Está en la página 1de 155

IXTHUS

“El Llamado”

Por

Elizabeth Pineda


Diecinueve Años Atrás


Él pensaba que Hieron sería el último lugar que caería. No es que sus
fuerzas superaran en número al enemigo, pero al menos estaban bien
protegidos en ese lugar, además ¿No le habían prometido que ese sería el
inicio de algo mucho más grande? ¿Cómo es que iban perdiendo entonces?
El enemigo avanzaba a paso firme y decidido, haciendo explotar todo sin
ninguna consideración. La mayoría había abandonado sus puestos previendo
ya una derrota, pero él no lo haría; primero porque se le había encomendado a
él y al grupo de los doce que debían permanecer firmes aunque las cosas se
vieran mal, y él confiaba en aquel que le había hecho la encomienda; pues
había sufrido cosas peores que morir en batalla y además, le había prometido
que estaría con ellos hasta el fin del mundo y segundo, porque sus dos mejores
amigos también se quedarían y no los abandonaría. Ah pero, si tan solo ese
pedazo de traidor no los hubiera vendido a él y al grupo de los doce, entonces
las cosas serían diferentes; claro, ahora el traidor se había suicidado el muy
cobarde y el problema se quedaba para ellos; pero ya ni lamentarse por el
pasado era bueno, debía concentrarse en el presente. Se acercó a Simón y en
medio del ruido de bombas y balas volando muy cerca de ellos le preguntó:
— ¿Cuál es el plan?
Simón estaba muy cansado, si acaso le quedaban cincuenta hombres para
defender el lugar. Miró a su alrededor, las enfermeras se afanaban atendiendo
a los heridos ahí mismo en el campo de batalla. Su esposa estaba entre ellas y
alentaba a un hombre caído a continuar con vida, pero desde lejos se veía que
no lo lograría. Estaban perdiendo y no había manera de ganar. Ahora tenía que
pensar en salvar a la mayoría de los cincuenta que le quedaban así que tomó
una decisión muy difícil.
—Saca a todos de aquí, llévatelos contigo. Estallaré mi última bomba en el
puente, eso los retrasará lo suficiente para que puedan escapar.
Eso sonó descabellado para él desde que comenzó a ver en sus ojos cómo
se formaba la idea en su cabeza.
— ¡No! Claro que no, no te abandonaré.
—Es una orden. Debes hacerlo ¿O tienes una idea mejor?
No claro que no la tenía, pero tampoco quería perder a su amigo.
—Ahora, ¡ve!—Le ordenó Simón.
A regañadientes se levantó y quiso correr, pero su amigo lo detuvo, tenía
algo que decirle.
—Oye, espera, cuando salgas de aquí, busca a mis hijos y guíalos a la
verdad. Naín y Ben tienen que saber porque murió su padre y cuídalos por mí,
por favor ¿lo harás?
Esa era lo cosas más difícil que Simón podía pedirle, no porque no
quisiera, sino porque quería que guardara vida suficiente para hacerlo él
mismo. Pero la situación era inevitable. Asintió con la cabeza y corrió a reunir
a los demás.
— ¡Retirada!—gritó a todo pulmón— ¡Reúnanse conmigo! ¡Retirada!
Al parecer todos habían estado esperando esa llamada porque
inmediatamente todos se reunieron con él para que se los llevara de ahí con el
extraño símbolo que él y el grupo de los doce tenían. Preguntó si todos ya
estaban reunidos para poder irse y alguien le dijo que faltaba Lidia.
“Rayos” pensó “¿Dónde está Lidia?”
Lidia era la esposa de Simón y aún seguía arrodillada sobre el ya casi
cadáver del hombre. Corrió hacia ella y la sujetó del brazo.
—Lidia ¿Qué haces? Ya vámonos.
Lidia levantó la vista y vio al grupo de los casi cincuenta que se había
reunido y esperaban ser sacados de ahí. Se levantó y comenzó a correr con él
pegado a sus talones, pero al escrutar el grupo vio que faltaba alguien.
— ¿Dónde está Simón?
El intentó evadir la pregunta instándola a que siguiera corriendo; pero ella
se negó rotundamente y se plantó en medio del campo.
—Explotará el puente ¿no es así?
—Lidia…—Comenzó a decir él.
—Solo dime.
Lidia era obstinada y estaban perdiendo tiempo valioso así que asintió con
la cabeza y dijo:
—Sí, pero no puedes quedarte así que ¡vamos!
La volvió a tomar del brazo e intentó sacarla pero ella ya había tomado una
decisión.
—No lo abandonaré.
—Lidia…
—Cuida de mis hijos—Le pidió.
Se dio la vuelta y comenzó a correr, a la mitad del camino recogió un arma
de un soldado caído y disparó al azar hacia las tropas enemigas.
— ¡Lidia!—gritó, pero ya no podía escucharlo; así que giró y corrió hacia
el grupo.
Antes de sacar al resto de los combatientes, miró hacia donde su amigo
estaba y lo observó estallar el puente. Una lluvia de balas siguió a la
explosión, Simón también disparó pero las balas enemigas lo alcanzaron antes
de que causara más daños; Lidia, un poco atrás de él también disparaba pero
finalmente cayó al igual que su esposo.
Él no quería seguir mirando, así que cerró los ojos, de los cuales se
escaparon las lágrimas de dolor por la pérdida de sus amigos y luego, con un
flash, todos salieron de ahí.

1
(En el presente)

El frío de enero siempre había hecho que el trabajo fuera más pesado. Con
temperaturas de diez grados bajo cero y niebla espesa, cualquiera hubiera
pensado que era más inteligente dejarlo para otro día, además corrían el riesgo
de resbalar en la nieve y caer por el voladero; pero Naín pensaba diferente.
Este era un pez gordo según le habían dicho, quizá el criminal más astuto con
el que jamás se hubiera enfrentado; era responsable por el levantamiento
rebelde en Hieron y líder de los “Ixthus” en la región de Lod, ese grupo que
tantos estragos había causado en la sociedad, no cabía en la mente de Naín la
idea de dejarlo escapar, “no esta vez” se decía a sí mismo. Días atrás lo había
evadido con tanta habilidad que había puesto en evidencia a muchos y eso lo
tenía furioso.
Intentaba mantener la calma, no deseaba que sus hombres se dieran cuenta
de la ansiedad que inundaba su mente, pero no podía evitar que sus dedos
golpearan descontroladamente sobre su pierna. Apretó el puño buscando
detenerlos pero eso solo provocó que su mano sudara a pesar del frio intenso
que hacía, incluso dentro del camión de asalto que llamaban Gret. Limpió el
sudor en su pantalón y aguzó la vista tratando de encontrar alguna señal del
criminal entre la niebla, pero unos metros más adelante tuvieron que
detenerse; la neblina había aumentado tanto que ya no se podía ver nada más
allá de tres metros.
Uno de los soldados anuncio lo obvio.
—Señor tendremos que continuar a pie.
Naín guardó silencio unos segundos, quería buscar desesperadamente una
solución; si dejaban el gret la búsqueda iría más lenta y por supuesto que
arriesgaba la vida de sus hombres, pero dejar a Andrés suelto sólo significaba
más oportunidades de levantamiento para los ixthus, y eso era algo que no
podía permitir.
Aczib fue quien rompió el silencio.
—No señor, esa es una muy mala idea, arriesgaríamos la vida de nuestros
soldados. Además Andrés estará perdido de todas maneras, no trae equipo ni
provisiones, seguramente el combustible se le acabará pronto y si no muere de
hipotermia entonces morirá de cualquier otra manera.
Naín se exasperó ante tal comentario y con un movimiento rápido, tomó al
soldado por la solapa y lo acercó bruscamente hacia él.
— ¡No entiendes que podría tener información importante sobre las
conspiraciones y el resto de los ixthus!
—Lo siento yo…
— ¡Lo quiero vivo! Ahora dígame soldado Aczib ¿prefiere quedarse a
cuidar del gret?
Todos sabían que quedarse a cuidar de los gret solo significaba una cosa:
ser destituido sin honores del ejército por desobedecer una orden directa. Los
altos cazadores como Naín usaban ese término para resaltar la vergüenza en un
soldado, por no ser capaz de hacer otra cosa más útil y varonil que cuidar de
los gret, además, no significaba que literalmente los dejaban tranquilos dentro
del vehículo, sino que los dejaban esposados con un arma cargada para
disparar a cualquier criminal que intentara acercarse, esa era una última
oportunidad de “salvar” la poca dignidad que les quedaba; si no podían
siquiera salvaguardar un camión eran considerados unos seiri, es decir, algo
peor que un inútil. Era realmente una deshonra que un alto cazador usara esas
palabras con uno de sus soldados, lo cual explicaba que Aczib estuviera
sonrojado y quizá también un poco asustado si Naín decidía dejarlo “atrás”.
—No señor—respondió tratando de ocultar su vergüenza y coraje que eso
le hacía sentir.
—Eso creí—apuntó Naín—. Ahora vaya y baje el equipo, continuaremos
la búsqueda a pie ¡Muévanse todos!
— ¡Sí señor!—gritaron el resto de los soldados, que por todos sumaban
seis.
En menos de un minuto todos estaban listos para seguir con la búsqueda.
— ¡Equipo rojo a la derecha!—ordenó Naín— ¡Ben eres equipo azul, ve
con Aczib a la izquierda y tu Amitai sígueme! Entraremos en la montaña.
— ¡Sí señor!
Antes de irse, Naín dirigió una última mirada a su hermano Benjamín, tan
sólo dos años menor que él y su segundo al mando. Habían tenido que
enfrentar mucho desde pequeños, para empezar, la muerte de sus padres
durante la guerra silenciosa de Hieron; cuando Ben tenía tan sólo un año. Y
durante mucho tiempo para Naín, y en especial para Ben, su ausencia durante
casi todos los años de su vida había dolido más de lo que cualquiera pudiera
imaginar y más de lo que demostraban también.
No obstante, el trabajo de Darcón como padre sustituto había sido
extremadamente bueno. Los había buscado inmediatamente después del fin de
la guerra y los había acogido en su hogar durante toda su infancia. Siempre
cuidando de ellos y haciéndolos mejores personas, a su manera claro.
Darcón había dedicado la mayor parte de su vida al ejército, y por ello se
podía decir que era una persona rígida y sobretodo, muy disciplinada. Fue por
eso que Naín aprendió a ser igualmente disciplinado, como su padrastro,
aunque también a veces (muchas veces) sus seres queridos lo acusaban de ser
emocionalmente muy frío, tanto o más que Darcón; pero Naín no tenía tiempo
para ser cálido, estaba muy ocupado continuando con el trabajo que había
dejado su padre.
Eran originarios de Lodebar, una de las ciudades dominantes en la región
de Lod. Naín y Ben eran, por mucho, de los mejores en lo que hacían, ser
cazadores. Los cazadores eran una unidad especial que se dedicaba a buscar en
cuerpo y alma a los criminales más peligrosos de toda la región. Había sido
creada meses después de la guerra silenciosa, cuando los rebeldes que se
llamaron a sí mismos “Ixthus” se levantaron para derrocar al gobernante de la
época; el cual era descendiente de Belial el grande, el mismo que había
conquistado este mundo para dárselo a los humanos como un regalo para una
raza joven, desde entonces a todo gobernante se le llamó “Belial”.
En ese año fueron derrotados gracias al acto heroico de Simón, padre de
Naín, quién detonó una bomba en el puente principal y compró tiempo para
que llegaran los refuerzos; sin embargo aún quedaban algunos simpatizantes
del grupo rebelde que aguardaban el momento perfecto para un nuevo
levantamiento. Ahora el trabajo de Naín y Ben era acabar con esos pocos
simpatizantes y evitar así desastres futuros; y lo hacían con la misma pasión
que sus padres hacía diecinueve años.
Ben sintió a mirada de su hermano. Volteo a verlo mientras levantaba el
pulgar para tranquilizarlo, sabía que ni aún en las misiones dejaba de ser el
hermano mayor. Naín respondió con una mirada de “no te mueras” antes de
darse la vuelta e irse junto con Amitai.

Avanzaban a paso acelerado y en silencio, lo único que se podía escuchar


era el crujir de la nieve debajo de sus toscas botas y el ulular del viento.
Naín tenía las manos entumidas, el aire helado alcanzaba a filtrarse a través
de sus gruesos guantes de lana, y la punta metálica de sus botas hacía que sus
dedos se congelaran dentro de ellas.
Trató de ver a través de la mira de su rifle, pero nada, solo había densa
niebla por todas partes. Ajustó un poco su visor de vidrio polarizado y con el
dedo índice le indicó a Amitai que se moviera más rápido. Avanzaron por un
escarpado trecho entre la montaña, un ruido seco llamó su atención y volteó
para ver de dónde provenía el sonido; Amitai se encontraba doblado,
apoyándose con una mano en la pared, tenía una mueca de dolor en su cara y
luego lanzó un leve gemido y comenzó a maldecir al mismo tiempo que
sobaba su rodilla. Se había golpeado con una roca que se asomaba de la pared,
Naín puso los ojos en blanco al pensar en lo ridícula que era aquella situación.
Se llevó el dedo índice a los labios para pedirle silencio y luego lo movió en
círculos para indicarle que siguiera moviéndose. Mientras más avanzaban, más
complicado era poder ver algo en aquella niebla, además, la montaña había
eliminado cualquier rastro de luz que pudiera abrirse paso hasta ellos.
Siguieron caminando unos cuantos metros, absortos en su búsqueda, pero
algo los hizo detenerse, al menos a Naín. Un ruido, o mejor dicho, un
murmullo; algo apenas perceptible en el aire.
— ¡Alto!—ordenó Naín— ¿Escuchaste eso?
Amitai se detuvo en seco, inclinó su oído hacia donde al parecer, Naín
creía que venía el sonido. Se había levantado el visor y tenía la cabeza
levemente inclinada hacia su izquierda, sostenía su dedo índice en el aire,
quizá para que entendiera que no debían moverse ni un milímetro, de lo
contrario no podría escuchar el murmullo.
—Yo no escucho nada—dijo Amitai.
—Shh—intervino Naín.
El claramente escuchaba algo, poco a poco el murmullo fue aumentando
de nivel, pero aún no alcanzaba a distinguir nada, era como muchas voces
susurrando algo y eso era lo que lo hacía indescifrable; además, el eco
rebotando en todas las paredes de la montaña tampoco ayudaba. Naín
apuntaba a todos lados con su arma buscando el origen de los sonidos; dándole
un gran espectáculo a Amitai que ya había bajado la guardia, tenía el ceño
fruncido y miraba a todos lados, en realidad estaba preguntándose si su líder se
estaba volviendo loco.
—Señor—dijo Amitai interrumpiendo la paranoia de Naín—, debemos
continuar.
— ¡No me digas que no escuchas eso!—respondió Naín un poco frustrado
de que Amitai no escuchara lo mismo que él.
—No, en realidad no, pero puede ser el viento, o alguno de los nuestros
cerca, no lo sé. Mejor sigamos adelante.
— ¡No, claro que no es el…!
No pudo terminar la frase, al mirar un poco más allá de Amitai notó una
silueta acercándose a ellos. Levantó su rifle y le apuntó a la sombra y esta vez
Amitai estaba percibiendo lo mismo que su líder.
— ¡Alto ahí! ¿Quién eres?—gritó Naín.
Sintió como todos los músculos de su cuerpo se tensaron a la misma vez,
listos para entrar en acción, sabía muy bien que había escuchado algo y muy
probablemente esa silueta tenía algo que ver con ello.
Pasó de lado a Amitai y caminó para estar más cerca del extraño individuo.
Éste se movía demasiado lento, era sin duda alguna, un hombre; llevaba las
manos caídas en los costados, tenía los puños cerrados y era alto, muy alto.
— ¡No des un paso más o te juro que disparo!
Casi como si hubiera escuchado por primera vez la voz de Naín, el hombre
se detuvo.
— ¡Arriba las manos!—ordenó Amitai— ¡déjame ver tus manos!
Pero la silueta solo se quedó ahí, estática, no se movía ni un milímetro; al
igual que los dos cazadores. Ninguno quería moverse, pues no sabían qué
clase de trucos podría mostrar ese hombre, que ya estaban casi seguros de que
se trataba de Andrés.
Lo miraban esperando a que intentara una sucia jugarreta como las que
anteriormente les había mostrado y tanto le habían ayudado para eludirlos
todos esos días. No obstante, comenzó a subir sus manos lentamente, como si
se estuviera rindiendo, las colocó detrás de su cabeza sin decir una palabra y
esperando una nueva orden.
Los dos cazadores ni siquiera pestañeaban, se les hacía muy difícil creer
que el tipo se rindiera así nada más, y estaban indecisos de dar el siguiente
paso.
—Bien, ahora date la vuelta—Le ordenó Amitai.
El tipo comenzó a moverse obedeciendo la orden.
— ¡Ayuda por favor!

Ese grito de auxilio sonaba demasiado apremiante, Naín habría preferido


mantener su mirada en su objetivo, pero no estaba en su naturaleza abandonar
a ninguno de sus hombres, y menos en situaciones críticas.
Los dos se dieron vuelta instantáneamente, ahora apuntado al nuevo
intruso. Era Aczib y se veía asustado, su respiración era agitada, como si
hubiera recorrido un larguísimo maratón.
Naín volvió su mirada de nuevo a la sombra misteriosa, dispuesto a
dispararle en una pierna por si intentaba huir con la distracción, pero cuando
volteo ya se había ido, en cuestión de milésimas de segundo, la sombra
desapareció.
— ¡Maldición!—dijo Amitai mientras se acercaba amenazadoramente a
Aczib— ¡Aczib ¿qué rayos te pasa? pude haberte metido una bala entre los
ojos!
— ¡Se trata de Ben señor!—dijo Aczib mirando a Naín e ignorando las
amenazas de Amitai.
— ¿Qué ha pasado?—preguntó Naín preocupado.
—Cayó por la barranca, Andrés apareció de la nada y lo empujó.
“¿Andrés?” se preguntó Naín. Eso quería decir que la silueta que acababa
de ver no pertenecía a Andrés, pero si no era de él… ¿entonces de quién?
Empujó ese pensamiento a un lado en su mente, por ahora, su hermano
estaba en problemas y no había cabida para nada más. En cuanto Aczib
interpretó la mirada de Naín, se echó a correr con él pegado a los talones,
indicándole el camino.
Mientras corría, Naín comenzaba a cuestionarse si realmente había un
error; no podía confiar plenamente en una suposición hecha en su cabeza pero
¿Cómo podía Ben ser arrojado por un costal de huesos como Andrés por una
barranca? No era razonable, sin embargo poco a poco comenzó a asustarse de
que no fuera un error y su hermano realmente estuviera gravemente herido. Si
así fuera, todo sería culpa suya; por haberlo llevado hasta ahí y peor aún,
haberlo descuidado, dejándolo solo con un novato que poco o nada podía
hacer para ayudar.
El aire helado cortaba sus mejillas y ya ni hablar de la nula sensibilidad
que tenía en sus dedos de manos y pies, pero se esforzó al máximo para que
sus piernas corrieran más rápido de lo que nunca lo hubieran hecho. Tan
rápido corrió Naín que muy pronto dejó a los otros dos muy atrás y es que su
mente le recitaba una larga lista de consecuencias por caer desde un precipicio
y ninguna era en absoluto agradable. “Ya basta” se regañó a sí mismo “mejor
piensa en algo que ayude”.
— ¡La barranca Naín!—gritó Amitai al ver que Naín no disminuía su
velocidad.
Naín derrapó muy cerca de la orilla y quedó con los pies colgando sobre el
vacío. Sus negativos pensamientos y la densa neblina contribuyeron a ignorar
por completo la barranca que se extendía frente a él, pero afortunadamente el
aviso de Amitai llegó a tiempo.
Amitai y Aczib llegaron unos segundos después y ayudaron a Naín a
levantarse y a alejarse de la orilla.
—Necesitamos bajar—dijo Naín— ¿Dónde están las cuerdas y los
arneses?
—En el gret señor—respondió Amitai.
—Muy bien, Aczib ve por ellas rápido. El gret no debe estar a más de
doscientos metros de aquí y comunícate con el equipo rojo, infórmales de la
situación.
— ¡Sí señor!
—Amitai ayúdame a buscar cualquier señal de Ben.
Comenzaron a caminar cerca del barranco buscando huellas o cualquier
cosa que pudiera indicarles la ubicación de Ben. Naín caminaba en completo
silencio, no sólo forzaba a sus ojos a encontrar pistas, también sus oídos
estaban atentos a cualquier señal de vida que pudiera percibir. En su mente
albergaba la idea de que él estaba bien y que pronto aparecería haciendo una
de sus acostumbradas bromas.
Decidió buscar por su cuenta, apartado de Amitai, así el crujir de la nieve
bajo sus botas no lo distraería de su principal tarea. Transcurrieron los minutos
y no había ni la más mínima señal de Ben, Naín comenzaba a temblar y no
necesariamente de frio. Unos metros más adelante encontró huellas en la
nieve, eran más bien unos borrones, señales de que anteriormente había
ocurrido una pelea. Se quedó cerca, siguiendo el curso de las huellas hasta que
llegó al borde del barranco. Se arrodilló y observó con cuidado hacia abajo.
Nada se veía, excepto niebla por todos lados, estaba pensando en ir a buscar a
Amitai para que le ayudara a bajar pero luego creyó escuchar algo, se detuvo
en seco y se obligó a respirar más despacio para no perder la pista que acababa
de encontrar. Primero escuchó un leve y muy sutil gemido, pero para su mala
suerte no lo volvió a escuchar. Llegó a pensar que en su desesperación su
mente le había hecho una jugarreta y se levantó para reanudar su marcha, pero
segundos después el gemido se repitió y esta vez era más claro, ya no tenía
ninguna duda, había encontrado a su hermano.

Se apresuró a deshacerse de su chaqueta y de todas sus pertenencias, debía


deshacerse de todo el peso extra que traía consigo para poder descender sin
problemas hasta su hermano.
— ¡Amitai, por aquí!—gritó— ¡ven rápido!
Amitai llegó corriendo al lugar.
— ¿Qué pasó?—preguntó casi sin aliento— ¿Dónde está?
—Abajo, solo escuché un gemido, no puedo ver nada.
Si Amitai no hubiera escuchado de nuevo el gemido habría pensado que su
líder estaba escuchando cosas en su cabeza otra vez.
—Es verdad, no debe estar muy abajo si podemos escucharlo.
El corazón de Naín palpitaba tan fuerte que incluso podía escucharlo.
Prometió que si regresaba con su hermano en una pieza para la siguiente
misión tendría más cuidado con él y no volvería a dejarlo solo, o quizá ni
siquiera volvería a llevarlo a donde su vida podría correr peligro. En realidad
ahora podría prometer cualquier cosa con tal de que su imprudencia no se
reflejara en consecuencias graves.
Tomó el intercomunicador de su chaqueta y llamó a Aczib.
—Aczib necesito esas cuerdas ahora.
—Ya voy de regreso señor. Llegare en un minuto.
—Puede que no lo tengamos.
—Haré lo que pueda.
Naín apretó el puño y sintió como su corazón se aceleraba con cada
segundo que perdían, pero sabía que no había nada que hacer, no hasta que
Aczib llegara con las cuerdas. Se volvió a arrodillar junto a Amitai que
intentaba ver a través de las mira de su rifle, pero era inútil, la niebla no les
permitiría ver nada en tres metros a la redonda.
Luego de un minuto que a Naín le pareció interminable, Aczib llegó con
las cuerdas y los arneses.
Naín se apresuró a colocarse el arnés, primero la pierna derecha luego la
izquierda. Mientras tanto Amitai y Aczib se colocaban una especie de faja con
una gruesa argolla en el estómago y otra igual en la espalda baja, se pusieron
frente a la barranca uno detrás del otro y pasaron la cuerda por las argollas
para soportar el peso de Naín y luego lo sujetaron a su arnés.
Comenzó a descender por el precipicio empujándose con sus pies hacia
atrás, mientras Amitai y Aczib soltaban poco a poco la cuerda que lo sostenía.
Cundo hubo descendido unos cinco metros pudo ver lo que parecía ser el
logotipo de su unidad, una cabeza de lobo blanca impresa en la espalda de la
chaqueta negra. Definitivamente era su hermano y aún seguía respirando,
sintió como la esperanza renacía en su interior.
— ¡Sólo dos metros más!—gritó Naín para que Amitai y Aczib supieran
cuanta cuerda soltar.
Cuando estuvo a sólo medio metro de su hermano pudo darse cuenta de
que había caído en una enrome roca que se asomaba de la montaña y formaba
una especie de descanso.
—Aguanta, ya estoy aquí.
No fue sino hasta que estuvo de rodillas junto a Ben que se dio cuenta de
que tenía ambas piernas rotas, dobladas en ángulos anormales y yacía boca
abajo. Naín comenzó a culparse de nuevo, ese accidente ya había arruinado a
su hermano para siempre. Estaba claro que en un futuro no podría hacer las
mismas cosas que antes y todo por no haber sido más precavido o por no haber
escuchado a Aczib cuando le advirtió que entrar en la montaña sería peligroso.
Puso su mano en su espalda y lo sacudió levemente para recibir alguna
respuesta de él, pero solo consiguió soltar un grito ahogado, Naín se dio
cuenta de que acababa de lastimarlo, apartó rápidamente su mano de su
espalda y trató de buscar con la vista dónde estaba el problema.
—Ben dime que…
Interrumpió sus palabras al recordar que en el entrenamiento de primeros
auxilios el instructor les había contado una anécdota de una persona que había
caído de una altura semejante y se había roto la espalda por el impacto.
Levantó lentamente la chaqueta de Ben para descubrir su espalda y vio con
horror como claramente su columna estaba rota en la espalda baja, tenía una
protuberancia rodeada de un enorme moretón entre azulado y verdoso.
Un frío distinto se apoderó de su cuerpo, ahora ya no le preocupaba que su
hermano pudiera o no caminar, ahora se preguntaba si por lo menos podría
sobrevivir a eso. Intentó recordar si en esa anécdota del instructor la persona
había sobrevivido pero los pensamientos se le enredaban en la cabeza y no
podía recordar nada. Se concentró en lo que sí recordaba. Les pidió a sus
compañeros que hablaran a la oficina central para pedir ayuda, tardaría una
hora en llegar un Soc de rescate. Estaban muy lejos y la niebla no ayudaría
mucho al rescate. Aunque los Socs eran aviones especiales para situaciones
como esas, no eran muy veloces.
—Naín—dijo Ben reuniendo todas sus fuerzas para que por lo menos
saliera en un susurro.
—Aquí estoy.
—Hace… mucho frío hermano.
Naín se obligó a emitir un sonido parecido al de una risa, por el tono que
su hermano había usado en ese comentario, supo que lo que quería, era aliviar
un poco la tensión de la situación; pero también hizo algo al respecto, le pidió
a Amitai que lanzara su chaqueta por el precipicio, la cual apareció ondeando
al poco rato; Naín la atrapó en el aire y cubrió con ella a su hermano.
—Jamás te ha gustado tener los dedos fríos —comentó en un fallido
intento de parecer animado.
—Ahora todo mi cuerpo está frío.
Ben comenzó a reírse de su propio comentario, pero la sangre en su
garganta lo ahogaba y comenzó a toser.
—Tranquilo, tranquilo—Lo animaba Naín—. No dejaré que nada te pase.
—Hay cosas que no están en tus manos hermano.
—Esta sí lo está—afirmó Naín muy decidido.
Ben sonrió, sabía que esa sería la respuesta de su hermano, siempre había
sido excesivamente terco, aun cuando las cosas pintaban en dirección
contraria, él siempre buscaba seguir su propio camino.
—Naín, tengo tanto que decirte, tantas cosas y tan poco tiempo.
—No, no hables ahora, tendremos suficiente tiempo después de que te
recuperes.
—No… seas tonto. Tienes que… dejarme ir.
—Nunca, no así.
—Esto… no tiene que ver contigo. Quiero esto… esto es bueno.
—No es verdad—dijo Naín apretando los dientes—. Tú no quieres esto.
—Por favor… solo… solo cuida a mis chicas… a las dos.
Un enorme nudo se formó en la garganta de Naín al recordar a la esposa de
su hermano, estaba a tan solo un par de meses de dar a luz a su sobrina y dos
lágrimas escaparon de sus ojos sin siquiera avisarle. La mirada de Ben no
conseguía conectarse con los ojos de su hermano, parecía perdido en la lejanía.
Tenía una muy leve sonrisa en sus labios y un hilo de sangre salía de una de
sus comisuras y bajaba hasta la barbilla.
— ¡No!
Naín intentó imprimirle fuerza a ese “no” pero su voz sonó muy débil y
aflautada, y no tuvo el efecto que había pretendido. No quería que su hermano
se rindiera así de fácil, por eso se esforzaba en mantenerse fuerte, no obstante,
su voz delataba lo asustado que se sentía.
—Siempre tratando de cuidarme de la verdad Naín—dijo Ben y parecía
más tranquilo que su hermano—. Sé lo que sigue, lo siento, sólo prométemelo
por favor.
Naín luchaba con sus palabras, sentía que si cedía a la petición de su
hermano se estaría rindiendo como él; pero luego de unos segundos cumplió
con los deseos de su hermano.
—Lo prometo.
La sonrisa de Ben se hizo más grande cuando escuchó eso, soltó un leve
suspiro y la luz de sus ojos se fue, quedaron vacíos, mirando a la nada.

Naín jamás había pensado que un ser humano podría ser capaz de sentirse
como él se sentía ahora. Le habían arrebatado a su única familia.
Inconscientemente, él había pensado que él y su hermano estarían juntos para
siempre, que después de haber pasado tantas cosas ya no existía en el mundo
ningún reto que los pudiera separar, y que, después de todo, él moriría primero
que Ben cuando ya fuera muy anciano porque, eso era lo lógico ¿no? Él era el
mayor. Pero ahora, junto al cuerpo sin vida de su hermano supo que nunca se
está preparado para perder a un ser querido. Era muy difícil de explicar lo que
estaba sintiendo en ese momento. Era como un ancla muy pesada que tiraba de
sus entrañas hacia abajo, se sentía sin fuerzas pero a la vez con el coraje
necesario para incluso entregar su propia vida a cambio de la de su hermano,
sin embargo él sabía que con la muerte no hay tratos. Es un monstruo que no
respeta a nadie sea rico o pobre, niño o anciano.
Se echó a llorar desconsolado sobre el cuerpo inerte de su hermano, no le
importaba que lo vieran o lo escucharan, nada le importaba ahora, nada
excepto que el universo se apiadara de él y le devolviera a su hermano.
Prometía ser mejor, más cuidadoso, más atento, más cálido incluso; no había
precio que fuera lo suficientemente alto por pagar para que su hermano
estuviera de nuevo con él. Pero al universo no le importaba su dolor, se había
llevado la vida que le interesaba y continuaría moviéndose como siempre, lo
que pasara con Naín o su hermano no era de su incumbencia.
Amitai viendo que Naín tardaba en subir decidió bajar para ver si podía
ayudar en algo, además había escuchado su llanto y también ya se imaginaba
lo peor.
Cuando posó ambos pies en la roca pudo comprobar lo que tanto había
temido. Vio a Naín abrazando el cuerpo de su hermano y sollozando. Se
acercó despacio para separarlo, sabía que no le haría ningún bien quedarse ahí,
tratando de reparar lo irreparable.
—Naín ven—Le dijo lo más cálido que pudo y tomándolo de un brazo.
— ¡No! ¡Déjame!—Le gritó Naín zafándose de su agarre.
A Amitai no le sorprendió la actitud de Naín, pero ahora puso un poco más
de fuerza y abrazándolo por el pecho lo separó de su hermano mientras Naín
forcejeaba con él.
Luego de un rato Naín dejó de luchar y se dejó caer de rodillas sobre la
nieve aunque aun sollozando. Amitai se quedó a su lado para brindarle
consuelo, pero Naín no quería ser consolado, no quería el pésame de nadie
quería estar solo y olvidarse de todo.
—Señor—La voz de Aczib sonó por el intercomunicador—, el equipo rojo
atrapó a Andrés, nos informaron hace unos segundos.
Con esas palabras Naín sintió como una fuerza extraña llegaba a todo su
cuerpo a manera de electricidad que lo ayudó a levantarse y cortó de tajo todas
sus lágrimas, sólo había una persona responsable de la muerte de su hermano y
ese era Andrés. Sin pensarlo dos veces tomó la cuerda que lo sujetaba y
comenzó a subir. Cuando puso un pie sobre el borde arrancó la cuerda de su
arnés y sin prestar atención a los gritos de Amitai que le pedían quedarse a
pensar las cosas salió corriendo derecho al gret; donde estaba seguro que
Andrés estaba. No tardó más de dos minutos en encontrarlo y con gran
satisfacción vio que dentro se encontraba Andrés custodiado por el equipo
rojo, cuando llegó lo tomo por el cuello del saco y lo arrojó con fuerza al
suelo. La cabeza de Andrés rebotó como pelota en la nieve y su rostro se
demudó al ver la ira que transpiraba Naín. Luego lo volvió a tomar del saco
pero esta vez lo tumbó boca abajo y lo liberó de sus esposas; Andrés un tanto
confuso se puso de pie y lo miró a los ojos, estaban inyectados en sangre y
tenía los puños cerrados, listos para pelear.
—No puedes…
Andrés quiso calmar un poco la situación y ver si así lograba salvar su
vida; pero antes de que pudiera decir algo más, Naín le dio con su puño de
hierro en la nariz y pronto la sangre comenzó a brotar a chorros.
— ¡Tenía una esposa…!—dijo Naín mientras le propiciaba otro puñetazo
en la barbilla— ¡iba a tener una hija…!—Otro puñetazo en el estómago— ¡era
mi hermano!—Una patada en las corvas.
Andrés intentó defenderse soltándole un codazo en la sien a Naín, pero
solo lo hizo retroceder unos pasos con lo que tomó impulso para taclearlo y
una vez en el suelo siguió golpeándolo, a veces en la cabeza y otras en la
nariz, que a estas alturas estaba rota en mil pedazos. En realidad no importaba
con qué golpearan a Naín en ese momento, podrían pasarle un camión entero
por todo el cuerpo y aun así no sentiría nada, sólo tenía un objetivo en su
mente, hacerle pagara al culpable lo que había hecho con su hermano, nada lo
desviaría de ese objetivo.
Andrés había perdido toda esperanza de poder defenderse de un soldado de
alto rango como Naín. Levantó las manos y cubrió su cara de la lluvia de
puñetazos que caía sobre ella, pero de pronto los golpes cesaron, intentó
incorporarse pero estaba tan molido que no pudo moverse ni un milímetro,
dejó caer su cabeza en la nieve y se permitió perder el conocimiento. Mientras
tanto Naín ahora forcejeaba con Amitai, que apenas hubo recuperado el cuerpo
de Ben, lo dejó al cuidado de Aczib y había vuelto para evitar que Naín
cometiera un error basado en su coraje; por eso ahora tacleaba a Naín para
alejarlo de Andrés, aunque también odiaba a todos los ixthus, sabía que no se
podían dar el lujo de perder a un informante como él, además si se descubría
que Naín era el homicida de un criminal arrestado que no tenía ninguna
posibilidad de escapar, enfrentaría severos cargos ante la corte.
— ¡Ya basta!—Le dijo mientras le mantenía manos y pies quietos—¡no
vale la pena! ¡Entiende!
— ¡No! ¡Déjame! Ese maldito lo pagará caro.
—Sí, lo hará, pero no ahora ¿de acuerdo? Tú no eres un animal como él ¿o
sí?
Naín sabía que Amitai estaba en lo correcto; pero no quería que nadie lo
ayudara a entrar en razón, ¿Qué importaba si iba a la cárcel? Empujó a Amitai
y volvió a arremeter contra Andrés.
—Si vas a la cárcel ¿Qué pasará con Sara y tu sobrina?—preguntó Amitai.
Naín no dijo nada, pero Amitai acabada de dar en el blanco. Él había
prometido cuidar de ellas y si iba a la cárcel o cometía alguna otra tontería,
fallaría en cumplir esa promesa, y ya no podía seguir fallando; no había
cuidado de su hermano pero aún podía cuidar de su esposa e hija.
— ¿Quién cuidará de ellas?—continuó Amitai.
Naín detuvo sus ataques aunque azotó por última vez la cabeza de Andrés
en el suelo.
— ¡Y ustedes ¿Qué miran?!—Dijo Amitai al equipo rojo que miraba
expectante— ¡Vayan a ayudar a Aczib con el cuerpo de Ben!
Ahora con la muerte de Ben, él era el segundo al mando después de Naín
así que los dos soldados obedecieron sin chistar.
— ¡Si señor!—dijeron mientras se ponían en marcha.
Amitai sacó unas esposas de su bolsillo trasero y se las colocó al criminal
que yacía inconsciente a un metro de ellos. Naín aún apretaba los puños,
estaba enojado, quería seguir golpeando a Andrés o lo que fuera que estuviera
cerca para desahogarse; pero sabía que ese no era el momento. Amitai se
acercó a Naín y le dio una palmada en el hombro, eso lo hizo reaccionar, no se
había dado cuenta que tenía una mirada asesina en sus ojos. Asintió con la
cabeza a Amitai para hacerle saber que ya estaba más repuesto, Amitai suspiró
y entre los dos empezaron a subir a Andrés al gret. Lo colocaron en el asiento
trasero en una posición muy incómoda, pero no les importó. Naín subió al
asiento del conductor mientras Amitai era su copiloto y arrancaron el gret para
encontrarse con el resto de los soldados. La niebla había comenzado a ceder
un poco, por lo menos ya podían distinguir un poco más allá de doce metros y
gracias a esto no tardaron mucho en encontrarlos; se los toparon a mitad del
camino, venían ya de regreso con el cuerpo de Ben envuelto en su propia
chaqueta.

