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ALIENACIÓN Y CAPITAL.

Los procesos de alienación son muy numerosos en la historia humana y,


según Marx y Lukács, se manifiestan en las más diversas esferas de la praxis
social. Hay procesos de alienación que inciden directamente en la esfera de la
subjetividad y otros que poseen un carácter más amplio, abarcando al conjunto
de la sociedad. Aunque muy variados y numerosos, todos ellos poseen en
común el hecho de ser expresiones de la deshumanización social e
históricamente creada por los hombres.

Veamos el ejemplo del dinero, una relación social que se desarrolló en el


capitalismo y que es hoy la alienación predominante.

En el pasaje de la sociedad primitiva a las sociedades asiáticas y al


esclavismo, el dinero surgió para facilitar el intercambio entre los hombres. En
aquel momento, se consideraba prioritariamente la producción de objetos de
consumo (valores de uso) del propio productor y sólo el excedente era
intercambiado.

Con el desarrollo del comercio y de la propiedad privada, esa relación se


invirtió. Las necesidades comerciales se volvieron prioritarias y la producción
dejó de estar destinada a las necesidades de quien producía para responder al
lucro comercial.

Ese proceso introdujo nuevas diferenciaciones entre los hombres. Por


ejemplo, surgieron las clases sociales y, con ellas, las contradicciones sociales
antagónicas. De igual manera, se impuso en la sociedad una división del
trabajo cada vez más intensa, haciendo que las relaciones mercantiles (esto
es, el desarrollo del comercio, la apertura de nuevos mercados, la variación de
precios de los productos, la oferta y la demanda de las mercaderías, etc.)
tuvieran un peso cada vez mayor. Ya es posible percibir, en ese momento,
como las relaciones mercantiles asumen una enorme autonomía y una gran
fuerza en la determinación del destino de los individuos. La apertura de una
nueva ruta comercial, por ejemplo, puede llevar a la riqueza a millares de
personas y empobrecer otras tantas que ni siquiera participaron de las
actividades que abrieron el nuevo mercado.

Con el surgimiento y el desarrollo del capitalismo, esta situación se


agravó más todavía. La esencia de la sociedad burguesa es la acumulación
privada de capital y eso sólo es posible si los hombres viven en una sociedad
sumisa a las exigencias del proceso global de acumulación de capital. Él, por lo
tanto, pasa a ser el referencial decisivo de todas las esferas de acción de los
hombres. En el plano individual, una vida de éxito es la vida de alguien que
acumuló riqueza. Ser exitoso es casi sinónimo de haberse vuelto rico. En el
plano social, los hombres son reducidos a la fuerza de trabajo, que no es más
que una mercadería como cualquier otra.

El capital asume, en la sociedad capitalista, la dirección de la vida de los


hombres. Ellos actúan y piensan, en gran medida, según las necesidades del
proceso global de acumulación de éste (capital), siempre en la esperanza de,
ahorrando, alcanzar su riqueza personal.

El capital por lo tanto, es una relación social creada por los hombres y
que domina a toda la sociedad. Ésta se vuelve una sociedad capitalista,
alienada. La sumisión del ser humano al capital es un ejemplo típico de los
fenómenos que Marx denomina alienación.

La esencia de las alienaciones generadas por el capital:

Las alienaciones que surgen de la sumisión del ser humano al capital


son muy variadas. La necesidad de consumo que genera prestigio – y no de
consumo para atender necesidades reales – como sucede con la moda, por
ejemplo, es una de ellas. Consumir para demostrar status social es una de las
formas más frecuentes de alienación contemporánea.
Sin embargo, hay una esfera de las alienaciones capitalistas a la cual los
revolucionarios deben prestar espacial atención ya que tiene enormes
consecuencias políticas.

Recordemos que, para Marx y Lukács, es Estado es un organismo


especial de represión a favor de las clases dominantes. Entretanto, con el
surgimiento de la sociedad burguesa, ese papel represor del Estado ya no es
más tan evidente como en el pasado. Y eso porque, en la sociedad capitalista,
la explotación del trabajo asume una forma diferente de aquella de las
formaciones sociales asiáticas, esclavistas y feudales. Como vimos, en el
capitalismo, el propio trabajo termina por convertirse en mercadería. Sabemos
que, en esta sociedad, el valor de una mercadería corresponde al costo de su
producción.

