Después de un momento acostado seguía con la costumbre
de ver el reloj, como si por un momento el tiempo se hubiera quedado detenido, como si no avanzará más, a veces piensa que es así pero sabe que no lo es, cree que todo indica que el tiempo no ha pasado, las mismas situaciones, la misma travesura, el mismo hogar que creía olvidado, la misma mujer, la misma herida, pero el tiempo nunca se queda en el mismo sitio. Ahora recuerda la primera vez que se sintió así, la misma noche sin dormir, enredándose en la sábana, tratando de cerrar los ojos y no imaginarse más esos momentos sin ella y de esos momentos de ella con otra persona. Las horas de esa noche iban pasando lentamente en una profunda oscuridad, escuchando el ruido de los gatos en la azotea del cuarto confundido con los ronquidos de los vecinos, los ruidos que en esas horas nocturnas se acrecientan y hacen eco en los rincones, en las cuatro esquinas del cuarto, sin escapar por la ventana. El encierro, la oscuridad, recuerda cuando le tenía miedo a la oscuridad, cuando dormía compartiendo el cuarto con su hermanos, cuando tenía que aguantarse las ganas de llorar por el temor de recibir las burlas de los mayores o los golpes de sus padres, ahora eso ha pasado, se acostumbro tanto a esa oscuridad que es la misma que le invita ahora a crear sus historias, ya no hay monstruos en ella, solo fantasmas, solo recuerdos, cree que no hay diferencia, los fantasmas existen solo para aquellos que los quieren vivos al igual que los recuerdos. Trata de dormir de nuevo, dormir sin soñar, dormir, cerrar los ojos y dejar que las horas sigan pasando, sin pensamientos, sin imágenes que lo harán despertar después de unos minutos. Cierra los ojos. Ve esa oscuridad de nuevo, la oscuridad de una mente que se cierra para siempre, la misma oscuridad que tal vez ven los muertos, si es que tienen ojos para ver y si se ve la oscuridad. Comienza a formarse, como piezas de rompecabezas, una imagen en esa oscuridad de ojos cerrados, una imagen completa de un rompecabezas de millones de pieza, reconoce esa imagen, reconoce esa sonrisa y ese cabello rizado, el mismo de la princesa de otro cuento, los mismos ojos cafés, la silueta de una mujer, de la única mujer cuyo rostro trataba de dibujar con sus dedos en el aire, volviendo a sentir la piel suave, volviendo a plasmar los labios delgados y pequeños, el rompecabezas se termina de formar y la imagen se aclara, es ella aun lo reconoce con los ojos cerrados, aún la reconocería si fuera ciego. Despierta sobresaltado, abre los ojos o ¿siguen cerrados?, los abre siente sus párpados, toca sus ojos, no sabe si quiere seguir viendo la imagen o prefiere mantenerse despierto, pestañea como si algo le molestará en los ojos, como si algo le molestará en la mente. Reconoce la oscuridad del cuarto, se acostumbra a ella, mira de nuevo el reloj, han pasado dos horas y la noche es aún más negra, menos tímida. Ya no se escucha los ruidos de los gatos y los ronquidos han cesado, el monstruo de dos cabezas que se duerme al otro lado de la pared ha quedado paralizado, ahora es otro ruido, el del viento que pasa a través de las ramas de los árboles, ese ruido lo ha escuchado antes, el sonido de las olas rompiendo en la playa. Recuerda ese amanecer en la playa del último viaje, el sol dibujando en el cielo las extrañas luces rojas que semejan un gran incendio, llamas que queman las nubes, recuerda las estrellas absorbidas por la luz que va surgiendo lentamente en la lejanía, allá donde nace el cielo o donde muere el mar. El verde turquesa brilla como si miles de joyas se ocultarán en el agua, como si miles de tesoros fueran ocultos para ser visto a una hora del amanecer determinada, la espuma se vuelve de oro a medida que van acumulándose los minutos de una nueva hora, como las coronas de esas reinas que han sido sacrificadas en el pasado. Las olas chocan una y otra vez en la arena con ese sonido de abandono y recuperación, de llegada y retirada, mira hacia abajo y se sorprende al ver como el agua va borrando el nombre