El pesado sentimiento por la muerte de Ben se había apoderado de los


corazones de todos los soldados, Ben había sido un gran amigo para todos
durante cada uno de sus días de servicio. Ahora los jóvenes militares
caminaban con la cabeza gacha y arrastrando los pies mientras transportaban a
su compañero caído.
Se subieron al gret en silencio y así siguieron todo el camino, ahora sin
niebla alrededor cada quién se dedicaba a mirar por su ventana, indiferentes
ante el hermoso paisaje que se extendía a ambos lados del gret. Las
imponentes montañas nevadas se teñían del naranja propio del atardecer. De
haberse tratado de otras circunstancias, probablemente habrían sacado sus
móviles para tomar unas cuantas fotos de lo que sus ojos apreciaban en esos
momentos, pero en realidad, para ellos, todo se veía gris e insípido.
Naín en cambio se olvidaba del paisaje. Sus pensamientos estaban en su
hermano, una parte de él le decía que no estaba muerto, que quién iba en la
parte de atrás era alguien más; pero luego recordaba cómo sus ojos se habían
apagado y lo que le había dicho antes de morir y entonces regresaba a la
realidad. Pensaba también en Sara ¿cómo tomaría la noticia? ¿Sería riesgoso
decírselo cuando estaba tan cerca de dar a luz? Cerró los ojos con fuerza para
contener las lágrimas que deseaban salir, al menos había atrapado al
sinvergüenza responsable de su muerte, lo miró por el espejo retrovisor, seguía
inconsciente, tenía el cabello revuelto y grasoso, su ropa estaba hecha jirones y
su larga barba lo hacía parecerse más al vagabundo que seguido les pedía
comida fuera del cuartel. Le sorprendía que hubiera podido mantenerse en pie
tanto tiempo, seguramente estaría deshidratado y hambriento luego de pasar
una semana huyendo de ellos. “Espero que hayas sufrido mucho” Pensó Naín
“aprovecha mientras estas inconsciente porque una vez que despiertes te haré
pasar un infierno”
— ¿Cuánto falta para llegar?—La pregunta de Aczib regresó a Naín a la
realidad.
—Como hora y cuarto—respondió Amitai.
—Ay no, tengo muchísima hambre.
Todos los soldados conocían a Naín y a su hermano, y por lo mismo
guardaban silencio ante su pérdida; pero Aczib era un novato inexperto que no
conocía ni a Naín ni a Ben, además de que contaba con muy poco o nulo
sentido común, lo cual en ocasiones exasperaba a sus compañeros y ésta era
una de esas ocasiones.
—Me gustaría saber si ésta sucia rata trae algo en sus bolsillos—continuó
Aczib esculcando a Andrés—mmm nop, no trae nada. No es más que un saco
de huesos. Señor ¿cree que podríamos detenernos en el siguiente restaurant
para cenar algo?
—Aczib, asqueroso gusano, será mejor para ti que cierres la boca—dijo
Amitai exasperado por la inconciencia del novato—. No quiero escucharte
decir ni una palabra más o te aseguro que me encargaré que lo único que
comas el resto de tus días sean mis desperdicios ¿has entendido?
Aczib no estaba muy seguro de que Amitai fuera capaz de hacer algo así,
pero tampoco quería averiguarlo.
—Sí señor—respondió irritado por su segunda reprimenda del día.
Naín sabía que Amitai había regañado a Aczib tan severamente porque
quería darle su espacio, que pensara en todo lo que había sucedido y asimilara
su más reciente pérdida y él estaba agradecido por eso. Cuando cosas así
sucedían, lo mejor para Naín era no hablar de ellas hasta que estuviera listo y
probablemente no estaría listo para hablar de eso en mucho, mucho tiempo.
Un par de horas después llegaron al cuartel. Un equipo de forenses ya los
esperaba para hacerse cargo del cuerpo de Ben.
Bajaron el cuerpo con mucho cuidado mientras Naín observaba todo en
silencio, aún tenía muchísimas ganas de llorar; pero si se contenía, era sólo
porque no quería hacerlo delante de todos. Darcón le había enseñado que es de
un buen líder el saber controlar sus emociones y no quería decepcionar a su
mentor, aunque pensaba que ya lo habría decepcionado lo suficiente con la
pérdida de Ben. No sabía cómo haría para decírselo, pues lo amaba igual que a
un hijo suyo y sin duda le dolería saber que ya no estaba más con ellos.
No obstante, Naín no tuvo que recurrir a las palabras para darle a Darcón la
mala noticia; él también estaba ahí, mirando cómo metían a su amado hijastro
en una bolsa para cadáveres; seguramente alguien lo había informado del
accidente en la montaña cuando llamaron por ayuda.
Observaba fijamente a todos y cada uno de los forenses, seguramente con
las ganas de gritarles que se detuvieran, que Ben no estaba muerto; pero no
había manera de saber lo que estaba pensando, pues su mirada era
inescrutable; y con esos mismos ojos, observó Naín desde el otro lado del
estacionamiento. Habría dado lo que fuera por saber lo que esa mirada
significaba ¿Estaría enojado, decepcionado, triste, frustrado? En ese momento
Naín no lo supo. Darcón simplemente se dio la media vuelta y se fue.
Amitai y los demás llevaron al criminal al hospital en condición de
detenido, luego se fueron directo al comedor para ver si podían alcanzar
aunque sea las sobras de la cena; pero Naín había perdido todo el apetito,
prefirió ir directo a su pequeño departamento y encerrarse hasta que llegara la
hora de ir a visitar a Sara. Miró su reloj de pared, marcaba las doce y media de
la mañana, seguramente Sara estaría dormida, esperaría hasta el amanecer para
verla. Se quitó las pesadas botas y se tiró en la cama y entonces lloró, lloró
desconsolado sobre su almohada; recordaba todos los momentos que había
pasado con Ben, los buenos y los malos. Las imágenes de cuando eran unos
traviesos niños arrojando piedras desde el tejado de su casa a los transeúntes,
cuando conocieron a Sara a los catorce años y Ben no se atrevía a hablarle
hasta que Naín intervino en su favor con ella, la vez que Naín se rompió el
brazo al tratar de alcanzar unos huevos de codorniz de un árbol altísimo,
cuando entraron juntos al ejército y fueron seleccionados para ser cazadores
luego de demostrar sus grandes habilidades como guerreros. Estas y muchas
más cosas eran las que lo mantuvieron gimoteando hasta que se quedó
completamente dormido.

Un picor en su brazo derecho lo obligó a incorporarse en el tieso suelo,


volteó a todos lados para ver dónde se encontraba pero una cegadora luz se lo
impidió; entornó los ojos para adaptarlos y poco a poco se acostumbró a ella y
se dio cuenta de que no era tan intensa como él había supuesto. La picazón que
había sentido se debía a unas cuantas piedras del pavimento incrustadas en el
hombro, las sacudió con su mano y cayó en la cuenta de que estaba frente a la
casa de Sara; ella estaba arrodillada frente a una maceta, tenía un sombrero de
paja y guantes de jardinería. La observó por un minuto hasta que ella le habló.
Seguía de espaldas a él y aunque se encontraba como a diez metros de
distancia, su voz sonó como si estuviera a tan sólo dos pasos.
—Tú debiste haberlo sabido desde un principio.
Naín volteó a todos lados, incrédulo de que realmente fuera la voz de Sara;
pero no había nadie más cerca. La calle estaba mortalmente vacía y silenciosa.
Además Sara nunca se volteó a verlo, seguía concentrada en sus plantas.
— ¿Qué…? ¿Saber qué Sara?—respondió Naín luego de un momento.
—Que no debías llevarlo ahí, porque seguramente algo pasaría. ¡Era muy
obvio! Pero tu orgullo pesó más que su vida.
—No Sara, te juro que yo no tenía idea. Habría hecho lo que fuera con tal
de que no muriera.
—No, no importa ya. Él está muerto y ahora ella también. ¡Por tu culpa!
— ¿Ella? ¿Quién ella?
Hasta entonces había creído que Sara trabajaba en sus plantas pero cuando
se levantó y se volteó para mirarlo, supo que no podía estar más equivocado.
Una pequeña tumba se alzaba a sus pies, sus ojos estaban vidriosos y ella ya
no parecía estar embarazada, su vientre estaba plano otra vez y entonces
entendió lo que pasaba. Al enterarse de la muerte de Ben había muerto
también su hija.
Una profunda culpa llenó todo su cuerpo, corrió para encontrarse con Sara;
pero aunque sus piernas se movían muy rápido no conseguía adelantarse ni un
milímetro. Comenzó a desesperarse, gritó hasta quedarse afónico pero Sara
aún seguía lejos. Segundos después la calle, Sara, la casa, todo fue absorbido
como en una especie de hoyo negro y cayó de rodillas; exhausto por el
esfuerzo.
Se levantó temblando, solo para descubrir que ya no estaba en casa de
Sara, ahora se encontraba de nuevo en la montaña, se levantó sorprendido por
el ambiente tan cálido que se sentía considerando la nieve que lo rodeaba. Se
dio cuenta de que no tenía más que unos jeans y una camisa de manga corta y
por si fuera poco, estaba descalzo sobre la nieve; sin embargo para sus pies la
sensación era muy parecida a estar pisando arena de la playa. Exploró la
montaña, buscando a sus demás hombres. Llegó a dónde anteriormente habían
estacionado el gret; pero no había ni siquiera rodadas en el suelo. Se sentó en
la nieve y utilizó una roca como respaldo pero de nuevo el murmullo llamó su
atención y se puso de pie de un salto. Frunció el ceño, lo único que podía
identificar era un seseo y al final captaba algo que el entendía como una “e”
pero las voces tenían eco lo que lo confundía aún más. Escaneó la montaña
buscando el origen del murmullo. Parecía venir de todos lados. Mientras su
cabeza daba vueltas buscando la fuente de aquel ruido descubrió una silueta,
parecía ser un hombre. Estaba sentado en una roca y en cuanto sus ojos se
posaron en él, se levantó. Naín, por instinto, buscó a tientas su pistola en los
costados de sus pantalones, pero se había olvidado que no traía nada de su
equipo. No tuvo más remedio que levantar sus puños e intentar valerse de
ellos.
A cada paso que el desconocido daba la respiración de Naín se volvía más
pesada. Esperaba ver aparecer a Andrés pero en lugar de eso se llevó una
enorme sorpresa, ante sus ojos la sombra tomó color y entonces lo reconoció,
hubiera querido decir algo pero su mente estaba completamente liada, por eso
fue él quien inició la conversación
— ¡Hermano! Quiero decir, señor, ¿Qué hace usted aquí?
Naín se olvidó de los formalismos y se lanzó hacia su hermano para
fundirse en un abrazo con él.
—Ben, no sabes cuánto lo lamento, fue mi culpa ¿sabes? Aczib me lo
advirtió él dijo…
—Shhh—Lo interrumpió Ben—. No importa ya, no he venido a culparte,
no arruines este momento por favor—Soltó una carcajada y palmeó el hombro
de Naín—. Ya no eres el mismo chiquillo que dejaba encerrados a sus
maestros y compañeros en el salón de clases ¿verdad?
Naín también soltó una carcajada al recordar aquel momento del que
hablaba.
—Hay cosas que forzosamente tienen que cambiar, creo.
—Bueno, solo espero que en cuanto a lo bueno nunca cambies pero
todavía no has cambiado lo más importante.
— ¿A qué te refieres?
Ben suspiró y con su brazo dirigió a Naín hasta un sillón que no supo a qué
hora había aparecido, de hecho ahora ya no estaba en la montaña sino en su
propio departamento.
–Escucha Naín…
Las siguientes palabras de Ben salieron de una manera indescifrable como
si hablara en otro idioma.
—No te entendí nada, ¿qué me decías?
Ben se entristeció al escuchar aquello, esperaba que su hermano supiera lo
que quería decirle y cuando vio que no pasó como esperaba se decepcionó.
—Naín ¿tienes oídos?
—Sí.
—Entonces escucha.
—Claro pero… ¿qué es lo que debo escuchar?
Ben no contesto, se dibujó una enorme sonrisa en su rostro y ese hilo de
sangre volvió a salir de una de sus comisuras mientras se levantaba y
comenzaba a desvanecerse.
— ¡No! ¡Espera!—gritó Naín—no te vayas por favor—su voz se quebró
—. Ben no te vayas. Aún no he entendido lo que querías decirme.
Se lanzó hacia Ben para tratar de detenerlo, pero sus manos no fueron
capaces de sujetar nada, era como si su hermano estuviera hecho de aire. Se
levantó y lo buscó con la mirada, pero él ya no estaba por ninguna parte, en
cambio un lejano e incesante sonido empezaba a llenar su pequeño
departamento, y con cada segundo que pasaba se volvía más fuerte hasta el
punto en que tuvo que poner sus manos sobre sus oídos, mientras caía de
rodillas y su nariz tocaba el suelo frio. Se habría vuelto loco de no ser porque
despertó repentinamente de su sueño y se dio cuenta que el incesante sonido
provenía de su despertador. Lanzó un fuerte manotazo sobre el reloj para
apagarlo, había sonado tal como él lo había programado, a las siete en punto.

Aún estaba un tanto aturdido por el sueño que acababa de tener. Prefirió
quedarse acostado unos segundos más, mientras su mente se aclaraba. Frotó
sus ojos y suspiró, aún tenía el uniforme puesto y la cama estaba
perfectamente tendida debajo de él, todo estaba en silencio, excepto por el
canto de algunos pájaros en el exterior y el paso marcial de los soldados que
ya habían salido a cumplir con su rutina de entrenamiento.
Ese día de domingo particularmente, era su día de descanso así que no
tenía ninguna prisa por levantarse; sin embargo recordó que tenía cosas
importantes que hacer, empezando por la visita a Sara y el arreglo de los
papeles del arresto de Andrés.
Se sentó en la orilla de la cama con los codos sobre las rodillas y parpadeó
fuerte para sacar el sueño de sus ojos. Quiso darse un buen baño antes de salir
a cumplir con sus responsabilidades, así que caminó lento hacia la regadera
con ropa limpia en las manos. El agua tibia caía sobre su espalda dándole un
merecido masaje. Fue imposible evitar que su reciente sueño saltara en su
mente dando vueltas y vueltas, había tanto misterio en él que aunque se
esforzó por dejar de pensar en eso, no pudo; la profunda culpa que sentía lo
había hecho soñar con la muerte de la hija de Ben. “No, eso no pasará”
pensaba “Sara es una mujer fuerte”. Y por supuesto que pensaba en lo que Ben
se había esforzado en decirle.
—Que tonto soy—Se dijo a sí mismo en un susurro—. Fue solo un sueño,
él en realidad no quiso decirme nada—Y luego añadió con tristeza—. Él está
muerto.
Recargó sus manos y frente en la pared mientras dejaba que el agua lo
relajara, trató de convencerse de que definitivamente había sido un sueño y
funcionó, porque el resto del día no volvió a pensar en eso.
Normalmente en sus días de descanso se hubiera puesto ropa común y
corriente, pero dado que tendría que cumplir con asuntos oficiales esa mañana,
fue directo a su armario y sacó su traje de gala. Eran unos pantalones de vestir
negros, una camisa impecablemente blanca al igual que los guantes y un saco
negro de cuello alto, lleno medallas y condecoraciones, con cuatro estrellas en
cada una de las hombreras, lo que daba a entender que Naín era un reconocido
siftán, el penúltimo nivel de mando en el ejército.
Salió de su departamento con su gorra bajo el brazo y caminó directo hacia
la oficina central, donde arreglaría primero los papeles del arresto de Andrés y
luego saldría hacia la casa de Sara.
— ¡Wow! Señor—dijo la señorita de la recepción cuando lo vio entrar –
¿Dónde será la fiesta?
—Rut, buenos días—contestó Naín—. Quisiera que fuera por motivo de
fiesta que me puse este traje, pero en realidad voy a visitar a la viuda de Ben.
— ¿Viuda? Oh como lo siento por usted señor, pero todos estamos
orgullosos del trabajo de Ben.
—Ben es, era, uno de los mejores soldados que jamás haya conocido, su
muerte representa una gran pérdida para todo el batallón en especial para mí,
tú sabes, pero no será en vano, te lo aseguro.
—De eso estoy segura, pero ¿cómo está usted señor? No debe ser sencillo
perder a un hermano, sabe si usted algún día quiere hablar yo podría…
—No sea indiscreta Rut—La reprendió Naín—. Cada quién tiene un
superior con el cual hablar. Ahora dígame, donde están los papeles del arresto
de Andrés.
Rut se sintió avergonzada, ella creía que el siftán tenía algún tipo de interés
en ella. La saludaba todos los días y era muy amable, lo que no hacía con
muchas otras mujeres, al menos desde su punto de vista; por eso se había
sentido tan confiada de ofrecerle ese tipo de ayuda. Además no podía dejar de
admitir que sentía un poco de atracción por él. Pues el siftán era muy apuesto,
la mayoría de las mujeres del ejército se derretían por él, pero, o no se daba
cuenta o no le importaba porque hasta ese entonces él se mantenía siendo un
soltero codiciado y parecía ser feliz así.
—Aquí los tengo señor—respondió decepcionada.
Le mostró una carpeta llena de papeles escritos por ambos lados que Naín
debía firmar.
—Bien—dijo Naín una vez que hubo firmado todos los papeles— ¿Sabe si
ya despertó?
La indiferencia de Naín ante los sentimientos de Rut, eran casi ofensivos.
—No hemos recibido ningún informe, pero el ortán Darcón quiere verlo en
cuanto le sea posible.
—Muy bien, dígale que lo veré en cuanto regrese de visitar a Sara.
—Lo haré señor.
Se dio la media vuelta y salió de la oficina, afuera se encontró con Amitai,
estaba todo sudoroso y a pesar que de hacía mucho frío afuera, vestía tan sólo
una camiseta blanca de manga corta y los pantalones negros del uniforme. Un
grupo de veinte soldados corría detrás de él, jadeantes y sudando a chorros, al
parecer se les dificultaba mantener el paso de su líder. Se detuvo en cuanto vio
a Naín y ordenó a uno de sus soldados que dirigiera el entrenamiento.
— ¿Martirizando a los nuevos Amitai?—dijo Naín soltando una risa
ahogada y sin ganas.
—Nada comparado a los martirios que tú nos hacías pasar. Solo algo para
que aprendan a seguir el paso.
Esta vez ambos rieron y luego vino un silencio incómodo de unos cuantos
segundos. Amitai conocía muy bien a Naín y sabía que estaba sufriendo por la
muerte de Ben, pero también sabía que aún no era prudente comentar nada al
respecto.
— ¿Vas a visitar a Sara?
—Sí, así es.
Luego de otros segundos de silencio Amitai finalmente dijo lo que tanto
ansiaba.
—Oye yo quisiera acompañarte sabes, Ben también era mi amigo y…
—Si lo sé—Lo interrumpió Naín y pensó su respuesta un momento—. Está
bien, corre a cambiarte y... a ponerte un poco de desodorante también por
favor.
En cuanto Naín dijo eso Amitai salió disparado a cambiarse, pasaron dos
minutos y ya estaba de vuelta con Naín, caminaron por el sendero que dividía
las jardineras hasta la puerta de entrada donde ya los esperaba un gret
propiamente identificado con el emblema de la unidad.

La casa de Sara era pequeña, tenía una cerca blanca con una puerta en el
centro que daba a un sendero de unos tres metros, interrumpido por cuatro
escalones que llegaban hasta la puerta principal. En la primavera las jardineras
de los lados se llenaban de rosales, geranios y claveles y le daban mucha vida
a la vivienda; pero Ben siempre decía que le gustaba más su aspecto en
invierno, según él se veía más acogedora.
Naín llamó dos veces a la puerta y luego Sara apareció en el umbral.
— ¡Naín, hola!—dijo Sara mientras le daba un cálido abrazo— ¡que gusto
verte!
Naín había acudido en otras ocasiones a dar malas noticias a los familiares
de los soldados heridos o caídos en batalla, pero esta vez era distinto. Sara era
su propia familia e iba a darle la terrible noticia de la muerte de su propio
hermano ¿Cómo podría ser eso más difícil? Él sabía que cuando se pretende
dar ese tipo de noticias, el portador del mensaje debía parecer sereno y cálido
pero a la vez fuerte y sólido. Sentía que en esta ocasión no podría ser ninguna
de esas cosas. Volteó a ver a Amitai buscando algún tipo de apoyo, quizá que
sin decirlo, se ofreciera a ser él quien diera las malas noticias; pero mirando su
rostro sabía que tampoco podría. Amitai también había querido a Ben como si
fuera su propio hermano. Tendría que ser él, le gustara o no.
— ¡Amitai! ¿Cómo estás?—continuó Sara tendiéndole la mano—Pasen
por favor, se están congelando ahí afuera.
En cuanto cruzaron el umbral de la puerta, el largo discurso que habían
ensayado durante todo el camino se borró de sus memorias. Sara fue directo
hacia la cocina para poner agua en la tetera.
—Y díganme—preguntó sin voltear a verlos—¿a qué debo el honor de su
visita?
—Sara—aventuró Naín—, se trata de Ben.
— ¿Qué hay con él?—Seguía concentrada en la estufa—¿está bien?
—S-s-s si b-b-bueno—tartamudeó Amitai—podría decirse.
—Oh que bien, ojalá le den pronto sus vacaciones, me hace mucha falta
ahora que la bebe está a punto de nacer.
—Sara—dijo Naín para enfrentarla con la verdad pero ella seguía
concentrada en el té.
—Hay muchas cosas que ya no puedo hacer sabes, el agacharme para
recoger algo o cuando voy a…
— ¡Sara!
Naín no quería comenzar una plática informal con Sara, porque entonces
sería aún más difícil decirle la terrible verdad, así que quiso apresurar el
asunto lo más que pudo, así al menos todo acabaría más rápido.
Sara levantó la vista hacia Naín cuando notó un cambio en su tono de voz.
—Sara—Dio un suspiro—, me temo que, que no traigo buenas noticias.
Ayer iniciamos una misión, buscábamos a un peligroso criminal en las
montañas y, Ben se enfrentó con él pero el muy cobarde lo arrojó por la
barranca y no, no sobrevivió Sara. Ben esta, está muerto, lo siento mucho.
Los ojos de Sara se quedaron fijos en el rostro de Naín. Buscaba indicios
de que lo que acababa de decir fuera una equivocación, un terrible error; pero
Naín no se equivocaría con un asunto de esa magnitud y de ser un error, él lo
investigaría muy bien antes de decírselo. Aun así, esas palabras no podían
concebirse juntas en su cabeza.
Su piel pálida se tornó aún más pálida, sus delgadas manos comenzaron a
temblar sin que pudiera detenerlas y sus ojos comenzaron a llenarse de
lágrimas.
— ¿Qué?—alcanzó a decir, aunque más bien sonó como un gemido.
—Sara lo siento tanto—dijo Naín y su voz corría el peligro de quebrarse
también—, pero murió haciendo lo que era su deber, debes estar orgullosa.
Ella realmente no estaba orgullosa, no estaba enojada, ni decepcionada ni
mucho menos alegre; ella solamente quería llorar. Puso su mano sobre la mesa
para tratar de detenerse, la fuerza de sus piernas le estaba fallando; sabía que
se desplomaría, Naín llegó a tiempo para detenerla y Amitai llegó detrás de él.
Entre los dos la llevaron hacia el sofá de la sala y ella lloró amargamente sobre
el hombro de Naín, mientras él la abrazaba y Amitai la consolaba poniendo su
mano sobre su espalda.
—Debe haber un error, él es muy joven, no puede morir, no puede
abandonarnos así ¿Qué será de su hija Naín?—decía Sara sollozando.
Naín no sabía que responder. Desafortunadamente no había ningún error y
aunque Ben era muy joven y con toda la vida por delante, había abandonado a
todos los suyos aunque nunca había sido su voluntad.
— ¿Qué voy a hacer sin él?—continuó Sara.
—No estarás sola Sara, me tienes a mí.
— ¿Quién fue Naín? ¿Quién lo asesinó?
—Un ixthus—respondió Naín—. Se llama Andrés.
— ¿Un ixthus? ¿Estás seguro?
—Sí, no había ningún otro capaz de semejante acto.
Ella siempre había estado en contra de la violencia, sabía que los ixthus no
eran buenos pero tampoco estaba de acuerdo con muchos de los tratos que se
les daban. Pensaba que eso solo propiciaba más violencia, siempre hablaba de
que podría haber soluciones más diplomáticas para la resolución de diferencias
de ese tipo; pero ahora se daba cuenta de que en el mundo había personas cuya
única razón de existir era hacer infelices a otros.
La muerte tan injusta de Ben a manos de los ixthus había conseguido
romper algo dentro de ella. Aquello que la hacía ser tan gentil y amable con
todos, incluso con criminales como los ixthus, comenzaba a menguar.
—Hazlo pagar por lo que hizo—dijo apretando los dientes.
La mirada de Sara al decir eso, expresaba mucho odio, rencor y amargura.
Naín no quería alimentar esos sentimientos en ella, pues podría ser que la
destruyeran pero… ¿No era acaso lo mismo que estaba sintiendo él? ¿No tenía
ella el derecho de sentirse así cuando esas sucias pestes se habían llevado a su
compañero de toda la vida?
—Si Sara, lo haré. Capturamos al infeliz y muy pronto lo haremos pagar
por lo que hizo.
Sara ya no dijo nada. Naín siempre cumplía sus promesas y no había
ninguna razón para pensar que no cumpliría con esa tan importante.
—Debemos irnos ahora—continuó Naín—, pero quiero que sepas que
cuentas conmigo para lo que necesites, lo que sea ¿entiendes?
Ella asintió con la cabeza, estaba perdida en sus pensamientos. Las
palabras para ella sobraban en ese momento.
—También yo estoy dispuesto a ayudarte Sara—dijo Amitai—, en lo que
sea.
Sara apreciaba mucho su apoyo, pero en ese momento no quería seguir
hablando, necesitaba estar sola y tanto Naín como Amitai lo comprendieron.
Los dos soldados se despidieron de Sara con un abrazo y reiterándole su
apoyo. Ninguno de los dos quería dejarla sola, pero tampoco podían quedarse
mucho tiempo.

10

Condujeron de regreso por una solitaria calle sin decir una palabra, eran
apenas las diez de la mañana y ya estaban emocionalmente agotados.
El silencio los hacía ponerse más nostálgicos, cuando dejaban que sus
mentes dieran muchas vueltas al mismo asunto terminaban sintiéndose más
miserables que nunca. Fue por eso que Naín decidió interrumpir el silencio
hablando de cosas sin importancia, algo que los distrajera de sus sentimientos.
—Y ¿ves algún potencial en los nuevos?
Probablemente pudo haber elegido un mejor tema para conversar; pero fue
lo primero que se le vino a la mente, además, Amitai también quería pensar en
otra cosa que no fuera la muerte de su amigo.
—Bueno, es difícil saberlo—respondió Amitai—, sólo tienen dos semanas
de ingresados; pero quién sabe, según he oído nadie tenía esperanzas en ti
cuando ingresaste.
Naín rio forzosamente para cambiar un poco el humor general de la
situación. De todos modos, Amitai tenía razón, nadie habría apostado por él en
un inicio.
—Si es verdad—respondió—, era un completo desastre. Mis superiores me
dijeron que me iría mejor vendiendo *Tostilocos en un carrito.
Amitai rio en serio esta vez, no se imaginaba a su líder de vendedor
ambulante.
—Y entonces ¿Cómo fue que llegaste a ser el poderoso Naín?
—El ortán Darcón. Antes de que lo fuera, nunca perdió la fe en mí.
Siempre se quedaba conmigo después de los entrenamientos para ayudarme a
mejorar. Jamás tuve un descanso y el día de selecciones me gradué primero de
mi grupo.
—No te imagino en el nivel más bajo de los cazadores, yo creí que habías
entrado siendo todo un siftán.
—No, para nada. Cuando llegué todos me llamaban seiri; hasta creí que
nadie se sabía mi nombre.
—Vaya, nunca volveré a ver a un novato de la misma manera.
—A veces, los mejores soldados se encuentran donde nadie busca. Tienes
suerte de entrenar a los novatos. Podrías hallar algo prometedor entre ellos.
Amitai hizo un gesto de desdén con el comentario.
—Nah, no lo creo. He estado entrenando a los novatos por tres años y
nunca me pareció ver algo prometedor. Creo que los buenos soldados ya no
existen.
Amitai se quedó pensando en lo que acababa de decir y luego añadió
divertido:
—Tú entrenaste al último.
Naín sabía hacia donde se dirigía su broma, pero comentó con aire
distraído.
— ¿De verdad? ¿Y quién podrá ser ese soldado?
—Te daré una pista. Él es tu mejor amigo.
Naín abrió los ojos de par en par, como si una enorme bombilla se hubiera
encendido en su cabeza.
— ¡Ah claro! ¿Cómo no lo dije antes?
Amitai sonrió con suficiencia anticipando el nombre que mencionaría a
continuación.
—Te refieres a chuchín mi perrito. Claro, él siempre fue muy obediente,
siempre me daba la pata cuando se la pedía.
La sonrisa desapareció repentinamente de la cara de Amitai y fue sustituida
por un ceño fruncido.
—No me refería a chuchín.
—A caray ¿entonces a quién?
— ¡Pues a mí, miope entrenador!
—Puf, nah claro que no, tu nunca me dabas la pata cuando te la pedía.
— ¿A si? Podría dártela ahora mismo en tu cara si así lo quieres.
—Oh no te atrevas.
Amitai no hizo caso de la advertencia de Naín y comenzó a golpearlo en el
hombro; a veces con el puño y otras con sus pies descalzos, que
ocasionalmente se cruzaban hasta su cara. Naín se defendía pero era difícil
concentrarse en el camino y Amitai al mismo tiempo.
—Oh si, Amitai es demasiado para el grandioso Naín ¿eh? – se mofaba
Amitai.
—Ya verás, pedazo de esperpento fofo.
Amitai seguía burlándose de Naín sabiendo que no tendría ninguna
oportunidad de ganarle con el volante en las manos, sin embargo Naín se las
arregló para conducir con las rodillas y usar las manos para someter al
enfadoso de su amigo. Sujetó muy fuerte una de sus manos y la retorció hasta
que Amitai se quedó quieto.
—Auch, ay, ya, ya me rindo, me rindo—dijo Amitai mientras su cara se
embarraba en el parabrisas.
—Ha, ha – exclamó Naín—Nadie puede ganarme a mí.
—Fesre damón chi—El parabrisas le impedía a Amitai hablar con claridad.
— ¿Qué dijiste?
—Fesre damón chi.
—Habla bien pedazo de…
— ¡ese camión sí! – exclamó Amitai despegándose del parabrisas.
Naín volvió su vista al camino y pudo notar el inmenso camión que se
aceraba peligrosamente hacia ellos.
— ¡Ay madre mía!
Dio un volantazo y regreso a su carril en la carretera. Amitai y todo lo que
había dentro del gret se sacudió violentamente, desperdigando papeles y
demás cosas por todo el suelo y ocasionándole uno que otro tope en la cabeza
a Amitai; pero afortunadamente no pasó a más. Solo fue un pequeño susto.
Amitai soltó una tremenda carcajada mientras Naín controlaba el gret.
— ¡Eso fue divertido! ¡Otra vez!—dijo Amitai.
Habían sentido muy cerca el accidente. El camión pasó rosándolos y
haciendo sonar su claxon furiosamente; pero ahora que ya estaban a salvo, la
descarga de adrenalina se convertía en alivio y risas.
Un día de estos vas a matarme—le dijo Naín a Amitai riendo.
Amitai no respondió, seguía riendo escandalosamente por la situación que
había provocado.
El resto del camino fue más llevadero, definitivamente se habían distraído
del sentimiento de pesadez que hundía sus corazones. Aunque esa distracción
no duraría todo el día, en algún momento volverían a tener su semblante
sombrío.
—Mira eso—comentó Naín—llegamos justo a tiempo, creo que ya te están
esperando en el área de rally.
Amitai alzó la vista, a lo lejos se alcanzaba a divisar un grupo de soldados
escalando torpemente un muro de tablones.
—Oh vaya—dijo Amitai desganado—, hurra, entrenamiento en el rally.
Dejaron el gret en el estacionamiento. Amitai se dirigió hacia el rally y
Naín fue directo a la oficina del ortán Darcón, estaba seguro de que le hablaría
de la misión anterior y su terrible desenlace.

11

Sólo había estado en aquella oficina un par de veces en su vida, la primera


cuando pidió (contra su voluntad) una incapacidad para poder recuperarse de
una lesión en la pierna derecha. En una de las misiones que Naín había
dirigido en un abandonado almacén de madera, un criminal intentó acabar con
uno de los soldados atándolo a la sierra eléctrica, Naín reaccionó de inmediato
y logró salvarlo, pero a un alto precio, la sierra dejó un corte de cinco
centímetros de profundidad en su muslo, dejándolo incapacitado por un mes.
Y la segunda ocasión fue cuando el ortán le notificó de su ascenso a siftán.
La oficina era amplia y bien ventilada. Había cuadros y reconocimientos
en las paredes, el escritorio estaba limpio y perfectamente ordenado,
(considerando que sólo había una carpeta de piel negra en el centro) y no había
ningún rastro de polvo por ningún lado. Se sintió un poco incómodo; como si
su solo presencia fuera a estropear la escena. Se concentró en un estante lleno
de libros; había temas interesantes como “La guerra silenciosa” “Historia del
año triste” “El gran sisma de nuestro mundo” “Tácticas del ixthus” etcétera.
Todos hacían alusión al levantamiento de los ixthus y todo lo que se sabía de
ellos. Tomó uno de los libros entre sus manos y lo hojeó; hablaba de la historia
de sus padres, y de cómo habían entregado sus vidas en favor de la justicia.
Naín estaba orgulloso de ellos; le habría gustado tener un algún recuerdo para
conocerlos, pero los ixthus habían destruido su casa y cualquier foto o cosa
que pudiera servirle de recuerdo, no obstante, se contentaba con las veces en
que Darcón le contaba todo lo que sabía de ellos y lo mucho que los había
apreciado; sabía que habían luchado hombro a hombro en la guerra silenciosa
de Hieron y que habían sido amigos.
—Es un año que difícilmente olvidaremos.
Una voz a su resonó a su espalda.
—Ortán Darcón—dijo Naín mientras levantaba su brazo derecho a manera
de escuadra con el puño cerrado frente a su pecho.
El ortán Darcón era un hombre mayor, las canas cubrían el noventa por
ciento de su cabello el cual no era mucho. Llevaba puesto su uniforme de gala
con unos impecables zapatos de charol negros, caminaba lento pero con
mucha firmeza.
—Descanse siftán—dijo el ortán mientras ocupaba su asiento detrás del
escritorio—. Toma asiento hijo.
Naín ocupó una de las sillas que había frente al escritorio.
—Sé lo difícil que ha sido para ti la pérdida de Ben, quizá debería ofrecerte
algo más que un asiento.
—Estoy bien señor, usted me ha enseñado que debo ser valiente ante
cualquier situación.
—Sí, lo sé, y lo has hecho muy bien. Sin embargo, no te culparía por estar
triste por tu hermano. De hecho yo lo estoy. Mi Ben era muy preciado para mí.
—Señor, estoy seguro de que él lo sabía e igualmente lo apreciaba.
El ortán parecía tener problemas con el nudo en su garganta y esperó un
poco, mirando a su escritorio antes de contestar.
—En fin yo… te llamé para disculparme por no haberte hablado ayer en el
estacionamiento, no sabía qué hacer, estaba muy perturbado por la noticia.
—No tiene que disculparse, señor, le repito que estoy bien.
El ortán asintió con la cabeza, ésa era la respuesta que le había enseñado a
dar ante cualquier situación, aunque fuera mentira.
— ¿Te dijo algo antes de morir?—preguntó aun mirando hacia su
escritorio.
—Que cuidara de Sara y su hija.
—Sí, claro; y así será.
Naín guardó silencio, no sabía que responder, el ortán parecía perdido en
otro mundo.
—Bueno—continuó en ortán—, creo que eso es todo hijo, si necesitas algo
tan sólo dímelo ¿De acuerdo?
—Seguro que sí señor, lo haré.
Naín se levantó y salió chocando los talones y haciendo el saludo de los
cazadores, el brazo a la altura del pecho en forma de escuadra y con el puño
cerrado.
Unos diez pasos fuera de la oficina y un vacío en su estómago, algo así
como un hoyo negro comenzaba a chupar sus intestinos, por supuesto se debía
a que no había comido nada desde quién sabe cuándo. Miró hacia el comedor;
seguramente ya habrían servido el desayuno y si se presentaba cuatro horas
después, lo único que podría encontrar serían enormes pilas de platos y
sartenes que lavar lo cual no le emocionó mucho. La cafetería parecía una
buena opción pero recordó que lo único que sabían servir eran sándwiches
grasosos y café amargo. Al fin se decidió por un pequeño establecimiento que
estaba a tan sólo unas cuadras.
La mañana era fresca y muy agradable, después de varios días sin sol; el
astro mayor al fin daba un poco de luz. Metió sus manos en las bolsas de su
pantalón para protegerlas del frio y caminó pesadamente. Unos metros más
adelante alguien lo llamó.
— ¡Eh! ¡Señor!
Naín se detuvo y se dio media vuelta para encontrarse con Aczib.
—Aczib ¿Qué pasó?
—Me han pedido que le entregue esto—dijo mientras le tendía una carpeta
con papeles dentro.
— ¿y qué es?
—Es el informe médico de Andrés, he ido a verlo y me han pedido que se
lo entregue.
— ¡Ah! Pues gracias Aczib. Aun no despierta ¿verdad?
—No, creo que la golpiza le sentó bien—bromeó.
—Eso creo—Una forzada sonrisa se formó en sus labios y se volvió para
continuar su camino al restaurante.
Un letrero de luz neón anunciaba que el local estaba abierto; empujó la
puerta y fue a sentarse en una mesa que estuviera cerca de la ventana. Dentro
había sólo un par de empresarios que discutían algo sobre nuevas inversiones
y otras cosas que no sonaban muy interesantes. No tardó en aparecer una
mesera con aspecto de no haber dormido en una semana y el cabello revuelto.
— ¿Qué le sirvo?—Le preguntó sin voltear a verlo.
—Pastel azteca por favor.
— ¿Y de tomar?
—Limonada está bien.
—Enseguida vuelvo con su pedido.
La mesera volvió a la cocina haciendo chocar sus zapatos contra el suelo y
Naín se quedó solo de nuevo.
Mientras esperaba a que la mesera regresara, se concentró en la carpeta que
seguía en sus manos y leyó:
“Sujeto M43: Andrés Hamul. Diagnóstico: Hematomas en brazos, rostro y
abdomen. Tres costillas rotas, Nariz destrozada (reconstrucción necesaria)
deshidratación grave, deficiencia de vitaminas B, C, D y hierro…”
El diagnóstico seguía y seguía. Nunca había pensado que le hubiera
causado tanto daño, él recordaba perfectamente que lo había tenido en sus
manos unos cuantos segundos antes de que llegara Amitai a separarlos. Pero
aunque el diagnóstico era muy largo, no sentía ningún remordimiento por lo
que había hecho; al contrario, pensaba que se había contenido en su ira y quizá
eso si le daba un poco de remordimiento.
Frotó sus ojos con el dorso de su mano, pero luego tuvo que frotarlos de
nuevo. En la acera de enfrente acababa de aparecer un joven que no estaba ahí
unos instantes atrás. Frisaba los veinte años y sus ojos despedían odio. Estaba
vestido de un traje acolchado extremadamente blanco y encima traía una
especie de armadura que por un segundo creyó estaba hecha de fuego azul.
El desconocido no había quitado sus ojos de Naín y comenzaba a sentirse
nervioso, sus penetrantes ojos cafés parecían escudriñarlo en lo más profundo.
Miró a todos lados pero nadie parecía notar algo extraño, ni los dos
empresarios que seguían hablando de dinero, números y otras cosas sin
importancia, ni la gente que pasaba enfrente de él por la calle. Palpó en su
cintura buscando su arma y mantuvo su mano en ella cuando la encontró.
—Pastel azteca y limonada ¿necesita algo más?—La voz de la mesera
distrajo su atención y ocultó al desconocido de su vista.
—Eh…. ¿Eh?—Naín se estiraba para tratar de ver por encima del hombro
de la mesera.
— ¿Necesita algo más?—preguntó la mesera irritada por la actitud de
Naín.
—N-no. No gracias—respondió todavía intentando ver algo a través de la
mesera.
Ofendida la mesera se marchó chocando sus zapatos contra el suelo y
despejándole la vista a Naín, pero demasiado tarde, el desconocido ya no
estaba. Suspiró frustrado y se acomodó de nuevo en su silla. Comenzó a picar
con el tenedor su comida mientras trataba de recordar dónde había visto ese
tipo de armadura. “No sería tan difícil de olvidar” pensaba “sé que la he visto
pero ¿dónde?”. Metió el tenedor lleno de pastel azteca en su boca sin prestar
atención a lo que comía, sus pensamientos lo llevaban lejos, rebuscaba en la
sección de “vestimentas extrañas” que había en su cabeza, pero al cabo de un
rato desistió. Estaba demasiado cansado para seguir pensando. Terminó su
pastel azteca y salió del restaurante dejándole una generosa propina a la
irritable mesera.

