variables, como los ingresos y el ciclo vital. Las personas
perciben las características residenciales (por medio de unida-
des standard) y, después, calculan el precio necesario para el
alquiler o compra de un apartamento o una casa. Este enfo-
que supone que, más allá de la percepción, la elección de la
residencia está asociada con la utilidad marginal, lo que viene
a simplificar la realidad. Y, por lo que hace al estudio de los
desplazamientos, presume que, si bien los individuos son mó-
viles, los bienes -bienes inmuebles, naturalmente- carecen
de movimiento, son inmóviles. Para cambiar de paisaje y, por
tanto, de percepción, es preciso desplazarse. La movilidad
viene condicionada por la edad, las rentas y la duración de
la residencia (Brown y Moor, 1976; Morrison, 1973). El des-
plazamiento se realiza en tres fases: en primer lugar, se pro-
duce la percepción del medio, que puede implicar, acto segui-
do, la decisión de trasladarse a varios destinos, y, para que
quepa hablar de comportamiento, es menester que se haya
operado una elección entre éstos. Actitud y selección se pro-
ducen a pesar Qe la incompleta información de que dispone
el observador. En este caso, la decisión no siempre responde
a una optimización, como sucede en el comportamiento eco-
nómico.
Estos tres enfoques varían por la diversidad de sus hipóte-
sis, pero todos entienden que el individuo es libre a la hora
de decidirse por una opción, aun cuando producción y consu-
mo son fundamentales para el acto decisorio. Cabría elaborar,
con otras hipótesis -el papel de los símbolos, por ejt'mplo-,
otros análisis económicos. De hecho, cada ,enfoque, a causa
23~
de las hipótesis sustentadas, parece. único, ·10 cual plantea de-
licados problemas de comparación, medición y generalización.
Como han subrayado F. Horton .y D. Reynolds (1971), aunque
los individuos tuviesen un perfecto conocimiento de la ciudad,
la estructura espacial percibida diferiría de una persona a otra.
El objeto del análisis microgeográfico es, pues, bastante com-
plejo, si bien Horton y Reynolds lo han llegado a resumir en
tres puntos, que son los siguientes:
2. El enfoque macrogeográfico
240
directo sobre esta organizaclon. El análisis factorial obtiene,
a partir de los datós del censo, los principales componentes
de la decis'¡ón residencial y, después, el análisis discriminatorio
divide el espacio en área~ espaciales homogéneas resultantes
de comportamientos similares. El espacio-acción analizado no
es ya el del individuo, ni la suma de los espacios-acción indi-
viduales, sino uno original que es una consecuencia de la aso-
ciación de las personas en el medio urbano.
3. La inferencia geográfica
Estudios perceptivos:
1. Microunidades: percepción, actitudes, puntos de refe-
rencia, esquemas lógicos y escala.
2. Macrounidades: componentes del comportamiento y
áreas espaciales.
241
26
reflejo de las costumbres e instituciones que, a su vez, depen-
den de las acciones individuales resultantes del aprendizaje
perceptivo (Olsson, 1969). De no subsistir el delicado proble-
ma de inferencia ya planteado (Walker y Lev, 1953), se podría
llegar a conclusiones similares.
Según los diversos estudios que emplean ambos enfoques,
las varianzas obtenidas en las redes amplias son pequeñas,
mientras que a una menor escala las varianzas son importantes.
De ello deducimos que, en los sistemas perceptivos analizados
a partir de áreas urbanas de grandes dimensiones, los resulta-
dos son más deterministas, por cuanto una parte de la varia-
ción interna ha sido filtrada. En las áreas más reducidas, los
resultados son 'más probabilistas.
Estudios preceptivos:
1. Microunidades: sistemas más probabilistas.
2. Macrounidades: sistemas más deterministas.
242
componentes obtenidos por medio del análisis general con los
comportamientos de escala reducida. Harvey (1969) piensa,
igualmente, que es mejor apostar por la teoría estocástica que
por las teorías clásicas.
Sin embargo, como consecuencia de la complementariedad
de los enfoques, y aun cuando el paradigma de la geografía
conductista nos mueve a estudiar redes de pequeña dimen-
sión, a la hora de analizar la percepción en el medio urbano
nos parece fundamental comparar y depurar esas dos estrate-
gias posibles. Podemos utilizar los métodos globales insistien-
do en las regularidades y las distribuciones espaciales, y, a la
vez, intentar un enfoque conductista (cuadro 12).
Dado que el primer método carece de precisión, pues no
en vano las generalizaciones implican una simplificación de lo
real, el segundo tipo de enfoque viene a aportar una serie de
complementos. Además, como la teoría estocástica constituye
un medio de aprehender los efectos agregados, podemos con-
frontar los resultados de ambos métodos. Así, nos será posi-
ble comprender simultáneamente los juicios sobre la escala y
los valores y el comportamiento de conjunto de los habitantes
de la ciudad. La cuestión no es construir una nueva teoría
cognitiva, sino ver hasta dónde llega la explicación al elaborar
formulaciones parciales. La estrategia de investigación es inte-
resante en sí misma, por cuanto la actitud es el punto central
de una red de flujos que reagrupa a los estímulos del entorno
junto con los procesos cognitivos, al tiempo que los proyecta
sobre el acto decisorio.
CONCLUSION
243
CUADRO 12. LA INFERENCIA ESTADISTICA EN GEOGRAFI~
Hipótesis estadísticas
expresadas como
probabilidades
I
I
I
I
Muestreo con arreglo l
a las hipótesis cstadísti· J
cas expresadas como - --
probabilidades
Inferencias sustantivas
244
urbano- es complejo y puede ser aprehendido a diversos ni-
veles y en distintas escalas; la ciudad y su moderno extrarra-
dio, el barrio, la calle y la vivienda constituyen otras tantas
entidades -y, por añadidura, diferentes-, que no cabe estu-
diar' de idéntica manera. Y las técnicas de aproximación, los
enfoques, varían con arreglo a la dimensión del sector (9).
