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Gloria Montoya (Parana, 1935 - 1996) La raiz Ex una tarde bellisima de primavera cuando Elina trajo esas extrafias rai ces que recogié en la playa. Las miraron detenidamente y tenian una forma contorsionada de mujeres de largas piernas, el cuerpo como acostado y una ca- beza bastante ambigua. Todo el grupo, una tras otra, comenzé a dibujarlas, a estudiarlas, a extraer- les las mas sutiles curvas y las texturas més raras. Fueron ubicadas con cardcter permanente en el ambito iluminado del ta- er. Una quedé sobre la estanteria de la derecha, al lado de un conjunto de li- bros. La otra, la mds pequefia, encaramada a una caja de pinturas sobre la me- sada de trahajo, era tema cotidiano de dibujo. Desde entonces un cambio sutil parecié producirse en el taller . No se noté nada al principio, sino mas adelante, cuando Ilegaron las vacaciones y se acalla- ron las voces calidas del grupo y el bullicio de las tareas. Una mafiana, al entrar al taller, sintié una presencia indefinida que la observaba. Miré en torno suyo. Estaban sus cuadros, sus libros, ningun ser hu- mano. Sin embargo habia alguien. O al menos habia estado alguien. Observé la mesa de trabajo. Los papeles. Algo estaba cambiado. A la de- recha, sobre la estanteria unos libros estaban caidos. También los modelos pa- ra naturalezas mivertas: las frutas estaban desparramadas, el botellén roto. Si, extrano. Se puso a trabajar, algo incémoda. Le habfan usado los pinceles. Estaban sucios y ella siempre los limpiaba a conciencia. Tal vez un olvido. Podia ser. Comenzé con la tela grande. De pronto tomé conciencia de unos trazos que no recordaba haber hecho. Todo era suyo, menos esos trazos. Recorrian la frente de su pintura y luego reaparecian algo mas abajo, en el cuello, trazos de color rojo. Comenzé a inquietarse. Se sentd en el centro de la habitacién y miré al rededor. Todo igual. Salvo pequeftas variantes. Demasiado pequeitas como pa- ra notarlas. Pero estaban ahi. Al atardecer el taller se tifié de tonalidades rojizas. Un sol intensamente calido penetrd por la puerta que daba al oeste, lanzando Hamaradas a través de las hojas de los eucaliptos que rumoreaban en los terrenos vecinos. Apagd las luces y s Durante la noche le parecié escuchar rumores, cuchicheos, un deambular furtivo. Encendid el velador de su dormitorio y con algo de inquietud resolvid su- bir al taller. Era de alli desde donde provenian los rutdos. Al abrir la puerta sorprendié una escena peculiar. Una de las raices-mu- jer estaba con un pincel en la mano trazando lineas ritmicas que recorrian una de las telas. La otra danzaba sobre la mesada y habia corrido libros, mo- delos, lipices, papeles. 5 Ambas, instanténeamente se quedaron es taticas, paralizadas Un silencio profundo invadié la sala y una sutil neblina disipé las formas. Se froté 10s ojos que le ardian y al volver a abrirlos todo estaba en su lugar co- mo surgido de un conjuro. Volvié a frotarse los ojos. Nada habia cambiado, cada cosa, cada libro, cada pincel, en su sitio. Buscé las raices, y alli estaban quietas, en el lugar donde las habia coloca- do por la tard Pens6 que tal vez habia sido un suefio. Al apagar las luces y cerrar la puer- ta no alcanzé a escuchar un rumor de risas contenidas que resonaron a sus es- paldas. (de:"Historias Traspapeladas") (Talleres de lectura) Seleccién de autores entrerrianos (1989)

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