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La repetición como escenario

(ponencia para el IV Coloquio de AT)


Por: Antonio Gómez
Los sufrimientos de la neurosis y de la
psicosis son para nosotros la escuela de
las pasiones del alma.
- J. Lacan -

La intención de este trabajo es abordar el tema de la repetición, no únicamente desde un aspecto


teórico sino en otras direcciones, comenzando con las preguntas: ¿qué es lo que se repite? y ¿qué
repetimos? Ambas preguntas están abiertas en dos vectores, primeramente lo que está vinculado
directamente con la cuestión de la clínica y en segundo aquello que tiene que ver con nosotros
como clínicos (¿qué repetimos también nosotros?). Antes de comenzar, propongo pensar en que
la repetición se enmarca en un escenario, de ahí partiremos entonces a localizar algunos elemen-
tos que se ponen en juego durante el trabajo del acompañamiento terapéutico.

I. La repetición en la clínica
Es importante recordar y puntualizar que el acompañamiento terapéutico es una clínica que esta
entretejida con los contextos en que esta se desenvuelve, el contexto mexicano, el contexto brasi-
leño, el contexto costarricense, el contexto argentino son contextos que si bien van "paralelos" en
una lógica cronológica, tienen elementos completamente diferentes que nos permiten pensar
formas diferentes de hacer clínica. El contexto es una herramienta que nos permite situarnos en
dónde estamos, frente a qué y frente a quién. El acompañamiento terapéutico, como clínica de lo
social, no es sin su contexto: histórico, social, económico, político, anímico, etc.

En tanto contextos hay posibilidades diversas de trabajar en equipo. El año pasado en el marco
de este mismo coloquio, hubo un tema llamado Qué pasa cuando no hay analista en el acompa-
ñamiento terapéutico1 , esa, por ejemplo, es una forma de plasticidad de estos contextos, se traba-
ja con lo que hay y con lo que se tiene. Apostando justamente a trabajar en equipo, a trabajar
vinculado con otros; pero la realidad es que muchas veces en el trabajo del día a día, en el trabajo
de lo cotidiano no es siempre como lo dicen en los libros.

1El título correcto de la mesa del III Coloquio de Acompañamiento Terapéutico es: Del lugar y del hacer del AT
cuando no hay analista. Este coloquio tuvo lugar en Agosto del 2016.

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Por lo tanto es imprescindible tener en cuenta tanto la situaciones que rodean el trabajo del
acompañamiento terapéutico, así como las situaciones que configuran el contexto del sujeto con
el cual se trabaja. Recordemos que el acompañamiento terapéutico, como propuesta clínica,
apunta justamente a las formas en cómo el sujeto se relaciona, no solamente con su entorno sino
también con los otros, pues no se trata de adaptar al sujeto al entorno o el entorno al sujeto. Sino
tal vez de encontrar otro modo de estar en el mundo y otro modo de relación.

Con lo anterior, valdría la pena recordar qué se entiende por psicosis. Les propongo que prime-
ramente entendamos las psicosis como una estructura que tiene como característica el rompi-
miento con el otro. Pero este rompimiento no es algo sencillo de entender, hablamos de una ex-
pulsión del otro, lo que implica que no hay un reconocimiento, no hay una mirada. Entiéndase
pues que de lo que estamos hablando es del rompimiento del lazo social, es ahí donde reside su
dificultad. Los fenómenos como el delirio y la alucinación podrían ser considerados —en cierta
forma— como una defensa precaria ante un medio percibido como violento y hostil, en el cual se
encuentra sumergido el sujeto. Este medio no ha podido brindar los elementos y recursos necesa-
rios para la protección y cuidado primarios que todo sujeto requiere en su constitución subjetiva,
pues ¿si no es reconocido, como puede reconocer a un otro?

II. Dos exilios


Les propongo que entendamos el trabajo de la clínica de las psicosis en el marco de dos exilios:
el primer exilio como exilio de sí mismo —el exilio del sujeto; y el segundo exilio en el registro
de lo social, ahí donde el lazo está fracturado.

En el primer exilio, encontramos que al sujeto se le invita a ocupar un lugar muy particular y del
cual poco a poco se irá apropiando, digamos pues que no es del todo suyo ese lugar. Este es el
lugar del enfermo, del loco. Esto no es sin consecuencias evidentemente, pues se le pide que sea
el depositario de la locura familiar, él encarna la locura de lo familiar. No obstante, esta locura
encarnada en dicho sujeto surge también como un cuestionamiento de la realidad, que denuncia
que algo no esta bien, que algo no funciona. ¿Que podemos decir de esto?