En ~l caso del análisis a pequeña escala, el problema meto-
dológico es 'variado, ya que el investigador no sólo trabaja en
el interior de un marco edificado, sino también porque tiene
que vérsélas con un medio humano de muy diversificadas fun-
ciones. La percepción de un turista no es la misma que la de
quien se dirige a su lugar de trabajo, y la de éste tampoco es
igual a la del ama de casa cuando realiza sus compras. Se trata,
por tanto, de adecuar la o las técnicas más idóneas a su tipo
de estudio. En primer término, hay que hacer un muestreo
representativo de la población, habida cuenta del tiempo y de
los créditos disponibles; .este primer paso se llevará a cabo
conjuntamente con la delimitación del área que uno se propo·
ne estudiar. A continuación, se prepara un cuestionario, agre-
gándole una o varias técnicas complementarias. Sólo entonces
será posibie, por medio de una explotación manual o' meca-
nográfica, y posteriormente merced al tratamiento de los datos,
aprehender la actitud de un individuo o de un grupo.
Se está lejos con ello de un' enfoque clásico, como el de la
escuela francesa de geografía, en la que el empirismo de los
(9) En' ntiestra tesis de Estado (op. cit., 1977), estudiamos, median-
te encu~tas directas, algunas micr~unidades.(barrrios y ciudades pe-
queña$)" al tiempo que nos hemos' valido de los datos oensales para
analizar las macrounidades (grandes ciudades y sistemas urbanos). Así,
hemos asociado, Por intennedio de los procesos estocásticos, los com-
portamientos a pequeña escala con los que se producen a mayor escala.
Para realizar el estudio de estos últimos, el análisis multivariado nos
parece la técnica más apropiada. Compl~tado con un análisis discrimi-
natorio, aquél suministra las grandes regularidades del comportamiento
residencial en un sistema detenninista.· En las investigaciones sobre la
percepción se utiliza todavía :poco .este 'marco de intervención, p1.Jesto
que los trabajos anteriores han sido hechos antes por psicólogos y so-
ciólogos qúe por geógrafos.
245
hechos precede a cualquier trabajo. Hay que proceder talnbién
a elaborar un modelo cognitivo, cuyos elementos se relacionan
(por vía de hipótesis) con las entidades mentales, el cual, cuan-
do se ha verificado en pequeños grupos bien definidos, ayuda
a comprender las razones del comportamiento. La cuantifica-
ción de los resultados posibilitará, en una segunda fase, el ha-
llazgo de las aplicaciones y de las confirmaciones empíricas.
La comprensión y la previsión del comportamiento humano
vienen condicionados por ese conocimiento de la imagen y por
la estructura profunda de los. grupos. Gracias a la geografía
de la percepción podremos descubrir y precisar los lazos. que
vinculan al hombre con el medio en el que vive. ..' .• '
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iso
CAPITULO VII '
DEL ENFOQUE
CONDUCTISTA
AL ANALlSIS
DE LAS
ORGANIZACIONES:
TEORIAS
DE LA ESTRUCTURA
URBANA,
ECOLOGIA FACTORIAL
y PERCEPCION
· Al aplicar los métodos conductistas, en ocasiones resulta
difícil llegar a extraer regularidades, dado que las actitudes
son, a la par, complejas y variadas. No siempre se puede
establecer, a partir de sus resultados, un modelo urbanístico
general.
Pese al problema de inferencia geográfica, planteado en el
capítulo precedente, ¿no sería acaso necesario pasar del nivel
microgeográfico al macrogeográfico, esto es, a investigaciones
basadas en datos agregados (grupo, organización... )? Este tipo
de análisis, mucho más clásico que el que propone la geografía
conductista, a menudo hace posible el esclarecimiento de re-
gularidades en el comportamiento. Este método, complementa-
rio de la microgeografía, podría facilitar, a través de casos
individuales, la explicación de fenómenos considerados como
demasiado complejos.
En efecto, a pesar de los diferentes trabajos condu~tistas,
nuestro conocimiento de la relación percepción individual del
espacio-comportamiento espacial sigue estando limitado a pe-
queñas áreas. Las actitudes con respecto al entorno reflejan
demasiadas variaciones --cambios éstos que tienen que' ver
con la utilización de las palabras, el temperamento, la perso-
nalidad e, indirectamente, con las glándulas endocrinas-, como
para que podamos permitirnos el riesgo de generalizar. Las
respuestas individuales revelan una mayor dosis de individua-
lismo psicológico, y no mecanismos generales susceptibles de
explicar los comportamientos de grupo. Si en determinados
253
c~sos la percepción varía con arreglo al sexo, las clases sociales
y la edad, en otros se ve modificada por la duración de la re-
sidencia, la dimensión familiar y aun por otras características
de los individuos. «¿Puede la regularidad estadística explicar
si las opciones individuales son totalmente libres? Ello es di-
fícil de admitir, a menos que se reduzca ----o, quizá, se eleve-
la familia urbana a la categoría de ser económicamente ra-
cional» (Vant, 1974). Por otra parte, los investigadores distan
mucho de estar de acuerdo en cuanto a sus conclusiones se
refiere. Antes que insistir en estas diferencias, podríamos, gra-
cias a un enfoque macrogeográfico, poner el acento en las
comunidades de percepción.
(1) Así, por ejemplo, los esquemas cosmológicos d:e los griegos
estaban formados por los cuatro elementos, a saber: tierra, fuego, aire
yagua.
