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Robert F.

Berkhofer
Detrás de la gran historia. La Historia como texto y discurso. Cap. 1

Berkhofer, R. (1995). Beyond the Great Story. History as Text and Discourse. Londres: Harvard
University Press.
Resumen a cargo de Ariel Wasserman, Paula Popritkin y Pablo Horacio Gómez.

Capítulo I. El desafío posmodernista

A medida que se acerca otro milenio, incluso el discurso académico parece hacerse eco del
apocalipticismo expresado en la cultura popular. Ciertamente, la proliferación de los "posts" -
industrialismo, colonialismo, modernismo, feminismo, marxismo e incluso de la historia, de la
teoría y del posmodernismo propiamente dicho-, revela un cambio en los antiguos fundamentos
intelectuales de la erudición modernista.
Entre los historiadores profesionales, estos temores se han centrado en las implicaciones del
posmodernismo en la disciplina. Tanto los que se oponen como los que favorecen las
implicaciones del posmodernismo para la escritura de la historia están de acuerdo en su principal
consecuencia. La teoría posmodernista cuestiona lo que la historia puede ser, tanto como un
pasado real como un discurso sobre él. Los historiadores no están de acuerdo sobre la mejor
manera de afrontar el reto.

Desafíos interdisciplinarios

Si Clío, la musa de la historia, hubiera seguido las tendencias intelectuales de las últimas
décadas en el mundo de habla inglesa, podría haberse vuelto bastante mareada cuando esa
amalgama de estudios sociales, morales y literarios que los franceses llaman las "ciencias
humanas", tomó primero un "giro lingüístico", luego giros "interpretativos" y "retóricos".
Aunque los giros lingüísticos, interpretativos y retóricos diferían unos de otros, todos
cuestionaban el punto de vista recibido que fundamentaba las ciencias sociales: un ideal del
positivismo científico y su corolario, la separación estricta de la objetividad y la subjetividad,
como hecho versus valor o como empirismo versus Política y moral. Cada uno de los tres giros
enfatizó el lenguaje, el significado y la interpretación como centrales para la comprensión
humana y, por lo tanto, para la comprensión de los seres humanos. Todos afirmaron que las
metodologías y los conocimientos incorporados en las disciplinas académicas no eran
universales e intemporales, sino social y culturalmente constituidos y, por lo tanto,
históricamente específicos como otras esferas de los asuntos humanos. Los estímulos para todos
estos giros fueron los movimientos estructuralistas y postestructuralistas del continente europeo.
Sus perspectivas y premisas proporcionaron nuevos y sólidos fundamentos para comprender la
literatura ampliamente concebida de acuerdo con la teoría general y, en el proceso, impugnaron
la base misma de la práctica histórica tradicional. Ya fuera que la teorización emanaba de la
búsqueda positivista de sistemas formales de los estructuralistas o del antiformalismo
antipositivista de los postestructuralistas, desafiaba a la historia como era tradicionalmente
concebida y practicada al plantear dudas sobre el descubrimiento de la verdad y los fundamentos
del conocimiento, la autonomía y la unidad del "individuo" como agente y sujeto, la base de los
límites y prácticas disciplinarias y la estabilidad del significado en el lenguaje.
Cuando los expertos franceses anunciaron la "muerte del autor" al disolver la autoría en
prácticas discursivas sociales, el "fin del hombre" al reducir el sujeto autónomo basado en el
“yo” a códigos culturales y la muerte de la metafísica al deconstruir el "logocentrismo” del
pensamiento occidental, también proclamaron la "muerte de la historia "como una empresa
teleológica. Aunque esta dramática declaración estuvo dirigida a las grandes narrativas de
progreso y emancipación que sostenían a la historia liberal y marxista por igual, las
implicaciones de los desafíos postmodernistas colectivos para la práctica histórica tradicional
fueron más allá de la teleología. Al final, los teóricos posmodernistas cuestionaron las
dicotomías que fundaron el paradigma de la historia tradicional: las diferencias supuestamente
inherentes entre la literatura y la ciencia, entre la realidad y su representación.
Con el reciente anuncio de un "giro histórico", ¿han vuelto las ciencias humanas al punto de
partida tradicional de los historiadores? Después de su danza vertiginosa con las teorías globales
y universales de Talcott Parsons y otros (ahora etiquetados como la Escuela Estructural-
Funcional), los sociólogos y otros científicos sociales repudiaron tal teorización en favor de la
historización de sus materias. La sociología histórica domina ahora su disciplina y el enfoque
histórico se considera también fundamental para la antropología y la ciencia política. Del mismo
modo, a medida que la gran teoría continental ha retrocedido en los campos literarios, los
académicos también han buscado un resurgimiento de la historización en sus estudios, siendo el
“Nuevo historicismo” la instancia más obvia.
Para muchos historiadores anglófonos, el regreso de la historia en otras disciplinas de la
ciencia humana parece autorizar sus prácticas tradicionales y sus enfoques de estudio. Desde su
perspectiva, el empirismo anglófono ha sobrevivido a un período de ataque y vencido a la teoría
francófona; el desafío posmodernista a la historia tradicional ha al menos retrocedido. Pero este
veredicto auto-congratulatorio no sólo parece prematuro, sino también infundado, ya que no
considera cómo los giros lingüísticos y otros giros han reinterpretado lo que cualquier (re) giro
histórico podría significar como metodología o práctica. Como mínimo, los desafíos modernos y
posmodernos alteraron los términos y los fundamentos del debate y crearon una nueva urgencia y
un desafío más amplio.
Lo que ahora se llama el desafío posmodernista a la historia tradicional comenzó como la
crisis de representación planteada por los teóricos del modernismo tardío y los estructuralistas.
¿Hasta qué punto los historiadores pueden combinar los dos significados de la historia como
hechos históricos reales y la representación moderna cuando todo lo que sabemos del lenguaje
aparentemente subvierte ese mismo objetivo? ¿Qué pasa si una teoría realista de la
correspondencia entre la historia como lo escrito y la historia como el pasado real se abandona
por una visión construccionista de la historia como forma de representación? ¿Cómo podemos
juzgar la exactitud de la representación moderna del pasado frente a un original postulado
cuando es, por definición, pasado? ¿Cómo podemos esperar re-presentar el pasado como lo fue
cuando debemos hacerlo a través de (re)creaciones actuales? En última instancia, ya que tanto el
modernismo tardío como el posmodernismo cuestionan cómo se escribe tradicionalmente la
historia, ¿esta última pregunta debería responderse por nuevos tipos de historias más acordes con
las modas intelectuales de finales de siglo XX, hechas a semejanza de las novelas
posmodernistas o de libros reflexivos recientes de las ciencias sociales?
La teorización posestructuralista y multiculturalista produjo la segunda crisis de la
representación: ¿Quién puede hablar por quién en las historias y en la historia? Al negar la
universalidad de los puntos de vista y el conocimiento, el multiculturalismo y el
posestructuralismo repudiaron el punto de vista unificado y por lo general omnisciente de la
historia tradicional en favor de la diversidad de género, raza, etnia y otras distinciones sociales.
La representación del "Otro" a través de la voz y el punto de vista plantea también problemas
para la representación de la historia como construcción textual. ¿Necesitaban estas nuevas
formas de contar la historia incorporar opiniones y voces más representativas del pasado,
mientras eran construidas como representación de ese pasado? Cuanto más diversa la
representación de voces y puntos de vista, más fragmentada se volvió la representación histórica
tradicional como construcción discursiva.
Si la primera crisis de la representación cuestionaba si la realidad histórica podía re-
presentarse, la segunda crisis de representación debilitó tanto la autoridad como la objetividad de
la historia tradicional. La primera crisis de representación está encapsulada en el eslogan
"Realidad de la pregunta", la segunda en "Resistir a la autoridad". Así, los objetivos generales
explícitos del giro histórico se vuelven tanto paradójicos como problemáticos como resultado de
las dos crisis de representación. El consejo siempre de historizar -ya sean textos, personas,
acontecimientos o incluso disciplinas- subvierte al primero en lograr el último, o viceversa. Si los
textos, los sujetos y los acontecimientos pueden ser representados, entonces las prácticas
disciplinarias y las historias escritas no se vuelven problemáticas por y a través de su
representación.
Si las disciplinas y las historias escritas se sitúan social y temporalmente, su habilidad para
persuadir a otros de sus representaciones de textos, eventos o temas está severamente restringida
o eliminada.
Sin trazar -algunos dirían crear- la (¿una?) historia del conocimiento reciente o la política
disciplinaria en las ciencias humanas, yo diría que algunas de las implicaciones mayores
-algunos podrían argumentar logros- de esta erudición no sólo socavan las formas más antiguas
de practicar la historia sino también desafían gran parte de la nueva historia cultural que se dice
encarna las nuevas teorías de representación y producción social que supuestamente
engendraron. Del mismo modo, las implicaciones de gran parte de esta nueva gran teoría en
literatura y en ciencias sociales, subvierten sus propias perspectivas como modos de
entendimiento, tal y como desafían a la historia como una forma de entendimiento, pues la
teorización en las ciencias humanas no dio lugar a un conjunto coherente de premisas
intelectuales, ni un solo paradigma o problemática.
Las implicaciones de la llamada teoría grandiosa en las ciencias humanas se centraron y
culminaron en tendencias recientes a desnaturalizar, desmitificar, deconstruir y, uno podría
continuar, desjerarquizar y desreferencializar. Aunque algunas de estas tendencias se centraron
en, y resultaron de, preocupaciones contemporáneas sobre raza, etnia, clase y género, las
implicaciones se extendieron mucho más allá de estas categorías a las fundaciones asumidas
como fundamentales para todos los campos del estudio humano, incluyendo estudios históricos.
Dado que estas implicaciones cuestionan nuestras propias formas de comprensión, cuestionan
también lo que somos como eruditos y personas y cómo representamos nuestro entendimiento
para nosotros mismos y para los demás. Al final, estas tendencias niegan cualquier separación
simple entre textos y contextos, cualquier división simple entre la política y la metodología.

