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Tierra Santa, lugar de tres religiones

Tema 1. En aquellos tiempos... La Tierra de Jesús

Semana del 2 de septiembre

Autor: Angel Gutiérrez Sanz

Fuente: Revista Arbil

Tierra Santa, lugar para la esperanza

Tierra Santa, no tiene que estar constreñida por ningún Estado, ni entidad política alguna, puesto
que es el escenario donde tuvieron lugar los acontecimientos religiosos más importantes de toda la
Historia de la Humanidad.

La historia del hombre transcurre entre el recuerdo y la esperanza, pues el presente antes de ser
pensado se desvanece y deja de ser presente. Así es el tiempo. Según se dice los recuerdos
pertenecen al pasado en tanto que las esperanzas son cosa del futuro. Lo normal es que los
recuerdos vayan quedando sepultados con el paso del tiempo; pero a veces se alimentan de
esperanzas, al menos ese es mi caso por lo que se refiere a Tierra Santa.

Son muchos los motivos e intereses que pueden impulsar al viajero a visitar esta franja de terreno
del Oriente Medio situada entre el mar Mediterráneo y el río Jordán, fronteriza con Egipto, Líbano,
Siria y Jordania, pequeña porción de terreno ésta, que no rebasa los 27.000 Km. cuadrados de
extensión, aproximadamente lo que correspondería a una de nuestras provincias como Badajoz.
Aún así su importancia estratégica es grande, toda vez que se constituye en bisagra de tres
continentes como son África, Europa y Asia.

En esta pequeña porción de terreno aparecen superpuestas tres entidades territoriales bastante
diferentes entre sí. El Estado de Israel, el Estado Palestino, y un emplazamiento territorial conocido
con el nombre de Tierra Santa, que no es Estado, ni entidad política alguna, sino el escenario
donde tuvieron lugar los acontecimientos religiosos más importantes de toda la Historia de la
Humanidad. Cada una de estas entidades territoriales superpuestas, puede constituirse por sí
misma en objetivo atractivo para el viajero. Naturalmente para el cristiano, el interés se centra en
la tierra elegida por Dios, donde nos encontramos con lugares emblemáticos, en los que
acontecieron hechos portentosos. Tierra de Abraham, tierra de los patriarcas y profetas y sobre
todo Tierra de Jesús y de María, donde se hunden las raíces de nuestra fe y esperanzas cristianas.

Según el punto de vista que se tome, la imagen que se ofrece de esta tierra puede ser diferente, sin
que se agote nunca su rico potencial. La versión que yo ofrezco es en clave de esperanza. Algo así
como una proclamación de la esperanza cristiana a través de la experiencia personal en mi paso
por Tierra Santa. Me pregunto si no resulta un poco inoportuno y paradójico hablar de esperanza
en estos momentos en los que las cosas no andan nada bien por estas tierras; pero ante los ojos
humanos ¿no son acaso paradójicas nuestra fe y esperanza cristiana?

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Tierra Santa, lugar de tres religiones

La impresión personal, la que a mi me ha quedado, es la de que los caminos de Tierra Santa


conducen al reencuentro con nuestro Dios, que nos llevan a confiar más en El, que nos introducen
inexorablemente en el secreto de la esperanza. Y esto es algo que en estos momento no nos viene
nada mal a los cristianos que a veces nos mostramos tristes, cansados y nos vemos en peligro de
sucumbir ante la tentación de la desilusión.

Al poner los pies en esta Sagrada Tierra uno siente la necesidad de remontarse hasta sus orígenes,
que se desvanecen en los capítulos del Génesis, escritos bajo el signo de la promesa y de la
esperanza. Uno no puede por menos de pensar que se encuentra en la Tierra de Promisión, polo
magnético, centro de una religiosidad universal, lugar donde Yahvé en tono cercano y familiar dejó
oír su voz, para conversar y sellar su pacto con los hombres.

Estamos hablando de Canaán tierra prometida por Yahvé, la elegida como morada de su pueblo,
para que en ella brillara la luz del cielo que habría de iluminar a un mundo en tinieblas. Esta fue la
tierra de Abraham que supo ser fiel a su Dios, esperando contra toda esperanza en sus promesas,
al que hoy veneramos como padre de los creyentes y modelo de la esperanza en Dios. Con él se
inicia el régimen de la Promesa Divina que habrá de alentar a su puebla en su larga historia de
esperas y esperanzas. La figura de Abraham ascendiendo hacia el monte Moira le producía
admiración y temblor al filósofo danés Kierkegaard. La situación trágica en la que se encuentra el
patriarca hebreo, cuando ya no hay lugar para ninguna conjetura humana, resulta francamente
aterradora; a pesar de todo él supo mantenerse firme en la esperanza y seguir creyendo en la
promesa que provenía de lo Alto. Cuando el peregrino contempla el monte Moira, siente que un
nervioso escalofrío le sacude el cuerpo imaginando la escena de una padre dispuesto a sacrificar a
su propio hijo, por mandato divino y no puede por menos que decir "spero, quia abasurdum est."