254
nipeg comparten ilusiones perceptivas cuando creen ver a los
monstruos caníbales, los Windigos; se trata de verdaderas alu-
cinaciones colectivas (Yi Fu Tuan, 1974, pág. 60). Nuestro co-
nocimiento de la percepción de la ciudad viene condicionado,
más allá de las percepciones individuales (2), por la explica-
ción de los comportamientos de grupo (F. Hartan y D. Rey-
nolds, 1971). Cuando una sociedad alcanza cierto nivel de com-
plejidad, lo que acontece en el caso de las ciudades, tienden
a aparecer numerosas organizaciones, las cuales a su vez pro-
penden a moldear estilos. de vida y a crear- tipos de distribu-
ciones espaciales. Desde el siglo XVII, con el uso de los medios
de transporte (carruajes), la jerarquía social se viene tr~dli
ciendo en separaciones espaciales (Yi Fu Tuan, 1974). Cuando'
el individuo sólo raramente es consciente de su modo de exis-
tencia, resulta más fácil estudiarlo de una forma global, a tra-'
vés de sus acciones en las organizaciones.
Entre ambos enfoques -el micro y el macrogeográfico-,
hay que diferenciar los datos no agregados de la percepción y
las actitudes (microgeografía) de aquellos otros, agregados,
de que se dispone sobre el comportamiento (macrogeografía).
La oposición proviene, asimismo, del cambio de escala~ por
cuanto la geografía conductista, que parte del individuo, estu-
dia áreas pequeñas, mientras que la macrogeografía concentra
sus esfuerzos en conjuntos más amplios (grupos u organiza-
ciones). Así, pues, las diferencias entre una y otra son profun-
das, ya que no sólo varían la escala y el tipo de datos mane-
jados, sino también el objeto mismo del análisis. En las en-
cuestas conductistas se pretende captar mejor las percepciones
individuales, pero, ciertamente, no es la percepción lo que
aprehendemos, pues no en vano, desde el momento mismo en
que la persona da una respuesta, está procediendo ya a tomar
una actitud. Los análisis conductistas se sitúan al nivel de las
actitudes, en tanto que los que se realizan a partir de los re-
sultados censales traducen comportamientos.
255
FIC.1. AGREGACION DE LOS DATOS
Enfoque
conductisia
. ..
Factores comunes
Tratamiento directo de los datos no agregados
identifi-
cación
•••••••••
actitud
.....•...
percepción
.........
individuo individuo individuo----.~ " individuos
por sector elegi·
do (muestreo)
Enfoque
macrogeográfico
Factores comunes
A
Tratamiento de los datos agregados
identifi· identifi·
cación cación
••••••••• .........
comporta- comporta·
miento Medias por sector miento
censal
identifi·
cación
.........
comporta·
miento
........
individuo individuo individuo ----+ n individuos
2S6
Con la sola finalidad de relacionar ambos enfoques, pasa-
~os a proponer los tres objetivos siguientes:
257
17
sofisticados, como el análisis factorial, mediante los cuales
llegan a explicaciones «liberales» o «marxistas» de la ciudad.
Una serie de hipótesis similares, subyacentes a estas investiga-
ciones, conciernen a la percepción y el comportamiento. P. Sa-
lins (1971) las ha formulado indirectamente: los individuos o
familias que comparten unas mismas características sociales,
económicas o étnicas tienen muchas posibilidades de vivir cer-
ca unos de otros en sectores homogéneos. Si estas personas to.
man las mismas decisiones es porque perciben el espacio ur-
bano de una forma semejante y, por tanto, entienden de igual
manera la noción de «utilidad del lugar». La experiencia sen-
sorial común conduce a los individuos pertenecientes a una
misma organización a compartir determinadas actitudes. Na-
die goza de una existencia independiente; de ahí que quepa
establecer una suerte de vinculación mecanicista entre la or-
ganización del espacio y las percepciones grupales.
Los estudios de morfología urbana de la escuela liberal
norteamericana se sustentan en dos hipótesis: los habitantes
de las ciudades comparten percepciones socioeconómicas, fa-
miliares y étnicas, al tiempo que la competencia que se pro-
duce entre las distintas organizaciones ocasiona diferenciacio-
nes espaciales. Estas podemos reagruparlas en tres modelos
de localización residencial: las zonas concéntricas atribuidas
a Burgess; los sectores de Hoyt, y los núcleos múltiples de
Harris y Ullman (Bailly, 1975). Si bien, y pese a las hipótesis
comunes, estos modelos fueron durante mucho tiempo consi-
derados como contrarios, a partir de los análisis factoriales
de Shevsky y Bell (1955) resulta posible integrarlos. Cada uno
de ellos refleja la distribución espacial de poblaciones de ca-
racterísticas diferentes. Esta repartición depende, básicamente,
de tres dimensiones, a saber: el rango social, los caracteres
familiares y la segregación. Como lo demostraron Van Arsdol,
Camilleri y Schmid (1958), existe un triple principio de organi-
zación del espacio que explica, en gran medida, las fluctuacio.
nes de las variables. Anderson y Egeland (1961) confirmarían,
por su parte, que la dimensión familiar varía sobre todo con
arreglo a la distancia al centro urbano, lo que implica una
258
distribución concéntrica, y que el rango social se diferencia
de aCl.:lerdo con los sectores urbanos. La segregación vendría
a corresponder al modelo de los núcleos múltiples. «La lectura
del mapa de los pesos factoriales nos indica que la organiza-
ción espacial es, por lo que hace al status socioeconómico, sec-
torial en su conjunto; concéntrica, si se tienen en cuenta el
status familiar y la edad, y agrupada o· sectorial cuando repa-
ramos en las etnias y razas» (Bailly, 1975, pág. 144). Estas ex-
plicaciones de la estructura urbana, ampliadas por los análisis
factoriales y calificadas por algunos como «universales», per-
miten sugerir la existencia· de unos lazos entre localización es~
pacial y tipologías socioeconómicas. En este sentido, el com-
portamiento dependería, por tanto, de las actitudes y de las
percepciones (o de las imperfecciones de la percepción) de los
grupos familiares, sociales y étnicos.
Los marxistas reprochan a estas formulaciones liberales la
ausencia de una presentación dialéctica del fenómeno urbano.
