1. La tipicidad como categoría objetiva y descriptiva.
No ay mayor discusión en reconocer a BERLING como creador o, en todo, caso descubridor de la teoría de la tipicidad. Este autor partió de la idea de que toda figura delictiva autónoma tiene elementos de carácter externo y de carácter interno, configurado el tipo de injusto y los segundos la culpabilidad. Siguiendo este orden de ideas, BELING concluyo que la tipicidad constituye un elemento fundamental del delito que se encarga que se encarga de escribir la parte del hecho delictivo. De esta manera, la tipicidad se erigió como una categoría del delito caracterizada por ser descriptiva (al no contener ninguna valoración legal a la que aluda a la antijuridicidad de la actuación típica concreta) y objetiva (al excluir todos los procesos subjetivos que deben verse en sede de culpabilidad. 2. Descubrimiento de los elementos subjetivos del injusto a la formación de un tipo subjetivo Frente la formulación de BELING de entender el “tipo de injusto” como una categoría objetiva, diversos penalistas alemanes como FISCHER, HEGLER, M.E. MAYER o MEZGER, pusieron de manifiesto que, en muchos casos, el injusto del hecho, y no la culpabilidad, dependía de la dirección de la voluntad del autor. Así, se resaltó la importancia de dicha tendencia subjetiva para poder describir adecuadamente delitos como la violación sexual (ánimo libidinoso) o el hurto (ánimo de apropiación). A partir de esta constatación, se elaboró la teoría de los elementos subjetivos del injusto, los cuales fueron considerados inicialmente como excepciones al carácter eminentemente objetivo de la tipicidad. El carácter objetivo de la tipicidad, tal cual formulada BELING en su día, fue finalmente abandonado cuando el finalismo traslado el dolo (natural) y la culpa de la culpabilidad a la tipicidad, lo que llevo a tener que aceptar, como regla general, una parte subjetiva del tipo. Era lógico, desde planteamientos finalistas, que si la tipicidad se encargaba de describir la acción constitutiva del delito, dicha descripción de la acción, configurada finalmente, debía contemplar la vertiente subjetiva de la acción. A pesar de que el concepto final de acción no termino por imponerse, hoy en día resulta absolutamente dominante el entendimiento de que la tipicidad es una categoría que contempla una parte objetiva y otra subjetiva de la conducta penalmente relevante. Puede decidirse sin ningún reparo de la configuración puramente objetiva de la tipicidad resulta una formulación prácticamente superada. 3. Descubrimiento de los elementos normativos del tipo a la normativización de la tipicidad. E M. E. MAYER a quien se le atribuye haber descubierto los llamados elementos normativos del tipo. Se trata de elementos típicos que tienen un carácter valorativo, pues no basta con una percepción sensorial para constatar su existencia, sino que resulta necesario un juicio de valor para determinarlos. Así, por ejemplo, la sola percepción sensorial de un bien no permite saber si es “ajeno”, tal como lo exige el delito de hurto. La ajenidad del bien mueble constituye, pues, un elemento del tipo que requiere de una valoración conforme a los criterios jurídicos establecidos en la legislación civil para determinar si un bien pertenece a alguien o no. El descubrimiento hecho por MAYER no le llevó, sin embargo, a cuestionar el carácter no valorativo de la tipicidad, sino que se mantuvo como regla general este entendimiento. Los elementos normativos del tipo se entendieron como elementos impropios del tipo de carácter excepcional, pues en realidad se trataban de elementos de la antijuridicidad que, por el tenor de la ley, pasaban al tipo penal y debían ser abarcados, por tanto, por el dolo. El tipo penal constituía únicamente una ratio cognocendi, pero no la ratio essendi del desvalor del hecho que propiamente se determinaba en el ámbito de la antijuridicidad. Para graficar su concepción, señalo que entre la tipicidad y la antijuridicidad había una relación similar a la que existe entre el humo y el fuego. En las últimas décadas se ha desarrollado con una fuerza inusitada la llamada teoría de la imputación objetiva, la cual ha terminado por normativizar completamente la parte objetiva de la tipicidad. Este proceso de normativización ha tenido lugar primeramente en la forma de regulación predominante de las conductas delictivas: los llamados delitos de resultado. Se dice que el juez penal no se limita a verificar la conducta causalmente vinculada a un resultado lesivo, sino que fundamentalmente determina, con base en criterios jurídico-penales, si la conducta del autor ha generado un riesgo penalmente prohibido y si ese riego es el que realizado en el