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CIUDADANÍA Y DERECHOS

DE LOS CONSUMIDORES: NUEVOS RETOS


DE LA DEMOCRACIA COSTARRICENSE
Juany Guzmán León

INTRODUCCIÓN

Las preguntas que se plantean en estas páginas refieren a situar los com-
plejos vínculos que se establecen entre el sistema político y el económico de las
democracias contemporáneas. En efecto, el contexto de la globalización ha
puesto en evidencia más palpable que nunca los desafíos que enfrentan las de-
mocracias en sociedades de mercado. El ejercicio de la ciudadanía como indi-
cador de la democracia, se ha vuelto particularmente complejo si refiere ya no
solamente a incidir en la toma de decisiones sobre quién gobierna y las políti-
cas públicas que orientan el desarrollo nacional, alcance por lo demás que las
mismas democracias han logrado de manera muy desigual; sino también, lo que
implica ejercer la defensa de los derechos ciudadanos ante el mercado, en la
vertiginosa dinámica de los bienes y servicios que garantizan o impiden final-
mente el disfrute del bienestar, que constituye sin duda la gran expectativa ge-
nerada por la democracia.
Desde esta perspectiva, los siguientes apuntes se proponen alrededor de
cuatro ejes de discusión. Al primero se le ha llamado el fin de la autonomía de
lo político, el segundo lo situamos en el binomio ciudadano-consumidor, el ter-
cero en la relación entre democracia, derechos y participación, adicionando por
último algunas consideraciones finales.

EL FIN DE LA AUTONOMÍA DE LO POLÍTICO

Los debates sobre la transición a la democracia, que lideraron el análisis


político de los años ochenta, estuvieron permeados por la necesidad de identi-
ficar y resaltar la que podríamos llamar, la autonomía de lo político. Sin lugar
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a dudas, el éxito de las transiciones a la democracia en prácticamente todas las


regiones que en su momento Huntington llamó “la tercera ola”, se vio favore-
cida por la preeminencia que logró adquirir, desde la academia y desde las éli-
tes políticas, la idea de que la democracia, ante todo, refería a un conjunto de
reglas de juego que permitían establecer nuevos espacios para el diálogo y los
acuerdos sobre la sociedad que se quería construir, como forma alternativa a la
vía armada de resolución de los conflictos. Esto es particularmente cierto si
volvemos nuestros ojos a la región centroamericana. El paradigma de la auto-
nomía de lo político, posibilitó la transición a la democracia. Y en buena hora,
pues mientras se mantuvo la discusión entre democracia real y democracia for-
mal, no fue posible detener la guerra. En cambio, cuando adquirió fuerza la
idea de democracia como proceso, como construcción, se apostó por darle una
oportunidad a las reglas del juego democrático.
Más aún, podría afirmarse que, en el caso de Costa Rica, la transición a la
democracia de sus países vecinos, ha sido enormemente influyente para anali-
zar el sistema político vigente en el país, reconocido por su misma tradición de-
mocrática. En efecto, mientras la guerra regía los destinos de la región, Costa
Rica se miraba en el espejo de sus vecinos. Sin embargo, no es sino en cuanto
estos empiezan a ensayar las reglas del juego democrático, que Costa Rica em-
pieza a mirarse a sí misma. Y se da cuenta de otras cosas. De que probable-
mente se la conoce en el mundo porque no tiene ejército, disfruta de estabilidad
política y social, y por supuesto es un ejemplo en cuanto a la regulación de los
procesos electorales, que son la puerta de entrada al salón de los democráticos.
Eso no es lo nuevo. Lo nuevo que empieza a aflorar en el debate nacional es,
precisamente, que eso no es suficiente. Que el secreto residía en que Costa Ri-
ca, durante más de treinta años, había logrado acuerdos fundamentales entre el
sistema político y económico que hacían “sostenible” la democracia.
La crisis de 1982, de causas internas y externas, pone en evidencia, por
primera vez en Costa Rica, que se han roto esos vínculos, que han cambiado.
Es en este contexto que empieza a hablarse sobre la idea del “agotamiento del
modelo”. La derecha, la izquierda, el centro. Analistas y políticos coincidían
en el agotamiento del modelo. Lo interesante es que, en el escenario de la con-
vulsa Centroamérica de entonces, se hacía una separación tajante entre los sis-
temas político y económico: no, las reglas de juego democrático están perfec-
tamente; es el modelo de desarrollo económico el que está agotado.
La década de los noventa de algún modo cuestionó estas aproximaciones
y se constituyó en arena en la cual fue más visible que nunca la relación entre
dos palabras clave, una de las cuales casi cayó en desuso porque se la asociaba
al modelo desarrollista de los cincuenta/setenta. Me refiero al binomio demo-
cracia- bienestar. Ese fue el secreto a voces que salió a la luz con toda su fuer-
za en la última década: el éxito de la democracia en Costa Rica radicaba en que
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estaba unida a condiciones de bienestar. Sin embargo, con el fin de la guerra en