Sólo se capta el mundo de los que poseen, del capital, del cen-
tro, con ignorancia del de los no poseedores, del trabajo, de
la periferia. Las formas espaciales no cabe concebirlas sino
como resultados de las relaciones sociales. D. Harvey (1973),
en su obra Social Justice and the City, insiste en la teoría
de-la dominación. Para este autor, las ideas dominantes son
las de la clase dirigente, y las estructuras urbanas reflejan
la imposición de los intereses de determinados grupos. La
orientación de la investigación difiere cuando, al tratar de la
estructuración del espacio urbano partiendo de un análisis
del tiempo del hombre, se emplea el concepto de «tiempo li-
bre» y no el de «tiempo de reproducción de la fuerza de traba-
jo» (J.-B. Racine, 1975). Vistas así las cosas, la percepción de
las organizaciones económicas más poderosas es, por consi-
guiente, la responsable de las diferenciaciones espaciales. Este
debate desborda el ámbito de la geografía, por cuanto, de
h~cho, traduce la oposición entre reduccionistas y neopositi-
vistas, y escapa a la intención de este libro el resolver tal pro-
blema. Al estudiar los procesos cognitivos, de lo que se trata
259
es, por encima de la pugna entre marxistas y liberales, de apre-
hender el papel que las percepciones de grupo (sociales y, a la
par, económicas y étnicas) juegan en la estructura urbana.
260
cracia», pasa a ser entonces un lugar privilegiado de implanta-
ción. y se acepta la mayor distancia al centro, más costosa,
porque se ve compensada con nuevas ventajas. Los ingresos
familiares -por ·10 general, más cuantiosos a mitad de la vida
profesional- favorecen este ajuste dispendioso: las familias
prefieren. nuevas residencias periféricas al hábitat antiguo.
A medida que crece la demanda de espacio, disminuye la re-
querida para acceder al centro. La familia percibe, a través
de la competencia que se registra en el mercado urbano, el
papel positivo o negativo de la distancia al centro. La oposición
centro-periferia, que está en la base del comportamiento, en-
tronca con la teoría de la dominación. El extrarradio no se
explica fuera del centro.
¿Acaso la organización urbana concéntrica descrita por
Burgess no tiene que ver, más allá de la explicación aportada
por la edad y la dimensión familiar, cori la actitud respecto de
la distancia? Los investigadores que utilizan la ecología facto-
rial detienen su análisis en la' relación zona concéntrica-dimen-
sión familiar, sin intentar, por vía de los métodos analógicos,
conocer las motivaciones. Ahora bien, la inserción del espacio
en la vida cotidiana tiene una incidencia permanente en las
actitudes y los comportamientos. A través del uso que se hace'
del espacio, se manifiesta cierta manera de salir del caos y
de instaurar un orden en la organización urbana. Esta influen-
cia del espacio físicó no constituye un descubrimiento, ya que
los economistas vienen hablando de la fricción de la distancia,
que Zipf (1949) denominó en una de sus obras como «el prin--
cipio del mínimo esfuerzo». La percepciÓn de la distancia es
considerada desde hace mucho tiempo como uno de los com-
ponentes básicos del comport(;lmiento humano. Si las perso-
nas so.n seres racionales, deberán 'minimizar sus esfuerzos, su
tiempo y sus costes de desplazamiento (Alonso, 1964; Bussiere,
1968). De acuerdo con los análisis conductistas, esta distancia
kilométrica, tiempo o coste, sigue siendo, sin embargo, difícil'
de delimitar. No vamos, pues, a discutir sobre las propiedades
métricas y no euclidianas de la distancia, sino que discurrire-
261
mos acerca de su influencia en el esquema urbano concén-
trico (3).
Como consecuencia de la fricción económica de la distan-
cia y del papel desempeñado por el centro en el funcionamiento
urbano, y aun por otros factores (símbolo, cultura, empleo),
la renta del suelo disminuye en dirección a la periferia de las
ciudades. Un habitante que desee conseguir una amplia par-
cela residencial la encontrará más barata en las afueras. Como
ya hemos podido comprobar, una familia con hijos, que en su
esquema mental hace preponderar la necesidad de espacio.
buscará una vivienda individual en la corona urbana y estará
dispuesta a aceptar largos desplazamientos para acceder al
centro. La distancia es, por consiguiente, una noción subjetiva,
cuya percepción tiene que ver con el «yo». El conjunto de las
actitudes relacionadas con la familia y la edad supone por
ello, y merced a los comportamientos, unos evidentes efectos
concéntricos. Pasamos así de la simple prueba fisionómica a
las hipótesis sobre los vínculos entre las actitudes y las estruc-
turas urbanas.
262
las clases dominantes pueden elegir los sectores privilegiados,
y a las otras no les queda más alternativa que ajustarse a
esa ordenación del espacio. En este sentido estamos ante una
modelización de la lucha de clases, en la que los barrios vienen
a simbolizar el éxito o el fracaso social.
Pero más allá de los conflictos de clase, ¿no responde esta
repartición sectorial a la percepción que cada grupo tiene de
determinados sectores conocidos? J. Adams (1969), según he-
JIlOS podido comprobar en los primeros capítulos, demostró
que, en el caso de Minneapolis, sólo se percibían bien los ba-
rrios vividos (residencia, trabajo, servicios, esparcimiento). En
la iconografía urbana, los ricos conocen los barrios pobres
no más que lineal y superficialmente, y siempre a través de
los vidrios de sus automóviles Y la imagen que los pobres
tienen de la aglomeración, excepción hecha de sus propios
barrios, es confusa o está plagada de estereotipos. Sólo los re-
sidentes del barrio son verdaderamente conscientes del ca-
rácter excepcional de su sector, que es mal conocido por los
otros habitantes de la ciudad (Yi Fu Tuan, 1974, pág. 211). Las
imágenes externas e internas no coinciden, y cabría así hablar
de un ambientalismo ligado a la cognición. Unicamente se
perciben como deseables los sectores conocidos, y entre ellos
se filtran aqueilos que corresponden a las posibilidades eco-
nómicas. Fuera de estas zonas. el hombre se siente extraño;
de ahí que la organización urbana dependa del aprendizaje
perceptivo.
