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DE BINGEN
Periodismo, ha trabajado para
HILDEGARDA
LA VIDA DE SANTA TERESA
DE JESÚS diversas editoriales y su vida
Fundadora, santa… y doctora profesional gira en torno a la
de la Iglesia
A lemania, año 1106. Hildegarda, de ocho años, ingresa
literatura.
DE BINGEN
Marcelle Auclair en un monasterio benedictino del Palatinado. Es una niña
15ª edición Con Ediciones Palabra ha
enfermiza con un don especial: tiene visiones. Durante largo
LA LUZ APACIBLE tiempo su vida transcurre, externamente, tranquila y apacible, publicado, también en la colección
Novela sobre Santo Tomás Arcaduz, El viaje de Egeria,
de Aquino y su tiempo
pero Dios tiene otro camino para ella. A los cuarenta y tres
años le ordena que escriba sus visiones. Y, a partir de ese La peregrina hispana del siglo IV
EDICIONES PALABRA
Madrid
Colección: Arcaduz
Santa Hildegarda
de bingen
Mística y visionaria alemana del siglo XII
Doctora de la Iglesia
ARCADUZ
A mi madre,
por su apoyo y paciencia.
Dejar que entre la luz. Ese es su ruego silen-
cioso, el que veo en sus ojos cansados. Corro a
retirar la tupida cortina y me vuelvo hacia ella.
Sonríe con la mirada. Con todo su rostro surcado
de arrugas. En cada una se vislumbra su vida y
se presiente la muerte, que sobrevuela silenciosa
sobre el camastro, rondando su pecho cada vez
que inspira.
El olor de las hierbas que se consumen en el
sahumerio hace que el aire sea aún más ligero,
cristalino como el agua de un manantial. Ese so-
plo frágil llega a sus pulmones, agotados, pesa-
dos, anclando su cuerpo a la tierra. Una roca
firme en lo alto del monte.
Pero ella quiere irse. Aunque su carne está
paciente, su espíritu tiene prisa por partir.
Me siento a su lado. Echo de menos su pene-
trante voz. Hace ya horas que no ha dicho pala-
bra, ni siquiera una queja. ¡Qué silencio tan cá-
lido! ¡Cómo me acerca a ella! Comprendo ahora
que soy su hija, que en espíritu me ha engen-
drado.
—Matilde.
Doy un respingo. Mi nombre ocupa toda la
estancia. Ha surgido de su boca con la fuerza de
un vendaval.
—¿Qué necesitas?
—Voy muriendo, hija. Pronto me iré. ¡Y lo
deseo! Pero queda tanto por decir.
Y abre sus ojos. ¡Cuánta luz! ¡Cuánta vida es-
crita para que yo la descubra! Entonces leo en su
mirada. Y la primera palabra que vislumbro, es
su nombre: Hildegarda.
PRIMERA JORNADA
DESPERTAR
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Ana muncharaz
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santa hildegarda
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Ana muncharaz
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santa hildegarda
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Ana muncharaz
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santa hildegarda
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Ana muncharaz
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santa hildegarda
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Ana muncharaz
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santa hildegarda
salmo 8.
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santa hildegarda
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santa hildegarda
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santa hildegarda
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Ana muncharaz
das por el viento, los hermosos colores con los que se vis-
ten al llegar el otoño. Mi corazón se alegra con solo pensar
que ahora he de ir al huerto. Ya imagino mis manos mi-
mando las verduras que nos alimentan, arrancando malas
hierbas, extrayendo las raíces con las que elaborar un-
güentos y brebajes.
Al salir del scriptorium me cruzo con varias hermanas
que se dirigen a él para copiar pergaminos. Atravieso el
monasterio con la cabeza enfrascada en mis próximas la-
bores.
El sol avanza paso a paso cuando llego al huerto.
Siento cómo las plantas recogen su luz, alimentándose vo-
races. Y enseguida me arrodillo, me arremango, las toco,
dispuesta a hablar con ellas, atenta a sus necesidades. En-
tonces, durante unos segundos, me invade una sensación
tan fuerte de desamparo y tristeza que creo estar fuera del
mundo, fuera del tiempo. La echo de menos, su viejo
cuerpo apoyado en el báculo, su poderosa voz indicán-
dome el camino para llegar, sin dañarla, a la raíz más pro-
funda y extraerla de la tierra.
Vuelvo el rostro en dirección a su celda. Mi mirada es-
quiva los árboles frutales, penetra las piedras, camina por
el claustro y atraviesa puertas. Llega al pie de su lecho y la
observa. Quieta, en silencio. Vuelta hacia los años en que
era una niña, dando de nuevo los primeros pasos. Siempre
a la espera de lo que vendrá.
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