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Adela Cortina El Quehacer Etico PDF
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ÍNDICE
Introducción: una guía para curiosos y necesitados.
PARTE I. ¿QUÉ ES LA ÉTICA?
I. MAPA FÍSICO DE LA ÉTICA
1. Tanteando el terreno
2. ¿Qué es eso de lo moral?
3. Moralita, no "moralina"
4. Orientarse en la vida
5. Diversas formas de saber moral
6. Los vecinos de la moral: derecho y religión.
INTRODUCCIÓN
UNA GUÍA PARA CURIOSOS Y NECESITADOS
por la necesidad, se lanzan a la librería más próxima, dispuestas a comprar una guía, un algo
con que poder orientarse en su destino, porque ¿cómo van a tener éxito en su tarea desde un
total desconocimiento del terreno, de las gentes y de la historia por la que han llegado a ser lo
que son?
Si no encuentran la guía anhelada en la librería cercana, la buscan en el aeropuerto y,
una vez en su poder, la hojean nerviosas en la sala de espera, se la estudian durante el vuelo,
deseando que sea eterno para tener tiempo de hacerse una mínima composición de lugar: al
menos el mapa, la situación geográfica del país desconocido, algunos rasgos de sus habitantes
y unas nociones de su historia.
La simple curiosidad -el simple deseo de saber- y la implacable necesidad parecen
ser, pues, dos buenos motivos para interesarse por la guía de un país extraño. Por la curiosidad
empezó -como es bien conocido- todo deseo de saber, y la necesidad -como no es menos
conocido- enseña más que la universidad.
No tiene, por tanto, nada de extraño que gentes, ajenas en principio al terreno de la
filosofía, se interesen por el país de la ética, bien porque les resulta simplemente atractivo, bien
porque oficialmente se ha decidido que los claustros deben acordar valores morales y
transmitirlos a través de la educación, y no saben muy bien a qué santo encomendarse. Libros
de ética y de educación moral hay, por supuesto, como de todo lo pensable en este mundo,
pero ¿por dónde empezar? ¿Dónde encontrar esa guía, que no pretende en modo alguno ser
exhaustiva, pero sí ofrecer la información suficiente como para que el recién llegado no se
pierda en el nuevo terreno y pueda además ir adquiriendo desde ella nuevos conocimientos?
Como es de esperar, ésa es la función que pretende cumplir esta pequeña guía: la de
servir de orientación a quienes, por virtud o por necesidad, se interesan por la ética en
general y por la educación moral en particular.
En lo tocante a la primera, quisiéramos dar noticia de su objeto, qué es la moral (es
decir, del mapa físico del terreno), de su situación geográfica en el mundo del saber (con
qué países límita, con cuáles se intersecta), de los rasgos de sus pobladores, los "éticos",
como también de las principales corrientes actuales y su significado (es decir, del mapa
político).
Y en lo que a la educación moral respecta, nos proponemos ofrecer un modelo
diseñado, no al azar, sino desde el hilo conductor de distintas propuestas éticas, hoy ya
irrenunciables. De cada una de ellas iremos extrayendo los valores y las actitudes concretas
que se siguen para ir conformando los rasgos, no de una persona ideal, sino sencillamente de
una persona moralmente bien educada a la altura de nuestro tiempo.
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Adela Cortina: El quehacer ético
términos propios del lenguaje moral, tales como "honradez", "justicia" o "lealtad".
Pero, en segundo lugar, la ética es especialmente accesible a cualquier persona porque
el lenguaje que emplea es el llamado "lenguaje ordinario", el que habla el ciudadano de a pie, y
no un lenguaje formalizado, como el de la lógica o las matemáticas.
Sólo que -y esto sí es verdad-, a fuerza de siglos de reflexión filosófica, algunos términos
de ese lenguaje cotidiano se han cargado ya de un significado que sólo suelen reconocer en
toda su profundidad los que se han dedicado a estudiarlo; y, por otra parte, los profesionales de
la ética, como ocurre constantemente en los distintos ámbitos de la vida social, emplean para
dialogar entre ellos expresiones que funcionan como claves; claves que, en este caso, no
precisan ser descifradas.
Supongamos que un ético dice: "me refiero a la idea de 'felicidad' en el sentido de
Aristóteles". Naturalmente, quien no sepa nada de la ética aristotélica tampoco entenderá en
qué sentido está empleando el término el hablante; pero, si se trata de gentes que conocen la
propuesta de Aristóteles, resultaría interminable explicitar en cada caso en qué sentido se está
utilizando el término "felicidad".
Cosa que ocurre, no sólo en los lenguajes técnicos, sino en el habla cotidiana, cuando
alguien dice de un amor que es "platónico" y no por eso aclara en qué consiste la doctrina de
Platón; o cuando ante una desgracia afirmamos compasivamente, por consolar, que "más se
perdió en Cuba" y no nos sentimos obligados a explicar a nuestro interlocutor qué fue
exactamente lo que se perdió en Cuba ni quién lo perdió, porque esperamos que haya un saber
común que nos permita utilizar estas claves.
Precisamente uno de los mayores problemas de la educación hoy y de la relación entre
las distintas generaciones es que se está perdiendo ese saber común de trasfondo que nos
permite entendernos sin necesidad de interminables explicaciones: el desconocimiento de las
raíces de la civilización occidental -es decir, de la cultura griega, del cristianismo, de los "siglos
de oro" de los distintos países- dificulta enormemente encontrar canales de comprensión mutua.
Recuperarlos y activarlos es hoy uno de los grandes retos éticos.
Por eso lo que intentaremos en este libro es ofrecer un modesto código para
interpretar algunos de los mensajes que parecen cifrados en el campo de la ética, sin dar
por supuesto ningún especial conocimiento en este ámbito. Se trata, pues, de una guía
introductoria, no de una "Guía para Perplejos", como la que nos legó Maimónides, sino de una
guía para interesados, por vocación, por necesidad, o por ambos a la vez, que suele ser lo más
corriente. De una "Guía", por tanto, "para Curiosos y Necesitados".
6
Adela Cortina: El quehacer ético
1
A. Cortina, Ética mínima, Tecnos, Madrid, 1986, parte 1; Ética sin moral, Tecnos, Madrid, 1990, cap. 1; Ética
aplicada y democracia radical, Tecnos, Madrid, 1993.
2
J.L.L. Aranguren, Ética, en Obras Completas, II, Trotta, Madrid, 1994.
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Estar en el quicio
Decía Ortega -y yo creo que llevaba razón- que para entender qué sea lo moral es mejor
no situarlo en el par "moral-inmoral", sino en la contraposición, más deportiva, "moral-
desmoralizado":
"Me irrita este vocablo, 'moral' -nos dice en "Por qué he escrito El hombre a la defensiva".
Me irrita porque en su uso y abuso tradicionales se entiende por moral no sé qué
añadido de ornamento puesto a la vida y ser de un hombre o de un pueblo. Por eso yo
prefiero que el lector lo entienda por lo que significa, no en la contraposición moral-
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inmoral, sino en el sentido que adquiere cuando de alguien se dice que está desmorali-
zado. Entonces se advierte que la moral no es una performance suplementaria y lujosa
que el hombre añade a su ser para obtener un premio, sino que es el ser mismo del
hombre cuando está en su propio quicio y vital eficacia. Un hombre desmoralizado es
simplemente un hombre que no está en posesión de sí mismo, que está fuera de su
radical autenticidad y por ello no vive su vida, y por ello no crea, ni fecunda, no hinche su
destino"3.
Decir de alguien que es inmoral es acusarle de no someterse a unas normas, de lo cual puede
incluso sentirse muy orgulloso si no las reconoce como suyas; pero a nadie le gusta estar
desmoralizado, porque entonces la vida parece una losa y cualquier tarea, una tortura.
Por eso, está alta de moral una persona o una sociedad -seguía diciendo con toda razón
Ortega- cuando "está en su quicio y en su plena eficacia vital", cuando le sobran agallas para
enfrentar la vida; está desmoralizado, por contra, el desquiciado, el que ha perdido la medida
humana.
Hoy la moral es un artículo de primera necesidad precisamente porque nuestras
"sociedades avanzadas", con todo su avance, están profundamente desmoralizadas: cualquier
reto nos desborda. No sabemos qué hacer con los inmigrantes, con los ancianos y los
discapacitados, la corrupción acaba pareciéndonos bien con tal de ser nosotros quienes la
practiquemos y, por supuesto, que no se nos descubra, no sabemos dónde situar a los
enfermos de sida ni cómo valorar la ingeniería genética. Y todo esto es síntoma de la falta de
vitaminas y de entrenamiento, propia de equipos que ya sólo saben jugar a la reacción, a la
defensiva, pero se sienten incapaces de atacar porque están bajos de forma, les falta una
buena dosis de "moral del Alcoyano"; del defensa del Alcoyano que, perdiendo por nueve a
cero, pidió prórroga para ver de empatar.
3. Moralita: no "moralina".
¿Y por qué no nos entrenamos? En definitiva, porque aunque la ética está de moda y
todo el mundo habla de ella, nadie acaba de creerse que es importante, incluso esencial, para
vivir. Sea por lo de la policía de la playa o por la moral del camello, en el fondo a la gente le
parece que eso de la moral es simple "moralina".
3
José Ortega y Gasset, "Por qué he escrito El hombre a la defensiva", Obras Completas, Madrid, Revista de
Occidente, IV, p. 72.
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Elogio de la moralita
La "moralita" -decía Ortega- es un explosivo espiritual, tan potente al menos como su
pariente, la dinamita. No se fabrica con pólvora, claro está, sino con la imagen de lo que es un
hombre -varón o mujer- en su pleno quicio y eficacia vital, con el bosquejo de lo que es un
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4. Orientarse en la vida
Un saber racional
Por ir precisando términos, diremos que la moral es un tipo de saber que pretende
orientar la acción humana en un sentido racional. Es decir, pretende ayudarnos a obrar
racionalmente, siempre que por "razón" entendamos esa capacidad de comprensión humana
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que arranca de una inteligencia, por más señas, sentiente. La razón es capaz de diseñar
esbozos, propuestas, que funcionan como brújulas para guiar nuestro hacer vital, pero hunde
sus raíces en ese humus fecundo de nuestra inteligencia sentiente, del que en último término se
nutre.
Por eso las tradiciones filosóficas empeñadas en abrir un abismo tajante entre
inteligencia, sentimientos y razón nos hacen un flaco servicio: la razón enraíza en la
inteligencia, que es ya sentiente4. La moral es, en este sentido, un tipo de saber racional.
1) Una primera entre los saberes teóricos, preocupados por averiguar ante todo qué son
las cosas, sin un interés explícito por la acción, y los saberes prácticos, a los que importa
discernir qué debemos hacer, cómo debemos orientar nuestra conducta.
2 Y una segunda distinción, dentro de los saberes prácticos, entre aquellos que dirigen la
acción para obtener un objeto o un producto concreto (como es el caso de la técnica o el arte) y
los que, siendo más ambiciosos, quieren enseñarnos a obrar bien, racionalmente, en el
conjunto de nuestra vida entera, como es el caso de la moral6.
4
Xavier Zubiri, Inteligencia sentiente, Madrid, Alianza, 1980. Por esta línea caminan también los trabajos de José
Antonio Marina, Teoría de la inteligencia creadora, Barcelona, Anagrama, 1993; Ética para náufragos, Barcelona,
Anagrama, 1995.
5
Adela Cortina (ed.), Diez palabras clave en ética, VD, Estella, 1994.
6
Aristóteles, Ética a Nicómaco, libro VI, caps. 2, 3 y 4.
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7
A. Cortina, Ética aplicada y democracia radical, Tecnos, Madrid, 1993, cap. 11.
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tienden al placer y que todos los seres humanos queremos ser felices. Pero precisamente los
fines que queremos por naturaleza no pueden ser morales, porque no podemos elegirlos. La
naturaleza es el reino de la necesidad, no el de la libertad, por mucho que podamos elegir entre
los medios. Por eso serán fines morales los que podemos proponermos libremente, y no
los que ya nos vienen impuestos por naturaleza. ¿Cuáles son esos fines?
Para responder a esta pregunta Kant cree tener una buena ayuda: las personas tenemos
conciencia de que hay determinados mandatos que debemos seguir, nos haga o no felices
obedecerlos. Cuando digo que "no se debe matar" o que "no hay que ser hipócrita", no estoy
pensando en si seguir esos mandatos hace feliz, sino en que es inhumano actuar de otro
modo. El asesino, el hipócrita no están actuando como auténticas personas. ¿De dónde surgen
estos mandatos, si no es de nuestro deseo de felicidad?
La respuesta que da Kant abre un nuevo mundo para la moralidad: esos mandatos
surgen de nuestra propia razón que nos da leyes para comportarnos como auténticas
personas. Y un ser capaz de darse leyes a sí mismo es, como su nombre indica, un ser
autónomo.
Por eso esas leyes mandan sin condiciones y no prometen la felicidad a cambio; sólo
prometen realizar la propia humanidad. De ahí que se expresen como mandatos (imperati-
vos) categóricos, incondicionados. Ser persona es por sí mismo valioso, y la meta de la
moral consiste en querer serlo por encima de cualquier otra meta: en querer tener la buena
voluntad de cumplir nuestras propias leyes.
La razón que da esas leyes morales no es la prudencial ni la calculadora, sino la razón
práctica, que orienta la acción de forma incondicionada.