A lo largo de los años las situaciones en que Dios va poniendo a prueba la confianza de su pueblo
va a ser una constante de su historia. Durante cuarenta años estaría Moisés vagando con sus
gentes por el desierto, en espera de que se cumpliera la promesa divina de tener un lugar propio
para vivir, de un refugio que les pusiera a salvo de sus enemigos. Una buena tierra para poder
morar a la sombra del Altísimo, el mismo que con fortaleza y mano fuerte les había sacado de
Egipto. Cuarenta años errando por el desierto, muchos años de ilusiones y desengaños de
esperanzas y desesperanzas. Tiempos duros en los que Yahvé como guardián celoso va guiando a
su pueblo y cuidándole como la niña de sus ojos cual águila que revolotea y extiende sus alas obre
su nidada. Días difíciles en los que lentamente transcurren las horas. Largas noches silenciosas en
el desierto en las que Moisés rumiaba la promesa divina capaz de alimentar sus sueños de
esperanza, cuando todo se le ponía en contra. Hermosa visión idílica la de esa tierra prometida
bajo la bendición de Dios, que hacia imaginar a Moisés un segundo Edén, que él nunca habría de
conocer y lo sabía. A las puertas se habría de quedar, de una tierra de tantas ansias y deseos,
siempre lejana siempre remota, la misma a la que llegan, viajeros de todo el mundo después de un
corto y cómodo viaje en avión.

Lo que primero aparece a la vista del peregrino es algo bien distinto de la visón idílica de Moisés.
Lo que aquí se ve es una tierra pedregosa y calcinada, cuyos rastrojos hacían suponer los escasos
frutos de la última cosecha; pero como aquí todo hay que interpretarlo bajo el signo de la
esperanza, se puede vislumbrar en lontananza prometedores vergeles, en forma de plantaciones

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frondosas, hurtados al desierto. Tal es el milagro que frecuentemente se produce, cuando las
lanzas y las espadas se transforman en arados y podaderas.

David Bengurión hace tiempo que había dejado sentenciado que en Israel para ser realista se debe
creer en los milagros. A mi me gustaría decir algo que viene a ser muy parecido. Para poder
entender la historia milenaria de esta tierra, hay que saber lo que ha supuesto para el pueblo de
Israel un tipo de esperanza al borde de lo imposible. La esperanza que permite seguir creyendo en
lo que humanamente es absurdo. Esta esperanza ha sido la actitud fundamental del hombre
bíblico. A diferencia de otros pueblos, la historia de Israel es una historia abierta a la esperanza es
una historia abierta al futuro. El secreto para poder entender al hombre bíblico hay que buscarle
en el Dios de la esperanza. Una esperanza fundada en la fe que permite seguir soñando en unos
tiempos nuevos en los que "el lobo cohabite pacíficamente con el cordero, el leopardo se acueste
con el cabrito, el león coma con el becerro y que un niño les pastoree".

Esta Tierra de Promisión que aparece ante los ojos del peregrino lejana y remota se torna cercana y
entrañable cuando piensa que es también la tierra de Jesús. Ante la imposibilidad de ir rastreando
las huellas de su presencia física por todos los santos lugares en los que él estuvo, hemos de optar
por hacer una selección, centrándonos en aquellos que tienen una especial significación para
nuestro propósito.

El primero de ellos no podía ser otro que Nazaret (La flor de Galilea) donde tuvo su ubicación el
portentoso misterio del Verbo Encarnado. Dado que el hombre no podía convertirse en Dios, fue
Dios quien se convirtió en hombre, para hacerse uno con él. Algo que sobrepasa toda expectativa
humana. Una estrella de mármol con la inscripción "Verbum caro hic factum est" rememora el
lugar donde se produjo el más grande acontecimiento de los siglos, ante el cual todo lo sucedido o
que esté por suceder en la historia de los hombres tiene sólo un relativo interés. Recuerdo que
cuando entré en este sagrado lugar me quedé durante unos minutos desconcertado repitiendo
interiormente fue aquí, fue aquí, en este mismo lugar que yo ahora puedo abarcar extendiendo
mis brazos. Aquí fue donde el Dios inconmensurable a quien tierra y cielos no puede contener,
tomó forma humana haciéndose uno con nosotros. Un lugar y una fecha para delimitar al Dios
infinito. Era un hecho. Dios entraba en nuestra historia y se convertía en la esperanza de todos los
hombres. Lo infinito se entremezclaba con lo finito, el cielo se unía a la tierra, el tiempo se juntaba
con la eternidad. Imposible de comprender. Imposible de pensar. La emoción que aquí se siente
queda sellada para siempre con un respetuoso y elocuente silencio, porque ante lo inefable el más
expresivo lenguaje es el del corazón. La mejor actitud ante el misterio es caer de rodillas y dejarse
inundar por él.