Centroamérica, Costa Rica se dio cuenta de que habían cambiado las coordena-
das de ese binomio en el país. Las políticas de estabilización y ajuste estructu-
ral de los ochenta no habían recuperado ni mucho menos el ingreso real de la
población y por si fuera poco, el deterioro de los servicios públicos empezó a
hacerse palpable en todos los ámbitos, empezando por los más preciados en el
país: la educación y la salud.
Se hizo patente que la democracia no parece requerir del bienestar para
surgir, pero sí desde luego lo exige para mantenerse y crecer. Si el ejercicio de
la democracia no avanza en la dirección del bienestar, se produce la emergen-
cia de protestas de la población contra los profesionales de la política a quienes
ha nombrado como sus representantes para que lideren la gestión pública del
desarrollo nacional. Y es entonces donde se empieza a conocer más a fondo el
juego de poder que vincula el sistema político y económico de manera ineludi-
ble. Los años noventa, demostraron que las democracias actuales se desarrollan
en sociedades abiertas de mercado, las que, en el contexto de la globalización,
se rigen por disposiciones de ámbito mundial, que desafían a los Estados nacio-
nales en cuanto al margen de maniobra en la toma de decisiones y en la defini-
ción de las prioridades para el desarrollo.
Desde esta perspectiva, las élites políticas y con mayor razón las de países
pequeños como el nuestro, parecen entrampadas entre, por una parte, la capaci-
dad de establecer alianzas aperturistas (que se realizan mediante legislación, de-
sarrollo institucional y, en general, formulación de políticas públicas), alianzas
hoy llamadas de manera ambigua “estratégicas”, que les permitan de algún mo-
do insertarse en el mapa mundial de la globalización económica; y, por otra par-
te, atender a las demandas crecientes de la población que dice no sentir que sus
intereses, que son los intereses del bienestar, sean efectivamente protegidos por
sus representantes. Hasta hace poco, las élites políticas parecían haber optado
claramente por la vía de las alianzas, y el tema de la representación y de las de-
mandas no les quitaba el sueño.
La situación ha cambiado, no obstante, en los últimos años. Probablemen-
te sea la creación de la Sala Constitucional en 1989, la que marca la que podría-
mos llamar la apertura del sistema político en lo interno, consecuencia de una
exigencia insoslayable de la ciudadanía carente de espacios de canalización de
sus demandas. A la conocida Sala IV la suceden instancias del más diverso sta -
tus jurídico y político, como la Defensoría de los Habitantes, la Autoridad Re-
guladora de los Servicios Públicos, las Contralorías de Servicios, el Tribunal
Ambiental Administrativo y la Comisión Nacional del Consumidor. A ello se
une el renovado interés por fortalecer órganos e instituciones del gobierno, co-
1
mo la Procuraduría y la Contraloría General de la República .
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Lo interesante de señalar, es que todas estas innovaciones en el sistema


