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El Destino de Diez (ECEN) PDF
El Destino de Diez (ECEN) PDF
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La puerta delantera tiembla. Lo hace siempre, cada vez que la
puerta de seguridad metálica desciende para cerrarse, incluso
desde que se mudaron al apartamento en Harlem tres años
atrás. Entre la entrada principal y las paredes finas como el
papel, siempre están al corriente de las idas y vueltas del
edificio entero. Silencian el televisor para escuchar; una chica
de 15 años y un hombre de 57, hija y padrastro, que raramente
se ven a los ojos, pero quienes han puesto sus muchas
diferencias a un lado para observar la invasión alienígena. El
hombre ha pasado gran parte de la tarde mascullando
oraciones en español, mientras la adolescente ha visto las
noticias con asombro sumida en silencio. Le parece una
película, tanto así que el miedo no se ha colado realmente por
ella. La joven se pregunta si el atractivo chico de cabello rubio,
que intentó luchar contra el monstruo, está muerto. El
hombre se pregunta si la madre de la chica, una mesera en un
pequeño restaurante fuera de la ciudad, sobrevivió al ataque
inicial.
El hombre silencia el televisor para así poder escuchar lo
que ocurre afuera. Uno de sus vecinos sube a tropezones por
las escaleras, pasa de su piso gritando todo el camino: —
¡Están en el bloque! ¡Están en el bloque!
El hombre chasquea los dientes con incredulidad.
—Este amigo está perdido. Esos monstruos pálidos no se
molestarán en pasar por Harlem. Estamos a salvo aquí. —Le
asegura a la chica.
Enciende el volumen otra vez. La joven no está segura de
que él esté en lo correcto. Ella se desliza hacia la puerta y
observa por la mirilla. Afuera, el pasillo está oscuro y vacío.
Como el centro de la ciudad detrás de ella, la reportera
de la televisión parece hecha polvo. Tiene tierra y cenizas por
todo el rostro, y rastros de lo mismo en su cabello rubio. Hay
una mancha de sangre seca en su boca, donde debería llevar
lápiz de labios. La reportera luce como si apenas pudiera
conservar la compostura.
—Reiteramos. El ataque inicial parece haber disminuido,
—dice, con voz temblorosa. El hombre la escucha con
atención—. L-los... Los Mogadorianos, han tomado las calles
en masa y parecen estar, ah, tomando prisioneros, además
hemos presenciado otros actos furtivos de violencia a l-la... la
menor provocación.
La reportera ahoga un sollozo. Detrás de ella hay cientos
de extraterrestres pálidos uniformados marchando por las
calles. Algunos de ellos giran la cabeza y apuntan sus vacíos
ojos negros hacia la cámara.
—Jesucristo. —Dice el hombre.
—De nuevo, reiteramos, estamos-eh... estamos siendo
autorizados a trasmitir. L-los... los invasores al parecer nos
quieren aquí...
Escaleras abajo la puerta tiembla de nuevo. Hay un
chirrido de metal desgarrándose y un gran estruendo. Alguien
no tenía una llave. Alguien necesitaba derribar la puerta del
todo.
—Son ellos. —Dice la chica.
—Cierra la boca—responde el hombre. Silencia el
televisor de nuevo—. Es decir, mantente en silencio.
Escuchan fuertes pisadas subiendo por las escaleras. La
joven retrocede lejos de la mirilla cuando escucha otra puerta
siendo derribada. Los vecinos del piso inferior empiezan a
gritar.
—Escóndete—le dice el hombre—. Hazlo.
Los puños del hombre se aprietan sobre el bate de
béisbol, sacado del armario de la sala, cuando la nave
alienígena nodriza apareció en el cielo. Se desliza más cerca
de la puerta temblando, colocándose a lado de ella, de
espaldas a la pared. Puede escuchar el ruido del pasillo. Un
fuerte estruendo, la puerta de su vecino ha sido arrancada de
sus goznes, palabras ásperas en un brutal inglés, gritos, y
finalmente el sonido como de un relámpago comprimido
siendo disparado. Han visto las armas de los alienígenas en la
televisión, observando con asombro los chisporreantes rayos
azules que disparan.
Los pasos se acortan, deteniéndose afuera su temblante
puerta. Los ojos del hombre están abiertos, sus manos
aferrándose al bate. Él se da cuenta de que la chica no se ha
movido. Está congelada.
—Despierta estúpida. —Chasquea—. Largo.
Señala con la cabeza la ventana de la sala. Está abierta, la
salida de emergencia esperando afuera.
La joven odia cuando la llama estúpida. Sin embargo,
por primera vez en lo que puede recordar, hace lo que su
padrastro le dice. Ella escala por la ventana de la misma
manera que se ha escapado de ese apartamento muchas veces
antes. La chica sabe que no debería ir sola. Su padrastro
debería huir, también. Da media vuelta en las escaleras de
incendios para llamarlo y está buscándolo en el apartamento
cuando la puerta es derribada.
Los aliens son mucho más feos en persona que en
televisión. Su peculiaridad congela a la joven en su camino.
Observa con fijeza la piel pálida del primero en pasar por la
puerta, sus ojos negros sin pestañear y sus extraños tatuajes.
Hay cuatro extraterrestres en total, cada uno de ellos
armados. Es el primero quien se percata de la chica en las
escaleras de incendios. Detiene sus pasos, levanta el arma al
nivel de ella.
—Ríndete o muere —dice el extraterrestre.
Un segundo después, el padrastro de la niña golpea el
extraterrestre en la cara con su bate. Es un poderoso golpe, el
anciano se ganaba la vida como mecánico así que tiene
antebrazos gruesos conseguidos con 12 horas de trabajo al
día. Hace un agujero en la cabeza del alíen y este se
desmorona en cenizas.
Antes de que su padrastro pueda regresar el bate sobre
su hombro, el alienígena más cercano le dispara en el pecho.
El hombre es lanzado hacia atrás en el apartamento, sus
músculos se tensan, su camisa arde en llamas. Se estrella
contra la mesa de café, rueda sobre los vidrios rotos
deteniéndose en la ventana entrecerrando los ojos hacia la
chica.
—¡Corre!—Su padrastro de alguna forma encuentra la
fuerza para gritar—. ¡Corre, maldita sea!
La adolescente se lanza hacia abajo por la salida de
incendios. Cuando llega a las escaleras, escucha disparos en
su apartamento. Trata de no pensar en lo que eso significa.
Un rostro pálido asoma la cabeza por la ventana y la toma
como el objetivo de su arma.
Deja atrás las escaleras, dejándose caer en el callejón
más abajo, justo cuando el aire a sus alrededor se pone
vibrante. El bello de sus antebrazos se levanta y la joven
puede decir que hay electricidad corriendo por el metal de las
escaleras. Pero está ilesa. El alíen la ha perdido.
La adolescente salta sobre algunas bolsas de basura y
corre a la entrada del callejón, mira escondida desde la
esquina la calle donde creció. Hay un grifo contra incendios
lanzando agua en el aire, que le recuerda las fiestas de verano
del edificio. Ve un camión de correos volcado, con el capote
echando humo, como si fuera a explotar en cualquier
momento. Más abajo de la cuadra, estacionada en medio de la
calle, la joven ve la nave de los extraterrestres, una de las
muchas que ella y su padrastro vieron descender desde la
nave descomunal que aún se cierne sobre Manhattan.
Reprodujeron ese video una y otra vez en las noticias. Casi
tanto como repitieron el video del chico rubio.
John Smith. Ese es su nombre. La mujer que narraba el
vídeo lo mencionó.
—¿Dónde está él ahora?—Se pregunta la chica.
Probablemente no salvando a las personas de Harlem, de eso
está segura.
La joven sabe que debe salvarse a sí misma.
Está a punto de correr cuando reconoce otro grupo de
aliens saliendo de un apartamento cruzando la calle. Tienen a
una docena de humanos con ellos, algunos rostros le son
familiares del vecindario, un par de niños que ella recuerda de
unos grados menores al suyo. Con un arma apuntándolos, los
obligan a arrodillarse en el piso. Un enorme alíen camina
entre la línea de personas, golpeando un objeto pequeño
contra su mano, como un gorila afuera de un club. Están
haciendo un conteo. La joven no está segura de querer ver lo
que viene después.
Hay un ruido de metal a sus espaldas. Se da la vuelta
para ver a uno de los extraterrestres descendiendo por las
escaleras de incendios de su apartamento.
Corre. Ella es rápida y conoce las calles. El subterráneo
está sólo a unas cuantas cuadras de ahí. Una vez, en un reto,
la adolescente bajó hasta la plataforma y se aventuró por los
túneles. La oscuridad y las ratas no la asustaron ni de cerca
como esos aliens. Ahí es a donde ella va. Puede ocultarse
dentro, quizás incluso llegar hasta el centro, intentar
encontrar a su madre. La joven no sabe cómo va a darle la
noticia sobre su padrastro. Ni siquiera ella puede creérselo.
Aún espera despertar.
La adolescente dobla por una esquina y tres alienígenas
se interponen en su camino. Su instinto la hace tratar de
retroceder, pero su tobillo se tuerce y las piernas se doblan
debajo de ella. Cae, golpeando la acera con fuerza. Uno de los
extraterrestres hace un ruido, uno áspero, la joven se da
cuenta que se está riendo de ella.
—Ríndete o muere, —dice, y ella sabe que en realidad no
tiene elección. Los aliens ya tienen sus armas apuntándole.
Rendirse o morir. Ellos van a matarla, no importa lo que ella
escoja. Está segura de eso. Levanta las manos para
defenderse. Es un reflejo. Sabe que no hará nada contra sus
armas.
Excepto que sí lo hace.
Las armas de los aliens dan un tiro hacia atrás, fuera de
sus manos. Vuelan veinte metros en la cuadra.
Miran a la chica, sorprendidos y confusos. Ella tampoco
tiene idea de lo que acaba de suceder.