Kant defendió esta posición por primera vez en su obra Fundamentación de la Metafísica
de las Costumbres y, aparte del gran número de kantianos que ha habido y sigue habiendo,
actualmente no existe ni una sola ética que se atreva a prescindir de la afirmación kantiana de
que las personas son absolutamente valiosas, fines en sí, dotadas de dignidad y no
intercambiables por un precio.
4) Saber dialogar en serio.
A partir de los años 70 Karl Otto Apel y Jürgen Habermas, profesores de la Universidad
de Frankfurt, proponen continuar la tradición de la ética kantiana, pero superando sus
insuficiencias. Los creadores de lo que se llama "ética del discurso" están de acuerdo con
Kant en que el mundo moral es el de la autonomía humana, es decir, el de aquellas leyes que
los hombres nos damos a nosotros mismos. Precisamente porque nos las damos, podemos
promulgarlas o rechazarlas, aceptarlas o abolirlas.
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Sin embargo, discrepan de Kant -entre otras cosas- a la hora de determinar qué significa
"nos damos nuestras propias leyes". Porque así como Kant entiende que cada uno de nosotros
ha de decidir qué leyes cree que son propias de las personas, consideran los autores que
comentamos que deben decidirlo los afectados por ellas, después de haber celebrado un
diálogo en condiciones de racionalidad.
La razón moral -concluyen- no es una razón práctica monológica, sino una razón
práctica dialógica: una racionalidad comunicativa. Las personas no debemos llegar a la
conclusión de que una norma es ley moral o es correcta individualmente, sino a través de un
diálogo. Pero no a través de cualquier diálogo, sino a través de un diálogo que se celebre entre
todos los afectados por las normas y que llegue a la convicción por parte de todos de que las
normas son correctas, porque satisfacen los intereses de todos.
Evidentemente, no es así como se decide normalmente si una norma es o no correcta,
pero así es como debería decidirse.
Saber comportarse moralmente significa, desde esta perspectiva, dialogar en serio a la
hora de decidir normas, teniendo en cuenta que cualquier afectado por ellas es un interlocutor
válido y como tal hay que tratarle.
Esta posición recibe indistintamente los nombres de "ética dialógica", "ética comunica-
tiva" o "ética discursiva", y tiene hoy en día seguidores en un buen número de países.
******************************
Éstos son, pues, cuatro modos de entender cómo comportarse en la vida de una forma
moral. Ciertamente, la historia de la ética nos ha pertrechado de otros modelos, pero como
estos cuatro constituyen la clave para comprender los restantes, vamos a tomarlos como
coordenadas en nuestro mapa físico de la ética -en lo moral- y a darnos por satisfechos con
ellos.
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TIPOS DE
RACIONALIDAD CARACTERISTICAS
1. Fin último natural y moral: felicidad (lo que conviene a una
PRUDENCIAL persona en el conjunto de su vida).
(tradición 2. Ámbito moral: el de la racionalidad que delibera sobre los
aristotélica) medios más adecuados para alcanzar un fin.
Moral y religión
En principio, si estar alto de moral es estar en el quicio humano, también las religiones
buscan llevar a las personas a su plenitud vital. Aunque de ellas se han dicho muchas
tonterías, nacieron para responder al afán de salvación que experimentamos; un afán de
salvación que, al menos en las tres religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo, Islam), se
refiere sobre todo al anhelo de librarse del mal voluntario (el pecado), de la muerte y de algo
casi peor que el pecado y la muerte: el sinsentido, la convicción de que el origen y la meta de
cada persona y de la humanidad en conjunto es o bien la pura casualidad o bien el absurdo8.
La religión -como decía Immanuel Kant- trata de responder a la pregunta "¿qué puedo
esperar?", más que a la pregunta "¿qué debo yo hacer?"9. Su lugar más propio en el conjunto
de saberes prácticos es, pues, el ámbito de la esperanza, no tanto el del deber10.
Por eso Ernst Bloch, uno de los filósofos que ha dedicado sus energías a investigar si es
posible para los seres humanos la esperanza en un mundo humanizado, dedicó a la religión un
buen espacio11. En algún momento de su trabajo pensaba Bloch que la finalidad de la religión -
salvar al hombre- es más fácil de alcanzar que la meta del socialismo, que consiste en
alimentarlo. Sin embargo, en sus últimos trabajos invierte los términos: es más fácil, siendo
difícil, lograr la justicia que la salvación.
"Un sabio antiguo decía -y se quejaba- que es más fácil redimir el hombre que
alimentarlo. El futuro socialismo, precisamente cuando todos los invitados se hallen
sentados a la mesa, cuando puedan sentarse, tendrá ante sí, como particularmente
difícil, la ususal inversión de esta paradoja: es más fácil alimentar al hombre que
redimirlo."12
Y es que las religiones nacen de la experiencia vivida por personas concretas y por pueblos
concretos de que Dios salva del pecado, de la muerte y del absurdo, lo cual tiene mucho
que ver -todo que ver- con alcanzar la felicidad13. Pero desgraciadamente en muchas
8
Hans Küng et alii, El cristianismo y las grandes religiones, Madrid, 1987.
9
Immanuel Kant, Crítica de la razón pura, A805 B 833.
10
Olegario González de Cardedal, Raíz de la esperanza, Sígueme, Salamanca, 1995.
11
Ernst Bloch, El principio esperanza, Aguilar, Madrid, 1977; Ateísmo en el cristianismo, Taurus, Madrid, 1983.
12
Ernst Bloch, Ateísmo en el cristianismo, p. 253.
13
Adela Cortina, Ética civil y religión, PPC, Madrid, 1995.
18
Adela Cortina: El quehacer ético
ocasiones se han olvidado de que Dios es "el que salva" y se han empeñado en que es "el que
manda", sobre todo, "el que prohíbe", con lo cual algunos de sus representantes han acabado
vigilando bañistas y cosas similares, igual que una moral mal entendida.
Como es natural, toda religión lleva aparejada una moral, unas orientaciones para la forja
del carácter y para adquirir hábitos humanos, y las actuales morales tienen todas en muy buena
medida orígenes religiosos. Pero en Occidente el proceso de modernización supuso el
retroceso de las imágenes religiosas del mundo y, en consecuencia, la moral fue
independizándose paulatinamente de la religión, y tratando de buscar un fundamento racional,
común a creyentes y no creyentes14. Lo cual -como dijimos- no significa que en ella no tenga
una parte fundamental el sentimiento, que por supuesto la tiene, sino que una moral racional ha
de ser aceptable por toda persona, sea creyente o no.
14
Adela Cortina, Ética mínima, sobre todo caps. 5, 6 y 7.
15
Adela Cortina, Ética de la sociedad civil, Anaya, Madrid, 1994, cap. 8: Ética civil y religión, cap. 3.
19
Adela Cortina: El quehacer ético
1) Las normas jurídicas son promulgadas por los órganos competentes del estado,
mientras que las morales proceden del propio sujeto autónomo.
2) Es el estado el que está legitimado para exigir que se cumplan las normas jurídicas
mediante coacción, mientras que en el caso de lo moral el sujeto se "autobliga".
3) Es también el estado quien tiene el poder de castigar a quien transgrede normas
legales. Y por eso, para no ser arbitrario tiene que tipificar los posibles delitos y fijar las
sanciones correspondientes. En el mundo moral, no hay más sanción que el remordimiento que
experimenta quien ha violado su propia ley.
Son estas tres razones, en principio, las que hacen del derecho un tipo de legislación
que la persona experimenta como "externa", como viniendo "desde fuera". Por eso puede
decirse que para obedecer normas jurídicas podemos tener razones estratégicas,
mientras que para obedecer normas morales no puede existir ninguna razón estratégica:
atenerse a los mandatos morales interesa por sí mismo o no interesa en absoluto. Alguien
puede considerar una ley jurídica inadecuada, pero cumplirla por estrategia, por miedo a la
sanción; mientras que para sentirse obligada moralmente una persona necesita estar
convencida de que la norma es correcta: nadie, salvo ella misma, le va a sancionar si no la
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Adela Cortina: El quehacer ético
cumple.
4) Esta situación explica algo que ocurre en el mundo jurídico y no en el moral. Desde el
punto de vista jurídico, el desconocimiento de una ley no exime de su cumplimiento; y, por lo
tanto, si alguien transgrede una ley por ignorancia, podrá considerarse tal ignorancia como una
circunstancia atenuante, pero no como eximente. Mientras que desde el punto de vista moral el
desconocimiento de una norma sí exime de su cumplimiento, porque aquí la intención de quien
obra es, no sólo importante, sino esencial.
Así ocurre que las personas podemos llegar a vivir el mundo jurídico como un mundo
extraño, incluso en los países democráticos en los que hemos elegido a nuestros presuntos
representantes. Porque cuando se produce un intenso proceso de juridificación, es decir,
cuando todos los ámbitos de la vida social se van regulando hasta el punto de que los
ciudadanos son humanamente incapaces de conocer la legislación en su totalidad, aumenta en
ellos la sensación de que ese inabarcable mundo no es cosa suya: de que en él son totalmente
heterónomos. Y eso, lógicamente, es perverso en una democracia, que se supone es el
"gobierno del pueblo".
Acercar la legislación al ciudadano en el doble sentido de que sea la que él podría
querer y de que la conozca, así como las razones por las que se promulga, es un deber
moral16. Porque ya que resulta imposible que en el mundo jurídico cada uno legisle, al menos
que los presuntos representantes formulen las leyes pensando en lo que cada ciudadano
podría querer, traten de darlas a conocer y expliquen las razones por las que las promulgan.
No bastan las normas jurídicas para que una sociedad sea justa
Para que una sociedad sea justa no bastan las leyes jurídicas, al menos por las
siguientes razones:
1) Las leyes jurídicas no siempre protegen suficientemente todos los derechos que son
reconocidos por una moral cívica.
2) A veces exigen comportamientos que no parecen justos a quienes se saben obligados
por ellas.
3) Las reformas legales son lentas y una sociedad no siempre puede esperar a que una
forma de actuación esté recogida en una ley para considerarla correcta. Por eso muchas veces
la ética se anticipa al derecho.
4) Por otra parte, este tipo de leyes no contempla ciertos casos particulares que, sin
16
José Mª Tomás y Tío, "Una aproximación cautelosa a la ética de los jueces", en prensa.
22
Adela Cortina: El quehacer ético
17
Giles Lipovetsky, El crepúsculo del deber, Madrid, Anagrama, 1992.
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Adela Cortina: El quehacer ético
ustedes pero, si quieren ganarse el sueldo, dígannos algo para la vida cotidiana, y algo que se
entienda".
El derecho a entender es un derecho humano que la filosofía ha despreciado demasiado
tiempo y por eso al gran público no suele interesarle. También la ética ha caído en ese defecto
y en el de hablar de cosas que no le importan prácticamente a nadie, tarea a la que se dedicó
hasta hace bien poco tiempo, en parte por deformación profesional, en parte por motivos serios.
2. Ética intrascendente
En efecto, desde hace algunas décadas empezó la ética a profesar una vocación de
intrascendencia verdaderamente llamativa. Dejó en segundo término aquellas cuestiones que
siempre le habían preocupado -¿en qué consiste el bien? ¿qué hacer para ser justos?- y se
devanaba el seso en asuntos que a nadie interesaban ("¿es posible deducir lo permitido de lo
obligado?" "Si digo a alguien 'usted debería jugar mejor al tenis', ¿qué estoy queriendo
decirle?"). ¿Por qué los éticos abandonaban el barco de las cuestiones importantes y se
arrojaban al mar de lo intrascendente? Tres razones, al menos, podríamos aducir para
explicar este desaguisado.
1) Aclarar el lenguaje
La primera de ellas consistió en percatarse de que la mayor parte de discusiones y
desacuerdos que se producen en la moral procede simplemente de falta de entendimiento en el
lenguaje.
Si yo digo que "esto es justo" y tengo por "justo" aquello que cada quien debe tener para
llevar adelante una vida digna, y, sin embargo, mi interlocutor tiene por "justo" lo que cada uno
se merece por el esfuerzo que ha puesto, no nos entenderemos y pasaremos discutiendo una
buena cantidad de tiempo, hasta que nos daremos cuenta de que, sencillamente, entendíamos
cosas distintas por la misma palabra.
O si digo "la eutanasia es inhumana", y para mi "eutanasia" significa eliminar a los recién
nacidos que tienen taras, y mi interlocutor entiende por "eutanasia" incluso rechazar el
encarnizamiento terapéutico, está claro que tardaremos en entendernos, por lo menos, tanto
tiempo como necesitemos para darnos cuenta de que lo que pasa es que hablamos de cosas
distintas.
Con los cual muchos éticos llegaron a la conclusión de que lo mejor era dedicarse a
analizar el lenguaje moral, para tratar de aclarar nuestros desacuerdos, y no empeñarse en
hacer "ética normativa", es decir, no empeñarse en dar normas. Ya a principios del siglo XX
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Adela Cortina: El quehacer ético
había nacido una corriente ética de análisis del lenguaje moral de la mano de E.G. Moore18, y
hace unas décadas se puso de moda, en parte, por este deseo de aclarar el lenguaje moral.
18
G.E. Moore, Principia Ethica, 1903 (hay trad. cast. en UNAM, México, 1983). Para la evolución de la filosofía
del análisis del lenguaje moral ver José Hierro, Problemas del análisis del lenguaje moral, Tecnos, Madrid, 1970;
W.H. Hudson, La filosofía contemporánea, Alianza, Madrid,
19
Hans Albert, Ética y metaética, Cuadernos Teorema, Valencia, 1978.
20
Max Weber, El político y el científico, Madrid, Alianza, 1980.