12

Ese día el frío no tenía efecto en él, de hecho ese día nada tenía efecto en
él, era como si estuviera en piloto automático; se mantenía en su lugar oyendo
al predicador pero no escuchando nada, ni siquiera quería mirar a los lados
donde la gente lo observaba como compadeciéndose de él y lo señalaban.
“Otro que se llevan los ixthus” decían algunos “pobre Naín, era la única
familia que le quedaba” comentaban otros. La verdad, le irritaba la gente que
no teniendo nada que hacer ocupaba como tema de conversación la muerte de
su hermano, y el entierro era el momento perfecto para enterarse de los
detalles.
—Dicen que casi lo mata a golpes cuando se dio cuenta de lo que hizo.
Un par de señoras eran especialmente indiscretas al hablar de lo sucedido a
escasos metros de él.
—Pobrecillo, no imagino lo que debe estar pasando.
“No, no lo imagina” pensó “porque si lo imaginara dejaría de hablar de mi
hermano en mis narices”.
Los disparos al aire daban por concluida la ceremonia y el féretro
comenzaba a descender, mientras una trompeta un poco desafinada tocaba la
marcha fúnebre. Algunos soldados hacían fila para echar su puño de tierra
sobre el féretro y Naín los miraba desfilar en silencio. Amitai estaba entre
ellos, había evitado hablar con él de su pérdida, así que sólo se habían visto un
par de veces desde su visita a Sara hacía dos días. En realidad, Naín estaba
agradecido por eso, le incomodaba hablar de su hermano con cualquiera,
incluso su mejor amigo. Él no era de los que suelen hablar de sus sentimientos
con otros, pensaba que eso lo volvía vulnerable; pero de lo que no se daba
cuenta era que eso mismo le había traído incontables problemas en el pasado,
y quizá fuera también la principal causa por la que aún no encontrara a la
chica ideal; todas las anteriores relaciones que había tenido habían fracasado
por su incapacidad de hablar y demostrar sus sentimientos. Él había tratado de
cambiar, pero por más que lo intentara no lo lograba. No obstante, y
considerando la situación por la que estaba pasando, quizá sería bueno abrirse
un poco; al menos con Sara, quien seguramente estaría sufriendo igual o más
que él.
La buscó entre la multitud con la vista. Estaba algo apartada,
resguardándose bajo un enorme roble de la fina capa de nieve que caía
copiosamente.
No estaba muy seguro de lo que iba a decirle, pero aun así atravesó el mar
de gente que los separaba, consiente de sus miradas curiosas e impertinentes.
—Amm… ¿Sara?—dijo torpemente y le puso una mano en su hombro.
Sara lo miró con sus ojos vidriosos, Naín tragó saliva para intentar
deshacer el nudo que se formaba peligrosamente en su garganta. No quería
llorar delante de ella, eso sería demasiado.
— ¿Por qué tuvo que irse?—Le pregunto Sara sollozando mientras lo
abrazaba.
Naín tuvo que hacer un enorme esfuerzo para que su voz no se quebrara al
responder.
—No se ha ido Sara, sigue con nosotros.
—No es lo mismo. Lo quiero a mi lado, al lado de su hija también. Ella
jamás podrá conocerlo. No es justo.
Aunque la ira y el dolor llenaban el corazón de Sara, nunca dejó que el
tono de su voz subiera a más allá de un susurro. Hablaba solamente al oído de
Naín.
— ¿Qué podría responderte Sara?—dijo Naín—. También anhelo que este
aquí con nosotros. Quisiera poder traerlo de vuelta, pero no puedo.
Sara interrumpió sus sollozos para mirar a su cuñado directo a los ojos.
—Entonces véngalo Naín. Haz que Andrés pague por lo que hizo.
Cualquiera que hubiera estado en el lugar de Naín también habría sentido
el mismo escalofrío que él sintió. Los ojos de Sara al decir aquello despedían
un intenso odio, algo que él jamás se huera imaginado en ella. ¿Qué había sido
de la joven dulce y misericordiosa con la que su hermano se había casado?
Definitivamente algo había cambiado en su interior, si para bien o para mal,
aún no lo sabía; pero le asustaba, verla así de diferente, le asustaba en un
extraño nivel. No obstante, la entendía perfectamente, por eso no tuvo ningún
remordimiento cuando le dijo:
—Lo haré, te prometo que lo haré.
Sara volvió a abrazarlo con fuerza y se quedó largo rato con él,
encontrando consuelo en su presencia.
—Tal vez debería llevarte a tu casa—dijo Naín cuando casi todos se
hubieron marchado.
—Sí, ha sido un día muy largo—dijo con desgana, y comenzó a dirigirla
hacia su gret.
No hablaron durante un rato hasta que Sara interrumpió el silencio entre
ellos.
—Sabes he estado pensando, tal vez sea bueno que te tome la palabra del
otro día; me gustaría mudarme un tiempo a casa de mi madre, ya sabes, hasta
que nazca la bebe y no sé si tu podrías…
—Oh—exclamó feliz de poder hacer algo por ella—. Claro que sí, este fin
de semana si te parece, me lo darán libre hasta el lunes.
—Oh, si bien, me parece bien.
Cuando llegaron al domicilio ya estaba empezando a oscurecer.
— ¿Pero qué…?—Se encontraban a un par de cuadras de su destino
cuando Sara notó que las luces de su casa estaban encendidas.
— ¿Qué pasa?—preguntó Naín.
—Que no recuerdo haber dejado las luces de mi casa encendidas.
Se estacionaron algo alejados de la casa para evitar que quienquiera que
estuviera dentro se diera cuenta de que ya habían llegado.
—Préstame tus llaves—le pidió Naín—. Iré a ver de qué se trata. Quédate
aquí no salgas hasta que yo te lo diga.
Sara rebuscó en su bolsa hasta que dio con sus llaves y se las entregó a
Naín, quien se dirigió cauteloso hasta la puerta. Estaba entre abierta pero no se
oía nada dentro. La empujó suave y se metió sin hacer ruido empuñando su
pistola y apuntando a cualquier sitio donde el intruso podría estar escondido.
La sala estaba libre, se dirigió hacia la cocina para registrarla pero también
estaba vacía.
¡CRAC! ¡TRAZ!
Naín oyó un ruido como de vidrios quebrándose proveniente del
dormitorio principal. Se encaminó hacia allá a paso acelerado.
Una figura estaba agachada delante de un librero, iba a gritarle que se
levantara despacio cuando ésta se adelantó y se levantó de golpe.
— ¡Aaaaaahhh!—La intrusa se fue de espaldas y chocó contra el librero
que dejó caer una gran cantidad de libros.
— ¿Quién ra…?—balbuceó Naín aun apuntándole con su pistola.
— ¡Naín espera no…!
— ¡Sara afuera!—dijo Naín impidiéndole el paso con su mano.
—No, no, es mi madre.
— ¿Qué ella es…? ¡Ay caray!
Entre los dos se apresuraron a levantar a la señora que estaba de nuevo en
el piso.
— ¿Mamá pero que haces aquí?—Sara estaba claramente sorprendida.
La señora se levantó con dificultades, tratando de recuperar el aliento.
—Quise venir a ayudarte y a estar contigo, ya sabes, es lo que hacen las
madres.
—Pero nos has metido un susto de muerte. Creí que no podías viajar, tu
vista no es muy buena.
—Bueno pues ya vez, tengo algunos trucos, conseguí un muchachito que
me trajera y luego él se regresó por su cuenta.
— ¿Por qué no me has avisado que venias?
—Te llamé pero no contestas mis llamadas ¿Quién es él?—preguntó algo
molesta señalando a Naín.
—Él es mi cuñado Naín—Se apresuró a contestar Sara—. Se ofreció a
traerme a casa.
— ¿Sueles tratar así a las suegras de tus hermanos?—dijo con voz
amenazante.
—Amm, yo, lo sien…—balbuceó poniéndose rojo como un tomate.
—Mamá él no tiene la culpa de nada—Lo interrumpió Sara— ¿Qué crees
que podía pensar cuando entras a mi casa sin avisarme?
La señora chasqueó la lengua en señal de inconformidad pero no dijo nada.
—Siento mucho lo sucedido—dijo Naín tendiéndole la mano—soy Naín,
es un gusto conocerla.
Aún estaba molesta por lo que acababa de acontecer, pero estrechó su
mano esbozando una leve sonrisa que daba por zanjado el asunto, lo que era
un alivio para Naín.
—Bien, iré a preparar un poco de café—comentó Sara.
—Yo te ayudo—le dijo su madre y salió tras ella a la cocina.
Naín se quedó solo en la habitación y empezó a recoger los libros que se
habían caído durante la trifulca. Muchos habían caído dejando sus páginas
abiertas y pudo reconocer uno de ellos. Era el mismo que había visto en la
oficina del ortán Darcón. Lo levantó sin cerrarlo, algo le había llamado la
atención. “¿Será posible?” se preguntó y acercó el libro más a su ojos “claro
yo sabía que la había visto en algún lado”. La página mostraba una ilustración
de un ixthus llevando un traje acolchado de color blanco, con una armadura
que parecía estar echa de fuego, igual que la del tipo extraño en el restaurante.
“Desde la guerra silenciosa no se ha vuelto a ver un traje semejante entre
los ixthus” rezaba la inscripción de la fotografía “Una de sus principales
características es el fuego plasma (llamado así por los científicos) que forma la
armadura, y que hasta el día de hoy no se sabe cómo funciona, pues no se ha
visto un fuego semejante en ningún otro lugar”.
—Entonces—Una idea comenzaba a tomar forma en su cabeza—, el tipo
que vi en el restaurante era un ixthus, pero… si usaba su armadura ese día,
quiere decir que no se estaba escondiendo, algo buscaba, pero ¿Qué?
Casi como si una descarga eléctrica le hubiera recorrido el cuerpo, salió a
grandes zancadas de la habitación y se dirigió a toda velocidad hacia su gret.
“Tonto, tonto ¿Cómo no me di cuenta antes?” pensaba.
—Naín, ¿A dónde vas? ¿No te quedas a tomar café?
—No, no puedo Sara, acabo de recordar algo, te llamo después, adiós.
Dicho esto salió disparado hacia el hospital general, donde Andrés seguía
inconsciente gracias a la golpiza que le había propinado el día que lo arrestó.

13

Mientras conducía con una mano, con la otra presionaba varios botones en
el tablero del Gret para intentar comunicarse con su kutan.
Una de las pantallas del gret emitieron un leve sonido acompañada de una
tenue luz, y segundos después una despeinada y amodorrada cara apareció en
ella.
—Amitai, necesito que estés listo en diez minutos, pasaré por ti.
— ¿De qué hablas? Hoy es mi día libre.
—Te lo explicaré en cuanto te vea.
Sin darle más explicaciones apagó la pantalla y pisó a fondo el acelerador,
unos cuantos conductores demostraron su descontento haciendo sonar el
claxon; pero Naín no hizo caso de ello. Avanzó por una calle en sentido
contrario y casi atropella a un vendedor de duros preparados, pero dio un
brusco giro a su derecha y pasó rosando las narices del vendedor, que se
mostró especialmente molesto por el duro que dejó caer a causa del susto. No
tardó más de diez minutos cuando se encontraba en la puerta de Amitai
tocando con insistencia.
—Ya voy, ya voy—La voz de Amitai sonaba muy desganada desde atrás
de la puerta.
—Vámonos—dijo Naín mientras se dirigía a toda prisa de vuelta al gret.
Amitai se subió con desgana mientras aplastaba con la mano su pelo
revuelto.
—Y bien, ¿a qué se debe todo esto?
—El otro día—comenzó Naín exaltado por lo que acababa de descubrir—
estaba en el restaurante desayunando y…
—Espera, el de doña pelos—interrumpió Amitai.
—Sí, pon atención; y apareció un tipo raro, traía como una armadura hecha
de fuego, al principio no supe que o quien podía ser; pero acabo de ver una
imagen, y decía que ésa era la armadura que solían usar los ixthus.
—Ajá—Amitai no parecía haberle puesto mucha atención, seguía luchando
contra su pelo—, así que, fuiste al restaurante de doña pelos, viste a un tipo
raro y ahora me molestas en mi día libre para contarme todo esto en el gret
camino a no sé dónde.
—No entiendes.
—Pues nop.
—Era un ixthus al que vi ese día, estaba cerca del hospital, donde está
Andrés ¿Entiendes? Su líder. Quieren liberarlo.
—Aja, si, escucha; por si no lo habías notado, en el hospital no puede
entrar cualquiera, está lleno de soldados, tiene muchos sistemas de seguridad,
Andrés no tiene visitas y además necesitan una identificación que nos dirá si
han sido marcados como ixthus. Ahora si no es mucho pedir lleva esta chatarra
a un puesto de tacos que ya me dio hambre.
—No, iremos al hospital a verificar que todo esté bien.
Amitai lanzó un largo y sonoro quejido que de nada le valió para hacer
cambiar de opinión a su amigo.
Minutos después se encontraban en el estacionamiento del hospital, Amitai
caminaba con pesadez, había abandonado todo intento de aplacar su pelo y
decidió esconderlo bajo una gorra, en cambio Naín caminaba presuroso hasta
la recepción. Una señorita vestida de azul celeste estaba tras el escritorio.
— ¿En qué puedo ayudarlos?
—Soy el Siftán Naín Lacúm, quiero ver a Andrés.
—Oh sí, y justo a tiempo, acaba de despertar hace una hora.
— ¿En dónde está?—preguntó emocionado.
—Último piso, habitación trece.
Balbuceó un “gracias” y salió corriendo hacia el ascensor mientras Amitai
se quejaba de la distancia detrás de él.
No esperaba encontrarlo despierto, en realidad quería ver si podía mover
sus influencias para que movieran al preso a otro lugar, sin embargo ya que la
suerte estaba de su lado no pudo evitar pensar en el intenso interrogatorio que
le haría pasar.
El ascensor se detuvo con un chirrido metálico mientras las puertas se
abrían con un “tin” e inmediatamente al salir del elevador se dieron cuenta de
que algo no andaba bien. Una luz roja sobre una de las numerosas puertas que
estaban a ambos lados del pasillo parpadeaba insistente. Naín se acercó
suplicando que no fuera la puerta número trece, sin embargo sus temores se
confirmaron cuando tres puertas antes miró un perfecto trece debajo de la luz
roja. Entró atropelladamente en la habitación y se acercó a la cama donde un
Andrés afeitado y limpio se esforzaba por meter aire a sus pulmones. El
respirador artificial estaba en el suelo junto a la cama.
—Llama a alguien—Le ordenó a Amitai que salió precipitadamente de la
habitación.
Naín recogió el respirador y trató de colocárselo de nuevo, pero Andrés se
resistía.
— ¿Qué te pasa viejo? No te voy a dejar morir sin que me digas toda la
verdad y pagues por lo que has hecho.
La mano temblorosa y huesuda de Andrés dejó de golpear el aire para
sujetar con una fuerza increíble la muñeca de Naín.
—S-s-solo la verdad te hará libre—le dijo mientras lo miraba fijamente.
— ¿Qué dices?
—Solo… la v-v-verdad… te hará… libre—repitió con un enorme esfuerzo.
Un ejército de uniformados en blanco entró a trompicones por la puerta;
apartaron de un empujón a Naín de la cama de Andrés y trataban de
estabilizarlo. Naín quería quedarse para saber que sería de él, pero una
enfermera lo guió hacia afuera con un brazo.
—Será mejor que regresen otro día—Les dijo antes de cerrarles la puerta.
Ambos jóvenes militares se quedaron unos segundos mirando la puerta,
asimilando la situación y sopesando las posibilidades de que Andrés
sobreviviera. El primer Ixthus capturado vivo en años y ahora parecía estar
debatiéndose entre la vida y la muerte, sin antes haber pagado sus crímenes.
Naín comenzaba a desesperarse por eso.
—No te preocupes—Lo consoló Amitai, que ya lo conocía lo suficiente
como para saber que estaba pensando—. Ellos lo arreglaran, estará bien, para
su mala suerte estará bien.
Naín lanzó un gruñido y sin decir más caminó de regreso hacia el elevador.
Se subieron en silencio y se dejaron hipnotizar por los números descendentes
del tablero.
—Bueno vamos por esos tacos—dijo Naín después de unos minutos.
Una enorme sonrisa se dibujó en la cara de Amitai.
— ¡Qué bien! Los tacos pichados son los mejores.
— ¡Oh! Me los vas a pichar—exclamó Naín.
—No ¿Qué no los ibas a pichar tú?
—No, yo no he dicho eso—recalcó Naín
—Pues entonces dilo, porque no traigo dinero.
—Pero si nunca traes dinero ¿Qué haces con tu paga entonces?
—La ahorro para comprarme un mini bar, además, ¿quién necesita dinero
cuando tienes amigos que te pichan los tacos?
De nuevo el ascensor se detuvo con un chirrido metálico seguido del “tin”
al abrirse las puertas. Naín fue el primero en salir.
—Entonces qué bueno que no soy tu amigo—dijo Naín con una sonrisa
pícara en su cara.
—Ya veremos.

14

No fue difícil encontrar un puesto que estuviera abierto a esas horas de la


noche, la mayoría de la clientela prefería cenar tacos que comerlos en la tarde.
Se acercaron a la barra y se sentaron en dos bancos libres.
— ¿Qué les doy caballeros?—El mesero parecía realmente agradable.
—Deme tres de adobada y dos de chorizo—Se apresuró a pedir Amitai.
— ¿Qué le sirvo a usted?—Le preguntó a Naín.
—Deme cuatro de adobada.
—Muy bien enseguida les sirvo—dijo y se volteó para ayudar al cocinero
que parecía tener muchas otras ordenes más.
Naín se recargó sobre la barra suspirando, aún estaba un poco frustrado
ante la posibilidad de que Andrés muriera antes de tiempo.
—Y ¿crees que se muera?—preguntó Amitai sin poner mucha atención.
—No sé, espero que no, al menos no así y no ahora.
— ¿Qué le habrá pasado? El respirador estaba bien ¿Por qué se lo habrá
quitado?—Ahora sus manos se entretenían dándole vueltas a un salero.
—Tampoco me dejaba ponérselo, quizá quería morirse.
—Hmmm…
—También me dijo algo—dijo Naín recordando de pronto su fugaz
conversación con Andrés.
— ¿Qué te dijo?—inquirió Amitai sin que su actitud despreocupada
cambiara un ápice
—Él dijo “solo la verdad te hará libre”
Amitai dejó el salero bruscamente, haciendo que se cayera y derramara un
poco de su contenido, luego levantó la vista hacia Naín, frunció el ceño y lo
miró durante unos segundos para luego clavar la vista en la mesa en silencio.
—Tal vez te confundió con alguien más—dijo luego de un rato.
—Si tal vez—admitió Naín aunque el repentino cambio de humor de
Amitai le dijo que su amigo sabía algo que no había querido decirle en ese
momento, y por esa ocasión lo respetó, pero preguntaría por eso más tarde.
El silencio que se había generado entre ellos se interrumpió cuando el
mesero les puso enfrente dos vastos platos de comida, lo que a su vez ayudó a
que el buen humor de Amitai regresara.
—Ummm… fodría gomerme una fonelada de estof—dijo y un montón de
trocitos de tortilla y carne saltaron de su boca.
Después de engullirse dos órdenes más se levantaron de sus asientos para
pagar la cuenta e irse.
—Ándale, paga los tuyos—pidió Naín.
—A si claro—dijo Amitai desinteresadamente—, nada más pásame una de
esas mentitas que tienes a tus espaldas.
Naín se volvió para tomar un par de mentas de un jarrón que estaba en la
barra, y no advirtió la furtiva sombra que se deslizo rápido detrás de él hacia
su gret. Cuando se volteó para entregarle las mentas a Amitai se dio cuenta de
que éste había desaparecido misteriosamente.
—Gorrón, nada más así corres—susurró Naín para sí, y se dirigió al
dependiente para pagar por los dos.
Cuando llegó a su gret encontró a su amigo ocupando el asiento del
copiloto y fingiendo estar dormido.
—Ni creas que te vas a escapar, algún día me las he de cobrar—Le advirtió
sabiendo que lo escuchaba.
En respuesta, Amitai dejó escapar un sonoro y exagerado ronquido y se
removió en el asiento para seguir durmiendo, esta vez en serio. Naín echó a
andar el vehículo y condujo por las solitarias calles de la ciudad hasta dar con
el viejo apartamento de Amitai.
—Ándale gorra ya llegamos—avisó Naín al tiempo que le quitaba de un
manotazo la gorra con que se cubría los ojos.
—Aggg… —Se quejó y luego dejó escapar un prolongado bostezo.
Se bajó del gret con una lentitud desesperante y masculló un “adiós”
mientras se dirigía arrastrando sus pies hacia la puerta. Naín no pudo evitar
reírse por lo bajo al mirar a su amigo y preguntarse cómo era posible que se
llevaran tan bien ellos dos con caracteres tan distintos.

15

Le encantaba empezar el día de esa manera, sentado en la única banca de


madera esperando a los kutanes para entrenarlos, mirando cómo todo
empezaba a llenarse de luz. Inhaló fuerte por la nariz, quería impregnarse del
aroma de la mañana para llenarse de energía. Aun hacía frío, pero el termo
tenía suficiente café para toda la mañana, otro motivante más para tener un día
perfecto, además estaba el hecho de que haría pagar a Amitai su broma de la
noche anterior.
El potente sonido de pasos le avisó que los soldados estaban por llegar y se
levantó preparado para entrenarlos de verdad.
Otro siftán iba al frente de las filas, las cuales marchaban con una precisión
sorprendente y al cabo de unos segundos estaban delante de Naín
perfectamente alineadas.
—Son todos suyos siftán Naín—dijo mientras inflaba el pecho.
—Muchas gracias.
Enseguida el otro siftán se alejó a paso acelerado por la misma vereda por
la que había llegado.
—Bien, hoy tendrán un verdadero entrenamiento conmigo y no quiero
escuchar ninguna queja en todo el día ¿entendido?
— ¡Señor, si señor!—respondieron todos los soldados, aunque algunos que
ya conocían sus métodos hicieron muecas de descontento.
—Comenzaremos inmediatamente con una carrera en el rally, equipo rojo
del lado izquierdo y azul del lado derecho. Cuando suene el silbato, ¿listos? 1,
2…
—Señor ¿no deberíamos calentar primero?
Naín se volvió sorprendido y a la vez molesto de que uno de los soldados
lo hubiera interrumpido.
— ¿cree que es una clase de aerobics soldado?
—Señor, no señor.
— ¿Cree que cuando vaya a la guerra el enemigo le pondrá musiquita para
que haga sus ejercicios de calentamiento?
—Señor, no señor
—Estoy confundido soldado ¿quiere ser usted el que dirija el
entrenamiento?
—Señor, no señor
—Bien, porque necesito recordarle que usted, un arremedo de soldado, está
aquí para aprender de mí, que soy cinco veces mejor que usted, así que le
recomiendo que no vuelva a interrumpirme. Y ya que está tan ansioso por
calentar, será usted quien haga la demostración.
El soldado se apresuró a tomar la posición de arranque en el rally para
evitar otra vergonzosa reprimenda pública, mientras el resto trataba de
encontrar una mejor posición para observar a su compañero. Naín contó hasta
tres y sonó el silbato. El soldado salió disparado hacia el muro de tablones y
comenzó a subirlo ayudado por una cuerda pero no contó con el nuevo panel
de control que estaba en la mano de Naín. Con el nuevo panel ahora podía
controlar todo el rally, incluyendo el muro de tablones.
Naín presionó unos cuantos botones y el muro comenzó a dar vueltas. El
soldado se aferraba con uñas y dientes a los tablones, pero en un punto, no
pudo sujetarse más y salió despedido cayendo pesadamente sobre el suelo de
grava.
— ¡No he dicho que se detenga!—Le gritó Naín cuando vio que el soldado
se daba por vencido en el suelo.
Confundido el soldado se volvió a incorporar y comenzó a cruzar
tambaleante el puente movedizo, pero una vez más, Naín hizo de las suyas con
el panel, y el piso hacía desaparecer unas cuantas tablas debajo de sus pies
haciéndolo perder el paso; pero consiguió cruzarlo, lo que provocó vítores y
aplausos de sus compañeros. Animado, siguió hacia la viga de obstáculos,
donde unos costales oscilaban sobre ella y los cuales debía esquivar para evitar
caer a tierra otra vez; sin embargo el primer costal no era sino una enorme
columna de fuego. Giró sobre sus puntas y ella solo pasó chamuscándole un
pedazo de ropa, perdió el equilibrio; pero se recuperó dando manotazos al aire,
estaba seguro de que lograría completar la fase de la viga cuando una pesada
red de cadenas se enredó en todo su cuerpo y lo lazó a cinco metros más allá
del área del rally.
Un ahogado “uff” se oyó entre todos sus compañeros, la mayoría se había
llevado las manos a la cabeza y otros tantos tapaban sus bocas de la impresión;
pero todos tenían muecas de susto en sus caras. Naín hizo un ademán con la
cabeza y de inmediato dos soldados fueron a levantar a su compañero caído.
Con cuidado desenredaron las cadenas de su cuerpo y tomándolo de un brazo
cada uno, lo sentaron en la banca de madera que estaba cerca.
—Bien—comenzó a decir Naín cuando el herido estuvo a salvo en la
banca—, veo que cada uno de ustedes tiene la misma gracia que una papa
enterrada, por lo que me veo en la necesidad de demostrarles cómo es que se
pasa un rally, ese que normalmente se juega entre los niños de preparatoria.
Naín le pasó el panel a Amitai que era el que estaba más cerca de él, y se
deshizo de su grueso abrigo dejándose sólo un delgado jersey que a su vez
dejaba ver sus prominentes músculos.
—Ponlo en “Experto”—Le ordenó a Amitai.

16

Se dirigió al muro sin titubear y comenzó a escalar. Apenas había puesto


un pie en los tablones y éstos comenzaron a salir repentinamente de su
posición. Ya no sólo era simplemente escalar el muro, sino que tenía que
esquivar los tablones para evitar que le golpearan y aprovechar aquellos que
quedaran abiertos debajo de sus pies para impulsarse y subir. Su audiencia se
había quedado muda al observarlo pasar con éxito la primer prueba sin un solo
rasguño, era como si ya supiera de memoria en qué momento saldría cada
tablón; lo cual era improbable, ya que ellos salían al azar.
Con la seguridad más alta que antes se dirigió al puente movedizo, que se
retorcía cual serpiente. Naín pereció darse cuenta del problema y en vez de
intentar cruzarlo caminando, tomó con ambas manos uno de los maderos del
piso y con su peso colocó de cabeza el puente para de esta manera usarlo
como pasamanos, eso le daba más seguridad al avanzar; pero no dejaba de ser
complicado, el puente aún se removía bruscamente; sin embargo avanzó con
sorprendente rapidez y en medio minuto ya estaba del otro lado ahora
enfrentándose a la viga de obstáculos, ésta no esperó ni un segundo e
inmediatamente dio su primera sorpresa. En cuanto la bota de Naín rozó su
superficie, se elevó siete metros más y un par de planchas de metal se le
acercaron por cada flanco; se libró de ellas dando una vuelta sobre su espalda
y sin perder el equilibrio; pero al incorporarse se encontró con una serie de
lanzas que amenazaban sobre su cabeza. Se agachó en ángulo contrario para
esquivar la primera, sintió una punzada en su espalda; pero no se detuvo para
verificar cada una de su vertebras, quedar mal delante de su audiencia no era
una opción, así que ignoró el dolor y continuó con paso seguro y confiando en
su instinto.
Fue su instinto y su perfecta condición atlética lo que le ayudó a eludir las
lanzas restantes. Para este punto su público estaba un poco más que
petrificado, podía incluso oírse el batir de las alas de una mosca. Eso ayudaba
a la concentración de Naín, que ya avanzaba a la prueba de tiro.
Normalmente en esta prueba cada soldado debía tomar un arma del panel e
intentar dar en el centro de la diana que se iluminara, sin embargo, con Naín el
asunto era más complicado, aunque no lo pareciera en un principio. Cuando
llegó a la prueba, se sorprendió al ver el área completamente vacía; pero no
debía permitir que lo vencieran con incertidumbre y puso sus cinco sentidos en
alerta. Segundos después el panel de armas apareció elevándose a sus pies, sin
embargo, las opciones que ofrecía no eran muy alentadoras, tan solo contenía
una pelota de golf; un arma que no podría ser considerada como tal. Tomó la
pelota del panel y fue entonces cuando escuchó el tan conocido “clic” de un
arma al cargarse, o mejor dicho, de muchas armas al cargarse.
Por una fracción de segundo no se movió, esto era algo completamente
salido de lo ordinario; se suponía que en la prueba de tiro él debía ser el
tirador, no el objetivo; pero tampoco iba a detenerse para discutir las reglas del
juego.
Se tiró al suelo para cubrirse y rodó hasta llegar a los distintos “refugios
holograma” que aparecían en la arena. Una vez a salvo Naín buscó su objetivo
hasta donde su vista se lo permitía; pero no había dianas en el área. “Piensa,
piensa” se decía “¿Qué esperan que haga en esta prueba?” mientras pensaba,
dejó que sus ojos escrutaran toda la arena. Descubrió que las armas estaban
perfectamente alineadas unas con otras y que giraban sobre su propio eje para
disparar por toda el área, e impedir que saliera por la puerta que estaba debajo
de ellas. Entonces se le ocurrió que si podía desviar la primera arma noventa
grados en dirección a la segunda, crearía una reacción en cadena que
deshabilitaría al resto. El desafío: lograrlo al primer intento.
Respiró hondo y esperó a que terminara el cartucho y tuvieran que
recargar. En ese pequeño espacio de tiempo salió de su escondite, tomó
impulso y lanzó la pelota directo a su objetivo. Rodó por el suelo hasta llegar
al segundo refugio y una vez ahí pudo escuchar el estrépito que causaban las
armas al dar unas con otras. Había dado en el blanco.
Muy orgulloso de sí se levantó y salió por la puerta directo a la última
prueba, la prueba de lógica.
En esta ocasión un maniquí con un extraño artefacto atado al pecho lo
esperaban en el centro del área. Una pantalla apareció con las instrucciones de
la prueba:
“¡ALERTA! AMENAZA DE BOMBA. Debe desactivarla cortando el
cable azul. El cable solo puede ser cortado en nueve minutos después del
conteo de inicio, si corta el cable antes o después de los nueve minutos la
bomba explotará, deberá cronometrar el tiempo con dos relojes de arena de
cuatro y siete minutos.”
Inmediatamente después de haber leído las instrucciones, un cronometro
regresivo de treinta segundos apareció en la pantalla. Las manos de Naín
temblaron ligeramente, ese enigma representaba más de lo que podía soportar,
sin tomar en cuenta que el tiempo para pensar era excesivamente corto. “sin
tan solo pudiera volver a leer el enigma” se decía “tal vez la respuesta está ahí
mismo”. Recordó las partes más sobresalientes del dilema, cronometrar nueve
minutos con dos relojes de arena de cuatro y siete minutos.
“Esto es la prueba de lógica” pensó “la respuesta está cerca, solo hay que
pensar de manera diferente” los ojos de Naín pasaban de un reloj a otro
“cuatro y siete son once” el cronometro marcaba quince segundos restantes
“no son sumados, jamás daría de esa manera” diez segundos “siete y siete
catorce, cuatro y cuatro ocho” las ideas no llegaban a la cabeza de Naín, el
cronometro contaba cinco segundos ahora “debo pensar en el primer paso para
resolver esto” tres segundos… dos segundos… un segundo. El cronometro
desapareció de la pantalla. Naín puso a correr los dos relojes juntos; de alguna
manera sabía que ese era el primer paso en el enigma, además de que le
ayudaba a ganar tiempo para seguir pensando y hacer cuentas, obviamente era
más un dilema matemático que una adivinanza convencional; pero a ese tipo
de cosas se enfrentaba en el nivel “experto” del rally.
—Cuando terminen los cuatro minutos—razonó—, quedarán tres en el
reloj de siete minutos, si vuelvo a voltear el reloj de cuatro llevaré ocho
¿Cómo hago para conseguir ese último minuto para alcanzar los nueve?
Naín miraba impaciente los dos relojes. La adrenalina corría por sus venas
y hacía palpitar tan duro a su corazón que le dolía. No estaba acostumbrado a
no saber qué hacer, las pruebas anteriores eran sencillas porque sabía cómo
actuar; pero no en esta ocasión. Consideró la posibilidad de simplemente
perder en la última prueba, después de todo estaba seguro que ninguno de los
que lo rodeaban sabrían la respuesta ni aunque tuvieran toda una semana para
resolver el enigma; además ya había vencido todos los retos anteriores y con
un asombroso éxito.
“No seas cobarde” se reprendió inmediatamente en su mente por
considerar siquiera esa posibilidad. Jamás se rendiría simplemente porque
otros no pudieran resolver lo mismo que él, al contrario, esos eran los retos
más valiosos, aquellos que otros consideraban imposibles de realizar; eso era
lo que le había dado su reputación de conquistador de lo imposible.
Faltaba ya muy poco para que el reloj de los cuatro minutos se agotara, y
Naín aún no sabía cuál era el siguiente paso, y de nuevo la duda lo asaltó ¿Y
que si se había equivocado al poner los dos relojes juntos? Había hecho unas
cuentas muy rápidas en su cabeza un segundo antes de que se acabara el
conteo de inicio, y ellas le habían indicado que así debía hacerlo, pero ahora
ya no era muy claro.
—Bien, lo único que necesito es un minuto para alcanzar los nueve, si los
ocho minutos se consiguen dándole dos vueltas al reloj de cuatro, entonces el
último minuto debo conseguirlo del reloj de siete.
Naín sentía que la respuesta acariciaba su mente, que estaba tan cerca que
era casi una burla para su inteligencia; de pronto, como si literalmente alguien
hubiera encendido una bombilla en su cabeza, la respuesta llegó.
Cuando el reloj de cuatro minutos hubo agotado la primera vuelta Naín lo
puso a correr de nuevo para cronometrar ocho minutos mientras que en el de
siete corrían los últimos tres minutos. De esa manera, al terminar los tres
minutos, quedaría perfectamente cronometrado un minuto en el de cuatro, sin
embargo, necesitaba que ese minuto estuviera en el otro reloj, así que
inmediatamente al terminar los siete minutos, Naín le dio una segunda vuelta
para capturar el último minuto en el reloj de siete y correrlo después que el
reloj de cuatro minutos hubo terminado su segunda vuelta.
Cerrando los ojos con fuerza, Naín tiró del cable azul que desactivaba la
bomba del maniquí.
Una oleada de alivio, orgullo y felicidad brotaron del corazón de Naín al
leer en la pantalla de instrucciones las palabras “PRUEBA SUPERADA”.
No era que en realidad no le gustara, pero prefería no demostrar que esa
era, de hecho, su parte favorita; cuando después de realizar una acción
portentosa los kutanes se quedaban sin habla y entonces volteaba a verlos
como si el resultado fuera el que lógicamente hubiera esperado, aunque él
estuviera igual o más sorprendido que ellos. Alimentaba su orgullo, sin duda;
pero no quería hacérselos saber, aun así, con un toque de arrogancia camino
hacia sus soldados sin decir una sola palabra y le arrebató el panel de control a
Amitai, que al igual que los demás lo miraba con la boca abierta.
—Ahora espero que no haya niñitas lloronas en mi entrenamiento y todos
cumplan con esta simple tarea ¿entendido?
— ¡Señor, si señor!—gritaron todos recuperando el habla.
— ¡A formarse entonces!
Los soldados se apresuraron a formar una sola fila frente al muro de
escalar.
—Muy bien, comenzaremos de manera individual y luego haremos una
competencia por equipos—indicó Naín al tiempo que miraba fijamente a
Amitai, recordaba la deuda pendiente que tenía con él—. Amitai, fofo inútil, tu
irás primero. Veremos si así consigues bajar un gramo de la cena de anoche.
— ¡Señor, si señor!—gritó Amitai. Sabía porque lo había elegido a él
primero y estaba decidido a no dejar ganar a Naín tan fácilmente, aunque no
estaba seguro de poder hacerlo, era bueno en la prueba; pero solo cuando ésta
no cobraba vida propia.
— ¿Listo? En tres… dos…
El fuerte sonido del silbato le dio la salida a Amitai, que no esperó ni un
segundo y se lanzó hacia el muro de escalar. Mientras tanto Naín hacía de las
suyas con el panel. De vez en cuando ponía la prueba en modo experto para
que sufriera un poco más, sin embargo, Amitai demostró ser un buen soldado
con una gran condición física y pudo terminar la prueba, quizá no con la
misma elegancia y limpieza que Naín; pero aun así lo hizo.
“Eres bueno gorrón” pensó Naín “muy bueno”
Uno a uno los soldados fueron pasando por el rally, la gran mayoría se
quedaba atorado en la prueba de lógica, lo que los convertía en la burla de
muchos, pues no podían resolver las sencillas adivinanzas que les eran
presentadas en el modo “fácil” del rally. Algunos tuvieron que repetir el
recorrido hasta tres veces, pues Naín no les permitía desistir sin haberla
pasado en modo “normal” con mínimo tres errores. Al final todos se retiraron
quejándose de dolor y con más de un miembro de su cuerpo
considerablemente lastimado.
—Bueno, hoy has aniquilado por completo las ilusiones de cualquiera por
ascender a siftán—comentó Amitai cuando se hubo emparejado con Naín en el
camino de regreso al cuartel.
—Cómo crees. La prueba apenas si estaba en modo normal. Además si yo
puedo seguro ustedes también.
—Sí pero no todos somos tú.
—Bueno pero yo no soy así porque sea una especie de prodigio, creo
firmemente que si uno se esfuerza lo suficiente puede romper sus propias
barreras.
—Si claro, como tú digas—dijo Amitai con un claro tono de sarcasmo.
El resto del camino lo recorrieron en silencio hasta que tuvieron enfrente la
sala de recreación, mejor conocida como la zahúrda, apodada así por la
increíble cantidad de basura y de cosas inesperadas que podían encontrarse
ahí, y que los soldados dejaban “olvidadas” dando un mal aspecto a la sala;
pero nada de eso parecía molestar a los militares que se disputaban en un
reñido partido de futbolito.
Un sillón café semivacío en el centro de la sala los invitaba a tomar un
descanso frente al televisor.
Había un programa poco entretenido, para gusto de Naín, sin embargo
también estaba agotado por el entrenamiento y se sentó en el sillón, aunque sin
prestar mucha atención a lo que la pantalla ofrecía. Nunca había sido
aficionado a los reality shows y menos a los que mostraban hombres
inexpertos en el arte de la lucha; pero para los demás soldados el programa era
la sensación del momento y más cuando parecía ser la final del show. Todos
apoyaban a su favorito y soltaban continuas expresiones de asombro y uno que
otro comentario como “¡en tu cara!” cuando asestaba lo que ellos
consideraban un buen golpe al oponente; pero lo más gracioso de todo, eran un
par de soldados que comentaban el programa con aire de expertos siendo que
habían sido de los peores en el entrenamiento del día. Naín quiso sonreír ante
la situación pero se contuvo, no quería arruinarles su momento de importancia,
algo le decía que se esforzaban en ser escuchados por él, quizá para demostrar
que podían ser buenos, al menos en sus mentes.
– ¡Atención! Oficial en cubierta.

