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Tú: Coma: Marilyn Monroe

El Rapto de la Novia. Al mediodía, cuando ella despertó, Tallis estaba sentado en la silla de metal
junto a la cama, los hombros apretados a la pared como si tratase de poner la máxima distancia
posible entre él y la luz del sol que aguardaba en el balcón como una trampa. Habían pasado tres
días desde que se encontraran en el planetario de la playa, y no había hecho otra cosa que pasearse
midiendo las dimensiones del apartamento, construyendo desde dentro una suerte de laberinto. Ella
se sentó, advirtiendo la ausencia de movimientos y sonidos. Él había traído consigo una inmensa
quietud. A través de ese silencio helado las paredes blancas del apartamento se alzaban en planos
arbitrarios. Ella empezó a vestirse, notando que él no dejaba de mirarla.
Fragmentación. Esa temporada en el apartamento fue para Tallis un período de creciente
fragmentación. Por una especie de lógica negativa, unas vacaciones sin sentido lo habían llevado a
ese pequeño lugar en el banco de arena. Había pasado horas sentado a las mesas de las cafeterías
cerradas, vestido con un descolorido traje de algodón, pero los recuerdos de la playa eran ya
borrosos. Los edificios vecinos ocultaban el alto muro de las dunas. La joven dormía la mayor parte
del día en el apartamento silencioso, y los volúmenes blancos de los cuartos se extendían alrededor.
La obsesionaba, sobre todo, la blancura de las paredes.
La Muerte Blanda de Marilyn Monroe. De pie, mientras se vestía frente a él, el cuerpo de Karen
Novotny parecía tan liso y templado como esos planos inmóviles. Y con todo, un desplazamiento
temporal secaría los intersticios blandos, dejando las paredes como pizarra raspada. Recordó el
"Rapto" de Ernst: la piel sin huesos de Marilyn, los pechos de piedra pómez, los muslos volcánicos,
el rostro de ceniza. La novia viuda del Vesubio.
Divisibilidad Indefinida. Al principio, cuando se encontraron en el planetario desierto entre las
dunas, él se aferró a la presencia de Karen Novotny. Había estado vagando todo el día entre las
colinas de arena, intentando escapar de los edificios de apartamentos que se alzaban en la distancia
por encima de las crestas en disolución. Las faldas opuestas, inclinadas hacia el sol en todos los
ángulos como un inmenso yantra hindú, estaban marcadas con las cifras borrosas de los pies que
habían resbalado en la arena. Desde la terraza de cemento a la entrada del planetario, la joven del
vestido blanco lo miró con ojos maternales, mientras él se acercaba.
La Superficie de Enneper. A Tallis lo sorprendieron en seguida los insólitos planos del rostro de la
joven, que se intersectaban como las dunas de alrededor. Cuando ella le ofreció un cigarrillo él le
aferró involuntariamente la muñeca palpando la conjunción del cubito y el radio. La siguió por las
dunas. La joven era una ecuación geométrica, el modelo demostrativo de un paisaje. Los pechos y
las nalgas parecían ilustrar la superficie de Enneper en una curva negativa constante, el coeficiente
diferencial de la pseudo-esfera.
Espacio y Tiempo Falsos del Apartamento. Esos planos encontraron un equivalente rectilíneo en
el apartamento. Los ángulos rectos entre las paredes y el techo sostenían un sistema temporal
válido, expresando un infinito de aburrimiento simétrico nada parecido a la sofocante cúpula del
planetario. Observó a Karen Novotny que se desplazaba de una habitación a otra, relacionando los
movimientos de los muslos y las caderas de ella con las arquitecturas del suelo y el cielo raso. Esa
muchacha de miembros frescos era un módulo; multiplicándola en el espacio y el tiempo del
apartamento, él obtendría una unidad válida de existencia.
Suite Mental. Recíprocamente, Karen Novotny descubrió en Tallis una expresión visible de su
propio estado de abstracción, esa creciente entropía que había empezado a ocupar su existencia en
aquel lugar de veraneo, abandonado desde el fin de la temporada. Desde hacía días advertía en ella
misma una impresión de descorporización creciente, como si los miembros y los músculos no
frieran allí otra cosa que los límites residenciales del cuerpo. Cocinó para Tallis y le lavó el traje.
Miró por encima de la tabla de planchar la figura alta, en ajustada relación con los ángulos y
dimensiones del apartamento. El acto sexual fríe luego una comunión dual entre ellos mismos y el
continuo de tiempo y espacio que ocupaban.
El Planetario Muerto. Bajo un suave cielo equinoccial, la luz matutina se derramaba sobre el
cemento blanco de la entrada del planetario. Cerca de los estanques de barro agrietado, la ruinosa
cúpula del planetario y los pechos corroídos de Marilyn Monroe aparecían invertidos. En los
distantes bloques de apartamentos casi ocultos por las dunas nada se movía. Tallis esperó en la
terraza desierta del café, junto a la entrada, raspando con una cerilla usada los excrementos de
gaviota que habían caído sobre las mesas verdes de metal, a través del toldo andrajoso. Se levantó
cuando el helicóptero apareció en el cielo.
Un Cuadro Silencioso. El Sikorski dibujó unos círculos mudos sobre las dunas, agitando la arena
fina con las aspas. Aterrizó en una depresión poco profunda a quinientos metros del planetario.