21
Karl-Otto Apel, La transformación de la filosofía, Taurus, Madrid, 1985, vol. II, pp. 344 ss.
25
Adela Cortina: El quehacer ético
De hecho, los moralistas de diversas religiones orientan a las demás personas, pero no
desde un saber que poseen por méritos propios, sino desde un saber que heredan de su iglesia
o grupo religioso. Sin embargo, los éticos reflexionan por cuenta propia y no merecen más
crédito que el que su misma reflexión pueda inspirar. ¿Quién les ha dado la credencial para
informarnos acerca de lo que debemos hacer para ser justos y felices?
El temor a prescribir -el temor a convertirse en "Pepito Grillo"- fue, pues, la tercera de las
razones que indujo a la ética desde hace algunas décadas a rechazar cualquier intento de ética
normativa y a dedicarse a un tipo de ética descriptiva: a describir qué es lo que hacemos
cuando usamos el lenguaje moral y qué significan los términos que lo componen, es decir, a
limitarse o hacer filosofía del análisis del lenguaje moral, también llamada "metaética"22.
Este tipo de ética continúa boyante en muchos lugares de nuestro planeta, sin embargo,
ha perdido la hegemonía de que gozó en tiempos.
Por una parte, porque los éticos empezaron a cansarse de no hacer otra cosa que hablar
de qué queremos decir cuando decimos "bueno" o "justo", y a pensar que esta aclaración de
términos muy bien podía ser una parte de la ética, pero no la única tarea23. Por otra parte,
porque descubrieron, como muchos otros científicos obsesionados por lograr saberes "puros",
que tal cosa no existe. No hay ningún saber humano en el que no introduzcamos
valoraciones. Incluso si hacemos algo tan modesto como aclarar el significado del término
"bueno", estamos introduciendo el modo de entenderlo y usarlo de la cultura en la que hemos
sido educados, y, por lo tanto, estamos prescribiendo a la gente qué tiene que entender por
"bueno"24.
Pero también sucedió, con todos estos dimes y diretes, que al público la ética dejó de
interesarle por completo. Los moralistas podían decir cosas discutibles, e incluso irritantes,
pero, por lo menos, decían algo que se podía discutir o podía irritar; mientras que los éticos se
enredaban en interminables análisis de términos, juicios y razonamientos, de los que un
ciudadano normal no sacaba más claridad, sino un solemne aburrimiento y, aunque resulte
curioso, todavía más confusión. Con lo cual la poca clientela que podía interesarse por estos
asuntos acabó dejando la tienda vacía.
Y la ética se refugió en las aulas y los anaqueles, donde el polvo del desinterés
22
Javier Muguerza, Presentación a Mary Warnock, Ética contemporánea, Labor, Barcelona, 1968, pp. 5-14.
23
Javier Muguerza, La razón sin esperanza, Taurus, Madrid, 1976.
24
Karl-Otto Apel, La transformación de la filosofía, II, pp. 363 ss.
26
Adela Cortina: El quehacer ético
25
Adela Cortina, Ética civil y religión, pp. 113 ss.
27
Adela Cortina: El quehacer ético
No hay porqué
Obviamente, las disputas entre los defensores de los distintos modelos de
fundamentación han sido y son múltiples y diversas, porque todos creen que el suyo es el único
convincente. Con lo cual los éticos se ven en una comprometida situación porque, por una
parte, se empeñan en que las fundamentaciones religiosas no pueden valer para todos, ya que
no todos son creyentes pero, por otra, se encuentran con que tampoco parece posible descubrir
una fundamentación racional que valga universalmente: existen distintas ofertas de
fundamentación ética que entran entre sí en competencia.
El asunto vino a complicarse todavía más cuando algunos autores empezaron a opinar
que la moral no puede fundamentarse de ninguna manera ya que, a fin de cuentas, cualquier
intento de fundamentación llega a un punto en el que quien está buscando razones inmuniza
alguna de ellas frente a cualquier crítica racional y pretende haber encontrado el fundamento.
Con lo cual, en realidad, todo el proceso fundamentador viene a descansar en un irracional
"porque sí".
Éste sería el caso, en nuestros días, del Racionalismo crítico, iniciado por Karl Popper
y continuado, entre otros, por Hans Albert.
26
He intentado ofrecer una panorámica de las distintas posiciones en torno a la fundamentación de la moral en:
Ética mínima, parte II; Ética sin moral, cap. 3; La moral del camaleón (Espasa-Calpe, Madrid, 1991), cap. 13, y en
Ética aplicada y democracia radical, parte I.
28
Adela Cortina: El quehacer ético
De la discordia a la concordia
En los últimos tiempos, pues, el problema del fundamento de lo moral ha servido de
discordia entre todos estos grupos que lo tienen por imposible o por innecesario, y los que
siguen defendiendo la existencia de un fundamento racional, como es el caso de los
utilitaristas, los zubirianos, los kantianos, la ética de los valores, o la ética del discurso.
Sin embargo, hoy en día el calor de las disputas en torno al fundamento ha remitido, en
27
Gianni Vattimo, El fin de la Modernidad, Barcelona, Gedisa, 1986; Jean François Lyotard, La condición
postmoderna, Madrid, Tecnos, 1984.
29
Adela Cortina: El quehacer ético
parte por el cansancio de los contendientes, ahítos de tanta discusión, en parte porque la vida
cotidiana está exigiendo insistentemente a la ética que le preste sus servicios en otras
dependencias.
En efecto, desde hace un par de décadas al menos, en Estados Unidos sobre todo, ha
empezado a pasar al primer plano el asunto de la aplicación a la vida cotidiana de aquellos
principios que pueden haberse descubierto a través de la reflexión ética. Y no porque los éticos
un buen día decidieran que merecía la pena dedicarse a ello, sino porque así lo pedían los
distintos ámbitos sociales, que necesitaban orientaciones para actuar y no podían recabarlas
sólo de las religiones en sociedades pluralistas.
La ética se vio obligada a lanzarse al ruedo y a ejercer otra de sus tareas tradicionales: la
de aplicar a la vida cotidiana los principios ganados en el proceso de fundamentación.
¿Significa esto que ya no importa en absoluto si lo moral puede fundamentarse o no, si
tenemos razones para ser morales, porque el pragmatismo de las decisiones concretas nos ha
ganado?
Ciertamente, así lo considera, entre otros, el liberalismo político del que hemos hablado.
Pero también apuntamos que esta corriente esconde al jugar cartas en la manga, porque da por
supuesto que habrá distintos fundamentos, defendidos por diversos grupos, y que algo bueno
tendrán cuando orientan la acción.
Yo, por mi parte, bien por tener poco de norteamericana, bien por no tener mucho de
pragmática, propongo algo mejor: reconocer que distintas tradiciones éticas han desvelado
distintos modos de fundamentar lo moral, porque cada una ha intentado dar razón sobre todo
de una de las perspectivas de lo moral, y que hoy en día a la hora de aplicar a los problemas
diarios lo ganado mediante la reflexión, es imposible prescindir de ninguna de ellas. Cada
tradición ética es imprescindible para resolver determinados tipos de problemas. Lo importante
es dilucidar para qué asuntos es insustituible cada tradición y desde dónde articularlas.
Éste es, a mi juicio, el tema ético de nuestro tiempo. Por eso en la segunda parte de este
libro, dedicada a la educación moral, tendremos en cuenta distintas tradiciones éticas, que
considero insoslayables para orientar la acción en sociedades como las nuestras, articulándolas
en último término desde la ética del discurso.
constituida. Quienes los realizaban no eran precisamente individuos incultos, resentidos con su
mala fortuna social y preparados para el sadismo en alguna escuela especializada, sino
profesionales de la medicina, con un buen prestigio académico y social. ¿Cómo fue posible que
llegaran a ese grado de inhumanidad?
Naturalmente, la desastrosa teoría de la diferencia entre las razas y de la supeioridad de
unas sobre otras estaba en el trasfondo de todo aquello, como también la convicción de que las
supuestamente inferiores no es que lo fueran, es que sus miembros ya no eran siquiera seres
humanos. Pero también, curiosamente, andaba en la trastienda de todo aquello la idea de que
es lícito experimentar con algunos seres humanos porque de aquí se pueden extraer beneficios
para un mayor número de gentes. Afirmación que es más peligrosa, si cabe, que las anteriores,
porque parece una justificación humanitaria.
Perdida en las nubes del análisis del lenguaje, de la fundamentación y de otros
problemas similares, ¿no tenía la ética nada que decir ante todo esto?
El caso Watergate
Por citar un ejemplo de otro ámbito, escándalos como el del caso Watergate en Estados
Unidos o como el que protagonizó aquella empresa alemana que vendió leche radioactivada en
el Tercer Mundo, sin importarle en absoluto el daño que con esto producía, produjeron una
conmoción entre la opinión pública.
Las gentes empezaron a preguntarse si las empresas están legitimadas para perseguir
su beneficio empleando para ello cualquier medio, o si, por el contrario, existen unos límites,
aunque en ocasiones no esté escrito cuáles son ni esté especificada una sanción por
traspasarlos. Y de esta pregunta surgía inevitablemente una nueva cuestión: ¿no tiene la ética
nada que decir?
Un largo etcétera
Y, por acabar de momento con este rosario de ejemplos, ¿no tiene nada que decir la
ética de la corrupción política, de la endogamia universitaria, de la destrucción del medio
ambiente, del negocio de la guerra, de los periódicos que hacen suya aquella consigna: "que
nunca la verdad te estropee un buen titular"?
Urgida por interpelaciones sin cuento la ética ha salido a la calle y se ha puesto a
trabajar codo a codo con médicos, economistas, políticos y periodistas. Lo que desean unos y
otros en este trabajo interdisciplinar es encontrar soluciones concretas a los problemas
concretos: dar a los principios abstractos de la ética carne de concreción. Y este aterrizaje en la
31
Adela Cortina: El quehacer ético
vida cotidiana, este lanzarse al ruedo, va cristalizando en ese conjunto de "éticas aplicadas" que
constituyen su parte más prometedora28: bioética29, ética de la información30, ética económica y
de la empresa o ética de los negocios31, ecoética32, ética de la ciencia y de la técnica,
GenÉtica33, ética de las profesiones34.
Se multiplican las publicaciones periódicas, las fundaciones, institutos, cátedras y
congresos dedicados exclusivamente a cada una de estas éticas, tanto en Estados Unidos
como en América Latina y Europa. Los bancos y las empresas exhiben sus códigos de ética,
redactan otros los periodistas, los científicos sellan compromisos éticos y los hospitales
cuentan, por ley, al menos con un Comité Ético de Investigación Clínica, si no con un comité
ético asesor. En los congresos e investigaciones científicas es obligado dedicar un capítulo a la
ética, hasta el punto de que en la Comunidad Europea no se subvencionan investigaciones que
no hayan sido aprobadas por un comité ético.
Lo cierto es que la ética ya no es una "ética de andar por el aula", sino "de andar por la
calle", con el compromiso de mojarse y el riesgo de equivocarse.
28
Para una aclaración de cuáles son los puntos nucleares de una ética aplicada y para un modelo de ética
aplicado a la bioética, la genÉtica, la educación y la empresa, ver Adela Cortina, Ética aplicada y democracia
radical, parte III.
29
Diego Gracia, Fundamentos de Bioética, Madrid, Eudema, 1988; Procedimientos de decisión en ética clínica,
Madrid, Eudema, Javier Gafo, Diez palabras clave en bioética, VD, Estella, 1993.
30
Enrique Bonete (ed.), Éticas de la información y deontologías del periodismo, Tecnos, Madrid, 1995.
31
Adela Cortina, Jesús Conill, Agustín Domingo, Domingo García Marzá, Ética de la empresa, Trotta, Madrid,
1994; José Luis Fernández, Ética para empresarios y directivos, ESIC, Madrid.
32
Nicolás Martín Sosa, Ética ecológica, Madrid, 1990.
33
José Sanmartín, Los nuevos redentores, Anthropos, Barcelona, 1987.
34
José Luis Fernández/ Augusto Hortal (eds.), Ética de las profesiones, Madrid, Universidad Comillas, 1995.
32
Adela Cortina: El quehacer ético
Pero además tampoco es ya apenas una ética individual, sino una ética social, incluso
sociable. ¿Qué significa esto de que no es una ética individual sino social?
35
Prólogo a Adela Cortina, Ética mínima, pp. 11-15.
33
Adela Cortina: El quehacer ético
2) Crece, por otra parte, la convicción de que no podemos ser libres y justos si no es a
través de nuestra relación con los demás. Imaginar la libertad y justicia personales como la de
Robinsón Crusoe antes de la llegada de Viernes es ridículo: nos vamos haciendo libres y justos
a través de nuestros proyectos comunes, de nuestros conflictos y nuestros diálogos: a través de
una historia compartida. Porque somos en historia y en diálogo.
Con todo y con ser esto cierto, pienso yo que subrayar la dimensión comunitaria no nos
puede llevar a olvidar la personal: complementar lo individual con lo comunitario es siempre
más verdadero que sustituirlo.
3) Por último, piensa un buen número de autores que la ética, como filosofía que es, ha
de ocuparse de la dimensión racional de los fenómenos, y la razón está ligada de forma
indisoluble a la intersubjetividad, no a la subjetividad de cada individuo.
Pongamos algún ejemplo: supongamos que estoy absolutamente convencida de haber
descubierto la causa de un suceso; sin embargo, no puedo constatarlo de ninguna manera. Es,
pues, una creencia que tengo, pero ¿cómo podré decir que es un saber racional? ¿Bastará mi
creencia subjetiva o tendré que confrontarla con otros y, sólo si coinciden conmigo, podré
tenerla por saber racional?