El Mesías largamente deseado y esperado era concebido aquí en el seno de una Virgen con lo que
se ponía fin al largo cautiverio de una humanidad caída. Había llegado la plenitud de los tiempos y
se iniciaba la etapa de salvación. "Al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su hijo nacido de
mujer" y esta mujer resultó ser una sencilla doncella, que vivía en una humilde aldea de la baja
Galilea, lugar insignificante, en ningún momento nombrado por la Biblia: pues bien en este lugar
menospreciado y olvidado se encarnó el Verbo de Dios, en este lugar oscuro se manifestó la gloria
de divina. Aquí fue donde surgió la luz que habría de iluminar a un mundo sumido en las tinieblas.
Aquí se hizo realidad la gran promesa de Dios.

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Los evangelios no nos lo dicen todo sobre Nazaret, el peregrino en este lugar percibe mensajes
inéditos que hablan al corazón. Si es verdad como se dice, que Tierra Santa es el quinto evangelio,
la Gruta de la Anunciación, representa uno de sus capítulos más emotivos y hermosos. En esta
humilde gruta ubicada en el interior de la basílica que lleva su nombre, uno ha de sentirse
forzosamente cerca de Dios porque nunca Dios estuvo tan cerca de los hombres.

- Alégrate María porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un
hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo.

- Y ¿cómo será si no conozco varón?

- El Espíritu santo vendrá sobre ti y la fuerza del altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el santo
que va a nacer se llamará Hijo de Dios.

- Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra.

Era la realización de la promesa mesiánica, que daba satisfacción cumplida a todas las esperas y
esperanzas de la Humanidad. Se había consumado el portentoso misterio del desposorio de Dios
con el hombre, algo que nos abruma, que nos rebasa. La esperanza cristiana es así; en su seno
anida el rebasamiento que deja siempre cortas las expectativas humanas. La esperanza fuerte,
como diría el filósofo Theodor Adorno, no respeta el culto a los límites. Vive fuera de las presiones
de la inmanencia. Está habituada a saltar barreras y a empeñarse una y otra vez frente al Absoluto.
Palabras como Redención, Encarnación, Resurrección, nos remiten a este carácter de rebasamiento
de la esperanza. Siempre que hemos contemplado atónitos la escena de la anunciación en la Gruta
de Nazaret, nos sentimos desbordados por la generosidad de nuestro Dios.

Continuando nuestro viaje por tierra de Jesús y de María, nuestra ruta particular de la esperanza
señala dirección al Monte de las Bienaventuranzas. Cerca de la Gruta de la Anunciación donde hace
unos momentos nos encontrábamos; en el triángulo formado por Nazaret Cafarnaún y Tiberiades
está ubicada Tabga. Atravesando este pequeño rincón siempre verde, según dicen los que bien le
conocen, y al otro lado de la carretera de Cafarnaún se llega a un rellano, que se extiende por una
explana balconada a la falda de una pequeña colina de unos 200 metros sobre el nivel del mar. Este
lugar tiene para mí una especial predilección, a él me fui acercando conteniendo el aliento como
quien se acerca a un lugar sagrado, para mí lo era. Siempre me han seducido las cunas donde han
tenido su origen las grandes corrientes de pensamiento, ahora me encontraba en el lugar preciso
en el que se había producido la más grande revolución ético- espiritual de todos los tiempos, una
revolución que después de 2000 años sigue siéndolo. En este sitio, alguien se atrevió a decir que la
felicidad hay que buscarla por los caminos de la desdicha, la pobreza y el dolor.

Jesús acababa de bajar de la cima del monte en el que había estado orando durante toda la noche
y en el rellano se encuentra con una gran muchedumbre. No es difícil imaginarse el escenario y el
auditorio. Sobre la hierba de un prado permanentemente verde, se han ido agrupando multitud de
gentes venidas de Tiro, Sidón, de Galilea, de Jerusalén de Transjordania. Niños, Mujeres cubiertas
sus cabezas con pañuelos multicolores, hombres que habían abandonado momentaneamente sus
faenas, para poder oír al Maestro o tal vez para acompañar a algún familiar paralítico, tarado,

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endemoniado, aquejado en fin de cualquier tipo de dolencia, en busca de que la ocasión fuera
propicia y apareciera el milagro o al menos algún tipo de alivio para sus males, algo que les
permitiera poder volver a sonreír. Jesús se interesa por sus vidas, les escucha, les mira fijamente a
los ojos; pero no hay muestras de compasión en su rostro. Después de un breve silencio comienzan
a salir de su boca palabras sublimes, que según cuenta Mateo dejaban asombradas a estas gentes y
no era para menos. Jesús les está hablando de una nueva forma de vida que no se acomodaba en
nada a las formas de pensar de entonces, ni de ningún tiempo. Les va descubriendo a estas gentes
el nuevo estilo de vida que corresponde al Reino en confrontación abierta con la vigente situación
social establecida. Era el mensaje propio de un inconformista de un rebelde que rompe con las
falsas expectativas de del mundo para sustituirlas por un tipo de esperanza liberadora. Jamás se
había oído cosa semejante. Es el momento que en el Monte de las Bienaventuranzas se está
proclamando una radical transformación interior del hombre, paradójica, descarada, atrevida,
sublime.

