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Odiando a la moderación desde la sobriedad misma.

POR MANUEL DAVID


Sobriedad, realidad, ayuno, moderación y otros antónimos de exceso y rechazo al culto
Dionisiaco son palabras que merecen mi propio desprecio.
Ser moderado y no caer frente a los excesos es enfrentarse a la cruda realidad. Donde la
realidad es equivalente a la negación de las pasiones, además, de negar nuestra naturaleza
animal. Por otro lado, negar nuestras pasiones significa no beber ni el trago acido ni el trago
dulce que posee la vida. Es decir, solo logramos beber la amargura. Tal que, vivir
moderadamente implica viciar la propia existencia de amargura.
Por la anterior razón, hay justificación en odiar todo lo que sea mesura. Ya que, el vivir en
la amargura que se sigue de lo mesurado, se elimina toda la posibilidad de abrazar el
concepto de alegría. Por otro lado, el concepto de alegría se puede entender desde la
perspectiva personal que se tiene sobre el término.
Aún más, ¿qué significa el “no abrazar la alegría”? Significa someterse a la tranquilidad
con la cual se experimenta la vida diaria. De otra manera, es someterse al hecho de
convertir la vida en algo predecible.
Paralelamente, el convertir la vida en algo predecible por causa de la moderación, es una
razón suficiente para rechazar este término en sí mismo. Ya que, desde otra perspectiva, los
excesos nos llevan a contemplar la incertidumbre. Tal que la incertidumbre nos conduce a
experimentar las más grandes aspiraciones y miserias humanas.
Concluyendo, la moderación también se relaciona en igualdad frente a lo que llamamos
vida austera y sin sobresaltos. Pero desde mi perspectiva, no tolero este tipo de vida. Y por
ende, expreso mi último reclamo para afirmar que muestro aversión hacia una vida
abigarrada por el espíritu de la moderación.

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