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Drogadicción: pensar la multicausalidad

DR. JUAN M. TRIACA

Es un hecho bien conocido por todos nosotros que en las últimas décadas, e
independientemente del grado de desarrollo de los países o regiones, el abuso y la
dependencia de drogas ha tomado dimensiones nunca antes alcanzadas en la historia de la
humanidad.

Múltiples son las conceptualizaciones que desde distintas perspectivas han intentado aportar
respuestas a las diversas interrogantes de este fenómeno al que podemos pensar como
paradigmático de lo multicausal.

El complejo proceso de la adicción a las drogas, se va tejiendo sobre una intrincada trama de
factores biológicos, psicológicos y socioculturales Este hecho hace necesario -incluso más que
en otros trastornos- la participación de diferentes disciplinas, en favor de que, con los aportes
de cada una de ellas, pueda tenerse una visión integradora de esta interacción biopsicosocial
siempre presente en esta patología. Si bien lamentablemente esto no siempre acontece, son
muchas las investigaciones que desde dicha óptica brindan importantes elementos para su
comprensión.

En este sentido y en referencia a los determinantes biológicos, no pueden dejar de


considerarse los datos actuales de la investigación acerca de la influencia de los factores
genéticos sobre el consumo de drogas, o el propio efecto de las sustancias en niveles
específicos del SNC, y sus acciones en el Núcleo Acumbens (base del sistema de gratificación) o
su incidencia sobre múltiples funciones psíquicas.

Como decíamos, la investigación genética ha demostrado cierta predisposición, la que a su vez


necesita -muchas veces- para su expresión, de determinadas condiciones ambientales, y acá
podemos observar la interacción de lo biológico con lo psicosocial.

Por otra parte, muchas veces es imposible determinar si esta predisposición genética se
expresa como tendencia al consumo, sensibilidad aumentada para algunas sustancias o como
rasgos de personalidad entre cuyos parámetros conductuales se encuentra el abuso de
sustancias, y aquí se anuda lo biológico y lo psicológico.

El preciso momento del consumo nos ejemplifica la dimensión de esta interacción


biopsicosocial. Donde hay una/s droga/ s con sus efectos particulares, pero condicionados por
la dosis, la vía utilizada, la frecuencia (tolerancia), la personalidad, las expectativas del
consumidor y el setting donde se desarrolla este consumo.

Vale afirmar entonces que la patología adictiva no puede reducirse únicamente a lo somático
de un individuo, por más que exista una clara determinación genética, ni al psiquismo, aunque
existan claras evidencias de la necesidad de una compulsión repetitiva, porque se trata de una
patología y lo reiteramos -multicausal- que relaciona y abarca conflictos intrapersonales,
interpersonales y socioculturales.
En referencia a este último aspecto creemos de interés destacar que el consumo de drogas
surge también y en estrecha correlación con el conjunto de valores de la cultura en la que se
desarrolla. Tanto, que ha llevado a algunos autores a plantear que en esta problemática, la
dialéctica predisposición individual-factor desencadenante ambiental, adquiere una dinámica
tal, que, cuando se pensaba que lo esencial era la estructura adictiva de personalidad,
aparecen sorprendentes evidencias de que los estí-mulos externos hacia el consumo en
general y hacia la droga en particular son tan intensos que a veces se torna imposible evaluar
adecuadamente el grado de predisposición.'

Las adicciones aparecen como un paradigma de la psicopatología de nuestra época. Época


marcada por la disgregación familiar, por el debilitamiento de los lazos amorosos objetales
profundos y duraderos, por la automatización de una comunicación cada vez más masiva y
desafectivizada, por un consumismo irracional en un mundo globalizado y por un
descreimiento cada vez más notable en las figuras que representan la autoridad.2

En esta civilización donde las cosas importan cada vez más y las personas cada vez menos, los
fines han sido secuestrados por los medios, entonces: las cosas te compran, el automóvil te
maneja, la computadora te programa, la TV te ve.3

El ansia de dinero, poder, disfrute individual y libertad para consumir sin limites, se han
impuesto por sobre todas las cosas. De este modo, los medios se han transformado en fines y
el aspecto cuantitativo "más de lo mismo" ha desplazado a los rasgos cualitativos de los
ideales, ocupando su lugar, y, por ende se reproduce la automatización y se multiplica en los
sujetos la sensación de vacío, de apatía y de frustración, que intentará aplacarse, a su vez con
más dinero, más poder y más consumo.4

