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Su estancia en la Europa del Este ocupada por los alemanes y sus sorprendentes
encuentros con jefes nazis como Franck, gobernador-títere de Polonia, e incluso
con Himmler, le suministraron la materia del más conocido de sus libros, Kaputt,
que fue publicado en 1944 en Nápoles (ocupado ya por los norteamericanos) y
rápidamente traducido a todas las lenguas.
Después de pasar el año 1942-43 en el frente de Finlandia, Malaparte se refugió en
Suecia y, a la caída de Mussolini, pasó a la parte de Italia controlada por los aliados
y luchó hasta la paz con los resistentes de la División Potente. Asqueado por el
espectáculo de la Italia de la inmediata postguerra (La Pelle, 1949), Malaparte
decidió en 1945 instalarse en París e incluso pensó en escribir solamente en
francés. En francés estrenó con poco éxito dos obras de teatro: Du coté de chez
Proust (1948) y Das Kapital (1949). Vuelto a Italia, vivió en su casa de Capri, donde
realizó algunas apreciables tentativas cinematográficas.
En 1956 hizo un gran viaje a China y afirmó sus simpatías por el régimen comunista.
Pero en 1957, poco después de la aparición de su último libro, Maledetti Toscani,
sufrió unos ataques pulmonares y cardíacos, secuela de sus heridas de guerra.
Llevado a Roma en avión, empezó entonces una patética lucha de cuatro meses
contra la muerte, que afrontó con gran valor y plena conciencia, hasta el punto de
registrar en una cinta magnetofónica sus impresiones de agonizante. Días antes de
su muerte, Malaparte, que era protestante y había visto su libro La Pelle incluido en
el índice en 1949, se convirtió al catolicismo.
Aun cuando es difícil emitir ahora un juicio sobre Curzio Malaparte, no parece
aventurado afirmar que fue uno de los más vigorosos temperamentos literarios de
su época. A pesar de las exageraciones voluntarias que contienen, libros como
Kaputt y La Pelle quedarán probablemente como testimonios decisivos de la
tragedia de los años 1939-45. Se le ha reprochado con razón el cinismo de que
hace gala, pero es posible que este cinismo no fuese para Malaparte más que la
máscara tras la que se ocultaba su lúcida desesperación ante la decadencia
europea.
Obras principales
Ensayo
Viva Caporetto!, Prato: Stabilimento Lito-Tipografico Martini, 1921, luego
republicado con el título La rivolta dei santi maledetti ("La revuelta de los
santos malditos", Aria d'Italia, 1921)
Le nozze degli eunuchi, Roma: La Rassegna Internazionale, 1922
L'Europa vivente, Firenze: La Voce, 1923; en L'Europa vivente e altri saggi
politici, Firenze: Vallecchi, 1923
Italia barbara, Torino: Piero Gobetti, 1925; Roma: La Voce, 1927
Intelligenza di Lenin, Milano: Treves, 1930
Technique du coup d'état, Paris: Bernard Grasset, 1931, 1948; publicado
primero en francés y luego traducido al italiano como Tecnica del colpo di
Stato, Milano: Bompiani, 1948
I custodi del disordine, Torino: Fratelli Buratti Editori, 1931
Le bonhomme Lénine, Paris: Bernard Grasset, 1932; publicado primero en
francés y luego traducido al italiano como Lenin buonanima, Firenze:
Vallecchi
Mussolini segreto (Mussolini in pantofole), Roma: Istituto Editoriale di Cultura,
1944; publicado bajo el pseudónimo de "Candido"
Il sole è cieco ("El sol está ciego", Vallecchi, 1947
Deux chapeaux de paille d'Italie, Paris: Denoel, 1948, publicado en francés
Les deux visages d'Italie: Coppi et Bartali, 1949; publicado en francés y luego
traducido al italiano como Coppi e Bartali. Milano: Adelphi, 2009
Due anni di battibecco, 1955
Maledetti toscani, Firenze: Vallecchi, 1956, 1959
Io, in Russia e in Cina, 1958; Firenze: Vallecchi
Mamma marcia, 1959; Firenze, Vallecchi; con Lettera alla gioventù d'Europa
e Sesso e libertà, postfazione di Luigi Martellini, Milano: Leonardo, 1990,
1992
L'inglese in paradiso, Firenze: Vallecchi, 1960. Contiene los opúsculos
incompletos Gesù non conosce l'arcivescovo di Canterbury y L'inglese in
paradiso. Reúne artículos publicados entre 1932 y 1935 en el «Corriere della
Sera», algunos bajo el pseudónimo de Candido.