Pero ella puede sentir algo diferente en su interior. Algo
nuevo. Es como si fuera un titiritero, con cuerdas que
conectan cada objeto en la cuadra. Todo lo que necesita hacer
es tirar y empujar. La adolescente no está segura de cómo lo
sabe. Sólo se siente natural.
Uno de los aliens se precipita, y la joven agita su mano
de derecha a izquierda. Él sale volando por las calles, agitando
las extremidades y cae de golpe sobre el parabrisas de un
coche aparcado. El resto intercambia una mirada y empiezan
a retroceder.
—¿Quién está riendo ahora?—Les pregunta,
levantándose.
—Garde. —Uno de ellos murmura en respuesta.
La joven no sabe lo que eso significa. La manera en que
ellos lo dicen, hace que la palabra suene como una maldición.
Eso la hace sonreír. Le gusta que esas cosas que destruyeron
su vecindario le teman ahora.
Puede luchar contra ellos.
Ella va a matarlos.
La chica alza una mano en el aire y el resultado es uno de
los aliens flotando por el suelo. La chica agita su mano hacia
abajo con suficiente rapidez, aplastando al alíen contra la
parte superior de su compañero. Lo repite hasta que todos se
convierten en polvo.
Cuando ha terminado, desciende la mirada a sus manos.
Ella no sabe de dónde proviene este poder. No sabe lo que
significa.
Pero va a usarlo.
Corremos pasando el ala quebrada de un jet de combate
bombardeado, el metal dentado yace incrustado en medio de
la calle de la ciudad como la aleta de un tiburón. ¿Hace cuánto
fue que vimos los jets sonando sobre nuestras cabezas, un
conjunto volando sobre la ciudad y el Anubis? Se siente como
si fueran días, pero deben ser solo horas. Algunas de las
personas con las que estamos ―los sobrevivientes― dieron
alaridos y exclamaciones cuando vieron los jets, como si la
tendencia fuera a cambiar.
Yo lo sabía mejor. Me mantuve en silencio. Solo unos
minutos después, pudimos escuchar las explosiones mientras
el Anubis lanzaba esos jets fuera del cielo, esparciendo piezas
de la más sofisticada milicia de la Tierra por toda la isla de
Manhattan. No habían enviado más jets después.
¿Cuántas muertes significaba eso? Cientos. Miles. Quizás
más. Y todo por mi culpa. Porque no pude matar a Setrákus
Ra cuando tuve la oportunidad.
—¡A la izquierda! —Una voz grita desde algún punto
detrás de mí. Volteo con la cabeza a toda prisa, formando una
bola de fuego sin pensarlo, e incinerando a un militar
Mogadoriano cuando se acerca por la esquina. Yo, Sam, el par
de docenas de sobrevivientes que recogimos por el camino
―apenas nos abrimos paso. Estamos en el bajo Manhattan
ahora. Corrimos hasta aquí. Luchando por el camino. Cuadra
tras cuadra. Tratando de poner distancia entre nosotros y el
centro de la ciudad, donde los Mogadorianos son más fuertes,
donde vimos por última vez el Anubis.
Estoy exhausto.
Tropiezo. No puedo incluso sentir mis pies, están tan
cansados. Creo que estoy a punto de colapsar. Un brazo se
envuelve alrededor de mis hombros y me estabiliza.
—¿John? —Sam pregunta preocupado. Me está
sosteniendo. Suena como si su voz viniera de un túnel. Trato
de responderle, pero las palabras no salen. Sam vuelve la
cabeza y le habla a uno de los sobrevivientes—. Necesitamos
salir de las calles por un tiempo. Él necesita descansar.
Lo siguiente que sé, es que me dejo caer contra la pared
del vestíbulo de un apartamento en un edificio. Debo haber
perdido la conciencia por un minuto. Trato de prepararme, de
poner todas mis fuerzas en su sitio y recomponerme. Debo
mantenerme luchando.
Pero no puedo ―mi cuerpo se resiste a enfrentar otra
paliza. Me permito resbalar por la pared, así que termino
sentado en el piso. La alfombra está cubierta de polvo y
vidrios rotos que debieron romperse desde el exterior. Debe
haber cerca de veinticinco de nosotros amontonados aquí.
Esos son todos lo que fuimos capaces de salvar.
Ensangrentados y sucios, unos cuantos heridos, todos
nosotros cansados.
¿Cuántas lesiones he sanado hoy? Fue sencillo, al
principio. Después de tantos, creo, pude sentir mi poder
curativo drenando mi propia energía. Debí alcanzar el límite.
Recuerdo a las personas no por sus nombres sino por
como los encontré o por los que sané. Brazos rotos, atrapados
bajo un carro heridos, asustados.
Una mujer, la Saltadora-de-Ventanas, pone su mano
sobre mi hombro, checándome. Asiento hacia ella para
hacerle saber que estoy bien y parece aliviada.
Justo frente a mí, Sam habla con un policía uniformado
en sus cincuenta. El policía tiene sangre seca por todo un lado
del rostro proveniente de una cortada en la parte superior de
su cabeza que sané. Olvidé su nombre o dónde lo encontré.
Sus voces suenan lejanas, como el eco de un túnel de un
kilómetro de largo. Tengo que enfocar mi oído para entender
las palabras, y aun así me toma un esfuerzo colosal. Mi cabeza
se siente como envuelta en algodón.
—El aviso llegó por la radio que tenemos como punto de
apoyo en el puente de Brooklyn —el policía dice—. El
Departamento de Policía de Nueva York, la Guardia Nacional,
la armada... demonios, todos. Ellos están protegiendo el
puente. Evacuando sobrevivientes desde allí. Está solo a unas
cuantas cuadras y dicen que los Mogs están concentrados en
el centro de la ciudad. Podemos hacerlo.
—Entonces deberían ir —Sam responde—. Vayan ahora
que la costa está despejada, antes que otra de sus patrullas
aparezca.
—Deberías venir con nosotros, muchacho.
—No podemos —Sam responde—. Uno de nuestros
amigos está aún allá afuera. Tenemos que encontrarlo.
Nueve. Es él a quien tenemos que encontrar. La última
vez que lo vimos, estaba peleando contra Cinco en frente de
las Naciones Unidas. A través de las Naciones Unidas.
Tenemos que encontrarlo antes de dejar Nueva York.
Tenemos que encontrarlo y salvar toda la gente que podamos.
Empiezo a recobrar mis sentidos pero aún estoy muy
exhausto para moverme. Abro mi boca para hablar pero todo
lo puedo soltar es un gruñido.
—Él ha tenido suficiente, —dice el policía y sé que está
hablando de mí—. Ustedes dos han hecho demasiado. Vengan
con nosotros ahora, mientras puedan.
—Él estará bien, —dice Sam. La duda en su voz me hace
rechinar los dientes y concentrarme. Necesito seguir adelante,
empujarme y mantenerme luchando.
—Él está desmayado.
—Solo necesita descansar un momento.
—Estoy bien —murmuro, pero no creo que puedan
oírme.
—Vas a conseguir que te maten si te quedas chico —le
dice el policía a Sam, sacudiendo su cabeza severamente—. No
pueden seguir con esto. Hay demasiados para que solo
ustedes dos peleen. Déjenselo al ejército o…
Su voz se desvanece. Todos sabemos que el ejército ya
hizo su intento. Manhattan está perdido.
—Saldremos de aquí tan pronto como podamos —Sam
responde.
—¿Me escuchas allá abajo? —El policía me habla a mí.
Leyéndome de la misma manera que Henri solía hacerlo. Me
pregunto si tendrá hijos en alguna parte—. No queda nada
que ustedes dos puedan hacer aquí. Nos trajiste hasta aquí,
dejen que nosotros nos encarguemos del resto. Los
cargaremos hasta el puente si es necesario.
Los sobrevivientes se reúnen alrededor del policía
asintiendo, murmurando en acuerdo. Sam me mira, sus cejas
levantadas en pregunta. Su rostro está embarrado de polvo y
cenizas. Él luce agrietado y débil, como si apenas se
mantuviera en pie. Un cañón mog cuelga sobre su cadera,
enganchado por una pieza de cuerda eléctrica amarrada y es
como si el cuerpo entero de Sam se inclinara en esa dirección,
el peso extra amenaza con hacerlo caer.
Me fuerzo a mí mismo para levantarme. Mis músculos
están recogidos y casi inútiles, creo. Estoy tratando de
demostrarle al policía y a los otros que tengo algo de fuerza en
mí pero puedo decir por la lastimosa manera en que me miran
que no luzco muy inspirador. Apenas puedo mantener mis
rodillas sin temblar. Por un momento, se siente como si fuera
a golpear con el piso. Pero entonces algo ocurre ―siento como
si una fuerza estuviera alzándome y empujándome,
sosteniendo algo de mi peso, enderezando mi espalda y
cuadrando mis hombros. No sé cómo estoy haciendo esto,
dónde he encontrado esta fuerza. Es casi sobrenatural.
No, en realidad, no es sobrenatural en absoluto. Es Sam.
La telequinesis de Sam, concentrándose en mí, haciéndome
lucir como si aún tuviera algo de combustible en mi tanque.
—Nos quedamos, —digo firmemente, con voz rasposa—.
Hay más personas que salvar.
El policía sacude la cabeza en desacuerdo.
Detrás de él, una chica que vagamente recuerdo de una
salida de escape colapsada explota en llanto. No sé si ella está
inspirada o si solo es porque luzco horrible. Sam permanece
completamente concentrado en mí, con un rostro impasible,
una gota de sudor formándose en su sien.
—Vayan con cuidado —le digo a los sobrevivientes—. Así
que, ayuden como puedan. Este es su planeta. Vamos a
salvarlo juntos.
El policía da unos pasos adelante para sacudir mi mano.
Su apretón es como un tornillo.
—No te olvidaremos, John Smith, —dice—. Todos
nosotros te debemos la vida.
—Mándalos al infierno —dice alguien más.
Y entonces todo el resto de sobrevivientes que una vez
salvamos están llenándonos de sus adioses y gratitudes.