Desde Freud, las condiciones de la vida amorosa determinan la construcción del lazo social, de
cómo se construyen nuestros objetos de amor, de cómo se construye la relación con el otro. La-
can nos dice que en el inconsciente hay algo que cojea, entre la causa y lo que ella afecta siempre

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esta lo que cojea (Lacan, 2009: 30). Como también sabemos, el sujeto está atravesado por el len-
guaje, el inconsciente esta estructurado como un lenguaje y que la relación que el sujeto mantie-
ne con sus semejantes es a partir de la regulación –a través de la ley– del goce propio; pero tam-
bién Lacan nos explica que en las psicosis hay un significante primordial que no opera, que esta
forcluido, este significante es el del Nombre del Padre, o en otras palabras, el significante de la
ley y de prohibición, aquel que permite y abre el paso al camino de la sociabilidad y de una for-
ma de estar en el mundo.

Para Lacan, hay una cuestión muy particular con el lenguaje, nos dice que en la psicosis hay una
fractura en la dialéctica que existe entre el sujeto y el otro (Lacan, 2009: 210). Esta fractura im-
plica que no hay un acuse de recibo, pues lo que se fractura también es el lenguaje. ¿Qué impli-
caciones pueden existir en que el sujeto tome, como último recurso, como vía el rompimiento
con el otro? Les propongo pensar entonces que la locura es un acto subversivo ante el orden fa-
miliar alienante, y como acto subversivo implica hacer una diferencia a toda costa, diferencia que
estuvo ausente en lo simbólico, pero que retorna en lo real.

Por lo tanto, el exilio de sí mismo puede ser entendido como un efecto radical que hace diferen-
cia en un universo donde no la hay. Donde el Otro, que se presenta como absoluto, goza del suje-
to y éste se ve forzado a ocupar un lugar donde se encarna la disfunción de la ley, la cual hubiese
permitido la entrada al campo de lo social. Esto quiere decir que este sujeto no ha podido ser un
sujeto deseante, pues ello implicaría que la castración opera y que el Otro no es absoluto.

Bajo este panorama es importante entonces preguntarnos, ¿qué se repite en cada caso en el que
estamos, en los momentos en que acompañamos y en el consultorio? Puede ser que aquello que
se repite tiene que ver con la vida del sujeto y relación con sus objetos de amor, como planteaba
Freud. Y que el acto de repetir, es también permitir elaborar. La diferencia que se hace cuando
hay un acompañante o se está en el consultorio es que esa repetición no pasa desapercibida. Tie-
ne un acuse de recibo, puede hacerse en diferencia y puede repetir de manera diferente.

Esto no implica pensar que la elaboración, y por consiguiente una vía la dirección de la cura, se
encuentre en el sentido de quitar o eliminar la locura del sujeto (quitarle lo loco como coloquial-
mente se dice). Por el contrario, se trata de proponer estar de otra forma en el mundo, de pasar a
otra cosa. Es ahí, me parece, donde se empieza a construir la dirección de la cura, y esta se for-

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mula con la ayuda y la participación de todo el equipo de trabajo: los acompañantes, los psicoa-
nalistas, el cuerpo médico, etc. Todos trabajando de una manera horizontal, sin que nadie esta
arriba que el otro, trabajamos juntos porque hay un deseo de estar y escuchar al otro.

A partir de esto, entonces la repetición puede tener lugar en un espacio exista alguien que escu-
cha. Desde Freud, en su texto de Repetir, recordar, reelaborar (1914), la cura empieza en la repe-
tición, pues ello implica evocar un fragmento de la vida real del sujeto, lo cual no es sin conse-
cuencias. Es ahí donde el estar del acompañante terapéutico puede vehiculizar otro estar en el
mundo, ante los embates de la vida cotidiana. Evidentemente esto no se puede pensarse sino a
través de la transferencia, pero no hay que confundir. Muchas veces se dice que la transferencia
es una forma de repetición, sin embargo la repetición no es una forma de transferencia. No se
repite lo mismo con un acompañante o un analista, ello dependerá del lazo transferencial que se
haya construido con uno o con otro. De igual modo, lo que se actúa en ese momento –pensando
la repetición como una forma de actuación– es algo que se trata de elaborar. El primer intento fue
a través del delirio o la alucinación, pero en este otro momento, en donde se incluye el trabajo
clínico, se trata de poner en palabras lo ahí se presenta. El acompañante lo se encargará de subra-
yar aquello que se ha puesto en palabras, es decir, generar un acuse de recibo donde al sujeto se
le reconoce y donde su palabra tiene lugar.

La transferencia, por lo tanto, funciona como un espacio, ahí se constituyen o se construyen los
objetos del sujeto que ha venido repitiendo. Por lo tanto, pensar la repetición, dentro del trabajo
clínico del acompañamiento terapéutico, nos permite proponer que ésta tiene lugar y que a través
de la transferencia permite abrir un espacio de actuación particular, en el sentido en que hay un
encuadre y una dirección de la cura. Es en estos escenarios donde se apunta a una posible elabo-
ración, es decir, donde el sujeto pueda hacer algo con su padecer.

