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BERKHOFER Cap 1 Resumen Castellano PDF
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Berkhofer
Detrás de la gran historia. La Historia como texto y discurso. Cap. 1
Berkhofer, R. (1995). Beyond the Great Story. History as Text and Discourse. Londres: Harvard
University Press.
Resumen a cargo de Ariel Wasserman, Paula Popritkin y Pablo Horacio Gómez.
A medida que se acerca otro milenio, incluso el discurso académico parece hacerse eco del
apocalipticismo expresado en la cultura popular. Ciertamente, la proliferación de los "posts" -
industrialismo, colonialismo, modernismo, feminismo, marxismo e incluso de la historia, de la
teoría y del posmodernismo propiamente dicho-, revela un cambio en los antiguos fundamentos
intelectuales de la erudición modernista.
Entre los historiadores profesionales, estos temores se han centrado en las implicaciones del
posmodernismo en la disciplina. Tanto los que se oponen como los que favorecen las
implicaciones del posmodernismo para la escritura de la historia están de acuerdo en su principal
consecuencia. La teoría posmodernista cuestiona lo que la historia puede ser, tanto como un
pasado real como un discurso sobre él. Los historiadores no están de acuerdo sobre la mejor
manera de afrontar el reto.
Desafíos interdisciplinarios
Si Clío, la musa de la historia, hubiera seguido las tendencias intelectuales de las últimas
décadas en el mundo de habla inglesa, podría haberse vuelto bastante mareada cuando esa
amalgama de estudios sociales, morales y literarios que los franceses llaman las "ciencias
humanas", tomó primero un "giro lingüístico", luego giros "interpretativos" y "retóricos".
Aunque los giros lingüísticos, interpretativos y retóricos diferían unos de otros, todos
cuestionaban el punto de vista recibido que fundamentaba las ciencias sociales: un ideal del
positivismo científico y su corolario, la separación estricta de la objetividad y la subjetividad,
como hecho versus valor o como empirismo versus Política y moral. Cada uno de los tres giros
enfatizó el lenguaje, el significado y la interpretación como centrales para la comprensión
humana y, por lo tanto, para la comprensión de los seres humanos. Todos afirmaron que las
metodologías y los conocimientos incorporados en las disciplinas académicas no eran
universales e intemporales, sino social y culturalmente constituidos y, por lo tanto,
históricamente específicos como otras esferas de los asuntos humanos. Los estímulos para todos
estos giros fueron los movimientos estructuralistas y postestructuralistas del continente europeo.
Sus perspectivas y premisas proporcionaron nuevos y sólidos fundamentos para comprender la
literatura ampliamente concebida de acuerdo con la teoría general y, en el proceso, impugnaron
la base misma de la práctica histórica tradicional. Ya fuera que la teorización emanaba de la
búsqueda positivista de sistemas formales de los estructuralistas o del antiformalismo
antipositivista de los postestructuralistas, desafiaba a la historia como era tradicionalmente
concebida y practicada al plantear dudas sobre el descubrimiento de la verdad y los fundamentos
del conocimiento, la autonomía y la unidad del "individuo" como agente y sujeto, la base de los
límites y prácticas disciplinarias y la estabilidad del significado en el lenguaje.
Cuando los expertos franceses anunciaron la "muerte del autor" al disolver la autoría en
prácticas discursivas sociales, el "fin del hombre" al reducir el sujeto autónomo basado en el
“yo” a códigos culturales y la muerte de la metafísica al deconstruir el "logocentrismo” del
pensamiento occidental, también proclamaron la "muerte de la historia "como una empresa
teleológica. Aunque esta dramática declaración estuvo dirigida a las grandes narrativas de
progreso y emancipación que sostenían a la historia liberal y marxista por igual, las
implicaciones de los desafíos postmodernistas colectivos para la práctica histórica tradicional
fueron más allá de la teleología. Al final, los teóricos posmodernistas cuestionaron las
dicotomías que fundaron el paradigma de la historia tradicional: las diferencias supuestamente
inherentes entre la literatura y la ciencia, entre la realidad y su representación.