La disposición sectorial resulta, pues, de las imágenes y
símbolos -sectoriales éstos también- de la ciudad. Los flujos
visuales lineales correspondientes a los ejes de desplazamiento
explican la forma en tela de araña de estos sectores; así, pues,
bajo una apariencia económica, el modelo de Hoyt '(4) puede
atañer a la elección de los sectores más deseables con arreglo
a la estructura urbana conocida y a las dominaciones simbó-
licas de la ciudad.
263
V. NUCLEOS MULTIPLES, ETNIAS y PERCEPCION
DE LAS EXTERNALIDADES
264
tural dispone de una mayor autonomía respecto del espacio»
(Rémy y Voyé, 1974, pág. 44).
En ciertos grupos, a la hora de proceder a la elección re-
sidencial, la percepción de las externalidades o de las desex-
ternalidades se antepone, por tanto, a las otras formas de per-
cepción. Las personas aprecian la ventaja de hallarse cerca de
sus semejantes y, de acuerdo con las conclusiones a las que
llegó Berry, tienden a minimizar los riesgos de conflicto y a
maximizar sus posibilidades de interacción social. «Sentirse
satisfecho del sector depende más de las relaciones mantenidas·
con los vecinos (amistad, respetabilidad) que de las caracte-
rísticas físicas» (Yi Fu Tuan, 1974, pág. 217). Abordamos así
el problema de la percepción de la distancia social (Greer-
Wootten, 1972), cuya dimensión simbólica fue bien compren-
dida por Beshers~ Mizruchi y Perucci (1963). Se trata, pues, de
un análisis urbano de los flujos (Meier, 1973), gracias al cual
podemos explicar la especificidad de los sectores étnicos.
CONCLUSION
265
como fenómenos. de dominación. En la teoría de Burgess, la
yuxtaposición de dos tipos de espacio -el centro y la peri-
feria- demuestra que el extrarradio no se explica al mar-
gen del centro. Las teorías de Hoyt y de Harris y Ullman, por
su parte, ilustran la pugna que enfrenta a clases y etnias a la
hora de efectuar la apropiación del espacio residencial. Las
organizaciones más poderosas, responsables de la producción
del espacio, imponen sus actitudes a los demás, que se ven
obligados a soportarlas. «A través de los procesos cognitivos,
cabe asociar, y de hecho se asocia, en nombre de la racio-
nalidad, la imposición de un tipo de dominación política de-
terminada y no confesada» (Racine, 1975, pág. 4). Para estos
investigadores estamos en presencia de una suerte de deter-
minismo político, puesto que la estructura urbana depende de
las relaciones socioeconómicas y de las formas de organización.
En un esfuerzo por sobrepasar las insuficiencias conceptua-
les de una geografía cuantitativa demasiado sujeta a una esta-
dística inferencial de corte tradicional, intentaremos, merced
al enfoque sistémico, integrar la realidad profunda de las di-
ferenciaciones espaciales. Al identificar los lugares que deter-
minados grupos privilegian, estamos, de hecho, relacionando
la imagen espacial con el comportamiento. Para este enfoque
es indispensable tomar en consideración no sólo las percepcio-
nes económicas y sociológicas, sino también la imagen y el
simbolismo del medio. Pasamos así del paradigma conductista
de los. primeros capítulos y de· los paradigmas sociológico
(Burgess)· y económico (Hoyt) al paradigma sistémico, en el
cual lqs elementos estructurales profundos y las relaciones
e~plican globalmente la estructura espacial urbana. Dicho de
otro modQ, nos estamos refiriendo al paso de la «superficie
de indiferencia» ·de los economistas neoclásicos 'a las «super-
ficies de aspiración»' de' los grupos,' tránsito éste que favorece
el que se tome en cuenta el.papel desempeñado por los mitos,
las .culturas y las dominaciones socioeconómicas y políticas.
Gracias a la identificación de las secuencias reiterativas de las
variaciones espaciales, resulta posible aprehender la relación
comportamiento de grupo-proceso decisorio-percepción del en-
266
torno y determinar las estructuras colectivas responsables de
las diferenciaciones.
Si el enfoque microgeográfico permite extraer diversos atri-
butos vinculados con lugares concretos, el macrogeográfico
facilita el que los podamos captar en su situación espacial re-
lativa. En efecto, las percepciones y las actitudes causantes
de los modelos de la organización del espacio pueden, como
ya hemos intentado demostrar, relacionarse con la fricción
del espacio, las estructuras urbanas conocidas y las externali-
dades (S). La percepción de la ciudad es un acto de categori-
zación (6) cuyo objeto radica en seleccionar, situar y organizar
los flujos de la experiencia del entorno. Y el comportamiento
espacial es el resultado de la interacción entre las categorías
de percepción puntuales y las relativas.
Todas las clasificaciones perceptivas responden a una es-
tructura jerárquica, ya que, a la hora de esquematizar la
ciudad, las personas eligen sus referencias, símbolos y líneas
de deseo con arreglo a su pertenencia a tal o cual grupo. El
modelo de Burgess corresponde a la percepción jerárquica de
los lugares centrales (7) y de la distancia al centro; el de Hoyt,
a la jerarquía entre sectores más o menos bien conocidos,
simbólicos y apreciados, y el de Harris y Ullman al etnocen-
trismo. Sin necesidad de reducir la realidad a algunas variables
aisladas, podemos por ello entender las interacciones de con-
junto entre grupos humanos y espacio.