Desde aquel día en el que Jesús llamó dichosos a los desgraciados y desventurados a los ricos y
poderosos las cosas cambiaron tan radicalmente en el mundo, que bien pudiera hablarse de un
antes y un después. Estas gentes que esperaban oír de boca de Jesús unas palabras de compasión,
se encontraron con alguien que les decía que los afortunados no son los que triunfan y los que lo
tienen todo, sino los desheredados de la fortuna, los humildes, los que tienen un corazón limpio
donde no cabe la violencia, el odio o la venganza. Cuando acabó de hablar se hizo un gran silencio y
hubo gente que pensó que el Rebelde estaba loco ; pero en muchos corazones de los allí presentes
comenzaba a renacer la esperanza, pensando que aún sin ser todavía dichosos podían llegar a
serlo. Habían adivinado que las bienaventuranzas en boca de quien les hablaba no eran unas
mentiras piadosas para animar y mantener en pie a los miserables y desdichados. Ni siquiera eran
un bálsamo destinado a cicatrizar las heridas abiertas y sangrantes. Tampoco eran las virtudes de
los débiles y derrotados, como en su momento llegó a pensar Nietszche. No, las bienaventuranzas
del Reino representan la liberación del hombre a la que solamente pueden llegar los esforzados y
valerosos seguidores de Jesús, son la Carta Magna del cristiano, la gran proclama programática del
reino de Dios ; pero no sólo esto, para mi el Monte de las Bienaventuranzas es el lugar donde
pueden ir a buscar esperanza los que carecen de ella. En este lugar es fácil comprender que la
causa del oprimido es la causa de Dios. El eco de la voz de Jesús de Nazaret resuena todavía en este
lugar, ella es la voz de los que no tienen voz, la esperanza de los que no tienen esperanza. Hacer
realidad esta esperanza va a ser una gozosa revelación de su evangelio. En este Monte de las
Bienaventuranzas como en el monte Moira, como en el Monte Calvario, se vuelve a hacer presente
el rostro del Dios de la Esperanza, capaz de convertir el fracaso en triunfo. La esperanza que nos ha
sido dada por los que carecen de ella, no tiene su fundamento en las certezas y seguridades
intramundanas, sino en la confianza divina. Las bieneventuranzas no son flores que adornan el
carro de los vencedores, sus promesas van más allá del realismo pragmático al que estamos
acostumbrado. Siempre que el hombre ha aceptado la oferta que le hacía el realismo
desengañado, ha caído en un tedio y un aburrimiento insoportables. Ahora bien no es cuestión
sólo de entender el mensaje que Jesús quiso trasmitirnos en el Monte de las Bieneventuranzas, se
trata de hacerle operativo, de llevarle a nuestra vida de cristianos, lo cual seguramente no va ser
posible sin bajar a la palestra, sin mojarnos. La llamada que se nos hace, a vivir la esperanza en
nuestro mundo, puede que nos exija abandonar nuestros refugios seguros y exponernos a
dificultades y riesgos.
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El peregrino antes de abandonar este sagrado lugar tapizado por el brillante verdor de la esperanza
se siente impulsado a esparcir a bolea sus secretos deseos que sólo Dios y él conocen para que
fructifiquen en este prado de eterna primavera.

Como fin y meta de nuestra ruta de la esperanza por Tierras de Jesús, nos espera Jerusalén, foco
magnético donde se concentran las miradas religiosas de todo el mundo. La ciudad tres veces santa
se levanta sobre unas colinas que ascienden de Sur a Norte y de Este a Oeste, tantas veces
destruida y otras tantas edificadas, marco de acontecimientos de tanta magnitud que quien la
visita, se siente transportado en el tiempo. No bien iniciada su ascensión el peregrino siente que se
hacen realidad las palabras del salmista.

Que alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor

Ya están pisando nuestros pies tus umbrales Jerusalén

La ciudad de la paz, llena de contrates y paradojas puede ser vista desde muchas perspectivas,
pero para el cristiano es fundamentalmente el escenario de la pasión muerte y resurrección de
Jesucristo.

El peregrino que desde muy pequeño aprendió a besar los pies del crucificado sabe bien la
emoción que se experimenta al sentirnos en el lugar donde El murió y resucitó. Al traspasar las
puertas de la basílica del Santo Sepulcro, el peregrino percibe que la atmósfera se espesa y se va
haciendo grávida, al tiempo que se siente invadido por un fervor religioso raras veces
experimentado. En este lugar, el más santo del mundo, la compasión y gozo se superponen tan
rápidamente como corta es la distancia que separa el lugar de la crucifixión del sepulcro vacío. En
un reducido espacio, se puede revivir el drama de los siglos en el que se dan cita lealtades y
traiciones, amores y desamores, esperanzas y desesperanzas muerte y resurrección. ¿ Que les
puedo yo decir ahora que no se haya dicho ya?