resultado acaecido. Pero la lectura normativa del tipo objetivo no se ha quedado solamente en los delitos de resultado, sino que se ha extendido a todas las formas de tipificación de las conductas delictivas, por lo que con acierto JAKOBS sostiene que la teoría de la imputación objetiva se ocupa de determinar las propiedades objetivas y generales de un comportamiento imputable. Más recientemente el mismo proceso de normativización se ha presentado también en la faceta subjetiva del tipo, en tanto se está procediendo a reconfigurar normativamente el dolo que, a diferencia de la culpa, había sido entendido durante mucho tiempo con una lógica fundamentalmente psicológica. En efecto, el elemento cognitivo del dolo- para cada vez más autores, el único realmente decisivo- no se entiende ya como un dato psicológico que el juez comprueba indirectamente a partir de ciertas circunstancias externas que rodean el hecho, sino como una imputación a la subjetividad del autor que se hace en función de ciertas exigencias de conocimiento. Todo esto permite concluir que también el carácter descriptivo del tipo ha dejado de ser la percepción dominante de la tipicidad, asumiendo, más bien, la perspectiva normativa el papel decisivo en la configuración de esta categoría del delito. El carácter valorativo que en la actualidad, se le reconoce a la tipicidad produce un problema de limitación con la categoría de la antijuridicidad. Este problema no es nuevo, pues ya la formulación de la llamada teoría de los elementos negativos del tipo puso esta discusión sobre el tapete. La primera manifestación de esta teoría tuvo lugar en los trabajos de MERKEL, quien a propósito de los supuestos de error concibió las causas de justificación como elementos negativos del tipo. Aunque este planteamiento no se impuso finalmente en la doctrina penal, autores tan relevantes como, MEZGER, pese a distinguir analíticamente la tipicidad y la antijuridicidad, entendieron a la primera ya no como un ratio congnoscendi, sino como una ratio essendi de la antijuridicidad general del hecho. La tipicidad de la conducta fundamenta su antijuridicidad a reserva, siempre, de que no aparezca justificada en virtud de una causa especial de exclusión de injusto, por lo que si esto ocurre la conducta no será antijurídica a pesar de su tipicidad. Para mantener la diferencia analítica entre las categorías de la tipicidad y la antijuridicidad, se han alegado distintos argumentos. ROXIN, por ejemplo, entiende que entre tipicidad y antijuridicidad existen finalidades político- criminales distintas, pues mientras la tipicidad es rígida al estar sujeta al tenor literal de la ley, la antijuridicidad es principista, es decir, resuelve el conflicto presentado en el caso concreto (por ejemplo, legítima defensa) con base a principios jurídico- penales (principio de ponderación de bienes, de autoprotección) mientras que muchas causas de justificación se encuentran reguladas en el Codigo Penal (artículo 20), lo que implica también una cierta vinculación con el tenor de la ley. Por consiguiente, la dicotomía entre ley y principio no es determinante para diferenciar las categorías de la tipicidad y la antijuridicidad. Desde la perspectiva que seguimos, no existe una diferencia cualitativa entre tipicidad y antijuridicidad, siendo la única finalidad de esta diferenciación mostrar los diversos pasos lógicos del proceso de imputación penal y evidentemente las posibilidades de su negación. En consecuencia, la distinción entre ambas categoría deviene en una distinción fundamentalmente analítica, pero no funcional. La única particularidad de la tipicidad frente a la antijuridicidad está en que en la primera la atención se pone en la lesividad de la conducta del autor, mientras que en la segunda se determina si existe alguna situación especial de conflicto que pudiese dar lugar a un descargo de la imputación penal a quien ha provocado la lesión. 4. Las clases de tipos penales Como se ha indicado, la tipicidad establece los elementos que conforman la estructura de cada figura delictiva. Si bien la estructura de los tiempos penales tendría que seguir un mismo patrón, razones de política criminal o de técnica legislativa llevan a que se presenten ciertas diferencias entre las estructuras de los tipos penales. Precisamente estas diferencias marcan distintas formas de configuración típica de la conducta penalmente relevante, de las el intérprete debe ser consiente debe ser consciente de que al momento de afirmar la tipicidad de una conducta concreta. Con la finalidad de poner de relieve estas distintas formas de configuración de la tipicidad jurídico-penal, la doctrina ofrece diversos criterios de clasificación de los