Con el reciente anuncio de un "giro histórico", ¿han vuelto las ciencias humanas al punto de
partida tradicional de los historiadores? Después de su danza vertiginosa con las teorías globales
y universales de Talcott Parsons y otros (ahora etiquetados como la Escuela Estructural-
Funcional), los sociólogos y otros científicos sociales repudiaron tal teorización en favor de la
historización de sus materias. La sociología histórica domina ahora su disciplina y el enfoque
histórico se considera también fundamental para la antropología y la ciencia política. Del mismo
modo, a medida que la gran teoría continental ha retrocedido en los campos literarios, los
académicos también han buscado un resurgimiento de la historización en sus estudios, siendo el
“Nuevo historicismo” la instancia más obvia.
Para muchos historiadores anglófonos, el regreso de la historia en otras disciplinas de la
ciencia humana parece autorizar sus prácticas tradicionales y sus enfoques de estudio. Desde su
perspectiva, el empirismo anglófono ha sobrevivido a un período de ataque y vencido a la teoría
francófona; el desafío posmodernista a la historia tradicional ha al menos retrocedido. Pero este
veredicto auto-congratulatorio no sólo parece prematuro, sino también infundado, ya que no
considera cómo los giros lingüísticos y otros giros han reinterpretado lo que cualquier (re) giro
histórico podría significar como metodología o práctica. Como mínimo, los desafíos modernos y
posmodernos alteraron los términos y los fundamentos del debate y crearon una nueva urgencia y
un desafío más amplio.
Lo que ahora se llama el desafío posmodernista a la historia tradicional comenzó como la
crisis de representación planteada por los teóricos del modernismo tardío y los estructuralistas.
¿Hasta qué punto los historiadores pueden combinar los dos significados de la historia como
hechos históricos reales y la representación moderna cuando todo lo que sabemos del lenguaje
aparentemente subvierte ese mismo objetivo? ¿Qué pasa si una teoría realista de la
correspondencia entre la historia como lo escrito y la historia como el pasado real se abandona
por una visión construccionista de la historia como forma de representación? ¿Cómo podemos
juzgar la exactitud de la representación moderna del pasado frente a un original postulado
cuando es, por definición, pasado? ¿Cómo podemos esperar re-presentar el pasado como lo fue
cuando debemos hacerlo a través de (re)creaciones actuales? En última instancia, ya que tanto el
modernismo tardío como el posmodernismo cuestionan cómo se escribe tradicionalmente la
historia, ¿esta última pregunta debería responderse por nuevos tipos de historias más acordes con
las modas intelectuales de finales de siglo XX, hechas a semejanza de las novelas
posmodernistas o de libros reflexivos recientes de las ciencias sociales?
La teorización posestructuralista y multiculturalista produjo la segunda crisis de la
representación: ¿Quién puede hablar por quién en las historias y en la historia? Al negar la
universalidad de los puntos de vista y el conocimiento, el multiculturalismo y el
posestructuralismo repudiaron el punto de vista unificado y por lo general omnisciente de la
historia tradicional en favor de la diversidad de género, raza, etnia y otras distinciones sociales.
La representación del "Otro" a través de la voz y el punto de vista plantea también problemas
para la representación de la historia como construcción textual. ¿Necesitaban estas nuevas
formas de contar la historia incorporar opiniones y voces más representativas del pasado,
mientras eran construidas como representación de ese pasado? Cuanto más diversa la
representación de voces y puntos de vista, más fragmentada se volvió la representación histórica
tradicional como construcción discursiva.
Si la primera crisis de la representación cuestionaba si la realidad histórica podía re-
presentarse, la segunda crisis de representación debilitó tanto la autoridad como la objetividad de
la historia tradicional. La primera crisis de representación está encapsulada en el eslogan
"Realidad de la pregunta", la segunda en "Resistir a la autoridad". Así, los objetivos generales
explícitos del giro histórico se vuelven tanto paradójicos como problemáticos como resultado de
las dos crisis de representación. El consejo siempre de historizar -ya sean textos, personas,
acontecimientos o incluso disciplinas- subvierte al primero en lograr el último, o viceversa. Si los
textos, los sujetos y los acontecimientos pueden ser representados, entonces las prácticas
disciplinarias y las historias escritas no se vuelven problemáticas por y a través de su
representación.
Si las disciplinas y las historias escritas se sitúan social y temporalmente, su habilidad para
persuadir a otros de sus representaciones de textos, eventos o temas está severamente restringida
o eliminada.