de ella escrito en la arena, el nombre que su dedo escribió producto de una traición del subconsciente, toma un puñado de arena y trata de formar una figura, cree que al terminarla puede tomar vida, puede transformarse en ella, como desea que así sea, que por primera vez se cumpla ese anhelado deseo que pide cada vez que mira un colibrí y ella este en ese lugar, a su lado, para no sentirse tan solo, para no sentirse tan ajeno en una tierra despoblada. Que soledad tan inmensa puede ser la del mar, que tristeza tan profunda se puede ocultar en el. Un traidor gallo canta a los lejos, regresa, no sabe si soñó de nuevo, recuerda que no fue un sueño sino el fantasma de un paisaje. Se levanta sale envuelto en una cobija, la noche es fría, es helada, mira las pocas estrellas que pueden verse en el cielo citadino, la luna que esconde sus rayos, comienza a aparecer en su mente otro paisaje, la noche lejana en que por primera vez vio las estrellas ocultas en aquellas tierras, millones de puntitos sostenidos en lo alto, como si se extendiera a lo largo del cielo una sabana negra y alguien le hiciera pequeños hoyos con un alfiler, se pregunta si es que atrás de esa oscuridad hay un fondo blanco, si aquello es el mundo en donde habitan los ángeles, allá arriba, en lo más alto, a donde creía que subía su voz para hablar con ellos. La luna de esa noche brillaba más que esta, trata de recordarlo todo a detalle para que se lo describa cuando la vea, pero a veces no se pueden contener tantos recuerdos sin que se sature la memoria, ni tantos fantasmas sin dejar de sentir su frío. Regresa a su cuarto, se tapa con las sabanas, trata de cerrar los ojos, las horas nocturnas van acabándose, de nuevo siente ese sensación de soledad, esa tristeza similar a la que sintió en la primera noche en que ella ya no estaba en sus brazos, la misma noche, la que juro no volver a sentir mientras su odio durará, pensó que ese rencor que se fue formando iba a ser el mismo a su regreso, iba tener el toque de desprecio que sus demonios le iban inculcando en cada momento, y ¿ahora que?, es acaso que fingió odiar para que fuera una forma de recordarla, de tenerla en los pensamientos, para tener ese eterno debate entre odiar lo que ama o amar lo que odia, la única duda de su existencia, el único miedo de su vida. Tiene temor a la soledad, pero no ese temor de cuartos vacíos, ni ese temor de abandono familiar, que cree, ha superado, ni ese temor de el olvido de los amigos, ni el temor al camino solitario, ni el temor de sus pasos pisando su sombra, tiene temor a la soledad de estar sin ella, y es que a veces siente estar rodeado de mil personas que lo quieren, o al menos fingen hacerlo, y aún así sentirse tan solo, tan vacío. Piensa que se puede conjugar y fundir las sensaciones de soledad y vacío, tristeza y nostalgia melancólica en esa soledad que tan solo la persona amada deja en el abandono, en los largos exilios de los cuerpos, en la soledad que se contiene en los pensamientos donde solo ahí puede habitar siendo de nuevo un nosotros, en su imagen sobrepuesta en aquellos paisajes que él ha visto con la sensación de reconocerlos en sus ojos porque aun sin estarlo a estado en ellos. Ahora duerme, justamente cuando el sol va abriéndose paso entre las nubes, bebiendo el aire frió para convertirlo en cálido, poco a poco se va acostumbrando a que de nuevo se forme el rompecabezas en su sueños, el único sitio en donde puede estar en sus brazos, en donde puede besarla, en donde deja de ser ficción, aunque sabe que al despertar ella no este a su lado y el sueño quede con otros tantos, con el de cada noche, naufragando en la almohada. Las horas van pasando, a veces con tal rapidez que cree que no ha vivido, a veces tan lentas que parece que ha vivido demasiado, no se detienen a preguntar si pueden retornar o seguir, si pueden ser de nuevo pasado o si quieren ser un eterno presente, las horas van pasando aprisionándolo en el temor de la soledad sin ella, las horas van pasando con el temor de una eterna noche sin ella.