Desnaturalización y desmitificación

La tendencia más clara, y tal vez la más ampliamente aceptada, es la desnaturalización de la


raza, la etnia y el sexo. Gran parte de lo que las generaciones anteriores de eruditos atribuyeron a
los efectos de la biología en la comprensión de las diferencias raciales y étnicas entre los pueblos
y las diferencias sexuales entre hombres y mujeres, los recientes estudiosos atribuyen a los
arreglos sociales y a las construcciones culturales. En consecuencia, mucho de lo que una vez se
explicó por las inevitables distinciones naturales ha llegado a ser visto como socialmente
construido, por lo tanto, culturalmente persistente y políticamente arbitrario. En este punto de
vista, la biología de la raza, la etnicidad y el sexo se convierte en la cultura o ideología del
racismo, el etnocentrismo y el género. Incluso la concepción de la naturaleza humana como una
base biológica uniforme para toda conducta humana se niega en favor de una concepción
altamente cambiante y muy plástica del potencial humano. Lo que distingue la desnaturalización
reciente del antirracismo y el surgimiento del concepto de cultura después de la segunda guerra
mundial es cómo la penetración profunda de la cultura ha estado en las áreas hasta ahora
consideradas naturales. Esta penetración ha sido tan completa que la prioridad dada a la
naturaleza sobre la cultura en esa dicotomía ha sido derrocada en las ciencias humanas y la
cultura se ha convertido en la explicación preeminente del comportamiento humano. Ya sea que
el racismo, el etnocentrismo y el patriarcado resultan o no de estructuras sociales o de los
sistemas culturales revela supuestos fundacionales y explicaciones contradictorias, pero ambos
lados de esa cuestión pueden estar de acuerdo en la necesidad de reconsiderar la procedencia
social específica de los textos canónicos y los artefactos y quiénes y qué aparecen en el contexto
histórico.
Acompañar y reforzar esta tendencia a la desnaturalización y al estudio del Otro era algo que
podríamos llamar desmitificación, que trazaba el comportamiento humano, los textos y los
artefactos a su producción social o génesis social. En su esencia, este enfoque postula relaciones
sociales como sistemas de desigualdad estructurada. La desmitificación como metodología
explora las conexiones entre las desigualdades de las relaciones sociales y el poder en la
conformación del comportamiento humano, las ideas y los artefactos. La presunción de tales
desigualdades estructuradas en una sociedad transforma los estratos o grupos en clases y, junto
con la desnaturalización, convierte los sexos en sistemas de género y los pueblos en sistemas
raciales. Atar la literatura, las artes y la ideación en general a la clase social y al poder político
convierte las ideas en ideologías y los textos en discursos. Los eruditos reemplazan la búsqueda
de un significado único, fijo y unificado de un texto con la exploración, en un texto, de
significados múltiples y contestados que reproducen la clase, el género y otros conflictos dentro
de una sociedad. El renacimiento del análisis de clases y conflictos en la erudición literaria,
histórica y de otro tipo ha renovado el énfasis en la ideología y la prevalencia de términos como
"hegemonía" y "dominación" en el discurso académico. Incluso la concepción de la naturaleza
humana como el fundamento biológico universal de todo comportamiento humano se representa
como nada más que una razón para la hegemonía burguesa y una economía liberal. Como Roland
Barthes sostuvo hace mucho tiempo: "El estatus de la burguesía es particular, histórico: el
hombre como representado por él es universal, eterno.”
Si los términos "post-marxista" y "neo-marxista" indican que el análisis marxista ortodoxo
según el modelo de base / superestructura del determinismo económico simple está fuera del
apoyo intelectual, la frase "construcción social de ..." demuestra la continua popularidad de la
relativización de las ideas y acciones a la sociedad como un sistema de desigualdades
estructuradas, por lo tanto un sitio de conflicto. De hecho, el marco de muchos de los estudios
culturales destacados en tantos campos, especialmente en forma de cultura popular, descansa en
una interpretación social de la cultura. Aunque la cultura no está relegada a un nivel
superestructural simple, su aparente autonomía como variable no dependiente en la explicación
de los fenómenos sociales, parece seriamente limitada por la naturaleza de la matriz social. Al
final, todas las categorías del conocimiento humano, al igual que las categorías culturales en
general, se relativizan con su génesis societal general, ya sea de clase, género, raza u otros
orígenes sociales.
Como concluye Robert D'Amico en el historicismo y el conocimiento, "el razonamiento es
siempre local y vencible". Así, Elizabeth Deeds Ermarth señala: "Un posmodernista nunca
hablaría de “realidad histórica ", no porque la “realidad" no exista excepto definida localmente,
sino también porque la "historia" tampoco existe, excepto cuando se define localmente ".
La desmitificación tiene consecuencias para las concepciones tanto de la cultura como del
individuo. La cultura, como la historia, es siempre un sitio de lucha social. La cultura nunca
puede ser representada como un sistema unificado para toda una sociedad, porque las divisiones
dentro de una sociedad encuentran una de sus expresiones en los conflictos dentro de (una) la
cultura. Además, como los individuos están creados y circunscritos por su ubicación en la matriz
social, la aparente autonomía del individuo es un mito humanista burgués para ocultar los
orígenes sociales de la experiencia personal y la constitución social del yo.