Para nuestro propósito este lugar representa el punto de apoyo definitivo de nuestra esperanza
cristiana. Sin duda que Jesús en toda su existencia es portador de esta esperanza; pero es en el
misterio pascual donde se revela plenamente. El fracaso aparente que supone la muerte y
crucifixión de Cristo vuelve a poner a sus seguidores en situación de tener que esperar contra toda
esperanza; pero por paradójico y escandaloso que pueda parecer, la cruz es el signo de la
esperanza cristiana.

La teología de la esperanza siempre ha ido unida a la teología de la cruz entendida a la luz de una
resurrección gloriosa. Decir que en el misterio pascual es donde aflora el sentido último de la de la
esperanza cristiana resulta ser una obviedad. La resurrección no significa sólo el triunfo de Cristo
también significa el triunfo del hombre. La tumba vacía, que el peregrino puede visitar con gran
emoción, habla de muchas cosas, pero fundamentalmente nos lanza el mensaje de que la muerte
no es el final del hombre, que no estamos suspendidos en la nada, sino que en Jesucristo
resucitado encontramos el fundamento de un futuro de esperanza escatológica plena y universal.
Lo mejor que podía suceder al hombre es que su suerte quedara unida a la de Cristo, porque de

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esta forma nuestra esperanza es la del Crucificado que apunta a vivir en plenitud una eternidad
con Dios. Cristo nuestra esperanza, justifica también nuestro optimismo cristiano.

Llegados a este punto es oportuno hacer notar el naufragio de la cultura occidental por falta de
esperanza escatológica fundada en Cristo muerto y resucitado. El olvido de toda trascendencia está
llevando al hombre de hoy a instalarse en la mera provisionalidad del "carpe diem", sobreviviendo
como puede, en un presente existencial, en el que no se contempla ningún atisbo de esperanza
duradera y todo en nombre de una objetividad pragmática y desengañada. Se equivoca no
obstante, porque lo que está haciendo es escamotear el verdadero sentido a su propia existencia.
Esto es algo que en ocasiones se hace patente de forma inapelable. Este hombre tan
autosuficiente, tan realista, tan desengañado, cuando ve que todo lo humano se derrumba a su
alrededor se queda sin palabras. Ninguna de las utopías humanas ha hecho desaparecer la
esperanza cristiana, ésta sigue siendo fuente de alegría, mientras que aquellas acaban
frecuentemente engendrando un sentimiento de fracaso. Cierto es que la condición limitada del
hombre no le permite llegar por sí mismo a esta plenitud supranatural; pero sí tenemos la certeza
de poderla recibir como un don y si alguien nos pregunta cual es el fundamento de nuestra certeza,
nosotros, los cristianos podemos responder con una sola palabra: Jesucristo.

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Tema 2. Por qué peregrinar a Tierra Santa

Peregrinar a Tierra Santa es el quinto evangelio. Es el encuentro con el espacio que se encontró
con la Santísima Humanidad de Nuestro Señor Jesucristo

Autor: Jesús de las Heras Muela |

Decálogo de una peregrinación a Tierra Santa. Por el P. Jesús de las Heras (2005)

Escribí este decálogo en la tarde del domingo 4 de diciembre en el aeropuerto Ben Gurion de Tel
Aviv.

Una semana después, al volver a leerlo, experimento el gozo y el privilegio del don recibido de una
nueva peregrinación a Tierra Santa. Bendito sea el Señor que ha hecho, para mí y por mí, prodigios
en la ciudad amurallada y en la Tierra Santa. Bendito sea el Señor y gracias a los hombres que en
esta ocasión lo han hecho posible. Amén.

Y mientras sigo pensando en regresar a Tierra Santa. -"Al que viene en Jerusalén"- ofrezco este
decálogo de conclusiones.

1.- Peregrinar a Tierra Santa es don inmenso de Dios, es gracia colmada y rebosante, es espléndida
oportunidad para conocer el país de la Biblia y la tierra de Jesús. ¡Qué bueno y qué grande sería si
todos los cristianos pudieran peregrinar siquiera una vez a Tierra Santa! Peregrinar a Tierra Santa
como es don es también tarea el ser testigo de ello.

2.- Peregrinar a Tierra Santa es continuar, prolongar, actualizar y empalmar en una larga y
venerable tradición de peregrinos a lo largo de los siglos. Son los miles y millones de peregrinos
anónimos. Son peregrinos ilustres como Egeria, Santa Elena, San Francisco de Asís, San Ignacio de
Loyola, Beato Charles de Foucauld o los Papas Pablo VI y Juan Pablo II.