Muestro los dientes en lo que espero es una sonrisa. La
verdad es, estoy muy cansado para esto. El policía ―él es el
líder ahora, él los mantendrá seguros― se asegura que todo el
mundo se mantenga callado y se mueva con rapidez,
eventualmente presionándolos a salir del apartamento en
dirección al puente de Brooklyn.
Tan pronto como estamos solos, Sam me libera de su
agarre telequinético que estaba usando para mantenerme
derecho y me dejo caer otra vez contra la pared, luchando
para poner mis pies debajo de mí. Él está respirando
agitadamente y sudoroso del esfuerzo de mantenerme de pie.
Él no es Loric y no ha tenido el entrenamiento adecuado, aun
así de alguna manera Sam ha desarrollado un Legado y ha
empezado a usarlo lo mejor que puede. Considerando nuestra
situación, él no ha tenido más opción que aprenderlo en el
camino. Sam con un Legado ―si las cosas no fueran tan
caóticas y desesperadas, estaría más emocionado. No estoy
seguro de porqué o cómo esto le sucedió a él, pero los nuevos
poderes de Sam son más o menos la única victoria que hemos
tenido desde que llegamos a Nueva York.
—Gracias —digo. Las palabras salen con más facilidad
ahora.
—No hay problema —Sam responde jadeando—. Eres el
símbolo de la resistencia del planeta, no podemos tenerte
echado por ahí.
Trato de apartarme de la pared, pero mis piernas aún no
están listas para soportar mi peso completo. Es más fácil si
me apoyo en la pared y me arrastro hacia la puerta del
apartamento más cercana.
—Mírame. No soy el símbolo de nada. Mascullo.
—Vamos —dice—. Estás exhausto.
Sam pone su brazo alrededor de mí, ayudándome. Él
está arrastrándose también, creo, así que trato de no poner
mucho de mi peso en él. Hemos viajado por el infierno en las
últimas horas. La piel en mis manos aún hormiguea por
cuanto he tenido que usar mi Lumen, lanzado bolas de fuego a
pelotones tras pelotones de Mogadorianos agresores. Espero
que mis terminales nerviosas no estén permanentemente
chamuscadas o algo parecido. La idea de encender mi Lumen
ahora mismo hace que mis rodillas estén cerca de doblarse.
—Resistencia —digo con amargura—. Resistencia es lo
que sucede luego de que pierdes la guerra, Sam.
—Sabes lo que quiero decir —él responde. Puedo decir
por la manera en que su voz tiembla, que es un esfuerzo para
Sam mantenerse optimista después de todo lo que hemos
visto hoy. Está tratando, creo—. Muchas de esas personas
sabían quién eras. Dijeron que había algún video tuyo en las
noticias. Y todo lo que pasó en las Naciones Unidas
―básicamente desenmascaraste a Setrákus Ra frente una
audiencia internacional. Todos saben que has estado peleando
contra los Mogadorianos. Tratando de parar esto.
—Entonces ellos saben que fallé.
La puerta del primer piso está entreabierta. La empujo el
resto del camino para abrirla y Sam la cierra con seguro
detrás de nosotros. Intento con el interruptor de luz más
cercano, sorprendiéndome de que la electricidad aún corra
por aquí. El poder parece haber permanecido en algunos
puntos de la ciudad. Supongo que este vecindario no ha sido
muy afectado aún. Apago la luz con la misma rapidez ―en
nuestra situación actual no queremos atraer la atención de
ninguna patrulla Mogadoriana que pueda estar en el área.
Mientras tropiezo hacia adelante con un futón1 cercano, Sam
se mueve alrededor de la habitación cerrando las cortinas.
El apartamento es un pequeño estudio de una
habitación. Hay una cocina estrecha acordonada desde la sala
de estar principal por un mostrador de granito, un solo
armario y un diminuto baño. Quien sea quienes vivieran
aquí, definitivamente se marcharon con apuro; hay ropa
regada por el suelo desde un apresurado equipaje de trabajo,
un tazón de cereal volcado en el mesón y un cuadro agrietado
de una foto cerca de la puerta que luce como si hubiera sido
pisoteado. En la foto, una pareja en sus veintes posa en frente
de una isla tropical, con un pequeño mono guinda sobre el
hombro del chico.
Estas personas tenían una vida normal. Incluso si
dejaron Manhattan y están a salvo, eso se ha acabado ahora.
La Tierra nunca será la misma. Solía imaginar una vida
pacifica como esta para mí y Sarah una vez que los
Mogadorianos fueran derrotados. No un diminuto
apartamento en la ciudad de Nueva York, pero algo simple y
tranquilo. Hay una explosión en la distancia, los
Mogadorianos destruyendo algo en el centro de la ciudad. Me
doy cuenta de cuan ingenuos eran esos sueños de vida
después de la guerra. Nada volverá a ser normal después de
esto.
Sarah. Espero que ella esté bien. Fue su rostro el que
venía a mi mente durante las partes más duras de nuestras
batallas contra las patrullas en Manhattan. Mantente
peleando y la volverás a ver de nuevo, eso fue lo que me
mantuve diciendo a mí mismo. Desearía poder hablar con
ella. Necesito hablar con ella. No solo con Sarah, también con
Seis ―necesito entrar en contacto con el resto, encontrar que
1Colchón de algodón, según técnica tradicional japonesa, que se tiende directamente sobre el
suelo o sobre una superficie dura.
fue lo que lo Sarah descubrió sobre Mark James y su
misterioso contacto, y ver qué fue lo que Seis, Marina y Adam
hicieron en México. Debe tener algo que ver con el porqué de
que Sam haya desarrollado Legados súbitamente. ¿Qué tal si
no es el único? Necesito saber qué es lo que sucede fuera de la
ciudad de Nueva York pero mi teléfono satelital fue destruido
cuando caí en el Río Este y las redes regulares de celulares no
sirven. Por ahora, solo somos Sam y yo. Sobreviviendo.
En la cocina, Sam abre la nevera. Se detiene y mira sobre
mí.
—¿Está mal si tomamos algunos alimentos de estas
personas? —Pregunta.
—Estoy seguro de que no les importará —Respondo.
Cierro mis ojos por lo que creo son segundos pero debe
ser algo más largo que eso, abriéndolos solo cuando una pieza
de pan golpea contra mi nariz. Con una mano extendida
teatralmente como un personaje de comic, la telequinesis de
Sam mantiene elevado un sándwich de mantequilla de maní,
un contenedor plástico de puré de manzana y una cuchara
frente de mi rostro. Incluso sintiéndome deprimido como
estoy, no puedo evitar sonreír por el esfuerzo.
—Perdón, no quería golpearte con el sándwich, —dice
Sam mientras retiro la comida en el aire—. Todavía me estoy
acostumbrando a esto. Obviamente.
—No te preocupes. Es fácil empujar y lanzar con la
telequinesis. La precisión es la parte más difícil de aprender.
—No bromees —dice.
—Lo estás haciendo increíble para alguien que solo ha
tenido telequinesis por un par de horas, hombre.
Sam se sienta a mi lado en el futón con su propio
sándwich.
—Ayuda si imagino que tengo, como, unas manos
fantasmas. ¿Tiene eso sentido?
Pienso de vuelta en como entrené mi propia telequinesis
con Henri. Parece tan lejano.
—Solía visualizar cualquier cosa en la que me enfocaba
en movimiento, y entonces ocurría —Le digo a Sam—.
Empezamos con cosas pequeñas. Henri solía tirarme pelotas
de béisbol en el patio trasero y practicaba atrapándolas con
mi mente.
—Sí, bueno, creo que jugar a atrapar no es una opción
para mí ahora mismo —dice Sam—. Estoy buscando otras
maneras de practicar.
Sam eleva el sándwich sobre su regazo. Inicialmente lo
levanta demasiado alto para que pueda morderlo, pero lo lleva
a la altura de su boca después de unos segundos más de
concentración.
—Nada mal, —digo.
—Es fácil cuando no lo estoy pensando.
—¿Cómo cuando estamos peleando por nuestras vidas,
por ejemplo?
—Sí —dice Sam, moviendo la cabeza con asombro—.
¿Vamos a hablar de cómo esto me paso a mí, John? O por qué
pasó o… No sé ¿Qué significa?
—Los Garde desarrollan Legados en la adolescencia, —
digo encogiendo los hombros—. Quizás solo has metido la
pata un poco tarde.
—Amigo, ¿has olvidado que no soy un Loric?
—Tampoco Adam, pero él tiene un Legado, —respondo.
—Sí, su asqueroso padre lo enlazo a una Garde muerta
y…
Levanto una mano para detener a Sam.
—Todo lo que estoy diciendo es que no se trata de cortar
y drenar. No creo que los Legados funcionen de la manera en
que mi gente siempre asumió. —Me detengo un momento
para pensar—. Lo que te ocurrió tiene algo que ver con lo que
Seis y los otros hicieron en el Santuario.
—Seis hizo esto… —dice Sam.
—Ellos fueron hasta allá para encontrar a Lorien en la
Tierra; creo que lo hicieron. Y quizás, Lorien te eligió a ti.
Sin si quiera darme cuenta, he devorado el sándwich y el
puré. Mi estómago gruñe. Se siente mejor, mi fuerza empieza
a regresar.
—Bueno eso es un honor, —dice Sam, mirando sus
manos y pensándolo de nuevo. O, más bien, pensando en
Seis—. Un aterrador honor.
—Lo hiciste bien allá afuera. No hubiera podido salvar a
esas personas sin ti, —repito, palmeando a Sam en la
espalda—. La verdad es, que no sé qué rayos está pasando. No
sé cómo o por qué de pronto desarrollaste Legados. Solo estoy
agradecido de que los tengas. Estoy agradecido de que haya
una pequeña esperanza entre la muerte y la destrucción.
Sam se levanta, sacudiendo inútilmente algunas de las
migajas de su comida que le cayeron en los jeans.
