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Andrés Chabrillón: ¡Venciste, jardinero!

Muchos recordarán aquella frase popular, utilizada para referirse a nuestra provincia,
“Entre Ríos, tierra de poetas”. Y es que en esta porción del vasto territorio de la patria
querida, confluyeron -y confluyen- innumerables cantos de hombres y mujeres que han
encendido y mantenido vivo, con el pasar de los años, un intenso fervor poético. En
consecuencia, resulta más que considerable la cantidad de poetas que se apiñan en la
memoria en busca de evocación, pero, sin lugar a dudas, entre los primeros nombres se
ubica el de aquél que fuera responsable de una de las fiebres líricas, que inquietara a la
parte central y sur del continente americano, como así también más allá del atlántico,
Andrés Chabrillón.
El día 20 de septiembre del corriente, se conmemoraron 130 años del natalicio del poeta,
acontecido en nuestra ciudad, Paraná, en 1887. Si bien detalles sobre su infancia y
adolescencia no abundan, además de contar con que efectuó los estudios primarios y
secundarios en la ciudad natal, es posible afirmar que la «fibra lírica» estaba latente desde
temprana edad. Esto queda demostrado con los que podríamos considerar sus primeros
poemas, publicados durante un período que va desde 1903 a 1904, en la revista paranaense
La Actividad Humana, dirigida por José Sors Cirera, cuando el poeta contaba con apenas
quince años.
Posteriormente se trasladó a la ciudad de Buenos Aires, donde siguió la carrera de
derecho, doctorándose en 1913. Regresó a su ciudad natal, donde se casó por primera vez,
para luego ejercer su profesión en Posadas, Misiones, retornando luego, nuevamente, a la
provincia, más específicamente a la ciudad de Concordia, donde produjo la mayor parte de
su obra.
¡Y qué decir de tamaña obra! ¿Cómo pretender en unas breves líneas referirnos a sus
poemarios? ¿Cómo mantener siquiera una gran idea de su obra en un comentario, cuando al
primer intento se nos escapa tanto de las manos? Para ello recurrimos a una observación
realizada por el poeta mismo en el texto “Itinerario”, incluido en el libro póstumo Por
Mitades con la Muerte, editado por la Editorial de Entre Ríos en 1995, donde establece
cinco etapas en las que se organiza su obra: la primer etapa comienza, claro, con su primer
publicación, A la Luz de una Sombra (1911), libro en el que están dados los elementos que
servirán de pié al chileno Vicente Huidobro para dar forma al creacionismo, movimiento de
reacción ante el modernismo. Pero esta relación está lejos de ubicar a Chabrillón como un
mero “posmodernista”, dado que su poética adquiere un tratamiento específico, con
características propias que superan ese escalón. Su segunda publicación, Oro Pálido
(1919), continúa con las características de su antecesor y se anticipa a la siguiente
producción; la segunda etapa está comprendida por un libro que podríamos considerar de
plenitud, donde puede contemplarse un perfeccionamiento en relación a la forma y el
contenido, Desnudez (1931); la tercera etapa incluye Si pensara la rosa… (1954), cuyo
poema homónimo se ubica entre las composiciones más celebradas del poeta, y La Cigarra
(1955); la cuarta etapa, la etapa donde la madurez poética alcanza las notas más tiernas de
su producción, está comprendida por Tres Lágrimas de Topacio (1963); la quinta etapa, que
comporta, según el poeta, «una afirmación de la vida», en contraposición al título de la
obra, contiene el libro póstumo ya mencionado, Por Mitades con la Muerte (1995).
Como las imágenes recurrentes en su obra, podríamos agregar, sin pretender alguna
conclusividad, que su poética es como un río sonoro, con cauce tranquilo, al principio, pero
que va inquietándose ligeramente con el contacto de la cabellera de los sauces, de los
pájaros, de las «novias del Paraná» que besan la superficie y mojan sus pies, de la
embriaguez musical de las orillas y el amor cuando llega la tarde. Su cauce se acelera
levemente, acentúa su sonoridad. Busca la inmensidad que alcanza, como síntesis del
recorrido, cuando llega al mar.
Andrés Chabrillón falleció en la ciudad de Buenos Aires, donde residió los últimos años
de su vida, el 7 de octubre de 1968. Juntando sus cantos en un grávido racimo, a modo de
mantener viva su memoria, podemos alzarlo y decir con el corazón, como él quiso,
«¡venciste, jardinero!».

MATIAS ARMÁNDOLA

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