Supongamos que una norma me parece correcta. Sin embargo, entablo un diálogo sobre
ella con otras personas, y me doy cuenta de que carezco de argumentos, no sólo para
convencerles, sino también para confirmar yo misma mi convicción. ¿Tiene sentido que siga
manteniéndola como una exigencia fuerte, o más bien debería pertrecharme de razones que
34
Adela Cortina: El quehacer ético
de animadas discusiones, provocadas sobre todo por el libro de John Rawls, la Teoría de la
Justicia (1971)36. La Teoría de la Justicia inició una corriente de ética política, el liberalismo
político, a la que se han sumado autores de la talla de Charles Larmore37, Ronald Dworkin o
Richard Rorty38. En su segundo libro, Political Liberalism, perfila Rawls los rasgos de esta
propuesta y sus virtualidades para sociedades pluralistas con democracia liberal39. El
liberalismo político prolonga la tradición del "pragmatismo" americano de William James y Char-
les.S. Peirce, pero sobre todo la de John Dewey. Tradición que también inspira la célebre
propuesta de "Filosofía para niños" de Matthew Lipman, ampliamente difundida y aceptada
en España por profesores de enseñanza primaria y media, gracias a los bien empleados
esfuerzos de Félix García Moriyón40. Lipman entiende que los niños son perfectamente capaces
de comprender cuestiones filosóficas y de encontrar respuestas, siempre que se las planteen
en un grupo -la clase-, que funciona como "comunidad de investigación", dirigida por un adulto.
Para ayudarles en el proceso investigador ha escrito Lipmann un conjunto de novelas para
diferentes edades, en las que van planteándose las grandes cuestiones filosóficas, amén de un
"libro para el profesor" acompañando a cada una de ellas.
Y regresando al núcleo del que hemos partido, el liberalismo político de John Rawls,
trabajando con Rawls estrechamente construyó Lorenz Kohlberg una "psicología del
desarrollo moral", que es hoy punto obligado de referencia en el mundo educativo. Kohlberg
muestra cómo la formación de la conciencia moral es fruto de un desarrollo, que recorre en
todas las personas los mismos niveles (preconvencional, convencional y postconvencional),
divididos en seis estadios. Esto no significa que todos alcancen los últimos estadios, sino que
siguen el mismo recorrido, lleguen a donde lleguen. Con ello ofrece Kohlberg pautas para
36
John Rawls, Teoría de la Justicia, Madrid, F.C.E., 1978. Ver también John Rawls, Justicia como equidad
(edición a cargo de M.A. Rodilla), Madrid, Tecnos, 1986.
37
Ch. Larmore, "Political Liberalism", en Political Theory, vol. 18, nº 3 (1990), pp. 339-360.
38
Ronald Dworkin, "El liberalismo", en S. Hampshire (comp.), Moral pública y privada, México, F.C.E., 1983, pp.
133-167; Los derechos en serio, ; Richard Rorty, "Postmodernist bouergois Liberalism", en The Journal of
Philosophy (1983), pp. 583-589; Contingencia, ironía y solidaridad, Barcelona, Paidós, 1991.
39
John Rawls, Political Liberalism, Columbia University Press, 1993.
40
Aparte de otros trabajos, Félix García Moriyón ha publicado una excelente historia de la filosofía, junto con
Magdalena García e Ignacio Pedrero: Luces y sombras. El sueño de la razón en Occidente, la Torre, Madrid, 1994.
Es éste un trabajo óptimo para introducir la filosofía en enseñanza media, en los primeros cursos de facultad y para
cuantos quieran tener noticia de ella de forma amena, clara y completa.
36
Adela Cortina: El quehacer ético
"medir" la madurez moral de los niños, para ayudarles a ir creciendo moralmente, y también
para hacer de la escuela una "comunidad justa". Para ello emplea el método de los dilemas
morales, que resulta muy fecundo para el aula41.
Algunos discípulos de Kohlberg han criticado seriamente su propuesta, pero las críticas
más conocidas son las de su discípula Carol Gilligan, quien en su libro Con una voz diferente
(1982) ha querido mostrar cómo los grandes psicólogos (Freud, Piaget, Kohlberg) han
empleado preferentemente muestras masculinas y cómo a partir de ahí han entendido que la
"voz femenina" no es que es "diferente" de la masculina, sino "desviada"42. Por eso Gilligan
trata de reconstruir también las etapas del desarrollo moral de quienes hablan en esa voz
femenina y no masculina. Lo moral se expresa, por tanto, al menos en dos voces, cada una de
las cuales no se identifica necesariamente con la de los mujeres o los varones concretos.
Por otra parte, tomando como referentes los estadios del desarrollo moral en el niño que
Kohlberg propone, ha elaborado Jürgen Habermas una "teoría de la evolución social". Las
sociedades aprenden -afirma Habermas-, no sólo técnicamente, sino también moralmente, y la
lógica del desarrollo de Kohlberg nos permite reconstruir, no sólo el desarrollo moral del niño,
sino también el de las sociedades. En nuestro momento la conciencia moral de las sociedades
con democracia liberal se encuentra en el tercer nivel de Kohlberg (el postconvencional).
Sin salir de Norteamérica, frente al liberalismo político surgió de inmediato una polémica,
al menos desde tres instancias:
— El "anarcocapitalismo" y el liberalismo de Robert Nozick, que algunos autores
caracterizan como "liberalismo insolidario"43. En su libro Anarquía, Estado y Utopía ataca
Nozick a John Rawls y su teoría de la justicia, por entender que dicha teoría propugna un
intervencionismo "inmoral" del estado en la economía. Los derechos de propiedad -piensa
Nozick- son derechos naturales, y cualquier intervencionismo socialdemócrata, cualquier teoría
de justicia redistributiva, atenta contra ellos.
— El "socialismo liberal" de Michael Walzer, disconforme con una uniformización de la
41
Lorenz Kohlberg, Psicología del desarrollo moral, DDB, Bilbao, 1992. Sobre la propuesta de Kohlberg ver,
entre nosotros, José Rubio, "La psicología moral", en Victoria Camps, Historia de la ética, III, Barcelona, Crítica,
1989, pp. 481-532; Esteban Pérez-Delgado y R. García Ros, La psicología del desarrollo moral, Madrid, Siglo XXI,
1991; Esteban Pérez-Delgado y Mª Vicenta Mestre, El crecimiento moral, Universitat de València, 1995.
42
Carol Gilligan, La moral y la teoría. Psicología del desarrollo femenino, México, F.C.E., 1985.
43
Philippe Van Parijs, ¿Qué es una sociedad justa?, Barcelona, Barcelona, Ariel, 1994.
37
Adela Cortina: El quehacer ético
justicia distributiva, tal como Rawls la propone44. Walzer piensa -por el contrario- que en una
comunidad política existen distintas esferas, en cada una de las cuales se distribuye un bien
diferente. Hecho por el cual cada una de ellas debe venir regida por un diferente criterio de
justicia.
— La arrolladora corriente "comunitaria", compuesta por autores tan heterogéneos
como Alasdair MacIntyre, Charles Taylor, Michael Sandel o Benjamin Barber45, que
convienen en un punto: en acusar al liberalismo como causante de buena parte de los males
que nos aquejan por profesar un individualismo abstracto.
Los liberales -piensan los comunitarios- defienden que cualquier persona es sujeto de
derechos y deberes, pero parecen olvidar que esas personas nacen en una comunidad y en
ella aprenden a vivir moralmente; olvidan que son personas concretas, enraízadas en familias,
asociaciones y tradiciones concretas. Quien desee hacer ética -siguen pensando los
comunitarios- debe tener en cuenta este ser comunitario de las personas, como ya aconsejaron
Aristóteles o Hegel.
Conviene recordar, antes de pasar a otra corriente, que el comunitarismo
norteamericano no ha dejado de tener su eco en los nacionalismos europeos46.
Si, continuando nuestro recorrido por el mapa político de la ética, nos dirigimos
Alemania, la segunda patria de la filosofía -la primera fue indicutiblemente Grecia-, cuatro
rótulos, al menos, son ineludibles:
- La "Teoría Crítica" de la Escuela de Frankfurt, iniciada en el primer cuarto del siglo XX
por Max Horkheimer, Theodor W. Adorno y Herbert Marcuse47. La Teoría Crítica trataba de
proseguir la búsqueda marxiana de un criterio desde el que desenmascarar la ideologización de
las sociedades avanzadas, criterio que cada vez resultaba más difícil de encontrar porque era la
propia racionalidad moderna la que debía criticar a la racionalidad moderna.
44
Michael Walzer, Esferas de la justicia, México, F.C.E., 1993.
45
Alasdair MacIntyre, Tras la virtud, Barcelona, Crítica, 1987; Justicia y racionalidad, EIUNSA, Barcelona, 1994;
Tres versiones rivales en teoría moral, RIALP, Pamplona, 1993; Charles Taylor, Sources of the Self, Harvard
University Press, 1989; Michael Sandel, Liberalism and the Limits of Justice, Cambridge University Press, 1982;
Benjamin Barber, Strong Democracy, University of California Press, 1984. Ver A. Cortina, Ética sin moral, cap. 4; C.
Thiebaut, Los límites de la comunidad, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1992.
46
Para un análisis de los nacionalismos ver Nicolás Mª López Calera, Nacionalismo. ¿Inocente o culpable?,
Madrid, Tecnos, 1995.
47
Para una exposición clara y sucinta de los proyectos y realizaciones de los frankfurtianos, acompañada de una
bibliografía accesible, ver Adela Cortina, Crítica y Utopía: la Escuela de Frankfurt, Madrid, Cincel, 1985.
38
Adela Cortina: El quehacer ético
Es importante -piensa la ética del discurso- que las personas busquemos la felicidad. Es
importante que expresemos nuestros sentimientos. Pero es indispensable dar razones de
aquellos actos que afectan a los bienes básicos de los seres humanos. Por eso Apel y
Habermas se han esforzado por descubrir un fundamento para las normas morales, pero
también por aplicar este tipo de ética a diversos ámbitos de la vida social50, y por diseñar un
modelo de "política deliberativa", como "tercera vía" entre el liberalismo y el comunitaris-
mo51.
- El "Racionalismo Crítico", iniciado por Karl Popper con La sociedad abierta y sus
48
Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa, Madrid, Taurus, 2 vols.
49
Karl-Otto Apel, Transformación de la filosofía, II, pp. 395 ss.; Estudios éticos, Barcelona, Alfa; Teoría de la
verdad y ética de la responsabilidad, Barcelona, Paidós, 1991; Jürgen Habermas, Conciencia moral y acción
comunicativa, Barcelona, Península, 1985. Ver también Adela Cortina, Razón comunicativa y responsabilidad
solidaria, Salamanca, Sígueme, 1985; Ética aplicada y democracia radical; Javier Muguerza, Desde la perplejidad,
Madrid, F.C.E., 1991; Domingo García Marzá, Ética de la Justicia, Madrid, tecnos, 1992.
50
Karl-Otto Apel, Diskurs und Verantwortung, Suhrkamp, Frankfurt, 1988.
51
Jürgen Habermas, Faktizität und Geltung, Frankfurt, Suhrkamp, 1992.
39
Adela Cortina: El quehacer ético
enemigos y Miseria del historicismo, y proseguido por Hans Albert52, nace como una frontal
oposición a cualquier dogmatismo, en el más limpio sentido de la tradición ilustrada "atrévete a
servirte de tu propia razón". Los dogmas, las afirmaciones o mandatos que se resisten a dejarse
criticar por la razón, son la fuente del fanatismo y tienen nefastas consecuencias para las
personas. Claro ejemplo de ello es el dogmatismo practicado por las corrientes que se
empeñan en descubrir leyes de la historia, como ha sido el caso del materialismo histórico.
Frente a este futuro ya cerrado, es urgente potenciar "sociedades abiertas" según un modelo de
democracia liberal.
Por el mundo británico sigue campeando triunfante el "Utilitarismo", embarcado en la
tarea de conseguir "la mayor felicidad para el mayor número", de la mano de Smart, Lyons y un
largo etcétera; y también los marxistas de Oxford, que componen una bien curiosa tradición.
Mientras que los franceses, individualidades aparte, adscritas a la ética del discurso o al
liberalismo político, siguen apostando, después del estructuralismo, por la postmodernidad.
52
Karl Popper La sociedad abierta y sus enemigos, Barcelona, Paidós y Miseria del historicismo, Madrid, Alianza,
1973; Hans Albert, Tratado de la razón crítica, Buenos Aires, Sur, 1973.
53
Ver recientemente Julián Marías, Tratado de lo mejor, Madrid, Alianza, 1995.
54
De ella tratamos en la parte II de este libro cap. 5.
55
Karl-Otto Apel, Adela Cortina, Julio De Zan, Dorando Michelini, Ética comunicativa y democracia, Barcelona,
Crítica, 1992.
56
Adela Cortina, La moral del camaleón, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, cap. 13..
40
Adela Cortina: El quehacer ético
PARTE II
UN MODELO DE EDUCACIÓN MORAL
CAPÍTULO 1. ¿QUÉ ES LA EDUCACIÓN MORAL?
1. Indoctrinación y Educación
Al hablar de educación, y muy especialmente de educación moral, suele hacerse una
distinción imprescindible para entender qué queremos hacer al educar moralmente: la distinción
entre indoctrinar y educar. "No se debe indoctrinar -decimos- y, en cambio, es necesario
educar, tanto porque es un beneficio para los alumnos como porque la sociedad necesita
personas moralmente educadas"57. ¿Cuál es esa diferencia entre indoctrinación y educación,
que hace que la primera sea indeseable y la segunda, irrenunciable? ¿Reside en el método
que utilizamos (¿cómo enseñamos?) o en el contenido (¿qué enseñamos?).