—Sí, ese soy yo, la gran esperanza de la humanidad,
actualmente muriendo por otro sándwich. ¿Quieres uno?
—Puedo ir a por él —le digo a Sam, pero cuando me
inclino para levantarme del futón, inmediatamente me mareo
y tengo que dejarme caer de nuevo.
—Tómalo con calma, —dice Sam, retirándose como si no
notara el desastre que soy—. Tengo los sándwiches cubiertos.
—Podemos esperar aquí por unos cuantos minutos más
—digo atontado—. Luego encontraremos a Nueve.
Cierro los ojos, escuchando a Sam moviéndose por la
cocina, tratando de untar mantequilla de maní con un cuchillo
sostenido telequinéticamente. En la distancia, siempre en la
distancia ahora, puedo oír los estruendos de pelea en algún
lugar de Manhattan. Sam tiene razón ―somos la resistencia.
Deberíamos estar allá afuera resistiendo. Si solo pudiera
descansar por unos cuantos minutos más…
No abro los ojos hasta que Sam me sacude por el
hombro. Inmediatamente, puedo decir que me he quedado
dormido. La luz en la habitación ha cambiado, los faroles
vienen del exterior, un cálido resplandor amarillo entre las
cortinas. Un plato con sándwiches apilados espera en el
mueble a mi lado. Estoy tentado a hundirme en ellos e
ingerirlos todos. Es como si todas mis urgencias fueran
animales ahora ―dormir, comer, pelear.
—¿Cuánto tiempo estuve fuera? —Le pregunto a Sam,
sentándome, sintiéndome un poco mejor psicológicamente
pero también sintiéndome culpable por dormir cuando hay
personas muriendo por toda Nueva York.
—Cerca de una hora, —Sam responde—. Iba a dejarte
dormir pero…
En explicación, Sam hace un gesto indicando detrás de
él, hacia la pequeña pantalla plana adjunta en la pared de
fondo. Los noticieros locales están, en realidad transmitiendo.
Sam silencia el volumen y ocasionalmente la imagen se
deteriora, pero ahí está ―la ciudad de Nueva York ardiendo
en llamas. Imágenes granuladas muestran a la gran mole del
Anubis que se avecina arrastrándose a través del cielo, sus
cañones colocados lateralmente bombardeando los pisos más
altos de un rascacielos incluso cuando ya no queda nada más
que polvo.
—No se me había ocurrido revisarlo hasta hace un par de
minutos —Sam dice—. Pensé que los Mogadorianos deberían
haber noqueado las estaciones de televisión, por ya sabes,
motivos de guerra.
No he olvidado lo que Setrákus Ra me dijo mientras
pendía de su nave sobre el Río Este. Quería que viera a la
Tierra caer. Yendo mucho más atrás, a la visión de
Washington, D.C., que compartí con Ella, recuerdo esa ciudad
luciendo bastante destrozada, pero no completamente
arrasada. Y había sobrevivientes obligados a servir a Setrákus
Ra. Creo que empiezo a entenderlo.
—No es un accidente —le digo a Sam, pensando en voz
alta—. Él debe querer que los humanos conozcan la
destrucción que está trayendo. No es como en Lorien donde
su flota eliminó a todos y ya. Fue por eso que intento crear ese
gran show en las Naciones Unidas, era esa la razón de que
mantuviera toda esa mierda del Progreso Mogadoriano entre
las sombras para poner a la Tierra bajo su control
pacíficamente. Está planeando vivir aquí después de todo. Y si
ellos no van a rendirle culto como lo hacen los Mogadorianos,
por lo menos quiere que los seres humanos le teman.
—Bueno. Eso del miedo es algo que está definitivamente
funcionando —Sam responde.
En la pantalla, las noticias han dado paso a una toma en
vivo de una presentadora en su escritorio. El edificio que aloja
este canal probablemente ha sufrido algunos daños por la
pelea porque luce como si apenas pudieran mantenerse al
aire. Solo la mitad de las luces en el estudio están encendidas
y la cámara está parpadeando, la imagen no es tan aguda
como debería ser. La presentadora está tratando de mantener
una postura profesional, pero su cabello está bañado en polvo
y sus ojos están enrojecidos por el llanto. Ella habla directo a
la cámara por unos segundos, introduciendo la siguiente pieza
de su nota.
La presentadora desaparece, reemplazada por la toma
temblorosa de un video de un celular. En el medio de una
intersección principal, una borrosa figura da vueltas y vueltas,
como un lanzador de disco olímpico calentando. Excepto que
este chico no está sosteniendo un disco. Con una fuerza
sobrehumana está agitando otra persona por su tobillo.
Después de una docena de giros, el chico deja ir al cuerpo
hecho ovillo, arrojándolo por la ventana principal de un teatro
cercano. El video sigue enfocado en el lanzador mientras, con
hombros agitados, grita lo que probablemente es un insulto.
Es Nueve.
—¡Sam! ¡Enciende el volumen!
Mientras Sam tantea el control remoto, quien sea que
haya filmado a Nueve se sumerge bajo un auto por protección.
Es desconcertante como el infierno, pero el camarógrafo se las
arregla para seguir grabando manteniendo una mano arriba
por encima del maletero del coche. Un grupo de guerreros
Mogadorianos han aparecido en la intersección, disparándole
a Nueve. Lo observo mientras se mueve ágilmente a un lado,
entonces usa su telequinesis para arrojar un carro en su
dirección.
—…de nuevo, estas imágenes han sido tomadas en
UnionSquarehace solo unos momentos —dice la temblorosa
voz de la presentadora mientras Sam enciende el volumen—.
Sabemos que este aparentemente súper poderoso, hmm,
posible alienígena adolescente estaba en la escena de las
Naciones Unidas junto con otro joven conocido como John
Smith. Lo vemos aquí enfrascado en un combate con los
Mogadorianos, haciendo cosas que no son humanamente
posibles…
—Conoce mi nombre —digo, despacio.
—Mira —me dice Sam, golpeando mi brazo.
La cámara se ha movido hacia el teatro, donde una
fuerte forma se levanta de la ventana rota. No tengo una
buena vista de él, pero inmediatamente sé con quién está
peleando Nueve. Se eleva sobre la ventana del teatro, pasando
a través de los pocos Mogadorianos aún en la intersección y
entonces se cierne violentamente sobre Nueve.
—Cinco —dice Sam.
La cámara pierde de vista a Nueve y Cinco mientras ellos
se arrastran por la hierba de un pequeño parque cercano,
produciendo enorme bolas de tierra en el camino.
—Se están matando entre ellos —digo—. Tenemos que
llegar hasta allá.
—Un segundo extraterrestre adolescente está peleando
con el primero, al menos cuando no están luchando contra los
invasores —dice la presentadora, sonando desconcertada—.
No… no sabemos por qué. No tenemos muchas respuestas
para este punto, después de todo. Tengo miedo. Solo…
manténganse seguros, Nueva York. Hay esfuerzos de
evacuaciones realizándose, si tiene algún camino seguro al
Puente de Brooklyn. Si están cerca de la pelea, manténganse
adentro y…
Le arrebato el control a Sam y apago la televisión. El me
observa mientras me paro, asegurándose de que esté bien.
Mis músculos se quejan en protesta y me siento mareado por
un segundo, pero puedo hacerlo a un lado. Tengo que hacerlo
a un lado. Nunca la expresión ‗Lucha como si no hubiera un
mañana‘ tuvo más sentido. Si quiero arreglar esto ―si vamos
a salvar la Tierra de Setrákus Ra y los Mogadorianos,
entonces el primer paso es encontrar a Nueve y sobrevivir en
Nueva York.
—Ella dijo UnionSquare —digo—. Ahí es a dónde vamos.
El mundo no ha cambiado. Por lo menos, yo no podía decirlo.
El aire de la selva es húmedo y pegajoso, un cambio
agradable para la fría humedad en las profundidades del
Santuario subterráneo. Tengo que proteger mis ojos cuando
emergemos ante el sol avanzado de la tarde, agachados uno tras
otro por el angosto arco de piedra que ha aparecido en la base
del templo Maya.
—¿Acaso no podrían habernos dejado entrar por este
camino? —Gruño, arqueando la espalda para estirar mis
adoloridos músculos y observando los cientos de escalones de
piedra caliza fracturada por los que habíamos trepado. Una vez
que llegamos a la cima de la pirámide de Calakmul, nuestros
colgantes activaron una especie de pasaje Loric que nos
teletransportó al Santuario oculto bajo la estructura construida
cientos de años atrás por manos humanas. Nos encontrábamos
en un cuarto de otro mundo obviamente creado por los
Ancianos en alguna de sus visitas a la Tierra. Creo que el secreto
era una prioridad más valorada que la facilidad de acceso. De
cualquier manera, el camino de salida no es tan difícil como una
escalada y no implica ninguna desorientadora
teletransportación, sólo un ligero aturdimiento por caminar
unos treinta y cinco metros por una escalera en espiral y una
simple puerta que, por supuesto, no estaba ahí cuando
llegamos.
Adam sale del Santuario detrás de mí, sus ojos se
entrecierran.
—¿Y ahora qué? —Me pregunta.
—No lo sé —le respondo, mirando hacia el cielo oscuro—.
Esperaba más o menos que el Santuario respondiera esa
pregunta.
—Yo… Yo aún no estoy muy seguro de lo que vimos allí. O
de lo que hayamos logrado —dice Adam tímidamente. Él aparta
algunos mechones de su cabello negro fuera de su rostro para
mirarme.
—Yo tampoco —le digo.
A decir verdad, ni siquiera estoy segura de cuánto tiempo
estuvimos bajo tierra. Se pierde la noción del tiempo cuando
estás enfrascado en una conversación con un ser de otro mundo
hecho de pura energía Loric. Habíamos conseguido juntar
muchas de las piezas de nuestra herencia de las que la Garde
podía prescindir, básicamente, cualquier cosa que no fuera un
arma. Una vez dentro del Santuario, nos deshicimos de todas
esas piedras inexplicables y objetos dentro de un escondite bien
conectado a una fuente de energía de Loralita latente. Supongo
que eso fue suficiente para despertar a La Entidad, la
encarnación viviente de Lorien. Entonces charlamos.