267
La reflexión neopositivista se ha contentado con demostrar
el «cómo» de los mecanismos urbanos; a nosotros nos toca
ahora interrogarnos acerca de la naturaleza de las diferencia-
ciones espaciales y sobre el papel de los símbolos y la ideólogía,
así como sobre la estructura urbana. La ecología factorial, por
esta misma razón, pasa a ser uno de los puntos de partida
de la investigación de las actitudes (8).
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270
CAPITULO VIII
BIBLlOGRAFIA
GENERAL
INTRODUCCION
273
18
grafía, psicología, filosofía, medicina, ecología, arquitectura y
urbanismo. Esta recopilación no pretende ser la primera que
se hace en este sentido: S. Lieber (1972) estableció hace algún
tiempo una bibliografía de más de 300 títulos acerca de la
percepción del espacio geográfico, y B. Goodey y D. Spencer
(1973), un año después, elaboraron una lista de las obras pu-
blicadas sobre la percepción del entorno; pero los títulos men-
cionados por Lieber eran muy generales, y los de Goodey y
Spencer de interés arquitectónico y psicológico. Por lo que a
nosotros respecta, nuestra pretensión es la de recoger, única
y exclusivamente, aquellos trabajos que tienen una relación,
directa o indirecta, con la percepción de la ciudad. Determina-
das obras especializadas en otros temas, y que fueron citadas
en las bibliografías correspondientes a los capítulos de este
libro, no volverán a ser mencionadas aquí. Y si la inclusión
de algunos de los estudios reseñados pueden parecerle al lector
a priori como lejanos de la problemática urbana, su inserción
viene, en realidad, explicada porque su utilización puede ser-
vir·-bien como fundamentación psicológica o filosófica, bien
como sustentación metodológica- cara a la investigación de
la ciudad. Esta, y no otra, es la razón por la cual hemos es-
tablecido una categoría de «obras generales» que responden
a esa necesidad. Todas las partes restantes de la bibliografía
están orientadas hacia el espacio urbano, a saber:
274
la bibliografía existente·, nos hemos visto obligados a limitar
las citas en otras lenguas; de ahí que sólo aparezcan en nuestra
lista .unos pocos trabajos alemanes y españoles.
Comoquiera que, pese al ya clásico artículo de Sauer (1925),
la investigación de la percepción ha comenzado tardíamente,
la mayoría de los títulos incluidos son posteriores a 1950. Fue,
en efecto, en esta época cuando se publicaron las obras funda-
mentales de Gibson (1950), Boulding (1956), Simon (1959) y
Skinner (1957). Puesto que el c.oncepto de horno CEcono,micus
no permitía explicar hasta sus últimas consecuencias el com-
portamiento humano, hubo de recurrirse a los datos culturales,
sociales y psicológicos (Firey, 1947; Tolman, 1951). La reflexión
epistemológica acerca de los problemas de la percepción pro-
cede básicamente de los países anglosajones', y una gran parte
de las aplicaciones en este terreno (Wolpert, 1965; Kates, 1962)
se deben a investigadores norteamericanos. La Universidad de
Chicago, centro tradicional de la ecología urbana, desarrollaría
particularmente las relaCiones percepción-comportamiento (Lo-
wenthal, 1967). Estos autores han intentado llegar a una com-
prensión de la evaluación del medio y a entender el modo cómo
el espíritu estructura el espacio (Downs, 1970; Brookfield, 1969),
procurando así sobrepasar los trabajos estáticos de los psicó-
logos (Piaget, 1948; Ames, 1949; White, 1959). Esto es lo que
hicieron, por ejemplo, Proshansky y otros (1970). Así, pues,
más de 600 de los títulos citados en la bibliografía final co-
rresponden a obras o artículos escritos posteriormente a 1968.
Detrás y por debajo de la multiplicidad de las percepciones
(Frémont, 1975) y de la complejidad de los sentidos, encontra-
mos en numerosos investigadores determinadas constantes por
lo que a la imagen se refiere (Moles, 1972). Pero estas regula-
ridades no han sido estudiadas sino parcialmente, pues no en
~ano todavía no se ha encarado una visión global de los proce-
sos perceptivos. Por ello nos hemos visto obligados a subdivi-
dir nuestra bibliografía en varias partes.
275
l. LAS TECNICAS DE MEDICION DE LA PERCEPCION
276
han empleado descripciones empíricas y análisis cuantitativos
(Acking, 1971). Entre la percepción del planificador y la del
hombre habitante existen no pocas diferencias (Michelson,
1963), de las que la arquitectura se ha de hacer cargo a la
hora de proyectar los edificios (Sassanoff, 1968), si se quieren
evitar situaciones urbanas patológicas.
277
mentales (Iohnson, 1971) facilitan una mejor aprehensión de
las razones del comportamiento de los habitantes, al tiempo
que permiten percibir de qué manera estructuran su ciudad
(Appleyard, 1970). Así, pues, la movilidad residencial (Droett-
boom, 1971; Brown et al., 1970) depende de la imagen. Pero este
tipo de investigación no resulta fácil, por cuanto existen tantas
imágenes y comportamientos como funciones urbanas (Chapin,
1965). Los espacios residenciales, de trabajo, de abastecimien-
to de bienes y servicios y de transporte conllevan la formación
de complejas imágenes urbanas.
V. PERCEPCION DE LA CIUDAD Y
DESPLAZAMIENTOS
278
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ANEXO
LA PERCEPCION
DEL ESPACIO
URBANO:
CONCEPTOS,
METODOS DE ESTUDIO
Y SU UTILlZACION
EN LA INVESTIGACION
GEOGRAFICA
PRESENTACION
311
sintético de la tesis. 'Como quiera que lo esencial de la misma
ha sido ya recogido en las páginas de la presente obra, no
creemos, pues, necesario ofrecer aquí un resumen.