¿Cuál es el costo de producción de un trabajador asalariado? Nada más


y nada menos, que lo que le cuesta a la sociedad la reproducción de su fuerza
de trabajo. Y, como para eso es suficiente que una persona sea mantenida viva
y con un mínimo de salud, la mayor parte de las necesidades auténticamente
humanas de los trabajadores no será siquiera reconocida, mucho menos
llevada en consideración por el capital. Eso vale tanto para el trabajador del
primer mundo, que puede recibir un salario elevado, como para el trabajador
más miserable de África o de Brasil. En ambos casos, a pesar de la evidente
diferencia del confort de la situación de cada uno de ellos, el ser humano solo
es considerado como una cosa, una cantidad de fuerza de trabajo. Por eso, el
costo de esa fuerza es muy bajo y su valor – el salario- está siempre muy por
debajo de las necesidades del trabajador como ser humano. El salario expresa
cuánto cuesta, para el sistema capitalista, la reproducción de la fuerza de
trabajo, pero no expresa las reales necesidades humanas de quien esta
ejerciendo la función asalariada. Es claro que lo que es necesario varía en
lugares y momentos históricos diferentes y, además, es establecido por el
mercado y no por relaciones individuales.

Pero obsérvese que lo que el salario expresa es real. Según las leyes
del mercado (siempre leyes capitalistas, en nuestros días), el valor de la fuerza
de trabajo es exactamente el salario recibido por el trabajador; el trabajador, en
la sociedad burguesa, vale lo que cobra. No hay aquí cualquier robo por parte
del capitalista. La relación burgués/trabajador, si se me permite la expresión, es
“absolutamente honesta”. El patrón paga lo que compra, de la misma forma
que el trabajador paga las mercaderías que compra. Y quien establece los
precios, inclusive el de la mercadería fuerza de trabajo, son las famosas “leyes
del mercado”, y no el individuo-patrón que contrata al individuo-trabajador.

Por eso, para Marx y Lukács, la deshumanización –la alienación- de la


relación de las personificaciones del capital que se expresan en el burgués y en
el operario no está en los bajos salarios, “esta en el propio hecho de existir
salario”. La esencia de la alienación de la sociedad capitalista es que ella trata
como mercadería lo que es humano; y, como la mercadería es cosa y no es
humana, la deshumanización de ese trato no podría ser mayor. Lo que importa
es el lucro de los capitalistas. Si, para eso, el hambre debe ser mantenida a
pesar de que se puedan producir alimentos para todos; si la ignorancia debe
ser mantenida, más allá de poder erradicarse; si muchos deben quedarse sin
casa y sin asistencia medica a pesar de existir los medios para abolir esos
sufrimientos; si, para acumular capital, es necesario llevar a la humanidad al
borde de una catástrofe nuclear, produciendo reactores y bombas atómicas, o,
destruir la naturaleza y romper el equilibrio ecológico, todo eso será hecho en
nombre del capital y en detrimento de las necesidades humanas.

En ese contexto, las tensiones sociales se vuelven cada día más graves.
Hambre, miseria, desempleo, violencia se vuelven más insoportables en la
medida en que disponemos de los recursos necesarios para eliminar todas
esas deshumanizaciones.

Entretanto, la sociedad burguesa cuenta con un enorme triunfo para


mantener esta situación. El hecho de que lo que el trabajador recibe bajo la
forma de salario y lo que vale su fuerza de trabajo como mercadería; el hecho
de que el mercado establezca este valor y no los patrones en particular, hacen
que la relación capital/trabajo no se caracterice como un robo. El trabajador
sabe que, para el sistema capitalista, su valor es aquel que se expresa en su
recibo de sueldo y que, en otro empleo, el cobraría más o menos la mismo.

Esta situación social genera la ilusión, en el trabajador, de que él


comparte un destino común con el capitalista. El crecimiento de la economía y
del negocio de su patrón parece coincidir con los intereses del trabajador. Éste,
engañado, cree que, si la economía crece, y si la ganancia del patrón aumenta,
el salario va a mejorar y los empleos serán más numerosos. Eso no pasa de
una ilusión, pues, en verdad, la ganancia del burgués siempre aumenta y el
salario permanece igual a lo que siempre fue: el valor de la producción de la
fuerza de trabajo como de una mercadería y no como expresión productiva de
un individuo humano. Además, cuando la economía se expande, el burgués
emplea tecnologías más avanzadas y produce más con menos trabajadores.
De ese modo, la desocupación es, muchas veces, acompañada de expansión
de la producción y no de crisis económica. Por otro lado, con el aumento de la
desocupación, los salarios, muchas veces, caen mucho y el trabajador tiene
que someterse a condiciones tan duras de producción que él se vuelve más
productivo y, aún así, recibe un salario más bajo.

Esa ilusión de que capitalistas y trabajadores comparten un destino


común, siempre según Marx y Lukács, tiene mucha influencia en las luchas
políticas, pues es el fundamento de la ilusión de que el Estado y el Derecho
son instituciones sociales que representan los intereses de toda la sociedad. Y,
como en verdad son instituciones que expresan los intereses históricos de las
clases dominantes, los trabajadores engañados se proponen –ahora ya
podemos utilizar términos filosóficos específicos- objetivar una previa ideación
imposible: construir un Estado y un Derecho “verdaderamente democráticos”,
que representen los intereses de la sociedad “en su conjunto”.

