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EL TEMPLO AL DIOS DEL CAOS

Cuando no existía penumbra u oscuridad, de una primera explosión y final de


otra, nace el Caos.

Se creó a sí mismo y se dio forma, como universo y vacío, engendrando a todo


lo conocido, este fue el primer artista.

El Caos se representó en un cosmos omnipresente, en los átomos más


diminutos, las galaxias más incalculables y mentes más entrañables.

Este desorden colosal destella susurros como ideas, una fiera que ruge como
un latido infrasonoro universal, percibido por todos e interpretado por pocos.

Hizo de él a sus propios hijos; vástagos rebeldes que entienden su lenguaje


salvaje y lo toman como suyo, individuos que presentan al mundo la traducción
del mensaje y definen hitos históricos con ellos.

Volviéndose padre, hijo y amo de sí mismo, se distribuyó por toda la tierra,

en todos los lugares y en todos los tiempos.

Los artistas halagamos nuestro creador armándonos con sus explosiones


provenientes de los orígenes del universo, incluso cuando nos atribuimos la
gloria en combate en lugar del poder sobrenatural heredado, poseído y
dominado.

Pasados los siglos, ahora los hijos del Caos se forman en la vida y se moldean
a sí mismos en las academias y universidades.

Y como buenos guerrilleros irremediables, se atrincheran en su fortaleza, su


“Museión”, un bosque brumoso e impenetrable donde moran estas criaturas
que ingenian maravillas.

En este templo de adoración al Caos se transcriben sus mensajes, se dialoga


con el padre, se libran batallas con él y se goza del paraíso que ofrece el trance
de su acto mental, casi de posesión sobre nosotros.

Este lugar es una oda a la deidad que la mora, una ofrenda al que crea y
finiquita realidades con una expresión, un castillo digno del dios del Caos,

el artista.

Jentuam Rodriguez La Rosa-Sánchez

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