57
Para el nuevo horizonte normativo de la educación moral en España ver Josep Mª Puig Rovira, La educación
moral en la enseñanza obligatoria, Horsori, Barcelona, 1995, pp. 15-32.
58
J. Wilson, "Education and Indoctrination", en T.C.B. Hollins (ed.), Aims in Education, Manchester, UP, 1964.
41
Adela Cortina: El quehacer ético
facultadas y cómo elegirlas. En el caso de Wilson, cómo elegir a esa persona "sana y sensata"
que debería actuar como juez respecto de qué contenidos son agradables y necesarios, porque
es fácil colegir que distintos grupos presentarían distintos candidatos al oficio de "juez moral", y
se negarían a tener por normativas las orientaciones de los candidatos presentados por los
restantes.
Como, por otra parte, no se trata aquí de atender a la opinión de la mayoría, porque la
regla de las mayorías es un mal menor en la vida política, y absolutamente inadmisible en la
vida moral59, cada grupo quedaría con su propio juez, que para él tiene autoridad moral, y
consideraría totalmente irrelevante lo que opinaran los "jueces" ajenos.
La meta de la educación
Por eso parece bastante más acertada la posición de Richard M. Hare, quien considera
que la diferencia entre la indoctrinación y la educación reside en la meta que persiguen el
"indoctrinador" y el "educador", respectivamente, meta que determinará el tipo de método y de
contenido60.
El indoctrinador pretende transmitir unos contenidos morales con el objetivo de que el
niño los incorpore y ya no desee estar abierto a otros contenidos posibles; pretende, en
definitiva, darle ya las respuestas y evitar que siga pensando: encerrarle en su propio universo
moral, para que no se abra a otros horizontes. Éste es el proceder propio de lo que se ha dado
en llamar una moral cerrada.
El educador, por el contrario, se propone como meta que el niño, piense moralmente
por sí mismo, cuando su desarrollo lo permita, que se abra a contenidos nuevos y decida
desde su autonomía qué quiere elegir. El educador pone así las bases de una moral abierta.
La diferencia entre indoctrinar y educar no es, por tanto, una diferencia de método sino
de meta.
59
Adela Cortina, Ética de la sociedad civil, pp. 72 ss.
60
Richard M. Hare, Essays on Religion and Education, Oxford Clarendon Press, 1992, cap. 7.
42
Adela Cortina: El quehacer ético
etapa en la que lo que más le va a convencer es percibir mi propia convicción a través del tono
de voz? Eso no significa que yo vaya a dejar de aducir argumentos, pero también tengo que
emplear los recursos con los que puedo llegar a él en esa edad, porque lo más importante es
mi disposición a ayudarle a pensar por sí mismo en cuanto sea posible.
Lo mismo ocurre con la obsesión de algunos padres o educadores por no influir en la
manera de pensar en sus hijos y en sus alumnos, creyendo que ésa es la manera de respetar
su autonomía. Si en realidad influir en ellos es inevitable, ¿no será lo mejor ver cómo y en qué
dirección lo hacemos, poniendo las cartas boca arriba tanto para ellos como para nosotros?
Porque, en definitiva, los que presumen de neutralidad, de no influir en los niños, lo están
haciendo, quieran o no, y además sin sacar a la luz en qué sentido lo hacen.
La indoctrinación empieza -concluye Hare- cuando queremos detener en los niños la
capacidad de pensar por sí mismos sobre cuestiones morales. Por el contrario, no les estamos
indoctrinado si, cuando estamos influyendo sobre ellos, pensamos: "tal vez cuando tenga
capacidad de pensar por sí mismo decida que el mejor modo de vida es totalmente distinto del
que le estoy enseñando, y tendrá perfecto derecho a decidirlo"61. Precisamente, que un
educador tenga esta actitud es una garantía de que no es un indoctrinador.
2. EDUCAR EN VALORES
El contenido de la autonomía
Sin embargo, y aceptando que la posición de Hare con respecto a la educación moral es
más adecuada que la de Wilson, hay en la afirmación que acabamos de hacer con él algo que
no nos deja muy satisfechos. De acuerdo en que es fundamental educar a los niños para la
autonomía, de modo que sean capaces de pensar, juzgar y decidir por sí mismos. En definitiva,
la convicción de que toda persona es un ser autónomo y que la educación se dirige a formar
personas autónomas es el mejor logro de la Modernidad. Sin embargo, cuando un padre o
un maestro están intentando transmitir unos valores morales porque -valga la redundancia- les
parecen valiosos, no les resulta tan atractiva la idea de que un buen día su hijo o alumno piense
algo totalmente distinto a lo que ellos piensan. Y no por eso se merecen -creo yo- que les
tachemos de indoctrinadores.
Supongamos que una persona, harta de ver cómo se humilla en su barrio a los
inmigrantes, intenta transmitir a sus hijos o alumnos la convicción de que todas las personas
son iguales en valor y, por lo tanto, que quien maltrata a otra por considerarla inferior se
61
Ibid., p. 117.
43
Adela Cortina: El quehacer ético
comporta como un animal, con el debido respeto a los animales. Si al cabo del tiempo los hijos
o alumnos andan por las calles martirizando inmigrantes porque así lo han decidido de modo
"autónomo", ¿va a sentirse por eso muy satisfecha, pensando que a fin de cuentas son ellos
quienes libremente lo han elegido, o más bien le entrará una enorme sensación de fracaso? Y
en el caso de que se sienta fracasada por el resultado obtenido, ¿diremos de ella que es un
indoctrinadora autoritaria e impresentable?
La verdad es que no. La verdad es que pensaremos que le sobran razones para sentirse
fracasada, porque ella quería educar seres autónomos, no encanallar. Y "autonomía", en el
sentido moderno del término, no significa "hacer lo que me venga en gana", sino optar por
aquellos valores que humanizan, que nos hacen personas, y no por otra cosa. Con lo cual el
educador no tiene más remedio que transmitir también a través de la educación aquellas cosas
que él considera humanizadoras. ¿Qué cosas son ésas? ¿Modelos de hombre? ¿Valores?
Modelos de hombre
El problema de los modelos de hombre es que la historia de la humanidad ha ofrecido y
ofrece múltiples y diversos. ¿Por cuál optar?
En principio, muchos de ellos entran en conflicto. Recurriendo a la historia de la
filosofía, podemos apreciar cómo el modelo aristotélico de vida plenamente humana poco tiene
que ver con el del proletario marxista empeñado en la revolución social o con el del anarquista
autogestionario. El ideal aristotélico de quien puede dedicar su vida al estudio y la investigación,
a la reflexión y el pensamiento -a la contemplación, en suma62- parecen reñidos con la vida
activa de quien piensa que "hasta ahora los filósofos se han dedicado a contemplar el mundo y
ya es hora de transformarlo"63.
Y lo mismo ocurriría si, adentrándonos en la vida cotidiana, rastreáramos qué ideales de
hombre las gentes han soñado y sueñan: el triunfador en los negocios, la política y la vida
social, el solidario hasta la entrega día a día de la propia vida, el científico tenaz y prestigioso, el
artista (cantante, torero) capaz de llenar locales, y así un largo etcétera. ¿No ocurre que
muchos de estos ideales entran entre sí en conflicto? ¿Y no sucede que cada uno de ellos es
deficitario, porque carece de los valores de los que otros gozan, o al menos los tiene en menor
grado?
62
Ética a Nicómaco, libro X.
63
Karl Marx, Tesis sobre Feuerbach, tesis 11.
44
Adela Cortina: El quehacer ético
3. NI COPIAS NI REPRODUCCIONES
Creadores morales
Ciertamente esos valores los descubren personas con capacidad creadora, que lanzan
la humanidad hacia delante. Son esas personas -como decía Henri Bergson- las que hacen
posibles las morales abiertas, buscadoras impenitentes de horizontes nuevos, porque lo
clausurado esclerotiza y, al cabo, mata la vida64.
Buda, Sócrates, Jesús de Nazareth han abierto caminos nuevos de humanización,
barruntados de algún modo en la experiencia colectiva, pero puestos a la luz del día con su vida
y su palabra. Sin ellos, el horizonte de la humanidad sería infinitamente más estrecho de lo que
64
Henri Bergson, Las dos fuentes de la moral y la religión,
45
Adela Cortina: El quehacer ético
es.
Sin embargo, y con ser esto cierto, el creador moral no es nunca un modelo a reproducir,
porque él es también hijo de su tiempo y lugar, tiene unas características personales que le
constituyen como persona única e irrepetible, ya que cada persona goza de unas
peculiaridades por las que es única e irrepetible.
Por eso no se trata en la educación moral de mostrar modelos para que se reproduzcan,
porque la reproducción, la copia y la fotocopia matan la vida. Lo que importa, a fin de cuentas,
es avistar valores y aprender a saborearlos, sabiendo que por atractivos que resulten unos
personajes u otros, yo voy a tener que crear el mío, el que nadie puede representar por mi; pero
que vale la pena hacerlo con valores que valgan. ¿Cuáles son esos valores? Y sobre todo,
¿qué criterio debemos emplear para espigarlos, si no queremos acabar tejiendo un "saco de
valores", una vez pasado de moda el de las virtudes?
65
En Ética aplicada y democracia radical intenté ya tener en cuenta distintas tradiciones morales para los
diversos sectores de la ética aplicada, aunque dentro del marco de una de ellas (de la ética del discurso). El cap. 13
del libro está dedicado a la educación moral.
46
Adela Cortina: El quehacer ético
- La capacidad de actuar por leyes que, como seres humanos, nos daríamos a
nosotros mismos, sea en la versión "monológica" (tradición kantiana), sea en la dialógica
(ética discursiva).
Como es fácilmente observable, la enumeración no es histórica sencillamente porque no
es una enumeración: intenta ser una exposición articulada que parte de la base
antropobiológica para llegar hasta las creaciones de la razón.
66
X. Zubiri, Sobre el hombre, Madrid, Alianza, 1986, sobre todo caps. I y VII.
67
J.L. L. Aranguren, Ética, parte 1ª cap. VII.
68
D. Gracia, Fundamentos de Bioética, Madrid, Eudema, 1988, pp. 366 ss.
69
A. Pintor-Ramos, Verdad y Sentido, Universidad Pontificia de Salamanca, 1993; J. Conill, "La ética de Zubiri",
El Ciervo, nº 507-509 (1993), pp. 10 y 11. Por mi parte, modestamente me he permitido ocuparme de esta ética en
Ética sin moral, Madrid, Tecnos, 1990, pp. 55 ss.
47
Adela Cortina: El quehacer ético
Gracia, de una "protomoral", que tiene que distinguirse de la "moral como contenido".
Precisamente porque todo ser humano posee esta estructura, podemos decir que somos
constitutivamente morales: podemos comportarnos de forma moralmente correcta en relación
con determinadas concepciones del bien moral, es decir, en relación con determinados conteni-
dos morales, o bien de forma inmoral con respecto a ellos, pero estructuralmente hablando, no
existe ninguna persona que se encuentre situada "más allá del bien y del mal". ¿En qué
consiste esa estructura moral?
bien tales posibilidades enraízan en la realidad, ellas mismas son irreales y es la persona quien
tiene que elegir cuál quiere realizar. De ahí que los representantes de la tradición que estamos
comentando convengan en afirmar que ya en ese nivel biológico básico se produce el primer
momento de libertad: no estamos determinados por el estímulo real, sino que nos vemos
forzados a elegir. No somos libres para dejar de ser libres.
3) Para elegir una posibilidad el ser humano ha de renunciar a las demás y por eso su
elección ha de ser justificada; es decir, ha de hacer su ajustamiento a la realidad, porque no
le viene dado naturalmente, justificándose. Lo que en el animal era justeza automática, en el
ser humano es justificación activa, y esta necesidad de justificarse le hace necesariamente
moral. Por eso la exigencia de apelar a un referente moral se encuentra inscrita en la estructura
básica del ser humano, de donde se sigue que es constitutivamente moral.
El contenido desde el cual una persona justificará sus elecciones no importa ahora,
porque sin duda variará, lo que importa es recordar que se siente afectada por la realidad y para
sobrevivir ha de responder a ella, eligiendo entre posibilidades y justificando su elección. ¿Qué
se sigue de todo ello para la educación moral?
Conocer la realidad
Si de la realidad tenemos que partir inevitablemente, parece aconsejable tratar de
conocerla lo mejor posible, porque otra cosa es, no sólo suicida, sino también "homicida".
Es suicida ya que quien construye castillos en el aire, desconociendo el terreno que
pisa, no tarda en caer en algún hoyo. La imaginación pueril -como es sabido- es la que se
pierde en ensoñaciones sin punto de apoyo en la realidad, y después sucede que el niño, a
fuerza de imaginar sin fundamento, se creyó Tarzán y se rompió el fémur pensando que saltaba
49
Adela Cortina: El quehacer ético
de liana en liana. La imaginación creadora, por contra, la imaginación adulta, es la que se nutre
de la realidad y trata de ampliarla proyectando desde ella.
Por otra parte, desconocer la realidad y construirse la vida de espaldas a ella es también
"homicida": el que vive siempre en las nubes, es un peligro privado y público, bien porque
propone proyectos ilusorios, que acaban en la frustración de quienes se alistaron confiados,
bien porque ignora si está causando daño o bien. Su ignorancia resulta en cualquier caso
peligrosa.