312
geográfico es en ella poco importante, por cuanto los princi-
pales ejes estructurantes y los límites son bastante similares,
y la imagen dominante es la de una ciudad industrial de me..
diana envergadura, tranquila y transparente, pese a la existen-
cia de matices en las respuestas; matices que tienen que ver,
sobre todo, con la edad y la permanencia residencial de los
encuestados. Propiedades geométricas, topológicas, históricas,
culturales y simbólicas constituyen los elementos más notables
del espacio belfortense.
Una' segunda encuesta, prolongación de la realizada- sobre
la imagen del conjunto de la ciudad, nos llevaría a establecer
un balance de la percepción de los sectores centrales y, poste-
riormente, de los periféricos, al objeto de proponer un progra-
ma de ordenación por barrios, tanto en el espacio como en el
tiempo. El papel de la historia y el desempeñado por los espa-'
cios verdes son subrayados de nuevo por los belfortenses,
quienes insisten también en los ruidos ambientales de la circu-
lación. Y aunque en las respuestas las variaciones son nume-
rosas, algunas constantes '-el deseo de tranquilidad en los
barrios residenciales, y de animación cultural y comercial en
el centro, entre las más significativas~ facilitan' la elabora·
ción de' consejos de. utilidad para el planificador;
Como' consecuencia de la importancia que los' '«'sistemas:
tiempo» tienen en las imágenes urbanas (Primera Parte), hubi-'
mos·· de completar nuestro' análisis con un estudio sobre la
percepción del transporte en Besan90n. Una investigación colno
ésta nos venía impuesta, según ya ·hemos dicho, por. influencia
de las' directrices marcadas al respecto por K. Lynch~ Elegi-
mos' la ciudad de Besan90n porque" la municipalidad había
puesto en marcha un plan de circulación destinado. a la recon-
quista por parte de los peatones del centro urbano y al desarro~
Ilo de los transportes colectivos. Una serie de encuestas lle-
vadas a .cabo entre la población de esta ídtima ciudad 'no haría
sino poner de relieve los dos factores más importantes cara
al éxito de un plan de transporte, a saber: el factor tiempo'
y el factor financiero. La imagen de los usuarios de los trans-
portes colectivos depende de los umbrales de espera y de la
313
duración del viaje. En la planificación de los transportes, la
inclusipn de externalidades -como, por poner un caso, la per-
cepción de esos umbrales- facilitará, en suma, el que se tenga
en cuenta la geografía subjetiva de los residentes.
Una encuesta efectuada en Besan~on durante el invierno
de 1975-1976, a partir de un muestreo aleatorio por barrios,
sitvió para que pudiéramos comprobar nuestras hipótesis so-
bre las actitudes con respecto al plan de circulación y de trans-
portes colectivos. El método del análisis factorial de las co-
rrespondencias, junto con el estudio de las tasas de varianza,
de los ejes y de los planos factoriales en cuatro conjuntos de
datos constituirían las bases de tal investigación. Los resulta-
dos fueron bastante decepcionantes, lo que vino a confirmar
las conclusiones a las que otras investigaciones cuantitativas
habían llegado en este campo. El hombre no es todavía unidi-
mensional. De entre los únicos parámetros que estructuran la
percepción de los transportes en Besan~on, señalaremos la
localización, los ingresos, la posesión de vehículos privados,
los grupos .de edad, la categoría socioprofesional y el sexo.
A pesar de .los precisos resultados cuantitativos, las interpre-
taciones .siguen siendo cualitativas, pues no en balde la actitud
de los individuos no sólo no es homogénea, sino que, además,
toda sistematización supone un retomo a las aproximaciones
de la ma~rogeografía.·
Así, pues, el estudio de los individuos nos facilita el redes-
cubrimiento de la multitud de los sistemas de significación,
al tiempo que la ausencia de estructura, lo ·cual traduce la im-
portancia de los fenómenos aleatorios. Estos resultados difie-
ren de los de la macrogeografía, que nos habían acostumbrado
a obtener con no poca facilidad efectos estructurantes; por
más que quepa, sin embargo, preguntarse si esas estructuras
no vienen determinadas por la agregación de los datos o la
elección de las' áreas espaciales. Esta, y no otra, ha sido la
razón por la cual, en una tercera parte, tratamos de utilizar
un enfoque complementario, esto es: construir modelos con-
ductistas a partir de estadísticas agregadas.
314
TERCERA PARTE: La percepción de las organizaciones,
estudio macrogeográfico
315
bec- de parecida dimensión, si bien de diferente cultura. Aun
cuando las características demográficas son similares, las dis~
tribuciones espaciales, a causa de percepciones locales singu-
lares, no son semejantes. Encontrar los lazos que se anudan
entre las decisiones de grupo y las actitudes personales: he
ahí el objetivo que nos hemos propuesto en este capítulo.
Los resultados concuerdan con las ecologías factoriales nor-
teamericanas. Por lo que a nosotros respecta, hemos tratado de
poner al descubierto factores tales como el status familiar, so-
cioeconómico y étnico. Sin embargo, los factores obtenidos
son más difíciles de interpretar en Ouébec que en Edmonton.
La cultura influye en ciertos procesos urbanos; de un modo
particular, en los étnicos. Y para poder conseguir unos grupos
que reflejasen los principales tipos de comportamiento, hubi-
mos de utilizar una tipología basada en el algoritmo modifica-
do de Ward. Su cartografía facilita el análisis de los modelos
espaciales de ambas ciudades.
Ouébec presenta, por su pasado histórico y cultural, unas
distribuciones espaciales más agrupadas y menos concéntricas
que las de Edmonton. Las motivaciones residenciales son en
la primera de las ciudades citadas más simbólicas (ciudad alta),
y las clases dominantes preservan la imagen de los sectores en
los' cuales residen. En el caso de Edmonton, las dominaciones
son más económicas, y la repartición que la caracteriza se
ajusta al modelo .de 'Burgess. Con todo, en los barrios acomo-
dados ,de estas dos ciudades se quita valor a las ideas de inva-
sión y sucesión; y, a pesar del crecimiento urbano. persisten en
las mismas áreas. las dominaciones espaciales de determinadas
clases sociales. Así las cosas, y por encima de la multiplicidad
de las 'per-cepciones y actitudes individuales, se producen reac-
ciones colectivas.
