La persona en acción desde el punto de vista de la conciencia,
Karol Wojtyla. Daniel Alejandro Galván Lara El personalismo ha surgido como una gran respuesta al pensamiento moderno y postmoderno, a esta respuesta grandes hombres se han sumado, a favor de la dignidad de la persona humana, algunos le han hecho aportes de gran valor filosófico, antropológico, ético y moral, como es el caso de Karol Wojtyla, más conocido por nosotros como San Juan Pablo II. Nuestro distinguido Wojtyla lanza este proyecto de Persona y acción con la intención de dar un fundamento, más que ético, antropológico al personalismo, a continuación, les presentare en síntesis una de las tantas reflexiones que podemos obtener del primer capítulo de esta valiosa obra. Para darnos una primera aproximación al contenido total de persona y acción, Wojtyla nos desglosa la palabra acto, para explicar un poco a lo que se refiere con «acción» en su título, y es que tradicionalmente «acto» es entendido desde la metafísica como aquella expresión que designa, acompañada del termino «potencia», la naturaleza dinámica del ser, aquí lo referimos al hombre, expresándolo como acto humano, y este actuar que es humano, lo es precisamente en cuanto entran en juego las dimensiones racional y volitiva del ser, precisamente del hombre, pues nuestro actuar siempre es consciente, sabemos lo que hacemos y lo que somos, y esto es un rasgo esencial en la persona, estar conscientes de que somos acto voluntario. En este actuar voluntario es donde encontramos un aspecto del hombre, muy propio de este, la conciencia. Karol habla de la conciencia como el conocer y comprender la acción que ejecuto y al ejecutor de dicha acción, mi persona en reflexión. Es como un reflejar la acción en mi interior, diseñarla. La conciencia es lo que ocurre en el hombre, lo que acompaña la acción y después de ella. Viéndolo de este modo damos por entendida la conciencia no como una realidad independiente de la persona, sino un aspecto en ella. El autoconocimiento de nuestra persona amplia nuestra conciencia, pues decimos que ésta es un reflejo de nuestras acciones, y en la medida en que las refleje tendremos mayor o menor conocimiento de nuestro yo, seremos más consientes o menos consientes. Damos paso a dos elementos constitutivos de la conciencia, el propio yo, el ego, y la potencia cognoscitiva del hombre. Gracias a nuestra conciencia es como nos es posible ahondar en nuestro interior, reflexionar nuestra vida, mejorarla, planificarla, es, sin duda, una función vital humana. Es así como no reducimos la función de la conciencia a un mero reflejo de nuestra acción, sino que también impregna e ilumina todo lo que refleja. Nos permite varias cosas, sentir nuestro ser yo, conocer nuestro propio ser y, además, experimentar nuestro propio yo que actúa. Todo esto nos abre las puertas, dentro de un ambiente creyente, a un manantial rico y abundante, que es la interioridad espiritual; en un ambiente moral, a reconocer el valor del bien y el mal en nuestras acciones; en un ambiente emotivo, a poder sentir en mí y manifestar hacia otros, sentimientos y emociones. De hecho, estas últimas logran ser tan fuertes que afectan en la conciencia humana, por eso se habla de una emocionalización de la conciencia, en la que debemos controlar estas emociones y sentimientos adecuadamente para no ver afectada esta gran parte de mi autoconciencia y autoconocimiento.