Tallis avanzó. El doctor Nathan bajó del aparato, pisando la arena con pies inseguros. Los dos
hombres se dieron la mano. Después de una pausa en la que escrutó a Tallis de cerca, el psiquiatra
se puso a hablar. Boqueó en vario unos instantes; los ojos clavados en Tallis. Se detuvo y luego
empezó otra vez con un esfuerzo, moviendo los labios y la mandíbula en espasmos exagerados,
como si intentara sacarse de los dientes algún residuo gomoso. Luego de varias pausas, sin haber
conseguido emitir un solo sonido, se volvió y regresó al helicóptero. El aparato se elevó en silencio
hacia el cielo.
Aparición de Coma. Ella lo esperaba en la terraza del café, y mientras él se sentaba le dijo: -
¿Sabes leer el movimiento de los labios? No te preguntaré lo que estaba diciendo. -Tallis se reclinó,
las manos en los bolsillos del traje recién planchado.- Ahora acepta que estoy bastante cuerdo,
aunque hoy el significado de la palabra parece cada vez más ambiguo y restringido. El problema es
geométrico: qué sentido tienen en verdad todos estos planos y pendientes. -Miró los pómulos
anchos de Coma. Cada día se parecía un poco más a la estrella de cine muerta. ¿Qué código sería
capaz de ajustar ese rostro y ese cuerpo al apartamento de Karen Novotny?
Arabesco de Dunas. Más tarde, caminando por las dunas, vio la silueta de la bailarina. El cuerpo
musculoso, cubierto con pantalones ceñidos y un suéter blanco, parecía casi invisible contra la arena
sinuosa, y se movía como un fantasma subiendo y bajando las crestas. Vivía en el apartamento
opuesto al de Karen Novotny y cada día salía a ensayar entre las dunas. Tallis se sentó en el techo
de un coche enterrado en la arena. Miró cómo ella bailaba, convertida en una cifra fortuita que
trazaba su propia firma entre los declives de tiempo de ese yantra en disolución, símbolo de una
geometría trascendente.
Impresiones de África. Una orilla baja; aire lustroso como ámbar; grúas y embarcaderos sobre el
agua parda; la geometría plateada de una fábrica de petroquímica, un vórtice de cubos y cilindros
sobre el escenario distante de las montañas; una sola esfera Horton, globo enigmático atado a la
arena fundida con riendas de acero; la claridad única de la luz africana; mesetas estriadas y
bastiones almenados; la ilimitada geometría neural del paisaje.
La Persistencia de la Playa. Los flancos blanquecinos de las dunas le recordaron los inacabables
paseos del cuerpo de Karen Novotny, diorama de carne y montículos; las amplias avenidas de los
muslos, las plazas de la pelvis y el abdomen, las enclaustrantes arcadas del vientre. Esa
superposición del cuerpo de Karen Novotny y el paisaje de la playa borraba de algún modo la
identidad de la joven dormida en el apartamento. Caminó por los contornos desplazados del
cinturón pectoral. ¿Qué tiempo podría ser extraído de las faldas y declives de esa musculatura
inorgánica, de los planos a la deriva de ese rostro?
La Asunción de la Duna de Arena. Aquella Venus de las dunas, virgen de las pendientes del
tiempo, se elevó por encima de Tallis en el cielo meridiano. La arena porosa, que recordaba las
paredes corroídas del apartamento, y los pechos de piedra pómez y los muslos de ceniza de la
estrella de cine muerta, se desvaneció en el viento a lo largo de las crestas.
El Apartamento: Tiempo y Espacio real. Tallis comprendió que las blancas paredes rectilíneas
eran aspectos de esa virgen de las dunas cuya asunción él había presenciado. El apartamento era la
caja de un reloj, una extrapolación cubicular de los planos faciales del yantra, los pómulos de
Marilyn Monroe. Las paredes temperadas congelaban la pena rígida de la actriz. Él había venido a
resolver ese suicidio.
Asesinato. Tallis se detuvo detrás de la puerta de la sala, protegiéndose los ojos de la luz que
llegaba desde el balcón, y consideró el cubo blanco del cuarto. Karen Novotny lo cruzaba a
intervalos, en una secuencia de actos aparentemente casuales. Ya estaba confundiendo las
perspectivas de la habitación, transformándola en un reloj dislocado. Descubrió a Tallis detrás de la
puerta y fue hacia él. Tallis esperó a que se marchara. La figura de ella interrumpió la conjunción de
las paredes en el rincón de la derecha. Segundos después, esa presencia se convirtió en una intrusión
insoportable en la geometría temporal de la habitación.
Epifanía de esta muerte. Imperturbables, las paredes del apartamento contenían el rostro sereno de
la estrella de cine, el tiempo mitigado de las dunas.
Partida. Cuando Coma llamó a la puerta del apartamento, Tallis se levantó de la silla junto al
cuerpo de Karen Novotny. -¿Estás listo? —preguntó ella. Tallis empezó a bajar las persianas—.
Cerraré todo; es posible que nadie venga en todo un año. -Coma se paseaba por la sala.- Esta
mañana vi el helicóptero. No aterrizó. —Tallis desconectó el teléfono detrás del escritorio de cuero
blanco.- Quizás el doctor Nathan se ha dado por vencido. -Coma se sentó junto al cuerpo de Karen
Novotny. Miró a Tallis, que señaló el rincón: — Ella estaba ahí de pie, en el ángulo de las paredes.

Parte cuatro de La exhibición de atrocidades de JG Ballard. 1969. Editada en español por Minotauro, 1970.
Traducción de Marcelo Cohen y Francisco Abelenda, seudónimo de Paco Porrua, editor genral del sello.

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