El segundo exilio, que tiene que ver con lo social, se entreteje con la manera en cómo el sujeto es
visto. Es decir, ponemos atención en la forma en como se refiere el otro a ese sujeto. Las instan-
cias por las cuales ha cursado, las formas en como ha sido mirado. La implicación de la mirada
es relevante pues es una de las vías en como se reconoce al sujeto, así como el lugar en que es
colocado. Por ello, lo que hace ruido de la locura, como diferencia radical, es justamente su con-
traste con las formas “consensuales" de convivencia. Donde “curarse” significaría “entrar de
nuevo en las filas de los bien pensantes” (Mannoni, 1976: 19), o en otras palabras, que el orden

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social no sea perturbado por la presencia de lo diferente. Por ello es importante puntualizar que
cuando hablamos de cura no nos referimos a adaptar. Adaptar es una ilusión de autonomía reco-
nocida por una sociedad utilitaria, donde el sujeto esta sometido a los designios del Otro.

Si retomamos la idea que la experiencia psicótica es efecto de la renuncia a la dialéctica de la


palabra (Mazzuca, 2008: 120), entonces esta renuncia también es en dos vías. Las alternativas
para hacer frente a las diferentes formas de locura, tradicionalmente estaban dirigidas a diversas
configuraciones de exilio social, desde los internamientos hasta la exclusión de la propia comu-
nidad, reduciendo la posibilidad de entablar otro modo de relación entre el sujeto y su entorno.
En otras palabras, permitir otra forma de estar en el mundo y que ese universo social pueda dar
cabida a la diferencia.

Los discursos modernos, que no son más que expresiones diversas del discurso capitalista, pro-
puesto por Lacan, apuntan a borrar toda posibilidad de diferencia. Los encontramos desde los
más comunes y simples como aquellos expresados directamente en la forma de consumo, donde
los artilugios que se ofertan funcionan como elementos fantasmagóricos de los ideales de felici-
dad, belleza, sabiduría, etc.; hasta los más elaborados como los discursos políticos sobre la con-
dición de ciudadanía para los sujetos que conviven en un espacio político determinado: aquellos
que cumplan ciertas características raciales, dogmáticas, religiosas, sexuales, etc., serán recono-
cidos ante la ley: justamente por ser iguales.

Es decir, ubicamos entonces dos formas de exilio: de si mismo y de lo social, pero en ambos ca-
sos lo que se caracteriza es que no hay lugar para la diferencia.

Es por ello que el acompañamiento terapéutico surge y se inscribe como un espacio donde lo que
se sostiene es la diferencia a través de su trabajo en lo cotidiano. Mediante espacios que funcio-
nan como escenarios de actuación, donde lo que se reproduce, por parte del sujeto acompañado,
tendrá un acuse de recibo, es decir, donde no hay una renuncia a la dialéctica de la palabra sino
por el contrario un puente donde esta circula y tiene lugar. Proponiendo entonces no una cura de
la locura, sino formular una manera diferente de estar en el mundo. Una alternativa que en vez de
internar busca externar, para que con ello, y en medida de lo posible, evita otra forma de vinculo
entre el sujeto y el entorno en el cual esta inscrito.
Septiembre 2017


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Fuentes bibliográficas

Freud, Sigmund (1914). Trabajos sobre técnica psicoanalítica. En Obras completas Tomo XII.
Ed. Amorrourtu, Argentina.
— (1913). Sobre la iniciación del tratamiento (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanáli-
sis, I). En Obras completas Tomo XII. Ed. Amorrourtu, Argentina.
— (1914). Recordar, repetir, reelaborar (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, II).
En Obras completas Tomo XII. Ed. Amorrourtu, Argentina.
— (1915 [1914]). Puntualizaciones sobre el amor de transferencia (nuevos consejos sobre la
técnica del psicoanálisis, III). En Obras completas Tomo XII. Ed. Amorrourtu, Argentina.
Lacan, Jacques (2009). Intervención sobre la transferencia. En Escritos I. Ed. Siglo XXI, Méxi-
co.
— (2010). El seminario de Jacques Lacan: libro 11 (1964): los cuatro conceptos fundamentales
del psicoanálisis. Ed. Paidós, Buenos Aires, Argentina.
Mannoni, Maud (1976). El psiquiatra, su “loco” y el psicoanálisis. Ed. Siglo XXI, México.
Mazzuca, Roberto (2008). Las psicosis: fenómeno y estructura. Ed. Berggasse 19 ediciones,
Buenos Aires, Argentina.
Rapaille, Gilbert (1977). Laing y la antipsiquiatria. Ed. Solpin S.A., Argentina.
Soler, Colette (2012). Estudios sobre las psicosis. Ed. Manantial, Buenos Aires, Argentina.

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