Benedetti italiani, 1961; Firenze, Vallecchi
Viaggi fra i terremoti, Firenze, Vallecchi, 1963
Journal d'un étranger à Paris, en francés primero, 1966; en italiano como
Diario di uno straniero a Parigi, Firenze: Vallecchi
Battibecco. 1953-1957, Milano, Aldo Palazzi, 1967
Il battibecco : inni, satire, epigrammi, Torino, Fògola, 1982
Narrativa
Avventure di un capitano di sventura, Roma: La Voce, 1927, al cuidado de
Leo Longanesi
Don Camaleo, Genova: rivista La Chiosa diretta da Elsa Goss 1928 (después
en Don Camaleo e altri scritti satirici, Firenze: Vallecchi, 1946)
Sodoma e Gomorra, Milano: Treves, 1931
Fughe in prigione, Firenze: Vallecchi, 1936
Sangue, Firenze: Vallecchi, 1937
Donna come me, Milano: Mondadori, 1940; Firenze: Vallecchi, 2002.
Il sole è cieco, Milano: Il Tempo, 1941; Firenze: Vallecchi, 1947
Il Volga nasce in Europa, Milano: Bompiani, 1943; in Il Volga nasce in Europa
e altri scritti di guerra, Firenze: Vallecchi
Kaputt, Napoli: Casella, 1944; Milano: Daria Guarnati, 1948; Vallecchi,
Firenze 1960, 1966; Adelphi, 2009
La pelle ("La piel"), Roma-Milano: Aria d'Italia, 1949, 1951; Firenze: Vallecchi,
1959; Milano: Garzanti, 1967; Milano: Adelphi, 2010
Storia di domani, Roma-Milano: Aria d'Italia, 1949
Racconti italiani, 1957; Firenze: Vallecchi
Il Ballo al Kremlino, Firenze: Vallecchi, 1971; Milano: Adelphi, 2012. Novela
incompleta que debía formar parte de una trilogía formada por Kaputt (1944)
y La Pelle (1949). Es un retrato de la "nobleza marxista" a fines de los años
veinte.
Muss. Il grande imbecille (1999) Luni Editrice, ISBN 8879841777, ISBN 978-
8879841771
Teatro
Du côté de chez Proust. Impromptu en un acte, en francés. París: Théâtre de
la Michodière, 1948
Das Kapital. Pièce en trois actes, en francés. París: Théâtre de Paris, 1949
Anche le donne hanno perso la guerra, 1954 con la Compañía Italiana de
Prosa, Guido Salvini (director), Lilla Brignone, Salvo Randone y Gianni
Santuccio en el Teatro La Fenice para la Bienal de Venecia
Poesía
L'Arcitaliano, Firenze e Roma: La Voce, 1928 al cuidado de Leo Longanesi
(después en L'Arcitaliano e tutte le altre poesie), Firenze: Vallecchi, 1963
Il battibecco, Roma-Milano: Aria d'Italia, 1949
Cine
Director de Il Cristo proibito, Italia, 1951
OBRA LA PIEL
Las guerras ¿se ganan o se pierden?, casi al final del libro, Malaparte lo describe
así: “en el mundo no había más que hombres vivos y hombres muertos. Todo lo
demás no contaba… es una vergüenza ganar la guerra”. En La piel, la miseria
compartida de vencedores y vencidos es sólo uno de los puntos de partida de este
magnífico libro, que traspasa con creces, las barreras del tiempo y de quién la
escribió y su biografía, porque el Sr. Malaparte, pone al servicio de la gran literatura,
toda la maestría y experiencia como corresponsal de guerra, y nos ofrece un relato
en primera persona sobre la devastación no sólo material, sino moral, de una
ciudad, de un pueblo y de una raza, la humana, cuando por fin es liberada del yugo
de sus opresores. La originalidad de este relato está en el punto de mira del que
parte el narrador, que no es otro, que el de proporcionar heroicidad y grandeza a
aquellos que han perdido la guerra, pues en nada se diferencian de aquellos otros
que la han ganado. El derrumbe de la moral al que asistió el mundo con la llegada
de los totalitarismos, consiguió que vencedores y vencidos, marchasen de la mano
en pos de la única razón existente en el ser humano en ese momento: la salvación
de su propia alma. Una huida que llevó a toda una civilización a asistir impertérrita
a su debacle, propiciada por la falta de una moral y una ética que rigiese los
designios comunes de toda la Humanidad, que inmiscuida en su propia salvación,
renuncia a la altivez de unos principios sólidos de convivencia con tal de
salvaguardar su alma. Y lo hace sin reparar para ello en la senda escogida, que no
es otra que la de la miseria más abyecta del ser humano, y que Malaparte simboliza
en la piel que traspira, siente y nos derrota como seres humanos hasta convertirnos
en héroes de la mezquindad.
