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COMENTARIO DE MAPA

Mapamundi de la expedición del conde de la Pérouse

Mª EUGENIA GARCÍA DEL RÍO


Centro Asociado de Talavera de la Reina
El mapa cuyo análisis nos ocupa muestra la ruta que llevó a cabo la expedición

francesa dirigida por el conde de La Pérouse en 1785.

Una de las características más destacadas del siglo XVIII es el nuevo impulso

que se da a las expediciones, ya que el siglo anterior había abandonado en

buena medida la política descubridora tras los siglos XV y XVI, marcados por

las grandes exploraciones portuguesas y españolas. Esto tiene mucho que ver

con la mentalidad que resultó de la Ilustración, con gran preocupación por la

curiosidad universal, lo que conlleva al interés por el conocimiento de la historia

natural, por la ampliación y fijación de los datos geográficos, por la observación

de los fenómenos astronómicos y por el estudio de las sociedades primitivas.

No debemos olvidar que todos estos conocimientos eran también una

herramienta de poder, ya que las expediciones tenían como objeto recabar

información para la mejor explotación de los territorios colonizados y extender

los territorios susceptibles de colonización. Así, podemos destacar cuatro

potencias cuyas expediciones destacan en esta época: España, Rusia, Gran

Bretaña y Francia.

Bajo la Monarquía Española hay que señalar las expediciones derivadas de la

necesidad de fijar las fronteras de los dominios españoles y portugueses: la

expedición al Orinoco de 1754 y la de Félix de Azara a la colonia de

Sacramento. Pero las más características fueron las botánicas: La Real

Expedición Botánica a los reinos de Perú y Chile de 1777, la real Expedición

Botánica del Nuevo Reino de Granada 1782 y finalmente la Real Expedición

Botánica a Nueva España en 1787. Por último, destacar el viaje de exploración

llevado a cabo en 1789 por el navegante italiano afincado en España Alejandro


Malaspina que, aunque contó con notables colaboradores, nunca llegó a

publicar sus resultados.

A su vez Rusia, como continuación de la expedición siberiana del siglo XVII, se

interesó por el Pacífico septentrional. Desde 1719 el Zar financió expediciones

destinadas a conocer las islas y costas de Alaska para extender sus dominios y

explotar las pieles de animales.

De la Corona Británica, son de destacar los tres viajes que comandó el capitán

James Cook acompañado de todo un equipo científico de astrónomos,

hidrógrafos, físicos y naturalistas, además de los instrumentos de precisión

más modernos. Estas expediciones suministraron una enorme cantidad de

materiales científicos.

Sobre las expediciones francesas, antes de la principal que vamos a analizar,

también se pueden señalar las originadas por el debate sobre la forma del

globo terrestre, es decir, las envidas a Laponia y a Perú que confirmaron que la

tierra era achatada por los polos.

Ahora sí, nos centraremos en la expedición que realizó Jean François de

Galaup, conde de La Pérouse.

La Pérouse fue un marino francés, nacido en las cercanías de Albi en 1741 que

se enroló en la marina en 1756 con tan solo 15 años. Participó en la Guerra de

los Siete Años contra Inglaterra, se le encargó la dirección de dos viajes a la

India y más tarde volvería a participar en la lucha contra los ingleses con

motivo de la independencia de las Trece Colonias. Con 39 años, y gracias a su

brillante trayectoria, fue nombrado capitán de navío.


Tras el Tratado de París, fue elegido por Luis XVI para dirigir una expedición

alrededor del mundo con el objetivo de explorar el Pacífico, siguiendo la ruta

anteriormente marcada por Cook y adentrándose en los parajes que Cook no

había investigado. Así, se subió a bordo de dos fragatas, “Astrolabe” y

“Boussole”, en castellano “Astrolabio” y “Brújula”, es decir, tomando el nombre

de dos de los instrumentos más importantes que habían revolucionado las

artes de la navegación y permitieron los grandes descubrimientos geográficos

de la era moderna, siendo ésta una de las marcas del espíritu ilustrado del que

hablábamos antes.