Por eso conviene informarse, recurrir a las aportaciones de distintos saberes, y echar
mano de la experiencia ajena a través de la literatura, el cine, las artes plásticas y unos medios
de comunicación "bien administrados". Una mente abierta a los problemas y a las propuestas
de solución ya existentes es esencial para una persona moralmente educada.
Tomarla en serio
Ahora bien, precisamente quien se afane por conocer la realidad al máximo caerá en la
cuenta de que con ella no se pueden hacer mangas y capirotes como a veces cree un "idealis-
mo" mal entendido. Y digo "un idealismo mal entendido" porque el término "idealismo" tiene
diversas acepciones, algunas de las cuales son imprescindibles para culminar con éxito el
proceso de humanización de la humanidad, mientras que otras resultan totalmente contra-
indicadas para llevar a cabo ese proceso.
Sería idealismo positivo considerar que la historia humana se construye también con
ideas e ideales, y que es puro conformismo, dejación de humanidad, resignarse a pensar que
no hay más cera que la que arde, aferrarse con uñas y dientes a la vulgaridad y la ramplonería,
tachando de ilusos a cuantos intentan abrir nuevos horizontes.
Es también positivo el idealismo filosófico de corte kantiano, según el cual cuando
hacemos ciencia somos nosotros los que construimos modelos y planteamos preguntas que
después formulamos a la experiencia. Una teoría científica no es nunca un simple reflejo de la
realidad, sino que cuenta, como ingrediente, con una buena dosis de imaginación y razón
creadoras.
Sin embargo, cuando extremamos estas posiciones y llegamos a afirmar que somos
nosotros quienes construimos el mundo a nuestro sabor, desde nuestras ideas, sin necesidad
siquiera de hacer pie en la realidad, hemos convertido el idealismo sano en un idealismo
patológico. Y como sucede que todo conocimiento viene movido por un interés, como ya
50
Adela Cortina: El quehacer ético
recordaron Scheler, Apel o Habermas70, las más de las veces este idealismo enfermo está
manipulado desde intereses individuales o grupales: interesa creer que somos nosotros
quienes construimos la realidad porque así podemos manipularla a nuestro gusto.
Éste es el caso ejemplar de la célebre "razón instrumental" moderna, que se viene
empeñando desde hace siglos en tratar como objetos de usar y tirar a la naturaleza y a cada
uno de los seres humanos71. Así hemos llegado en nuestro momento, sin ir más lejos, a una
manipulación total del medio ambiente, gracias a la cual puede hablarse sin temor a errar de
desastre ecológico.
La desertización del planeta tierra es ya un hecho, y al menos cincuenta millones de
"ecorrefugiados" están abandonando sus países de origen, totalmente expoliados por intereses
económicos, y buscan donde vivir. Es difícil calcular el número de muertes que se producen por
el camino. Es difícil prever qué ocurrirá cuando lleguen a las puertas de los "países ricos". Y no
es mucho más sencillo predecir qué sucederá con los que logren entrar en ellos: marginación,
busca de permiso de trabajo, desconfianza y recelos por parte de los ciudadanos de toda la
vida.
Por contra, lo que sí es evidente es que la realidad empieza a "vengarse" con el
agotamiento de las materias primas, la desertización y la progresiva destrucción de la ecosfera,
porque la realidad, al cabo, termina "vengándose" de alguna manera. Termina presentando
repleto su libro de reclamaciones a una humanidad que ha perdido el norte.
Frente a esta idea errada de que podemos tomar la realidad a beneficio de inventario,
podemos extraer una segunda consecuencia del "reismo" zubiriano: no podemos organizar
nuestra vida de espaldas a la realidad, sino que hemos de tomarla en serio.
La imaginación al poder
Pero tomarla en serio significa, entre otras cosas, saber que puede ser ampliada de una
forma prodigiosa, siempre que no dejemos de hacer pie en ella y mientras agudicemos al
70
Max Scheler, Sociología del saber, Buenos Aires, Siglo XX, 1973, pp. 76-81; Karl-Otto Apel, La transformación
de la filosofía, I, p. 31; Jürgen Habermas, Ciencia y técnica como ideología, Madrid, Tecnos, 1984; Conocimiento e
interés, Madrid, Taurus, 1982; Adela Cortina, Ética y Utopía: la Escuela de Frankfurt, pp. 115-119.
71
Como decía Max Horkheimer, criticando el hecho de que la razón instrumental se haya convertido para
Occidente en "la" razón: "Hoy se considera que la tarea, e incluso la verdadera esencia de la razón, consiste en
hallar medios para lograr los objetivos propuestos en cada caso. Los objetivos que, una vez alcanzados, no se
convierten ellos mismos en medios, son considerados como supersticiones" (Crítica de la razón instrumental,
Buenos Aires, Sur, 1969, p. 7).
51
Adela Cortina: El quehacer ético
Ser realistas
Actuar en el sentido que venimos comentando es, en definitiva, ser realista de un modo
plenamente humano: ser realista en el sentido en que lo entendió un zubiriano como Ignacio
Ellacuría, cuyo planteamiento moral y ético tuvo un agudo sentido de la realidad72.
Por "ser realista" suele entenderse en principio ser pragmático, ser egoísta, no
comprometer demasiado para no tener sinsabores. Pero esto no es realismo, sino cinismo.
También puede entenderse por "realismo" atenerse a la realidad tal como es, a los
hechos tal como son. Pero sucede que "lo que es, no es todo", sino que puede ser muchísimo
más, dependiendo de nuestra "ambición".
Por eso consideramos aquí auténtico realismo el que, al formular las grandes
preguntas éticas, trata de ampliar lo real desde lo que ya es. Y hoy en día -fuerza es
reconocerlo- no es realista preguntarse "¿qué hacer?" sólo desde el Primer o el Segundo
Mundo, prescindiendo del Tercero, porque no existe ya ningún mundo que sea independien-
te de los restantes.
Como muestra la globalización de los problemas económicos o ecológicos, la
interdependencia entre todos los lugares de la tierra es un hecho, y para ser realista, para
72
Ignacio Ellacuría, "Ética Fundamental", Curso inédito, San Salvador, 1978; "La función liberadora de la
filosofía", en Escritos políticos, I, San Salvador, 1991.
52
Adela Cortina: El quehacer ético
actuar con sentido de la realidad, es preciso preguntarse qué hacer desde el contexto de la
humanidad en su conjunto73.
Por eso los planteamientos éticos que parten de la psicología de cada individuo y tratan
de llegar a partir de ella a la conveniencia para cada uno de aceptar determinadas propuestas
morales carecen de realismo, porque no existen individuos abstractos, independientes de los
pueblos, las culturas y las épocas. Cada uno de nosotros es hijo de su tiempo y de su lugar,
sencillamente porque devenimos personas a través de un proceso de socialización, en el que
recibimos el legado de tradiciones de nuestra sociedad concreta.
Por lo tanto, el punto de partida de la moralidad no es nunca un individuo cualquiera,
sino este individuo en este grupo social en esta época y en este lugar.
Recordar que la pregunta por el hacer humano siempre se formula desde una situación
fue una de las claves de la ética realista de la liberación de Ignacio Ellacuría.
Un imperativo ético
Una simple mirada a la globalidad -recuerda Ellacuría- nos muestra que existen "pueblos
enteros crucificados", al menos dos tercios de la humanidad, lo cual significa que partimos ya
de una situación de "des-humanidad". Un proyecto ético no puede eludir este punto de
partida, sino intentar que el proceso evolutivo de hominización, por el que fue surgiendo
paulatinamente el ser humano, se prolongue en un proceso de humanización.
Para lograr llevar a cabo ese proceso de humanización, quien quiera ser libre ha de
asumir un "imperativo ético" que se articula en tres momentos: hacerse cargo de la realidad,
cargar con ella y encargarse de ella para que sea como debe ser.
"Hágase usted cargo" -decimos cuando pretendemos que alguien comprenda bien una
situación antes de decidir, no sea cosa que tome una decisión de la que después podría
arrepentirse.
"Cargue usted con las consecuencias" -decimos cuando queremos mostrar a alguien
que es a él a quien van a pedirse responsabilidades de lo que sucede, porque es quien toma la
decisión, por mucho que quiera escabullir el bulto.
"En definitiva es usted el encargado" -decimos cuando el responsable se esfuerza por
pasar la pelota al superior, al inferior, o al sistema en su conjunto.
Asumir estas tres obligaciones con la realidad social en la que ya estamos implantados
es lo contrario de encogerse de hombros alegando que, a fin de cuentas "no soy guardián de mi
73
J.M. Tortosa, Sociología del Sistema mundial, Madrid, Tecnos, 1992.
53
Adela Cortina: El quehacer ético
hermano". Pero en este caso no sería Yahvé quien pediría responsabilidades, sino la realidad
de un ingente número de seres humanos despojados de sus derechos, ante el que es preciso
haber perdido mucha humanidad para no sentirse conmovido, es preciso haber perdido mucha
inteligencia para no comprender que las cosas deben ser de otro modo y que son también
responsabilidad nuestra.
Curiosamente Occidente se vanagloria de tener por justas las leyes que enunciamos
poniéndonos en el lugar de cualquier otro. "Póngase usted en mi lugar" -decimos al
administrativo que nos pide lo imposible. "Póngase usted en mi lugar" -repetimos en situaciones
de desesperación. Ponerse en el lugar del dominicano agredido o del turco humillado es un
buen comienzo para juzgar después si el racismo es humanamente aceptable.
Ser responsables
Desde esta perspectiva se abre paso lo que llamaríamos una "moral de la responsa-
bilidad", entendida ahora no tanto en sentido weberiano como contraposición a la moral de la
convicción74, sino como contrapartida de la moral de la irresponsabilidad. Porque el que intenta
eludir la realidad y no responder de ella, como si no presentara sus exigencias ni tuviera
relación con él, practica una "moral de la irresponsabilidad" que a la larga acaba pagándose. Y
digo el impersonal "se" con plena conciencia porque, lamentablemente, no siempre es el
irresponsable quien paga las malas consecuencias, sino otros más débiles que él.
No es extraño, en este orden de cosas, que Ignacio Ellacuría hiciera suya esa moral de
la responsabilidad de que vengo hablando -dejarse afectar por la realidad, hacerse cargo de
ella y responder de ella-, hasta el punto de introducir en el Plan de Estudios de la Universidad
Centroamericana "José Simeón Cañas" una asignatura llamada "Realidad Nacional". Ni resulta
extraño tampoco que el filósofo Hans Jonas propusiera hace bien poco sustituir el "Principio
Esperanza" del marxista utópico Ernst Bloch por un "Principio Responsabilidad" con respecto a
la naturaleza75.
Ser inteligentes
Si, como hemos dicho, vamos a vernos obligados constantemente a elegir entre
posibilidades para apropiarnos unas, renunciando a otras, y a tener que justificar nuestras
74
Max Weber, "Política como vocación", en El político y el científico, pp.81-179.
75
Hans Jonas, El principio de responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica, Círculo de
Lectores, Barcelona, 1994.
54
Adela Cortina: El quehacer ético
elecciones, más nos vale intentar ir aclarándonos a nosotros mismos desde dónde hacerlo para
lograr buenas elecciones. Sin duda nuestra razón tiene una función calculadora, pero nos
conviene que esos cálculos sean prudentes76. Es decir, nos conviene tener criterios fundados
desde los que tomar las decisiones, no sea cosa que elijamos las opciones menos acertadas.
En este sentido, la historia de la ética ha sido en buena medida la historia de la
sabiduría moral, el intento de pertrechar a las personas de los criterios necesarios para hacer
buenos juicios y, consiguientemente, buenas elecciones.
Ejercitar la capacidad de juzgar para tomar decisiones prudentes es, pues, otro de los
rasgos imprescindibles en la educación moral. ¿Desde dónde pueden hacerse las elecciones?
76
N. Rescher, La racionalidad, Tecnos, Madrid, 1993.
77
A. MacIntyre, Is patriotism a Virtue?, The Lindley Lecture, The University of Kansas, 1984.
55
Adela Cortina: El quehacer ético
Por su parte, el relativismo no pone en duda que existan valores "valiosos", normas
válidas o ideales atractivos, sólo que declara que la calificación moral de una acción como
buena o mala depende de cada cultura o de cada grupo. En el ámbito moral -según el
relativista- no hay nada universal, sino que el reconocimiento de una acción como buena o
mala, o de un valor como valioso o anodino, es relativo a cada cultura concreta y a cada grupo
determinado.
La verdad es que el relativismo es humanamente insostenible, como se echa de ver en
nuestras sociedades que sólo de palabra son relativistas.
Abochornados por nuestro inveterado etnocentrismo, nos parece a los europeos de mala
educación, autoritario y dogmático, decir que no todas las opiniones son igualmente respetables
y afirmamos que tan racional es cualquier cultura como la nuestra, e incluso mucho más. Pero
en realidad, si recordamos el caso de Salman Rusdhi, nos parece irracional que una cultura
condene a muerte a un ciudadano por escribir un libro, por muy blasfemo que sea; nos indigna
el trato dado a las mujeres en esa misma cultura; desaprobamos el sistema de castas de la
India, e incluso afirmamos que los fundamentalistas del FIS "todavía" andan por la Edad Media
y "aún" no han llegado a la Modernidad, como si todos tuvieran que seguir nuestro mismo
proceso.