17

Esa llamada de atención cortó con todo el ruido que había en la sala, y
puso a todos los militares en posición de firmes para recibir al ortán Darcón.
—Qué extraño—comentó Amitai a Naín en un susurro—, el ortán jamás
viene a la zahúrda. Debe venir por algo realmente importante.
Naín asintió con la cabeza al comentario de Amitai, no podía contar a más
de dos las ocasiones en las que el ortán había aparecido en la zahúrda, y en
ninguna había sucedido algo bueno, además estaba el hecho de que dos
guardias de la prisión lo escoltaban.
—Descansen—dijo el ortán.
Todos adoptaron una posición de descanso en la sala mientras el ortán
caminaba directo hacia Naín, que no pudo evitar sentirse nervioso bajo la
mirada preocupada y severa de su mentor, esa era la mirada que según la
experiencia de Naín anunciaba las malas noticias.
—Hijo, necesito hablar contigo—dijo—; en privado.
Naín lo siguió fuera de la sala por el pasillo que conducía hacia los
dormitorios con los dos guardias pisándole los talones.
El ortán se detuvo justo a la mitad del pasillo y Naín lo imitó.
—Caballeros hagan el favor de dejarme un rato a solas con él por favor—
El tono de voz del ortán estaba cargado de fastidio.
Lo guardias lo miraron molestos pero no se atrevieron a desobedecer y se
alejaron algunos metros.
—Naín, tienes que decirme una cosa—dijo sujetándolo con fuerza por los
hombros— ¿ayer fuiste a ver a Andrés al hospital?
Casi había olvidado por completo su visita al hospital y el encuentro con
Andrés.
—Sí señor.
—Me temo, que eso significa que estás en problemas.
Naín frunció el ceño, claramente confundido. No entendía como su visita
podía significar problemas, él no había quebrantado ninguna regla, ni mucho
menos, así que simplemente guardó silencio esperando a que el ortán
continuara.
—Andrés murió a las pocas horas después de que te marcharas ayer. Al
parecer alguien lo envenenó por medio del respirador que lo mantenía con
vida. Tú eres el principal sospechoso ya que estabas ahí cuando todo se puso
mal y… tus huellas se encontraron en el respirador.
Quizá como broma hubiera estado bien, sin embargo la cara del ortán era
dura como piedra, y no era de los que solían bromear con sus soldados.
—No, no pueden tomar esa teoría en serio—repuso Naín—. Quiero decir,
es cierto que fui a verlo ayer; pero cuando yo llegué él ya estaba mal, no
estuve ahí más de un minuto, además si mis huellas estaban en el respirador es
porque yo intenté ponerle de nuevo la mascarilla.
—Lo sé, lo sé. Pero ellos creen que querías vengarte de él por la muerte de
tu hermano.
—En eso tienen razón, pero no soy tonto. Si hubiera querido matarlo
habría ideado un plan más astuto.
—Desafortunadamente ese no será un argumento válido para las
autoridades. Las personas suelen ser irracionales cuando pierden a un ser
querido.
—Pero yo no. Considero que fue muy fácil para Andrés simplemente morir
tranquilo en una cama de hospital, no es justo para mi hermano ni para
ninguna de las familias que perdieron a un ser querido por culpa de él.
—Naín escúchame, intento solucionar esto, créeme, pero tenemos un
sistema de leyes muy complicado. No te resistas ahora, haz lo que te digo y
simplemente sigue la corriente, confía en mi ¿alguna vez he dejado que algo
malo te pase?
— ¡No!—Naín había perdido la paciencia y lo dos guardias hicieron
ademan de acercarse, pero el ortán los detuvo con un movimiento de su mano
— ¡Me enviarán a prisión a mi cuando el criminal era él! ¿Qué clase de
sistema hace eso?
—El nuestro, y ha mantenido el orden hasta ahora—El ortán había tomado
una postura aún más rígida ante la actitud desafiante de Naín.
— ¡Pues el sistema se equivoca!—Los guardias no esperaron más y se
acercaron para esposar a Naín y esta vez el ortán no los detuvo.
—Siempre he confiado en ti Naín, no me decepciones.
Naín miró al ortán por un largo rato mientras los guardias le arrancaban sus
placas del cuello. Él jamás pensaría en decepcionar al hombre que veló por su
bien durante casi toda su vida, pero debía admitir, que jamás le había pedido
hacer algo como lo que ahora le pedía. Era totalmente injustificado. Además
de sufrir la muerte de su hermano, ahora debía ir a la cárcel en lugar de los
verdaderos culpables, y eso no lo dejaba nada contento. No obstante, caminó
delante de los guardias con un espíritu inquebrantable.

18

Tantas veces había estado en esas frías celdas, pero jamás para habitar en
una, muchas veces había obligado a los criminales a entrar en ellas; pero
nunca había imaginado que una podía ser suya, casi sonrió ante la ironía que
significaba aquello, casi.
El edificio de celdas era tenebroso incluso por fuera, todo de piedra y con
gruesos barrotes de metal por todos lados.
En varias ocasiones distintos grupos humanistas habían exigido una mejora
al edificio, pero habían fracasado cuando las autoridades consideraron la
mejora como un premio inmerecido para los criminales, así que ahora Naín se
enfrentaba a algo parecido a una mazmorra.
Una gota de sudor frio corrió por toda su espalda cuando uno de los
guardias corrió la pesada aldaba que mantenía cerrada la puerta. Aquel
chirrido metálico fue de verdad aterrador y no pudo evitar estremecerse.
Uno de los guardias le quito las esposas y lo metió a la celda de un
empujón mientras cerraba la puerta de un golpe. La celda era fría hasta lo
extremo y estaba en absoluta penumbra. Tenía una pequeña ventana a dos
metros y medio de altura por la cual se colaba un pequeñísimo rayo de luz que
de nada servía para iluminar el cuarto. Naín caminó a tientas hasta que su pie
tropezó con un tubo que estaba enterrado y que resultó ser una de las patas de
su cama; sobre ella solo había una gastada esponja y una maloliente cobija
hecha jirones. Siguió buscando más cosas en su reducida celda y encontró un
retrete que afortunadamente estaba en funcionamiento, sin embargo eso fue
todo lo que pudo encontrar en su celda.
Se sentó en su cama y se cubrió con la manta, aunque eso no significaba
mucha diferencia contra el frío que hacía. Trató de concentrarse en otra cosa
para distraer su mente del viento helado que lo hacía tiritar. Así que dejó que
sus pensamientos divagaran por todos los eventos ocurridos recientemente
hasta que al fin se quedó dormido.

19

No se dio cuenta de en qué momento un tibio sol reemplazó al frio de su


celda, pero agradecía muchísimo ese cambio. Estaba tan a gusto que se negaba
a abrir los ojos para descubrir con tristeza que se trataba de un sueño. “No es
un sueño” de decía a sí mismo, para ver si así se volvía más real “no es un
sueño, la cárcel fue un sueño, una pesadilla de hecho”
—En realidad este es el sueño y lo otro fue real—una conocida voz le
respondió—. Anda bella durmiente abre los ojos de una vez, te prometo que el
sueño no se disolverá, al menos no al principio.
No muy convencido Naín abrió los ojos, y entonces pudo ver que se
encontraba en una apacible playa; el cálido viento trajo consigo un agradable
olor a agua salada y el sonido de las olas al romper en las rocas era realmente
tranquilizador. Giró su cabeza para poder apreciar la playa en todo su
esplendor, hasta que su vista se encontró con la de su hermano Ben.
— ¡Ben!—Sin pensarlo dos veces los brazos de Naín se enredaron en su
hermano y comenzó a llorar.
—Hola compadre—saludó Ben igualmente conmovido.
—No sabes cómo lamento lo que sucedió—dijo Naín luego de un rato
mientras se separaba de su hermano.
—Lo sé—respondió Ben mirándolo con compasión.
— ¿Dónde estamos?
Ben dio un vistazo a su alrededor con una sonrisa en su cara.
—Pues no lo sé, pero igual es genial estar en la playa.
— ¿Por qué estamos aquí?
—Nunca había estado en la playa, jamás tuve la oportunidad de ir.
La tristeza se dibujó en la cara de Naín con el comentario de Ben, pues
sabía que esa era una de las tantas promesas que había hecho y que no tendría
la oportunidad de cumplir.
—Tranquilo—dijo Ben como adivinado los pensamientos de Naín—. No
me arrepiento de lo que pasó, sucedió tal y como tenía que ser.
— ¿Tú crees? Entonces no compartimos el mismo pensamiento.
—Sé que estas molesto.
—Sí, lo estoy y mucho. Había muchas otras personas en el mundo que
merecían haber muerto, pero fuiste tú y no ellos.
—Muchas otras personas ¿Cómo Andrés?
—Si, como Andrés.
—No quieras engañarte, tu no estas molesto con Andrés ni con ningún otro
criminal.
—Tienes razón, estoy furioso con ellos.
—No, no es verdad, porque lo cierto es que el único con el que estas
molesto es contigo mismo.
— ¿Por qué iba a estar molesto conmigo?
—Siempre creíste que tu mayor tarea en tu vida era protegerme y mi
muerte te hace sentir que fallaste, que me fallaste.
Nunca se había detenido a pensar de esa manera. Desde que Ben murió, su
mayor anhelo había sido condenar a Andrés; pero quizá a quién más hubiera
querido condenar era a sí mismo, tal vez incluso habría preferido cambiar
lugares con él y haber muerto en su lugar en el hospital, o mejor aún, preferiría
haber muerto en la montaña en lugar de su hermano; pero no había sido así, y
no podía cambiar el pasado por eso se esforzaba tanto en condenar a Andrés.
—Lo hecho, hecho está, si no puedo cambiar el pasado mejoraré el
presente y aseguraré el futuro. Por eso busco venganza y justicia, es lo único
que quiero.
— ¿Sí? Entonces ¿Por qué intentaste salvarle la vida a Andrés cuando se
moría en el hospital?
—Porque… porque no quería que muriera así como así, esa no es justicia.
—Solo intentas engañarte a ti mismo.
—Bueno y ¿Por qué crees saber tanto sobre mí? No sabes lo que pienso.
—De hecho si lo sé, soy un sueño, en otras palabras soy un producto de tu
mente, sé cómo te sientes, porque en cierta forma yo soy tú. No podría decirte
algo que no sepas ya.
Un prolongado silencio sucedió a la conversación, Naín estaba
asimilándolo todo. Tenía lógica, todo lo que Ben le había dicho tenía lógica.
—No sabes la vergüenza y la carga que es eso para mí—dijo Naín luego de
meditar un rato—. Debí cuidarte mejor, lo sé de sobra, pero no sé qué hacer.
—Sabes, estoy de acuerdo contigo en que no puedes cambiar el pasado,
que debes mejorar el presente y asegurar el futuro; pero lo estás haciendo de la
forma incorrecta.
—Entonces ¿Cómo debo hacerlo? ¿Cómo si no es vengando tu muerte?
Ben lo miró fijamente por un rato y finalmente respondió.
—Debes buscar la verdad, porque solo la verdad te hará libre.
Naín frunció el ceño, esa no era la respuesta que habría esperado.
—Y eso ¿Qué rayos significa?
—Me parece que lo descubrirás muy pronto, por ahora no puedo
explicártelo; hace tanto frío en tu celda que estás a punto de despertar.
Inmediatamente después que Ben terminara de hablar un viento gélido lo
hizo tiritar y su sueño se puso borroso.
—No, no, no te vayas por favor—suplicó—, quédate otro momento más,
no entendí lo que querías decirme.
—Tranquilo hermano, lo harás bien, recuerda que estoy en tu mente y en tu
corazón, puedes encontrarme cuando quieras.
—Espera, pero no sé cómo hacerlo.
Demasiado tarde. Ben, la playa y todo su sueño se desvanecieron y
efectivamente, en la celda hacía un frío que calaba hasta los huesos.

20

Naín era de esas personas que solían preferir el frío antes que el calor. Los
veranos eran agradables, sí, pero tenía mejores recuerdos del invierno, jugando
en la nieve y tratando con el frío, sin embargo, en esos momentos hubiera
dado lo que fuera por un cálido verano.
Se envolvió en la manta y se acurrucó en una esquina recordando su sueño.
Había sido muy reconfortante poder llorar con su hermano y decirle de esa
manera cuanto le quería, pero ahora que despertaba, sentía un poco más ese
vacío que había dejado al morir. Antes había llorado de alegría al verlo, ahora
quería llorar de dolor.
Se mantuvo acurrucado en la manta un rato hasta que el intenso frío le
obligó a levantarse y caminar alrededor de la celda para ver si así generaba un
poco de calor, sin embargo, eso no era suficiente, su cuerpo necesitaba aún
más calor. Se arriesgó a llamar al guardia para ver si conseguía una manta
extra, pero el guardia se empeñaba en ignorarlo, Naín no podía verlo, pero al
menos escuchaba que alguien se encontraba fuera y ese alguien no hacía el
menor caso de sus suplicas.
Decidió que lo mejor sería practicar algunos ejercicios para calentarse.
Comenzó con cosas sencillas como abdominales, lagartijas y sentadillas y
luego de un rato descubrió un barrote de hierro que atravesaba su celda y lo
usó para levantar su propio peso en repetidas veces, luego de unas horas
terminó exhausto y se recostó en la cama. Estaba aburrido, la oscuridad le
hacía perder la noción del tiempo así que por primera vez quiso saber qué hora
era. Ahora entendía por qué los presos solían marcar las paredes con líneas
que indicaban los días que pasaban en la celda, sonrió cuando la idea de hacer
lo mismo llego hasta su mente; pero considerando que como máximo estaría
llegando la primera noche de su encierro eso aún no era posible. Y ya que
llegaba al tema de la noche se preguntaba a qué hora le llevarían la cena. Su
estómago enserio gruñía de hambre, su último alimento había sido el
desayuno, el cual había tomado muy temprano esa mañana. Afortunadamente
no tuvo que esperar demasiado, un fuerte chirrido metálico lo sobresaltó,
alguien había abierto la pequeña puerta de servicio y deslizado una bandeja
con comida en ella.
—Oiga espere—Antes de considerar tocar su comida Naín quería hablar
con el guardia—. Oiga, estoy seguro que ya pasaron más de seis horas desde
mi arresto ¿Cuándo podré hablar con alguien?
Unos pasos alejándose resonaron por el pasillo.
—Al menos podría darme otra manta, hace mucho frío aquí ¿Hola?
Los pasos del guardia sonaban cada vez más lejos, no había hecho siquiera
una pausa para escucharlo.
Naín suspiró, sabía que era inútil tratar de llamar la atención del guardia
una vez que se decidía a ignorarlo. Se inclinó sobre el suelo y palpo el piso
para tratar de encontrar la bandeja, una vez que la encontró se sentó en su
cama.
—Que sorpresa—exclamó con sarcasmo—. Pan y agua para cenar, genial.
Comenzó a comer con desgana, aunque el hambre que traía fue suficiente
para mejorar el sabor de su cena, sin embargo a las pocas horas empezó a tener
hambre otra vez y vencido por ella, se quedó profundamente dormido.

21

A la mañana siguiente su hambre no se había ido, probablemente fue ella


quien lo había despertado; pero el desayuno aún no llegaba. El rayo de luz que
alcanzaba a colarse por la ventana indicaba que no pasaban de ser las siete am.
Así que aún debía esperar mínimo dos horas más.
Se levantó buscando algo con que entretenerse, y lo único que encontró fue
su rutina de ejercicio; sin embargo, la curiosidad por mirar por la ventana lo
inquietó cuando usaba el barrote de hierro. Quería saber que había fuera, por
lo que se balanceó una y otra vez sobre el tubo para lanzarse hacia la ventana,
pues no podía llegar a ella desde el suelo.
Varias veces se dio de lleno contra la pared; pero no se rindió y siguió
intentándolo hasta que finalmente lo logró, sus manos se aferraron al borde de
la ventana y su pie encontró apoyo en una piedra que salía de la pared. Era
bueno ver un poco de luz, aunque al principio le lastimó los ojos, pero una vez
que se adaptaron a ella pudo ver el por qué había tan poca luz en su celda.
Una pared de ladrillos se alzaba justo frente a la ventana, y dejaba tan sólo
un reducido pasillo entre una pared y otra, cuando mucho había espacio para
que una persona pasara de lado. A los pocos minutos sus brazos comenzaron a
arderle por el esfuerzo y regresó a su cama, feliz de haber visto la luz del día
por lo menos unos minutos.
Ya en la tarde el guardia se apiadó de él y le llevó otra manta, aunque
siguió ignorando sus suplicas para hablar con alguien; pero Naín no estaba del
todo desanimado, al menos la manta extra le hizo los siguientes días más
llevaderos.
La semana siguiente el ortán finalmente fue a verlo.
—Naín ¿estás despierto?
—Sí señor, lo estoy—respondió Naín aliviado de escuchar otra voz que no
fuera la suya.
—Qué bien ¿Cómo estás?
— ¿Debo responder?—Naín sabía muy bien con quién estaba hablando,
pero después de tanto tiempo aislado, los buenos modales eran lo último que
deseaba practicar.
—Lamento tanto esta situación, de verdad.
Naín suspiró, sabía que no era culpa del ortán todo lo que le estaba
sucediendo y que no era justo hacerle pagar por su situación.
— ¿Qué noticias me trae señor? ¿Por qué no he hablado con nadie? ¡No ha
venido siquiera un abogado a verme!
—La situación es un poco más complicada que en un inicio, las
investigaciones han arrojado más datos sobre este asunto; al parecer hay más
soldados involucrados en esto, por lo que el consejo desea mantenerlo lo más
en secreto posible, por eso aunque no hay cargos formales en tu contra debes
quedarte otro rato aquí. Se le ha dicho a todos que se te permitieron unas
vacaciones para explicar tu ausencia.
— ¡A quién le importa lo que piensen los demás! Quieren que me quede
aquí sin cargos. No pienso quedarme otro momento más aquí, no sin cargos.
—Se valiente Naín por favor, aguanta un momento más, todo se resolverá
muy pronto.
— ¡No! Ustedes no tienen idea de lo que es estar encerrado aquí en el frío
y la oscuridad sin hacer nada ¡Me volveré loco!
—Míralo como un favor que le haces al consejo.
— ¿Y qué hará el estúpido consejo por mí?
— ¿Está siendo un insubordinado soldado?
—No señor—respondió Naín con un suspiro.
—Qué bien, porque ya no es más un favor, ahora te ordeno que te quedes
aquí por el bien de todos.
Un intenso calor comenzó a subir por las mejillas de Naín. Aquello era el
colmo, quedarse en esa mazmorra para salvar el trasero de personas que ni
conocía.
—Rodaría tu cabeza también Naín—dijo el ortán con voz más suave.
—Siempre he sido muy celoso de la ley señor ¿Por qué a mí?—dijo Naín
serenándose.
—Esta es la primera vez que tenemos una situación como esta, y sabes,
agradezco que nos haya pasado contigo; porque eres el único con el temple
para soportar esto con valentía, eres fuerte y lo sé de sobra. Nuestro sistema
tiene fallas, esta es una de ellas, pero tú nos ayudarás a corregirla si soportas
hasta el final ¿Lo harás Naín? ¿Me ayudarás?
Naín sabía que realmente tenía la capacidad para soportar aquello, había
soportado cosas peores en el pasado, la perdida de sus padres, carencias en lo
emocional, la muerte de su hermano etc., sin embargo, siempre había sabido el
porqué de ser más fuerte que otros en las situaciones anteriores; pero ahora no
había razón aparente, al menos no hasta que el ortán se lo pidió por ser el
único en quien confiaba.
—Sí señor, lo haré.
—Nunca me decepcionas Naín, eres un orgullo para mí. Gracias.
—Pero al menos ¿podrían cambiarme la dieta? El pan y el agua harán que
me muera de hambre muy pronto.
El ortán rio ante aquel comentario.
—Si veré que puedo hacer, lo prometo. Me tengo que ir, cuídate Naín, te
veré pronto.
—Adiós.
Con eso Naín volvió a sumirse en el interminable silencio de su celda, pero
al menos se quedó más confiado de que pronto todo se resolvería, además,
estaba seguro de que pronto el ortán intervendría para que le dieran algo mejor
en las comidas.
El resto del día se la pasó pensando en su hermano, como convocándolo a
sus sueños. Él había dicho que estaba en su mente y su corazón y que podía
encontrarlo cuando quisiera, así que tal vez si pensaba con fuerza en él, podría
verlo en sus sueños de nuevo. Sin embargo, aunque sí consiguió soñar con su
hermano, no fue como las otras veces que fue tan real y palpable.

22

A la mañana siguiente se levantó con el chirrido de la puerta de servicio al


abrirse. La manta extra le ayudaba a conciliar mejor el sueño, pues el frío ya
no lo despertaba y podía dormir hasta un poco más tarde. Tomó la charola con
desgana, ya se imaginaba lo que ella contenía; pero para su sorpresa había
huevos revueltos y café en ella. Comenzó a comer con ganas, después de
tantos días de pan y agua, estaba ansioso de probar algo distinto y saboreó
hasta el último bocado. Al final pasó los dedos una y otra vez por el plato
tratando de que no se quedara nada en él y luego de un rato no había ni rastro
de su desayuno. Finalmente satisfecho se recostó en su cama, recordando cada
sabor; pero como comúnmente suele suceder sus pensamientos se desviaron
muy lejos de donde comenzaron. A veces pensaba en cómo sería su vida en
esos momentos, pero fuera de su celda, algo así como un presente alterno
¿Qué cosas pudo haber evitado para no caer en ese agujero? Para empezar
nunca debió haber intentado buscar a Andrés en el hospital; pero claro lo
pasado no se puede cambiar, aunque si le dieran una segunda oportunidad sin
duda cambiaría muchas cosas.
En eso estaba cuando de pronto escuchó un suave tintineo, uno muy
parecido al de una moneda al caer sobre el piso. Se incorporó sobre su cama y
trató de aguzar su vista y oído para descubrir el origen del sonido. Caminó
hacia la puerta de su celda, desde donde creyó haber escuchado el sonido,
pensando que probablemente había alguien fuera. Se puso a gatas sobre el
suelo para espiar por la rendija que había debajo de la puerta, pero unos
segundos después volvió a escuchar el tintineo y comprobó que no venía de
fuera, si no del centro de su celda; sin embargo esta vez el tintineo fue seguido
por un suave vibrar. Avanzó a gatas hacia el centro de la celda mientras
palpaba con sus manos el suelo. De pronto, una cálida luz azul brotó desde el
suelo, a tan solo quince centímetros de sus manos.
Erróneamente en un inicio creyó que se trataría de una moneda, pero ahora
podía ver que era una especie de sello y de él se despedía la luz tenue y cálida.
Era como un pez dentro de un triángulo, que a su vez estaba dentro de un
círculo. Se quedó mirándolo por un rato sin atreverse a tocarlo, no parecía
muy seguro hacerlo; primero que nada porque no sabía cómo había entrado
hasta ahí, la puerta nunca se había abierto y la ventana era prácticamente
inalcanzable para cualquiera; pero finalmente lo tomó con sus manos, sin
embargo al contacto con su piel el sello comenzó a vibrar con mayor
intensidad; él intentó soltarlo, pero éste se había pegado a su mano y no cayó,
sino que intensificó su luz hasta el punto en que cegó por completo a Naín.
Por instinto, sus brazos subieron hasta sus ojos para tratar de cubrirlos;
había estado tan acostumbrado a la oscuridad que esa luz enserio estaba
haciéndole daño. Sentía un intenso ardor dentro de sus parpados, como si
miles de minúsculas piedritas hubieran entrado a sus ojos y rasparan cada
milímetro de ellos, los frotó con fuerza tratando de sacarlas pero no conseguía
nada, luego de un rato las lágrimas salieron y limpiaron un poco ayudando a
disminuir el ardor hasta que al fin pudo volver a abrir los ojos completamente;
sin embargo, le pareció que la oscuridad de su celda había empeorado, ya ni
siquiera el triste rayo de luz que se colaba por la ventana se veía.
Se quedó un rato en el suelo, esperando a que sus ojos se acostumbraran a
la oscuridad. Recostó su cabeza en la dura piedra de su celda; pero un leve
cambio lo hizo sobresaltarse ¿Qué había sido de la dura y rugosa piedra que
tenía por piso? Ahora la superficie era lisa y plana.
Se arrastró por todo el piso comprobando que todo tenía la misma textura y
además descubrió dos cosas más, la celda parecía haberse expandido y todo lo
que en ella había, estaba desaparecido. Se levantó de un salto y caminó por
toda el área tanteando con sus manos, sintiéndose cada vez más confundido.
Escuchó unos pasos, probablemente los del guardia, que se acercaban
presurosos, se quedó quieto sin saber que esperar. Oyó cómo el guardia abría
la puerta. Él esperó ver que la luz entraba por ella pero nada, la celda seguía en
la más pesada penumbra. Un silencio se extendió por todo el lugar luego de
que el guardia entrara, aunque solo duró unos pocos segundos, pues enseguida
una voz desconocida le gritó.
— ¡Tú perfecto idiota!
Un puñetazo hacia su cara acompañó a esas palabras.
Naín reaccionó y lanzó una potente patada hacia su oponente, no obstante,
en aquella oscuridad era imposible saber hacia dónde dirigía sus golpes, él
solo supo que golpeó a alguien pero no dónde. Luego un fuerte puñetazo en la
boca de su estómago lo sofocó y lo dejó tirado en el piso. Naín no entendía
cómo era posible que su oponente pudiera verlo en esa terrible oscuridad. Y
ahora, tirado en el suelo y sofocado, estaba perdiendo la pelea.
— ¡Alef, detente por favor!—Una segunda voz fue la campana que lo
salvó— ¡Pero ¿qué rayos te pasa?! ¿Por qué lo tratas así?—Esa era la misma
pregunta que Naín se hacía.
— ¡No es posible que el sello haya traído a alguien como este!—La
primera voz estaba muy sobresaltada.
Una palabra llamó mucho la atención de Naín y le hizo preguntarse ¿traído
a dónde? Quiso preguntarles donde estaba, pero el aire no llegaba del todo
bien a sus pulmones, por lo que se quedó tirado mientras las dos voces
discutían sobre él.
—No es tu trabajo decidir a quienes elige el sello.
—Es un asesino ¡no debe estar entre nosotros!
—Eso no importa, el sello lo eligió ¿o dudas del poder del sello?
—No dudo del sello, pero este podría ser otro de los errores que nos llevan
a perder miles de vidas.
—Tal vez, pero nuestro deber es decirles la verdad y luego que ellos
decidan.
—Pues no lo permitiré ¿Qué justicia habrá si elige aceptar la verdad?
— ¡Ya basta!—interrumpió Naín— ¿Quiénes son ustedes? ¿En dónde
estoy?
—Lo siento—Se disculpó la segunda voz—, mi nombre es Lael.
Lael le tendió la mano para ayudarlo a levantarse pero Naín no advirtió el
gesto y se quedó quieto.
— ¿Está ciego?—preguntó Lael mas para sí que para Alef al advertir la
mirada desenfocada de Naín.
—Eso parece—respondió Alef con un deje de arrogancia.
—Llama a Vasti—ordenó Lael, pero Alef no obedeció— ¡Alef, llama a
Vasti!—esta vez la orden sonó apremiante y los pasos alejándose indicaban
que esta vez había obedecido.
Mientras tanto, Naín, que había escuchado la conclusión de Lael se pasaba
la mano por enfrente de sus ojos una y otra vez, pero siempre sin poder verla,
aunque en varias ocasiones estuvo a punto de picarse los ojos.
— ¿Por qué estoy ciego? ¿Qué me hicieron?—preguntó Naín cada vez más
confundido.
—No lo sé, esto jamás había ocurrido.
— ¡Carajo! Dame una respuesta lógica por lo menos una vez.
—Tranquilízate, en un momento te lo explicaré todo, pero necesitas
calmarte.
—No voy a calmarme hasta no saber todo lo que pasó.
—Escúchame, no llegaremos a ningún lado si te pones histérico—La voz
de Lael era calmada y paciente—. Lo primero que haremos será esperar a que
llegue Vasti para ver si podemos arreglar tus ojos y después te diré todo lo que
sé.
Irritado Naín rechazó la mano de Lael que intentó guiarlo hasta una silla
cercana. En su lugar Naín se recargó en una pared, cruzo los brazos y esperó.
Le pareció que había transcurrido una eternidad cuando finalmente oyó que
alguien llamaba a la puerta. Lael fue quien abrió la puerta.
— ¿Qué pasó Alef?
—Vasti quiere verlo afuera primero.
—Bien—Lael salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Naín que había escuchado todo se sentó en el suelo para seguir esperando y
al cabo de unos veinte minutos, la puerta volvió a abrirse; oyó que dos
personas se acercaban a él pero no intentó levantarse del suelo, se quedó allí
tirado en una postura arrogante.
—Naín, mi nombre es Vasti—esa voz femenina despertó inmediatamente
el interés de Naín, había algo el ella que le hacía sentirse muy a gusto—.
Intentaré ayudarte pero necesito que me digas primero que fue lo que pasó
¿Qué era lo que hacías antes de que quedaras ciego?
Con un suspiro, Naín relató toda la historia, lo del sello que apareció
misteriosamente, la luz que emanó de él y de cómo repentinamente ya no
estaba donde se suponía que debía estar.
—Bien, seguro puedo ayudarte con tus ojos, pero antes debes prometerme
que una vez que recobres la vista estarás tranquilo y escucharás lo que tengo
que decirte ¿de acuerdo?
Naín no tenía idea de porque le pedía aquello ¿Por qué estaba tan
preocupada por su reacción cuando recuperara la vista? Sin embargo no quiso
preguntar nada y simplemente aceptó la propuesta.
—Si claro, lo que sea con tal de que pueda volver a ver.
—Muy bien.
Naín sintió una descarga de electricidad cuando las manos de Vasti tocaron
su cara, estaba ansioso por conocerla y saber por qué razón una joven como
ella podía despertar en él toda clase de sentimientos desconocidos.
Vasti tocó con sus pulgares los parpados de Naín e inmediatamente unas
como escamas cayeron de sus ojos. Al principio no podía distinguir nada, todo
era neblina, poco a poco empezó a distinguir formas y siluetas; pero la pesada
niebla le impedía saber con exactitud lo que veía. Parpadeó varias veces hasta
que las imágenes comenzaron a ser más nítidas. Primero vio ante sí una
abundante cabellera rizada, y conforme sus ojos comenzaron a captar colores y
texturas Naín tuvo que admitir, muy en su interior, que ese rostro
afroamericano que tenía ante sí, coincidía perfectamente con la voz que había
despertado tanto interés en él y tuvo que reprimir una sonrisa.
Giró su cabeza para seguir apreciando el lugar donde se encontraba y
también para evitar quedarse embelesado en el rostro de Vasti.
La habitación donde se encontraba era amplia y bien ventilada; parecía la
sala de espera de un hospital, todo era de un blanco perfecto y en ella solo
había unos cuantos sofás y estaba vacía, excepto por él, Vasti y un tipo alto y
fornido que identificó como Lael. Sin embargo cuando se percató de la
vestimenta que tanto Lael como Vasti traían puesta se levantó de un salto.

23

— ¡Ixthus! Claro, debía haberlo sabido.


