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La t Canals —muerto en 1419—, por naturaleza de los ángeles; y la Scala Dei y Tractat de contemplació,

ambos en un solo re mduada versa sobre los regímenes otorgados a los asuntos públicos, esto es, viene a ser algo
parecido a un tratado de teoría política.

Se trata de una

su parte, llevó a cabo la de De Providentia, y de un autor desconocido se conservan las Epístolas a


Lucilio, realizadas sobre el francés. A través del italiano se realiza la Historia d’Alexandre, traducción de la obra
de Quinto Curcio impresa en Barcelona en 1481. Y en cuanto a forma artística, quizá lo más logrado sea la
versión de las Antiquitats iudaycas concluida por Pere Llopis en 1482. También traducción libre es la de finales
del siglo XV del barcelonés Francesc Alegre de las Metamorfosis de Ovidio, traducida además por Francesc de
Pinós.

De los grandes escritores italianos Petrarca, Dante y Boccaccio, son especialmente los dos últimos los que
reciben una mayor atención en estos primeros años del naciente humanismo. Andreu Febrer, del séquito de
Alfonso V, fue el primer traductor catalán de la Divina Comedia de Dante, concluida en agosto de 1482, una de
las mejores que se consiguieron en las distintas lenguas romances. Boccaccio fue vertido casi en su totalidad: de
1429 es la traducción anónima del Decamerón; del Corbaccio se conserva un manuscrito en la Biblioteca
Nacional, traducción impresa en Barcelona en 1498; y de la Fiammetta se conservan tres manuscritos.

Aunque en la corte se recogen ejemplos de una oratoria eficiente y de carácter público, los más
representativos corresponden a la oratoria improvisada del predicador San Vicente Ferrer (1355-1419): nacido en
Valencia, perteneció a la orden de los dominicos y se dedicó de forma preferente a la predicación, llegando a
provocar conversiones masivas por lo inflamado de su oratoria, muy célebre en el momento por toda Europa.

Su estilo es sorprendentemente popular, y en sus discursos predominan los elementos propios de la expresión
vulgar: efectivamente, su prosa no es nunca literaria, sino que busca sólo la efectividad en la convicción; rechaza
los recursos estilísticos cultos para recurrir necesariamente a otros como la onomatopeya, las inflexiones de la
voz y el gesto, uniendo de e
s, pero más despreocupados o, al menos, no tan rigurosos, es su Libre de les dones (Libro de las mujeres),
sobre las buenas y las malas cualidades femeninas y los remedios pertinentes; popular y bienintencionado, su
moralismo logra aquí algunos de los mejores cuadros del costumbrismo medieval catalán gracias al recurso a
distintas fábulas y breves cuentos de los que extraer una moraleja ahora alejada de la cruda exposición doctrinal.

También es autor del Libre dels àngels, exposición de doctrinas teológicas y filosóficas sobre la obra
verdaderamente monumental, aunque realmente no pasa de resumen de la ilustración de la época con todos sus
aciertos y errores: si ofrecen interés a la producción de Eixeminis su orden de composición y, sobre todo, las
grandes dotes de observación personal que denotan la mayor parte de los pasajes de su libro, destaca la gran
facilidad narrativa: su prosa se presenta siempre suelta y fluida, de gran riqueza y vivacidad, aunque quizá
recargada por el excesivo lastre del moralismo al estilo claramente medieval que aún soporta en su concepción de
la finalidad de la literatura.

De tintes también moralista gran número de los escritores catalanes una deuda, si no excesiva sí
considerable.
En lo referente a traducciones de las obras latinas, hay que destacar la de las obras de Séneca: tres de sus
tragedias —Tiestes, Las troyanas y Medea— se vertieron al catalán de la mano del valenciano Antoni de Vilagarut
(1336-1400). Fra Antoni volumen que los conforma como especie de devocionario el primero y como manual de la
vida contemplativa el segundo.

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