tipos penales al margen de los bienes jurídicos protegidos en cada caso. 4.1. Los tipos penales cerrados, abiertos y las leyes en blanco. En función del margen de interpretación que ofrece el tipo penal se diferencia entre dos tipos penales cerrados y tipos penales abiertos. Conforme a un planteamiento formulado por WELZEL, la regla general es que los tipos penales sean cerrados, lo que significa que deben contener todos los elementos fundamentales del injusto, de manera tal que la conducta que realiza el tipo penal será antijurídica mientras no se presente una causa de justificación. Por el contrario, en los tipos penales abiertos el juez tiene que completar previamente el tipo mediante un juicio judicial independiente con base en un criterio deducido de la ley. La realización del tipo no es un indicio de la antijuridicidad de la conducta, pues debe verificarse positivamente ciertos elementos especiales de la antijuridicidad. Por ejemplo, esta situación se presenta se presenta en los casos de los que el tipo penal exige una especial reprochabilidad (la gravedad y el valor del perjuicio en el delito contra la propiedad industrial del artículo 222 del CP) o una actuación contraria a deberes jurídicos que no se encuentran definidos en el tipo penal (la ilegalidad en el delito de omisión de deberes funcionariales del artículo 377 del CP. La doctrina penal se muestra crítica a admitir la figura de los tipos penales abiertos. ROXIN señala, por ejemplo, que “es tan imposible que existan tales tipos penales abiertos como que haya realizaciones socialmente adecuadas del tipo”. El tipo penal no puede, pues, ser neutral respecto del injusto. A este parecer cabe responder señalando que la existencia de tipos penales abiertos muestra con claridad la homogeneidad valorativa de las categorías de la tipicidad y la antijuridicidad, por lo que en casos como los indicados no es incluso posible hacer una separación clara de ambas categorías. Por otro lado, la formulación incompleta de los elementos típicos no representa nada singular, como lo indica JAKOBS, quien que ello tiene lugar en las posiciones de garantía, la omisión impropia, el riesgo permitido, entre otros supuestos, sin que el tipo penal se convierta en abierto en lo que respecta al injusto. En este sentido, cabe admitir la figura los tipos penales abiertos, pero entendidos como “abiertos a la concreción intensiva por medio de la interpretación”. Los tipos penales abiertos tienen lugar normalmente mediante una clausula general incorporada en el tipo penal, con el que se otorga al juez cierta discrecionalidad para decidir si el hecho es típico o no. Por ejemplo, una clausula general que convierte en abierto el tipo penal del delito de exhibicionismo previsto en el artículo 183 del CP es el elemento típico de “índole obscena”. En este caso el juez debe realizar una valoración que le permita concluir si la conducta concreta constituye, en función del contexto social de la acción, una conducta obscena. Por los general las clausulas generales constituyen elementos de valoración global del hecho, lo que significa adelantar el análisis de la antijuridicidad al ámbito de la tipicidad. Esta situación se presenta, por ejemplo, en el delito de secuestro en el artículo 152 del CP, en donde se indica que la conducta típica debe llevarse a cabo “sin derecho, motivo ni facultad justificada” o en el delito de denegación o retardo de apoyo policial del artículo 378 del CP que requiere que la conducta se haga “sin causa justificada”. En los tipos penales como los mencionados, el juez debe tener en consideración la antijuridicidad del hecho para decidir sobre la tipicidad de la conducta concreta. Como otra clase de tipos penales necesitados de complemento se menciona a las leyes penales de blanco. Sin embargo, tal como se ha visto en la lección 4, las leyes penales en blanco no son tipos penales que requieran de un complemento, sino que la especificación de los elementos típicos se hace con base a lo establecido en leyes extrapenales en este sentido, si bien algún elemento del tipo puede ten3er cierto grado de indeterminación, la interpretación judicial no es discrecional, sino que, por el contrario, debe ajustarse a parámetros establecidos legal o reglamentariamente. 