político e institucional del país, coinciden en la necesidad de una participación
activa de la ciudadanía en la toma de decisiones públicas que la afectan, así co-
mo en la posibilidad de que ejerza la vigilancia respecto del cumplimiento del
compromiso adquirido por sus representantes electos democráticamente. No es
casual que ello a su vez coincida con diversas acusaciones de corrupción en que
se han visto salpicadas las instituciones públicas, diversos grupos empresariales
y los partidos políticos. Estos últimos hoy considerados en Costa Rica, como
en muchos otros países, intermediarios insuficientes en el diálogo sociedad y
Estado, y a los que se les exige también cambios en sus estructuras y funciona-
miento, y renovación de su compromiso democrático.
Estas condiciones obligan a conocer nuevas experiencias de participación
ciudadana, de vigilancia de las instancias públicas y privadas que lideran el de-
sarrollo nacional, así como de propiciar las bases para una cultura de rendición
de cuentas, que han descuidado las élites políticas y económicas, aun en los paí-
ses con tradición democrática. Pero ello requiere también un proceso educati-
vo para una amplia porción de la ciudadanía cuyo concepto de participación po-
cas veces ha sobrepasado el que se ejerce mediante el voto, en el caso de Cos-
ta Rica cada cuatro años el primer domingo de febrero, en que se convocan si-
multáneamente a elecciones presidenciales, legislativas y municipales.
Hay que destacar en este punto el aprendizaje que Costa Rica está experi-
mentando en diversos ámbitos, como lo constituye el surgimiento de nuevos
partidos políticos, de ámbito nacional, y probablemente la mayor novedad en
esta dirección, de partidos de ámbito municipal. A ello se unen las reformas le-
gislativas que reconocen las demandas ciudadanas por el fortalecimiento de los
gobiernos y el desarrollo local, y que propician una relación más “horizontal”
2
de la población con las instancias de decisión pública .
Por lo demás, la integración de organizaciones sociales “de nuevo tipo”
comprometidas con intereses que develan los desafíos de la democracia costa-
rricense, como el Comité de Defensa de la Institucionalidad o el Foro Autóno-
mo de Mujeres, dan cuenta de las exigencias por identificar nuevas formas de
participación política, entendidas éstas como incidencia en la toma de decisio-
nes y en las orientaciones del desarrollo. Finalmente, el debate sobre reformas
electorales, que enfrenta en la actualidad la Asamblea Legislativa, llama la aten-
ción sobre un conjunto de propuestas que apuntan a una mayor apertura hacia
la ciudadanía por parte de los partidos y del juego democrático por excelencia,
3
como lo es la competencia electoral . Las reformas constitucionales que pue-
dan derivarse de todo ello, evidencian un momento de particular importancia
para la democracia costarricense.
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EL CIUDADANO CONSUMIDOR

Como lo indica García Canclini, “en un tiempo en el que las campañas


electorales se trasladan de los mítines a la televisión, de las polémicas doctrina-
rias a la confrontación de imágenes y de la persuasión ideológica a las encues-
tas de marketing es coherente que nos sintamos convocados como consumido-
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res aun cuando se nos interpele como ciudadanos” .
En efecto, los conceptos de consumidor y ciudadano en el albor del siglo
XXI presentan límites muy desdibujados, toda vez que el contexto de la globa-
lización ha abierto una compleja red entre las dinámicas sociales, económicas,
políticas y culturales, en la cual las relaciones entre lo público y lo privado, el
Estado y el mercado, los Estados nacionales y sus sociedades, han modificado
sustantivamente sus vínculos de interacción y sus ámbitos de acción se entre-
mezclan en todas direcciones.
Las aproximaciones unidireccionales han sido invalidadas por la historia
reciente.
Para el pensamiento neoliberal, el mercado resuelve y redefine los límites
de esas relaciones. No obstante, la experiencia de la globalización ha mostra-
do que las maneras diversas en que incorpora a distintas naciones y distintos
sectores dentro de cada nación, su trato con las culturas locales y regionales, no
puede ser pensado como si sólo buscara homogeneizarlas. Muchas diferencias
nacionales persisten bajo la transnacionalización, pero además el modo en que
el mercado reorganiza la producción y el consumo para obtener mayores ganan-
cias y concentrarlas, convierte esas diferencias en desigualdades. Por otra par-
te, hasta hace algunos años, se planteaba la institucionalidad política como al-
ternativa. Sea por el mercado, o porque se traicionó a sí misma, el descrédito
en que se ha sumido la dinámica política en muchos de nuestros países, corre
paralelamente al “comercio” del juego electoral y de la gestión pública, con sus
cuotas de publicidad, espectáculo y corrupción. En este contexto es que ha ad-
quirido enorme vigencia el debate sobre el ejercicio de la ciudadanía (García
Canclini, 1995, 129; Bovens, 1998).
Es importante llamar la atención que para vincular los conceptos de con-
sumo y ciudadanía, es preciso superar las nociones que supongan el comporta-
miento de los consumidores como predominantemente irracionales, así como
el de los ciudadanos actuando en función de la racionalidad de los principios
ideológicos. En efecto, se piensa a menudo el consumo como lo suntuario,
donde los impulsos primarios de los sujetos podrían ordenarse con estudios de
mercado y técnicas de publicidad. A su vez, se reduce la ciudadanía a una
cuestión política, en torno a la cual la gente vota y actúa ante los asuntos pú-
blicos sólo por sus convicciones individuales y su razonamiento en los deba-
tes de ideas.
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El supuesto de este ensayo coincide con la perspectiva que recupera aque-