Sip. Eso paso.
Pero La Entidad básicamente nos había hablado en
acertijos y, al final de nuestra conversación, la cosa se fue como
si fuera una supernova, su energía inundo el Santuario y el
mundo. Al igual que Adam, yo no estoy segura de lo que ha
pasado.
Esperaba salir del Santuario y encontrar... algo. ¿Tal vez
unos rayos dentados de energía Loric atravesando el cielo, en
camino para incinerar al Mogadoriano más cercano no llamado
Adam? ¿Tal vez un poco de más poder a mis Legados, dándome
el nivel que me gustaría tener para ser capaz de improvisar una
tormenta lo suficientemente grande como para acabar con
todos nuestros enemigos? No tenemos tal suerte. Por lo que
sabemos, la flota Mogadoriana aún se está acercando a la Tierra.
John, Sam, Nueve y los demás podrían estar corriendo hacia el
frente de batalla ahora mismo, y no estoy segura de que
hayamos hecho algo para ayudarlos.
Marina es la última en atravesar la puerta del templo. Ella
se abraza a sí misma, con sus ojos muy abiertos y llorosos,
parpadeando ante la luz del sol.
Sé que está pensando en Ocho.
Antes de que la fuente de energía fuera disparada por todo
el mundo, de algún modo logró resucitarlo, sólo en unos pocos
minutos. El tiempo suficiente para que Marina pudiera decirle
adiós. Incluso ahora, ya ha comenzado a sudar a causa del
opresivo calor de la selva, me da escalofríos pensar en Ocho
regresando a nosotros, inundado con ese resplandor de Loralita,
sonriendo otra vez. Era uno de esos sumamente hermosos
momentos que me han endurecido con el tiempo, está es una
guerra, y la gente va a morir. Amigos van a morir. He llegado a
aceptar el dolor, a dar las cosas feas por sentado. Así que puede
ser un poco sorprendente cuando algo bueno ocurra en
realidad.
Por reconfortante que fuera el a ver Ocho una vez más,
estaba todavía diciendo adiós. No me puedo imaginar lo que
Marina estaba pasando. Lo amaba y ahora ya no está. Otra vez.
Marina se detiene y mira hacia atrás, al templo, casi como
si quisiera regresar al interior. Junto a mí, Adam aclara su
garganta.
—¿Va a estar bien? —Me pregunta, con la voz baja.
Marina antes se cerró a mí en Florida, después de que
Cinco nos traicionara. Después de que matara a Ocho. Esto no
es lo mismo, ella ya no es un campo que irradia frío constante, y
ya no parece estar a punto de estrangular a quien se le acerque.
Cuando se vuelve hacia nosotros, su expresión es casi serena.
Ella está recordando, guardando ese momento con Ocho muy
lejos y controlándose para lo que está por venir. No estoy
preocupada por ella.
Sonrío mientras Marina parpadea y limpia con la mano su
cara.
—Te puedo escuchar —ella le responde a Adam—. Estoy
bien.
—Bien —dice Adam, torpemente mirando a otro lado—.
Simplemente me refería, a lo que pasó allí, uh, yo...
Adam se calla, Marina y yo lo miramos expectantes. Al ser
un Mog, creo que él aún se siente un poco incómodo de estar
demasiado cerca de nosotras. Sé que estaba sorprendido por
el espectáculo de luz Loric dentro del Santuario, pero también
puedo decir que él se sentía como si no hubiera debido estar allí,
como si no fuera suficientemente digno para estar en la
presencia de la Entidad.
Cuando Adam hace una pausa para estirarse, le doy unas
palmaditas en la espalda.
—Guardemos el corazón a corazón para el viaje, ¿vale?
Adam parece aliviado mientras caminamos hacia nuestro
Skimmer, la nave permanece estacionada junto a una docena de
otros artefactos Mogs en las cercanías de la pista de aterrizaje.
El campamento Mog en frente del templo está exactamente de
la forma en que lo dejamos, hecho añicos. Los Mogs que estaban
tratando de entrar en el Santuario habían despejado la selva en
un preciso anillo en torno al templo, llegando tan cerca del
templo como la poderosa fuerza del Santuario les permitía.
No es hasta que cruzamos de la vid sembrada en la tierra,
directamente en frente del templo en el suelo marrón quemado
del campamento Mog, que me doy cuenta que el campo de
fuerza se ha ido. La mortal barrera que protegía el Santuario
durante años ya no está.
—El campo de fuerza se debe haber apagado mientras
estábamos dentro —digo.
—Quizás ya no tiene necesidad de protegerse —Adam
sugiere.
—O quizá la Entidad desvío su energía a otros lugares —
Marina contesta. Ella hace una pausa por un momento,
pensando—. Cuando besé a Ocho... lo sentí. Durante una
fracción de segundo, yo era parte de la energía de la Entidad. Se
esparcía a todas partes, a través de toda la Tierra. Adonde sea que
la energía Loric fuera, ahora está esparcida. Tal vez no puede
mantener sus defensas aquí.
Adam me da una mirada, como si yo fuera capaz de
explicar lo que Marina acaba de decir.
—¿Qué quieres decir con esparcir a través de la Tierra? —
Pregunto.
—No sé cómo explicarlo mejor que eso —dice Marina,
mirando hacia atrás al templo, ahora la mitad en la sombra por
el sol—. Fue una sensación tal como si yo fuera uno con Lorien.
Y estábamos en todas partes.
—Interesante —dice Adam, mirando al templo y a
continuación al suelo bajo sus pies con una mezcla de cautela y
temor—. ¿Adónde crees que fue? ¿Sus Legados…?
—No me siento nada diferente —le digo.
—Yo tampoco —dice Marina—. Pero algo ha cambiado.
Lorien estáallá fuera ahora. En la Tierra.
No es definitivamente el resultado tangible que deseaba,
pero Marina parece tan optimista sobre esto. No quiero ser la
lluvia en su desfile.
—Supongo que veremos si algo ha cambiado devuelta a la
civilización. Tal vez la Entidad está allá afuera pateando
traseros.
Marina mira hacia atrás al templo.
—¿Deberíamos dejar esto de esta manera? ¿Sin protección?
—¿Qué queda para proteger? —Adam pregunta.
—Todavía hay por lo menos algo de lo, uh, que la Entidad
dejó allí —Marina contesta—. Incluso ahora, creo que el
Santuario es todavía una forma de... no lo sé con exactitud.
¿Ponerse en contacto con Lorien?
—No tenemos alternativa —respondo—. Los demás nos
necesitan.
—Esperen un segundo —dice Adam, mirando a su
alrededor—. ¿Dónde está Dust?
Con todo lo que ocurrió dentro del Santuario, me había
olvidado por completo de la Chimæra que dejamos fuera del
templo de guardia. No hay ningún signo del lobo en ningún
lugar.
—¿Puede que haya entrado en la selva buscando a la mujer
Mog? —pregunta Marina.
—Phiri Dun-Ra —Adam responde, nombrando a la nacida
de verdad que sobrevivió nuestro asalto inicial—. Ella no se iría
por su parte así nada más.
—Tal vez el espectáculo de luz del Santuario la asustó —
sugiero.
Adam frunce el ceño y coloca sus manos alrededor de su
boca.
—¡Dust, ven! ¡Dust!
Él y Marina avanzan, buscando cualquier indicio de la
Chimæra. Subo a nuestro Skimmer para obtener una mejor
perspectiva del alrededor de la zona. Desde aquí arriba, algo
llama mi atención. Una forma gris temblando debajo de una
gran raíz en el borde de la selva.
—¿Qué es eso? —grito, señalando el punto a Adam. Él
corre hacia allí, Marina enseguida detrás de él. Un momento
más tarde, Adam lleva la pequeña forma a mí, su cara torcida
con preocupación.
—Es Dust —dice Adam—. Quiero decir, creo que es él.
Adam sostiene un pájaro gris en sus manos. Está vivo pero
su cuerpo está muy duro y retorcido, como si hubiera sufrido
una descarga eléctrica y nunca se recuperara de los espasmos.
Sus alas sobresalen de una forma extraña y su pico esta
congelado medio abierto. Aunque este no es para nada como el
poderoso lobo que dejamos atrás hace poco tiempo, hay una
cualidad que reconozco de inmediato. Es Dust, seguro. Tan mal
como se ve, sus ojos de pájaro negros miran alrededor
frenéticamente. Él sigue vivo, y su mente está trabajando, pero
su cuerpo no está respondiendo.
—¿Qué demonios le pasó? —Pregunto.
—No sé —dice Adam, y por un momento creo ver
lágrimas en sus ojos. Se calma—. Él parece... se ve igual que las
demás Chimæras que rescaté de la isla de Plum. Estaban
experimentando con ellas.
—Está bien, Dust, está bien —Marina susurra. Ella
suavemente alisa las plumas sobre su cabeza, tratando de
calmarlo. Ella usa su Legado para curar la mayoría de los
arañazos que le cubren, pero no alivia a Dust de la parálisis.
—No podemos hacer nada más por él aquí —digo. Me
siento mal, pero tenemos que seguir avanzando—. Si esa
Mog fue quien le hizo esto a él, está muy lejos ahora. Vamos a
volver con los demás. Quizás tengan alguna idea sobre qué
debemos hacer.
Adam pone a Dust a bordo del Skimmer y lo envuelve en
una manta. Intenta que la paralizada Chimæra esté lo más
cómoda posible antes de sentarse detrás de los controles.
Quiero ponerme en contacto con John, averiguar cómo van
las cosas fuera de la jungla mexicana. Puedo recuperar el
teléfono satelital de mi mochila y acomodarlo en el asiento al
lado de Adam. Mientras él comienza a encender la nave, llamo a
John.