Dado que los comportamientos' vienen parcialmente condi-
cionados por los grupos, y' aun a costa de la pérdida de in-
formación resultante de la agregación de los datos, nos vimos
obligados a completar el estudio de ambas ciudades con' el
análisis de los sectores censales del conjunto' de las ciudades
316.
canadienses. Estos sectores corresponden a las áreas territo-
riales de la geografía conductista.
Mediante la utilización de coeficientes de concentración y
asociación, esperamos poder perfeccionar los resultados de la
ecología factorial, sobre todo en lo que se refiere a las varia-
bles étnicas. En este sentido, hemos comprobado que la vivien-
da, el nivel socioeconómico y, además, la etnia son básicamen-
te los causantes de los agrupamientos, lo que permite sugerir
el papel desempeñado por la percepción de los símbolos y,
en menor. medida, el. jugado por las externalidades.
EI.1 el conjunto canadiense, el sentimiento de territoriali-
dad se sustenta más en fundamentos económicos que étnicos.
Las relaciones hombre-medio se nos aparecen «mediatizadas»
por los organismos económicos. Las concentraciones étnicas,
por su parte, varían enormemente entre unas ciudades y otras
con arreglo a tres elementos, que son: la masa crítica, la dis-
tancia sociocultural y las características de la aglomeración.
Intentar comparar estos resultados con los de los trabajos
conductistas equivaldría a ignorar el proceso fundamental que
conduce de la percepción a la actitud y al comportamiento.
En el análisis conductista se manifiestan intenciones diferen-
tes, mientras que en la ecología factorial surgen comportamien-
tos homogéneos. Podemos, por tanto, decir que, si bien l~s per-
cepciones son antes que nada individuales, las actitudes, ·en
cambio, reflejan ya la influencia del medio. Y, por. lo que ·hace
a las decisiones, afirmaremos que éstas dependen de la ads-
cripción a organizaciones concretas. De ahí, pues, que no tenga
por qué sorprendernos el hecho de que resulta más factible
obtener un mayor número de regularidades en las investigacio-
nes acerca de los comportamientos que en aquellas otras que
versan sobre las percepciones. Asimismo, hemos podido com-
probar la imbricación espacial de los procesos decisorios, por
cuanto el espacio-acción es también espacio perceptivo.
~17
CONCLUSION GENERAL
318-
LEXICO
319
Microgeografía: Geografía que, para comprender las regularidades de
aparición de un fenómeno, arranca de los espacios-acción o percep-
ciones de los individuos.
Paradigma: Resultados científicos universalmente reconocidos que pro-
veen modelos y soluciones (Harvey). «Stable pattern of scientific
activity» (Chorley y Haggett).
Percepción: Conjunto de los estímulos que un individuo recibe cons-
ciente o inconscientemente. «Función mediante la cual la inteligen-
cia y el sujeto se representan, poniendo ante sí los objetos» (Diccio-
nario Robert).
Positivismo: Conjunto de doctrinas que invocan la experiencia científi·
ca y que tratan de encontrar relaciones y leyes en los fenómenos.
Proximia: Conjunto de observaciones y teorías relativas al uso que el
hombre hace del espacio, en tanto que producto cultural específico.
Semiología: «Ciencia que estudia la biografía de los símbolos en el
seno de vida social» (Diccionario Robert).
Sentido del lugar: Calidades fisiológicas, sociales (poder) y psíquicas
(vivencias) conferidas a un lugar. Los espacios tienen por ello una
imagen dotada de una identidad, una estructura y una significación.
Sesgo geogrdfico: Una persona, con arreglo a su espacio-actividad y a
sus preocupaciones, conoce determinadas áreas y ciertos ejes mejor
que otros.
Territorialidad: Cualidad referida al territorio experimentada por un
individuo.
Valores sociales: Valores procedentes del grupo que influyen en la ima-
gen y los comportamientos de los individuos.
·320
IN Die E
INDICE
Págs.
Prólogo .... oo 9
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Págs.
VII. El sistema olfativo ... oo' oo. oo. oo' oo. ••• '" OO' oo. oo. oo. 84
VIII. Nativismo o empirismo ...... oo • • oo oo. oo. oo' oo. oo. oo. oo. 87
IX. Memorización y percepción oo. ••• .oo .oo '" ••• oo. .oo oo. 89
X. Percepción y teoría de la forma oo' .oo oo. oo. • •• oo. oo • 93
XI. Percepción y comportamiento en el medio urbano ... 95
CAPíTULO I11. EL SENTIDO DEL LUGAR oo. .oo oo. .oo oo. 105
Introducción oo • • • • • • • oo • • oo ••• oo. oo. oo • • oo ••• oo. 107
1. Las nociones de territorialidad oo' oo. oo. .oo .oo oo. oo. 108
II. El sentido del lugar: una noción psicológica oo. ••• 112
III. El sentido del lugar: una noción subjetiva oo. oo' oo' 115
IV. Representación territorial y comportamientos territo-
riales oo' oo. oo. oo • • • • oo. oo. '" oo • • • • • oo oo. oo. oo. oo.... 119
V. Los elementos de codificación de los espacios per-
sonales oo. oo. oo' ••• oo • • oo oo • • • • • oo oo. oo. '" oo. oo. oo.... 121
137 ...
IV. Comprensión de la ciudad y medio de transporte uti-
lizado ; '" . 139
V. Desplazamientos y sesgo geográfico ;.. ... 144
VI. Percepción visual y memorización . 147
VII. Hacia la elaboración de un modelo descriptivo . 149
324
Pdgs.
325
Pdgs.
LÉXICO .,. ... ... ... ... ... ... ... .... ... ... 313
326
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