—Espera, calma, recuerda que me prometiste estar tranquilo—Le recordó
Vasti—, déjanos explicarte todo.
—No hay nada que explicar, ni piensen que podrán retenerme aquí. Tengo
la autoridad suficiente para llevármelos a todos a la cárcel así que déjenme
salir o aténgase a las consecuencias.
— ¿Enserio crees que podrás?—intervino Alef, que hasta entonces había
pasado desapercibido recargado junto a la puerta—Me parece que no has
escuchado las últimas noticias gallito.
Se acercó con paso firme hacia Naín y le tiró un afiche con su rostro en él.
—Ahora eres uno de los más buscados—continuó—, luego de que
escaparas muy astutamente de la cárcel hace tres días, las autoridades te
acusaron de asesinar a Andrés para tratar de encubrir tus conexiones con
nosotros los ixthus; como si nosotros tuviéramos amistad con semejantes
personas.
Naín se quedó completamente mudo ante aquella noticia, ni siquiera prestó
atención al último comentario de Alef.
Todo estaba mal, el jamás había escapado, jamás había estado involucrado
con los ixthus y por su puesto tampoco había asesinado a Andrés, además
¿Cómo es que decía que había escapado hacía tres días? Tan solo habían
pasado cuando mucho un par de horas desde que había abandonado la celda.
Una repentina rabia comenzó a surgir desde su interior, en la mente de
Naín, los ixthus eran de nuevo los culpables de su desgracia.
— ¡Ustedes son los únicos culpables de todo esto! Déjenme salir ahora
mismo, arreglaré todo este mal entendido y entonces volveré por ustedes.
—Si ya he escuchado eso antes, la verdad es…
— ¡Suficiente Alef!—Lo interrumpió Lael—Mira Naín, no podrás arreglar
nada, la mejor opción para ti ahora es que te quedes y nos escuches.
— ¿Qué clase de opción es esa? ¿Cómo te atreves si quiera a sugerir que
me quede con ustedes? Jamás aceptaría la ayuda de unos criminales.
—Mira, tan solo te digo que eso es lo único inteligente que puedes hacer,
pero si no quieres, la salida está al alcance de tu mano.
—Por supuesto que no quiero, dime donde está la salida.
—Ya te lo dije, está en tu mano.
Naín bajó la mirada hacia su mano y se percató de que el sello aún seguía
allí.
—Tan solo apriétalo muy fuerte y te llevará a donde tengas que estar – le
indicó Lael.
Naín pasó el sello de una mano a otra. Si el sello ya lo había transportado
hasta allí, seguro tenía el poder de llevarlo de vuelta, fuera como fuera que lo
hubiera hecho; sin embargo no estaba muy seguro de hacerlo, una extraña y
agradable sensación de quedarse ahí otro rato más se plantaba en su mente,
aunque rápidamente se deshizo de esa sensación.
— ¿Cómo es que han pasado ya tres días?
—El tiempo no existe para el sello, debió tener una muy buena razón para
alterarlo contigo.
—Hablas de él como si fuera una persona.
—Lo es, pero no con un cuerpo físico.
Naín frunció el ceño ante la declaración de Lael, pero no quiso seguir
indagando, al menos no con ellos, sabía que eran excepcionales mintiendo,
capaces de engañar a cualquiera, incluido Naín.
Cuando por fin se había decidido a apretar el sello, Vasti lo detuvo,
sujetándolo de una mano.
—Naín, debes conocer la verdad porque solo la verdad te hará libre.
Un escalofrío recorrió la espalda de Naín, eso fue exactamente lo mismo
que Andrés le había dicho antes de morir pero sobre todo, recordaba que eso
mismo se lo había dicho su hermano en sueños no hacía mucho. Naín no
respondió, apretó con fuerza el puño y entonces todo se desvaneció.

24

Una mescolanza de colores hizo que su estómago se revolviera, cuando


sintió que el mundo dejaba de dar vueltas, buscó un bote y fue a vomitar ahí.
Se quedó quieto unos segundos y luego levantó la vista. Ahí, ante los ojos de
Naín apareció su apartamento, con todo y una gruesa capa de polvo; aunque
considerando que había estado tanto tiempo fuera, eso era razonable. Guardó
el sello en la bolsa de su pantalón y fue directo hacia la regadera. Hacía tanto
que no disfrutaba de un buen baño que no pensó en otra cosa más importante
que eso.
Procuró con mucho cuidado dejar las cosas en casi el mismo estado en que
las encontró, así si a alguien se le ocurría visitar su apartamento no notaría su
regreso, pues aunque lo que Alef le hubiera dicho podría ser mentira, tampoco
podía darse el lujo de dejar que lo vieran después de tres días de haber
“escapado” de la cárcel.
No estaba muy seguro de por dónde empezar a resolver el dilema.
Necesitaba a alguien que lo ayudara, alguien en quien confiar. Primero se le
ocurrió buscar al ortán, pero podría ser muy peligroso debido a su cargo; pero
si no era él, solo quedaba entonces otra opción, Amitai. Él no tenía ninguna
influencia en el gobierno, pero al menos podría acercarse al ortán sin levantar
sospechas y arreglar una entrevista entre ellos dos, y entonces sí contar con
alguien que pudiera mover influencias para darle una oportunidad de
defenderse de sus falsas acusaciones.
Salió de su apartamento con mucha cautela, procurando no ser visto por
ninguno de los soldados que cumplían con su rutina diaria.
Ocultó su rostro levantando la solapa del saco que había tomado de su
departamento y se apresuró a llegar a la lavandería del cuartel, pues contaba
con una puerta que daba hacia el exterior que muy pocos conocían.
Una vez dentro, tomó un cesto de ropa sucia y lo puso sobre su hombro
para evitar ser notado y funcionó, todos los soldados estaban tan concentrados
en sus tareas que ninguno notó a otro más que estuviera entre ellos.
Naín suspiró cuando la puerta se cerró tras él y la calle apareció ante sus
ojos, esa había sido, como quien dice, la parte difícil y aunque ahora, recorrer
las cuatro cuadras que lo separaban del apartamento de Amitai no eran lo que
le preocupaba, si debía seguir siendo cuidadoso.
Caminó presuroso por la acera fingiéndose normal, aunque la verdad era
que por su cuerpo corría una cantidad impresionante de adrenalina, después de
todo, esa era la primera vez que actuaba fuera de la ley.
Mientras caminaba, un papel pegado en un poste le llamó la atención; era
un afiche exactamente igual al que Alef le había mostrado, ofrecían por él una
suma de dinero impresionante y lo catalogaban como extremadamente
peligroso.
Ese afiche era el colmo de los colmos, los ixthus pagarían caro su bromita
del falso escape.
Arrancó furioso el papel del poste y lo arrugó metiéndolo en la bolsa de su
pantalón. Un tacto tibio y redondo en su mano lo extrañó, no recordaba haber
metido nada en sus bolsas, sacó la pequeña cosita con cautela, adivinando ya
lo que sería. Era el mismo sello que tantos estragos le había causado. Se
asombró de verlo ahí, estaba seguro que lo había dejado en el otro pantalón.
Intentó soltarlo en cuanto lo vio, preocupado de que volviera a hacer otra de
sus gracias; pero no cayó, sacudió con ímpetu su mano; pero nada, seguía ahí,
retándolo a deshacerse de él. Parecía como si estuviera pegado a su mano, sin
embargo, podía pasarlo de una mano a otra, sostenerlo con el brazo o
cualquier parte de su cuerpo, incluso podía soltarlo dentro de sus bolsillos;
pero no alejarlo de sí.
Un par de señoras pasaron por su lado mirándolo con extrañeza, mientras
intentaba de todas formas deshacerse del sello; entonces se dio cuenta de que
llamaba mucho la atención y dejó el asunto del sello para cuando llegara a
salvo a la casa de Amitai.
Apretó el paso y en pocos minutos ya estaba frente a la puerta, tocó con
insistencia; pero nadie acudió a abrir, entonces recordó que seguramente
Amitai estaría en el cuartel y no regresaría hasta más tarde. Decidió usar la
llave que Amitai siempre “ocultaba” en un macetero de la entrada. Entró
cautelosamente y se sentó en el sofá a esperarlo; ahora que estaba seguro
dentro de la casa sacó el sello del bolsillo. Esa arrogante, tibia y casi viva
figurita representaba a todos aquellos que sin ninguna razón hacían de su vida
un lugar desagradable. Todo había marchado bien hasta que decidieron
meterse con su él y su familia. Sólo ellos eran los responsables de la muerte de
Ben, de su injusto encarcelamiento y ahora de su falsa huida; pero no los
dejaría ganar tan fácilmente, ellos querían verlo derrotado, o por lo menos
fuera del camino; no obstante eso le hacía sentirse mejor, sabía que lo
consideraban lo suficientemente peligroso como para preocuparse por
deshacerse de él; si tan solo supieran que eso no era posible. Sonrió ante ese
pensamiento, y ya más animado se levantó para averiguar la manera de sacarse
ese sello de encima.
Fue hacia la cocina y buscó algo con que ayudarse. Empezó con una
cuchara, pero esta se dobló, tomó un tenedor pero todos sus dientes se
quebraron; finalmente intentó varias veces con un cuchillo, pero el sello estaba
firmemente pegado a su mano. Lo intentó una vez más, sin embargo en esta
ocasión el cuchillo dejó un profundo corte en su mano. Naín farfulló una
maldición y fue de prisa al baño para usar el botiquín de primeros auxilios.

25

Había sido una semana muy intensa para Amitai. El trabajo se había
triplicado para él desde que su amigo desapareció sin dar ninguna explicación.
Estaba acostumbrado a la personalidad misteriosa de Naín, pero desaparecer
así como así, era demasiado, incluso para él. Además, estaba el hecho de que
ahora lo consideraban un peligroso criminal, recién escapado de la cárcel y
supuestamente muy unido a los ixthus.
A Amitai todo aquello le sonaba muy extraño. Conocía a Naín y sabía que
si había algo que él detestaba en el alma, eran los ixthus; por eso estaba
convencido de la inocencia de su amigo, aunque no tenía muy claro qué podría
hacer él para ayudarlo.
Sacudió su cabeza, pensaría en la situación de su amigo luego que hubiese
comido algo en su cómodo departamento; su estómago gruñía desesperado
porque le cayera un poco de combustible, y él lo complacería, al fin y al cabo,
al estómago no se le niega nada, nunca.
Metió la llave en la cerradura de su puerta y la giró pensando en que
delicias podría prepararse para comer. Entró en el apartamento y cerró la
puerta de una patada, tiró su maleta cerca de la entrada y caminó arrastrando
los pies hasta la cocina.
—Oh genial—murmuró—, estúpidos platos ¿Por qué no inventan algo
para que se laven solos?
Intentó lavar algunos cubiertos, pero la enorme pila de platos sucios le
impedía usar el fregadero; así que malhumorado y hambriento, tomó una
sartén y algunos cubiertos para lavarlos en el lavabo del baño.
Se enfadó al escuchar agua corriendo en el baño, seguramente la llave se
habría roto de nuevo; iba a empujar la puerta del baño cuando vio una silueta
inclinada sobre el lavabo, al parecer el intruso… ¿Se lavaba las manos? “Pero
¿Qué clase de ladrón haría eso?” pensó.
Nunca antes alguien había osado en irrumpir en su modesto apartamento,
pero Amitai estaba bien entrenado para enfrentarse a situaciones así. Escondió
el cuchillo de mantequilla en su bolsillo trasero y tomo la sartén con ambas
manos, no quería ir hasta su habitación por el arma que tenía guardada bajo su
cama, si lo hacía, perdería el factor sorpresa contra el intruso. Se armó de
valor y rompió la puerta de una patada, el extraño se volvió inmediatamente,
estaba desconcertado aunque no asustado, ni mucho menos.
Cuando vio en los ojos de Amitai que estaba dispuesto a atacarlo intentó
decir algo, pero Amitai no le dio oportunidad, lo atacó salvajemente con la
sartén. La levantó lo más que pudo y la descargó con todas sus fuerzas sobre la
cabeza del ladrón, sin embargo, éste levantó una mano y alcanzó a cubrir su
cabeza del golpe, aunque su mano sufrió las consecuencias.
— ¡No, Amitai espera!—gimió el extraño—soy yo, Naín.
Fue en ese momento que Amitai reconoció a su amigo y cesó con el
ataque.
— ¿Naín? ¡Santo cielo! ¿Pero dónde rayos te habías metido? ¿Y porque
apareces así de la nada?
—En realidad, estoy metido en un gran lío—comentó Naín sobándose la
mano—. Hay mucho que contar y de hecho, necesito de tu ayuda.
—No lo dudo, se han dicho muchas cosas acerca de ti y bueno, ahora todos
te buscan. Eres un criminal ahora.
—Si lo sé.
Naín se quedó callado unos segundos, en los que pudo notar la sartén en la
mano de Amitai.
— ¿De qué rayos está hecha esa cosa?—preguntó todavía sobándose su
mano—casi me rompes el brazo.
Amitai bajó la vista hacia su improvisada arma.
— ¿Te gusta? La compré en el mercadito, funciona muy bien ¿A que sí?
—No puedo creer que me atacaste con una sartén.
— ¿Qué tiene de malo? En las manos de un hábil guerrero como yo podría
convertirse en un arma mortal.
—Pero sólo si cocinas mano.
— ¡Oh sí! Y hablando de cocinar ¿No te apetecen unos ricos y deliciosos
hot cackes?
—Bueno la verdad es que sí, pero solo si yo cocino. Tú lava los platos.
— ¿Cómo? No, no tú lava los platos, yo cocino.
—Estás loco, incendiarás la cocina o algo peor. Anda que no soy tu
sirvienta.
—Odio lavar platos.
Luego de mucha ardua labor, ambos se sentaron a la mesa para disfrutar de
un buen desayuno, pues Naín no cocinaba tan mal.
—Y entonces—comenzó Amitai mientras engullía una buena porción de
hot cackes— ¿A dónde fuiste después de que el ortán fuera a buscarte?
Con un largo suspiro Naín le contó cómo había sido que había estado en la
cárcel por una falsa acusación en su contra, sin embargo prefirió no contarle
nada sobre su encuentro con los ixthus, al menos no hasta que viera como
reaccionaba ante lo demás.
—Es extraño ¿no crees?—dijo Amitai cuando Naín hubo terminado—
nunca vinieron a preguntarme nada sobre ese asunto de Andrés, y eso que yo
estaba contigo cuando todo pasó, ya fuera para liberarte o acusarte, debieron
venir conmigo.
—Pues no lo sé, además también está el hecho de que en todo el tiempo
que estuve encarcelado, nunca me permitieron hablar con un abogado o por lo
menos saber los cargos exactos por los que me acusaban.
—Esto no me huele nada bien Naín; sé que el ortán te ayudará en todo lo
que pueda, pero incluso él tiene que sujetarse a autoridades mayores, quizá no
pueda hacer tanto por ti como tú crees ¿estás seguro de que quieres que te
ayude a contactarlo?
—Sí, aun si tienes razón y él no puede hacer mucho por mí, estoy seguro
que me escuchará y me dará otra oportunidad, es la mejor opción que tengo.
—Está bien, cuentas conmigo, pero será difícil, el ortán rara vez se sale de
su rutina o del cuartel y allí incluso las paredes oyen. Y si alguien se llegara a
enterar que andas cerca, no dudarán en caer sobre ti y sobre quien sea que te
esté ayudando.
—Lo sé, por eso debes decírselo en el lugar y la manera que solo él sepa.
—Quisiera saber cuál es esa manera.
Ambos guardaron silencio unos minutos, pensando en alguna manera de
llevar a cabo sus planes, luego fue Amitai quien rompió el silencio.
— ¿Cómo fue que escapaste?
La pregunta tomó por sorpresa a Naín, creía que ya había logrado evadir
ese tema; pero ahora su amigo lo miraba con ojos inquisitivos, lo que era de
esperarse, pues Amitai era en verdad muy inteligente y sagaz y aunque no lo
decía, aun guardaba muchas dudas en su interior; pero no las expresaba todas,
quería que su amigo demostrara su confianza en él al contarle toda la historia
sin secretos.
Naín titubeó unos segundos pero finalmente decidió contarle toda la
verdad.
—Con esto—dijo Naín tendiéndole la mano para mostrarle el sello.
Amitai lo miró sorprendido y con el rostro pálido, casi como si hubiera
visto a un fantasma.

26

—Vaya—dijo tratando de recomponerse—, y ¿Qué es eso?


La extraña reacción de Amitai ante el sello le dijo a Naín que lo había
reconocido y también que ello no significaba nada bueno; sin embargo, el
hecho de que intentase aparentar que no lo reconocía le decía que su amigo le
ocultaba algo.
—Es un sello—dijo Naín haciéndole creer que no había notado su reacción
—, y no sé cómo funciona realmente. Apareció de la nada en mi celda y
cuando lo toqué emitió una potente luz que me dejó ciego y cuando recuperé
la vista ya no estaba en la celda.
— ¿Hablas en serio? ¿Y a dónde te llevó?
Naín apretó las mandíbulas, quería ser cauteloso con lo que decía, pues aún
no sabía lo que Amitai le ocultaba ni porqué.
—A donde se esconden todos los ixthus—respondió finalmente
Amitai lo miró interrogativo.
—Entonces entraste y saliste así como así.
—Sí, así como así.
—Si fueron ellos los que mandaron el sello a tu celda debieron tener un
motivo ¿no te dijeron o preguntaron nada?
—Pues no es como que les hubiera dado mucho tiempo de hablar conmigo,
quise salir inmediatamente y en realidad aun no entiendo porque me dejaron
salir tan fácil.
—Bueno esa es una típica táctica de ellos, se muestran accesibles y buenas
personas para que te unas a ellos.
—Pues tal vez, lo que importa ahora es que pude salir sin ningún
problema.
—Déjame ver ese sello—pidió Amitai.
Naín se lo ofreció, pero cuando trató de tomarlo este se negó tajantemente
a desprenderse de su mano.
—He tratado en vano de quitármelo de encima—le dijo Naín—, pero está
decidido a quedarse conmigo. Observa esto.
Jugueteó con él pasándolo de una mano a otra, poniéndolo en sus rodillas,
brazos y piernas; pero al tratar de lanzarlo lejos, el sello siempre regresaba a
su mano.
— ¿Lo ves? Mientras lo deje en alguna parte de mi cuerpo puedo soltarlo,
pero cuando trato de alejarlo de mi ¡siempre regresa!
—Está bien, olvidémonos del sello por un momento, pensemos como
podemos pedirle ayuda al ortán sin levantar sospechas.
Ambos se sumieron en un intenso silencio que les ayudaba a pensar en la
situación. Luego Amitai tuvo una idea.
—Tú sabes de tecnología Naín ¿porque no le envías un mensaje cifrado a
su celular?
—Eso levantaría más sospechas que con ninguna otra cosa, su celular está
bajo vigilancia todos los días, aunque no pudieran leer el mensaje el consejo
sospecharía inmediatamente y comenzarían a investigar.
—Si tienes razón, quizá miramos en la dirección incorrecta, tal vez la
solución está más cerca de lo que pensamos.
— ¿A qué te refieres?
—A esa cosa que tienes en tu mano. Se supone que te lleva al lugar donde
tienes que estar ¿no?—Naín solamente asintió con la cabeza, estaba
sorprendido de que Amitai supiera eso; pero no dijo nada y dejó que
prosiguiera—bueno entonces prueba con él, si necesitas hablar con el ortán te
llevará a él justo cuando no esté siendo vigilado.
Naín observó por un rato el sello, reflexionaba sobre la sugerencia de
Amitai.
—No lo sé, que tal que me lleva a una trampa o a un lugar del que no
puedo volver. O quizá ni siquiera funcione.
—Bueno creo que es el mejor plan que tenemos hasta ahora, no pierdes
nada con intentarlo.
—Supongo que sí.
Dudó un rato antes de apretar el sello con todas sus fuerzas, sin embargo
nada ocurrió cuando lo hizo.
—Bueno creo que en realidad me siento aliviado de que no haya
funcionado—dijo Naín con una risita nerviosa.
—O quizá quiere decir que ahora no es el momento oportuno, quizá esta en
presencia de otras personas que no te conviene ver o quizá está en un lugar
público o yo que sé, tampoco te rindas con eso tan fácil.
—Eso es demasiada especulación creo yo, mira la verdad es que estos
cachivaches de los ixthus no me dan mucha confianza, así que mejor lo
dejamos donde está.
—Bien como quieras, pero aun creo que deberías seguir intentándolo.
Aunque si quieres podemos intentar esto: mañana, cuando vuelva al cuartel
estaré a cargo del entrenamiento de los novatos, le pediré al ortán que vaya y
les de algunas palabras para motivarlos o a ver que se me ocurre. En el campo
abierto no hay tanta vigilancia, así que cuando vaya de regreso a su oficina
hablaré con el ¿Qué te parece?
—Pues dependerás mucho de la suerte para que nadie esté cerca mientras
hablas con él pero me parece que es lo mejor que tenemos.
—Bueno entonces dilema resuelto, por ahora, así que mientras tanto una
increíble película y cómodo sofá me esperan en la sala.
—Yo creo que más bien algunos platos sucios te esperan en el lavabo.
— ¿¡Cómo!? ¡No! Para nada, acabo de la lavar una enorme pila de ellos.
Estos pueden esperar una semana más.
—Amitai por Dios, son pocos platos, no te tardarás más de diez minutos,
venga, es más yo te ayudo.
No de muy buena gana Amitai y Naín lavaron los platos del desayuno y
pronto pudieron sentarse frente al televisor para ver una película.
El resto del día transcurrió lento y aburrido, Naín no podía salir del
apartamento para no arriesgarse a que lo vieran así que por todo ese día se
dedicaron a ver películas hasta el atardecer.

27

Ya en la noche, aunque estaba cansado, no podía conciliar el sueño. Los


mismos asuntos revoloteaban en su cabeza, tantas cosas sospechosas y
discordantes lo hacían sacar variadas conclusiones sobre su situación y todas
eran igual de improbables. ¿Cómo era posible que a pesar de tanto respeto que
le tenían lo acusaran así de fácil? ¿Por qué no le habían dado la oportunidad de
defenderse ante un jurado o siquiera hablar con un abogado? Y como si con
eso no fuera suficiente ahora lo acusaban de ser un ixthus. De algo estaba
seguro, había mucha información que le estaba vedada por sus allegados,
incluido su amigo Amitai. ¿Cómo había sabido cómo funcionaba el sello?
Naín nunca lo había mencionado durante la conversación.
Sacudió su cabeza, comenzaba a sonar como un paranoico; Amitai sería
incapaz de traicionarlo o algo parecido, si le estaba ocultando información
seguramente sería por alguna buena razón, al menos eso quiso pensar.
Metió la mano en la bolsa de su pantalón pijama que Amitai le había
prestado y no se sorprendió de encontrar el sello ahí, aunque lo había dejado
en el otro pantalón. Lo miró con detenimiento, había algo muy hermoso en su
diseño; esa tenue luz azul que de él se despedía era hipnotizadora y entonces
pensó en intentarlo una vez más, apretarlo para ver si realmente funcionaba.
Tomó el sello en su puño, cerró los ojos y lo apretó con todas sus fuerzas.
Al principio creyó que no había funcionado porque no ocurrió nada
extraordinario; no sintió que daba vueltas o que el mundo era absorbido en una
especie de hoyo negro, sin embargo cuando abrió los ojos se dio cuenta de que
ya no estaba en el apartamento de Amitai, sino que estaba en el
estacionamiento del cuartel; sentado en el pavimento y rodeado de grets.
Se levantó despacio temiendo que alguien pudiera verlo; pero el
estacionamiento estaba completamente vacío, sin embargo al cabo de unos
segundos escuchó unos pasos y un alegre silbido. Se escondió inmediatamente
detrás de un gret y esperó a que pasara de largo el caminante; pero no fue así,
el caminante se detuvo en el mismo gret donde Naín estaba, y se asomó para
tratar de identificar al desconocido, grande fue su sorpresa cuando vio que se
trataba del ortán, así que despacio se acercó a él y le habló.
—Amm ¿señor?
— ¿Sí?—dijo el ortan sin darse la vuelta. Seguía buscando algo dentro del
gret.
—Señor, soy yo Naín.
El ortán se detuvo abruptamente y se dio la media vuelta. Una mescolanza
de emociones cruzaron por su cara, alegría, susto, tristeza. Naín no pudo
identificarlas a todas.
— ¿Naín? ¿Eres tú?—preguntó sorprendido— ¡Santo cielo!
Se abalanzó sobre Naín y le dio y fuerte abrazo.
—Pero ¿Cómo…? ¿Dónde…? Será mejor que hablemos en otro lado.
Alguien podría verte. Sube al auto, te sacaré de aquí, ocúltate en la parte de
atrás.
Naín obedeció y se ocultó en la parte trasera del gret. Escuchó como el
ortán echaba a andar el vehículo y conducía hacia la salida.
—Buenas noches ortán—saludó el guardia de la puerta— ¿Hacia dónde se
dirige?
—Buenas noches Asael, voy aquí cerca comprar unas cuantas cosas, tengo
muchos pendientes para esta noche, quisiera comprar algo que me mantenga
despierto.
—Bien, entonces sólo necesita firmarme el pase de salida y permitirme la
revisión del vehículo.
— ¿Es necesario? No iré muy lejos y regresaré pronto.
—Lo lamento señor pero es el protocolo.
—Está bien supongo que solo haces tu trabajo.
El ortán bajó del gret mientras el soldado de guardia lo revisaba
comenzando desde el frente hasta atrás.
Tanto Naín como el ortán se sentían cada vez más nerviosos conforme el
guardia avanzaba en su revisión. Estarían en graves problemas si los
descubrían y Naín temía que los potentes latidos de su corazón lo delataran.
Mientras tanto, el ortán frotaba sus manos y pensaba desesperadamente en
una solución que los salvara y cuando el guardia estaba a punto de llegar a
donde Naín estaba simplemente dijo:
—Vamos Asael ¿De verdad piensas encontrar algo ahí? Creo que ya viste
suficiente y tengo un poco de prisa.
El soldado se quedó pensativo unos instantes pero finalmente retrocedió.
—Lo siento señor, solo seguía el procedimiento. Tan solo firme aquí y
podrá irse.
—Muchas gracias Asael—dijo el ortán aliviado.
Firmó los papeles y condujo hacia un conjunto de edificios y callejones
oscuros y descuidados. Quería asegurarse de estar en un lugar donde nadie los
conociera.
—Ya puedes salir—Le dijo a Naín—, aquí estamos seguros.
Naín se incorporó y brincando los asientos se acercó lo más que pudo al
ortán.
—Bien, cuéntame que ha pasado—preguntó el ortán.
—Señor, sé que todos piensan que hui pero la verdad es que no lo hice.
—Entonces ¿Qué sucedió?
—De alguna manera los ixthus enviaron este sello a mi celda—dijo Naín
sacando el sello de su pantalón—, y no sé como pero al tocarlo me sacó de ahí.
—Ixthus, debí haberlo adivinado, sin huellas, sin evidencia y sin dejar
rastro. Solo podían ser ellos.
— ¿había visto antes este sello?
—Si, en algún momento de mi juventud, durante la guerra silenciosa, pero
no sabía que podía hacer eso. En aquel tiempo solo era un símbolo que usaban
en sus trajes.
—La verdad no sé cómo funcione pero me ha metido en un grave
problema y por eso he venido a pedir su ayuda.
—Si claro. Aunque siendo sincero, la situación es muy complicada. Pero
no te preocupes resolveremos esto. Mira ahora no hay mucho tiempo, debo
volver antes de que empiecen a preguntarse dónde estoy ¿Dónde te has
ocultado hasta ahora?
—En casa de Amitai.
—Muy bien vuelve ahí y quédate. Te contactaré por medio de Amitai y no
dejes que te vean por nada del mundo ¿entiendes? Ahora vete, tendrás noticias
mías muy pronto.
Naín estrechó la mano del ortán agradecido y se marchó a paso acelerado.
Una vez que hubo perdido de vista al ortán, intentó usar el sello para ver si lo
llevaba de vuelta hacia el apartamento de Amitai; pero el sello no funcionó,
simplemente se quedó en su mano emitiendo su tenue luz azul. Así que siguió
caminando, casi siempre evitando la luz de las lámparas. Llegó muy pronto al
apartamento, en realidad no estaba muy lejos.
Cuando llegó buscó la llave de la puerta en la maceta, sabía que Amitai la
había vuelto a esconder durante el día. Entró apresuradamente y fue directo
hacia la habitación de su amigo, quería contarle lo que acababa de suceder.
—Compadre despierta—dijo sacudiéndolo—Amitai, despierta.
— ¿Eh? ¿Qué?—balbuceó aun dormido.
—Si funcionó, el sello funcionó compadre, pude hablar con el ortán.
— ¿De qué hablas?—dijo Amitai incorporándose en la cama—¿Qué sello?
—De este Amitai, reacciona.
—Oh si ese sello ¿Qué fue lo que pasó? ¿Pudiste hablar con el ortán?
—Bueno si, un poco. El sello me transportó hasta el estacionamiento del
cuartel y ahí fue donde lo encontré. Me sacó a escondidas y me pidió que me
quedara aquí. Dijo que luego me contactaría por medio de ti.
—Genial. Al menos esta de tu lado. Pero ¿ya tienen un plan o algo?
—No te digo que hablamos muy poco, tenía que volver pronto al cuartel,
ya sabes, antes de que hicieran preguntas. Tal vez cuando me contacte por
medio de ti será porque ya tiene algo en mente.
—Pues ojalá así sea, porque no creo que puedas ocultarte por mucho
tiempo aquí.
—No, tampoco yo creo eso, y a propósito gracias por lo que haces, sé que
te pongo en una muy mala situación.
—No te equivoques compadre, no me preocupo por mí y sabes que cuentas
conmigo.
—Qué lindo—dijo Naín con sarcasmo.
—Lo sé, ahora fuera de mi habitación y déjame dormir.
Naín salió de la habitación mientras Amitai le lanzaba una almohada a la
cabeza. Fue a acostarse de nuevo al sofá, pero seguía sin poder dormir, aunque
en esta ocasión no era por estar pensando en sus problemas, no, pensar en el
sello lo había llevado hasta sus recuerdos de Vasti y aunque no quería
admitirlo, ella era lo bueno de toda su situación.
Había algo en ella que le agradaba inmensamente, tal vez era su abundante
cabellera rizada o su piel oscura, o su profunda mirada, quien sabe, el punto
era que no podía dejar de pensar en ella y así fue como se durmió, con ella en
su mente.

28

A la mañana siguiente, cuando se levantó, Amitai ya se había ido al cuartel


y le había dejado una nota pegada en el refrigerador “hay refrescos el en el
refri”
—Vaya, estoy salvado—dijo Naín para sí.
Haciendo caso a la nota de Amitai, tomó uno de los refrescos y luego de
prepararse su desayuno se sentó frente al televisor. Quería matar el tiempo
viendo películas o series pero jamás había sido aficionado a eso y pronto se
aburrió; así que no tuvo más remedio que apagarlo.
Al poco rato encontró una nueva manera de entretenerse. Fue a buscar una
escoba y un recogedor para barrer la entrada del apartamento, pues estaba a
rebosar de tierra; pero fue entonces que se percató que algo no coincidía con lo
que había visto esa mañana. La puerta estaba abierta y el recordaba
perfectamente haberla visto cerrada.
Se acercó a ella y se asomó afuera. No había nadie cerca. Inspeccionó la
perilla y todo lo demás; pero no parecía que alguien hubiera querido forzarla.
Confundido volvió a cerrar la puerta comprobando que también cerraba sin
ningún problema; y a excepción de una mancha negra en ella no había nada
fuera de lo normal, excepto… no, esa no era una mancha negra. Cuando puso
más atención en el reflejo de la perilla se dio cuenta de que un hombre vestido
completamente de negro estaba justo detrás de él, y con la clara intención de
dispararle con la pistola que empuñaba.
Se dio la vuelta y desvió el tiro justo a tiempo. Arremetió contra el intruso
y lo golpeó varias veces en las costillas hasta que cayó hacia atrás. Naín se
aventó sobre él, pero el intruso levantó los pies y lo desvió hacia la mesita de
centro que había en la sala, la cual hizo un tremendo ruido al romperse en mil
pedazos cuando Naín cayó sobre ella, sin embargo, no perdió tiempo y se
levantó inmediatamente. El intruso corrió hacia él y lo levantó del suelo con su
hombro y luego lo azotó contra el piso. Una vez derribado, intentaba
ahorcarlo; pero Naín aún tenía fuerza para contenerlo y con un esfuerzo le
preguntó:
— ¿Quién eres y qué es lo que quieres?
El extraño rio sarcásticamente y con una voz ronca y anormal le respondió:
—Soy el que mató a tu hermano, y quiero hacer lo mismo contigo, siftán
Naín.
Naín se quedó helado al oír aquello. Andrés estaba muerto y a menos que
le hubieran mentido sobre eso, significaba que el asesino era otro y ahora
estaba cara a cara con él.
Naín soltó una de sus manos y le asestó un tremendo puñetazo al intruso en
las narices. Este retrocedió adolorido y Naín aprovechó para golpearlo de
nuevo con la rodilla en la cara. Mientras el extraño estaba tirado Naín se
apresuró a arrancarle el pasamontañas de la cabeza, quería saber si era Andrés
y estaba vivo aún o si había creído mal durante todo ese tiempo; pero cuando
logró quitárselo el intruso se levantó y escapó saltando por la ventana, Naín lo
siguió, pero al doblar la esquina el extraño había desaparecido y por más que
lo buscó ya no pudo encontrarlo. Irritado, confundido y molesto regresó al
apartamento antes de que alguien pudiera reconocerlo.
Con la cabeza casi reventándole de ideas y pensamientos, entró de nuevo al
apartamento de Amitai. Inconscientemente daba vueltas por todo el lugar;
pensando en lo que acababa de ocurrir. Todo estaba mal, toda la información
que tenía estaba mal, no había ya nadie en quien pudiera confiar, sentía que
debía alejarse de todo y todos para aclarar las cosas. Estaba molesto,
decepcionado y muy, muy enojado. Ni siquiera notó cuando Amitai volvió al
apartamento, luego de recibir una llamada de su vecina diciéndole que había
un gran escándalo en su casa.
—Pero ¿Qué rayos paso aquí?—preguntó nada más al cruzar el umbral.
— ¿No regresabas del cuartel hasta el viernes?—preguntó Naín con un
tono algo agresivo. Dudaba ahora de absolutamente todo.
—Así era, pero la vecina me llamó diciendo que escuchaba muchos ruidos,
y que había visto a un hombre de negro entrar en mi apartamento. El ortán me
dejó salir para ver que sucedía y vine corriendo.
Si Amitai ignoraba lo que acababa de ocurrir en su apartamento o no, era
algo de lo que Naín no podía estar seguro y por eso le irritaba su cara de tonto
inocente que tenía. Más bien creía que sí lo sabía y que le estaba mintiendo.
—Alguien sabía que yo estaba aquí y vino a matarme. Dijo que lo haría al
igual que lo había hecho con mi hermano.
— ¿Andrés?—preguntó Amitai dubitativo.
—No lo sé, nunca le vi el rostro.
—Pero no pensarás que está vivo, digo no lo creo, aunque si no fue el
¿quién más?
Naín miró a Amitai, tratando de averiguar que tanto le estaba mintiendo.
—Si tu no lo sabes, entonces necesito ir a donde sí me den respuestas –
dijo luego de un rato.
—Espera ¿A dónde vas?—le pregunto Amitai al ver que se dirigía a la
puerta.
—Haré algo que nunca creí que haría. Voy a buscar a los ixthus para
encontrar respuestas.
—No aguanta, no creo que sea buena idea, no estás pensando claramente
¿Qué te hace creer que ellos tienen respuestas? Además ¿Qué harás si las
cosas se ponen mal?
—Es la única opción que tengo, ahora que sé que no puedo confiar en
nadie.
— ¿En nadie? ¿De qué hablas? ¡Espera! No te dejaré ir—dijo Amitai
sujetándolo del brazo.
—No te estoy pidiendo permiso—señaló Naín mirando fijo a su amigo. En
nombre de la amistad que tenían no había querido reclamarle nada, pero ya
estaba harto de mentiras y por eso dejó que sus palabras salieran sin medida—.
Dime ¿Qué temes que sepa?
— ¿Qué estás insinuando?
—No estoy insinuando nada, pero creo que tienes muchas cosas para
decirme y no lo haces.
—No tengo nada que decir o que debas saber.
— ¿No? ¿Crees que soy tonto acaso? ¿Crees que no me di cuenta?
— ¿De qué…?
— ¿Cómo rayos supiste como usar el sello? No me engañas, sé que sabes
algo de ellos que no me has dicho ¿o es que acaso perteneces a ellos y fuste tú
quien entró para matarme? La puerta no estaba forzada, eres el único que
puede entrar sin hacerlo.
—Retira esas palabras, yo jamás haría algo así.
—Entonces ¿Qué es Amitai? ¡Dime! ¿Cómo sabias usar el sello?
¿¡Cómo!?
— ¡Pues porque mis padres pertenecen a los ixthus!
Aquellas palabras que salieron tan atropelladamente de los labios de
Amitai dejaron perplejo a Naín ¿Cómo era posible que nunca se preguntara
que había sido de los padres de Amitai? Jamás se había detenido a pensar en
ello, no le pareció extraño que Amitai nunca los mencionara; pero ahora sentía
vergüenza por no haber preguntado y avergonzado también de haber dudado
de él.
—Yo no… lo sabía Amitai—dijo Naín apenado.
—Claro que no lo sabías, nadie lo sabía ¿Quién andaría comentado algo
así? Me avergüenzo de ello.
Naín guardó silencio. En verdad le había sorprendido mucho lo que le
había confesado.
— ¿Alguna vez has hablado con ellos?—preguntó al fin.
—No, absolutamente no. Ellos esperaban que me les uniera cuando tuviera
edad para hacerlo ¿Sabías que instruyen a los niños desde muy pequeños para
que al crecer les sea más fácil tomar la decisión de pelear por ellos?
Naín negó con la cabeza.
—Pues lo hacen—continuó Amitai—pero yo nací mal, tenía un severo
problema de ceguera y decidieron que no les servía así, por lo que me
abandonaron cuando tenía cinco años, el ortán me encontró, curó mi ceguera y
me ayudó como no tienes idea. Al crecer me uní a los cazadores con la
esperanza de un día demostrarles lo mucho que valgo y el daño que puedo
hacerles.
Naín se quedó callado. Jamás se hubiera imaginado que su alegre amigo
tendría algo tan triste para contar. Ahora lo entendía, siempre había sabido que
los ixthus eran crueles animales sin respeto alguno por la vida humana; pero
eso era más de lo que podía imaginar. Sin embargo necesitaba respuestas, no
le agradaba lo que le había pasado a Amitai; pero si no hacía algo para
encontrar al asesino de su hermano, su muerte seguiría siendo en vano.
—Amitai, de verdad lo siento mucho, no tenía idea, pero necesito hacer
esto. Mi hermano merece ser vengado, lo hago por él y solo por él, no hay otra
razón. No me uniré a ellos si es lo que piensas.
—Sí claro—dijo Amitai con amargura—, “debes buscar la verdad porque
solo la verdad te hará libre” ya me lo habían dicho antes.
—Tú lo sabias ¿no?—preguntó Naín—desde aquella vez afuera del
hospital, sabias que los ixthus me buscaban.
—Sí, por supuesto que lo sabía, esa frase que te dijo Andrés es la misma
que le dicen a todos.
— ¿Qué significa?
—No lo sé, mi madre solía decírmela a cada rato pero nunca entendí lo que
realmente significaba. Pero sin duda te quieren para que te les unas, eres muy
bueno en lo que haces, les conviene tenerte de su lado.
—Pero eso jamás pasará.
—Entonces no vayas con ellos, si vas dirán cualquier cosa para confundirte
y que cedas a sus deseos. Son muy listos, yo lo sé.
Naín miró el sello en su mano, estaba a punto de arrepentirse y no ir, pero
no pudo, la información que obtuviera sería vital para encontrar al asesino de
Ben, además, si a ellos les interesaba tanto tenerlo entre sus filas entonces no
le harían daño y podría preguntar todo lo que quisiera.
—Lo siento Amitai, no puedo, tengo que hacerlo.
Amitai lo miró imponente y luego bajó la mirada. Naín apretó el sello muy
fuerte en su mano y cerró los ojos, empezaba a acostumbrarse a la sensación
de ser transportado por el sello.

