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PAG 132-198
Rawls formula su tesis central al identificar la razón política -las formas de argumentación
usadas en las discusiones y argumentaciones estrictamente políticas, la razón capaz de guiar
nuestra conducta social- con lo que denomina “razón pública”. Rawls define la razón pública
como “la razón de ciudadanos iguales que, como un cuerpo colectivo, ejercen poder político
terminante y coercitivo unos respecto de otros aprobando leyes y mejorando su constitución”
No todas las razones son razones públicas: no lo son, por ejemplo, las razones de las iglesias
y de las universidades y de muchas otras asociaciones de la sociedad civil. En regímenes
aristocráticos y autocráticos, la reflexión sobre el bien social no corre a cuenta del público,
si es que existe, sino de quienes estén en posiciones de dominación. La razón pública es
característica de un pueblo democrático: es la razón de sus ciudadanos, de quienes comparten
una posición de igual ciudadanía. El objeto de su razón es el bien público: aquello que la
concepción política de la justicia exige a la estructura institucional básica de la sociedad y a
los propósitos y fines que las instituciones han de servir. La razón pública, pues, es pública
de tres maneras: como razón de los ciudadanos en cuanto tales, es la razón del público; su
objeto es el bien público y cuestiones de justicia fundamental; y su naturaleza, su contenido,
es público, y está dado por los ideales y principios expresados por la concepción de la justicia
política que tiene la sociedad, ideales y principios desarrollados, sobre esa base, de un modo
abierto y visible. Que la razón pública debería ser entendida y respetada de ese modo por los
ciudadanos no es, evidentemente, un asunto que competa al derecho. Se trata de una
concepción ideal de la ciudadanía para un régimen constitucional democrático que se limita
a presentar cómo podrían ser las cosas si la gente fuera tal y cómo una sociedad justa y bien
ordenada les incitaría a ser. Describe lo que es posible, que puede ocurrir, aunque quizá nunca
ocurra, lo que no la hace, sin embargo, menos fundamental.
La razón pública, la que guía la toma de decisiones políticas en una sociedad democrática, se
caracteriza por tres propiedades -o es pública en tres sentidos-. En primer lugar, la razón
política es pública en tanto que es la razón del ciudadano en cuanto tal; en segundo, es pública
en la medida en que su objeto es el bien público y las cuestiones de justicia fundamental; y,
por último, es pública porque su naturaleza y contenido lo son al quedar determinados por
los ideales y principios contenidos en la concepción política de la justicia. Dejando de lado
la acepción por la que Rawls denomina “pública” a la razón política en cuanto que versa
sobre el bien público, interesa atender al primer y al tercer significado de su “razón pública”.
La razón pública se diferencia por su objeto tanto de la razón moral o incluso de la razón
moral aplicada a cuestiones políticas como también de otras formas de razonamiento que
podrían llamarse con propiedad “políticas”. Solo son “razón pública” aquellos razonamientos
políticos cuyo objeto involucra “esencias constitucionales” o problemas de justicia básica.
La diferencia entre el razonamiento político en su más amplio sentido y la razón pública en
su acepción restringida se debe no tanto a que el autor de Una teoría de la justicia pretenda
clarificar primero los casos más difíciles en los que los debates políticos conciernen
precisamente a las cuestiones más fundamentales, cuanto -lo que es mucho más relevante-
porque reconoce la posibilidad de resolver los demás problemas apelando a valores diferentes
de los contenidos en la teoría política de la justicia.
Rawls aduce dos razones en defensa de su restricción de la razón práctica a razón pública.
En primer lugar, cuando se trata de cuestiones fundamentales, la razón práctica debe
restringirse a principios y procedimientos englobados en la razón pública porque, según el
principio liberal de legitimidad, “nuestro ejercicio del poder político es propia y
consiguientemente justificable sólo si se realiza de acuerdo con una constitución, cuyas
esencias puedan razonablemente presumirse que son aceptadas por todos los ciudadanos a la
luz de principios e ideales admisibles por ellos en cuanto que razonables y racionales”. Así,
para esta perspectiva, el fundamento de la legitimidad dél poder político y de su coacción
descansa en el hecho de que son ejercidos de tal manera que podrían y deberían reconocerse
como legítimos y razonables por quienes lo padecen. Hay por tanto un deber moral y no sólo
político de explicar a los demás, si están sobre el tapete cuestiones fundamentales de justicia
o si se está ejerciendo el poder político, “cómo las políticas y los principios por los que
abogan pueden fundarse en los valores políticos de la razón pública”
Y más tarde subraya todavía que el núcleo central del ideal de razón pública consiste
en que los ciudadanos han de conducir sus discusiones dentro del marco de lo que cada
uno considera una concepción política de la justicia basada en valores que todos pueden
compartir, por discrepantes que sean sus morales omnicomprensivas privadas.