lla visión del consumo como el mecanismo mediante el cual, al seleccionar cier-
tos bienes y servicios, definimos lo que consideramos públicamente valioso y
las maneras en que nos integramos y nos distinguimos en la sociedad (García
Canclini, 1995, 129). Mientras que el ejercicio de la ciudadanía refiere a deci-
dir cómo se producen, se distribuyen y se usan esos bienes.
Sin embargo, cuando se reconoce que al consumir también se piensa, se
elige y reelabora el sentido social, hay que analizar cómo interviene esta área
de apropiación de bienes y signos en formas más activas de participación que
las que se colocan habitualmente bajo el rótulo de consumo. Se hace así perti-
nente la pregunta de si al consumir no estamos haciendo algo que sustenta, nu-
tre y hasta cierto punto constituye un nuevo modo de ser ciudadanos. En otras
palabras, es el tránsito del ciudadano como representante de una opinión públi-
ca, claramente situado en unos límites establecidos por el Estado nacional, y te-
niendo como intermediarios los partidos políticos, sindicatos y asociaciones de
base, al ciudadano como consumidor interesado en disfrutar de una cierta cali-
dad de vida con reconocimiento de la diversidad y nuevas fronteras abiertas por
quienes irónicamente usualmente se presentan como opositores: la práctica de
la democracia y la globalización imperante.

DEMOCRACIA, DERECHOS Y PARTICIPACIÓN

En este punto se enlaza la idea del ejercicio de la ciudadanía que deviene


en una exigencia a la democracia, pero también desde ella. Es decir, que es un
reto que han puesto en la agenda internacional precisamente los países con ex-
periencia democrática. La democracia visibiliza los derechos y al sacarlos a la
superficie genera expectativas de reconocimiento efectivo. La democracia se
exige a sí misma, por eso el ejercicio de la ciudadanía no puede ser estático ni
ahistórico. De ahí que desborda los límites de quien es ciudadano según la
constitución y los sistemas jurídicos en cada país. Si el ejercicio de la ciudada-
nía refiere a la capacidad de incidir en la toma de decisiones de los asuntos que
le afectan, en el contexto de la globalización los habitantes de un país democrá-
tico tienen el derecho y también el deber de exigir participar en los procesos que
garantizan la adquisición y calidad de los bienes y servicios que propicien su
bienestar. Nos referimos entonces al ciudadano-consumidor (Midlarsky, 1997;
Bovens, 1998). En este sentido, la persistencia de las desigualdades y de la
apropiación de la toma de las decisiones por parte de unas élites cada vez más
cerradas, apelan a la organización de los ciudadanos como estrategia a fin de
constituirse en barrera de denuncia y contención, del juego de privilegios y ex-
clusiones que conviven en los sistemas políticos y económicos de las democra-
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cias contemporáneas. En Estados Unidos, país pionero en la protección del


consumidor, es posible observar cómo el desarrollo de las organizaciones de los
consumidores, que se iniciaron fundamentalmente como reacción o coraza fren-
te a los abusos y exclusiones del mercado, hoy han avanzado hacia un reclamo
explícito de interpelación a la democracia (daily democracy), que sitúa los pun-
tos de intersección entre ciudadano y consumidor, apuntando justamente a un pa-
pel más activo: de vigilancia permanente e incidencia en la toma de decisiones.
En cualquier caso, no hay que olvidar que, desde la Declaración de los De-
rechos del Consumidor en el conocido Mensaje Kennedy al Consumidor en el
año 1962, incluyendo los derechos de: a) seguridad, b) información, c) posibi-
lidad de elegir entre una variedad de productos y servicios a precios competiti-
vos, y d) una oportunidad de ser escuchado por parte del Gobierno en la formu-
lación de la política del consumidor, se encierran demandas centrales de toda la
vida en democracia:

• El derecho a la seguridad. Que inicia con garantías de integridad física,


seguridad personal, hasta llegar a seguridad jurídica (registral, institucio-
nal, etcétera).
• El derecho a la información, con todas las implicaciones que ello tiene en
transparencia, veracidad y oportunidad de la toma de decisiones y de la
gestión pública.
• El derecho a elegir y a ser electo. El de un escenario de pluralismo que
reconozca el marco de la diversidad de intereses: de género, de edad, ét-
nicos, culturales, entre otros.
• El derecho a participar, que implica no sólo el de acceder y pertenecer al
sistema sociopolítico, sino también el derecho a participar en la reelabo-
ración de ese sistema, el derecho a definir aquello en lo que queremos es-
tar incluidos.