Desjerarquización (dehierarchization)

Otra tendencia clara en las teorías recientes es la que denomino desjerarquización. Tal
tendencia se volvió más evidente en la erosión, e incluso disolución de los límites académicos y
estéticos que dividían las culturas populares de las de élite. Los estudios culturales socavaron los
criterios que sostenían el canon en literatura, arte y música.

Aquello que comenzaron los estudios culturales y populares fue reforzado subsecuentemente
por el Nuevo Historicismo, que estudia textos literarios de alta cultura yuxtaponiéndolos con
documentos históricos ordinarios para demostrar que todos eran parte de un cierto orden social y
cultural de un período dado.
El repudio de los criterios que distinguían las culturas de élite de las populares, folk y otras,
fue consecuencia de la negación de principios o valores trascendentales o universales en la
evaluación de literatura, arte y música, así como también fue consecuencia de la relativización de
los estándares estéticos en general.
Por otro lado, si bien el objetivo de combinar crítica cultural y política no es nuevo, su
vitalidad actual representa una fase nueva: Si desmitificar los orígenes y usos de clase de las
ideas las transforma en ideologías ¿eso significa que las estructuras culturales y sociales también
generan y circunscriben sus propias teorizaciones?
En consecuencia la definición misma de la historia debe tomar un sentido más reflexivo, uno
que muestre su naturaleza socialmente construida, su autoconciencia de su propia creación, y las
condiciones sociales que permitieron semejante práctica. En resumen, la desnaturalización, la
desmitificación y la desjerarquización subrayaron las relaciones entre la naturaleza del
conocimiento histórico, las bases sociales de su producción y sus implicancias en el sistema de
poder en una sociedad.

Desreferencialismo (dereferentialism)

Llevado a su extremo lógico, la desjerarquización conceptual desafía la idea misma de que


podamos ponernos de acuerdo en determinadas ideas fundamentales por encima de otras, para
sentar las bases de algún tipo de juicio conceptual o estético. La desjerarquización del lenguaje
desemboca en desreferencialismo y, en última instancia, en deconstrucción.
Conceptualmente el desreferencialismo cuestiona la existencia de una "realidad" [así en el
origina] extralingüística o significación trascendental. Por lo tanto, no solamente categorías tales
como raza, etnicidad y género son transformadas en construcciones culturales, sino que incluso
también otras concepciones tales como la clase social y el estado son categorizadas como
esencialistas y fundacionales si no son interpretadas como culturalmente arbitrarias por
definición debido a que son social e históricamente específicas.

Deconstrucción

La deconstrucción trata los textos y los discursos como no-determinantes de su sentido


ostensible. El método niega la aparente unidad del texto en favor de su heterogeneidad y sus
tensiones internas revelando como un texto subvierte su propio mensaje a través de la auto-
contradicción, las ambigüedades y la supresión de contrarios. Los críticos de la deconstrucción
exponen los intentos de los autores por naturalizar, esencializar o universalizar las categorías que
emplean como fundamento de sus textos.
La deconstrucción representa un desafío principalmente para la preeminencia del primer
término por sobre el segundo en dicotomías occidentales clásicas como: hombre/mujer,
naturaleza/cultura, real/artificial, razón/emoción, público/privado, incluso
significante/significado, causa/efecto, verdad/ficción.
Con la negación de la referencialidad extratextual y el esencialismo conceptual, los giros
lingüístico y retórico parecieron hacer colapsar la realidad quedando su representación, así toda
la historia se volvió textualización(es). Muchos deconstruccionistas vieron los textos como
productos de prácticas discursivas con bases sociales. Todo comportamiento puede ser
interpretado como los textos porque es producido a partir de un proceso de textualización.

El debate sobre las implicancias

¿Es posible escribir historia?