El teléfono suena sin cesar. Después de aproximadamente
un minuto, Marina se inclina hacia delante para mirarme a la
cara.
—¿Qué tan preocupados deberíamos de estar por qué no
responda? —Se pregunta.
—La cantidad normal de preocupación —respondo. No
puedo evitar mirar a mi tobillo. No hay nuevas cicatrices, si no
hubiera sentido el lacerante dolor—. Por lo menos sabemos que
aún están vivos.
—Hay algo que no está bien —dice Adam.
—No lo sabemos —respondo rápidamente—. Sólo porque
no me pueden responder justo en este segundo no significa…
—No. Me refiero con la nave.
Cuando quitó el teléfono de mi oído, puedo escuchar el
ruido extraño que el motor del Skimmer hace. Las luces de la
consola delante de mí parpadean erráticamente.
—Pensé que sabías cómo manejar esta cosa —le digo.
Adam hace un gesto sombrío, airadamente hala hacia
abajo los interruptores del tablero, apagando la nave. Debajo de
nosotros, el motor vibra y suena, como si algo no estuviera
funcionando.
—Sé cómo manejar esta cosa, Seis —dice—. No soy yo.
—Lo siento —le respondo, viendo como él espera para que
el motor reposte antes de encender la nave de nuevo. El motor,
de tecnología Mogadoriana, que debería ser mortalmente
silencioso, suena otra vez con espasmos—. Tal vez deberíamos
probar algo aparte de prender y apagar otra vez.
—Primero Dust, y ahora esto. No tiene sentido —Adam se
queja—. La electrónica sigue trabajando. Bueno, todo excepto el
diagnóstico automatizado, que es exactamente lo que nos diría
lo que está mal en el motor.
Me acerco y presiono el botón que abre la cabina. La
cúpula de cristal se abre por encima de nuestras cabezas.
—Vamos a echarle un vistazo —digo, levantándome de mi
asiento.
Todos volvemos a salir del Skimmer. Adam salta a abajo
para poder inspeccionar la parte inferior de la nave, pero yo sigo
en el capo, junto a la cabina. Me encuentro mirando hacia el
Santuario, la antigua estructura caliza presenta una larga
sombra debido a la puesta de sol, Marina se encuentra a mi
lado, en silencio, siguiendo mi mirada.
—¿Crees que vamos a ganar? —Le pregunto. La pregunta
solo se me sale. Ni siquiera estoy segura de que quiera una
respuesta.
Marina no dice nada al principio. Después de un
momento, descansa su cabeza sobre mi hombro.
—Creo que estamos más cerca hoy de lo que estábamos
ayer —dice.
—Desearía saber por qué estás tan segura de que venir
aquí ha valido la pena —digo, sujetando el teléfono satelital,
esperando que suene.
—Hay que tener fe —Marina responde—. Yo te lo digo,
Seis, la Entidad hizo algo...
Trato de confiar en las palabras de Marina, pero en lo
único que puedo pensar se aproxima a lo práctico. Me pregunto
si el diluvio de energía Loric del Santuario fue lo que ha
arruinado nuestro paseo en primer lugar. O tal vez haya una
explicación más sencilla.
—Oigan, ¿chicas? —Adam llama desde debajo de la
nave—. Creo que lo mejor es que vengan a echar un vistazo a
esto.
Bajo de un salto desde el Skimmer, Marina justo detrás de
mí. Encontramos a Adam atrapado entre los soportes metálicos
de los trenes de aterrizaje, un panel curvo de la parte baja
blindada de la nave en el suelo a sus pies.
—¿Es problema nuestro? —Pregunto.
—Estaba ya suelto —explica Adam, golpeando la pieza
desensamblada—. Y miren esto…
Adam hace un espacio, de modo que puedo meterme junto
a él, teniendo una perspectiva íntima de las partes bajas de
nuestra nave. El motor del Skimmer probablemente podría
encajar debajo del capó de una camioneta pickup¸ pero es
muchas veces más complicado que nada construido aquí en la
Tierra. En vez de pistones y engranajes, el motor comprende
una serie de esferas superpuestas. Ellas giran a ratos cuando
Adam presiona contra ellas, tocando inútilmente las terminales
expuestas de cables gruesos que van muy dentro de la nave.
—Mira, los sistemas eléctricos sigue intactos —dice
Adam, dando golpecitos a los cables—. Eso es por lo que
seguimos teniendo algo de poder. Pero no es lo suficiente para
conseguir que funcione la propulsión antigravedad. ¿Esos
rotores centrífugos ahí? —Mueve sus manos sobre las esferas
superpuestas—. Esos son los que nos levantan del piso. La cosa
es, que no están rotos tampoco.
—¿Así que me estás diciendo que el Skimmer debería
funcionar? —Inquiero, mis ojos se vuelven vidriosos mientras
observo el motor.
—Debería —dice Adam, pero entonces dirige su mano en
un espacio vacío entre los rotores y los cables—. ¿Excepto que,
ves eso?
—No tengo idea de qué demonios estoy viendo, amigo —
le digo—. ¿Está roto?
—Hay un conductor perdido —explica—. Es el que
transfiere la energía generada por el motor al resto de la nave.
—Y me estás contando que simplemente no pudo caerse.
—Obviamente, no.
Doy unos pocos pasos fuera de debajo del Skimmer y
observo la línea de árboles cercanos en busca de cualquier
movimiento. Matamos cada Mog que estuvo intentando entrar
en el Santuario. Todos excepto una.
—Phiri Dun-Ra —digo, sabiendo que la mog sigue allá
afuera. Estuvimos demasiado concentrados en entrar al
Santuario para molestarnos en ir por ella pronto, y ahora…
—Ella nos saboteó —dice Adam, alcanzando la misma
conclusión que yo. Phiri Dun-Ra hizo un movimiento cuando
arribamos, venciéndolo bastante fácil y estuvo cerca de tostarle
la cara en el campo de fuerza del Santuario antes de que
entrásemos en acción. Él aún suena bastante acerbo a eso—.
Ella atacó a Dust y luego nos dejó varados aquí. Debimos
haberla matado.
—No es demasiado tarde —replico, frunciendo el ceño.
No veo nada en los árboles, pero eso no significa que Phiri Dun-
Ra no esté ahí fuera mirándonos.
—¿No podemos reemplazar la pieza con una de otra nave?
—Pregunta Marina, caminando hacia la docena o más de naves
exploradoras Mogadorianas esparcidas a todo lo ancho de la
zona de aterrizaje.
Adam gruñe y sale de debajo de nuestro Skimmer. Da
zancadas hacia la nave más cercana, su mano izquierda sobre el
mango de un cañón Mog que tomó de uno de los soldados que
matamos.
—Apuesto que todas esas naves tienen los paneles del
motor que se ven iguales al de nosotros —Adam se queja—.
Espero que al menos se lastimara las horribles manos.
Recuerdo las manos amarradas de Phiri Dun-Ra, llenas de
cicatrices por estar en contacto con el campo de fuerza del
Santuario. Deberíamos haberlo sabido al dejar a uno de ellos
vivo. Incluso antes de que Adam llegué a la nave más cercana,
tengo un apesadumbrado sentimiento.
Adam se agacha debajo de la otra nave, examinándola.
Suspira y hace contacto visual conmigo antes de gentilmente
darle un codazo al casco blindado sobre su cabeza. El panel del
motor cae como si no hubiese nada sosteniéndolo en su lugar.
—Está jugando con nosotros —dice, con voz baja y
áspera—. Ella pudo habernos pegado un tiro cuando dejamos el
Santuario. En su lugar, nos quiere mantener aquí.
—Ella sabe que no puede vencernos por sí misma —digo,
levantando la voz, pensando que tal vez puedo sacar a Phiri
Dun-Ra fuera de su escondite.
—Ella removió esas partes, ¿cierto? —Pregunta Marina—.
¿Ella ni siquiera las destruyó?
—No, pareciera que se las llevó —Adam replica—.
Probablemente no quiere ser la responsable por destruir un
puñado de naves en adición a que todo su escuadrón fue
asesinado. Aunque, al tenernos aquí lo suficiente para que
lleguen refuerzos a capturarnos y matarnos probablemente le
daría un pase para su Amado Líder.
—Nadie será capturado o asesinado —digo—. Excepto
Phiri Dun-Ra.
—¿Hay alguna otra manera de hacer que nuestra nave se
mueva? —Marina pregunta a Adam—. ¿Podrías… no lo sé?
¿Armar algo?
Adam se rasguña la parte trasera del cuello, mirando
alrededor a las otras naves.
—Supongo que es posible —dice—. Depende de lo que le
podamos sacar provecho juntos. Puedo intentar, pero no soy un
mecánico.
—Esa no es la idea —digo, mirando alto hacia el cielo para
ver cuanta luz del día hemos perdido. No demasiada—. O,
podríamos entrar a la jungla, atrapar a Phiri Dun-Ra y traer
nuestra pieza de regreso.
Adam asiente.
—Prefiero ese plan.
Miro a Marina.
—¿Qué pasa contigo?
Incluso no tengo que preguntar más. El sudor en mis
brazos se estremece, ella está radiando un aura gélida.
—Vayamos de cacería —dice Marina.
Bajo condiciones ideales la caminata hacía Union Square
debería tomar alrededor de cuarenta y cinco minutos, está a
sólo dos kilómetros y medio, pero éstas no son para nada las
condiciones ideales. Sam y yo estamos retrocediendo por los
mismos callejones en donde peleamos por la tarde, justo
donde hay más presencia Mogadoriana.
Ojalá Cinco y Nueve no se maten el uno al otro antes de
que lleguemos a ellos, los necesitamos si queremos tener
alguna oportunidad de ganar esta guerra. A ambos.
Sam y yo nos pegamos a las sombras, algunas calles aún
tienen electricidad, así que las luces de las aceras siguen
funcionando normalmente, como una ciudad ordinaria, como
si no hubiera carros volcados o trozos de pavimento rotos,
evitamos esos lugares, sabiendo que sería más fácil para los
mogadorianos el encontrarnos.