4.2. Los delitos comunes, especiales y de propia mano El establecimiento de ciertas restricciones típicas respecto de los posibles autores del delito permite distinguir varias clases de tipos penales. Así, se diferencian primeramente los delitos comunes de los delitos especiales en función de la amplitud del círculo de autores del delito. En los delitos comunes, el tipo penal no exige una cualidad especial para ser autor del delito, de manera tal que cualquier persona que reúna las condiciones generales de imputabilidad podrá responder como autor. La situación cambia cuando se trata de delito especial, pues en estos casos exige que el autor del delito reúna determinada calidad especial. Esta exigencia puede ser expresa (por ejemplo, el de parricidio del artículo 107 del CP). A sus ves dentro de los delitos especiales se suelen diferenciar los primeros delitos especiales impropios. En los primeros la calidad especial exigida para ser autor es un elemento que fundamenta la pena (por ejemplo en el delito de prevaricato), mientras que en los segundos la calidad especial solamente agrava la penalidad (por ejemplo, la violación a la intimidad realizada por funcionario público). La restricción del círculo de posibles autores puede tener lugar también por la propia configuración de la conducta típica, como sucede en los casos de los delitos de la propia mano. En esto delitos el tipo penal exige del autor una realización personal y corporal de la conducta típica, de manera tal que no podrá responder como autor del delito quien no ha ejecutado dicha acción. Por su parte, el delito de infracción de un deber sustenta la imputación en la infracción de un deber positivo que una institución social específica impone el autor. Por lo general, la realización de un delito de infracción de un deber configura un tipo penal especial, en la medida que el tipo penal delimita el circulo de autores a los que tienen la calidad de obligados institucionales. Sin embargo, cabe preguntarse si la infracción de la institución general de la solidaridad permitiría la existencia de un delito de infracción de un deber común, como sería el caso del delito de omisión del deber de socorro del artículo 127 del CP. 4.3. Los delitos monosubjetivos y plurisubjetivos La exigencia de una pluralidad de intervinientes en el delito permite distinguir los delitos monosubjetivos de los delitos plurisubjetivos o, también llamados, de intervención necesaria. Los primeros caracterizan por una redacción típica en singular de la conducta punible, de manera tal que el delito podrá ser cometido por una sola o por diversas personas. Por ejemplo, la redacción del delito del delito de homicidio alude “al mata a otro”, por lo que este delito puede ser cometido tanto por un sujeto individual, como por varias personas. En los delitos plurisubjetivos o de intervención necesaria, el tipo penal requiere necesariamente la intervención de una pluralidad de personas, de manera que no resulta posible la realización del delito por un solo sujeto. Dentro de la intervención necesaria se distinguen los delitos de convergencia de los delitos de encuentro. Los primeros exigen que la conducta típica sea realizada por varios sujetos con actos similares y en la misma dirección para la afectación al bien jurídico, mientras que los segundos contemplan actos provenientes de distintas direcciones que se complementan entre ellos para la configuración del delito. Un ejemplo de delito de convergencia seria el delito de conspiración para una rebelión del artículo 449 del CP, y de encuentro seria la conclusión desleal del artículo 384 del CP. En la doctrina penal no se discute el castigo de los intervinientes en un delito de convergencia, pero respecto de los delitos de encuentro no ay acuerdo sobre la posibilidad de castigar al interviniente que se favorece con el hecho, como participe en el delito cometido por el autor. La jurisprudencia nacional se inclina por castigarlo como participe en el caso de los delitos contra la administración. 4.4. Los delitos de mera conducta y los delitos de resultado. La exigencia de un resultado separado de la conducta del autor es el criterio que permite distinguir los delitos de mera conducta de los delitos de resultado. En los primeros el delito se consuma con la realización de la acción (mera actividad, como el delito de omisión del artículo 159 del CP) sin que sea necesario constatar un resultado temporal y especialmente separado de la conducta. En los delitos de resultado temporal, por el contrario, se exige un resultado separado espacial y temporalmente de la acción del autor como es el caso del delito de homicidio o de estafa. La importancia de esta diferenciación de los tipos peales se encuentra fundamentalmente en el nivel de la imputación objetiva, pues en los delitos de resultado se exige la imputación objetiva del resultado para la consumación, mientras que en los delitos de mera conducta solamente bastara con la creación de un riesgo prohibido. Dentro de los delitos de resultado se suelen diferenciar los delitos de lesión de los delitos de peligro. Los primeros que requieren que el resultado diferenciado