Está en la página 1de 2

Después de la Guerra de los Treinta Años, Alemania había quedado fragmentada en unos

trescientos territorios independientes y una infinidad de regiones y ciudades semiautónomas; en


tales territorios escaseaban los recursos económicos, pues dado el exiguo número de súbditos —
oprimidos no sólo económicamente, sino también políticamente—, apenas podía mantenerse el
aparato burocrático. En estas condiciones, decae la rica y variada producción literaria
propiciada por las cortes, a la par que desaparecen los poetas cortesanos. Al igual que en otros
países europeos, la burguesía se hace inmediatamente con el control de la producción literaria: las
ciudades libres del Imperio, y más tarde otras zonas, donde se ha desarrollado una pujante
burguesía industrial y mercantil, se convierten de este modo en foco de producción y consumo
literarios; ciudades como Leipzig conocen la aparición de círculos culturales y la implantación
de una competitiva industria del libro; por su parte, los ayuntamientos —célula de vida pública
burguesa— se unen al esfuerzo de los particulares mediante la puesta en marcha de numerosos
teatros y óperas municipales.

Aunque en realidad sólo el uno por ciento de la población alemana podía considerarse
lectora de literatura «seria», este sector se convirtió en una verdadera fracción de clase
intelectual, formada e «ilustrada», que determinó el desarrollo de la literatura del momento y el
afán de cultura característico de la Alemania del siglo XVIII. En este «ilustracionismo»
(Aufklärung) desempeñaron un papel relevante los semanarios y diarios moralizantes, aunque no
alcanzaran la altura y la influencia de periódicos ingleses como The Spectator o The Tatler. La
revolución en el mundo del libro fue inmensa, hasta el punto de que en el siglo XVIII se encuentra
el origen de la actual pujanza del mercado editorial alemán; aunque desde el siglo XV habían
existido ferias del libro en Leipzig o Frankfurt, sólo el capitalismo alemán del XVIII lograría que
editores, distribuidores, libreros y escritores vieran en la literatura un efectivo modo de
producción; aunque no todos los autores llegaron a «literatos independientes», maestros como
Lessing, Klopstock o Goethe lograron vivir cómodamente con el solo ejercicio de la literatura.

La demanda de una renovada producción literaria —no cortesana— determinó la aparición de


un nuevo tipo de escritor, el poeta burgués, que, amparado en el desarrollo de un mercado
independiente del libro, se vio obligado a constituirse en «literato libre». Sin embargo, los
resultados de esta independencia literaria no se dejaron sentir hasta bien entrado el siglo XVIII: el
primer tercio del siglo encuentra en la literatura alemana más pervivencias barrocas de las que
serían de esperar en un país de clara tradición protestante; una vez superado el barroquismo
formal, las letras se debaten, hasta 1770 aproximadamente, entre la influencia francesa y la
inglesa (defendidas, respectivamente, por Gottsched y por los profesores suizos Bodmer y
Breitinger). Al mismo tiempo que triunfa una Ilustración nacional de la mano de Klopstock,
Lessing y Wieland, Alemania conoce su entrada en crisis con la irrupción del prerromántico
movimiento Sturm und Drang (literalmente, «Tempestad y empuje», 1767-1785); y, por fin, para
terminar de enturbiar el panorama, los dos grandes genios del prerromanticismo, Goethe y
Schiller, se desgajan de él para convertirse en los «clásicos» por antonomasia de las letras
alemanas, constituyendo de esta

También podría gustarte