Pasamos por lo que solía ser Chinatown, parece que un
tornado pasó por este lugar, es imposible pasar por un lado,
un bloque entero de edificios está en ruinas. Hay cientos de
pescados muertos a mitad de calle, debemos de escoger bien
nuestros pasos por el camino.
Mientras hacíamos nuestro camino desde las Naciones
Unidas, encontramos personas casi en cada calle, el
Departamento de Policía de Nueva York ha tratado de
evacuarlos ordenadamente, pero la mayoría no pone atención,
solo quieren estar un paso adelante del escuadrón de mogs, el
cual estaba tan interesado en asesinar humanos como en
tomarlos como prisioneros. Todos estaban aterrados y en
shock frente a esta nueva realidad. Sam y yo tomamos a los
rezagados, los que no lograron huir lo suficiente rápido o de
quienes cuyos grupos fueron hechos pedazos por las patrullas
mogs, había muchos de ellos. Ahora, diez calles después no
hemos visto a otro ser viviente. Tal vez la mayor parte de las
personas en el bajo Manhattan lograron llegar al punto de
evacuación en el puente de Brooklyn, eso si los mogs aún no
lo han destruido, como sea, cualquiera que haya logrado
sobrevivir al día, va a ser lo suficiente inteligente para
mantenerse escondido en la noche.
Mientras nos acercamos al siguiente bloque, Sam y yo
rodeamos una ambulancia abandonada, escucho un susurro
desde un callejón cercano, pongo mi mano sobre el brazo de
Sam y dejamos de caminar, los susurros cesan, puedo deducir
que estamos siendo observados.
—¿Qué sucede? —Pregunta Sam, en voz baja.
—Hay alguien ahí afuera.
Sam mira en la oscuridad
—Sigamos caminando —dice después de unos
segundos—. Ellos no desean nuestra ayuda.
Es duro para mí dejar a alguien atrás, pero Sam tiene
razón, quienquiera que esté aquí afuera, le está yendo bien sin
nuestra ayuda y solo los estaríamos poniendo en un peligro
mayor llevándolos con nosotros.
Cinco minutos después, volteamos por una esquina y
vemos a la primera patrulla Mog de la noche.
Los Mogs están en el lado opuesto de la calle, así que
podemos observarlos de forma segura, hay una docena de
guerreros, todos llevando cañones, sobre ellos hay un
Skimmer, barriendo la calle con una luz ubicada en el centro
de la nave, la patrulla se mueve metódicamente por la calle,
un grupo de cuatro guerreros periódicamente se separa del
resto adentrándose a un grupo de apartamentos en las
sombras.
Los veo seguir con esa rutina dos veces, y ambas veces
suspiro de alivio cuando los veo volver sin ningún prisionero
humano.
¿Qué pasaría si estos mogs encuentran a un humano y lo
toman como prisionero llevándolo por la calle? No puedo
dejar que eso suceda. ¿O sí? Tendría que pelear.
¿Y qué si Sam y yo seguimos adelante? Ellos son
depredadores, si los dejamos vivos, tarde o temprano van a
encontrar una presa.
Mientras estoy considerando esto, Sam llama mi
atención apuntando hacía un callejón cercano que nos
ayudara a evadir a los mogs.
—Vamos —dice rápidamente—. Antes de que estén
demasiado cerca.
Me quedo en mi lugar, considerando nuestras
posibilidades, solo hay doce de ellos, más aparte la nave, he
peleado con grupos más grandes y he ganado. Si, aún estoy
exhausto por una tarde de interminables batallas, pero
tenemos el elemento de la sorpresa de nuestro lado, podría
derribar ese Skimmer, incluso antes de que se dieran cuenta
de que están bajo ataque. El resto caería fácil.
—Podemos con ellos —concluyo.
—John, ¿estás loco? — Sam pregunta, cogiendo mi
hombro—. No podemos pelear con cada Mog en Nueva York.
—Pero podemos pelear con estos —respondo—. Me estoy
sintiendo más fuerte ahora y si algo pasa podría curarnos
después.
—Asumiendo que… bueno, ya sabes, no recibamos un
disparo en la cabeza o nos maten inmediatamente, batalla tras
batalla, sanar y sanar. ¿Cuánto puedes soportar?
—No lo sé.
—Hay demasiados de ellos, debemos de saber elegir
nuestras batallas.
—Tienes razón —admito forzadamente.
Seguimos por el callejón, dejando al escuadrón
Mogadoriano atrás, lógicamente, sé que Sam tiene razón, no
debería de estar gastando mi tiempo en una docena de
Mogadorianos cuando hay una guerra más grande por ganar.
Después de un día exhaustivo, debería de conservar mi fuerza.
Sé que todo esto es verdad, pero aun así no puedo dejar de
pensar en soy un cobarde por haber evitado la pelea.
Sam apunta a una señal en la esquina de Calle Uno con
la Segunda Avenida.
—Calles numeradas, nos estamos acercando.
—Ellos estaban peleando por la calle catorce, pero eso
fue hace una hora aproximadamente, por la manera en la que
iban, pueden haber ido en cualquier dirección desde aquí.
—Así que mantengamos nuestros oídos listos para oír
explosiones o insultos creativos —dice Sam.
Sólo avanzamos unas cuantas calles antes de
encontrarnos con otra patrulla Mogadoriana, Sam y yo nos
escondemos detrás de un camión de paquetería, una vez más,
hay doce mogadorianos con un Skimmer , este grupo se
comporta diferente al anterior, la nave se queda en su sitio, su
luz apuntando a la ventana frontal de un banco. Los
mogadorianos afuera tienen sus armas apuntadas hacía el
edificio, han visto algo.
Recuento las cabezas pálidas que se ven, once, solo hay
once donde antes definitivamente había doce ¿Acaso uno de
ellos se convirtió en cenizas sin que lo notara?
—Vamos —dice Sam con cautela, probablemente piense
que estoy buscando una pelea de nuevo.
—Deberíamos irnos mientras están distraídos.
—Espera —respondo—. Algo está sucediendo aquí.
Con los otros cubriéndolos, dos mogs avanzan hacia el
frente del banco, comienzan despacio, armas en ristre,
buscando algo más allá de la luz de la nave.
Cuando alcanzan el límite del banco, ambos Mogs
arrojan sus armas al aire, el escuadrón entero está congelado,
sorprendidos por este descubrimiento.
Es telequinesis, alguien acaba de desarmar a los Mogs
con un Legado.
Le doy a Sam una mirada.
—Nueve o Cinco —digo.
—Ellos están atrapados.
Volviendo a la acción, el resto de los Mogs abren fuego
hacía la oscuridad del banco, los soldados que fueron
desarmados son levantados del suelo con telequinesis y
usados como escudos, se desintegran ante el fuego del
escuadrón. Luego un escritorio sale volando desde el interior
del banco, dos Mogs son aplastados por el mueble volador y
los demás retroceden en busca de protección. Mientras tanto
la nave se acerca a la calle, sus armas saliendo, alistándose
para disparar al banco.
—Yo me encargo de la nave, tú encárgate de los
guerreros —digo.
—Hagámoslo —responde Sam, asintiendo una vez.
—Solo espero que no sea Cinco quien esté ahí dentro.
Salgo desde atrás del camión y corro hacía la acción,
disparando mi Lumen mientras avanzo. Los nervios en mis
manos se sienten fritos, puedo sentir el calor de mi propio
Lumen, como si estuviera pasando mis manos sobre una vela,
el dolor es soportable, un obvio efecto colateral de haberlo
usado en exceso. Avanzo rápidamente, lanzando una bola de
fuego a la nave, mi primer ataque explota en su luz,
oscureciendo la calle, la nave se desestabiliza mientras
dispara al banco, haciendo daño en la pared de al lado del
edificio, con el arma distraída, espero ver a Nueve salir del
banco para unirse a la acción.
Nadie sale, tal vez si hay un Garde dentro, está herido,
después de todo un día de luchar contra uno contra otro y
contra los Mogs, debe estar aún más agotados que yo.
Oigo un zumbido de electricidad por detrás de mí, es
Sam disparando su arma, y veo como dos de los Mogs más
cercanos se convierten en ceniza. Viéndonos venir desde
atrás, otro Mog intenta esconderse detrás de un carro
estacionado, Sam lo deja al descubierto removiendo el carro
con su recién descubierta telequinesis.
Uno de los Mogs grita un montón de palabras en
mogadoriano en un comunicador, probablemente pidiendo
ayuda. Emitiendo nuestra ubicación, esto no es bueno.
Me lanzo sobre el capo de una todoterreno ubicada
convenientemente bajo la nave, en mi camino, lanzo una bola
de fuego al Mog con el comunicador, quien es envuelto en
llamas y pronto no es nada más que cenizas agrupadas, aun
así, el daño está hecho, saben que estamos aquí. Tenemos que
salir de aquí rápido.
Salto del todoterreno hacia el Skimmer, dejando un
hueco en el metal por el impulso, al mismo tiempo le doy a la
nave un golpe telequinético, no tengo el poder para derribar la
nave, pero es lo suficiente fuerte para doblar una parte de ella
justo hacía mí, aterrizo sobre ella. Los pilotos me miran, están
en shock.
Unas semanas atrás tal vez se hubiese sentido bien el ver
a los Mogadorianos con miedo, tal vez incluso hubiese dicho
algo gracioso, tomado prestada alguna de las bromas de
Nueve, pero ahora, después de todo el terror que han
sembrado, no pierdo tiempo.
Arrancó la puerta de la cabina, suelta de sus bisagras y la
lanzo hacia la oscuridad. Los Mogs tratan de desabrocharse
de sus asientos, buscando sus cañones. Antes de que puedan
hacer algo, le doy rienda suelta a un concentrado y caliente
fuego. El Skimmer inmediatamente comienza a perder el
control. Salto de la nave, aterrizando fuertemente en el pasillo
de abajo, mis piernas cansadas apenas me soportan. El
Skimmer choca contra el frente de una tienda que está
cruzando la calle y explota, humo negro sale de la tienda a
través de la ventana. Sam corre hacia mí apuntando su cañón
al piso. El resto del área está libre de Mogs. Por el momento.
