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En el balcón, un instante
nos quedamos los dos solos.
Desde la dulce mañana
de aquel día, éramos novios.
El paisaje soñoliento
dormía sus vagos tonos,
bajo el cielo gris y rosa
del crepúsculo de otoño.
Le dije que iba a besarla;
bajó, serena, los ojos
y me ofreció sus mejillas,
como quien pierde un tesoro.
Caían las hojas muertas,
en el jardín silencioso,
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y en el aire erraba aún
un perfume de heliotropos.
No se atrevía a mirarme;
le dije que éramos novios,
…y las lágrimas rodaron
de sus ojos melancólicos.
Ese día
¡Ese día, ese día
en que yo mire el mar los dos
tranquilos,
confiado a él; toda mi alma
vaciada ya por mí en la Obra
plena
segura para siempre, como
un árbol grande,
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en la costa del mundo;
con la seguridad de copa y de
raíz
del gran trabajo hecho!
La muerte bella
¿Que me vas a doler, muerte?
¿Es que no duele la vida?
¿Porqué he de ser más osado
para el vivir esterior
que para el hondo morir?
Yo no soy yo
Yo no soy yo.
Soy este
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que va a mi lado sin yo verlo,
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calla, sereno, cuando
hablo,
el que perdona, dulce,
cuando odio,
el que pasea por donde no
estoy,
el que quedará en pie cuando
yo muera.