Y es que a la hora de la verdad el relativismo no se lo cree nadie. Quien tiene por
irracional quitar la vida, dañar física y moralmente, privar de libertades, o no aportar los mínimos
materiales y culturales para que las personas desarrollemos una vida digna, no lo cree sólo
para su sociedad, sino para cualquiera. Y, lo diga o no, considera que una cultura indiferente al
respeto a esos mínimos, está ella misma bajo mínimos de racionalidad o, lo que es idéntico, de
moralidad.
Podemos decir, por tanto, que entre la Scila del , entre el rechazo del diálogo por
innecesario (dogmatismo) y el rechazo por imposible (relativismo), se sitúa el justo medio, el
quicio de una buena educación.
5. Moral de actitudes
Es bien sabido que en la educación moral la formación de actitudes es una tarea tan
básica al menos como la transmisión de contenidos78; y no tanto por aquella extraña y grotesca
78
Como bien muestra José Mª Puig Rovira, los contenidos que deben transmitirse en la eduación no son los que
dibujan modelos de persona, ni tampoco los que conducen a una simple reproducción de la sociedad existente,
sino los que se obtienen desde un criterio que nos permite criticar también las realizaciones de la sociedad. Ver La
educación moral en la Enseñanza Obligatoria, parte II.
56
Adela Cortina: El quehacer ético
idea de que al cabo los contenidos se olvidan mientras que la inteligencia permanece, como si
pudiera haber desarrollo de la inteligencia sin el de la memoria, sino porque en lo moral la
actitud, la predisposición del que obra sigue siendo una pieza clave.
Podemos entender por "actitudes", con José Mª Puig, "aquellas tendencias y
predisposiciones aprendidas y relativamente fijas que orientan la conducta que previsiblemente
se manifestará ante una situación u objeto determinado"; la actitud es, pues, una predisposición
conductual, que no consideramos innata, sino como algo que la persona adquiere79.
Para concluir este capítulo, y tomando como punto de partida la descripción de la
estructura biológica de los seres humanos realizada por la tradición zubiriana, podemos extraer
las siguiente actitudes como propias de una persona moralmente educada:
1) Responsabilidad ante la realidad natural pero, sobre todo, ante la realidad social; la
responsabilidad de quien sabe que se hace hombre (varón o mujer) en contacto con la realidad,
y que intentar desentenderse de ella como si no fuera con él, supone incurrir en una "falacia
abstractiva", que acaba pagándose. Porque la realidad tiene un grueso libro de reclamaciones y
acaba presentándolo.
A la persona la realidad "le va" en su modo de estar en el mundo y es irresponsable -
inmoral- intentar desembarazarse de ella. Por eso el frívolo podrá ser socialmente muy bien
educado, pero moralmente hablando es un maleducado.
Y lo mismo ocurre con el cínico80. El cínico -como decía en genial expresión Oscar
Wilde- es el que conoce el precio de todas las cosas y el valor de ninguna. El cínico -podríamos
añadir- es el que cree posible adjudicar a las cosas el precio que bien nos parezca, como si
pudiéramos ordenar el universo desde nuestra inventada ley del intercambio. Es, en
consecuencia, ciego ante el valor que las cosas y las personas de suyo poseen, impotente para
degustar lo valioso. La actitud cínica es entonces la de un ignorante (ignorante del valor),
impotente para gozar de lo valioso y, por tanto, es la actitud de alguien moralmente
maleducado.
2) De todo ello se sigue que una actitud de seriedad ante la realidad es la propia de la
persona que hace pie en ella. Y "seriedad" no significa aquí -entiéndase bien- abominar del
disfrute, la ironía o el juego, optando por una visión de la vida propia de aguafiestas y cenizos.
"Seriedad" significa aquí asumir la profundidad, el calado, de quien sabe que vivir en la superfi-
79
José Mª Puig Rovira, ibid., p. 125. Ver también J.M. Cobo, Educación ética, Madrid, Endymion, 1993, p. 186.
80
Aunque aquí entraríamos ya en el nivel de la distinción de valores que Zubiri considera propio del logos, no ya
de la inteligencia, y que se expresa en el juicio.
57
Adela Cortina: El quehacer ético
cie acaba siendo de tontos. Y que los tontos, en definitiva, siempre resultan útiles a alguien.
3) La moral de la seriedad constituye la base de una moral de la buena volunta, aunque
no tengamos por qué entenderla inmediatamente como relacionada con el imperativo
categórico kantiano. La buena voluntad es, a fin de cuentas, la buena actitud, la predisposición
a tomarse en serio lo serio y en broma lo jocoso. Y sin esta capacidad de discernir y sin la
predisposición a vivir en serio lo que en serio merezca ser vivido, en broma lo que requiere
broma, no hay moral posible.
4) Por último, podemos extraer de esta primera parte la conclusión de que "pensar
positivamente" resulta esencial. Es decir, afrontar las decisiones, que inevitablemente tenemos
que tomar, desde una decidida actitud de tomar la mejor posible, la que abra más caminos de
futuro. Pensar positiva y resolutivamente es una buena actitud moral.
pregunta inmediata es: ¿en qué consiste la altura humana y quién es el que dice cuál es la talla
que es preciso alcanzar?
Trataremos de responder a esta pregunta más adelante, porque en este momento nos
importa dejar "constancia" de que el canon de estatura no puede venir de fuera, que no
puede tratarse de un conjunto de deberes que alguien se empeña en imponer, sino que tiene
que venir del hombre mismo y llevarle a plenitud. Con lo cual nuevamente la moralidad conecta
de algún modo con la biología.
81
Preámbulo al documento de Constitución de la Organización Mundial de la Salud, Nueva York, 22 de julio de
1946.
59
Adela Cortina: El quehacer ético
esta nueva caracterización, el grado de salud de las personas se mide por el grado de
autoposesión: la autoposesión de cuerpo y mente por parte del sujeto es síntoma de salud,
mientras que la imposibilidad de controlarse a sí mismo es síntoma de enfermedad. Cuando tal
falta de control se lleva al extremo, se produce la muerte82. ¿Qué factores debemos tener en
cuenta para medir el grado de autoposesión de las personas?
Según la bibliografía del ramo, elementos como los siguientes son esenciales para
medirlo: la capacidad de desplazamiento, la capacidad de autocontrol, la conciencia, la
capacidad de relación interpersonal. Cuando una persona, por su enfermedad, va perdiendo
estas facultades, es claro que su salud se deteriora y la enfermedad progresa hasta culminar en
la muerte.
El impulso a la autoposesión es, pues, una tendencia biológica que opera en nuestra
conducta. ¿Qué relación guarda con la moralidad?
82
D. Gracia, Fundamentos de bioética, Eudema, Madrid, 1988.
60
Adela Cortina: El quehacer ético
5. La necesaria autoestima
Estrechamente relacionada con el ideal de autoposesión se encuentra la necesidad de la
autoestima, porque mal va a ser dueño de sí mismo quien ni siquiera se siente capaz de llevar
adelante proyectos que le ilusionen. Los proyectos serán distintos en las diferentes personas, y
por eso encontrar los propios es una de las grandes tareas personales y comunitarias, pero
61
Adela Cortina: El quehacer ético
saber que contamos con cierta capacidad para llevarlos a cabo es condición necesaria para el
éxito. Aunque sin duda, no suficiente83.
Desde esta perspectiva, educar moralmente consistirá en ayudar a sentirse en forma,
ayudar a ilusionarse con los propios proyectos de autorrealización, desde la conciencia de que
es posible llevarlos a cabo. Por tanto, cuantos trabajos se lleven a cabo en el terreno de la
enseñanza en la línea del autoconcepto, con vistas a fomentar la autoestima de los individuos
serán siempre pocos. Porque entre un altruísmo mal entendido, que exige del individuo el olvido
de sí mismo, y un egoísmo exacerbado, que lleva al cabo al desprecio del resto, se encuentra el
quicio sano de una autoestima por la que un individuo se encuentra antes alto de moral que
desmoralizado.
Por otra parte, conviene no olvidar que mal puede infundir ilusión una sociedad
desilusionada, contagiar esperanzas una sociedad desesperanzada. De ahí que la tarea
educativa constituya a la vez la piedra de toque de la altura moral de una sociedad, porque
carecerá de arrestos para comunicar energía, si ella misma se encuentra depauperada.
83
A. Cortina, Ética aplicada y democracia radical, cap. 13.
84
Ver bibliografía citada en nota 45 de este mismo trabajo.
62
Adela Cortina: El quehacer ético
Ser ciudadano
Ciertamente, atendiendo al consejo de los comunitarios y también de la ética del
discurso que preconiza el fortalecimiento de comunidades de comunicación, es preciso recordar
que la educación empieza por sentirse miembro de comunidades: familiar, religiosa,
étnica. Pero también miembro de una comunidad política, en la que el niño ha de sentirse
acogido desde el comienzo.
Porque cada niño se encuentra en el contexto de una realidad social determinada, que le
ayudará a desarrollar las predisposiciones genéticas en un sentido u otro. Y, como muy bien
apuntan los "culturalistas" frente a los "genetistas", el medio en el que se desenvuelva es
esencial para el desarrollo de unas tendencias u otras.
Como en las primeras etapas del desarrollo necesita forjarse una identidad desde los
grupos a los que pertenece, la comunidad familiar y la comunidad religiosa, en su caso, van
ofreciéndole esos vínculos de pertenencia que constituyen una necesidad psicológica
intrínseca. Pero también la comunidad política tiene la obligación de hacer sentir al niño que,
además de ser miembro de una familia, de una iglesia, de una etnia, de una cultura, lo es
también de una nación, que espera de él que participe activamente como ciudadano.
Podría pensarse que la primera tarea de la educación moral consiste en formar a los
niños como hombres e interesarles más tarde en los valores de la ciudadanía. Sin embargo,
ambas cosas no pueden hacerse por separado, porque las personas, para devenir tales a
través del proceso de socialización, necesitamos unas señas de identidad, que brotan de
85
C. Thiebaut, "Virtud", en A. Cortina (ed.), Diez palabras clave en ética, Estella, VD, 1994.
63
Adela Cortina: El quehacer ético
La educación cívica
Sin embargo, la educación cívica puede despertar sospechas, que lleven incluso a su
descalificación: ¿no es un procedimiento para formar ciudadanos dóciles, manejables, que no
causen problemas al poder político?
Si así fuera, estaríamos educando víctimas propiciatorias para cualquier totalitarismo, y
no personas autónomas, dispuestas a regirse por su propias leyes, contraviniendo así las
exigencias de una escuela moderna. ¿Es ése el objetivo de la educación cívica?
Ante preguntas de esta guisa conviene recordar, en principio, que las escuelas siempre
han enseñado a los niños a ser buenos ciudadanos, sea a través de la selección del material
que indefectiblemente transmite un mensaje, sea a través del "curriculum oculto", es decir, de
los mensajes subliminales que el alumno absorbe en la relación con los profesores y en la
organización de las clases.
Por lo tanto, si queremos educar en las exigencias de una escuela moderna, que asume
como irrenunciable la autonomía de sus miembros, la clave consiste en bosquejar los rasgos de
ese ciudadano autónomo, no dando por bueno cualquier modelo de ciudadanía.
Ciudadanía cosmopolita
No es fácil precisar un modelo de ciudadanía, porque la idea de ciudadanía tiene una
larga historia: su origen se remonta, al menos, a la polis griega y, a través de Roma y el
Renacimiento, cobra especial fuerza a partir de la Modernidad. Sin embargo, desde ella todavía
es grande el número de modelo posibles, sean liberales, socialistas, nacionalistas o totalitarios.
Aquí optaremos por un modelo de ciudadanía a la vez nacional y universal, que se
configura con las siguientes características:
- Autonomía personal (el ciudadano no es ni vasallo ni súbdito)
- Conciencia de derechos que deben ser respetados.
64
Adela Cortina: El quehacer ético
- Sentimiento del vínculo cívico con los conciudadanos, con los que se comparten
proyectos comunes.
- Participación responsable en el desarrollo esos proyectos, es decir, conciencia, no sólo
de derechos, sino también de responsabilidades.
- A la vez sentimiento del vínculo con cualquier ser humano, y participación responsable
en proyectos que lleven a transformar positivamente nuestra "aldea global".
Ciertamente, la asunción de la "doble ciudadanía" -nacional y universal- es fruto de un
doble movimiento de diferenciación, por el que el ciudadano se sabe vinculado a los miembros
de su comunidad por una identidad que le diferencia de los miembros de otras comunidades y,
sin embargo, de identificación, en tanto que persona, con todos aquellos que son también
personas, aunque de diferentes nacionalidades.
Este último modelo de ciudadanía -la cosmopolita- presenta especiales dificultades,
porque así como el niño de los 4 a los 7 años desarrolla claras identidades nacionales, ligadas a
símbolos de pertenencia, y no es excesivamente difícil encontrar tales símbolos de pertenencia
en la tradición e historia de un pueblo, que son los que al cabo respaldan emocionalmente la
identidad nacional, las tradiciones y símbolos compartidos por la humanidad en su conjunto son
escasos: la experiencia de la raza humana como tal no es el agregado de experiencias
particulares, sino la adquirida a través de proyectos comunes. Por eso, educar en la doble
ciudadanía supone introducir afectivamente en el doble simbolismo e implicar a los niños en
proyectos tanto locales como de alcance universal86.
Un alto en el camino
En este punto conviene hacer un alto en el camino para resumir lo que hasta ahora
hemos ganado en esta segunda parte del libro:
1) La moral no es algo ajeno al individuo, un conjunto de mandatos que brota de otro
mundo y que sólo pueden interesar a una persona -niño o adulto- si le convencemos mediante
alguna gratificación o alguna sanción externa.