3.- Peregrinar a Tierra Santa no será tanto la búsqueda milimétrica y científicamente indudable de
los mismísimos lugares del Señor -la mayoría de ellos así contrastados ya por la historia, por la
arqueología y por la exégesis bíblica y crítica- cuanto abrirse a su geografía, a su paisaje, a su
paisanaje y a la dos veces centenaria tradición.

4.- Peregrinar a Tierra Santa es también contradicción, paradoja, hasta, en algunos casos, dolor y
escándalo. Tierra Santa ha sido la porción territorial más disputada de la historia. Y así lo sigue
siendo. Tierra Santa es santa y sagrada para las tres grandes religiones históricas. Tierra Santa
habla de humanidad por sus cuatro costados. Y el peregrino tendrá que orar, contemplar, celebrar
y venerar muchas veces desde el bullicio, las prisas, la precariedad, el cansancio, la extenuación, el
bochorno, la esterilidad, el dolor e incluso el llanto.

5.- Peregrinar a Tierra Santa es tiempo y espacio para el encuentro, el diálogo, el afecto y el
respeto por las otras Religiones, especialmente el Judaísmo y el Islamismo. Esta peregrinación

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supone también el esfuerzo por conocer sus culturas, tradiciones y expresiones actuales de las
mismas.

6.- Peregrinar a Tierra es renovada ocasión para comprobar el escándalo de la división de los
cristianos y para rezar y trabajar por la unidad de todas las Iglesias y confesiones que reconocen a
Jesucristo, el hijo de Tierra Santa, como su Señor.

7.- Peregrinar a Tierra Santa es realizar un apasionante recorrido por la historia de la humanidad de
occidente y del próximo oriente en los últimos tres-cuatro mil años. Es sumergirse en las culturas y
civilizaciones cananita, israelí, babilónica, persa, helena, romana, bizantina, musulmana, cruzada,
mameluca y otomana hasta llegar a los años entre guerras del siglo XX en que el País estuvo
controlado por Gran Bretaña y hasta que en 1948 nace el Estado judío de Israel y surge después la
Autoridad nacional de los a día de hoy territorios autónomos palestinos.

8.- Peregrinar a Tierra Santa es experimentar la necesidad de la paz, el don de los dones del Señor
de Tierra Santa. La paz ha sido muchas veces una efímera quimera en Tierra Santa. Hoy también es
débil, frágil, precaria, insuficiente. No es cuestión de dividir sus habitantes entre buenos y malos,
entre opresores y oprimidos. Es cuestión de contribuir a su encuentro, a su reconciliación y a su
común construcción de la paz. En este sentido, el muro de Belén y de la franja de Gaza y
Cisjordania no es símbolo de paz, como no son los atentados suicidas. El peregrino a Tierra Santa
debe testimoniar y servir a la paz.

9.- Peregrinar a Tierra Santa conlleva para el peregrino actitudes de esfuerzo, paciencia, espera,
apertura, disponibilidad, solidaridad, fe, oración, capacidad de contemplación y de admiración,
espíritu de búsqueda y sencillez y limpieza de corazón.

10.- Peregrinar a Tierra Santa es el quinto evangelio. Es el encuentro con el espacio que se
encontró con la Santísima Humanidad de Nuestro Señor Jesucristo. Es entender lo concreto,
cotidiano, grande, humilde, limitado, precario y hermoso de la Encarnación. Es dejar hablar a las
piedras, a las montañas, a los valles, al lago, al Jordán y a los caminos de Quien por ellos estuvo,
anduvo e hizo el bien. Tierra Santa es la patria de Jesús y es, por ello, la patria de los que queramos
ser sus seguidores, sus testigos y sus discípulos.

He escogido para introducir el tema 2, este texto del P. Jesús de las Heras que escribió en 2005 en
una peregrinación que hizo a Tierra Santa. El decálogo que nos ofrece nos da más de 10 razones de
la importancia de peregrinar a la Tierra de Jesús.

No todos podemos hacer este viaje en realidad, pero ahora, todos estamos realizándolo
virtualmente y... ¿quién sabe? Tal vez un día podamos estar allí.

¿Cuál es tu razón para peregrinar a Tierra Santa?

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Tema 3. La ruta del Evangelio I: En Galilea con san Lucas

Curso: Tierra Santa, lugar de tres religiones. Semana del 16 de septiembre

«San Lucas escribió dos libros muy famosos: el tercer Evangelio y Los Hechos de los apóstoles. Es
un escritor muy agradable, y el que tiene el estilo más hermoso en el Nuevo Testamento. Sus dos
pequeños libros se leen con verdadero agrado.

Era médico. San Pablo lo llama "Lucas, el médico muy amado", y probablemente cuidaba de la
quebrantada salud del gran apóstol.

Era compañero de viajes de San Pablo. En los Hechos de los apóstoles, al narrar los grandes viajes
del Apóstol, habla en plural diciendo "fuimos a... navegamos a..." Y va narrando con todo detalle
los sucesos tan impresionantes que le sucedieron a San Pablo en sus 4 famosos viajes. Lucas
acompañó a San Pablo cuando éste estuvo prisionero, primero dos años en Cesarea y después
otros dos en Roma. Es el único escritor del Nuevo Testamento que no es israelita. Era griego.