Sin trazar -algunos dirían crear- la (¿una?) historia del conocimiento reciente o la política
disciplinaria en las ciencias humanas, yo diría que algunas de las implicaciones mayores
-algunos podrían argumentar logros- de esta erudición no sólo socavan las formas más antiguas
de practicar la historia sino también desafían gran parte de la nueva historia cultural que se dice
encarna las nuevas teorías de representación y producción social que supuestamente
engendraron. Del mismo modo, las implicaciones de gran parte de esta nueva gran teoría en
literatura y en ciencias sociales, subvierten sus propias perspectivas como modos de
entendimiento, tal y como desafían a la historia como una forma de entendimiento, pues la
teorización en las ciencias humanas no dio lugar a un conjunto coherente de premisas
intelectuales, ni un solo paradigma o problemática.
Las implicaciones de la llamada teoría grandiosa en las ciencias humanas se centraron y
culminaron en tendencias recientes a desnaturalizar, desmitificar, deconstruir y, uno podría
continuar, desjerarquizar y desreferencializar. Aunque algunas de estas tendencias se centraron
en, y resultaron de, preocupaciones contemporáneas sobre raza, etnia, clase y género, las
implicaciones se extendieron mucho más allá de estas categorías a las fundaciones asumidas
como fundamentales para todos los campos del estudio humano, incluyendo estudios históricos.
Dado que estas implicaciones cuestionan nuestras propias formas de comprensión, cuestionan
también lo que somos como eruditos y personas y cómo representamos nuestro entendimiento
para nosotros mismos y para los demás. Al final, estas tendencias niegan cualquier separación
simple entre textos y contextos, cualquier división simple entre la política y la metodología.
Desnaturalización y desmitificación
Desjerarquización (dehierarchization)
Otra tendencia clara en las teorías recientes es la que denomino desjerarquización. Tal
tendencia se volvió más evidente en la erosión, e incluso disolución de los límites académicos y
estéticos que dividían las culturas populares de las de élite. Los estudios culturales socavaron los
criterios que sostenían el canon en literatura, arte y música.
Aquello que comenzaron los estudios culturales y populares fue reforzado subsecuentemente
por el Nuevo Historicismo, que estudia textos literarios de alta cultura yuxtaponiéndolos con
documentos históricos ordinarios para demostrar que todos eran parte de un cierto orden social y
cultural de un período dado.
El repudio de los criterios que distinguían las culturas de élite de las populares, folk y otras,
fue consecuencia de la negación de principios o valores trascendentales o universales en la
evaluación de literatura, arte y música, así como también fue consecuencia de la relativización de
los estándares estéticos en general.
Por otro lado, si bien el objetivo de combinar crítica cultural y política no es nuevo, su
vitalidad actual representa una fase nueva: Si desmitificar los orígenes y usos de clase de las
ideas las transforma en ideologías ¿eso significa que las estructuras culturales y sociales también
generan y circunscriben sus propias teorizaciones?
En consecuencia la definición misma de la historia debe tomar un sentido más reflexivo, uno
que muestre su naturaleza socialmente construida, su autoconciencia de su propia creación, y las
condiciones sociales que permitieron semejante práctica. En resumen, la desnaturalización, la
desmitificación y la desjerarquización subrayaron las relaciones entre la naturaleza del
conocimiento histórico, las bases sociales de su producción y sus implicancias en el sistema de
poder en una sociedad.
Desreferencialismo (dereferentialism)
Deconstrucción
Bryan Palmer se referirá al “descenso al discurso” y dirá que como resultado de este
“descenso hedonista a una pluralidad de los discursos que descentra el mundo provocando una
negación caótica de toda posibilidad de reconocimiento de estructuras de poder tangibles y de
comprensión de un sentido”, semejante teoría niega por completo las realidades de clase y de los
sistemas económicos. La teoría posestructuralista, al enfatizar el poder del lenguaje para moldear
la realidad, deja de lado el poder de las fuerzas sociales, económicas, y políticas.
Finalmente, la relativización social radicalizada y el construccionismo social extremo
conducen al mismo lugar que la textualización y el desreferencialismo radicales a la vez que
ayudan a reforzarlos. En este sentido, tanto la desmitificación radical como el
desreferencialismo radical reducen las realidades pasadas de los historiadores a textos que
describen esas realidades.
Una defensa problemática
¿Acaso las teorías literaria y retórica ofrecen lo que los historiadores necesitan, o deberían
éstos continuar con su labor porque el éxito mismo de la historia depende de que quienes la
ejecutan no reconozcan la imposible contradicción que subyace en la base de su empresa?
