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El laberinto del proceso

Por. Juan Diego Agudelo Molina – 6A

El largometraje “El proceso” de Orson Wells, basada en una novela de Franz Kafka,

cuenta la historia de un “acusado” al que se le lleva un “proceso judicial” por un “delito”.

El personaje protagonista es Josef K, un sujeto al que se lo acusa desde el inicio de ser

culpable en la comisión de un delito, del cual no tienen conocimiento. El largometraje se

desarrolla en el intento de K por ejercer una defensa apropiada en un su extraño caso.

A lo largo de la película no se le indica a K cuál es su caso, lo único que sabe es que

es un acusado, no se le expresan claramente sus derechos ni sus garantías, no se lo

considera inocente como presupuesto básico de la investigación, no se le brinda un juicio

oral y público adecuado, etc. Estos hechos, independiente del absurdo que refleja la obra

frente a la administración de justicia en general, permiten afirmar la violación de un

sinnúmero de derechos y garantías procesales que debería poseer un imputado en un

proceso penal.

Quiero referirme inicialmente a la vulneración del derecho a la defensa (art. 8, Ley

906 de 2004). En la película se ve la situación precaria en el ejercicio de su defensa que

tiene el acusado. El acusado no tiene las garantías mínimas de defensa como lo es un

tribunal imparcial, un abogado que defienda sus intereses, un ejercicio adecuado del

derecho de contradicción, etc. El acusado no es más que un acusado, un objeto de un

proceso que busca perpetuar su condición de acusado indefinidamente. Sólo hay un

momento en que el personaje K tiene acceso a una audiencia pública, en la cual la

parcialidad frente al estudio del caso es evidente. No es importante lo que el acusado diga,
no es sino un acusado cuya culpabilidad se demostrará algún día. La escena absurda del

momento en que el estudiante de derecho interrumpe la audiencia refleja el absurdo mismo

de la audiencia. La audiencia es una escena teatral y los jueces no son más que títeres de un

sistema inquisitivo que se limita a acusar. El público que presencia la escena se ríe del

grotesco espectáculo, se ríe de la máscara que le han puesto a Josef K de acusado, la

terrible y pesada máscara con la que cargará hasta el final del proceso interminable.

La vulneración del derecho a la defensa o del debido proceso en sentido genérico

conlleva la afectación de una serie de principios procesales, por ejemplo el derecho a la

inmediación (art 16, Ley 906 de 2004). Este principio hace referencia a la presencia del

juez en la práctica de la prueba. En una de las escenas del filme se puede apreciar un

interrogatorio que le hacen dos policías a K cuando sale de la opera. El interrogatorio se va

a valorar como una prueba al momento del juicio y en él no está presente el juez. Además el

interrogatorio es más una interpelación inquisitiva que una serie de preguntas razonables

que busquen esclarecer un hecho.

Otro principio asociado a la defensa es el derecho de conocer los cargos de la

imputación (art. 8, Ley 906 de 2004), para poder estructurar el respectivo alegato de

contradicción (art. 15, Ley 906 de 2004). El señor K es acusado de un misterio. Nunca se le

dice el motivo por el cual está siendo investigado, sólo se le hace saber que está siendo

investigado por la comisión de un delito. El desconocimiento del cargo o tipo penal por el

que se le investiga y por el que va a juzgársele hace imposible la negación material y

jurídica de la acusación.
El principio de no autoincriminación (art. 8, Ley 906 de 2004 y 33 CN) también

resulta soslayado por el ejercicio arbitrario de las agencias ejecutivas del poder punitivo. La

persecución penal indiscriminada de los dos policías lleva a que la culpabilidad, que es

materia de decisión judicial, se interiorice en el acusado de modo tal que declare contra sí

mismo. La culpabilidad moral que engendra la persecución lleva al acusado a que en un

momento dado se declare culpable a sí mismo para superar su agónica situación

indeterminada de acusado para convertirse en un culpable determinado.

Finalmente, hay un principio que materializa el derecho penal democrático

contemporáneo, a saber, la presunción de inocencia (art. 7, Ley 906 de 2004). Este

principio se ve vulnerado con la etiqueta de “acusado” que se le pone al señor K desde el

inicio hasta el final de la película. La presunción de inocencia en materia penal invierte la

carga de la prueba, de modo que son las agencias ejecutivas del estado quienes deben

demostrar la responsabilidad penal de un acusado y mientras no lo hagan se considera

inocente. Josef K es acusado al inicio del proceso y su situación no va a cambiar hasta que

llegue a su fin. No es inocente ni culpable, es acusado, es víctima del ejercicio punitivo

desbordado del estado, es víctima de la parcialidad del poder judicial, es víctima de la

arrogancia y prepotencia de su abogado, es víctima de la pasividad agobiante de los demás

acusados, es decir, cumple una condena de culpable por su condición de acusado. Pero

¿cómo escapar de un proceso indefinido y dejar de ser acusado? La respuesta es la muerte,

de este modo por fin escapó del laberinto, por fin es inocente.

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