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Reseña: Crónicas Marcianas (Ray Bradbury, 1950)

Patricio Bravo A
pato.bravo.84@gmail.com.
arcalaus.blogspot.com

Reconozco que empecé a leer a Ray Bradbury cuando ya estaba en la universidad. Craso error,
que espero que no cometan. Mientras antes empiecen con él, mejor. Ray es un escritor cuyo estilo es
perfecto para acompañar las largas tardes muertas de noviembre, o esos fines de semana lánguidos de
junio, de los cuales tuve muchos (y aún sigo teniendo a veces) en la vida.

He vuelto a ver hace poco tiempo Viaje a la Luna, de Géorges Méliès (1904), la primera
película de ciencia ficción de la historia del cine. En la escena final de dicha obra, los científicos -que a
su llegada a la Luna habían matado a varios aborígenes sin motivo más que su miedo, lo que motivó su
regreso de vuelta a la Tierra, son finalmente condecorados por la Academia de Ciencias y aclamados
por la multitud como héroes, mientras que el selenita que queda atrapado en el viaje de regreso se
muestra atado a una soga, sometido, bailando y haciendo reír a las masas tras lo cual puede verse un
enorme monumento a la Ciencia, que aplasta con su pie a la luna, herida con la famosa bala de cañón
en su ojo derecho. Perfecta alegoría de esa verdad escondida bajo la piel humana que habla de que,
desde que hay interés en otras civilizaciones, estamos destinados por un ánimo casi parecido al instinto
a someterlas y humillarlas.

Hago esta referencia porque ver la barbarie en el nombre del progreso en esta película ha sido
un maravilloso complemento al leer (y releer) esta obra maestra de la literatura del siglo XX. Crónicas
Marcianas es un conjunto de narraciones donde hay historias sobre los primeros exploradores terrestres
del espacio, hombres que nos recuerdan a Balboa, Pizarro y Valdivia mientras escrutan, hacen sentir su
dominio y, finamente, desaparecen ahogados por el peso de sus misiones. Pero no sólo hay historias de
conquista: hay historias que llevan envuelta la sucesión de muchos fracasos individuales que, sin
embargo, dejan en el corazón de quienes las leen, una pequeña esperanza en la humanidad. Hay
también historias de hombres y mujeres que huyen de la inescrutable naturaleza de las masas humanas,
terribles entes depredadores de la sencillez de la igualdad y sus pequeños detalles, buscando para ello
refugio en las suaves y resecas colinas de Tyrr, que es como los marcianos llaman a su mundo. Las
pequeñas y grandes luchas de los personajes que se suceden en cada relato nos muestran, además, la
cotidianeidad de Marte, colonizada tras la casi completa extinción de sus habitantes originarios, en un
hermoso y terrorífico paralelo de la invasión y conquista de los continentes americano y africano.

Me gusta la estructura de las historias, donde vemos paso a paso la crónica de una muerte
anunciada, para ambas civilizaciones. En los primeros relatos vemos que los marcianos son,
ciertamente, seres extraños y potencialmente peligrosos para nosotros. Nos dolemos de los fracasos que
una y otra vez sufren las primeras expediciones terrestres, las cuales perecen de los modos más
increíbles e interesantes, recordándonos la fragilidad del ser humano fuera de su entorno. Los
marcianos, con sus capacidades telepáticas y su soberbia de creerse la única raza inteligente del sistema
solar, hacen de su mente un arma de doble filo, que si bien los protege y defiende exitosamente también
contiene la arrogancia que les hace subestimar los esfuerzos humanos, dejando pasar detalles muy
importantes, error que les traerá terribles consecuencias.
Mientras siga brillando la Luna es, a mi juicio, el relato más hermoso, terrible y sincero del
libro. No solamente marca la derrota final de los marcianos, sino también la dualidad de la humanidad
que, con una mano preserva y respeta, mientras que con la otra destruye y ridiculiza. El conflicto que se
desarrolla aquí es aún actual y vigente en muchos ámbitos, y es una invitación permanente a respetar a
nuestros adversarios, antes de negar su aporte. Muestra, además que la genialidad de Ray está no sólo
en hacer relatos graciosos, graves y sorprendentes al mismo tiempo, sino que vemos cómo puede,
además, poner un poema de Lord Byron en las planicies marcianas, uniéndolos ambos elementos de tal
manera que ya no se podría dejar de pensar en uno sin recordar al otro.

La colonización humana, una vez desaparecidos los marcianos, es ahora un espejo en que el ser
humano se ve a sí mismo. El libro cambia de color y ahora deja de centrarse en el choque de
civilizaciones para hablarnos de las tareas pendientes de la humanidad a través de los relatos que van
surgiendo: el racismo (Un camino a través del aire), el fin de la fantasía (Usher II), la codicia (Fuera
de temporada) y, de un modo trágico y desolador, la guerra (Los observadores) y la soledad (Los
pueblos silenciosos y, por mucho, Los largos años, historia que parece ser la hora más oscura antes del
amanecer. En cada diálogo de personajes como Benjamin Driscoll, Tomás Gómez, Samuel Teece,
William Stendhal, La Farge, Sam Parkhill, Walter Gripp, Hathaway y el Capitán Wilder (entre otros
personajes que tejen los hilos de las historias) vemos trozos de la naturaleza humana sobreviviendo en
el espacio. Los invito a descubrir dichas historias, sus miradas y por qué actúan como actúan. Verán
entonces que todos llevamos en nuestra personalidad parte de ellos, lo que hace aún más atractivo el
libro.

Finalmente, El picnic de un millón de años es la historia con la que concluyen el ciclo y las
Crónicas, una de esas historias que nos harán amar el texto, porque sentiremos que todas las
calamidades, las penurias, las risas, las sorpresas y las reflexiones valieron la pena. Finalmente, y
después de 27 años transcurridos en el papel, los marcianos han sobrevivido al animal que trató de
hacer de su planeta un depósito de bombas nucleares. Creo que, después de eso, es imposible no salir a
la calle con una sonrisa en los labios. Y quiero pensar que, como cierra el texto: “Los marcianos les
devolvieron una larga, larga mirada, silenciosa, desde el agua ondulada”.

Creo que la conclusión de Crónicas Marcianas es que la humanidad lleva en sí misma la


semilla de su autodestrucción, y que antes de ir a colonizar los mundos del espacio, deberíamos
empezar por la más dura de las conquistas, que es la de nuestros propios instintos. Los marcianos
tenían perfectamente claro esto, y vivían felices. Le hago la invitación a tomar este extraordinario libro
y descubrir cuál fue su secreto, que terminaron llevándose a sus sarcófagos, bajo las grandes ciudades a
las orillas de los mares de arena de Tyrr.

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