Las respuestas parecen cambiar como resultado del posestructuralismo y del posmodernismo.
¿Cómo pueden los historiadores unir en su práctica las perspectivas dobles y contrastantes del
arte y la ciencia que encontramos como fundamento de la disciplina?
Si los historiadores pueden compatibilizar la intuición con el empirismo, la generalización y la
especificidad, el análisis y la narrativa, las interpretaciones y las explicaciones, la creatividad y la
objetividad, ha dependido tanto de qué otras disciplinas se definieron como naturales de estas
distintas prácticas como de cómo los historiadores se manejaron en estas cuestiones.
Tanto seguidores como detractores reflejaron el conflicto inherente entre el programa
positivista y los fundamentos humanistas del arte.
Hoy, las dicotomías tradicionales son negadas por inválidas, irrelevantes, o mal articuladas.
La distancia entre ciencia y literatura, hecho y ficción, objetividad y tendenciosidad han tendido
a desaparecer en la medida en que los problemas de la representación aumentaron bajo la égida
del estructuralismo, primero, y del posestructuralismo, luego. Las implicancias de estas teorías se
pueden apreciar no sólo en el repudio de la historia como la gran empresa teleológica sino
también en las cuestionadas definiciones de la mismísima práctica histórica.
Hayden White define una “obra histórica como lo que manifiestamente es –vale decir, una
estructura verbal en forma de discurso narrativo en prosa que se presenta como modelo, o ícono,
de procesos pasados con el afán de explicarlos por medio de la representación.
Greimas y Courtés, en su Analytical Dictionary, postulan que:
“Verdad” designa el término complejo que subsume tanto al ser como al parecer… Podría ser
útil señalar que lo “verdadero” se sitúa dentro del discurso, ya que es el producto de operaciones
de verificación: esto excluye cualquier relación (u homologación) con un referente externo.
Semejante definición de la historia pone en cuestión la habilidad para recuperar el pasado
como historia, complicando y quizá negando la conexión entre historia como texto y el pasado
como lo que ocurrió.
Sande Cohen, por su lado, afirma que:
La historia es un último recurso, un significante flotante, la coartada de una alineación con
valores obligatorios. No pertenece en absoluto a un significado (…) La “historia” debe ser
separada radicalmente del pasado: la primera siempre se calibra con contradicciones culturales
mientras que el segundo es una noción mucho más fluida.
Harry Ritter, propone definir la historia –entre otras definiciones- como:
La indagación en la naturaleza del pasado humano, con el objetivo de preparar una relación
auténtica de una o más de sus facetas: narración escrita de eventos pasados. La historia puede ser
definida como una tradición del aprendizaje y la escritura desde la antigüedad, basada en la
investigación racional de la naturaleza fáctica del pasado humano.
El desreferencialismo radical niega la posibilidad de los historiadores de conocer el pasado al
reducirlo a su textualización mientras que la demistificación radical convierte la práctica del
historiador en otra forma de ideología contemporánea al reducir a los historiadores y sus
prácticas a su contexto social. Ambas tendencias contradicen a los historiadores y sus
convicción de que pueden usar la realidad del pasado para validar sus interpretaciones del
mismo.
Gertrude Himmelfarb se manifiesta en contra de que se extienda la deconstrucción de la
literatura a la historia porque le quita la autoridad sobre la que esta disciplina se funda. Así driá
que:
La deconstrucción implica la liberación del texto respecto de cualquier tipo de coacción que
históricamente le pueda haber otorgado sentido, empezando por la intención del autor. Desde
este punto de vista, el autor no tiene más autoridad que el crítico o el lector. El
deconstruccionista también libera al texto de la tiranía de lo que se conoce como “contexto”. “No
hay nada fuera del texto”, afirmó Derrida. Se dice que el texto es en sí “indeterminado” porque el
lenguaje no refleja o se corresponde con la realidad.
John Toews resumió en 1987 las implicancias que tuvo para la historia el programa del giro
lingüístico:
Esta perspectiva… es radicalmente historicista en la medida que todo conocimiento y sentido
están vinculados a determinaciones temporales y culturales, pero también socaba la búsqueda
tradicional del historiador en pos de unidad, continuidad, y propósito al quitarle el lugar desde
donde pueda reconstruir objetivamente una relación entre el pasado, el presente y el futuro.

Bryan Palmer se referirá al “descenso al discurso” y dirá que como resultado de este
“descenso hedonista a una pluralidad de los discursos que descentra el mundo provocando una
negación caótica de toda posibilidad de reconocimiento de estructuras de poder tangibles y de
comprensión de un sentido”, semejante teoría niega por completo las realidades de clase y de los
sistemas económicos. La teoría posestructuralista, al enfatizar el poder del lenguaje para moldear
la realidad, deja de lado el poder de las fuerzas sociales, económicas, y políticas.
Finalmente, la relativización social radicalizada y el construccionismo social extremo
conducen al mismo lugar que la textualización y el desreferencialismo radicales a la vez que
ayudan a reforzarlos. En este sentido, tanto la desmitificación radical como el
desreferencialismo radical reducen las realidades pasadas de los historiadores a textos que
describen esas realidades.
Una defensa problemática

¿Acaso las teorías literaria y retórica ofrecen lo que los historiadores necesitan, o deberían
éstos continuar con su labor porque el éxito mismo de la historia depende de que quienes la
ejecutan no reconozcan la imposible contradicción que subyace en la base de su empresa?
Las ideas propuestas y desarrolladas por Michel Foucault en Las palabras y las cosas y por
Hayden White en Metahistoria han encontrado seguidores aunque no tantos en el campo de la
historia.
John Toews postula que la cuestión se centra en la relación entre “la autonomía del
significado y la irreductibilidad de la experiencia”. El dilema surge de dos proposiciones que son
en apariencias válidas pero irreconciliables:
1. Toda experiencia está mediada por el significado, que se constituye en y a través del
lenguaje.
2. La experiencia coacciona y determina los significados posibles.
Así, admite que el lenguaje no es un medio transparente y que, por tanto, tampoco lo es la
historia escrita. Aunque los giros lingüístico y retórico hagan foco en las estructuras del
significado además de los usuarios y de los usos del lenguaje, el giro histórico no necesita ir tan
lejos, dice Toews, ya que “desde esa perspectiva, la historiografía estaría reducida a un
subsistema de signos lingüísticos que constituyen su objeto, el pasado, de acuerdo con las reglas
que pertenecen a la “prisión del lenguaje” habitada por el historiador.
Y dirá: “existe una unidad dialéctica de y una diferencia dialéctica entre significado y
experiencia”.
Los historiadores deben encontrar la manera de ir más allá del escepticismo, el relativismo y
la politización de los giros lingüístico y retórico. La solución está en reconocerle importancia a la
tradición empírica anglo-americana por sobre el idealismo y el escepticismo europeos, a la
experiencia por sobre el significado, a la realidad por sobre su postulación.