Las ideas propuestas y desarrolladas por Michel Foucault en Las palabras y las cosas y por
Hayden White en Metahistoria han encontrado seguidores aunque no tantos en el campo de la
historia.
John Toews postula que la cuestión se centra en la relación entre “la autonomía del
significado y la irreductibilidad de la experiencia”. El dilema surge de dos proposiciones que son
en apariencias válidas pero irreconciliables:
1. Toda experiencia está mediada por el significado, que se constituye en y a través del
lenguaje.
2. La experiencia coacciona y determina los significados posibles.
Así, admite que el lenguaje no es un medio transparente y que, por tanto, tampoco lo es la
historia escrita. Aunque los giros lingüístico y retórico hagan foco en las estructuras del
significado además de los usuarios y de los usos del lenguaje, el giro histórico no necesita ir tan
lejos, dice Toews, ya que “desde esa perspectiva, la historiografía estaría reducida a un
subsistema de signos lingüísticos que constituyen su objeto, el pasado, de acuerdo con las reglas
que pertenecen a la “prisión del lenguaje” habitada por el historiador.
Y dirá: “existe una unidad dialéctica de y una diferencia dialéctica entre significado y
experiencia”.
Los historiadores deben encontrar la manera de ir más allá del escepticismo, el relativismo y
la politización de los giros lingüístico y retórico. La solución está en reconocerle importancia a la
tradición empírica anglo-americana por sobre el idealismo y el escepticismo europeos, a la
experiencia por sobre el significado, a la realidad por sobre su postulación.
Bryan Palmer advierte que la indeterminación lingüística, si domina la profesión, destruirá las
posibilidades políticas. Palmer y otros temen que Clio se vuelque hacia la derecha si sigue las
tendencias intelectuales de los círculos literarios.
Himmelfarb afirma que la historia posmodernista es “una negación de la fijeza del pasado, de
la realidad del pasado independientemente de lo que los historiadores decidan hacer con él y, así,
de toda verdad objetiva sobre el pasado”.
Textos y Contextos
Los dilemas de las posiciones opuestas en este debate y sus paradigmas subyacentes muestran
diferir en definiciones de esa palabra tan básica en el lexicón y la metodología de los
historiadores: contexto. Lo que está en juego puede verse en los diferentes enfoques para definir
contexto de acuerdo con las premisas historicistas tradicionales (H), contextualistas fuertes
(strong contextualists) (C) y textualistas (T).
Los historiadores distinguen comúnmente tres tipos básicos de contexto todos vinculados a la
relación que convencionalmente se presume que existe entre el pasado y el presente en la
metodología histórica.
H1. El primer tipo de contexto es la red de relaciones en el pasado real en sí mismo y las
experiencias de las personas en él. Como ningún historiador puede mediar ni intervenir en el
pasado como tal, este contexto existe independientemente de su estudio. Esta manera de entender
el contexto da base a todas las formas de realismo histórico, desde las interpretaciones más
sofisticadas a las más ingenuas. El método histórico es usado para reconstruir este pasado real
desde las evidencias que quedan del pasado. Así los historiadores esperan representar el contexto
real mediante sus historias.
H2. El segundo tipo de contexto consiste en fuentes documentales o materiales que quedan
del pasado mismo y, tal vez, aquellas representaciones históricas construidas a partir de esas
fuentes, tales como cartas editadas y diarios o artefactos reproducidos. De estos textos del
pasado, los historiadores esperan inferir los contextos que dan sentido a esos textos así pueden
presentarlos como parte de sus historias.
H3. El tercer tipo de contexto es la construcción del historiador o la interpretación del pasado
como el marco mayor de creencias y comportamientos pasados. Este es el pasado representado
sintetizado del contexto de evidencias o documentado que permitió la reconstrucción del
contexto del pasado real.
Los presupuestos de los contextualistas fuertes (strong contextualists) sobre cómo la gente
experimenta y conoce la realidad da el punto de partida para definir contexto y por lo tanto lo
que da base al contextualismo como método desde esta posición.
C1. El primer contexto presume la realidad del mundo y la experiencia de la gente en él. En su
extremo, tal posición supone que los resultados de los procesos de contextualización son
transparentes a la realidad pasada que experimentaban las personas. Por lo tanto, este primer
contexto es vivido y sentido de manera directa; es la experiencia de personas pasadas sin
construir ni interpretar.