2) La moral es indeludible, en principio, porque todos los seres humanos hemos de elegir
entre posibilidades y justificar nuestra elección; con lo cual más vale que nos busquemos
buenos referentes para justificarlas, no sea cosa que labremos nuestra propia desgracia.
86
La educación en la ciudadanía universal exige recurrir también al ejemplo de personalidades que han llevado a
cabo proyectos de alcance universal, como es el caso de Gandhi o Martin Luther King. Porque sin símbolos que
afecten también emocionalmente, es decir, con la pura argumentación, es imposible educar. La narrativa es
ineludible en el proceso educativo.
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Adela Cortina: El quehacer ético
3) Estamos en el mundo con un tono vital u otro, altos de moral o desmoralizados, y para
levantar el ánimo dos cosas al menos son indispensables: tratar de descubrir qué proyectos nos
son más propios y tener la autoestima suficiente para intentar llevarlos a cabo.
4) Por último, nuestra socialidad exige que proyectos y autoestima broten de una
identidad psíquicamente estable, ganada en la comunidad familiar, religiosa, cívica, al sentirse
ya desde el comienzo miembro acogido y apreciado -valioso, por tanto- de un grupo humano
con proyectos compartidos.
De ahí que podamos decir que si la comunidad política no se responsabiliza de la
educación cívica de los ciudadanos potenciales, haciéndoles sentir que son miembros suyos,
parte suya, y que esa pertenencia es gratificante, carece de sentido preguntar más tarde cómo
interesarles en la cosa pública.
Y es indudable que sin, al menos, cierta igualdad y justicia no puede haber ciudadanía,
porque los discriminados no pueden sentirse ciudadanos: ¿no es puro cinismo intentar interesar
en valores cívicos de libertad, tolerancia, imparcialidad y respeto por la verdad y por el
razonamiento, a los que nada ganan con la res publica, o ganan significativamente menos que
otros?
En el origen es donde deben asumir su responsabilidad las distintas comunidades -
también la política- para hacer sentir a los niños que son miembros suyos. Sólo desde esta idea
de pertenencia será posible desarrollar con bien las restantes formas de entender la moral, que
comentaremos brevemente: como búsqueda de felicidad, como disfrute del placer, como
capacidad de darse leyes propias; como capacidad de asumir una determinada actitud
dialógica.
2. La búsqueda de la felicidad
Todos los hombres desean ser felices
En efecto, la tradición aristotélica sigue recordándonos que la dimensión moral de los
hombres consiste, al menos "también", en la búsqueda de la felicidad, en la prudente pondera-
ción de lo que a una persona conviene, no sólo en un momento puntual de su biografía, sino en
el distendido conjunto de su vida.
Que todos los hombres desean ser felices es afirmación que nadie se ha atrevido a poner en
duda. Que conseguir la felicidad no está totalmente en nuestras manos es igualmente público y
notorio, así como lo es que no todos entienden lo mismo por "su felicidad". Sin embargo, una
66
Adela Cortina: El quehacer ético
cosa es clara, en principio, y es que la felicidad exige la formación prudencial del carácter,
porque tener un buen carácter requiere entrenamiento, ya que los hábitos, la "segunda naturale-
za", han de adquirirse por repetición de actos.
El hábito, por decirlo con Juan Manuel Cobo, es "una manera determinada de proceder o
reaccionar en algún orden o circunstancia, que una persona adquiere a partir de una repetición
de actos estable"87. Exige, por tanto, contínuo entrenamiento y ausencia de improvisación. Una
moral del ethos, del carácter así lo requiere.
Ahora bien, los contenidos de la felicidad no pueden universalizarse. "Mi felicidad" es
mi peculiar modo de autorrealización, que depende de mi constitución natural, de mi biografía y
de mi contexto social, hecho por el cual yo no me atrevería a universalizarla. Lo que me hace
feliz no tiene por qué hacer feliz a todos.
Educar en la felicidad
Por eso, a mi juicio, tener en cuenta en la educación moral el deseo de felicidad de los
hombres es imprescindible, como también lo es educar con el objetivo de que los niños no
renuncien a conseguirla, sino todo lo contrario. Pero para eso es fundamental tener en cuenta
dos cosas al menos:
1) El educador no tiene derecho a inculcar como universalizable su modo de ser
feliz. Aquí no caben sino la invitación y el consejo, comunicar las propias experiencias y narrar
experiencias ajenas88.
2) Sí tiene que enseñar a deliberar bien, ayudando a cada persona a encontrar y llevar
a cabo sus propios proyectos de felicidad. Como cada ser humano es único e irrepetible, cada
uno ha de averiguar cuál ha de ser su peculiar modo de vivir bien, qué es lo que le hace ser
él mismo. En la tarea de averiguarlo pueden ayudarle personas que le conocen y expertos, y
también puede aprender de ejemplos que le resultan convincentes. Pero al final cada uno tiene
que descubrir qué es lo que realmente quiere y prepararse para conseguirlo. Para cada uno
vale el imperativo: "sé el que únicamente tú puedes ser".
3) De ley es también enseñar que, en último término, la felicidad no se consigue sólo con
voluntad y esfuerzo. Que no es pelagiana, sino jansenista: es don, "el don de la paz interior,
espiritual, de la conciliación o reconciliación con todo y con todos y, para empezar y terminar,
87
Juan Manuel Cobo, Educación ética.
88
A. Cortina, La moral del camaleón, cap. 10.
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Adela Cortina: El quehacer ético
3. Maximizar el placer
El placer es satisfacción sensible
Sin embargo, la tendencia a la felicidad, entendida como autorrealización (eudaimonía),
puede interpretarse también como tendencia al placer, y entonces -como dijimos- entramos en
una tradición hedonista.
Todos los hombres tendemos a la felicidad y nadie puede negar que lo hace. Evidente-
mente cualquiera, aunque sea tratando de servir a los marginados de la tierra, busca su
felicidad. Pero no es lo mismo "felicidad" que "placer", porque la felicidad es un término para
designar el logro de nuestras metas, la consecución de los fines que nos proponemos: ser
feliz es alcanzar las metas que perseguimos. Por eso algunas corrientes filosóficas entienden la
felicidad como "autorrealización", para distinguirla de quienes entienden por felicidad "obtención
de placer", que es el caso de los hedonistas.
"Placer" significa, en buena ley, satisfacción sensible causada por el logro de una meta
o por el ejercicio de una actividad.
Quien escucha una hermosa sinfonía o come un agradable manjar experimenta un
placer; quien cuida a un leproso no siente placer alguno, pero puede muy bien ser feliz cuando
forma parte importante de su proyecto de autorrealización la preocupación por los marginados.
Saber disfrutar
Educar para que las personas no tienen la toalla en buscar su felicidad, entendida como
autorrealización, es -como hemos comentado- imprescindible. Pero también lo es ayudar a
desarrollar la capacidad de experimentar placer, porque tan injusto es con la realidad -tanto
pierde pie en ella- quien la trata frívolamente como el que carece de la capacidad de disfrutar lo
que en ella es sensiblemente valioso.
Entender la educación moral como preparación para el sacrificio es un error craso,
absolutamente injusto con el ser del hombre y con el de la realidad, que debe ser, no sólo
"fruida" en el sentido zubiriano, sino también disfrutada en el significado sensible del término.
89
J.L.L. Aranguren, Moral de la vida cotidiana, personal y religiosa, Madrid, Tecnos, 1987, p. 110.
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4. Ser autónomo
¿Nos interesa ser morales?
Supongamos por un momento que decimos de una situación que carece de sentido
moral, ¿a qué nos estamos refiriendo? Podemos referirnos a una de las siguientes
posibilidades:
1) Las personas están bajas de ánimo vital.
2) No se encuentran integradas en la comunidad en la que viven.
3) No saben cómo ser felices.
4) No saben disfrutar.
5) No tienen internalizada la convicción de que deben obedecer ciertos deberes que
consideramos morales.
La verdad es que normalmente nos referimos a la última de estas posibilidades, y por
eso solemos preguntarnos a continuación cómo encontrar la motivación oportuna para
interesarles en la moralidad.
Sin embargo, plantear así la cuestión es entender que las normas morales vienen de
fuera, cuando precisamente lo que les especifica frente a normas como las legales es que
brotan del propio sujeto: las normas morales, como afirma explícitamente la tradición
kantiana, son las que un sujeto se daría a sí mismo, en tanto que persona. Es decir, son
aquellas normas que -a su juicio- cualquier persona debería seguir, si es que desea tener -
como antes decíamos- "altura humana".
Esas normas, en principio, no indican qué hay que hacer para ser feliz, sino cómo hay
que querer obrar para ser justos con la propia humanidad. Pregunta que nos lleva más allá
del placer o bienestar individual, incluso más allá de una ciudadanía nacional o cosmopolita,
aunque sea desde ellas desde donde es preciso hacerse la pregunta.
90
E. Martínez Navarro, "Justicia", en A. Cortina (ed.), Diez palabras clave en ética.
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5. Actitud dialógica
Una persona alta de moral
El ámbito de la moral en las tradiciones kantianas es -como estamos viendo- sobre todo
el de la autonomía, el de la capacidad de darse leyes a sí misma de que goza cualquier
persona. Pero a la hora de dárselas no toma como punto de partida su propia subjetividad, sus
gustos y caprichos, ni tampoco los de su comunidad, por amplia que sea: toma como referente
lo que podría querer para cualquier ser racional.
Una persona "alta de moral" en este sentido sabe, pues, distinguir entre las normas de
su comunidad y los principios universalistas, que le permiten criticar incluso las normas
comunitarias.
Sin embargo, a la hora de interpretar el punto de vista moral universalista, existe una
gran diferencia entre los kantianos: mientras Kohlberg o Rawls adoptan como método para
determinar qué normas son las correctas la "asunción ideal de rol" (ponerse en el lugar del
otro), la ética del discurso deja esa tarea en manos de los afectados por la norma.
Concluyendo
La educación del hombre y el ciudadano ha de tener en cuenta, por tanto, la dimensión
comunitaria de las personas, su proyecto personal, y también su capacidad de
92
J. Habermas, Conciencia moral y acción comunicativa, Península, Barcelona, 1985, pp. 116 y 117. Para
transmitir en la escuela las habilidades para el diálogo ver J.Mª Puig Rovira, Toma de conciencia de las habilidades
para el diálogo, Madrid, CLAE, 1993.
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universalización, que debe ser dialógicamente ejercida, habida cuenta de que muestra
saberse responsable de la realidad, sobre todo de la realidad social, aquel que tiene la
capacidad de tomar a cualquier otra persona como un fin, y no simplemente como un medio,
como un interlocutor con quien construir el mejor mundo posible.
INDICACIONES BIBLIOGRÁFICAS
la diferencia entre la técnica y la moral? ¿Crees que sigue teniendo sentido esta
distinción entre los tipos de saber? Explica por qué.
5. ¿)De qué modo entiende la moral la tradición aristotélica?
6. ¿)De qué modo entiende la moral la tradición hedonista?
7. ¿De qué modo entiende la moral la tradición kantiana?
8. ¿De qué modo entiende la moral la ética discursiva?
9. ¿A qué se refiere el afán de salvación que subyace en las grandes religiones
monoteístas?
10. ¿Por qué se dice que una ética cívica debe ser laica pero no laicista?
11. ¿En qué se parecen y en qué se diferencian la moral y el derecho?
12. ¿)Es suficiente con que el Estado imponga las leyes para que se alcance una sociedad
justa? ¿Por qué?
13. ¿)Por qué razón se centró la Ética durante un tiempo en el análisis del lenguaje?
14. ¿En qué consiste el "principio de neutralidad de las ciencias"? ¿Es posible tal
neutralidad? ¿Por qué?
15. ¿Cuáles son las principales razones que los filósofos han encontrado a lo largo de la
historia para explicar por qué hemos de cumplir unas normas morales?
16. ¿Qué posición sostienen los partidarios del racionalismo crítico con respecto a la
fundamentación de la moral?
17. ¿Qué posición sostienen los partidarios del llamado "pensamiento posmoderno" con
respecto a la fundamentación de la moral?
18. ¿Por qué razón sostienen algunos filósofos norteamericanos que es preferible no
abordar abiertamente la cuestión del fundamento de la moral?
19. ¿Sería sensato prescindir de alguna de las tradiciones éticas a la hora de aplicar los
principios éticos a los problemas cotidianos? ¿Por qué?
20. ¿Qué son las "éticas aplicadas" y cómo han surgido?
21. ¿Cuáles son las tareas propias de la ética?
22. ¿Qué razones hay para afirmar que la ética debe atender a la dimensión intersubjetiva,
social, más que a la dimensión intrasubjetiva, individual?
23. ¿Cuál es la cuestión que más preocupa en la actualidad a la mayor parte de los
especialistas en Ética de occidente? ¿Por qué?
24. ¿Cuál es la propuesta ética dominante en Norteamérica? ¿Qué propuestas de educación
moral se derivan de esa ética?
25. ¿Qué criterio propone la escuela alemana de la "Teoría Crítica" para distinguir cuándo
una sociedad está ideologizada?
26. ¿Cuál es el objetivo principal de la escuela alemana de la "Ética del discurso"?
27. ¿Cuál es el objetivo principal del "racionalismo crítico"?
28. ¿Por qué no resulta satisfactoria la posición de J. Wilson respecto a la diferencia entre
indoctrinación y educación?
29. ¿Cuál es la diferencia entre un indoctrinador y un educador según la concepción de R.M.
Hare?
30. Si un educador pretende respetar la autonomía de los niños ¿debe tratar de no influir en
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