Está en la página 1de 2

Centuries of Meditations

The first Century

28

Tu goce del mundo no es nunca justo hasta que cada mañana te despiertas en el Cielo; te ves
en el palacio de tu Padre, y consideras el cielo, la tierra y el aire como gozos celestiales,
teniendo tal reverente estimación de todo como si estuvieras entre los ángeles. La desposada
de un monarca, en la cámara de su esposo, no tiene tales causas de deleite como tú.

29

Nunca gozas del mundo rectamente hasta que el mismo mar fluye en tus venas, hasta que te
visten los cielos y coronan las estrellas; y percibes que eres el único heredero de todo el
mundo, y más que eso, porque hay hombres en él y cada uno de ellos es heredero único así
como tú. Hasta que puedes cantar y alegrarte y deleitarte con Dios, como lo hacen los avaros
con el oro, y los reyes con sus cetros, nunca puedes gozar del mundo.

30

Hasta que tu espíritu llena el mundo entero, y las estrellas son tus joyas; hasta que te has
familiarizado con los modos de Dios en todas las épocas como con tu andar y tu mesa; hasta
que has tratado íntimamente esa oscura nada de que se hizo el mundo; hasta que amas a los
hombres de tal modo que deseas su felicidad con avidez igual al celo de la tuya; hasta que te
deleitas en Dios por ser bueno para todos, nunca gozas del mundo. Hasta que lo sientes más
que tu propiedad particular, y estás más presente en el hemisferio, considerando sus glorias y
bellezas, que en tu propia casa; hasta que recuerdas cuán poco hace que naciste y la maravilla
de haber nacido en él, y te regocijas más con el palacio de tu gloria que si hubiese sido creado
esta mañana.

31

Y además, nunca gozaste el mundo rectamente, hasta que amas tanto la belleza de gozarlo,
que sientes la codicia y el anhelo de persuadir a otros a que lo gocen. Y tan perfectamente
odias la abominable corrupción de los hombres que lo desprecian, que prefieres sufrir las
llamas del infierno a ser voluntariamente culpable de tal error. El mundo es un espejo de
Belleza Infinita, pero nadie lo ve. Es un Templo de Majestad, pero nadie lo mira. Es una región
de Luz y Paz, si los hombres no lo inquietaran. Es el Paraíso de Dios. Es más para el hombre,
desde que cayó, que no antes. Es el lugar de los Ángeles y la Puerta del Cielo. Cuando Jacob
despertó de su sueño, dijo: Dios está aquí, y no lo sabía. ¡Cuán pavoroso es este lugar! No es
otro que la Cara de Dios y la Puerta del Cielo.
The Third Century

El grano era trigo resplandeciente e inmortal, que nunca debía segarse, pues nunca fue
sembrado. Pensé que existía desde siempre y para siempre. El polvo y las piedras de la
calle eran tan preciosos como el oro. Las puertas indicaban el final del mundo. Los
verdes árboles, cuando por primera vez los vi por una de las puertas, me transportaron
y embelesaron; su dulzura e insólita belleza hicieron que mi corazón saltase de gozo y
que casi me volviera loco de éxtasis, ¡tan extraños y maravillosos eran! ¡Los hombres!
¡Oh, cuán venerables y adorables criaturas parecían los ancianos! ¡Querubines
inmortales! ¡Y los jóvenes, resplandecientes y deslumbrantes ángeles! Y las doncellas,
¡extrañas, seráficas muestras de vida y belleza! Los niños y las niñas, retozando,
jugando en la calle, eran joyas en movimiento. No sabía que hubiesen nacido ni que
tuviesen que morir. Sino que todas las cosas moraban eternamente tal como eran y se
hallaban en el lugar adecuado. La eternidad se manifestaba a la luz del día y algo
infinito aparecía detrás de todas las cosas; y eso correspondía a lo que yo esperaba y
movía mi deseo. La ciudad parecía permanecer en el Edén o estar construida en el
Cielo. Las calles eran mías, el templo era mío, la gente era mía, sus vestidos, su oro y su
plata eran míos, así como sus resplandecientes ojos, sus pieles doradas y sus rostros
sonrosados. Mío era el firmamento, y también el sol, la luna y las estrellas, y todo el
mundo era mío; y yo el único espectador y el único que gozaba de ello. No conocía
propiedades groseras, ni límites, ni divisiones: sino que todas las propiedades y
divisiones eran mías: todos los tesoros y los poseedores de ellos. De modo que con
mucho trajín fui corrompido y se me hizo aprender los sucios ardides de este mundo.
Ahora lo estoy desaprendiendo y convirtiéndome así, de nuevo, en un niño pequeño
para poder entrar en el Reino de Dios.

Thomas Traherne

También podría gustarte