C2. El segundo contexto supone entender cómo la realidad pasada, social o no, es
experimentada o, posiblemente, interpretada por aquellos que la viven. Podríamos llamar a este
enfoque como etnocontexto porque el contextualizador busca ubicar los problemas dentro del
contexto y términos de aquellos que viven y experimentan en él. A menudo, este enfoque intenta
reconstruir el contexto a través de la evocación u otros métodos de “recapturar” (entre comillas
en el original) las experiencias pasadas. Para considerar si hay alguna diferencia entre el contexto
real vivido y experimentado de (C1) y el del etnocontexto (C2) y la interpretación académica de
estos dos contextos hace falta una tercera definición en esta serie.
C3. El tercer contexto refiere a las construcciones e interpretaciones de aquellos que estudian
y describen los otros dos contextos. Por esta razón, deberíamos llamarlo contexto interpretativo.
Estas interpretaciones llevan a construcciones de contextos tales como (una) sociedad, cultura,
política, género u otro sistema. Para aquellos que viven el contexto real (C1) en esta serie y
aquellos que lo interpretan como (C3), el pasado como historia o historización es igualmente
dado y real. Así, ambos textos pasados y presentes, de acuerdo con las premisas contextualistas
son las obras y materiales mismos, pero su producción es de acuerdo con prácticas discursivas
socialmente específicas y sus interpretaciones están basadas en comunidades interpretativas
extratextuales o formaciones de lecturas.
La teorización postmodernista desafía este esquema de clasificar contextos a través de lo que
se llama textualismo o textualidad. El textualismo como orientación y método comienza con una
nueva definición de texto. Los teóricos del textualismo no aceptan materiales escritos, orales o de
otro tipo de comunicación como un objeto fenomenológico concreto con un significado concreto.
Más bien, ellos consideran tales materiales como lugares de intersección de sistemas de
significados que reciben diversas lecturas e interpretaciones variadas. Los textos son “leídos”
(entre comillas en el original) como sistemas o estructuras de significado fluyendo desde los
procesos semióticos, sociales y culturales por los cuales son construidos o textualizados. Desde
pinturas, programas de tv, estilos de ropa, espectáculos deportivos e incluso sociedades y
culturas pueden ser leídos como textos además de aquellos materiales que los historiadores
habitualmente consideran documentos (cartas, libros, etc.)
Los teóricos y críticos leen estos sistemas de significados textualizados como estructuras
formales de reglas basados en modelos semióticos, como “procesos de significación” in palabras
de Barthes, como “prácticas discursivas” en la terminología de Michel Foucault, u otros modos
de mostrar cómo el (los) proceso(s) [así en el original] que constituye(n) el texto también le
provee sus significado por sus productores y tal vez por sus varias audiencias. Todas estas
lecturas de textos producen sus suplementarios o contratextos, los cuales a su vez pueden ser
leídos como textos (textualizaciones) [así en el original].
La textualidad tiene importantes implicancias para la metodología y representación histórica
tradicional. Esta suple, cuando no disuelve, la noción de autoría y la intención en lo social,
cultural u otras prácticas textualizantes que produjo el documento, de este modo repudia las
nociones tradicionales de intención y autoría que han suplido las premisas necesarias para
interpretar documentos como evidencia para la reconstrucción del pasado como contexto real.
Mediante la fusión del pasado y el presente, como textualización, el textualismo también une
historia con historiografía, en contraste con la práctica disciplinaria habitual. ¿Cómo pueden los
historiadores al final distinguir entre contexto y texto cuando parecen ser lo mismo bajo las
lecturas del textualismo?
Así el textualismo desafía el método tradicional de reconstrucción y su modo de
representación, el cual fue postulado como fundamental para la práctica histórica. La firme
posición textualista comienza y termina con la noción de texto misma, incluso cuando parece
extenderla más allá de ella, y produce unas series bastante diferentes con implicaciones bastante
diferentes para el discurso histórico.
T1. La primera definición textualista de contexto lo reduce al sistema o estructura de palabras
o de signos mismos en un texto. La contextualización de acuerdo con esta definición podría ser
llamada intratextual porque el proceso de contextualización supuestamente permanece u ocurre
dentro del texto mediante la comparación de una parte con otra o una parte con el todo. En una
lectura o revisión normal tal (con)textualismo [así en el original] se muestra como la consistencia
del argumento o la historia, especialmente a través de una comparación de anotación y las
generalizaciones que él sostiene.