El poeta Dante le dio a San Lucas este apelativo: "el que describe la amabilidad de Cristo". Y con
razón el Cardenal Mercier cuando un alumno le dijo: "Por favor aconséjeme cuál es el mejor libro
que se ha escrito acerca de Jesucristo", le respondió: "El mejor libro que se ha escrito acerca de
Jesucristo se llama: El Evangelio de San Lucas". Un autor llamó a este escrito: "El libro más
encantador del mundo".

Como era médico era muy comprensivo. Dicen que un teórico de oficina, ve a las gentes mejor de
lo que son. Un sociólogo las ve peor de lo que son en realidad. Pero el médico ve a cada uno tal
cual es. San Lucas veía a las personas tal cual son (mitad debilidad y mitad buena voluntad) y las
amaba y las comprendía.

En su evangelio demuestra una gran estimación por la mujer. Todas las mujeres que allí aparecen
son amables y Jesús siempre les demuestra gran aprecio y verdadera comprensión.

Su evangelio es el más fácil de leer, de todos los cuatro. Son 1,200 renglones escritos en excelente
estilo literario. Lo han llamado "el evangelio de los pobres", porque allí aparece Jesús prefiriendo
siempre a los pequeños, a los enfermos, a los pobres y a los pecadores arrepentidos. Es un Jesús
que corre al encuentro de aquellos para quienes la vida es más dura y angustiosa.

También se ha llamado: "el evangelio de la oración", porque presenta a Jesús orando en todos los
grandes momentos de su vida e insistiendo continuamente en la necesidad de orar siempre y de no
cansarse de orar.

Otro nombre que le han dado a su escrito es el "evangelio de los pecadores", porque presenta
siempre a Jesús infinitamente comprensivo con los que han sido víctimas de las pasiones humanas.
San Lucas quiere insistir en que el amor de Dios no tiene límites ni rechaza a quien desea

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arrepentirse y cambiar de vida. Por eso los pecadores leen con tanto agrado y consuelo el
evangelio de San Lucas. Es que fue escrito pensando en ellos.

Su evangelio es el que narra los hechos de la infancia de Jesús, y en él se han inspirado los más
famosos pintores para representar en imágenes tan amables escenas.

Dicen que murió soltero, a la edad de 84 años, después de haber gastado su vida en hacer conocer
y amar a Nuestro Señor Jesucristo.»

He escogido para introducir este tema una simpática biografía de san Lucas. El evangelio de san
Lucas es el único que narra la infancia de Jesús y el que trata más sobre la Virgen María. Se dice
que ella misma le instruyó en Efeso.

El Evangelio de san Lucas comienza así:

1 Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre
nosotros, 2 tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos
oculares y servidores de la Palabra. 3 Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo
desde los orígenes, yo también he decidido escribir para ti, excelentísimo Teófilo, un relato
ordenado, 4 a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.

Empecemos a "amar en la imaginación los lugares que vamos a recorrer", como dijo el P. Manuel
en la presentación de este domingo, y nos trasladaremos, con el Evangelio, a la región de Galilea
que está en el norte de Israel, donde viviremos desde los orígenes el nacimiento, la vida oculta y la
predicación en Galilea de Jesús de la mano de san Lucas (capítulos del 1 al 9), "a fin de que
conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido" Lc 1,4.

Al leer el Evangelio de san Lucas, quisiera que cada uno escoja un pasaje, unos cuantos versículos y
los ubique en el mapa de Galilea. Una vez localizado el lugar, con los ojos del corazón, busquen a
Jesús allí, en el pasaje del Evangelio elegido y reflexione en ello. Solo reflexionen, usen la
imaginación y amen lo que sucedió allí. Quien quiera puede compartir aquí sus versículos y su
reflexión.

Ya en el taller de esta semana habrá tiempo y espacio para peregrinar por los lugares santos de
Galilea, hacer un poco de turismo y compartir nuestras investigaciones.

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Tierra Santa, lugar de tres religiones

Tema 4. La ruta del Evangelio II: En Galilea con María

Curso: Tierra Santa, lugar de tres religiones. Semana del 22 de septiembre

Autor: Oscar Schmidt

«María, así de simple. Es la forma de dirigirme y conversar con mi Madre del Cielo, llamándola
simplemente María. Sé que mucha gente no la conoce, o tiene una imagen lejana de Ella, quizás
demasiado formal, demasiado protocolar. ¿Cómo puede ser nuestra Mamá protocolar al
presentarse a nosotros? No, Ella es sencilla, mi pequeña Niña de Galilea, así es para mí. Pero es
también lógico que cada uno la vea del modo que su propio corazón indica, con la mirada del alma
que todo lo convierte en la expresión del Espíritu Divino, si es que nosotros nos dejamos iluminar
por dentro.