29

Dejó pasar unos segundos antes de animarse a abrir los ojos. Esperaba
aparecer de nuevo dentro de la sala con paredes blancas; pero en lugar de eso
se encontró rodeado por decenas de ojos que lo miraban con odio. Todos eran
ixthus que vestían sus trajes y extrañas armaduras de fuego; Naín sentía cómo
sus miradas lo taladraban en lo profundo, pero no se dejó intimidar y luego
apareció Lael abriéndose paso entre la multitud.
— ¡Volviste!—dijo sonriendo.
—Tengo preguntas—contestó Naín serio.
—Ya lo creo. Sígueme, por aquí.
Naín siguió a Lael consiente que las miradas seguían siendo hostiles a sus
espaldas. Caminaron por un sendero que conducía a una loma, desde donde se
podía ver todo el campo que ocupaban los ixthus.
—Discúlpalos—Le pidió Lael—, todos te conocemos por aquí, y no por
buena fama como comprenderás.
—No me importa, no he venido a hacer amigos.
Lael no respondió y siguió caminando hasta que llegaron a la cima de la
loma, dónde había un kiosco que estaba en el centro. La vista que se ofrecía
ahí era muy impresionante, aún Naín quedó impactado de lo que sus ojos
apreciaban. Había un extenso bosque de pinos a su derecha donde al parecer,
los ixthus practicaban con las cuerdas altas. En el lado contrario se
encontraban una serie de edificios exactamente iguales, Naín supuso que se
trataba de los dormitorios. Delante de él estaba un edificio con una cruz roja
pintada, ésa debía ser su enfermería u hospital, dado el tamaño de la
construcción. En el centro del campo se desarrollaban variadas actividades de
entrenamiento. Algunos ixthus practicaban combate cuerpo a cuerpo, otros
trotaban al paso de un líder y otros más, sentados en el suelo aprendían del que
estaba delante; pero los que más le llamaron la atención a Naín fueron unos
que practicaban con unas peculiares espadas muy cerca de ellos.
Lael lo invitó a sentarse en una de las bancas y Naín aceptó.
—Bueno—dijo Lael—, te escucho.
— ¿Dónde estamos?
—En Hekal, es aquí donde los ixthus nos reunimos para esto que vez.
—Siendo este un lugar tan grande ¿Cómo es que nadie ha podido
encontrarlo?
—Para quienes no poseen el sello, este lugar es imposible de encontrar. El
sello es quien te trae.
— ¿Cómo es que yo lo conseguí?
—El sello se presenta a todo ser humano de una manera u otra en algún
punto de su vida, y siempre con el mismo propósito.
— ¿Cuál es ese propósito?
—Unirte a nosotros, y pelear del lado correcto.
— ¿Unirme? ¿Crees que habría algo que me pudiera motivar a unirme a
quienes asesinaron a mi hermano?
—No fuimos nosotros quienes asesinamos a tu hermano, sé que así te lo
hicieron parecer pero no es así.
— ¿Entonces quién?
—No lo sé, pero si nunca hacemos eso con los enemigos, mucho menos
con los nuestros.
— ¿Nuestros?
—Ben se había unido a nosotros poco antes de su muerte. Andrés los
buscó a ti y a tu hermano para cumplirle una promesa a tu padre, y también
porque los apreciaba mucho.
— ¿Por qué? ¿Por qué nosotros?
—Andrés era un íntimo amigo de tus padres, él te conoció a ti y a tu
hermano cuando apenas eran unos bebés. Andrés y tus padres lucharon en la
guerra silenciosa hombro a hombro para evitar que cayera nuestro último
refugio; pero fue imposible detener al ejército. Muchos de los nuestros
tuvieron miedo y huyeron muy lejos, pero Andrés se quedó junto a tus padres
hasta el último minuto; pero al final, tu padre tuvo que hacer un sacrificio muy
grande para poder salvar a todos los que estaban con él. En contra de todo
pronóstico, corrió hacia el puente que conectaba Hieron con el exterior y
detonó una bomba; ello le dio tiempo a los demás de escapar, sin embargo,
poco antes de ejecutar su acto de valentía, le encomendó a su mejor amigo
cuidar a sus hijos y guiarlos a la verdad; y tu madre al igual que tu padre, le
encargó a Andrés mirar por ustedes. Andrés escapó con el resto de los ixthus y
después de dejarlos a salvo fue a buscarlos a ustedes a su casa, pero Darcón ya
estaba ahí y los sostenía a ambos en los brazos. Estaban muy asustados y
lloraban. Andrés intentó recuperarlos, pero era muy difícil hacerlo sin que
salieran lastimados. Darcón huyó y los escondió en su casa donde crecieron
creyendo que nosotros habíamos asesinado a sus padres en la rebelión. Mucho
tiempo después Andrés los encontró, pero no pudo acercarse a ustedes.
Estaban protegidos por los cazadores y siendo criados en un odio hacia lo que
tus padres siempre creyeron correcto, al parecer a Darcón le había agradado la
idea de separar a los ixthus de sus hijos y ponerlos en su contra; sabía que eso
nos destruiría por dentro, sin embargo Andrés no se dio por vencido y
encontró la manera de contactarse con Ben. Le dejaba pequeños mensajes
cifrados en las servilletas del restaurant donde solía comer siempre. Al
principio fue difícil, Ben estaba muy confundido; pero poco a poco y con
mucha paciencia, Ben llegó a este mismo lugar y, como tú, escuchó todo
aquello que necesitaba saber.
— ¿Cómo es que Ben nunca me dijo nada?
—Quería hacerlo, pero también sabía que te pondría en peligro si no era
cuidadoso, además, pronto descubrieron a Andrés y comenzaron a perseguirlo.
Ben se quedó con los cazadores de encubierto para ayudarlo a escapar, él no
sabía que eso también le ayudaría a Andrés para llegar a ti.
—Quieres decir que las voces múltiples que escuché ¿eran cosa de
Andrés?
— ¿Voces múltiples? No lo creo ¿Qué era lo que decían?
—No lo sé, nunca les entendí.
Lael se quedó pensativo unos instantes hasta que finalmente respondió.
—Probablemente era el sello mismo llamándote. Lo ha estado haciendo
todo este tiempo, pero no podías entenderlo porque tu voluntad era contraria a
la de él, en otras palabras no querías tener nada que ver con él y él respetó tu
voluntad, sin embargo ahora te llama con mayor intensidad porque tu voluntad
comienza a alinearse con la suya.
—Bien, y que se supone que quería decirme.
—Solo se me ocurre una cosa: “solo la verdad te hará libre”
— ¿Qué significa?
—Significa que hasta ahora te han contado una historia y te la has creído,
incluso luchas por defenderla; pero es hora que escuches la verdadera historia
y seas libre de elegir entre uno de los dos lados de esta batalla.
—Y ese lado correcto es el tuyo; supongo.
—Sí, así es.
Naín se levantó de la banca, con sus manos en la nuca. Suspiró mientras
apretaba los ojos, definitivamente era demasiada información. Caminó
alrededor del kiosco, pensando sobre lo que acababa de escuchar.
Se recargó en el barandal mirando a todos y todas las actividades que
llevaban a cabo; se parecía mucho a lo que él hacía en el cuartel de los
cazadores.
—Mientes—dijo.
Lael no dijo nada, tan solo se quedó mirándolo como si hubiera estado
esperando esa respuesta.
—Había dos personas en la montaña—continuó Naín—. Mientras yo me
enfrentaba a uno, el otro estaba asesinando a mi hermano. No mientas al decir
que Andrés iba con sanas intenciones de buscarme.
—Naín pero…
—No, ya no quiero oír más, no puedo creer que se me hubiera ocurrido
venir con ustedes
Lael quiso detener a Naín pero éste se apresuró a apretar el sello con su
mano y salir de ahí. En segundos ya estaba de nuevo en el apartamento de
Amitai, el cual durante su ausencia, se había encargado de limpiar el desastre
que había dejado durante la lucha y luego se había marchado de nuevo al
cuartel.

30

Naín se tiró al sofá abatido. Sentía que ninguno de los que conocía le
estaban diciendo la verdad y claro los ixthus no ayudaban mucho inventando
tantas historias fantasiosas como la que le acababan de contar. Estaba frustrado
sin saber qué hacer ni en quién confiar ¿Por qué era tan difícil encontrar la
verdad? Amitai, su mejor amigo le había ocultado su lazo con los ixthus, lo
cual le habría podido ayudar desde un inicio, cuando Andrés habló con él en el
hospital; el ortán había dejado que lo encarcelaran sin oportunidad de
defenderse de sus cargos, entonces ¿en quién confiar si todos mienten? Se
sentía sin fuerzas y muy confundido y así, con ese sentimiento que pesaba en
su corazón, fue quedándose dormido.
No supo cuánto tiempo pasó, pero cuando despertó ya era bien entrada la
noche, se levantó un poco sobresaltado pues había escuchado que la puerta
principal se abría. Se quedó petrificado en el sofá esperando ver a otro intruso
homicida en el apartamento, pero afortunadamente quién entró no era otro sino
Amitai.
—No estaba muy seguro de encontrarte aquí—dijo Amitai cuando lo vio.
—Dije que jamás me uniría a ellos ¿Qué haces aquí?
—El ortán me envía, dice que ha resuelto tu caso y que puedes volver al
cuartel.
Aquella noticia, más que alegrar a Naín lo dejó muy desconcertado.
— ¿Enserio?—preguntó.
—Sí, el ortán ha estado trabajando mucho desde que hablaste con él en el
estacionamiento, incluso desde antes, cuando estabas en la cárcel. Se empeñó
en buscar evidencia a tu favor y ahora tu inocencia quedó demostrada, puedes
volver mañana mismo si te place.
Siempre había pensado que cuando le dijeran aquellas palabras, se pondría
a saltar de alegría y estaría muy agradecido con el ortán, pero no fue así.
— ¿No te alegra?—preguntó Amitai al verlo tan pasivo.
—Sí, por supuesto—dijo Naín, aunque sin mucho entusiasmo—. Es solo
que no me lo esperaba.
—Bueno, pues entonces olvídate de todo ese asunto de los ixthus, estás del
lado correcto, no vuelvas con ellos.
—Sí, tienes razón, no volveré con ellos.
— ¿Qué fue lo que te dijeron?
Quizá Naín habría podido responder a esa pregunta con toda sinceridad,
pero sabiendo que todo el mundo le mentía, prefirió guardarse todo para sí. Ya
no dudaba de Amitai, pero sentía que era muy propenso a creerse todo lo que
le dijeran y por eso desde ahora trabajaría completamente solo, no le pediría
ayuda a nadie más, eso sólo lo estorbaba.
—Lo que se esperaba—dijo cortante—, mentiras.
—Bien—dijo Amitai—. Iré por unas cosas a mi habitación y luego
regresaré al cuartel, te quedas en tu casa.
—Gracias.
Amitai se fue a su cuarto mientras Naín se quedaba en la sala, más
pensativo que antes, sin embargo, algo lo sacó de sus cavilaciones.
Debajo del sofá sobresalía lo que parecía ser el mango de un cuchillo, lo
jaló para sacarlo y efectivamente era un cuchillo. Tenía la hoja muy afilada y
era muy grande. Era como un cuchillo de caza y tenía unas letras grabadas en
la hoja “L.A.B.” estaba inspeccionándolo cuando Amitai volvió de su cuarto.
— ¿Y eso?—preguntó.
—Acabo de encontrarlo debajo del sofá ¿no es tuyo?
—No, no me agrada la caza.
—Si no es tuyo ¿entonces de quién?
—Nadie más ha entrado aquí excepto… el homicida de la mañana.
—Sí, es verdad, seguro es de él. Lo guardaré hasta que pueda devolvérselo.
—No lo dudo. Ya debo irme ¿Te veo en la mañana?
—Sí, mañana me presento al cuartel.
—Genial te veo en unas horas entonces.
—Sí, adiós.
Amitai salió del apartamento dando un portazo tras sí y Naín se quedó
mirando el cuchillo. Era una gran pista, seguro lo pondría en el camino
correcto hacia el asesino. Ahora vería la verdad por sí mismo sin que nadie se
la contara.
Lo primero que haría en la mañana, ahora que había recuperado su
libertad, sería investigar el cuchillo y la presunta muerte de Andrés, pues ahora
había razones para pensar que seguía vivo y que había sido él, quien intentó
matarlo esa mañana.

31

Muy temprano al día siguiente Naín salió hacia el cuartel, ansioso de


volver a su propio apartamento.
Con los primeros rayos del sol sobre su espalda y con toda la intención de
mejorar su situación, caminó rumbo al cuartel, aunque un poco más
indiferente de lo que hubiera esperado. Cuando llegó no pudo evitar sentirse
un poco nervioso cuando en la entrada los guardias le dirigieron miradas
recelosas. No obstante, lo dejaron pasar sin ningún problema.
Naín continuo caminando por la banqueta en dirección a la oficina del
ortán, pero un poco antes de llegar, cuando el edificio de las oficinas
principales se encontraba frente a él, una inusual sensación se apoderó de sus
ser. Había estado esperando a que su corazón se llenara de alegría porque al
fin sería libre otra vez, pero ni aun cuando estaba en el lugar donde creía que
quería estar, se sentía feliz, y eso era extraño porque lo que tanto había
anhelado en los últimos días, estaba apenas unos cuantos pasos de distancia y
en su corazón no había aún ese anhelo de volver. Por mera curiosidad, metió la
mano a la bolsa de su pantalón y comprobó que el sello aún seguía ahí. Se
sintió reconfortado cuando su mano hizo contacto con él, fue como si le dijera
que nunca lo dejaría solo, y de alguna manera, eso le regresó la seguridad a
Naín.
Volvió a guardar el sello y recorrió el resto del camino hacia la oficina del
ortán.
Cuando llegó a la oficina, la puerta estaba entreabierta. La golpeó
levemente con sus nudillos para anunciar su llegada, el ortán levantó la vista
de la pila de papeles que tenía delante.
— ¡Naín! Hola, que gusto. Pasa, por favor pasa. Que gusto que estés de
vuelta.
Naín entró y se sentó en la silla que estaba frente al escritorio.
—A mí también me da gusto estar aquí—dijo sin mucho entusiasmo.
—Ya lo creo. Mira sin tan solo me firmaras estos papeles podrías volver a
tus actividades dentro del cuartel.
— ¿Así de fácil?
—Bueno, la verdad es que todos los que están en el consejo son un montón
de ancianos decrépitos que ya no tienen idea de lo que hacen. Aunque lo diga
yo mismo.
El ortán rio ante su propio chiste, pero Naín solo sonrió.
—Creyeron hacer un bien al arrestarte—continuó el ortán—, pero
finalmente pude convencerlos de tu inocencia. Esto fue manejado como una
infracción interna, así que no se siguió el protocolo que conoces.
—Pues no fue muy interno cuando colocaron mi afiche por toda la ciudad.
—Si bueno, pero debes comprender que eso fue luego de que “escaparas”
de la cárcel. Fue ahí donde el consejo ya no quiso seguir manejándolo como
interno. Pero afortunadamente ahora todo queda como una mala interpretación
de la evidencia, ahora te pedimos disculpas por el error y que firmes estos
papeles, en donde declaras que no tomarás represalias en nuestra contra a
cambio de tu libertad.
Naín firmó los papeles con mano trémula.
—Muchas gracias por lo que hizo por mi ortán—comentó
—No me agradezcas muchacho.
Naín salió de la oficina despidiéndose del ortán como los cazadores suelen
hacerlo.
Ya afuera, alguien le pidió que fuera a supervisar el entrenamiento de los
kutanes. Fue hacia ahí y vio a Amitai escalando el muro de tablones con éxito.
Al parecer habían mejorado bastante durante su ausencia; sin embargo eso no
evitó que muchos hicieran muecas de descontento cuando lo vieron llegar,
recordaban muy bien lo que era entrenar con él. Aunque ese día tuvieron
suerte; Naín no tenía muchas ganas de hacerlos sufrir con pesados ejercicios.
Ya no tenía ese mismo toque de antes.
Al terminar el entrenamiento todos se dirigieron al comedor para disfrutar
de una buena comida, pero no Naín, él tenía otros asuntos pendientes que le
picaban en su cabeza. Así que en lugar de dirigirse al comedor fue directo al
hospital donde Andrés había estado convaleciente.

32

El hospital no estaba muy lejos, y él necesitaba de aire fresco así que llegó
hasta ahí caminando.
—Buenos días, soy el siftán Naín—dijo a la recepcionista—. Quisiera ver
los papeles del deceso de Andrés.
—Siftán como lo siento, esos documentos son clasificados, a menos que
traiga una orden, no puedo mostrárselos.
— ¿Está segura? Es un asunto muy importante.
—Sí, lo siento mucho señor, pero no puedo hacerlo.
—Bueno, muchas gracias señorita.
Naín sabía desde un principio que no sería fácil conseguirlos con solo
pedirlos; pero había querido intentarlo de la manera obvia primero. Sin
embargo ahora que había fallado el plan “A” seguiría con el plan “B”: entrar a
hurtadillas en los archivos del hospital y buscar los documentos él mismo.
Cuando la recepcionista se distrajo para contestar el teléfono, Naín
aprovechó para meterse por un pasillo que conducía a una serie de cuartos
donde solían guardar los archivos de los pacientes.
El primer cuarto en el que entró contenía efectivamente un sinfín de cajas
con papeles adentro, sin embargo estaban ordenadas de manera alfabética y en
ellas solo contenían hasta la “C”.
Salió del primer cuarto asegurándose que nadie estuviera cerca y se metió
hasta el tercero. Ahí estaba la letra “H” por su apellido Hamul. Revisó todas
las cajas con esa letra hasta que dio con los papeles que buscaba. Era una
gruesa carpeta que contenía todo lo referente a Andrés y su estado de salud. La
mayoría eran datos sin importancia; pero al final de toda esa pila de papeles
estaba la constancia de su deceso. Decía que había muerto por una falla en los
pulmones a la 1:05 a.m., y que había sido enterrado esa misma mañana.
Naín estaba confundido. Todo ese tiempo había estado enojado contra
Andrés porque creía que había asesinado a su hermano, pero ahora que sabía
que eso no era posible no estaba muy seguro de con quién estaba enojado.
Frustrado aventó la carpeta y todos los papeles se desparramaron por el
piso y fue entonces que notó uno que no había visto antes. Era una lista de
todas las visitas que Andrés había recibido mientras estuvo en el hospital. La
lista no era muy larga, pues nunca se le permitió a ningún familiar visitarlo;
además de que no se hubieran atrevido por miedo a ser acusados de ser parte
de los ixthus. Los pocos que lo habían visitado eran militares que al
encontrarlo aún inconsciente se habían marchado; pero alguien lo encontró
despierto. Según decía la lista un religioso había ido a verlo poco después de
que despertara y se había ido justo cuando Naín había llegado.
Naín quedó muy desconcertado al enterarse de aquello, sabía que los
religiosos solían visitar a los criminales para darles algunas palabras sobre sus
creencias y quizá confortarlos si, como Andrés, iban a ser irrevocablemente
condenados; pero este le llamó mucho la atención ¿Por qué se fue sin avisar
que Andrés se había puesto mal?
Le hubiera gustado quedarse para seguir investigando, pero los pasos de
alguien lo alertaron y recogió todos los papeles y salió rápidamente del cuarto.
Un enfermero lo miró extrañado cuando se lo topó en el pasillo.
—Lo siento—Se disculpó Naín—. Buscaba el baño.
—Por allá—dijo el enfermero indicándole la dirección.
—Muchas gracias—dijo Naín y se alejó de ahí.
Mientras caminaba de regreso al cuartel iba pensando en interrogar a Aczib
sobre lo que había pasado en la montaña. Había algo muy sospechoso en ese
religioso, y su mente le decía que era muy probable que fuera el asesino de
Andrés, quizá otro ixthus que quisiera evitar que hablara de más.
Cuando llegó al cuartel, vio que los novatos estaban entrenando en el área
del rally con Amitai. A Naín le divertía ver como su amigo actuaba serio
cuando entrenaba a los novatos, sabiendo que la seriedad con Amitai se
llevaban tan bien como el agua y el aceite. Aunque debía admitir que lo hacía
bastante bien pues realmente era intimidante con los novatos.
Naín esperó a que concluyera el entrenamiento para acercarse a Aczib y
hablar con él.
Luego de un rato el entrenamiento terminó y todos se retiraron para
continuar con las siguientes actividades. Naín alcanzó a Aczib a la mitad del
camino.
—Hola Aczib—saludó.
Aczib se cuadró en cuanto vio a Naín y efectuó el saludo de los cazadores.
—Está bien Aczib, solo quisiera preguntarte algo—Lo tranquilizó Naín.
Aczib solo se le quedó mirando con los ojos muy abiertos.
—Quisiera saber qué fue lo que ocurrió en la montaña, aquella vez que
perseguíamos a Andrés y… tú sabes, asesinó a Ben.
Aczib se vio un poco desconcertado ante la petición de Naín pero accedió a
responderle.
—Bueno es un poco confuso. Cuando Ben y yo nos separamos del resto,
pronto Ben me dejó atrás; traté de seguirle el paso pero la nieve era muy
espesa y no podía correr, además, su condición era mucho mejor que la mía.
Pronto solo distinguía su silueta entre la niebla y en un momento dado vi cómo
se detenía en seco, creo que miró el precipicio y por eso se detuvo. También
dijo que había escuchado algo y se acuclilló, yo estaba a punto de llegar a
donde él cuando de pronto salió Andrés de debajo de Ben. Se había ocultado
bajo la nieve y lo tomó por el cuello. Ambos comenzaron a forcejear, pero
Andrés aprovechó la cercanía del precipicio y lo lanzó. Me pareció que su
intención era buscarlo solo a él porque en cuanto me vio salió huyendo. Dudo
mucho que yo lo haya intimidado, soy sólo un novato.
—Pero entonces ¿tu solo viste una silueta, no a Andrés mismo?
—Pues no señor, pero no creo que haya podido haber otro en la montaña
esperando para asesinar a un cazador.
Naín se quedó meditabundo, sin duda alguien le mentía. Los ixthus le
decían que no habían sido ellos, pero Aczib decía que no podía haber sido
nadie más que ellos, aunque admitía no haber visto del todo la cara de Andrés.
—Señor puedo preguntar ¿Por qué es tan importante ahora?—Aczib sacó a
Naín de sus pensamientos.
—Solo quería saber cómo había muerto mi hermano. Hasta ahora no tenía
todos los detalles. Has sido de mucha ayuda Aczib muchas gracias—Le dijo
Naín dándole una palmada en la espalda.
—No hay de que señor, estoy para servirle.
Naín se separó de Aczib y se fue directo a su entrenamiento de tiro. Había
muchos asuntos dando vueltas en su cabeza que prefería distraer su mente
disparando armas, después estaría más preparado para sacar conclusiones.

33

El área de tiro estaba vacía, aún faltaban algunos minutos antes de que
llegaran el resto de sus compañeros, así que comenzó solo.
Tomó un arma del panel y se tiró al suelo. A lo lejos podía distinguir el
centro de la diana. Cerró un ojo, inhaló profundo y al exhalar apretó el gatillo.
Sonrió cuando vio que había dado en el centro. Siguió practicando solo hasta
que poco a poco sus compañeros fueron llegando.
El entrenamiento transcurrió sin contratiempos ni cosas fuera de lo común
y de hecho cumplió con el propósito de distraer su mente un rato.
Ya en la noche, mientras estaba acostado; Naín reflexionaba sobre todo lo
que había escuchado últimamente. Todo se resumía a en quién confiaba más,
si en unos criminales o en uno de sus hombres. La respuesta era sencilla.
Aczib tenía poco tiempo trabajando con él, pero en ese tiempo había
demostrado ser un confiable soldado, un poco tonto, pero fiel. Además, estaba
seguro de que esa tarde en la montaña, había dos ixthus y no uno como había
supuesto, tan sólo deseaba saber de quién se trataba.
Mientras pensaba en eso tomó el cuchillo que había encontrado en el
apartamento de Amitai. Al parecer lo había comprado en una tienda de cacería
muy conocida de la región, pues tenía el sello de la tienda grabado en la hoja,
además de las iniciales “L.A.B” que seguramente fueron grabadas después de
que el homicida lo comprara y que sin duda alguna eran las iniciales de su
nombre, pero por ese día ya había tenido suficiente, lo que necesitaba en ese
momento era descansar y ya mañana preguntaría por la procedencia del
cuchillo.
Dejó el cuchillo en la mesita que tenía a un lado de su cama, apagó la luz y
se dejó llevar por un profundo sueño reparador.
A la mañana siguiente, aprovechando los primeros rayos del sol, se levantó
antes de que sonara la alarma, desayunó rápido en su apartamento y estuvo
veinte minutos antes en la arena de combate donde entrenaría a los kutanes.
Estaba muy ansioso por tener un tiempo libre y salir a buscar información
sobre el cuchillo. Tenía un presentimiento que le decía que ese sería el día en
que encontraría al asesino y pensaba en todo lo que haría con él. Debía ser
muy astuto para que nadie se enterara de lo que había hecho. Ese pensamiento
le dio un escalofrío ¿de verdad pensaba matarlo actuando fuera de la ley?
¿Estaría dispuesto a enfrentar de nuevo la cárcel? Ahora sentía que dos
grandes sentimientos batallaban en su interior, uno le pedía justicia a gritos,
pues el sistema de leyes no se lo había dado; pero otro le decía que debía ser
prudente aunque eso significara perdonar y dejar ir ese asunto de Ben. Pronto
se deshizo de este último pensamiento. Procuraría al máximo no ir a prisión de
nuevo, pero si debía hacerlo, lo haría orgulloso sabiendo que fue por su
familia, que fue por una buena y justificada razón.
—Naín ¿estás bien?—Le preguntó Amitai al verlo completamente
distraído.
Naín sacudió su cabeza y salió de sus cavilaciones.
—Sí, perdona.
Giró su cabeza mirando alrededor y notando que no había nadie más en la
arena sino él y Amitai. Había estado tan absorto en sus pensamientos que
nunca notó el inicio y el fin del entrenamiento, de hecho había actuado muy
mecánicamente.
— ¿Y los demás?—preguntó.
—La trompeta sonó hace diez minutos, los kutanes te preguntaron que si
nos podíamos ir y dijiste que sí.
— ¿Enserio?
Amitai estaba ahora muy preocupado por su amigo y por todas sus
extrañas actitudes recientes.
—Sí, ¿seguro que estás bien? Hoy estuviste inusualmente blando y
distraído con el entrenamiento, creo que todos lo notaron.
—Sí, no te preocupes, es solo que me estoy adaptando de nuevo.
Amitai no quedó conforme con la explicación que le dio, pero sabía que no
sería de utilidad seguir preguntando.
—Bueno, ya debo irme, te veo al rato.
—Sí adiós.
Amitai se alejó y Naín cayó en la cuenta de que ese era el momento de
salir a preguntar.
Sabía exactamente hacia donde ir así que no perdió tiempo y pronto llego a
la tienda de cacería.
La luz de la tienda era demasiado tenue; pero aun así Naín pudo apreciar la
gran cantidad de cabezas disecadas que estaban por todas las paredes. Había
alces, caribúes, venados e incluso osos. Todos tenían una extraña mirada vacía
en sus ojos y eso le provocó un escalofrió.
Tocó el timbre del mostrador y pronto apareció el dependiente con una
amable sonrisa en su cara.
—Buenos días caballero—saludó— ¿En qué puedo servirle?
—Quisiera saber todo acerca de este cuchillo.
Naín le extendió el cuchillo y el dependiente lo reconoció inmediatamente.
—Oh si—exclamó—, es un muy buen cuchillo, pero me temo que no
podré ayudarlo mucho, este modelo es demasiado común y se vende bastante
además. Lo tuve en oferta hace un par de semanas y los cazadores expertos
aprovecharon para llevarse varios.
— ¿Qué me dice del grabado? Ese no debe ser tan común.
—No, tiene razón, no es común, pero aquí no ponemos los grabados.
Quien sea que lo haya comprado, debió llevarlo a otro lado.
Naín estaba un poco decepcionado, pero no tanto, todavía le quedaba
investigar el grabado.
—Bien muchas gracias.

34

Al salir, visitó varios talleres en donde solían grabar mensajes en distintas


cosas; pero en ninguna pudieron decirle algo realmente relevante, y mientras
tanto su tiempo libre se agotaba por lo que decidió regresar al cuartel e intentar
algo distinto más tarde.
Condujo de regreso lo más rápido que pudo, pero una de las calles estaba
cerrada por reparaciones y se vio obligado a tomar un camino alterno. Se
metió por un estrecho callejón que según él salía directo al cuartel; pero iba
tan concentrado mirando el mapa de su pantalla que no vio al sujeto que
caminaba delante de él y por poco lo atropella. Frenó bruscamente al mismo
tiempo que el sujeto saltó y tiró su maleta. Miles de cosas volaron por el aire y
Naín muy apenado se bajó del gret para ayudarlo.
—Como lo siento—se disculpó—, iba distraído y no te vi, de verdad lo
lamento.
—No se preocupe—dijo el sujeto que había quedado acostado boca abajo
sobre el pavimento—. Al menos no sucedió nada.
Cuando el sujeto hablo Naín pudo reconocer su voz, se trataba de Aczib.
— ¡Aczib eres tú! Ahora lo siento más.
— ¡Ah! Señor, no se preocupe, de verdad estoy bien. Solo fue un susto.
Aczib se inclinó sobre el suelo y comenzó a recoger sus cosas. Naín, aun
apenado lo ayudó a recoger lo que pudo y luego fue a meterlo todo a la maleta
que estaba al lado del novato. Tiempo después, Naín agradecería mucho ese
evento; porque si no hubiera sido por esa situación, jamás habría podido ver la
nuca de Aczib. Al principio no notó nada extraño, todos los soldados se hacen
tatuajes en diversas partes del cuerpo, y este en especial no tenía nada fuera de
lo ordinario “Lealtad Al Belial” era lo que rezaba la leyenda que se había
pintado; cualquiera habría dicho que Aczib era un gran patriota por eso y que
estaba orgulloso de su país. Pero en lugar de eso, a Naín se le había encendido
una bombilla en su cabeza. Inconscientemente, metió su mano en la bolsa de
su chaqueta y extrajo el cuchillo que había estado investigando “¿será
posible?” se preguntaba “L.A.B. será “Lealtad Al Belial” Naín estaba un poco
aturdido sintiendo como su cabeza daba vueltas y en su estómago sentía toda
una selva crecer, no quería creerlo pero algo le decía que todo embonaba
perfecto.
Aczib terminó de recoger sus cosas y se levantó. Miró el cuchillo en las
manos de Naín y entonces supo lo que estaba pensando. Reconocía su propio
cuchillo y sabia también que lo había dejado olvidado en el apartamento de
Amitai.
Una horrenda sonrisa plagada de maldad se dibujó en su rostro cuando
comprendió que lo habían descubierto, mientras tanto las manos de Naín se
crispaban de rabia.
—Vale—dijo Aczib burlón—, eso también es mío.
Las palabras para Naín sobraron en ese momento; sólo había una cosa por
hacer y ni siquiera la pensó.
Arremetió contra Aczib y le dejó un profundo corte en diagonal por todo el
pecho. Aczib retrocedió adolorido y sujetándose la herida. Naín volvió a
atacar pero esta vez con la intención de clavarle el cuchillo hasta el mango en
las costillas. Con gran esfuerzo Aczib sujetó la mano de Naín e impido que lo
hiriera, la torció y luego le hizo una llave. Naín grito de dolor; pero aprovechó
que la cara de Aczib estaba muy cerca de él y le dio con su nuca en las narices.
Aczib lo soltó y pronto la sangre le comenzó a brotar a chorros, se tambaleó
un poco y cuando se recompuso miro con fiereza a Naín estaba decidido a
acabar con su señor; sin embargo un estremecimiento recorrió todo su cuerpo
y en sus ojos parpadeó un intenso brillo rojo, como si en lugar de ojos tuviera
dos pequeñas bombillas. Aczib sacudió su cabeza con ímpetu y cubrió sus ojos
mientras decía una y otra vez “puedo solo, puedo solo, déjame hacerlo” Naín
no entendía lo que le estaba ocurriendo; pero tampoco le importaba. Furioso
volvió a atacarlo aprovechando que estaba distraído, no obstante, en ese
momento Aczib se recompuso y saltó asestándole una poderosa patada a Naín
en el pecho quien cayó de espaldas.
Los ojos de Aczib otra vez eran normales aunque seguían despidiendo un
intenso odio; pero quizá había más odio en los ojos de Naín, y fue ese mismo
sentimiento que lo impulsó a levantarse y seguir peleando; pues Aczib estaba
demostrando que ese cuento del novato había sido solo eso, un cuento, pues se
defendía muy bien y atacaba aún mejor. Naín estaba teniendo dificultades para
someterlo, ahora él también tenía sangre corriendo por toda su cara y los
brazos doloridos; pero nada lo detendría y aprovechando un momento en el
que Aczib perdió el paso, Naín lo empujó hacia el gret que seguía estacionado
ahí e intentaba clavarle el cuchillo en el corazón. Aczib lo detenía con todas
sus fuerzas y de vez en cuando en sus ojos parpadeaba ese extraño brillo rojo,
pero Aczib cerraba sus ojos con fuerza y ellos regresaban a la normalidad.
Al rato, poco a poco se le fueron acabando las fuerzas y la punta del arma
estaba cada vez más cerca de penetrar. Naín estaba casi seguro que se vengaría
después de todo; al menos así habría sido de no ser por un imprevisto y
tremendo golpe en su nuca que lo hizo caer pesadamente al suelo. El golpe no
lo desmayó pero si puso su vista borrosa. Miró hacia arriba para ver quién lo
había atacado, sin embargo sus ojos aún no le permitían saber con exactitud de
quién se trataba.
—Traté de razonar contigo—dijo, y Naín se estremeció cuando creyó
reconocer su voz—. Te puse en la cárcel para alejarte de ellos ¿Cómo iba a
saber que aún ahí te buscarían? Pero jamás se rinden y ahora aquí estas,
sufrirás el mismo fin que tu hermano. Todo será culpa de ellos quiero que lo
sepas, yo no lo haría si no hubieras sido tan tonto como para buscarlos. Pero
eso es de familia, primero tu hermano y ahora tú.
Ahora Naín podía ver bien y se estremeció cuando vio al ortán ante sí
sosteniendo una pistola en su mano. “No, por favor, que esto sea una pesadilla.
Que no sea él.” Rogó.
—Ya no importa—dijo el ortán suspirando—, me pareció una buena idea
al inicio, quitarles sus hijos a los ixthus parecía ser una solución a esa plaga;
pero creo que es más fácil así.
El ortán disparó su arma hacia el hombro de Naín quien gritó de dolor y se
sujetó el brazo con fuerza. Le había sorprendido saber que Aczib era el asesino
de su hermano; pero saber que Darcón también lo había traicionado lo había
desmoralizado por completo.
—No me mal entiendas—continuó—, de verdad eres bueno en lo que
haces con nosotros, me ayudaste a atrapar a muchos ixthus; pero yo tenía que
hacer demasiadas cosas para evitar que te dieras cuenta de la verdad y eso es
cansado, además, ya estoy algo viejo para esto. Por eso tengo a Aczib, ahora él
hace lo que yo años atrás; pero como sabrás, es un poco tonto. No es nada
cuidadoso y por eso lo descubriste, aunque debo admitir que eso de disfrazarse
de ixthus para hacerte ir al hospital con Andrés fue muy buena idea, así
pudimos inculparte de su muerte ¿sabes? Tan sólo tuvo que seguirte y
envenenarlo poco antes de que entraras a su habitación. Pero bueno eso ya no
tiene importancia, morirás hoy y aquí mismo, ya no me resultas útil.
Esta vez Darcón apuntaba su arma hacia la cabeza de Naín, pero éste sin
tenerle miedo a la muerte y obteniendo fuerza de su rabia, se levantó aun
apretando su brazo contra su cuerpo y mirando fijamente a aquel que siempre
había admirado.
— ¡Confié en ti, Darcón!—Le gritó—Y Ben también.
— ¡Sí pero yo en ustedes no! Jamás confiaría en ustedes; lo criminal se
hereda, siempre es así, ya lo he comprobado. Ben se había unido a esa peste y
por eso mandé matarlo ¡Él me traicionó primero!
—Pero… ¿Y mis padres? Ellos eran tus amigos.
—Abre los ojos Naín ¿crees que habría algo que me llevara a entablar
amistad con personas así? Tus padres siempre fueron ixthus, y no sólo eso;
eran los lideres, grandes personajes. Simón perteneció al grupo de los doce,
casi podría decirte que fue el más importante de todos. No todo fue mentira,
definitivamente estuvimos juntos en una guerra, pero yo quería destruirlo, solo
para salvar este mundo ¡mi mundo!
— ¿Cómo pudiste?
Naín ya no encontraba palabras suficientes para hacerle saber a Darcón lo
traicionado que se sentía.
— ¡Dispare ya!—Lo apremiaba Aczib asustado de que Naín intentara algo
mientras se levantaba.
—Tranquilo, Naín tan solo no desea morir de rodillas y no esperaba menos
de alguien como él.
Darcón se equivocaba; la intención de Naín no era simplemente morir de
pie, en realidad lo que él quería era gastar su última oportunidad de vengarse
aunque por ello tuviera que morir. Sin que Darcón se hubiera dado cuenta,
Naín había sacado su pistola de la funda que colgaba de su cinturón y cuando
el ortán disparó, Naín también.