Bryan Palmer advierte que la indeterminación lingüística, si domina la profesión, destruirá las
posibilidades políticas. Palmer y otros temen que Clio se vuelque hacia la derecha si sigue las
tendencias intelectuales de los círculos literarios.
Himmelfarb afirma que la historia posmodernista es “una negación de la fijeza del pasado, de
la realidad del pasado independientemente de lo que los historiadores decidan hacer con él y, así,
de toda verdad objetiva sobre el pasado”.

Las posiciones de Palmer y Himmelfarb representan sólo dos dentro de un espectro de


posturas respecto de la teoría y la política que hoy empiezan a circular en los debate de los
historiadores. Pero no hay una agrupación ordenada de opiniones según fundamentos políticos o
teóricos por parte de los seguidores o detractores del posestructuralismo y el posmodernismo.
Estos debates a menudo intentan armonizar el dualismo clásico entre el idealismo y el
materialismo. Los debates conciernen a la práctica de la historia en dos modos:
a. ¿Hasta qué punto debe encontrarse una solución para estos problemas políticos y teóricos
en la historización de las temáticas en todas las disciplinas?
b. ¿Niegan los posestructuralistas y los posmodernistas las premisas fundamentales
necesarias para la práctica de la historia como disciplina?
La teoría y política del posestructuralismo y del posmodernismo requieren la aplicación de
esas teorías y políticas para sí. De este modo, la desmitificación, la desnaturalización, la
desjerarquización, la deconstrucción y el dereferencialismo socaban las bases de las teorías
posestructuralistas y posmodernistas ya que se contradicen a sí mismos al aplicarse.