T2. En una segunda definición, el contexto de un texto viene de, o es construido desde, otros
textos. Este enfoque puede llamarse intertextualidad. La intertextualidad se puede referir a un
texto señalando a uno o más textos como pre-texto(s) [así en el original], o puede mostrar cómo
un texto es referido por otros textos como su pre-texto. Tal análisis pre-textual es una fuente
importante de interpretación para los historiadores intelectuales y los académicos literarios. La
anotación refiere a otros trabajos y, por lo tanto, la compromete en el dialogismo de la
intertextualidad, como un diálogo dentro de su profesión o una de sus especialidades. Esta
intertextualidad sirve de contexto. Incluso aquello que constituye una fuente, cómo debería ser
leída como evidencia, y los hechos que ella provee dependen de las conversaciones profesionales
intertextuales.
T3. En la tercera definición textualista, el contexto de un texto se encuentra fuera del texto,
entonces debería ser llamada extratextual. En la versión más firme del textualismo, no sólo el
comportamiento humano y la interacción social producen textos, sino que los seres humanos y
sus sociedades sólo pueden entenderse como textualizaciones que producen sobre sí mismos.
Como un conjunto de comportamientos es definido a través de la interpretación, sus
componentes son aislados de su contexto general como una especie de textualización. En la
práctica histórica, todo comportamiento pasado es interpretado como texto porque es sólo
reconstruido por medio de la evidencia textualizada. En todos los casos, el contexto de tal
textualización es también construido través del aislamiento, la categorización, y la interpretación
y nunca más que a través de abstracciones tales como sociedad, cultura y política.
La crítica al textualismo acérrimo (strong textualism) acusa a las tres definiciones de ser
productos del énfasis en el lenguaje que hacen el estructuralismo y el posestructuralismo, porque
cada una de ellas deriva de un contexto lingüístico y simbólico. Los oponentes cuestionan que
el enfoque es tautológico, el referente es reducido al significado o, peor, al significante mismo.
Los críticos del textualismo consideran que el contexto intertextual (T2) es tan autorreferencial y
solipsista como su contexto intratextual (T1), ya que la interpretación del contexto intertextual
(T2) sigue estando dentro del ámbito conceptual cerrado postulado por el giro lingüístico.
Aunque los textualistas del contexto extratextual (T3) parecen romper con esta circularidad de
significantes para dar un referente en el mundo real, esa realidad social es constituida y entendida
a través de la textualización ampliamente concebida. A los ojos de sus críticos, el solipsismo
lingüístico del textualismo parece llevar sólo a un escepticismo inútil o a un idealismo
inaceptable.
Aunque el tercer modo contextualista de textualización interpretativa (C3) se basa en el
mismo tipo de textualización y re-representación que el contexto de los textualistas
extratextuales (T3), su premisa, lo mismo que su método, supone que el mundo extratextual es
real y cognoscible como tal. Como resultado de esta premisa, la mayoría de los historiadores y
otros académicos llamarían sólo a éste abordaje propiamente contextualista por su problemática
y su metodología, y es la definición habitual de contexto empleada en historización tanto como
por académicos de literatura, música, y artes o por historiadores y cientistas sociales. Los
oponentes del textualismo a este abordaje se preguntan cómo los contextualistas pueden describir
la realidad social que suponen que funda su enfoque al contexto sin emplear la textualización.
De manera similar a la historia, el contextualismo como metodología se refiere a la realidad
social descripta como un contexto (generalmente en términos de un abordaje contextualista
fuerte (strong contextualist) y a su textualización como una descripción e interpretación de ese
contexto (cada vez más entendido de acuerdo con las definiciones de contexto del textualismo).
Así la idea no es sólo básica para la historización sino que también comparte sus problemas de
ambigüedad conceptual.
Ni los partidarios ni los oponentes del textualismo y el contextualismo especifican qué debería
estar incluido en y como contexto. Cada grupo ofrece indicios a su modo acerca del marco de
la historia. Cada uno provee los fines pero no los medios para determinar qué debería ser
contenido en cada ejemplo dado. Para ambos, contextualistas y textualistas, cómo contextualizar
es en última instancia un asunto arbitrario.
Clío en la encrucijada