La piel, en principio se iba a titular La peste, pero Camus se adelantó unos meses
a Malaparte, lo que no disminuye la grandiosidad de este relato de un pueblo
hambriento y perdido, sino que lo encumbra junto a otra de las obras maestras de
la literatura universal surgida de una de las mayores barbaries de la Humanidad. En
este caso, Nápoles se ensalza entre los escombros de sus ruinas y la destrucción
de sus palacios, dejando entrever la solemnidad de sus frescos, sus imágenes
religiosas e iglesias, que conviven sin pudor con la mayor de las miserias, y que
Malaparte emplea como símbolo de aquello que los vencidos ofrecen a sus
liberadores; una extensa y profunda cultura clásica cargada de una grandeza de la
que los americanos (en este caso) carecen, pues sólo poseen la libertad exenta de
gloria. En este sentido, es digno de elogio, el esfuerzo y la vasta cultura clásica que
posee el narrador y que pone al servicio de aquello que nos cuenta, dejando un
espacio, aunque sea pequeño, a la belleza y el arte, como si se tratase de un gran
decorado del teatro del mundo; y que tiene su máxima expresión, en la entrada a la
ciudad de Roma, donde el ejército americano rinde pleitesía a todos los héroes y
villanos de la ciudad eterna, convirtiendo en apoteósica a la narración, y en
vencedora a la cultura sobre la guerra.
Entre tanta destrucción, Malaparte busca refugio en la poesía cuando precisa
alimentar a su alma de algo intangible, y lo hace con una prosa cargada de un
lirismo, al que dota de magistrales y bellísimas metáforas cuando se fija en el mar,
el Vesubio, el cielo o las nubes, y que se torna en una belleza trágica, cuando narra
la erupción del Vesubio en abril de 1944, que como un semidios, se levanta sobre
las cenizas del ser humano, en un símil muy acertado en el viaje a lo más profundo
del averno que vencedores y vencidos inician día tras día. En ese transcurso de las
vidas, marcadas por la salvación de la piel, también se contraponen a la misma,
sentimientos como la piedad y el agradecimiento, el orgullo y el menosprecio, la
ternura y la vergüenza, lo sarcástico y lo poético, porque todas ellas son
características del ser humano que gana y pierde guerras, y que más allá del
profundo agradecimiento que Malaparte expresa en multitud de ocasiones hacia la
generosidad de todos aquellos que han muerto por proporcionarle de nuevo a su
pueblo el don de la libertad, subyace el día a día de un relato que como recoge la
contraportada de esta novela clásica, nos muestra que la frontera última de nuestra
humanidad es siempre la piel (que simboliza la frágil barrera de la corrupción
humana): “La piel, nuestra piel, esta maldita piel. Usted no puede ni imaginarse de
qué es capaz un hombre, de qué heroicidades y de qué infamias es capaz con tal
de salvar la piel. Ésta, esta piel asquerosa. Antes soportábamos el hambre, la
tortura, los martirios más terribles, matábamos y moríamos, sufríamos y hacíamos
sufrir para salvar el alma, para salvar nuestra alma y la de los demás. Hoy en día
sufrimos y hacemos sufrir, matamos y morimos, realizamos hazañas maravillosas y
actos horrendos no ya para salvar el alma, sino para salvar la piel. ¡Nos convertimos
en héroes por algo bien mezquino!”, Malaparte dixit.
Casa Come Me, la llamó
Malaparte, nos dice Maurizio Serra, era un esteta que odiaba la decadencia, y ese
era sin duda un rasgo, más fascistoide que fascista, que le vinculaba a la exaltación
del héroe, pero también al oportunismo contumaz que tantas veces se le reprochó.
La admiración sincera que sentía por la voluntad poderosa que proyecta un líder,
fuera de derechas o de izquierdas, se tratara de Mussolini o de Mao Tse Tung, le
llevaba a rendirse ante él, des-confiando de la democracia parlamentaria, que, en
su opinión, no respondía más que con tópicos cuando la gente necesitaba
certidumbres.
El grano y la paja
Para Serra no tiene demasiado sentido reprocharle a Malaparte, como hizo Guerri,
su flexibilidad con la moral o su olfato para huir de la quema. Porque siendo así, eso
no es todo; sus libros sugieren algo muy superior y son documentos excepcionales
de los conflictos vividos en Europa en la primera mitad del siglo XX. Excepcionales
por lo amplio de la visión que ofrecen y el rico cromatismo de su paleta.