La cultura actual, a partir de su modelo consumista, propone que mediante la posesión de


objetos externos que: tranquilizan, valoran y resuelven necesidades, puedan ser aplacadas las
tensiones internas. Los sentimientos de tensión o de falta tratarán de ser rápidamente
aplacados mediante la compra o la incorporación de un objeto externo, en lugar de tratar de
reconocerlos y elaborarlos. La frustración no se tolera, la angustia no se elabora, sólo se busca
neutralizarlas con drogas, medicamentos o la compra de objetos materiales.5

Nos dice Eduardo Galeano: "la explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido que
todas las guerras y arma más alboroto que todos los carnavales, y como dice un viejo
proverbio turco, quien bebe a cuenta se emborracha el doble.

La parranda aturde y nubla la mirada; esta gran borrachera universal parece no tener limites
en el tiempo ni en el espacio. Pero la cultura de consumo suena mucho, como el tambor,
porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el
borracho despierta, solo, acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar".6

Nosotros creemos que de esta búsqueda de aturdimiento, tal vez para no sentir o llenar un
vacío, y de esta soledad y rotura que hay que pagar -muchas veces muy caro- es de lo que nos
habla -lo no dicho- la patología adictiva.

Autores como Philippe Jeammet insisten acerca de la congruencia entre las características del
funcionamiento psíquico y el funcionamiento social y dicen: la ausencia de límites, la evolución
muy rápida del sistema de valores y, sobre todo, el derrumbe de las prohibiciones, han sido
reemplazados por una exigencia de rendimiento. Hoy se les dice a los jóvenes: "haz lo que
quieras pero sé el mejor".

Se ha desplazado la problemática de la prohibición sobre una problemática narcisista del


rendimiento. Por eso, no tiene nada de sorprendente que existan menos conflictos en torno de
las prohibiciones y la culpabilidad, que conflictos en torno de no poseer los recursos narcisistas
para alcanzar rendimientos suficientes. Y agregan: esto lleva a que una parte de la
culpabilidad, especialmente edípica, va a ser desplazada sobre el ideal, y se va a servir de este
ideal como un Superyó mucho más difícil de satisfacer que el Superyó portador de
prohibiciones, en el que era más fácil ubicarse e incluso confesar, si se había transgredido, y
reencontrar la calma. Esto se transforma en un instrumento de persecución, con conductas
autopunitivas que no eran la confesión o el sentimiento de pecado de otrora, porque no
alcanzan la absolución, ya que se está frente a una problemática puramente narcisista.'

Estas exigencias externas y internas, que no toman en cuenta los ritmos corporales y psíquicos,
y los tiempos de desarrollo de los individuos ni los de elaboración de los conflictos, actúan en
forma traumática y llevan a la búsqueda del apuntalamiento sobre sustitutos concretos. La
realidad sobreexige y el niño, el adolescente y luego el adulto se ven impulsados hacia la
sobreadaptación, cuyo fracaso lleva inevitablemente a la marginación.

Aparece entonces el consumo de drogas como un recurso requerido para el logro de esta
adaptación, para estar conectado y eufórico; ser libre y divertido; tener una sexualidad plena;
el logro del éxito surgirá de la creatividad, la lucidez, el rendimiento.

Pero también frente a la impotencia y el fracaso, ante una realidad demasiado traumática para
ser elaborada, se recurrirá al consumo de drogas, como un intento de apartarse de un mundo
sentido como persecutorio.8

En referencia a aspectos del orden de lo familiar decimos que es frecuente observar el peso
que tiene un modelo familiar adictivo. En estas familias se refuerza el modelo consumista, el
cual es adoptado como una modalidad defensiva y como tal transmitido a sus hijos. Otras
características a destacar de las familias de los adictos son: los abandonos tempranos, las
sobreprotecciones invalidantes, la desvalorización o ausencia de la figura paterna, el
desentendimiento conyugal, los secretos, las alianzas, los modelos transgresivos y adictivos,
los dobles mensajes y en general una actitud incontinente.9

