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LA NACION | OPINIÓN

Las burbujas que presionan a


Macri
El miércoles último, un día antes del jueves negro, convivieron
dos universos muy distintos separados por apenas 10 cuadras en
el centro de la Capital. En un extremo, estaba el Congreso, donde
debatían varias comisiones de la Cámara de Diputados sobre el
proyecto opositor para frenar el aumento de tarifas. Era una
competencia entre peronistas para llenar unas hojas mal
redactadas, pero cargadas de un sentido demagógico de la política.

Faltó poco para que escribieran que las tarifas de servicios


públicos costarían lo que cada uno quisiera pagar. En la otra
punta, el Banco Central intentaba sin suerte frenar la embestida
de los mercados, que se deshacían rápidamente de valores
argentinos para refugiarse en el dólar. Fueron todas grandes
operaciones financieras. Esos mundos no se tocaron nunca, pero
algo confuso y difuso los unía. Peronistas y mercado financiero
querían una respuesta a la misma pregunta: ¿Macri está débil o
está fuerte? En un informe interno, el banco J.P. Morgan lo
escribió claramente: "El gobierno de Macri debe demostrar que
controla el Congreso".

Podrá decirse que estos mismos sectores financieros son los que
hasta hace poco consideraban a Macri el genio infalible de la
nueva política latinoamericana. Y que se fugaron no bien el
Presidente tropezó con un obstáculo. ¿Hay alguna novedad? ¿No
fueron siempre así los capitales financieros? Están donde hay que
estar cuando les conviene estar. Son las reglas del juego. Menos
comprensible es que la política local no haya entendido que una
escalada del dólar, promovida también por las prácticas
populistas, termina siempre por arruinar la vida de los argentinos.
La inflación es más alta. El acceso del país al crédito es más
limitado. La inversión productiva se retrae. Solo la postergación
por una semana del debate de ese proyecto sobre tarifas, ante la
depredación que sufría la moneda nacional, hubiera sido un
mensaje fundamental a los mercados. No hubo mensaje. El
Congreso era un burbuja en la que solo se contaban firmas para
terminar de hacer un proyecto inútil.

El gran inspirador de esa maniobra opositora fue Sergio Massa,


menos expuesto desde que no es diputado, pero igualmente
influyente a través de su delegada personal en la Cámara, Graciela
Camaño, quien cultiva sus propias broncas contra el Presidente. A
Massa lo desquicia la ansiedad política. Siempre fue así: no repara
demasiado en las consecuencias políticas y sociales de un Macri
muy débil. Sin embargo, lo que tampoco Massa nunca advirtió es
que la mezcla con el cristinismo termina por colorear a la
oposición de cristinismo puro. Peronistas massistas o peronistas
racionales son tinturas políticas más tenues que el trazo fuerte del
cristinismo. De hecho, es Cristina (y no Massa) la principal
dirigente de la oposición para cualquier medición de opinión
pública. Por eso, algunos aliados del Gobierno buscaron
complicidades eventuales con la inestabilidad financiera hasta en
banqueros amigos del exalcalde de Tigre. No la encontraron. Por
ahora, al menos.
La crisis argentina, que le costó al Banco Central más de 5000
millones de dólares y tasas de interés del 40 por ciento, no se
explica solo por el fortalecimiento mundial del dólar, que, es
cierto, provocó la devaluación de varias monedas de países
emergentes. Ninguna moneda se devaluó tanto como la argentina
y ningún país debió hacer tanto esfuerzo para estabilizar su
mercado cambiario. Hay una parte de la crisis que se explica por
dos razones internas. Una es la increíble superficialidad de la
política argentina para tratar las cuestiones serias. La otra es el
gradualismo demasiado gradual aplicado por el gobierno
argentino a su política económica.

Se lo mire por donde se lo mire, el Presidente tomó dos decisiones


que estaban destinadas exclusivamente al mercado. Le devolvió el
poder a Federico Sturzenegger como presidente del Banco
Central, después de que se discutiera su independencia tras el
cambio de las metas de inflación en diciembre pasado. Ese
anuncio, en una conferencia de prensa conjunta con otros
funcionarios del Gobierno, fue duramente cuestionado por los
inversores bursátiles. Y aceptó el consejo de su ministro de
Hacienda, Nicolás Dujovne, de reducir los gastos del Estado
(sobre todo en obras públicas) por 30.000 millones de pesos.
Dicho de otro modo: aceleró el ritmo del gradualismo para reducir
el déficit fiscal. Es Macri en estado puro: cambia cuando percibe
que camina hacia el precipicio.

Debería cambiar también la relación de su gobierno con la


sociedad. La administración no explicó nunca para qué es
necesario que las tarifas tengan un valor real. ¿Servirá de algo el
sacrificio? Son respuestas innecesarias en cualquier otro lugar del
mundo, pero no aquí, donde se perdió hace mucho tiempo el valor
de las cosas. El Gobierno debería explicarle también a la sociedad
cuál es el destino nacional que imagina, hacia dónde quiere llevar
el país y qué espera de los argentinos. Un sociedad serena le
quitaría ansiedad a la política opositora y ello, a su vez,
tranquilizaría a los mercados e inversores.

La subida del dólar, en cambio, convierte en más lento el camino


hacia una inflación razonable. Abril habrá sido el quinto mes
consecutivo, si el Indec confirma los anticipos de los economistas
privados, en el que la inflación estuvo por encima de las promesas
oficiales. Mayo podría estar ya comprometido. Si el
comportamiento opositor fue una mala señal a los mercados, ¿qué
sucederá el miércoles en la Cámara de Diputados, cuando se
tratará el proyecto aprobado por las comisiones? Hay
escepticismo en el oficialismo. El Gobierno prefiere sacar la ley de
mercado de capitales antes que presionar demasiado a los
diputados por ese proyecto que el Presidente prometió vetar si
fuera aprobado por las dos cámaras. Confía más en el Senado,
donde necesitará menos votos, que en Diputados. Un proyecto
abortado en el propio Congreso sería un mensaje más saludable a
la economía que un veto presidencial.

A los gobernadores peronistas no les gusta ese proyecto por varias


razones. La primera es que los legisladores pretenden decidir
sobre tarifas de servicios públicos, que es una potestad exclusiva
del poder administrador. Mal precedente para los propios
gobernadores, que también fijan tarifas de algunos servicios. La
segunda razón es que el proyecto establece una baja del IVA en las
tarifas. El IVA es un impuesto coparticipable con las provincias.
Los gobernadores se quedarían también con menos recursos. Y,
por encima de todo, no están de acuerdo con los ruidos en el
mercado financiero porque podría complicarles a ellos la
capacidad de acceder al crédito. Algunos harán algo con sus
legisladores; otros descansan en el veto de Macri. Un condimento
de hipocresía también hay en la posición de los gobernadores
cuando le dan la razón a Macri y, al mismo tiempo, dejan que sus
diputados decidan según su demagógica conciencia.

Un funcionario decía el viernes que hay un tercer país además de


los dos que se describieron al principio. El de la economía real.
Recitó: récord de créditos hipotecarios en marzo (más que en
tiempos de Menem); récord de venta de autos en el último
cuatrimestre, y récord de venta de cemento y de artículos para el
hogar, entre otros progresos que subrayó. Lo único que no podía
adelantar es qué país terminaría triunfando. ¿Acaso el de la
desconfianza de los inversores financieros? ¿Tal vez el de la
economía que muestra importantes signos de recuperación? ¿O,
quizás, el de una política que busca sacar provecho aunque el
precio sea una crisis interminable?

Por: Joaquín Morales Solá

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