35

Al principio todo fue muy confuso. Recordaba haber jalado del gatillo y
siendo el excelente tirador que era, seguramente había dado en el blanco, sin
embargo, el ortán también era un gran tirador, su disparo también debió haber
dado en el blanco; pero no sentía nada, absolutamente nada. Quizá estaba
muerto. Despacio comenzó a abrir los ojos, inconscientemente, los había
cerrado al disparar, pero ahora necesitaba ver para saber en dónde estaba.
Cuando miró a su alrededor se dio cuenta de que estaba en una especie de
granja, había un granero a unos doscientos metros de distancia, aunque nadie
se veía fuera, seguramente era por el frío. Naín se preguntó cómo había
llegado ahí.
Miró por todo su alrededor buscando a Darcón, quería ver si le había
matado como había querido; pero nunca lo encontró. Se levantó pensando que
tal vez estaría escondido esperando por él, pero luego un sonido metálico
captó su atención. El sellito estaba a sus pies, llamándole. Lo había
transportado hasta ahí, justo antes de que la bala de Darcón lo golpeara y había
evitado también, que Naín lo matara.
Un grito desesperado escapó de la garganta de Naín al darse cuenta de lo
que el sello había hecho.
Se agachó furioso y lo tomó, trató de lanzarlo lejos, pero no pudo separarlo
de sí ni un centímetro.
Ahora que sabía que lo habían engañado toda su vida no le importaba ya
nada, habría preferido morir y que todo se acabara ahí. Cargaba con culpas,
traiciones y engaños y eso pesaba de manera increíble en su alma.
Pateo todo lo que se encontraba cerca, aventó todo lo que se le ponía
enfrente, pensaba que así descansaría un poco más, pero ¿Cómo descansas
cuando tu vida misma es la que te cansa?
Su brazo comenzó a dolerle y picarle todavía más y le recordó que aún
seguía vivo. Se dejó caer de rodillas sobre el suelo completamente
desmoralizado. Estuvo un largo rato en esa posición, viendo la sangre de su
herida correr y con la mente completamente en blanco. No supo si al cerrar los
ojos perdió el conocimiento, o si se durmió, lo que si es cierto es que cuando
despertó su brazo aun le dolía, haciéndole saber que su deseo de morir no se
había cumplido. Pero aunque anhelaba morir de una vez, por alguna razón se
levantó y casi de manera automática volvió a tomar el sello y lo apretó fuerte.
No pensó en ir a ningún lado, tan solo dejó que el sello lo llevara a donde tenía
que estar; no se sorprendió cuando vio que se encontraba en el bosque de
pinos de Hekal, el escondite de los ixthus.
Buscó apoyarse en un pino, pues la pérdida de sangre lo tenía ya muy
débil.
Al poco rato escuchó el firme paso de un grupo de ixthus que se acercaban
trotando por el bosque. Cuando vio al grupo aparecer de entre los arboles
quiso hablarles, hacer algo para llamar su atención; pero estaba tan cansado y
la pérdida de sangre se había llevado la mayoría de sus fuerzas que su voz
sonó solo en un susurro. No obstante el último del grupo no corría sino que
caminaba tranquilo, observando alrededor. Era Lael y pronto su vista se cruzó
con la de Naín.
— ¡Ay por Dios!—exclamó al verlo.
Lael corrió lo más rápido que pudo hacia Naín y lo sujetó poco antes de
que se derrumbara por completo.
—Ellos me mintieron—decía Naín con voz quebrada—, toda mi vida me
mintieron. Juro que morirán por eso.
—Basta Naín—lo detuvo Lael—, no es importante eso ahora, debo llevarte
a que te curen.
Lael arrastró a Naín hasta la enfermería. Apenas puso un pie ahí y todos
los doctores y enfermeras se pusieron a trabajar; unos acercaron una camilla y
subieron a Naín, otros tomaron gazas y las pusieron sobre la herida
presionándolas, para evitar más pérdida de sangre y otros citaban datos en
jerga médica que él no entendía.
Poco a poco Naín comenzó a entrar en un pesado sueño. Cada vez oía más
lejos las voces de los médicos y pronto perdió el conocimiento.

36

Él estaba en su apartamento. Todo estaba perfecto, limpio y ordenado;


sonrió al pensar que así era su vida, perfecta, limpia y ordenada. Se acercó al
escritorio y tomó su foto favorita; era una donde aparecía abrazando a su
hermano y riendo como dos niños pequeños, sin embargo esta vez había más
personas en la foto; ahí estaba Sara sosteniendo a una encantadora niña recién
nacida en sus brazos, su sobrina sin duda; después, mientras seguía mirando,
apareció Vasti a su lado en la misma foto. Lo sujetaba del brazo y sonreía
como si fuera la persona más feliz del mundo por estar a su lado, él también
sonreía y la miraba como si no existiera otra mujer en el universo; pero un
potente viento azotó la casa y provocó que las paredes se tambalearan. La foto
que sostenía en sus manos se hizo pedazos, todos los muebles explotaron en
miles de astillas y la casa quedó devastada. Naín miraba con horror como un
tornado iba destruyendo su casa y todo lo que había en ella hasta no dejar
nada.
— ¿Quién lo hizo?—preguntó con lágrimas en los ojos— ¿¡díganme quien
lo hizo!?—exigió.
—Fuiste tú—dijo una voz a sus espaldas.
Se dio la media vuelta y se asustó cuando se vio a sí mismo; pero esta vez
sus ojos eran como los de Aczib la última vez que lo había visto, con ese
extraño brillo rojo en ellos. Se estremeció al verse así y entonces despertó.
La sensación de tranquilidad de que todo había sido un sueño poco a poco
lo confortó. Frotó sus ojos y miró a su alrededor; el sol entraba tibio por su
ventana; intentó levantarse pero su brazo le dolió cuando intentó moverlo. Se
dio cuenta de que estaba vendado y que se lo habían sujetado con un
cabestrillo.
Su camisa estaba en una silla a un lado de él pero estaba rota y manchada
de sangre. Tardó un poco pero luego recordó cómo había sido que había
llegado hasta ahí; un balazo que el ortán, el hombre que se decía ser su padre
adoptivo, le había dado, era la razón de estar en el hospital; pero sobre todo,
era la razón de estar con los ixthus.
Un gran silencio reinaba en la sala donde estaba y se levantó para buscar a
alguien, no se molestó en tomar su camisa y así caminó por el pasillo. Cuando
salió a la recepción una joven mujer estaba sentada tras el escritorio apuntando
quien sabe qué en unos papeles. La mujer levantó la vista y vio a Naín caminar
hacia la puerta de salida.
—Espere no puede irse—le dijo.
—Debo buscar a Lael, ya estoy bien, muchas gracias—le dijo Naín.
—No puedo dejar que se vaya—La señorita se había levantado de su silla y
corría ahora tras Naín.
—No puedo quedarme más.
—Entienda que…
—Está bien, déjalo—interrumpió Lael que entraba en ese instante por la
puerta.
La mujer miró a Lael y luego a Naín. Puso los ojos en blanco y no protestó
más y los dejó solos.
—Ya me has encontrado Naín, porque no mejor vamos a tu habitación y
me dices lo que tengas que decirme—propuso Lael.
—No—Se apresuró a decir Naín, no porque le pareciera mala idea, de
hecho se sentía un poco débil; pero no quería regresar a ese cuarto donde
acababa de dejar esa pesadilla. Quería hacer algo más para poder sacársela de
la mente—. Ya me siento mejor ¿Por qué no damos un paseo?
—Bien, pero debes cubrirte con algo primero.
Lael lo llevó hasta un armario y sacó una camiseta blanca que le entregó a
Naín. Tuvo algunos problemas para ponérsela, pero se las arreglo como pudo
y luego salieron a dar ese paseo por Hekal.
Lael caminaba pegado al lado de Naín, a paso muy lento, sabía que no se
sentía bien y estaba preparado para cualquier cosa.
— ¿Qué era lo que querías decirme?—preguntó Lael.
—En realidad, son preguntas las que quiero hacerte.
—Bueno, soy todo oído.
No sabía con cuál de todas sus preguntas comenzar, tenía muchas en su
interior y quería sacarlas todas; pero ahora que tenía pensado quedarse con
ellos, habría tiempo para sacarlas todas a futuro, por eso quiso empezar con
una que consideraba simple.
—Ustedes siempre me han dicho que la verdad me hará libre y ahora
quiero ser libre ¿cuál es esa verdad?
Lael se quedó pensando en su respuesta, pues en realidad era más difícil de
lo que Naín suponía.
—Conocer la verdad depende de ti—respondió Lael—, sin embargo te
contaré los inicios de esta batalla para ayudarte un poco.
—Bien quiero oírlo.
—Quizá te sea un poco difícil comprenderla en un inicio – le advirtió.
—Creo que podré entenderlo.
Lael suspiró y comenzó con su relato.
—Desde mucho antes que la raza humana existiera, eran los Malak; seres
de increíble poder y belleza incomparable. Ellos conformaban el ejército de
Elohim y eran también sus servidores, sin embargo, ninguno de ellos con todo
su poder y belleza eran igualados a Lucio. De todos ellos, él era el más fuerte,
bello y poderoso de todos; fue por eso mismo que se le encomendó la tarea
más importante de todas, ser el guardián de Elohim. Pero el gran poder,
corrompe grandemente. Lucio se envaneció de sí mismo y quiso aún más,
quiso ser como Elohim. Así que con la ayuda de incontables Malak le declaró
la guerra a su creador. Fue un terrible evento en el que dos grandes poderes
chocaron entre sí, pero Lucio nunca tuvo oportunidad y fue derrotado por
Elohim y los Malak que se mantuvieron fieles a él.
Lucio y sus seguidores fueron condenados a un eterno exilio del que nunca
podrían volver y eso lo puso furioso, pero su furia aumentó aún más cuando
llegamos los humanos; quienes comparados con él éramos seres inferiores y
sin ninguna habilidad especial o poder, pero aun así se nos dio el privilegio de
gobernar y sojuzgar la tierra.
—Creí que Belial había sido quién nos entregó este mundo como una
muestra de generosidad.
—Esa es una mentira que Lucio ha hecho circular para ocultar su
verdadera identidad. Belial es sólo otro de sus tantos nombres. Y él no es, en
ninguna manera, un benefactor de la humanidad; sino todo lo contrario.
—Pero todos los libros de historia hablan de ello.
—Lo sé, pero siendo Lucio un ser altamente astuto y de gran poder,
convencer a los humanos de lo que él quiere no representa mucha dificultad.
—Bien, tal vez tengas razón ¿Qué más?
—Lucio consideraba que con todo su poder debería haber sido él quién
gobernara la tierra o algún otro lugar mejor, para él era como una burla que
nosotros tuviéramos ese privilegio y que él en todo el tiempo que sirvió a
Elohim nunca hubiera recibido algo así y se propuso destruirnos; aunque más
que hacernos daño a nosotros, Lucio quería frustrar los planes que Elohim
tenía para nosotros. Un día Lucio se disfrazó y se presentó como un benefactor
de la humanidad. Ofreció conocimiento, con el cual según él podríamos ser
como Elohim. El ser humano codició y tomó ese conocimiento que
casualmente Lucio olvidó mencionar era el conocimiento del mal.
Inmediatamente después de recibir ese conocimiento el ser humano perdió la
poca gloria que tenía y al igual que Lucio quedó separado de Elohim. Lucio
estaba eufórico creyendo que había conseguido frustrar los planes de su
creador y ser además el príncipe de este mundo, sin embargo hace algunas
décadas atrás Elohim brindó una esperanza de redención para nosotros, lo que
no hizo ni hará por Lucio y los suyos. No era fácil, había que hacer un
sacrificio en la puerta de Azazel, derramar sangre humana que no estuviera
contaminada por el conocimiento del mal; pero siendo todos descendientes de
aquellos que adquirieron ese saber teníamos entonces nuestra sangre
contaminada; pero hubo uno, uno solo que tenía toda su sangre pura y no
había maldad en él; Emanuel, Hijo de Elohim era el único que podía
redimirnos. Lo que ustedes conocen como la guerra silenciosa no es más que
ese evento en el que Lucio intentó con todas sus fuerzas detener el sacrificio
de Emanuel, sabía que si lo conseguía esa sería su derrota definitiva, y de
hecho así fue, Emanuel efectuó el sacrificio y ahora todos tenemos la
oportunidad de volver del exilio.
—Pero hay un error en tu relato, el Belial que dirigió la batalla contra lo
ixthus no fue Lucio, fue Hiram.
—Hiram es el mismo Lucio y Belial. Lucio es inmortal, él tan sólo ha
cambiado de forma para mantener las apariencias y hacerles creer que cada
vez que un Belial muere, otro nuevo lo sucede; en realidad Lucio siempre ha
sido el príncipe de este mundo.
—Entonces ¿Cuál es el propósito de esta batalla si según tú ya está
ganada?
—Aunque la posibilidad de regresar del exilio es un hecho, no todos optan
por tomar esa oportunidad. La ignorancia en la que Lucio tiene a toda la
humanidad, le impide hacerlo. Nosotros intentamos sacarlos de esa ignorancia;
pero siempre nos encontramos con la oposición de Lucio y los suyos.
Naín se quedó pensativo, asimilando toda esa información, ahora entendía
porque Lael le había dicho que sería difícil asimilarla al principio. Entregar la
vida por salvar a alguien que amas es hasta cierto punto fácil, pero hacerlo por
alguien que te ha traicionado, es otro nivel.
— ¿Dices que Emanuel se sacrificó por nosotros, solo porque así lo quiso?
Lael asintió con la cabeza.
—Y ¿qué fue de Emanuel? ¿Dónde están sus restos?
—La muerte solo pudo contenerlo por tres días, al haberse sacrificado en
pago por la culpa de otros, Elohim lo devolvió a la vida y ahora está entre
nosotros.
—Aún creo que es horrible que un padre entregue a la muerte a su propio
hijo. Aunque después lo haya devuelto a la vida.
—Elohim no obligó a nada a su Hijo. Los pensamientos de Emanuel y de
Elohim son exactamente los mismos. Emanuel deseaba muchísimo salvar a la
humanidad y dio su vida voluntariamente.
—Muchas personas me han mentido en mi vida, y esto que me dices es
muy difícil de creer ¿Cómo puedo saber qué me dices la verdad?
Lael miró alrededor buscando una respuesta para Naín, él era consiente de
todo por lo que había pasado.
— ¿Ves ese árbol de allá?—preguntó finalmente
Naín asintió.
— ¿Qué clase de árbol es?
—Un manzano—respondió Naín sin saber a donde quería llegar.
— ¿Estás seguro?
—Absolutamente.
— ¿Cómo es eso?
—Tiene manzanas colgando de sus ramas, cualquiera podría saberlo por
eso.
—Exactamente—dijo Lael triunfante—. Los árboles se dan a conocer por
sus frutos al igual que las personas, aquellos que son mentirosos te mentirán
siempre que puedan, pero habremos otros que aunque nos equivoquemos
siempre procuraremos decirte la verdad, aunque sea difícil de asimilar.
Naín se quedó callado, era difícil confiar en la palabra de alguien cuando
absolutamente toda la confianza que pudiera tener con cualquiera estuviera
enteramente fracturada.
Lael parecía notar el conflicto en el rostro de Naín y le propuso:
—Ven conmigo, tengo algo que mostrarte.

37

Lael guiaba a Naín a través de muchos senderos y edificios hasta que


llegaron a uno en el que todos parecían tener cosas que hacer.
Entraron y se detuvieron en uno de sus pasillos donde había una vitrina con
muchas fotos de soldados y enfermeras ixthus. Algunos estaban sonriendo a la
cámara, otros habían sido captados en diversas actividades. Naín no entendía
porque Lael lo había llevado hasta ahí y tampoco se lo explicaba. Dejó que
observara todas las fotos, pero era inútil, no reconocía a nadie.
— ¿Quiénes son?—preguntó Naín.
Lael señaló una foto que estaba colocada en el centro de la vitrina, había
trece hombres en ella, con uniformes militares que Naín nunca había visto.
—Ese hombre del centro es Emanuel—indicó Lael—, y los que lo rodean
son el grupo de los doce. Todos ellos fueron hombres elegidos por Emanuel y
entrenados por él en el conocimiento de la verdad y muchas tácticas militares
también. Algunos eran simples granjeros, otros eran empresarios y había
quienes también eran militares. Emanuel nunca rechazó ni discriminó a nadie,
a todos los entrenó por igual.
— ¿Por qué me dices todo esto?
—Porque… ese de ahí—dijo señalando un hombre de la foto—es tu padre.
A Naín se le formó un nudo en la garganta al escuchar aquello, siempre
había deseado conocer a su padre, aunque fuera en fotos y ahora ahí estaba;
mirándolo y sintiendo como si él también lo mirase. Saltó en su mente también
que Darcón le acababa de mencionar algo así, sobre el grupo de los doce y
supo que realmente era él. Además, tenía casi los mismos rasgos que aquel
hombre y estaba emocionado por ello.
Continuó observando las fotos. Simón aparecía en muchas más, todas ellas
contaban la historia de Hekal y al parecer Simón era uno de los protagonistas
en ella.
Detuvo su mirada en una foto donde se veía a su padre acompañado de una
bellísima mujer.
—Ella es…
—Lidia—completó Lael—, tu madre.
—Creí que, que todas sus fotos habían sido destruidas.
—Oh no, claro que no. Aquí en Hekal recordamos a tus padres con mucho
cariño. Toda su historia está guardada aquí, en este lugar.
— ¿Esos de ahí somos, nosotros?—preguntó cuándo vio una foto donde
Simón y Lidia sostenían a dos bebés en sus brazos y sonreían a la cámara.
—Sí, así es.
Esa última foto desató algunas lágrimas en los ojos de Naín. Era hermoso
para él encontrarse con su verdadera historia y saber que, en algún punto de su
vida, perteneció a una familia feliz.
—Naín—continuó Lael—, este es tu verdadero hogar, aquí es a donde
perteneces, a donde pertenecieron tus padres también. En verdad te
necesitamos, y nos gustaría mucho tenerte entre nosotros. Si quieres, piénsalo
y si decides quedarte, entonces te espero en el comedor, el desayuno se sirve a
las nueve; me dará mucho gusto que te sientes conmigo.
Lael se dio la media vuelta y se fue; Naín se quedó frente a la vitrina,
observando todas las fotos; escudriñándolas, descubriendo su historia.
Luego de un rato siguió caminando para seguir conociendo el lugar y
también para aclarar su mente.
Durante mucho tiempo; había deseado tener a sus padres cerca de él, y
creía que el dedicarse en cuerpo y alma a los cazadores lo acercaba más a
ellos, pues pensaba que realmente habían muerto por eso mismo; pero ahora
entendía por qué nunca se sintió completamente satisfecho con su trabajo, lo
había estado haciendo mal; trabajando del lado equivocado. Pero estaba
dispuesto a corregir; Lael le había dicho que si quería, pensara su respuesta,
pero no había nada que pensar. Ya sabía que se quedaría y andaría por el
camino correcto.
Mientras caminaba, imaginaba a sus padres caminando por los mismos
pasillos que él y sonriendo como una familia feliz.
Cuando se presentó en el comedor, el reloj ya marcaba las nueve y diez y
todos estaban ya sentados disfrutando de su comida; charlando y bromeando
entre ellos. Casi nadie notó la presencia de Naín en el comedor y Lael le hizo
señas con la mano para que fuera a sentarse con él en cuanto lo vio. Caminó
hacia él y se sentó, Lael le extendió una charola de comida y Naín sonrió.
—Sabía que te quedarías—Le susurró.

38

Naín devoró su desayuno, estaba hambriento y un poco débil por lo que


había sucedido el día anterior. Después del desayuno Lael lo llevó a conocer
su dormitorio y le asignó una litera vacía.
—Sé que no se parece nada al departamento que tenías antes pero creo que
estarás cómodo aquí.
—Está bien, dormí en muchas literas antes.
—Bien, entonces alguien vendrá por ti mañana temprano y comenzarás tu
entrenamiento. Mientras tanto ponte cómodo.
Naín se sorprendió que le dijera aquello, pues con su brazo aún adolorido
no podría hacer gran cosa; pero no se quejó, mientras más pronto iniciara
mucho mejor, estaba ansioso por empezar y le pondría todas las ganas de
mundo.
Lael se fue y Naín inspeccionó su nueva cama. Al pie de ella había un baúl
vacío en donde podría colocar todas sus cosas, si las tuviera. La almohada y
las mantas eran cálidas y muy cómodas; la cama era un poco dura pero no era
nada a lo que no se pudiera acostumbrar.
Escuchó unos pasos entrando en el cuarto y se giró para ver quién era. Un
joven como de unos veinte años entró con la frente sudorosa y jadeaba, parecía
que venía de correr un largo maratón; no se percató de la presencia de Naín y
fue hasta su litera donde tomó una botella de agua y bebió un largo trago,
cuando hubo acabado volteo y fue entonces que vio a Naín, parado junto a la
litera. El joven se quedó pasmado en su lugar, al parecer reconocía a Naín y
sabía de su arduo trabajo contra los ixthus, cuando recuperó la compostura
salió corriendo del dormitorio. Naín no entendió su actitud pero tampoco hizo
nada por averiguarlo y se acostó en su cama.
Minutos después se comenzó a escuchar un alboroto fuera de su ventana;
se asomó y vio que un numeroso grupo de ixthus discutían acaloradamente
con Lael y Naín sospechó que era por él, así que salió a comprobarlo.
— ¿Cómo pudiste traerlo?—exigió uno a Lael. Naín creyó reconocer su
rostro.
—En primer lugar, no fui yo quién lo trajo ¿O ya se han olvidado que si no
es por el sello entonces nadie puede entrar en este lugar?
—Y tú ¿te has olvidado de que es este precisamente de quién hemos huido
durante tanto tiempo para evitar que nos azoten, torturen y cosas peores?
—Todos tenemos un oscuro pasado, cosas por las cuales lamentarnos y que
hicimos en ignorancia ¿desde cuándo juzgamos a otros y nos olvidamos de
nuestra principal tarea?
Todos guardaron silencio y miraron a Naín, él no sabía exactamente que
les acababa de decir Lael pero parecía funcionar pues sus rostros comenzaron
a ablandarse, menos el que estaba hasta adelante y que Naín finalmente
reconoció como Alef, el que había visto la primera vez que había llegado a
Hekal.
—Olvidémonos de esto, que vuelva cada uno a su lugar—ordenó Lael.
—No podemos permitirnos más bajas Lael y si tu nuevo amigo es causa de
algunas, entonces tú serás el culpable—amenazó Alef.
A Lael no le gustó nada lo que Alef le acababa de decir, en especial porque
él no era nadie como para andarle dando órdenes; pero en nombre de la paz se
calló sus pensamientos y luego todos se dispersaron un poco más calmados
pero con mucho recelo.
— ¿Qué fue todo eso?—preguntó Naín.
—No eres el primero que viene y tiene un pasado con abierta declaración
en contra de nosotros. Muchos te tienen miedo y piensan que nos traicionarás
tarde o temprano.
—Lo entiendo. Supongo que me lo merezco.
—Solo dales tiempo, te aceptarán cuando vean que eres diferente ahora.
Ven, vamos.
Lael lo dirigió de nuevo al dormitorio y lo dejo solo. Naín se acostó y se
quedó pensando en todas esas personas que había capturado y luego habían
muerto o sufrido torturas en la cárcel, él siempre había pensado que hacía un
bien pero ahora se daba cuenta del mal que había hecho y entendía más lo que
Lael le había explicado sobre el conocimiento del mal. Estaba sembrado en el
ser de todas las personas y en ocasiones hacían uso de él sin darse cuenta,
como él.
Ya en la noche Naín fue el primero en irse a dormir a su litera y al poco
rato aparecieron sus compañeros. Todos entraban cautelosamente, sin hacer
ningún movimiento súbito. A Naín incluso le pareció que algunos durmieron
con algún tipo de arma bajo la almohada y supo que era a causa de él.

39

Al amanecer, alguien llegó a despertarlo tal y como Lael le había dicho.


Un desconocido lo tocó suavemente en un costado, Naín se frotó los ojos y
una anciana y arrugada cara estaba delante de él y le sonreía.
—Buenos días joven—Lo saludó—. No es muy temprano ¿verdad? No
claro que no, yo me desperté más temprano y no sentí que fuera muy
temprano, si, si este tiempo está bien. Mi nombre es Tadeo y hoy entrenarás
conmigo. Es genial ¿no? Jamás me habían asignado a alguien para que lo
entrenara. Vamos, vamos levántate y sígueme.
Amodorrado Naín se levantó y siguió al anciano que se movía con
increíble rapidez, y su primera impresión de él fue que estaba chiflado.
—Dime Tadeo—Le dijo Naín cuando por fin pudo alcanzarlo—, ¿a qué te
dedicas en Hekal? ¿Cuál es tu ocupación?
—Oh, bueno, hago un poco de esto y un poco de aquello, sí, pero todos me
dicen que yo soy el guardabosques de Hekal, a pero eso sí, soy el mejor, si, si,
lo soy, por eso Lael te me asignó.
— ¿Lael me asignó para entrenar con un guardabosque?—preguntó Naín
incrédulo.
El anciano se detuvo de golpe y miró a Naín, le pareció notar algunas
lágrimas queriendo salir de sus ojos.
— ¿Crees que no haré bien mi trabajo?
— ¿Qué? No, no como crees—dijo Naín al darse cuenta de que había
herido a Tadeo con su comentario—; tan solo me sorprendió es todo.
El anciano volvió a dibujar una sonrisa en sus labios y siguió caminado
con Naín pisándole los talones.
—Y ¿qué haremos hoy Tadeo?—preguntó Naín para cambiar el tema.
—Algo muy importante, le pondremos abono a las plantas de tomate.
— ¿¡Cómo!?
—Sí, sí, sí abono para las plantitas, que crezcan grandes y fuertes y den
ricos tomates. Que no sean verdes y duros sin jugo, no, no porque esos no me
gustan ¡puaj!
—Tiene que ser una broma—dijo Naín frotándose la cara.
—No, es verdad, verdes, duros y sin jugo no me gustan.
Naín se dio cuenta de que Tadeo no entendería su conflicto y prefirió
seguir caminando. Quiso pensar que eso sería temporal mientras se curaba su
brazo y podría entrenar en serio.
Tadeo le proporcionó una bolsa de costal que posteriormente llenó con
pestilente abono, la cargó en su hombro bueno, y con su mano iba
esparciéndolo en todas las matas que había en el invernadero. De vez en
cuando el anciano Tadeo lo miraba con una sonrisa en su rostro para animarlo.
Naín también notó que Tadeo solía hablar con las plantas; debía reconocer que
en serio se esforzaba en lo que hacía, pues las plantas que llenaban el
invernadero eran verdaderamente hermosas y sanas.
Después de haber pasado toda la mañana esparciendo abono, Naín estaba
agotado y apestoso; le dolían los pies y la espalda y restregaba sus manos bajo
el agua para hacer desaparecer el olor a abono. En eso estaba cuando se topó
con Lael.
— ¿Qué tal tu primer día?—Le preguntó sonriente.
—Oh excelente, muchas gracias por enviarme al invernadero—respondió
Naín con sarcasmo.
—Sí, sé que a veces el viejo Tadeo puede ser exigente.
Naín lo miró como diciendo “me acabo de dar cuenta”, Lael sonrió cuando
comprendió la expresión de Naín y cambió el tema de conversación.
—Creo que necesitarás esto—dijo tendiéndole un cambio de ropa
completo.
—Gracias.
—De nada, aunque creo que no deberías ducharte aun. Ahí viene Tadeo y
me parece que tiene más trabajo para ti
Naín levantó la vista y efectivamente miró al anciano Tadeo moverse con
rapidez hacia él, volteó a ver a Lael para pedir misericordia pero éste ya se
había ido.
—Piedad—susurró Naín para sí.
—Ah muchacho, aquí estás—dijo Tadeo cuando estuvo a su lado—;
sígueme tenemos otras cosas que hacer todavía.
Arrastrando los pies Naín siguió al anciano con una mueca de disgusto.
El anciano lo condujo hasta un cuartucho feo de láminas donde guardaban
escobas, rastrillos, talachos, azadones, cubetas y otras herramientas de trabajo;
el anciano sacó dos palos con clavos en uno de los extremos y dos cubetas, le
dio un par a Naín y el otro se lo quedó él.
—Ven muchacho, vamos a recoger los papeles y basura que esté alrededor
del campo; será divertido.
Las protestas y quejas no servirían de nada, además, sí le parecía divertido
pasar el tiempo con Tadeo; él estaba siempre de buen humor a pesar de la gran
cantidad de trabajo que debía hacer diariamente y Naín se contagiaba de ese
buen humor, al menos por un momento podía olvidarse de todas sus tristezas.

40

Ya en la tarde-noche el viejo Tadeo lo dejó descansar, se acababa de duchar


y se dirigía a su cama para acostarse un momento, pero luego, un joven ixthus
de unos quince o dieciséis años se le acercó.
—Hola—saludó—, me llamo Gera y soy tu compañero de dormitorio.
A Naín le resultó extraño que le hablara, desde la noche anterior cuando
todos estaban enfurecidos con Lael por su presencia en Hekal, nadie le
hablaba e incluso hasta evitaban cruzarse con él en cualquier lado.
Naín solo se quedó mirando al muchacho, tratando de averiguar cuáles
eran sus intenciones; no podía ser nada bueno, nadie lo quería en ese lugar,
excepto tal vez Tadeo y Lael y eso lo hacía preguntarse hasta cuando lo
perdonarían por su pasado.
—Amm—Gera se puso nervioso al ver que Naín no le respondía—; los
muchachos y yo…—titubeó—tenemos un tiempo libre y queríamos,
queríamos invitarte a jugar un partido de baloncesto con nosotros, si tú
quieres.
La invitación tomó por sorpresa a Naín ¿Por qué de pronto tanta
amabilidad? Pero fuera como fuera, con su brazo en tan mal estado no podría
jugar, así que prefirió declinar la oferta.
—No gracias, estoy un poco cansado.
—Bien, solo pensé que te gustaría, si cambias de opinión estaremos afuera.
El joven se dio la media vuelta y se fue.
Al quedarse solo en la habitación, Naín se dio cuenta de que era un poco
deprimente, así que decidió salir a pasear un poco y matar tiempo hasta que se
llegara la hora de dormir.
Las lámparas que iluminaban las jardineras y banquetas ya estaban
encendidas, aunque aún no oscurecía del todo.
En la cancha de básquet efectivamente se disputaba un reñido partido, pero
no le apetecía ir con ellos y siguió caminando sin un rumbo fijo.
Al cabo de unos minutos se dio cuenta de que sus pasos lo llevaban directo
hacia el hospital y se detuvo en seco “¿Por qué camino hacia allá?” se
preguntó.
En una situación como esa, lo más común es darse la media vuelta y
alejarse, caminar hacia un lugar donde se quiera ir; pero los pies de Naín se
negaban a moverse, porque su cerebro no les daba la orden de hacerlo, porque
su corazón quería quedarse ahí. Y es que un pensamiento se plantó en su
cerebro: “qué bonito sería ver salir a Vasti” y casi como si lo hubiera deseado,
la puerta de la entrada se abrió; y la rizada y abundante cabellera que tanto
anhelaba ver, se asomó por la puerta. Inmediatamente Naín se escondió detrás
de una de las farolas que estaba por ahí cerca, y desde ahí vio a Vasti
despedirse de los que aún estaban dentro del hospital y caminar hacia su
dormitorio.
Aún estaba Naín embelesado cuando Vasti entró en su dormitorio y cerró
la puerta, pero fue cuando dejó de verla que cayó en la cuenta de que estaba
escondido ¡escondido! Se sintió como un tonto por eso ¿Qué tenía ella de
especial que lo llevaba a cometer semejantes tonterías? Enojado se dio la
media vuelta y regresó a su propio dormitorio. Sus compañeros ya estaban ahí
y reían y bromeaban entre sí, pero cuando Naín entró todos guardaron silencio.
Naín notó el repentino cambio de humor del dormitorio, pero no le dio mucha
importancia; decidió que si lo hacía les estaría dando gusto y razones para
seguir haciéndolo, así que sin mirar a nadie se metió en su cama y se durmió;
minutos después los demás hicieron lo mismo y apagaron la luz.
Temprano al amanecer, el viejo Tadeo volvió a despertar a Naín hasta su
dormitorio.
—Muchacho, despierta—Le dijo mientras tocaba suavemente uno de sus
costados.
—Tadeo—dijo Naín—, buenos días ¿Qué haremos hoy?
Tadeo sonrió cuando vio que Naín mostraba un poco de entusiasmo en lo
que harían durante el día y le respondió animado:
—Primero que nada, los puercos necesitan un buen baño.
—Pero apenas me bañé ayer—respondió Naín en broma, lo que arrancó
sonoras carcajadas a Tadeo.
—Eres muy gracioso muchacho, no, no pero me refiero a mis cerditos.
—Oh bueno, que bueno saberlo.
Le hacía feliz a Naín saber que al menos contaba con un amigo en Hekal, y
animado siguió a Tadeo hasta el cuchitril cargados de escobas y cubetas.
— ¿Me dirás como se hace Tadeo?—preguntó Naín cuando llegaron.
—Sí, sí claro. Obsérvame.
Tadeo conectó la manguera a una llave de agua y dejó caer el chorro cerca
de los puercos, los cuales se apresuraron a beber y mojarse con el agua en
cuanto la vieron caer.
Tadeo que ya había llenado la cubeta con agua y jabón, empapó la escoba y
con ella comenzó a tallar a los cerdos; que encantados se dejaron bañar.
—Toma—Le dijo Tadeo a Naín mientras le tendía la escoba—, inténtalo
tú.
Naín tomó la escoba y comenzó a trabajar, le fue difícil hacerlo con un
solo brazo pero después de todo Tadeo tenía razón, era muy divertido bañar a
los puercos.
—El de la oreja rota es nino—lo instruyó Tadeo—, la más pequeña es
betsy, y este de aquí es ako.
—Nino, betsy y ako—repitió Naín.
—Sí ¿no son hermosos?
—Lo son Tadeo, lo son.
Luego de bañar a los puercos, Tadeo llevó a Naín a los plantíos de sandías
para cosecharlas y, nuevamente Naín terminó sumamente agotado.
Los siguientes días fueron casi iguales, Tadeo iba a despertarlo cada
mañana para una nueva sorpresa; Naín había aprendido mucho con Tadeo,
hacía cosas que jamás creyó hacer, pero en todas se había divertido y poco a
poco su brazo iba sanando; eso lo motivaba pues aunque se divertía con
Tadeo, eso no era lo que él espera de Hekal y los ixthus, él esperaba que en
cuanto se recuperara por completo Lael lo pasara a los verdaderos
entrenamientos, sin embargo, los días pasaban, su brazo estaba ya
completamente bien; pero él seguía poniéndole abono a las plantas y
comenzaba a desesperarse

41

Un día, Tadeo le había pedido que fuera al bosque y trajera piedras bonitas
y redondas para ponerlas alrededor de los árboles; le había proporcionado un
par de cubetas para que las llenara, pero no eran suficientes y tuvo que dar
varias vueltas; para la última vuelta, mientras depositaba las piedras en un
montón, escuchó un grito que provenía desde el bosque. Aguzó su oído y
volvió a escucharlo, le pareció que era Tadeo quien gritaba pidiendo ayuda.
Naín tiró las cubetas y corrió rumbo al bosque.
Llegó a donde antes habían estado recogiendo las piedras, pero Tadeo no
estaba.
— ¡Tadeo!—llamó Naín desesperado— ¡Tadeo! ¿Dónde estás?
— ¡Por aquí!—respondió, pero su voz aún sonaba lejos.
Naín corrió a buscarlo y al poco rato lo encontró, estaba llorando y
balbuceaba algo.
—Tadeo cálmate—lo tranquilizó—, dime ¿Qué pasó?
—Es betsy, se escapó y cayó en el pantano ¡Ayúdala por favor Naín!
Naín sintió pena por el anciano y corrió hacia el pantano. Justamente ahí
estaba betsy luchando por salir del pantano, pero eso solo la hundía más.
Naín recordó que un poco más abajo, en la zona de las cuerdas altas, había
muchas que no se utilizaban y podía tomar algunas para sacar a la cerdita. Se
apresuró a conseguir algunas y regresó de inmediato a donde Tadeo y la
cerdita estaban. Ató un extremo de la cuerda a un tronco de pino y la otra la
ató a su cintura, y sin pensarlo dos veces se lanzó al pantano.
La sensación era muy desagradable, había una infinidad de cosas adentro y
lastimaban sus piernas. El fango lo cubría hasta un poco más arriba de la
cintura y a cada paso que daba sentía que el pantano lo devoraba más y más.
Se estiró todo lo que pudo para alcanzar a betsy, que ya faltaba muy poco
para que el fango la cubriera por completo.
La cerdita también luchaba por alcanzar a Naín, hasta que finalmente la
alcanzó y la abrazó a su cuerpo. Naín comenzó a tirar de la cuerda, pero entrar
en un pantano es más fácil que salir, la cuerda quemaba y descarapelaba su
brazo; pero él seguía tirando aunque no avanzaba mucho, estaba agotado por
el esfuerzo y de repente alguien lo ayudó desde afuera; Naín no levantó la
vista para ver quién era, y la verdad no le interesaba, el solo quería estar fuera.
Con esa ayuda extra pronto ambos, la cerdita y Naín, estuvieron fuera y a
salvo; Naín soltó a la cerdita que corrió a los brazos de Tadeo y luego se dejó
caer en la tierra.
—Oh betsy—sollozaba Tadeo—, oh mi betsy.
Naín tomó un poco de aire para luego volverse a incorporar, y entonces vio
quiénes eran los que le habían ayudado. Un grupo de ixthus se congregaban
alrededor de él y lo miraban atónitos. Había estado tan concentrado en salvar a
la cerdita que nunca se dio cuenta de cuándo llegaron, sin embargo, tantas
miradas fijas en él lo hicieron sentirse incómodo y se alejó de ahí.
Fue a buscar una llave de agua y se enjuagó el fango ahí, luego fue a darse
un baño.
Los profundos cortes en sus piernas, causados por las ramas y la gran
cantidad de basura que había en el pantano, hacían que sangrara y el agua
corriera en color rojizo. Tenía también algunos rasguños de las ramas y las
pezuñas de betsy en el estómago, pero eso no le preocupaba tanto como pensar
en la ropa que debería ponerse al salir; solo tenía dos cambios de ropa, uno
estaba sumamente sucio y el otro estaba recién lavado y mojado. Sin embargo,
a falta de mejores opciones, tomó la ropa mojada y se la puso.
Un estremecimiento de frío recorrió su cuerpo cuando se puso la camisa,
no quería usar su ropa así; pero no tenía otra opción, además, luego de un rato,
su cuerpo se acostumbró a la humedad y ya no sintió más frío.
Luego de haberse vestido, tomó algunas vendas del botiquín y comenzó a
curarse sus heridas. Algunas eran sólo superficiales, pero otras se veían un
poco feas. Estaba tan concentrado en ello que no escuchó que sus compañeros
de dormitorio fueron llegando poco a poco, uno de ellos tocó su hombro para
llamar su atención; cuando Naín se giró para verlo, vio que sostenía un cambio
completo de ropa en sus manos y se lo extendió tímidamente. Naín perplejo
recibió lo que le ofrecían y luego el resto de sus compañeros, que también
tenían ropa en sus manos, pasaron a su litera y la dejaron en su cama. Naín no
entendía que estaba pasando, hasta que al final llegó el muchacho que el otro
día lo había invitado a jugar básquetbol, y se había presentado a sí mismo
como Gera y le dijo:
—Quizá, muchos de nosotros hubiéramos hecho lo mismo que tú con el
cerdo, pero hubiéramos titubeado antes de ensuciarnos en el pantano, tú no lo
hiciste y eso nos habla de un gran corazón; no importa lo que se haya dicho de
ti en el pasado, estoy, estamos felices de que estés con nosotros.
El resto de sus compañeros asintieron con la cabeza y le sonrieron para
indicarle que estaban de acuerdo con lo que acababa de decir Gera. Naín, que
aún seguía pasmado, simplemente respondió con una inclinación de cabeza y
luego todos se alejaron y lo dejaron solo. Al poco rato, Naín reaccionó y se
quitó de encima la ropa mojada e hizo uso de las donaciones que acababa de
recibir, era mucho más agradable tener ropa seca puesta.