Como ya vimos previas ideaciones que no toman en consideración lo


que la realidad es tienden a conducir a objetivaciones mal sucedidas. En este
caso, desconocer que la sociedad, “en su conjunto”, no es homogénea en la
medida en que es una sociedad de clases, fragmentada por intereses
antagónicos –y que el Estado y el Derecho están al servicio de las clases
dominantes-, a llevado a los trabajadores a engañarse con propuestas políticas
irrealizables, que buscan eliminar el carácter de clase del Estado y del Derecho
y a humanizar al capitalismo.

Esa ilusión de que burgueses y trabajadores comparten el mismo


destino es el fundamento de todas las propuestas conservadores que,
descartando la lucha por el socialismo, busca un capitalismo “más humano”. En
nuestros días, capitalismo y deshumanización son sinónimos, ya que no existe
humanidad en reducir al ser humano a la condición de mercadería. Tratar la
fuerza creativa y productiva de un individuo como una cosa, ignorando por
completo que esa cosa es un ser humano: ¿puede haber mayor
deshumanización?

Y, por más alto que sea el salario, ¿puede dejar de ser la expresión, en
dinero, de esa deshumana reducción del individuo a mercadería? No hay
capitalismo humano posible, por la misma razón que no hay salario “justo”
posible. Tanto uno como otro, según Marx y Lukács solo pueden existir por la
sumisión de las necesidades humanas a la acumulación de capital, solo
pueden existir como alienaciones producidas por la sociedad sometida al
capital.

Para los capitalistas, es sumamente importante alimentar esa ilusión en


los trabajadores y, para eso, todos los mecanismos son válidos. En las
escuelas, se enseña que existe un país llamado Brasil que pertenece a los
brasileros, y que es nuestra patria. Como si el Brasil de hoy no perteneciera, de
hecho, a los burgueses que hacen uso de él para su enriquecimiento privado.
En los medios de comunicación, se intenta, todo el tiempo, engañar a los
trabajadores y desmoralizar a los revolucionarios, haciéndolos parecer como
bandidos y criminales. En las universidades, se paga a peso de oro aquellos
investigadores que “demuestran” que la mejor sociedad posible es la
capitalista. En la política, se realizan elecciones para dar la impresión de que
todos los “ciudadanos” dirigen los destinos del país, como si entre esos
ciudadanos no existiese el abismo que hay entre capitalistas y trabajadores. Se
afirma, todo el tiempo, que los gobernantes administran el país en nombre de
todos, y no a favor de las clases dominantes. Y se quiere hacer creer que las
miserias de los trabajadores son “incomodidades” pasajeras e inevitables para
que se alcance el desarrollo de la economía que llevará a todos al paraíso.
Como si el capitalismo pudiera existir sin reproducir las miserias humanas, y
como si las crisis no formaran parte de su historia.

Son innumerables las alienaciones que surgen de la sumisión de los


hombres al capital. La esencia de todas ellas, según Marx, está en tratar al ser
humano como mercadería. Desconsiderando por completo las necesidades del
ser humano, lo que impulsa cotidianamente las previas ideaciones es sólo el
objetivo de la acumulación privada del capital, tanto en el plano individual como
en el plano global de la sociedad capitalista.

Resumen del Capitulo:

I.- Son muy numerosas las alienaciones provocadas por el capitalismo.


La esencia de todas ellas está en la reducción de los hombres a una mera
mercadería (fuerza de trabajo). Las necesidades humanas son subordinadas a
las necesidades de la acumulación capitalista, lo que significa decir que los
hombres son tratados como mercaderías, o sea, como cosas, y no como seres
humanos. Con esto, la relación entre los hombres en la sociedad capitalista, se
vuelve esencialmente deshumana. En vez de llevar a la atención cada vez más
adecuada de las necesidades humanas, el desarrollo social produce
deshumanizaciones cada vez mayores.

II.- Tal como toda alienación, el capital es una relación social creada y
desarrollada por los propios hombres. La forma que el desarrollo histórico
asumió a partir de la crisis del sistema feudal llevó al surgimiento de la
propiedad privada burguesa y, por medio de esta, al desarrollo del capital como
una relación social que engloba y subordina todas las otras relaciones entre los
hombres. A medida que eso sucede, las necesidades que, como vimos,
impulsan las acciones humanas dejan de ser las necesidades humanas y son
sustituidas por las que son generadas en el proceso de acumulación personal
de riquezas. Con eso, la reproducción de la totalidad social deja de estar
impulsada por las reales necesidades humanas y se subordinan a la
reproducción ampliada del capital.

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