Ahora bien y otra vez en un intento de articular distintos factores en juego en esta
problemática, no podemos dejar de considerar la vulnerabilidad personal, ligada a la propia
historia del sujeto y los "beneficios inconscientes" que obtienen los indivi¬duos con su
situación de dependencia, como ser el hecho de no establecer una verdadera relación afectiva
con los otros ni asumir el compromiso de tener que cuidar de ellos, o la huida ante los
reclamos de la vida.10

Por otra parte la drogadicción les sirve también como modo de reclamar atención y a la vez,
como venganza de una familia y de una sociedad por quienes no se sintieron entendidos y a
quienes denuncian e interpelan obligándolos a que sientan la misma impotencia e
incomunicación por ellos padecida. Desalentados y sin esperanzas de modificar esa
incomprensión de su medio, algunos adictos buscarán un camino que, aunque acelere su
muerte y su deterioro, les permita la satisfacción narcisista de sentirse grandio¬so,
omnipotente, libre de restricciones y sufrimientos, mientras que, simultáneamente,
encontrarán abierto un canal para reclamar afecto, exhibir su desafio, ejecutar su implacable
venganza y castigarse de un modo ejemplificador. Es como si pensaran: "Ya que tengo que
morir, moriré, pero moriré matando".11

Llegado a este punto en el que estamos hablando de problemáticas narcisísticas y su


articulación con el consumo de drogas, nos vemos obligados a considerar por lo menos
algunos aspectos de la adolescencia.

El adolescente en el complejo pasaje de la niñez a la adultez, busca afirmar su identidad


integrando referentes identificatorios. Desea pero a la misma vez teme dejar su mundo infantil
para integrarse en el de los adultos. Las nuevas vivencias y sensaciones lo desconciertan, se
siente invadido de un sentimiento de incertidumbre, todo lo cual le genera una intensa
sensación de soledad, y la necesidad de pertenecer a un grupo con el cual sienta cosas en
común.

Las drogas, parecen responder mágicamente a todas estas necesidades, le ofrecen


pertenencia, valores, imágenes identificatorias, posibilidad de estar "colocado", palabra usada
comúnmente en la jerga de los adolescentes consumidores y particularmente sugestiva de la
necesidad de una reubicación en un nuevo lugar.

Muchos, y por diferentes motivaciones, de los adolescentes toman contacto con la droga por
curiosidad, por rebeldía, para mejorar la comunicación con los otros, por novedad, como
desafio a la autoridad, a sus propios límites. La mayoría encontrará otros caminos para
canalizar su conflictiva, algunos quedarán atrapados en un vínculo de dependencia. Como nos
dice Frangoise Dolto: del encuentro entre un individuo y una sustancia puede surgir un vínculo
que sorprende y fascina a un sujeto, el que no obstante, mantiene otros intereses; o uno
caracterizado fundamentalmente por la compulsión repetitiva, un hábito físico y una dolorosa
abstinencia que hay que evitar de cualquier modo.

Muchos autores entienden la adolescencia como un momento de regresión narcisista;


regresión condicionada a su vez por la forma en que se internalizaron los primeros vínculos
objetales, sobre todo con la madre, u otros objetos sustitutos.

La madre y el entorno, ejercen una influencia que, además de necesaria, es inevitable, dejando
así su marca en la significación de las pulsiones y en el registro de las percepciones. De esta
experiencia surgirá el yo con una modalidad propia de relacionarse con su mundo interno, su
cuerpo, la realidad, los otros. Un sujeto marcado por la cualidad de sus zonas erógenas y
modos de satisfacción, la adhesión a ciertos objetos, su estilo de relacionarse con el mundo.

Así el individuo humano, junto con la satisfacción de la necesidad, encontrará los caminos del
placer, pero quedará también marcado por las huellas traumáticas, tanto de la insatisfacción
como de la intrusión del otro. El deseo, con su despliegue simbólico, y la compulsión a la
repetición con su monotonía tanática, reconocen así un mismo origen, un mismo tiempo. El
tiempo de la oralidad, de la identificación primaria, del narcisismo, de la construcción del ideal.
Pero también es territorio del objeto."