Por un instante, déjenme narrarles cómo es que mi corazón ve a la Madrecita del Verbo Divino. De
un modo muy particular, la veo de unos quince o dieciséis años, que es la edad en la que Ella se
convirtió en Madre Divina, dándonos a Aquel que todo lo puede por amor. A tan temprana edad,
mi María se presenta ante mi corazón como una hermosa Mujer, delicada en su mirar, en su
caminar. Destaca su delicado cuello, largo y estilizado para dar cabida al más hermoso rostro que
Dios jamás cinceló en criatura alguna. Ella es perfecta, no existe ni existirá mujer más hermosa que
María, porque Dios la modeló en un acto sublime de Su Potencia Creadora. Y su belleza sólo es
superada por su pureza, su inocencia y su férrea voluntad de no desagradar al Padre que tanto
ama.

Cuando veo las imágenes de las distintas presentaciones de María a lo largo de los siglos, me
quedo con la convicción de que el hombre no ha podido ni podrá modelar jamás la belleza de
María ni siquiera en un modo aproximado. Mi alma se esfuerza en descubrir la visión verdadera
con que mi joven Reina se presentó como la Medalla Milagrosa, por ejemplo. Santa Catalina de
Labouré sin dudas describió del modo más aproximado posible la celestial visión que se presentó
ante ella, pero no pudo hacer que el artista cincele en la Medalla Milagrosa el verdadero rostro de
la Reina de los ángeles. Esa sonrisa, esas manos siempre en posición de oración, esos ojos
iluminados por la Fuente de todo el Amor.

María, joven y sonriente, fulgurante estrella de la mañana. Se presenta en mi corazón como una
Rosa que se abre derramando su fragancia y frescura, haciendo de mi un ovillo de hilo que se
recoge sobre sí mismo, se envuelve pliegue sobre pliegue hasta quedar extasiado mirándola
sonreír, llamándome, invitándome a acompañarla en este viaje. Ella nunca se presenta en vano en
nuestro corazón, como una madre nunca se acerca a sus hijos sin un profundo deseo de cuidarlos y
amarlos.

María, hermosa Niña de Galilea, perfecto fruto de la Creación en cuerpo y alma. Sólo Ella pudo
tener la Altísima Gracia de ser Madre del mismo Dios. El, ante el que el universo mismo se doblega,
se hizo pequeñito y vivió nueve meses oculto dentro de ésta hermosa Joven Palestina. El, instante
tras instante, fue tomando de su sangre todo aquello que necesitó para formar Su naturaleza

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Tierra Santa, lugar de tres religiones

humana, Su humanidad. Así, Ella es nuestra Niña de la Alta Gracia, porque ninguna Gracia puede
ser tan elevada como la Maternidad Divina.

Enamorarse de María es enamorarse de su Divina Maternidad, de su Inmaculado Corazón, y de su


infinita belleza humana también. La siento tan cercana, tan vivamente presente en mi vida, que no
puedo más que dirigirme a Ella como María, mi María. Ella es compasiva y paciente ante mis
demoras en acudir a su mirada, Madre de la Misericordia. Juntos conversamos, compartimos mis
pequeñas aventuras humanas, mis decepciones y dolores, mis esperanzas y sueños. Y María, con
esa hermosa sonrisa que se funde en mis pupilas, me mira y me invita a levantar los ojos al Cielo
con las manos unidas sobre mi pecho. Madre de la oración, Bella Dama del clamor y la plegaria,
Omnipotencia Suplicante, Ella nos enseña a ver a través de los Ojos de Aquel que todo lo puede.

Mi María, hermosa y joven Niña de Galilea, que enamoraste mi corazón porque sabías que era el
modo de abrir la puerta al soplo del Amor Verdadero. Me siento tan feliz y orgulloso de ser tu hijo,
y al mismo tiempo tan indigno de serlo, que no puedo más que pedirte me ayudes a seguirte en tus
deseos, que no son otros que los deseos de Tu Hijo. Dame las palabras para que pueda mostrar a
mis hermanos lo hermosa y pura que eres, y lo buena y suave que eres conmigo. Dales la luz que
les permita enamorarse de ti como lo has hecho conmigo. Que puedan descubrirte como la más
hermosa y pura Mujer que jamás existió, Inmaculada en cuerpo y alma, llena del Espíritu Santo,
plena de humildad y fortaleza, escudo que protege y consejo que ilumina. Mi hermosa María, luz
de mi vida.»

Galilea es Jesús, pero también María. Allí comenzó todo...

Seguiremos profundizando en Galilea, en los lugares de María en Galilea. Después de la


conferencia de hoy sobre Nazareth, podemos ver que se puede investigar de más cosas, no sólo de
la basílica: Un cuadro, una cueva, un pozo, una escultura, una puerta, un vitral.

Busquemos a María en Galilea! Seguro que, como todas las madres, siempre estaba corriendo
detrás de Jesús!

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