de la acción sea efectiva lesión de un objeto que corporaliza el bien jurídico protegido como es el caso del delito de daños del artículo 205 del CP. Los delitos de peligro suponen, por el contrario, una sola amenaza al objeto de delito. En cuanto a la configuración del peligro, se suelen diferenciar los delitos de peligro concreto de los delitos de abstracto. En los primeros el tipo penal exige que en caso concreto se hayan presentado todas las condiciones para la lesión del objeto sobre el que recae la acción, no produciéndose dicha lesión por razones fortuitas (por ejemplo, el delito de peligro común del artículo 273 del CP). Los delitos de peligro abstracto solamente requieren la peligrosidad general de la conducta sin que sea necesario que en el caso concreto se haya puesto en peligro el bien juridico protegido. Si se analiza determinadamente el delito de peligro abstracto, podrá concluirse que no se tratan, en sentido estricto, de delitos de resultado pues no requieren un peligro efectivo. Se tratara, cuando tanto, de delitos que configuran solamente con la realización de una conducta en general peligrosa. Una modalidad especial de los delitos de resultado son los llamados delitos cualificados por el resultado, en estos casos, el tipo penal contiene un tipo penal básico cuya penalidad se agrava por la producción de un segundo resultado que intensifica el desvalor de la conducta. Este resultado cualificante puede ser, a su vez, un peligro concreto o una lesión al objeto material del delito. 4.5. Los delitos instantáneos, permanentes y de estado. En función de la forma de afectación al objeto de protección se suelen distinguir entre delitos instantáneos y delitos permanentes. En los primeros, el delito se consuma con la realización de la conducta típica estos delitos pueden dividirse, a su vez, en delitos instantáneos de resultado permanente y delitos permanentes de estado. Son delitos de resultado permanente aquellos cuya afectación se mantiene a lo largo del tiempo sin una intervención del autor, pero que requieren de un acto correctivo para la cesación de la afectación. Los delitos instantáneos de estado producen un cambio de estado en el objeto de protección que no resulta reversible por la realización de un acto correctivo posterior. Los delitos permanentes se caracterizan por el hecho de que la consumación del delito no concluye con la realización del tipo, sino que se mantiene por la voluntad del autor a lo largo del tiempo. En estos casos, la conducta típica se mantiene a lo largo del tiempo, lo que influye evidentemente la posibilidad de una participación delictiva o de un concurso de delitos en la posibilidad de una participación delictiva o de un concurso de delitos en la etapa de consumación permanente, así como en e computo de los plazos de prescripción. 4.6. Tipos penales objetivados y con elementos subjetivos especiales Por la forma en la que se relacionan la parte objetiva y subjetiva del tipo, los tipos penales se diferencian entre tipos penales objetivos y tipos penales portadores de elementos subjetivos especiales. Los primeros son aquellos que exigen que la parte subjetiva común a todo delito se corresponda con la realización objetiva de la conducta típica. Por lo contrario, los tipos penales portadores de elementos subjetivos adicionales a los generales, los cuales pueda trascender la parte objetiva de la conducta típica o puede intensificar la parte subjetiva que se corresponde con la parte objetiva de la acción típica. Los tipos penales de tendencia interna pueden a su vez dividirse en dos grupos. Por un lado están los llamados delitos mutilados de dos actos, en los que el resultado ulterior va a apuntar con una acción posterior a la que apunta. 4.7. Delitos de un solo acto y delitos de varios actos. Lo usual es que el tipo penal establezca un solo comportamiento como conducta típica, esto es, como delito de un solo acto. Por ejemplo el delito de daños previsto en el artículo 205 del CP. Sin embargo, puede ser pues que el tipo penal complete barias conductas como comportamiento típico, dando lugar a los llamados delitos de bario actos, ahora bien, los delitos de varios actos son los tipos penales conjuntivos es decir, aquellos que exigen la realización conjunta de los actos previstos en el tipo penal. Por ejemplo, para el delito de violación sexual son necesario la coacción y el yacimiento. No obstante, la pluralidad de acciones previstas en la ley pueden presentarse también en una relación de alternatividad, dando lugar a los que se conocen como tipos mixtos alternativos, es decir, tipos penales que contemplan varias conductas, pero una sola vasta para configurar el delito. Ejemplo de esta clase de