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El Estructuralismo - Etienne Balibar PDF
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Étienne Balibar
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El movimiento estructuralista
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El estructuralismo: ¿una destitución del sujeto?
hacer surgir lo que Foucault llamara puntos de herejía; como si fuera necesario
desplazar los lugares comunes del estructuralismo y reemplazarlos por una
radical multiplicidad de interpretaciones; como si a fin de cuentas no fuera
posible enunciar las condiciones de una entrada en el campo de la discursivi-
dad estructural o estructuralista sin indagar a su vez las vías de la salida. Los
estructuralistas no pudieron, aparentemente, ponerse de acuerdo respecto de
la necesidad de estudiar las estructuras antes que las historias, las esencias,
las figuras de la conciencia o las experiencias, sobre la “preeminencia” de la
estructura respecto de la subjetividad, la vida o la historicidad, sin plantear
a su vez, colectivamente, la irreductibilidad de las estructuras a un modelo
epistemológico único, y sin emprender, bajo este nombre u otro, la tarea de
mostrar la insuficiencia de la referencia a la estructura y a las estructuras
(término que habían recibido y transformado) para expresar el proyecto cuya
necesidad había significado.
No obstante sostendré precisamente esta paradoja: el estructuralismo ha
representado un momento único e ineludible en el que, en una época y en
un contexto dado, todas las “escuelas” u “orientaciones” filosóficas se vie-
ron implicadas, precisamente porque no es una escuela sino un encuentro
divergente, porque reside tanto y más en la puesta a prueba de los límites
de la categoría que le da su nombre que en la construcción de su consisten-
cia. No solamente aquellas “escuelas” u “orientaciones” que contribuyeron
a afirmar y a configurar la problemática del estructuralismo, sino también
aquellas que lo rechazaron y que fueron obligadas a transformarse ellas
mismas bajo el efecto de dicho rechazo. Por esta razón podemos decir que,
incluso más que un movimiento y un encuentro, el estructuralismo fue una
aventura para la filosofía contemporánea: aventura gracias a la cual, como
sucede de vez en cuando (aunque de manera relativamente escasa), su dis-
curso ha pasado y hecho historia en el campo del pensamiento en general.
Los filósofos han “entrado” en el estructuralismo o en el debate estructura-
lista en tanto que neo-kantianos, fenomenólogos, hegelianos o marxistas,
nietzscheanos o bergsonianos, positivistas o lógicos, y salieron habiendo
subvertido todas esas referencias, o habiendo redistribuido sus incompati-
bilidades y sus compatibilidades recíprocas.
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4. Figura completa, pero sin la referencia a Brunschvicg, en: «Introducción» en Essai sur quelques
problèmes concernant le normal et le pathologique , 1943, p. 7.
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* Elijo, aunque osadamente, traducir el término «sujetion» por «sujeción» si bien la traducción
más ajustada sería «sumisión», por parecerme el primero más respetuoso de los juegos de
palabras estructuralistas que se presentan a lo largo del texto y no alterar con demasiada
violencia el sentido (si es posible). Reservo «esclavitud», para el término «assuje�issement»,
que a veces se traduce también por «sujeción», por ser su utilización más escasa dentro de los
juegos de palabras de este texto en particular. [N. de los T.]
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6. La «ecuación» del sujeto que enuncié no ha sido probablemente jamás inscripta como tal, o
más exactamente, es probable que la simplificación que conlleva (el borrado de los problemas
que recubren cada uno de estos términos), no sea otra cosa que el «malentendido» del
conflicto entre estructuralismo y filosofías «clásicas» de la subjetividad, en el cual cada uno se
reduce a la negación del otro. Todo lo que hay en el «clasicismo» que hace posible la apertura
estructuralista (se trate de la «performatividad» del Yo cartesiano, la sobredeterminación de las
«síntesis» kantianas o la diferencia ontológica), se encuentra ipso facto borroneado; lo mismo
ocurre con lo que en el «estructuralismo» renueva la discusión de los problemas clásicos, o
simplemente la lectura que hacemos de la historia de la filosofía.
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guir el cebo de una completitud jamás perdida8. Pero quisiera insistir sobre
otro aspecto que concierne más bien al desdoblamiento del sujeto entre la
instancia de lo simbólico y la de lo imaginario: hacer del sujeto, según la
célebre formula, “lo que un significante representa para otro significante”, y
así lo que transmite o transfiere indefinidamente la subjetividad de un porta-
dor a otro según la insistencia, o la incidencia, de una cadena absolutamente
impersonal (e incluso aleatoria); no se trata de privar al sujeto de existencia,
si no más bien convocarlo a reconocerse en un reflejo: el de las “identifica-
ciones” que se construye interpretando el deseo del Otro (que puede a su
vez ser una trágica ausencia de deseo), proyectado hacia atrás en la cadena
significante o imaginada como su origen, y haciéndose él mismo “objeto”
de ese deseo por trabajo del fantasma. La transposición del constituyente en
constituido es aquí aún más interesante en la medida en que la terminología
de Lacan, que superpone la dualidad específicamente francesa de los desig-
nios del sujeto yo en el Je y el Moi, a las instancias freudianas (Ich, Es), no sólo
remite a fuentes pascalianas y por lo tanto cartesianas, si no a una torsión
del paralogismo kantiano de la razón pura en la que el sujeto podría pro-
yectarse por sí mismo a todas las posiciones de “objeto” (o de fenómeno), en
cuanto parezcan investidas de representaciones de un deseo cualquiera.