La sociedad costarricense ha abierto un debate que prácticamente nadie


puede eludir, que refiere al de la participación ciudadana como responsabilidad
cívica por la democracia. Ya no solamente como un derecho, sino también co-
mo un deber, como una responsabilidad ciudadana.
En la era de la comunicación, el nivel de información de la ciudadanía ha
transformado sustantivamente las relaciones con sus representantes en el Esta-
do y sus proveedores en el mercado. Al menos sabe cuándo no está informada
y que si no lo está es porque se le está negando la información, no porque no
existan los medios para transmitirla. En Costa Rica, la organización de la so-
ciedad sigue siendo muy dependiente del Estado, en términos de recursos eco-
nómicos y técnicos. Hay espacios que se están abriendo, pero todavía incipien-
tes, de formas alternativas de organización que interpelan a las instituciones pú-
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blicas y a las empresas privadas a un reconocimiento efectivo de sus derechos.


Que no es ocasionado solamente por no sentir representados sus intereses. Es
que también tienen nuevos intereses y quieren debatirlos y que ese debate sea
tomado en cuenta en la toma de decisiones. Es parte de la democracia delibe-
rativa a que se refiere Habermas, pero no apela solamente al Estado, también a
las empresas. A esa red compleja de relaciones que propicia o limita las condi-
ciones de bienestar. Sin embargo, estamos todavía ante un camino largo por re-
correr, que es en primera instancia un camino de educación ciudadana.

OBSERVACIONES FINALES

La democracia, considerada como el mayor logro de la sociedad contem-


poránea para la defensa efectiva de los derechos humanos, tiene algo y mucho
que decir respecto de los bienes y servicios que necesita la población para me-
jorar su calidad de vida y avanzar en las condiciones de bienestar. La principal
expectativa que genera la democracia, al promover los derechos humanos, es la
reducción de las desigualdades y el logro del bienestar. La ciudadanía elige un
grupo de representantes para alcanzar estos objetivos.
El desafío que enfrentan así las democracias es que o fortalecen el bino-
mio demandas ciudadanas/respuesta institucional, o condenamos la democracia
a un estancamiento que en la dinámica cotidiana acumula procesos no democrá-
ticos cada vez mayores que constituyen una seria amenaza a la reversibilidad.
Ese es un temor que la democracia no debería perder nunca. Este no es un te-
mor negativo, es un temor constructivo. Es un temor que deriva en la necesi-
dad y exigencia de información sobre qué está pasando en la sociedad, cómo se
están gastando los dineros de los impuestos, cuántas personas asisten a la escue-
la y cuántas están vacunadas contra las enfermedades previsibles. Al cuestio-
nar los partidos políticos, no se trata de negar su importancia en el funciona-
miento de la democracia, sino de saber si hay algo de nuevo en ellos que pudie-
ra cambiar la justificada percepción de que tienen mucho de acusaciones de co-
rrupción y poco de proyectos de desarrollo.
La relación entre democracia y bienestar deviene hoy más que nunca in-
dispensable en las sociedades con tradición democrática: la democracia gene-
ra expectativas y el compromiso de cumplirlas.
La persistencia de las desigualdades es una interpelación que alude a to-
dos los actores sociales en las democracias contemporáneas. Nadie puede dar-
se por desentendido. Democracia y desigualdad sigue siendo una contradicción
que la debe mantener alerta sobre sus propios límites y alcances. Le recuerda
que es un proceso en permanente construcción. Que ha asumido un compromi-
so con la historia y debe cumplirlo.
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NOTAS

1. Para ampliar sobre estos temas: Mauricio Araya y otros, Mecanismos de control
político en Costa Rica. Memoria de Seminario de Graduación de Licenciatura en
Ciencias Políticas. Universidad de Costa Rica, 1998.

2. Un análisis de casos sobre los alcances de esta experiencia en: Sergio Araya y
otros, Procesos de descentralización en la década de los años 90. Límites y espa -
cios para la participación ciudadana. Memoria de Seminario de Graduación para
Licenciatura en Ciencias Políticas. Universidad de Costa Rica, 1999.

3. En el Foro sobre Reformas Electorales (18-20 de noviembre de 1999), convocado


por la misma Asamblea Legislativa, el Tribunal Supremo de Elecciones y la Fun-
dación Friedrich Naumann, se han discutido recientemente los alcances de tales re-
formas.

4. García Canclini, Consumidores y ciudadanos. México: Editorial Grijalbo, 1995.


El planteamiento que se propone en los siguientes párrafos comenta la reflexión
planteada por el autor en el capítulo de dicho libro titulado “Consumidores del si-
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