Textos y Contextos

Los dilemas de las posiciones opuestas en este debate y sus paradigmas subyacentes muestran
diferir en definiciones de esa palabra tan básica en el lexicón y la metodología de los
historiadores: contexto. Lo que está en juego puede verse en los diferentes enfoques para definir
contexto de acuerdo con las premisas historicistas tradicionales (H), contextualistas fuertes
(strong contextualists) (C) y textualistas (T).
Los historiadores distinguen comúnmente tres tipos básicos de contexto todos vinculados a la
relación que convencionalmente se presume que existe entre el pasado y el presente en la
metodología histórica.
H1. El primer tipo de contexto es la red de relaciones en el pasado real en sí mismo y las
experiencias de las personas en él. Como ningún historiador puede mediar ni intervenir en el
pasado como tal, este contexto existe independientemente de su estudio. Esta manera de entender
el contexto da base a todas las formas de realismo histórico, desde las interpretaciones más
sofisticadas a las más ingenuas. El método histórico es usado para reconstruir este pasado real
desde las evidencias que quedan del pasado. Así los historiadores esperan representar el contexto
real mediante sus historias.
H2. El segundo tipo de contexto consiste en fuentes documentales o materiales que quedan
del pasado mismo y, tal vez, aquellas representaciones históricas construidas a partir de esas
fuentes, tales como cartas editadas y diarios o artefactos reproducidos. De estos textos del
pasado, los historiadores esperan inferir los contextos que dan sentido a esos textos así pueden
presentarlos como parte de sus historias.
H3. El tercer tipo de contexto es la construcción del historiador o la interpretación del pasado
como el marco mayor de creencias y comportamientos pasados. Este es el pasado representado
sintetizado del contexto de evidencias o documentado que permitió la reconstrucción del
contexto del pasado real.
Los presupuestos de los contextualistas fuertes (strong contextualists) sobre cómo la gente
experimenta y conoce la realidad da el punto de partida para definir contexto y por lo tanto lo
que da base al contextualismo como método desde esta posición.
C1. El primer contexto presume la realidad del mundo y la experiencia de la gente en él. En su
extremo, tal posición supone que los resultados de los procesos de contextualización son
transparentes a la realidad pasada que experimentaban las personas. Por lo tanto, este primer
contexto es vivido y sentido de manera directa; es la experiencia de personas pasadas sin
construir ni interpretar.
C2. El segundo contexto supone entender cómo la realidad pasada, social o no, es
experimentada o, posiblemente, interpretada por aquellos que la viven. Podríamos llamar a este
enfoque como etnocontexto porque el contextualizador busca ubicar los problemas dentro del
contexto y términos de aquellos que viven y experimentan en él. A menudo, este enfoque intenta
reconstruir el contexto a través de la evocación u otros métodos de “recapturar” (entre comillas
en el original) las experiencias pasadas. Para considerar si hay alguna diferencia entre el contexto
real vivido y experimentado de (C1) y el del etnocontexto (C2) y la interpretación académica de
estos dos contextos hace falta una tercera definición en esta serie.
C3. El tercer contexto refiere a las construcciones e interpretaciones de aquellos que estudian
y describen los otros dos contextos. Por esta razón, deberíamos llamarlo contexto interpretativo.
Estas interpretaciones llevan a construcciones de contextos tales como (una) sociedad, cultura,
política, género u otro sistema. Para aquellos que viven el contexto real (C1) en esta serie y
aquellos que lo interpretan como (C3), el pasado como historia o historización es igualmente
dado y real. Así, ambos textos pasados y presentes, de acuerdo con las premisas contextualistas
son las obras y materiales mismos, pero su producción es de acuerdo con prácticas discursivas
socialmente específicas y sus interpretaciones están basadas en comunidades interpretativas
extratextuales o formaciones de lecturas.
La teorización postmodernista desafía este esquema de clasificar contextos a través de lo que
se llama textualismo o textualidad. El textualismo como orientación y método comienza con una
nueva definición de texto. Los teóricos del textualismo no aceptan materiales escritos, orales o de
otro tipo de comunicación como un objeto fenomenológico concreto con un significado concreto.
Más bien, ellos consideran tales materiales como lugares de intersección de sistemas de
significados que reciben diversas lecturas e interpretaciones variadas. Los textos son “leídos”
(entre comillas en el original) como sistemas o estructuras de significado fluyendo desde los
procesos semióticos, sociales y culturales por los cuales son construidos o textualizados. Desde
pinturas, programas de tv, estilos de ropa, espectáculos deportivos e incluso sociedades y
culturas pueden ser leídos como textos además de aquellos materiales que los historiadores
habitualmente consideran documentos (cartas, libros, etc.)
Los teóricos y críticos leen estos sistemas de significados textualizados como estructuras
formales de reglas basados en modelos semióticos, como “procesos de significación” in palabras
de Barthes, como “prácticas discursivas” en la terminología de Michel Foucault, u otros modos
de mostrar cómo el (los) proceso(s) [así en el original] que constituye(n) el texto también le
provee sus significado por sus productores y tal vez por sus varias audiencias. Todas estas
lecturas de textos producen sus suplementarios o contratextos, los cuales a su vez pueden ser
leídos como textos (textualizaciones) [así en el original].
La textualidad tiene importantes implicancias para la metodología y representación histórica
tradicional. Esta suple, cuando no disuelve, la noción de autoría y la intención en lo social,
cultural u otras prácticas textualizantes que produjo el documento, de este modo repudia las