Cuando el objeto materno falla no pudiendo ofrecerse al niño como organismo estable capaz
de permitir la satisfacción y frustración adecuada de sus necesidades, se obstaculiza el normal
proceso de "separación-individuación". En consecuencia el niño queda instalado en una
situación de "apremiante necesidad de ese objeto fallante", cuya búsqueda persiste a lo largo
de toda la vida. Precisamente en la adicción reencontramos esa búsqueda compulsiva del
objeto que suministra todo y que remite a las primeras formas de dependencia.13

Conjuntamente con la posibilidad de elaborar las vivencias de satisfacción-frustración, unión-


separación, completud-incompletud, se irá conformando un espacio; un "espacio simbólico"
que podrá ser recorrido progresivamente por el deseo, el pensamiento, la palabra, y en el que
los objetos son investidos transicionalmente. Todo esto favorecerá la paulatina separación del
objeto primario, sin la angustia de la pérdida absoluta de éste, ni el temor a la fusión con él.
Cuando en este proceso ocurren fallas, las futuras ausencias y separaciones no podrán ser
elaboradas a través del pensamiento simbólico y los objetos transicionales, sólo podrán ser
negados a través de actos-síntomas, objetos fetichizados, objetos prótesis (Fernando
Geberovich) o transitorios (Joyce Mc Dougall) que sólo resuelven momentáneamente la
tensión afectiva.

Este es el lugar de la droga, que se busca para silenciar la angustia de la ausencia y/o brindar la
ilusión de una presencia absoluta, que al no satisfacer la búsqueda, perpetúa y agrava el vacío
simbólico. La droga es usada no para elaborar la pérdida sino para negarla." El adicto
necesitará siempre de un objeto concreto para calmar su ansiedad; "objeto cosa" revestido
entonces de múltiples sentidos: odiado e idealizado por estar allí en lugar de la madre,
fetichizado porque permite negar su ausencia y también investido por la transferencia de los
afectos ambivalentes hacia la madre. 15

Podríamos decir entonces, que la drogadicción es un acto mediante el cual un sujeto intenta
defenderse de vivencias dolorosas muy arcaicas, el terror que le genera la vivencia de vacío
tratará de ser aplacado mediante un objeto concreto con el que y a manera de prótesis intenta
su autorregulación y su autotratamiento.

Como dice Sylvie Le Poulichet: 16 Hay algo más desconcertante para el análisis que el individuo
que ya "consume" a su propio "terapeuta"? Si viene a vernos, es muchas veces para denunciar
el desfallecimiento de ese alquimista que ya no cumple su cometido. Y si ese veneno es un
remedio, ¿de que tratamiento es autor? ¡Cabría pensar que la psicoterapia es requerida en
este caso para que obre como el tratamiento de una insólita automedicación!

Las conductas adictivas como todas las conductas actuadas, reflejan la inestabilidad de la
organización psíquica subyacente. Su aparición no sella ella misma una estructura psíquica
particular, aunque sí testimonian una vulnerabilidad de la personalidad y una inestabilidad de
su funcionamiento mental que son a la vez suficientemente especificas por ser una condición
necesaria para el surgimiento de tales conductas, pero no para que aquellas sean una
respuesta inevitable e incluso la única posible. De este modo se explica el carácter
transnosográfico y transestructural de este comportamiento y la gran diversidad de casos.17
Resumen

El autor del trabajo plantea los contactos que Freud ha tenido con las adicciones y con los
pacientes adictos, destacando que estos últimos son muchos más de los que tendemos a
pensar. A continuación se destaca el tema de la co-morbilidad creciente entre transtornos
psiquiátricos y adicciones tal como aparece en la práctica clínica actual.

Desde el psicoanálisis -tal como es entendido por el autor- se enfatiza metapsicológicamente a


lo psicotóxico como un circulante por un aparato psíquico -no necesariamente individual- y
que al carecer de representaciones mentales, porque es algo generalmente actuado, no ocupa
un espacio psíquico. Se señala la necesidad de incluir las dimensiones familiar, institucional y
social, como parte del dispositivo psicoanalítico para entender el fenómeno clínico en
cuestión.

Finalmente, destaca que hay un continuo entre dos polos constituidos por lo que llama las
toxicomanías psicóticas por un lado, y las psicosis toxicomaníacas por otro, según la semiología
dominante; pero habiendo siempre, una estructura psicótica de fondo.

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