La segunda razón aducida para restringir la razón práctica a razón pública alcanza mayor
interés e implica claramente salirse del ámbito definido por Rawls como “teoría política de
la justicia”, porque supone una referencia a las morales omnicomprensivas. Los valores
políticos que las sociedades democráticas realizan se fundan en morales omnicomprensivas,
“de modo que, cuando la concepción política se funda en un consenso entrecruzado de
doctrinas comprehensivas razonables, la paradoja de la razón pública desaparece. La unión
del deber de civilidad con los valores elevados arroja el ideal de los ciudadanos que se
gobiernan a sí mismos a través de formas tales que cada quien pueda razonablemente esperar
que resulten aceptables para los demás; y, a su vez, ese ideal resulta robustecido por las
doctrinas comprehensivas que las personas razonables sostienen. Los ciudadanos sostienen
el ideal de la razón pública, no como producto de un compromiso político, como si de
un modus vivendi se tratara, sino a resultas de sus propias doctrinas razonables”
“Los límites de la razón pública”, Rawls plantea de nuevo la relación entre la razón pública
y las concepciones privadas de corte moral, filosófico o religioso con mayor amplitud de
miras. Distingue entre las interpretaciones exclusiva e inclusiva de la razón pública. De
acuerdo con la primera, “las razones dadas explícitamente en términos de doctrinas
comprehensivas no pueden introducirse nunca en la razón pública. Podrían darse,
evidentemente, las razones públicas que tal doctrina apoya, pero no la doctrina misma que
sirve de apoyo”. Rawls parece argumentar en favor de la lectura inclusiva o, al menos,
defender la imposibilidad de desecharla en la medida en que ésta permite apelar en algunas
ocasiones a morales omnicomprensivas, por lo que la interpretación inclusiva de la razón
pública da más libertad de juego que la exclusiva. Además, la posibilidad de invocar morales
privadas en determinadas circunstancias muestra que el consenso no es sólo un modus
vivendi sino que alcanza valor moral, con lo que la apelación a las doctrinas omni abarcantes
refuerza el ideal de la razón.
El contenido de la razón pública está dado por los principios y valores de una «familia» de
concepciones políticas y liberales de justicia y no por una sola concepción en particular •
Esto es, por principios y valores compatibles con los rasgos que definen a cualquier
concepción de justicia como una concepción política y liberal. En esta línea, la justificación
de la actuación estatal de acuerdo con los cánones de la razón pública no sería otra cosa que
ofrecer razones de acción ancladas en principios de justicia respetuosos de la doctrina de la
prioridad de la libertad. Pero según Rawls -y en esto radica el aporte de la idea de «razón
pública» en sentido estricto- una concepción política y liberal debe incluir, además de
principios de justicia y valores sustantivos que articulen dicha prioridad, «orientaciones de
indagación» que permitan identificar qué tipo de razonamiento y qué tipo de información es
relevante a la hora de aplicar tales principios y valores. Solamente el cumplimiento acabado
de ambos niveles permitiría concluir que la política en cuestión es justificable ante
ciudadanos libres e iguales, como a juicio de Rawls exige el principio liberal de legitimación.
La razón pública, entonces, está compuesta por dos órdenes de principios y valores. De una
parte, los principios de justicia sustantiva -que no son otros que los principios que reconocen
una lista de libertades básicas prioritarias y eficaces- y los valores sustantivos que
corresponden a estos principios (tales como la igualdad social, la reciprocidad económica, el
bien común y las condiciones para que éstos se realicen). De otra, los principios de
razonamiento y reglas de evidencia, a la luz de los cuales los ciudadanos pueden decidir si
los primeros han sido aplicados correctamente; y los valores de la razón pública propiamente
dicha, que contribuyen a que la discusión ciudadana sea pública y razonada (entran aquí
virtudes como la civilidad y la razonabilidad)
LIBERALISMO INTERNACIONAL Y JUSTICIA DISTRIBUTIVA
PAG 22-34
En su mayoría los teóricos cosmopolitas sustentan que un conjunto mas o menos amplio de
los derechos humanos, con la declaración de 1948 provee los padrones para una justicia
global. El subconjunto básico comprende: seguridad y subsistencia, mientras que algunos
otros autores incluirían mas derechos.