nociones tradicionales de intención y autoría que han suplido las premisas necesarias para
interpretar documentos como evidencia para la reconstrucción del pasado como contexto real.
Mediante la fusión del pasado y el presente, como textualización, el textualismo también une
historia con historiografía, en contraste con la práctica disciplinaria habitual. ¿Cómo pueden los
historiadores al final distinguir entre contexto y texto cuando parecen ser lo mismo bajo las
lecturas del textualismo?
Así el textualismo desafía el método tradicional de reconstrucción y su modo de
representación, el cual fue postulado como fundamental para la práctica histórica. La firme
posición textualista comienza y termina con la noción de texto misma, incluso cuando parece
extenderla más allá de ella, y produce unas series bastante diferentes con implicaciones bastante
diferentes para el discurso histórico.
T1. La primera definición textualista de contexto lo reduce al sistema o estructura de palabras
o de signos mismos en un texto. La contextualización de acuerdo con esta definición podría ser
llamada intratextual porque el proceso de contextualización supuestamente permanece u ocurre
dentro del texto mediante la comparación de una parte con otra o una parte con el todo. En una
lectura o revisión normal tal (con)textualismo [así en el original] se muestra como la consistencia
del argumento o la historia, especialmente a través de una comparación de anotación y las
generalizaciones que él sostiene.
T2. En una segunda definición, el contexto de un texto viene de, o es construido desde, otros
textos. Este enfoque puede llamarse intertextualidad. La intertextualidad se puede referir a un
texto señalando a uno o más textos como pre-texto(s) [así en el original], o puede mostrar cómo
un texto es referido por otros textos como su pre-texto. Tal análisis pre-textual es una fuente
importante de interpretación para los historiadores intelectuales y los académicos literarios. La
anotación refiere a otros trabajos y, por lo tanto, la compromete en el dialogismo de la
intertextualidad, como un diálogo dentro de su profesión o una de sus especialidades. Esta
intertextualidad sirve de contexto. Incluso aquello que constituye una fuente, cómo debería ser
leída como evidencia, y los hechos que ella provee dependen de las conversaciones profesionales
intertextuales.
T3. En la tercera definición textualista, el contexto de un texto se encuentra fuera del texto,
entonces debería ser llamada extratextual. En la versión más firme del textualismo, no sólo el
comportamiento humano y la interacción social producen textos, sino que los seres humanos y
sus sociedades sólo pueden entenderse como textualizaciones que producen sobre sí mismos.
Como un conjunto de comportamientos es definido a través de la interpretación, sus
componentes son aislados de su contexto general como una especie de textualización. En la
práctica histórica, todo comportamiento pasado es interpretado como texto porque es sólo
reconstruido por medio de la evidencia textualizada. En todos los casos, el contexto de tal
textualización es también construido través del aislamiento, la categorización, y la interpretación
y nunca más que a través de abstracciones tales como sociedad, cultura y política.
La crítica al textualismo acérrimo (strong textualism) acusa a las tres definiciones de ser
productos del énfasis en el lenguaje que hacen el estructuralismo y el posestructuralismo, porque
cada una de ellas deriva de un contexto lingüístico y simbólico. Los oponentes cuestionan que
el enfoque es tautológico, el referente es reducido al significado o, peor, al significante mismo.
Los críticos del textualismo consideran que el contexto intertextual (T2) es tan autorreferencial y
solipsista como su contexto intratextual (T1), ya que la interpretación del contexto intertextual
(T2) sigue estando dentro del ámbito conceptual cerrado postulado por el giro lingüístico.
Aunque los textualistas del contexto extratextual (T3) parecen romper con esta circularidad de
significantes para dar un referente en el mundo real, esa realidad social es constituida y entendida
a través de la textualización ampliamente concebida. A los ojos de sus críticos, el solipsismo
lingüístico del textualismo parece llevar sólo a un escepticismo inútil o a un idealismo
inaceptable.
Aunque el tercer modo contextualista de textualización interpretativa (C3) se basa en el
mismo tipo de textualización y re-representación que el contexto de los textualistas
extratextuales (T3), su premisa, lo mismo que su método, supone que el mundo extratextual es
real y cognoscible como tal. Como resultado de esta premisa, la mayoría de los historiadores y
otros académicos llamarían sólo a éste abordaje propiamente contextualista por su problemática
y su metodología, y es la definición habitual de contexto empleada en historización tanto como
por académicos de literatura, música, y artes o por historiadores y cientistas sociales. Los
oponentes del textualismo a este abordaje se preguntan cómo los contextualistas pueden describir
la realidad social que suponen que funda su enfoque al contexto sin emplear la textualización.
De manera similar a la historia, el contextualismo como metodología se refiere a la realidad
social descripta como un contexto (generalmente en términos de un abordaje contextualista
fuerte (strong contextualist) y a su textualización como una descripción e interpretación de ese
contexto (cada vez más entendido de acuerdo con las definiciones de contexto del textualismo).
Así la idea no es sólo básica para la historización sino que también comparte sus problemas de
ambigüedad conceptual.
Ni los partidarios ni los oponentes del textualismo y el contextualismo especifican qué debería
estar incluido en y como contexto. Cada grupo ofrece indicios a su modo acerca del marco de
la historia. Cada uno provee los fines pero no los medios para determinar qué debería ser
contenido en cada ejemplo dado. Para ambos, contextualistas y textualistas, cómo contextualizar
es en última instancia un asunto arbitrario.