—Doce menos, faltan miles. —Sam dice secamente.
—Uno de ellos hizo una llamada de auxilio. Tenemos que
irnos —le digo a Sam, pero incluso mientras lo digo, siento el
mismo aturdimiento de hace unos momentos.
La adrenalina de la batalla se ha ido, mi fatiga esta ahora
de regreso. Me tengo que apoyar en el hombro de Sam por un
minuto, hasta que consigo orientarme.
—Nadie salió del banco —Sam dice—. No creo que Nueve
esté ahí. A menos que esté herido, está demasiado tranquilo.
—Cinco —gruñó, moviéndome cautelosamente hacia la
derrumbada entrada del banco. No estoy seguro de que pueda
manejar una batalla contra él en este momento. Mi única
esperanza es que Nueve haya hecho muy bien trabajo
debilitándolo.
—Ahí —Sam dice, apuntando hacia el oscuro lobby.
Alguien se mueve alrededor. Sin embargo, parece haber
pasado la batalla escondido detrás del sofá.
—Oye, está libre acá afuera —llamo dentro del banco,
apretando mis dientes mientras iluminó mi Lumen hacia
adentro.
—¿Nueve? ¿Cinco?
No es ninguno de la Garde, camina cautelosamente
dentro de mi rayo de luz. Es una chica. Ella es probablemente
de nuestra edad, solo unos centímetros más baja que yo, con
el cuerpo de una corredora. Su cabello va hacia atrás en unas
apretadas trenzas. Sus ropas están repletas de tierra, no sé si
por la pelea o por el caos general, como sea, no se ve
lastimada. Sobre el hombro izquierdo, lleva una bolsa de
apariencia pesada. Ella ve de Sam hacia mí con sus salvajes
ojos cafés, eventualmente enfocándose en la luz brillante de la
palma de mi mano.
—Tu eres el... —dice la chica, inclinándose hacia
adelante—. Tú eres el chico de la televisión.
Ahora la chica está lo suficientemente cerca, apago mi
Lumen. No quiero delatar nuestra locación a los refuerzos
Mogs que están en camino.
—Soy John —le digo.
—John Smith. Si, lo sé —la chica asiente ansiosamente—.
Soy Daniela. Realmente mataste a esos malditos aliens.
—Uh, gracias.
—¿Había alguien más aquí contigo? —Sam interrumpe,
estirando su cuello para ver detrás de ella—. ¿Un tipo con
problemas de ira y el hábito de quitarse la camiseta o un bruto
con un solo ojo?
Daniela voltea su cabeza hacia Sam, con las cejas
levantadas.
—No. ¿Qué? ¿Por qué?
—Pensamos haber visto que alguien atacaba esos Mogs
con telequinesis —digo, mirando a Daniela otra vez, sintiendo
a partes iguales curiosidad y precaución. Hemos sido
engañados antes por potenciales aliados.
—¿Te refieres a esto? —Daniela levanta su mano y el
cañón de un Mog muerto flota hacia ella.
Ella suspira, tratando de descansar su hombro, que
apenas soporta la bolsa.
—Uh-uh. Esa es una nueva habilidad para mí.
—No soy el único —Sam respira, mirándome con ojos
salvajes.
Mi mente está girando con tantas posibilidades, tan
rápido que me quedo sin palabras. Tal vez no entienda el
porqué de esto, pero que Sam haya obteniendo Legados, tiene
sentido para mí. Él ha pasado demasiado tiempo alrededor de
nosotros, la Garde, ha hecho demasiado para ayudarnos… si
algún humano fuera de repente a desarrollar Legados, sería
él.
Las horas desde la invasión han sido tan locas que ni si
quiera he tenido tiempo de pensar sobre eso. No había
porque, realmente. Sam con Legados se sentía lógico. Cuando
imagino a otros humanos, además de Sam, teniendo Legados,
es pensando en personas que conocemos, personas que nos
han ayudado. Estaba pensando en Sarah mayormente.
Definitivamente en no una chica al azar. Sin embargo esta
chica, Daniela, teniendo Legados, significa que algo más
grande de lo que imaginé ha pasado.
¿Quién es ella? ¿Por qué tiene poderes? ¿Cuántos más
como ella hay allá afuera?
Mientras tanto, Daniela me observa otra vez como si
fuera famoso.
—Así que… hmm ¿Puedo preguntar porque me has
escogido?
—¿Escogido?
—Sí, para convertirme en una mutante —explica
Daniela—. No podía hacer esto hasta hoy cuando tú y los
chicos pálidos…
—Mogadorianos —aclara Sam
—No podía mover cosas con mi mente hasta que tú y los
Mogadorkianos aparecieron. –Termina Daniela.
—¿Cuál es el trato, hombre? Ninguna de las otras
personas que he visto afuera tiene poderes. ¿Soy radioactiva?
¿Qué más puedo hacer? Tus manos brillaban. ¿Voy a ser
capaz de hacer eso? ¿Por qué yo? Contesta la última primero.
—Yo… —froto la parte trasera de mi cuello, abrumado—.
No tengo idea de porque tú.
—Oh —Daniela frunce la frente, mirando hacia el piso.
—John ¿No deberíamos de estar moviéndonos?
Asiento cuando Sam me recuerda la inminente llegada
de los refuerzos Mogadorianos. Ya hemos estado aquí
demasiado tiempo hablando. Parados frente a mí… y junto a
mí, hay… ¿Qué exactamente? ¿Nuevos miembros de la Garde?
Humanos. Es algo que nunca hubiera contemplado. Necesito
envolver mi cabeza con este nuevo estatus rápidamente,
porque si hay más humanos Garde ahí afuera, estarán
buscando una guía. Y con todos nuestros Cêpan muertos…
bueno, eso nos deja a nosotros. Los Lorics.
Primero lo primero, necesito asegurarme que Daniela se
mantenga con nosotros. Necesito tiempo para hablar con ella,
para intentar descubrir que exactamente desencadenó sus
Legados.
—No es seguro aquí, deberías venir con nosotros —le
digo.
Daniela mira alrededor a la destrucción que nos rodea.
—¿Estaré a salvo a donde van?
—No. Obviamente no.
—Lo que John quiere decir es que, particularmente este
bloque estará lleno de Mogs en cualquier momento —Sam
explica. Él comienza a alejarse del banco, tratando de
guiarnos con el ejemplo. Daniela no lo sigue así que yo
tampoco.
—Tu compañero es nervioso —observa Daniela.
—Me llamo Sam.
—Eres una persona nerviosa, Sam. —Daniela responde,
con una mano en la cintura. Ella me vuelve a mirar,
midiéndome.
—Si más de esos aliens vienen ¿No puedes simplemente
mandar a volar lejos sus traseros?
—Yo… —me encuentro a mí mismo teniendo que reciclar
la lógica de ―elige tus peleas‖ que me eriza cuando Sam lo usa
conmigo.
—Son demasiados para seguir peleando. Tal vez no lo
sientes ahora, porque apenas has empezado a usarlos, pero
nuestros Legados no son una fuente ilimitada. Podemos
empujar muy fuerte, terminar cansados, y entonces no
seremos ningún bien para nadie.
—Buen consejo —Daniela dice. Ella parece arraigada en
su lugar—. Que mal que no pudiste contestar ninguna de mis
otras preguntas.
—Mira, no sé porque tienes Legados, pero es una cosa
asombrosa. Es bueno. Es el destino, tal vez. Puedes ayudarnos
a ganar esta guerra.
Daniela resopla por la nariz
—¿En serio? No estoy peleando en ninguna guerra, John
Smith de Marte. Estoy intentando sobrevivir aquí. Esto es
América. El ejército se encargara de estos débiles traseros
aliens. Consiguieron que cayéramos, eso es todo.
Sacudo mi cabeza en desacuerdo. Realmente no hay
tiempo de explicar a Daniela todo lo que necesita saber sobre
los Mogadorianos. Su tecnología superior, su infiltración en el
gobierno de la Tierra, la interminable cantidad de pálidos
guerreros y monstruos. Nunca tuve que explicar esas cosas a
los otros miembros de la Garde. Siempre supimos los riesgos,
fuimos criados para entender nuestra misión aquí en la
Tierra. Pero Daniela y los otros novatos Garde que tal vez
vaguen alrededor... ¿Qué si no están listos para pelear? ¿O no
quieren?
Una explosión sacude el piso bajo mis pies, emana de
unos bloques a la distancia, pero sigue siendo lo
suficientemente fuerte para encender las alarmas de los autos
y hacer vibrar mis dientes. Humo denso, más oscuro que el
cielo nocturno, flota a la vista desde el norte. Suena como si
un edificio hubiese colapsado.
—En serio —Sam dice—. Algo se dirige en nuestro
camino.
Otra explosión, más cerca, confirma la suposición de
Sam. Me volteo desesperado hacia Daniela.
—Podemos ayudarnos entre nosotros. Tenemos que, o
no sobreviviremos —le digo, pensando no solo en nosotros
tres, sino en humanos y Lorics.
—Estamos buscando a nuestro amigo. Una vez que lo
encontremos, saldremos de Manhattan. Hemos escuchado
que el gobierno ha establecido una zona segura alrededor del
puente de Brooklyn. Llegaremos ahí y…
Daniela manda a volar mi plan entero, parándose
enfrente de mí. Su voz se alza, y puedo sentir su telequinesis
golpeando mi pecho, como si presionara fuerte su dedo
índice.
Ahora solo queda esperar para las sorpresas del año que viene, y
los Archivos Perdidos que saldrán durante ese lapso.
-Samuel M. (Samuu.)
-Mahelet G. (Mahe)
La Venganza de Siete.
Libro Quinto de Los Legados de
Lorien:
http://ow.ly/Ohy8l