La propuesta de exploración incluía el Pacífico Norte y el Sur, las costas de

Extremo Oriente y Australia. La expedición zarpa de Brest en agosto de 1875 y

tras su paso por las Islas Canarias se dirigió al sur para bordear el Cabo de

Hornos dirigiéndose hacia Chile, donde realizó un informe sobre las colonias

españolas. Entonces tomó rumbo a la Isla de Pascua, luego zarpó hacía

Alaska, pasando previamente por las islas de Hawaii. Estuvo en Monterrey

donde visitó a las misiones católicas que allí se encontraban y elaboró un

trabajo etnográfico, con unas notas críticas relativas al trato que los

franciscanos proporcionaban a los nativos amerindios. Volvió a atravesar el

pacífico hacia Macao, ya en Asia, de ahí a Manila y la costa Noreste,

descubriendo las Islas Jeju-do. Visitó la península de Corea y la Isla de Sajalín

(Rusia). Para en Hokkaido (Japón) donde sus habitantes le enseñaron un mapa

que marcaba el paso al Atlántico, uno de sus principales objetivos, pero ante su

frustración por no encontrarlo volvió a la península de Kamchatka en Rusia,

recibiendo instrucciones para que realizara un informe sobre la colonización de

Australia, hacia donde se dirigió haciendo escala en Samoa, lo que le costó,


tras una reyerta, la vida de doce de sus hombres, entre los que se incluía al

comandante del navío Astrolable. Navegó a continuación hacia Sidney, donde

la colonia pertenecía ya a los británicos, que lo recibieron cortésmente, pero no

pudieron proporcionarle alimento porque no disponían de recursos. Entregó sus

diarios y sus cartas para que fueran enviadas a Europa, consiguió madera y

agua fresca y partió hacia Nueva Caledonia, momento a partir del cual nunca

más se le volvió a ver.

Se organizaron varias expediciones en su busca, la primera de ellas en 1791 y

comandada por Antoine de Bruni, caballero d’Entrecasteaux a bordo de dos

buques cuyos nombres traducidos al castellano serían “La Búsqueda” y “La

Esperanza”, nombres que sugieren un optimismo que quedó desbancado por el

total fracaso de la empresa. Bruni dejaría constancia de su tentativa en su

diario, que se publicaría tras su muerte, en 1808 bajo el título Voyage

d’Entrecasteaux à la recherche de la Pérouse.

Las siguientes expediciones serían en 1826 y 1828, y revelarían el trágico final

de la Pérouse en Vanikoro (hoy Vanuatu). Por un lado el capitán irlandés Dillon,

y por otro, el marino francés Dumont d’Urville a bordo del buque “Astrolabe”,

cuyo nombre se le puso en memoria del barco de La Pérouse. Fue este último

quién encontró los restos del naufragio. El relato de la fracasada expedición

sería finalmente publicado con el título Voyage autour du monde en 1797,

mientras el de la búsqueda correspondería al último de los navegantes citados,

bajo el nombre Voyage de découvertes autour du monde et à la recherche de

La Pérouse en 1832.

Finalmente, podemos analizar las representaciones figurativas que aparecen

en el borde inferior del mapa. Simbolizan la oposición entre dos mundos: lo


conocido frente a lo desconocido, lo exótico frente a lo corriente, la mente

salvaje frente a la mente ilustrada. Ambos mundos separados por la nave que

dirigía La Pérouse, “Boussole”, como símbolo de la unión a través del

conocimiento que pretendía la empresa del capitán. Bajo estas imágenes

aparece una banda con un pequeño resumen del proyecto. Traducido al

castellano nos dice: Jean François Galaup de La Pérouse, nacido en Albi en

1741, recibió el mando de dos fragatas, La Brújula y El Astrolabio. Encargado

por el rey Luis XVI, en 1785, de una exploración del Pacífico. Esta expedición

naufragó en 1788 en las rocas de Vanikoro.

Tras realizar los distintos comentarios que han ocupado este trabajo, la

conclusión que extraigo es, sobre todo, la constatación de que la Edad

Moderna tiene como signo de identidad la aparición de una auténtica Historia

Universal, ya que los distintos descubrimientos geográficos que tienen lugar

desde su comienzo ponen en contacto mundos que, hasta entonces, se

ignoraban entre sí. Estos descubrimientos proporcionan a la humanidad una

enorme cantidad de conocimiento en un espacio muy corto de tiempo, lo que

hace que el espíritu humano tienda a evolucionar anormalmente rápido si lo

comparamos con el estancamiento que había tenido lugar durante los diez

largos siglos de la Edad Media. Gracias a la necesidad de celeridad en la

adaptación a un nuevo mundo, encontramos enfrentadas las partes más

brillantes y las más oscuras de la Historia: avances hasta entonces


impensables en absolutamente todos los ámbitos, erigidos sobre la sangre y el

sufrimiento de los pueblos a los que hubo que someter para conseguirlos.

Creo que no se pueden negar los valiosísimos legados de aquella época

colonial, pero tampoco podemos dejar de reflexionar sobre cómo se

consiguieron.

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