Clío en la encrucijada

La crisis de la profesión en Historia hoy en día es conceptual, política, metodológica y de


práctica.
La crisis planteada por la teoría posmodernista hace problemático el tema apropiado de (una)
la historia, los métodos convenientes, la filosofía del método preferida, el rol correcto de la
política en la profesión, e incluso el mejor modo de representación. Las retóricas rivales
muestran premisas opuestas y posiciones enfrentadas, paradigmas contradictorios y comunidades
interpretativas divergentes.
En general, los pocos libros y artículos que han supuestamente practicado la deconstrucción o
seguido el giro retórico o lingüístico se parecen más a la vieja historia en sus modos de
aproximarse a su objeto, presentar sus hallazgos, o representar el pasado que los desafíos que
parecían implicar o demandar. En la mayoría de los casos, la supuesta adopción de los
historiadores de los giros interpretativo, lingüístico o retórico ha cambiado algo de vocabulario e
introducido algunos temas nuevos y modos de manejar esos temas. Tal vez, los modelos más
próximos para los historiadores de cualquier abordaje de la escritura de la historia podrían ser
esos trabajos llamados Nuevo Historicismo en estudios literarios, pero los historiadores son
escépticos sobre si estos trabajos constituyen historia propiamente dicha de acurdo con los
criterios tradicionales.
Mientras que la historización supuestamente resuelve problemas de teoría en otras disciplinas,
estas historizaciones en cambio no resuelven los problemas teóricos que esas disciplinas plantean
por hacer historia en estos tiempos de posestructuralismo y posmodernismo. Las formas que
cualquier historización puede tomar después de los severos desafíos que los teóricos literarios y
retóricos propiciaron a las formas tradicionales de representar la historia es la cuestión que
necesitamos considerar en este momento de la práctica de la historia.

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