Esta claro que los distribuidores laissez faire y aquellos particularmente por la injusticia de
la distribución global de los recursos naturales atribuyeron tanto los deberes cuanto las
titulaciones en una base diferente cada una de esas concepciones.
El liberalismo social es motivado por un deseo de elevar a las sociedades individuales hasta
el punto de que ellas solas puedan sustentar sus instituciones justas y decentes y solo con el
cuidado del bienestar material de sus individuos.
El liberalismo de laissez faire en su variante redistributiva por una percepción del potencial
para la injusticia que reina de la apropiación desigual de cosas no poseídas.
El liberalismo cosmopolita en contraste con las demás mencionadas arriba toma los intereses
de los individuos como fundamentales, y hacen el jus a igual atención a escala global y
sustenta que las instituciones básicas de la sociedad tanto a nivel global como seccional
deberían ser justificadas de manera consistente con ese compromiso fundamental
PAG 18-28
- "Dilema familia" países prósperos tienen razones para desear una gobernanza más global,
pero no quiere las obligaciones y exigencias de legitimidad que pueden seguir como
resultado.
- Las instituciones más importantes son las de la economía global. (Bueno, en ellos se generan
las desigualdades conocidas).
- Algunos dicen que el sistema de interdependencia que vivimos cerca de la visión de Rawls
de la justicia distributiva plantea. Pero para el autor que no es lo que sucede, porque las
instituciones no tienen poder a nivel estatal (ausencia de autoridad soberana).
- Las instituciones carecen de algo que es crucial para la aplicación e implementación de los
estándares de justicia para la concepción política: no adoptadas o impuestas colectivamente
en nombre de todos los individuos cuyas vidas afectan; y ellos no exigen de los individuos el
tipo de autorización que corresponda a la responsabilidad de tratarlos en algún sentido como
iguales. A cambio, se adoptan a través de negociaciones entre estados soberanos mutuamente
auto-interesados.
- Hay varias estructuras menos formales que son responsables de gran parte del gobierno
internacional. Estas redes normalmente incluyen funcionarios de diferentes países con un
espacio común de conocimiento y responsabilidad que encuentran o se comunican
regularmente, armonizando sus políticas y prácticas, y operando por consenso, sin ningún
poder de decisión por un tratado (reguladores ambiental y antimonopolio, funcionarios del
banco central, ministros de finanzas, etc.).
- La decisión de confinar la justicia del Estado-nación es que ella presupone una dicotomía
irrealistamente nítida entre Estados soberanos y respeto a las instituciones globales existentes
acción, autorización y autoridad. Así, aunque la globalización de la economía dio origen a
patrones completos de justicia social, ello implicaría una forma modificada.
Si aceptamos la estructura moral de la concepción política, debemos concluir que hay una
variedad resultante de grados de JUSTICIA igualitarios que tenemos con aquellos que están
involucrados en estas estructuras, lo que es en proporción a nuestro grado de responsabilidad
conjunta y sujeta a su autoridad.
Las convenciones internacionales y tratados como los que establecen el conjunto de reglas
para el comercio, tienen una naturaleza moral muy diferente de los contratos entre autopartes
interesados en un estado soberano, estos contratos son "pura" y nada garantiza la justicia de
sus resultados .
El argumento tendría que argumentar que, puesto que ambos son participantes de esta red de
instituciones miembros que nos sitúan en el mismo barco en relación con la cuestión de la
justicia.
- En términos morales, los cosmopolita decir que, idealmente, los estándares completos de
justicia deben aplicarse, pero en la práctica no puede ser implementado debido al poder
limitado de instituciones internacionales.
- A pesar de las "facilidades" que una mayor autoridad internacional traería, esos tipos de
autoridad aumentada traer consigo mayores responsabilidades. Una autoridad capaz de
desempeñar estas funciones diferentes e imponer sus decisiones estará naturalmente sujeta a
demandas por legitimidad, presiones por democracia y presiones para aplicar patrones de
justicia en la distribución de cargas y beneficios a través de sus políticas
- Regímenes injustos e ilegítimos son los precursores necesarios del progreso hacia la
legitimidad y la democracia, porque crean el poder centralizado que puede ser cuestionado
y, quizás, llevado a otras direcciones sin ser destruido.