tipo penal es el delito de administración fraudulenta de persona jurídica del artículo 108 del CP. 4.8. Tipo penal básico, derivado y autónomo. La forma en la que se realizan sistemáticamente los tipos penales permite diferencias, los tipos penales derivados y los tipos penales autónomos. Por ejemplo, el delito de hurto simple del artículo 185 de CP, establece como elementos esenciales de esta figura delictiva del apoderamiento ilegitimo de un bien mueble toralmente o parcialmente ajeno, la sustracción del lugar en que se encuentran y la finalidad del provecho en relación con este tipo penal se pueden desarrollar tipos penales que, en atención a alguna particularidad, pueden agravar o atenuar la pena prevista en el tipo básico. E estos casos, el tipo penal derivado deben reunir necesariamente los elementos esenciales del elemento básico. Finalmente los tipos penales autónomos, también llamados, delictum sui generesis son aquellos que se derivan de otra figura delictiva porque adquieren autonomía en cuanto a la entidad de su injusto, desarrollando incluso sus propios tipos penales derivados. Por ejemplo, el delito de robo del artículo 189 del CP, en relación con el delito de hurto. 5. Los aspectos de la tipicidad: el tipo objetivo y el tipo subjetivo. Como lo hemos indicado anteriormente, la determinación de la tipicidad de una conducta constituye un proceso complejo, por lo que resulta posible distinguir que determinadas partes al anterior de esta categoría de delito. Así, se encuentra en su primer nivel a llamada tipicidad objetiva, la cual se encarga de determinar fundamentalmente la incidencia social de la conducta en términos de una infracción penal. Una vez determinada la parte objetiva, hay que pasar a la llamada tipicidad subjetiva, la cual está referida a las formas subjetivas de participación en el hecho: Dolo o culpa. El reconocimiento de una diferenciación entre tipicidad objetiva y la tipicidad subjetiva no debe llevar, sin embargo, a la conclusión de que se trata de niveles autónomos con criterios propios de determinación orientados únicamente a permitir imputar un hecho a una persona. La tipicidad objetiva y la subjetiva se encuentran mutuamente condicionadas, pues el tipo objetivo es el objeto del tipo subjetivo. Ambos tipos de imputación solo adquieren un sentido completo cuando son contemplados de manera conjunta. 6. El tipo Los conceptos de tipo y tipicidad se exigen mutuamente aunque son dos nociones diferentes. El tipo de instrumento legal para determinar y describir las acciones penalmente relevantes (al construir un delito o una falta), delimitándolas de aquellas que son acordes al ordenamiento penal. En este sentido, el tipo es un elemento externo al delito, una técnica legislativa del derecho penal. La tipicidad no es un instrumento legal, sino un elemento del delito, y por ello interno, perteneciente a la esencia del delito. En todo caso, los conceptos de tipo y tipicidad no existen uno sin el otro. El primero es un mecanismo legal para incriminar conductas: sin la descripción de una conducta como delito el tipo pierde su sentido, o sea, es equivalente a nada. Y a la vez la conducta necesita de un tipo penal para alcanzar categoría de acción incriminada legalmente como delito: sin esa precisa incriminación (tipificación) la conducta no podrá alcanzar nunca entidad de delito. El tipo es, pues el continente que se rellena de un contenido: la acción tipificada. Gráficamente podríamos decir que el tipo es como un guante: sin una mano que le cuerpo, el guante es un simple trapo sin forma ni sentido, únicamente cunado del guante se coloca sobre una mano, se puede observar la forma y el sentido de ese objeto. De lo dicho hasta ahora se desprenden dos consecuencias esenciales: de un lado, una acción solo puede ser delictiva si es típica, ha de cumplir exactamente con los elementos del tipo, ni más ni menos. A menudo se afirma de una determinada conducta es típica, por ejemplo respecto del vero matar. Pero esa opción no es correcta. O por lo menos no es lo siempre: será típica la acción cuando consista en matar u otro ser humano humano, pero no será si se mata, por ejemplo, a una mosca. El tipo presenta una doble vertiente descriptiva y valorativa: El tipo como mecanismo descriptivo: a) Selecciona las acciones típicas b) Reduce y delimita el ámbito de acciones eventualmente delictivas c) Describe acciones como el delito El tipo constituye, también, un instrumento valorativo pues valora o – por mejor decir: desvalora – acciones a las que describe como delictivas, asignándolas un indicio de antijuridicidad: las conductas adecuadas a un tipo penal no son necesariamente, pero si potencial o indiciariamente delictivas.