Tercer ejemplo: Lévi-Strauss. No tomaremos la Introducción a la obra de
Mauss, ni las Estructuras elementales del parentesco, ni la Antropologia estruc-
tural, a pesar de que habría allí mucho que tomar para nuestro sujeto. En
esas obras el “sujeto” es definido esencialmente como lugar, por el lugar
que recibe de un sistema o, mejor, por la forma en que un cierto espacio
vacío, condición de toda combinatoria o de toda invariancia, puede ser so-
bredeterminado en un orden de lenguaje y al mismo tiempo en un orden
de intercambio o de reciprocidad entre “mitades” del todo social, cada uno
de éstos órdenes estando rigurosamente determinado, aunque su superpo-
sición aparezca como contingencia pura9. Tomaremos en cambio a un Lévi-
Strauss más tardío, y todavía ignorado por los filósofos, sobre el que Patrice
Maniglier acaba de hacer un comentario muy esclarecedor desde mi punto
de vista (“El humanismo interminable de Lévi-Strauss”10). Tomaremos
aquel Lévi-Strauss que escribió, por ejemplo, “El hombre desnudo” (Mito-
logías IV) cuya conclusión lleva a cabo la tarea anunciada en El pensamiento
8. Véase su libro, que hizo historia, publicado primero en lengua inglesa: V. Descombes, Lo
mismo y lo otro. Cuarenta y cinco años de filosofía francesa (1933-1978), trad. E. Benarroch, Madrid,
Cátedra, 1998.
9. Interpreto así la descripción que da Lévi-Strauss de la relación entre «denominaciones»
y «alianzas» en las estructuras de parentesco, inspiradas por la temática saussureana de la
arbitrariedad del signo, a mi entender mucho más interesante que la temática especulativa de
la «estructura de estructuras» (el triple cambio de mujeres, bienes y palabras).
10. P. Maniglier, «L’humanisme interminable de Claude Lévi-Strauss «en Le temps modernes, n°
609, Juin-Août 2000, pp. 216-241.
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salvaje: lo que, del sujeto, está aquí “constituido” (véase constituido en tanto
constituyente), es el “pensamiento” mismo “cuya experiencia constitutiva no
es aquella de una oposición entre el yo y el otro, sino la del otro aprehen-
dido como oposición. A falta de esta propiedad intrínseca –única en ser, en
verdad, absolutamente dada– ninguna toma de conciencia constitutiva del
yo sería posible. No siendo captable como relación, el ser equivaldría a la
nada. Las condiciones de aparición del mito son entonces las mismas que
las de todo pensamiento, ya que éste último no podría ser otra cosa que el
pensamiento de un objeto, y que un objeto no es tal (…) si no por el hecho
de constituir al sujeto como sujeto, y a la conciencia ella misma como con-
ciencia de una relación”, a partir de una “primera oposición” inyectada en
la percepción. Así la estructura no es más un todo, no es tampoco por cierto
una combinatoria (siendo las dos cosas, a decir verdad, indisociables), sino
un proceso de desplazamiento indefinidamente ensanchado y variado sobre
la superficie de la tierra de pares oposicionales que, insertos en relatos que
se responden unos a otros, hacen de la naturaleza el paradigma de la cultu-
ra (o de la alteridad concreta en la que los hombres proyectan sus propias
relaciones, y por lo tanto su singularidad).
Estos ejemplos, aunque sean muy rápidos, nos permiten extraer dos
lecciones. Primero que la estructura de la que hablan, aquella de la que se
sirven o que constituyen los discursos estructuralistas, no es nunca una es-
tructura de primer grado (o de “primera posición”, como decía Bachelard),
totalidad o sistema de partes sumisas a la ley de la discreción, de la dife-
rencia o de la variación y de la invariancia, si no siempre una estructura
“de segunda posición”, es decir una utilización de tales formas lógicas
y analógicas al segundo grado como modo de instalar una diferencia de
diferencias que podremos llamar “sujeto”, y que determinará un punto
de vista sobre el sistema. Profundo leibnizianismo, en ese sentido, de todo es-
tructuralismo. Segundo, que la operación primordial del estructuralismo
es siempre ya política, y políticamente subversiva. No es casualidad que
haya evocado más arriba, en términos casi hegelianos, pero que podrían
ser también rousseaunianos, kantianos o durkheimianos, la posibilidad
fundamentalmente inscrita en la función constituyente del sujeto clásico
de identificar el yo con el nosotros (la frase clave de Hegel en la Fenomeno-
logía del espíritu: Ich, das Wir, und Wir, das Ich ist), aunque más no fuera en
la forma teleológica de una presuposición trascendental y de un destino
práctico. Sin embargo, los estructuralistas con sus estructuras insertan
siempre un “hueso” entre sí mismo y nosotros, es decir entre “si mismo” y
“sí mismo”: el otro sujeto que lo constituye. Hacen así virtualmente de la
comunidad un problema indefinidamente abierto, o reabierto, y no un don
o una resolución.
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El estructuralismo es un post-estructuralismo
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12. Véase mi ensayo «Citoyen Sujet – Réponse à la question de J.-L. Nancy : Qui vient après le
sujet?», en Cahiers Confrontation, nro. 20, 1989, y también la segunda parte del artículo «Sujet»,
en Vocabulaire européen des philosophies, bajo la dirección de Barbara Cassin, 2004, que redacté
con Alain de Libéra.
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