42

Naín continuó curando sus heridas y después de un rato, Lael apareció en


el dormitorio.
—Hola—saludó— ¿Cómo estás?, escuché lo que pasó con Tadeo y su
cerdita.
—Sí, parece que ya todos lo saben.
—Sí, eso creo—rió Lael—. Tadeo se ha encariñado contigo Naín, le
agradas.
— ¿Es por eso que me pusiste con él?
—Tal vez—dijo Lael encogiéndose de hombros.
Naín guardó silencio, había cosas buenas de estar con Tadeo; pero él
deseaba algo más, la vida de granjero no era para él. Ansiaba entrenar con
ellos, hacer lo que ellos con las espadas y los trajes, para así poder vengarse de
sus enemigos y estando con Tadeo eso nunca iba a pasar.
— ¿Qué pasa Naín? ¿Estás molesto?
—Sí, lo estoy.
—Pero ¿Por qué?—preguntó Lael confundido.
—Mira, Tadeo me cae muy bien y ha sido muy bueno conmigo; pero si no
me pones a hacer algo más productivo, entonces esto no me sirve para maldita
la cosa. No vine aquí para aprender a ser un granjero.
Lael no se esperaba aquello y ahora que lo tomaba por sorpresa, meditaba
su respuesta.
— ¿Qué expectativas tenías al venir aquí?—preguntó al fin.
—Quiero aprender a luchar con y como ustedes. He paseado por todo el
lugar y he visto que tienen todo lo necesario para iniciar un levantamiento.
Vayamos pues, a recuperar nuestro dominio en la tierra, liberemos a todos los
demás de la ignorancia. Hay que vengar a aquellos que han muerto a manos de
Lucio y los suyos. Yo quiero vengar a mi hermano, seguro que los demás
quieren lo mismo.
—Tienes razón—contestó Lael—. No eres el primero que propone eso;
antes de que llegaras aquí, otro más planteó esa posibilidad. Pero si le hubiera
hecho caso, ahora tú estarías muerto.
Naín se quedó helado al oír aquello.
— ¿Qué?
—Metiste a muchos de nosotros a la cárcel y fue ahí donde murieron, en
parte eres responsable de sus muertes ¿Crees que haberte matado por todo el
dolor que causaste sería justo?
Lael había atrapado a Naín con esa simple pregunta. Sabía que tenía razón,
había sido en gran parte responsable de la muerte de muchos que tan solo
luchaban a favor de la justicia, aunque él no lo supiera entonces.
—Se ha dicho por ahí—continuó Lael—que entre el ojo por ojo, el mundo
se queda ciego. Nosotros no somos nadie para tomar venganza Naín, porque
también debemos cosas a otros y no tenemos suficientes vidas para pagar
todas nuestras deudas. Pero sin duda, ahora pagarás por todo el dolor que
causaste, y no, no te asustes, no me refiero a pagar con sangre. De hecho,
saldarás tu deuda con vida; de ahora en adelante vivirás siendo esclavo del
bien.
— ¿Cómo?
—A partir de ahora, irás a todas las naciones llevando la verdad, la misma
que se te dio a ti, harás discípulos y les enseñarás a guardar el bien. En la
mayoría de los casos te odiarán, y serás tratado como a un criminal, pero no te
detendrás, porque… sabrás que estás haciendo lo correcto.
—A ver, aguarda un segundo; si esa es la tarea, o el castigo que me
impones y es la misma que todos aquí tienen, entones ¿De qué les sirve
entrenar si no lucharán contra nadie?
—Definitivamente sí luchamos Naín, pero nuestra lucha no es contra los
humanos sino contra aquellos que tienen al mundo oprimido; luchamos contra
Lucio y los malak caídos ¿no entiendes? Ellos no están contentos con nuestra
labor de intentar rescatar a cuántos se pueda, no dudes en que ellos usarán
todo su poder para destruirte, o a cualquiera de nosotros. Los humanos que
aún siguen en la ignorancia son sus títeres. No dañamos al títere sino al
ventrílocuo.
Naín meditó unos segundos sobre lo que le acababa de decir Lael; por
supuesto no era justo dañar a alguien inocente por ignorancia, y sin duda él
también se había sentido como un títere luego de saber que le habían ocultado
tantas cosas; pero pensar que personas como Darcón o Aczib podían ser
exculpadas solo por eso, no cabía en su mente.
— ¿Sabes por qué te puse con Tadeo?—preguntó Lael.
—No.
—Ven acá—Le dijo Lael invitándolo a observar por la ventana.
El viejo Tadeo paseaba fuera con betsy en sus brazos y le hablaba como a
una niña pequeña.
— ¿Qué observas?—Le preguntó Lael.
—A Tadeo le gusta hablar con sus animales, ya lo había notado.
— ¿Sabes que veo yo?
Naín negó con la cabeza y se encogió de hombros.
—Veo a un hombre que está conectado de una manera especial y diferente
a todos nosotros con la tierra de donde proviene. Creo que en todo Hekal y tal
vez Lod, no existe otro hombre que ame tanto esta tierra y la cuide como
Tadeo ¿Recuerdas que te dije que fue al ser humano a quién se le dio el
privilegio de gobernar y sojuzgar la tierra? Eso incluye cuidarla y ser buenos
mayordomos de ella, y desde que somos portadores del conocimiento del mal
eso no ha sucedido; hemos descuidado nuestro hogar porque estamos más
concentrados en hacer justicia con nuestras manos y pagar a cada quién como
se merece, siempre siendo egoístas y pensando en lo que queremos para
nosotros mismos. Yo veo que Tadeo es feliz cumpliendo simplemente con su
deber y pienso que así deberíamos ser todos. Jamás le había asignado a nadie a
Tadeo, pero creo que desde ahora será un requisito antes de comenzar con el
entrenamiento con nuestro ejército; la mayoría llega con intensa sed de
venganza, es necesario que se calmen un poco con Tadeo como maestro, y
vean las cosas como realmente son.
A Naín le parecía un pensamiento de débiles lo que Lael le acababa de
decir, el mundo era cruel y por lo tanto, ellos debían ser crueles con él.
Lael no había notado las heridas de Naín hasta que todo volvió a quedar en
silencio y vio las manchas de sangre en su camisa.
—Necesitas atender eso. Vamos a la enfermería para que te curen.
—Estoy bien.
—No te estaba preguntando. Ven conmigo.
Lael sacó a Naín del dormitorio y lo llevó a la enfermería. Lo que Lael no
sabía es que en realidad se negaba a ir porque no quería que Vasti lo viera, no
si iba a actuar como un tonto igual que la última vez; sin embargo Lael se
mostró inflexible y pronto estuvieron en la enfermería.
Vasti estaba detrás de un escritorio platicando muy animadamente con otra
enfermera. Cuando vieron a Lael y a Naín, les sonrieron y Naín comenzó a
sentirse nervioso.
—Vasti—dijo Lael—, aquí te traigo a este muchacho para que me lo
cheques, tiene algunas heridas feas.
—Y este muchacho ¿tiene nombre?—preguntó Vasti en un tono tan
encantador que Naín casi sonríe.
—Es Naín Vasti—respondió Lael.
—Lo sé, Lael – dijo Vasti con una sonrisa—, es sólo que me extraña que
Naín no hable. Es demasiado callado.
—Es un poco tímido—dijo Lael.
A Naín comenzaba a fastidiarle que hablaran de él como si no estuviera o
fuera un niño pequeño.
—Bueno señor tímido—dijo Vasti—, sígueme por aquí.
Vasti guió a Naín por un estrecho pasillo y luego entraron en un cuarto
donde había una cama, un escritorio, un estante lleno de botellas y cajas de
medicina y otras cosas más.
—Siéntate—Le pidió Vasti señalando la camilla.
Naín obedeció y trató al máximo evitar su mirada para no quedarse
embelesado con ella de nuevo.
—Déjame ver—dijo—. Caray, pues sí que están un poco feas tus heridas,
pero no es nada que no se pueda arreglar.
Naín seguía negándose a hablar por temor a quedar como un tonto delante
de Vasti.
Ella tomó un poco de alcohol y algunas vendas de un estante.
—Esto te va a arder un poco—Le avisó.
Luego dejó caer un chorrito sobre las heridas de Naín, que sin duda sintió
un poco de ardor; pero no dijo ni hizo nada y su expresión no cambió ni un
ápice.
—Creo—dijo Vasti mientras continuaba curándolo—que fue muy noble lo
que hiciste con Tadeo.
—Me dan más crédito del que merezco—repuso Naín—, solo era un cerdo.
—Eso es precisamente lo que lo hace más notable. Si hubiera sido una
persona la que estaba en peligro, cualquiera se habría lanzado al pantano sin
titubear, pero por un cerdo, quizá habríamos intentado sacarlo sin meternos y
quién sabe si así lo habríamos sacado. Todos sabemos que, para Tadeo, sus
animales son como sus mejores amigos y yo sé también que lo hiciste por él,
por ayudarlo.
A Naín le agradó que Vasti pensara así de él, ahora tenía algo bueno por
que recordarlo y quería seguir manteniendo esa imagen de sí mismo.
La sala volvió a quedar en silencio, ninguno de los dos dijo una palabra y
Naín miraba de reojo como trabajaba Vasti.
—Listo—anunció luego de un rato—. Terminé, solo procura no mojar
mucho la herida. Sanarás rápido.
—Gracias—dijo Naín y luego se marchó.
Ese día notó un gran cambio en todos los ixthus. Ya nadie le sacaba la
vuelta o fingían que no lo habían visto o se quedaban callados cuando él
llegaba a algún lugar, bueno, todos excepto uno; Alef aún continuaba
mirándolo con intenso odio en sus ojos, como si esperara a atraparlo en algún
error para arremeter contra él y Naín no sabía porque.

43

Algunos días después alguien sorprendió a Naín una mañana. Él ya estaba


acostumbrado a que Tadeo fuera a despertarlo, pero ese día llegó alguien
diferente. Un hombre de unos cuarenta años que vestía la armadura de los
ixthus y portaba una espada.
—Buenos días Naín. Mi nombre es Eliel y has sido asignado a mi grupo
para que entrenes con nosotros a partir de hoy. Sé que Tadeo acostumbraba
venir a despertarte cada mañana pero desde ahora deberás presentarte a las seis
am. en la arena ¿de acuerdo?
Naín asintió.
—Bien, levántate y vístete lo más rápido que puedas.
Naín se apresuró a ponerse unos pantalones y una camisa y luego corrió
para alcanzar a Eliel, estaba muy curioso por saber lo que le tocaría.
Cuando llegaron el grupo completo ya estaba ahí, eran cerca de unos
cincuenta y practicaban entre ellos. Cuando vieron a Naín y a su capitán, todos
se apresuraron a formarse y a ponerse en posición de firmes.
—Buenos días a todos—saludó Eliel—, hoy se incorpora a nuestro grupo
Naín, quiero que todos lo ayuden en lo que necesite mientras aprende nuestras
tácticas y formaciones.
Todos los ixthus miraron a Naín y le sonrieron, excepto Alef que estaba
formado entre ellos y lo miraba como siempre. Naín captó su mirada pero lo
ignoró.
—Quiero que practiquen en parejas—continuó Eliel—, todo lo que vimos
ayer, Alef serás la pareja de Naín.
“Tiene que ser una broma” pensó Naín. Todos buscaron a sus parejas y
comenzaron a entrenar. Alef se acercó a Naín no muy contento con la idea de
que fuera su compañero y mirándolo con desprecio. Y así mismo le ofreció
una espada a Naín quien no queriendo demostrar debilidad comentó:
—Una espada ¿enserio? Que medieval ¿No sabías que ya existen las armas
de fuego?
— ¿Crees que podrías ganarme con un arma?—preguntó Alef con
arrogancia
—Estás de broma ¿Qué punto de comparación hay entre una espada y un
arma?
—Averigüémoslo—dijo Alef mientras se daba la vuelta y sacaba una
pistola de un panel. Luego se la tendió a Naín pero se negó a tomarla.
—No voy a dispararte niño.
— ¿Por qué? ¿Tienes miedo? Porque yo no.
—No sabes lo que dices, no voy a disparate solo porque eres un niño
consentido que está acostumbrado a que todo mundo haga lo que tú dices.
—Si soy así, entonces dame una lección—dijo Alef mientras le enterraba
la empuñadura del arma en el esternón.
—Bien—aceptó Naín arrebatándole la pistola.
Alef se alejó unos pasos y se posicionó. Los demás ixthus ya habían
notado el alboroto y pasaban sus ojos de Alef a Naín una y otra vez. Naín
mientras tanto apuntaba el arma hacia la oreja de Alef, era muy buen tirador y
planeaba dejarle tan sólo un pequeño rasguño.
Segundos de tensión se vivían en ese momento. Nadie sabía cómo es que
había comenzado todo aquel circo. Algunos pensando que Naín se había
vuelto loco hicieron ademanes de acercarse y quitarle la pistola, pero Alef los
detuvo diciéndoles que todo estaba bien.
Naín respiró profundo, apuntó su arma y disparó, pero en milésimas de
segundo Alef levantó su antebrazo y un ancho escudo del mismo fuego que la
espada y la armadura se accionó de él y evitó que la bala lo hiriera, e
inmediatamente después Alef desapareció. En un parpadeo Naín lo había
perdido de vista. Volteó a todos lados pero no lo vio, dio un paso hacia atrás y
algo puntiagudo le pico en su espalda. Se dio la media vuelta y allí estaba Alef
con la espada desenfundada a tan solo unos centímetros de él. Si hubiera sido
un combate real, ahora Naín estaría muerto.
Naín estaba muy sorprendido, aunque en su cara solo se leía una expresión
indiferente.
Se miraron mutuamente con fiereza. Nadie se atrevía a moverse, de pronto
hasta las moscas se silenciaron, luego llegó Eliel abriéndose paso entre los
espectadores.
— ¿Qué está pasando aquí?—exigió y luego miró a Alef que ya guardaba
su espada— ¿Alef?
—Solo estaba haciendo lo que me pediste—respondió con una sonrisa
arrogante.
—No juegues conmigo. A veces me cansa tu insolencia. Te has ganado una
semana de suspensión. Ve a ver a Lael y espérame ahí.
—Bien—dijo Alef irritado y arrojó la espada al suelo.
—El resto siga con lo que estaba haciendo—ordenó Eliel—. Gera, quédate
con Naín.
El mismo muchacho vivaracho que se le había presentado en el dormitorio
se le acercó sonriente. Parecía muy contento de haber sido asignado como su
compañero.
—Hola—saludó entusiasta—. Te has echado encima al peor enemigo ¿eh?
— ¿Te refieres a Alef?
—Sí, es el mejor de todos nosotros. Aunque como dijo el capitán, a veces
es un poco insolente.
—Ya lo creo ¿Cómo fue que se movió tan rápido?
—Es la armadura, no solo te protege, también te vuelve más ágil y diestro
en la batalla, es decir, mucho más diestro, aunque también cuenta la habilidad
del guerrero y que entrene mucho—Gera lo miró esperando una expresión de
sorpresa en su rostro, pero eso no sucedió—. Ven conmigo—lo invitó—, te
facilitaré una.
Gera lo condujo hasta una especie de vestidores y le entregó una pequeña
caja plateada, que adentro contenía una completa y compactada armadura. Por
primera vez Naín pudo tocar ese extraño fuego del que estaba hecha. Aunque
ya no sabía si llamarlo fuego, pues a pesar de que era tibio y se movía como
llamas vivas, no quemaba su piel, en realidad era muy agradable al tacto. Se
sentía como si se deslizara por su mano un paño de seda.
Gera esperó a Naín fuera de los vestidores y le entregó una espada cuando
lo vio salir.
—Ahora estás completo—Le dijo sonriéndole.
— ¿Por qué usan espadas?
—Es el arma más importante para un ixthus, ya verás, es más versátil y
eficiente que cualquier otra arma que conozcas. Digo ya debiste haberte dado
una idea con esa vergüenza que Alef te hizo pasar.
Naín lo miró fijo aunque no estaba molesto por su comentario.
— ¿Nunca te han cerrado la boca de un golpe?—Le preguntó en broma.
—Está bien, lo siento—dijo Gera, aunque seguía riéndose socarronamente.
Cuando volvieron a la arena todos practicaban muy duro sus tácticas, pero
Eliel aún no volvía y Alef tampoco.
—Bien, comenzaremos con algo sencillo—indicó Gera—trata de bloquear
mis ataques ¿de acuerdo?
Naín asintió con la cabeza y Gera comenzó a atacarlo. No obstante Naín
notó claramente cómo Gera se contenía en sus ataques, jamás lo hacía con
toda su fuerza y habilidad y eso le desagradaba. No quería que lo consideraran
débil o torpe y menos alguien que fuera menor que él, sin embargo, lo que más
le frustraba era que ni aún con ventaja podía manejar la espada con rapidez,
pues se le figuraba sumamente pesada, apenas la podía mover lo suficiente
como para bloquear los ataques de Gera, pero no para atacarlo, ni mucho
menos sorprenderlo.
Después de diez minutos de lucha estaba más que agotado y se notó
cuando en el último golpe Gera derribó la espada de su mano.
— ¡Estuviste genial!—dijo Gera animoso.
Naín sabía que no era verdad y que sólo lo decía para animarlo y por lo
mismo no dijo nada y simplemente fue a recoger la espada. Su brazo estaba
cansado pero tampoco iba a rendirse tan fácil.

44

Continuaron combatiendo, pero en cada ocasión Gera era el ganador. Naín


comenzaba a enojarse consigo mismo por no poder ganar siquiera una vez,
aunque Gera siempre lo animaba diciéndole que había estado genial, excelente
o impresionante; lo que él no sabía era que eso lo hacía enfadarse más.
—Eso fue fantástico—comentó Gera cuando una vez más derrotó a Naín.
—Quieres dejar de decir eso—dijo Naín irritado.
—Lo siento, tal vez ya fue suficiente, descansemos unos minutos.
—No—Lo atajó Naín—sigamos con esto.
—Bien como quieras.
Ante la obstinación de Naín continuaron entrenando, pero Naín no
mejoraba ni un ápice y Gera comenzaba a sentirse incómodo hasta que
finalmente llegó Eliel a interrumpirlos, tenía rato observándolos y decidió que
ya era el momento de intervenir.
—Gera, Naín, es suficiente por hoy. Vayan a sus dormitorios.
—Quiero continuar—objetó Naín.
—Ya no eres tu quien da las ordenes Naín, he dicho que vayan a sus
dormitorios, el entrenamiento se acabó, mañana continuaremos.
—Jamás he hecho lo que otros me han dicho—dijo Naín, sintiendo cómo
la frustración escapaba de su cuerpo.
—Escucha, ya traté con un insolente el día de hoy y no tengo ganas de
tratar con otro más. Mientras estés conmigo aprenderás a obedecer y
entenderás que ya no eres más un siftán, eso quedó en el pasado. Ahora ve a tu
dormitorio, el entrenamiento acabó para ti por hoy.
Naín se alejó irritado y cuando llegó a su dormitorio aventó la espada y la
armadura al fondo de su baúl. Había sido suficientemente humillado ese día
como para no volver a salir, sin embargo él no era de esos que se quedan en la
cama llorando su derrota. Concluyó que su fracaso del día había sido el
resultado de la falta de entrenamiento en el tiempo que estuvo con Tadeo, así
que tomó una camisa ligera y se fue al bosque a entrenar por su cuenta.
Comenzó trotando y luego dio algunas vueltas corriendo, cuando hubo
entrado en calor tomó un tronco y lo puso sobre sus hombros para hacer
sentadillas con él. Luego corrió cuesta arriba con el mismo tronco sobre sus
hombros varias veces hasta que se cansó.
Cuando bajó del bosque era tarde y comenzaba a oscurecer y la mayoría ya
se encontraba en los dormitorios.
— ¿Dónde estabas?—Le preguntó Gera cuando lo vio llegar.
—En el bosque.
—Bueno, no nos permiten guardar la cena, pero toma estas galletas que
saqué a escondidas.
—Gracias Gera.
Naín tomó las galletas aunque no tenía hambre, pero en agradecimiento
por la atención que tuvo, se las comió.
A la mañana siguiente, se levantó una hora más temprano que lo demás y
tomando la armadura y la espada se fue a entrenar un rato él solo en la arena.
La espada aún seguía pareciéndole muy pesada. A veces incluso sentía que
aumentaba su peso y ya ni hablar de la armadura que no le permitía moverse
con mucha libertad que digamos. Se preguntaba cómo era posible que los
ixthus pudieran hacer sus acrobacias con esa cosa puesta. No se dio cuenta de
que el tiempo había pasado y que ahora sus compañeros comenzaban a llenar
la arena. Fue entonces que se detuvo y por orden de Eliel se colocó a un lado
de Gera. Con la mirada buscó a Alef entre las filas pero éste no estaba.
Nuevamente Eliel ordenó que entrenaran por parejas. Gera intentó
nuevamente ser gentil con Naín, pero sin importar cuanto se esforzara, Gera
siempre le ganaba en cada asalto y su frustración aumentaba cada vez más.
Eliel se paseaba entre las parejas y les daba indicaciones para mejorar sus
defensas o sus ataques, pero se detuvo más tiempo cuando llegó con Gera y
Naín.
—Te ves cansado Naín—comentó.
—Estoy bien.
—No lo creo. Gera deja que Naín descanse un poco.
—Dije que estoy bien—replicó Naín.
—En realidad necesito hablar contigo—dijo Eliel con calma.
—Ahora no, necesito entrenar.
Luego de la confrontación que había tenido con Naín el día anterior, Eliel
quiso intentar algo distinto con él.
—Por favor Naín, serán pocos minutos y luego podrás volver a entrenar.
La nueva táctica suave y comprensiva de Eliel surtió medio efecto pues
Naín obedeció, pero molesto.
— ¿Dónde estuviste ayer en todo el día?—preguntó Eliel una vez que
estuvieron fuera del alcance del oído de todos.
—Me enviaste a mi dormitorio ¿recuerdas?
—Fui a buscarte a tu dormitorio y no estabas.
—Bien, lo que haya hecho después no es de tu incumbencia.
— ¿Sabes cuál es la diferencia entre un siftán y un capitán ixthus?
—Sí claro, ustedes medievales usan espaditas mientras los siftanes usan
armas de verdad.
Naín no quería admitirlo, pero dijo eso solo porque estaba celoso de que no
le salía bien el uso con la espada, pues sabía que eran mejores aunque no lo
pareciera.
—No, eso no es. Un siftán entrena a sus hombres y se olvida de ellos
después; mientras que yo, me preocupo por ellos en todo momento.
—Vaya, que lindo pero no necesito una niñera, necesito un entrenador que
me ayude a mejorar.
—Eso es lo que intento, pero con esa actitud no me dejas hacer nada.
—Oye no sé qué es lo que esperas de mí, trato de ser mejor ¿sí? Pero no sé
porque carajos no puedo seguir el paso, pero no mejoraré si me quitas el
tiempo para platicar conmigo.
—Bien, hagamos un trato, tú me escuchas solo esta vez y luego te dejaré
entrenar todo lo que quieras ¿Trato?
Naín se quedó callado y luego con un suspiro respondió:
—Trato.
—Hablé ayer con Lael—comenzó Eliel—, le dije que no te quería
conmigo, que estabas lleno de odio y sed de venganza y que un hombre así es
inestable y peligroso en la batalla, el odio te hace tomar malas decisiones y
poner en riesgo a tus compañeros. Pero él me persuadió, me dijo lo que había
pasado con tu hermano. Quiero que sepas que entiendo perfectamente lo que
estás pasando, sé lo que es perder a un ser querido. Yo tengo un hermoso hijo,
que aunque no está muerto, es casi como si lo estuviera. Darcón nos lo
arrebató hace muchos años y le hizo creer que lo habíamos abandonado. Él
nos odia desde entonces. No sabes cómo nos duele eso, creo que es peor que
saber que murió. Y por mucho tiempo yo fui como tú. Quería vengarme a toda
costa y recuperar a mi hijo. Él ni siquiera sabe que ahora tiene un hermano.
Gera es su hermano ¿sabes? Y también a él le duele saber que tiene un
hermano mayor al que no conoce. Un día Gera y yo quisimos recuperarlo,
pero Darcón nos salió al paso y casi pierdo a mi Gera. Mis malas decisiones
basadas en mi odio y sed de venganza casi hacen que pierda a mi segundo hijo
y quiero advertirte, puede pasarte lo mismo si no te controlas.
El rostro de Eliel reflejaba el dolor que le causaba recordar a su hijo
perdido, pero también podía verse que aún esperaba por el momento preciso
para recuperarlo. Sin embargo Naín era diferente, él no se olvidaba tan fácil de
aquellos que le habían arrebatado a su única familia, aunque agradecía que
Eliel le hubiera contado su historia, todavía pensaba que debía haber una
forma de vengarlo.
—Pero ¿dices que debo olvidarme de mi hermano?
—No, por supuesto que no. Digo que debes controlarte, no tomes
decisiones tan importantes pensando desde un solo ángulo. Mira y cuenta todo
lo que tienes y entonces valora lo que es más importante.
Parecía un buen consejo todo aquello que Eliel le decía. Era verdad que
había estado muy enojado últimamente, tal vez si tuviera más paciencia
consigo mismo podría llegar a mejorar.
—Está bien—dijo Naín—prometo acatar tus órdenes y tener más
paciencia.
—Gracias Naín, sé que muy pronto serás uno de mis mejores guerreros.
Ahora vamos a la arena, ya te he quitado demasiado tiempo.
Comenzaron a caminar de regreso, pero a Naín le interesaba saber un dato
más sobre la historia de Eliel, así que lo detuvo del brazo.
—Espera—Le dijo—puedo saber ¿Cuál es el nombre de tu hijo?
Eliel se giró y le contestó:
—Amitai, su nombre es Amitai.

45

Miles y miles de ideas y pensamientos cruzaron por la cabeza de Naín


¿Cómo es que jamás se le había ocurrido siquiera buscar a los padres de
Amitai? Él se lo había dicho, un poco antes de que se uniera a los ixthus le
había confesado que odiaba a sus padres por ser parte de los criminales más
detestables de la región. Pero sobre todo, por haberlo abandonado cuando
apenas era un niño.
—No puede ser—exclamó Naín muy sorprendido— ¿Eres el padre de
Amitai?
—Sí, así es.
Ahora Eliel lo miraba un poco extrañado de su reacción.
—No lo puedo creer.
— ¿Qué sucede?
—Nada, es solo que conozco muy bien a Amitai, podría decir que es mi
mejor amigo
– ¿De verdad?
Naín asintió.
Los ojos de Eliel se abrieron de par en par. Hacía mucho tiempo que no
podía ni acercarse a su hijo, por eso el oír aquellas palabras fueron de gran
consuelo para él. Alguien lo había visto, y cualquier información que pudieran
darle sería más que suficiente.
—Y ¿Cómo está? Hace tanto que no lo veo.
—Él está bien, digo, al menos cuando lo dejé estaba bien, pero bueno yo…
Nuevamente Naín se daba cuenta de lo poco que sabía de su “mejor
amigo” y se preguntaba si siempre había sido así de egoísta y mejor guardó
silencio.
—Daría lo que fuera por volver a verlo—dijo Eliel melancólico—aún no
pierdo la esperanza de recuperarlo y hacerle saber que nunca lo abandonamos.
—Sí, también espero que así sea, él sufre mucho pensando que lo
abandonaron.
—Darcón lo ha trabajado muy bien debo admitirlo—dijo clavando la vista
en el suelo, para así evitar que Naín viera las lágrimas que se asomaban de sus
ojos—. Sabe perfectamente que la familia es la mayor debilidad de todos
nosotros y la explota muy bien en nuestra contra.
—Ya lo creo—contesto Naín pensando en su propio hermano.
Eliel guardó silencio, y miró de reojo a Naín. Sabía muy bien por lo que
estaba pasando y quería ayudarlo, pero el chico no se dejaba, era demasiado
orgulloso como para hablar de sus sentimientos. Eliel creía que lo hacía para
así escapar de ellos y mantener su máscara de rudeza; pero eso sólo lo dejaba
ver su inseguridad y debilidad.
—Ven—dijo Eliel—, mejor volvamos a la arena.
Los demás ixthus continuaban entrenando muy duro cuando regresaron,
Naín se sorprendió cuando algunos de ellos aparecían y desaparecían dentro
de la arena, como si pudieran tele transportarse.
— ¿Cómo hacen eso?—preguntó.
—Con la armadura adquieres mejores capacidades—explicó Eliel—, es
como si se volviera parte de ti e hicieran equipo, ella se combina con tus
habilidades y puedes hacer cosas como esa. Pero no es fácil, necesitas mucha
práctica.
—Quiero aprender a hacerlo.
—Y lo harás, pero todo a su tiempo. Veo que aún se te complica manejar la
espada. Ella es muy semejante a la armadura, no intentes forzarla a hacer lo
que tú quieres, más bien combínate con ella y haz equipo, si haces eso seguro
mejorarás.
— ¿Cómo hago eso?
—Cede un poco tu voluntad, aprende de ella, deja que te muestre sus
mejores movimientos.
—Creo que no lo entiendo, es solo una espada.
—Dejaré que Gera te lo muestre. Es más fácil si lo ves. Escucha, Gera será
tu sícigo por ahora.
— ¿Mi qué?
—Sícigo, o si lo prefieres, tu compañero de armas, es lo mismo. Aquí
nadie lucha o entrena solo. Dije que podrías entrenar todo lo que quisieras;
pero por favor hazlo con tu compañero que será Gera, cuando él no pueda o
esté cansado déjalo para más al rato u otro día ¿De acuerdo?
— ¿Por qué?
—Primero que nada, porque somos una unidad y segundo, tú necesitas
convivir más con tus compañeros.
—Bueno, como quieras.
—Excelente, ahora ve con Gera, pídele que te muestre con la espada lo que
te comenté.
Gera ya estaba, de hecho, esperando a Naín y dejó en paz al maniquí con el
que estaba entrenando mientras Naín regresaba.
Naín le pidió que le mostrara lo que Eliel le había comentado y Gera se
mostró complacido con aquella petición.
—Primero que nada—indicó—, no quieras apresurarte a tirar la espada del
oponente, eso te hace predecible, ataca todos sus puntos y ve cual es el más
débil y entonces arremete enserio contra él. Vamos a intentarlo ¿listo?
Naín asintió y esta vez en lugar de ser él quien iniciaba la pelea, esperó a
que Gera atacara. Respiró profundo y lo observó detenidamente. Gera atacó y
Naín lo bloqueó todas las veces, esperaba a que se equivocara o perdiera su
punto de apoyo. Únicamente defendiéndose, Naín consiguió que la pelea
durara más, esta vez no quería ganar la partida, quería estudiarlo para grabarse
sus movimientos y saber lo que haría en la siguiente.
Gera tendía mucho a engañar. Si parecía que atacaría por la derecha
entonces atacaba por la izquierda y cada cierto tiempo hacía una pequeña
pausa. Naín dejó que volviera a ganar el asalto pero esta vez satisfecho de
saber ahora que esperar en el siguiente.
Volvieron a tomar sus posiciones y nuevamente Gera comenzó el ataque,
dio dos, tres estocadas y entonces Naín arremetió. Cuando Gera intento
engañarlo, se adelantó y giró sobre su eje. Con una mano arrebató la espada de
Gera y con la otra, mantuvo su espada a tan solo unos centímetros de su
estómago mientras él quedaba de espaldas.
Ni Naín ni Gera podían creer lo que acababa de suceder, por fin Naín le
había ganado una pelea.
Ambos se miraron sorprendidos y luego se echaron a reír. Gera felicitó a
Naín y más emocionado que nunca siguió entrenando, sin embargo y aunque
sus movimientos también mejoraron, seguía pensando que más entrenamiento
lo haría ser mejor. Por lo que en la noche cuando todos sus compañeros
estaban dormidos, salió a hurtadillas del dormitorio y se dirigió al bosque a
entrenar.
Eliel le había dicho que jamás entrenara solo, pero sería muy imprudente
despertar a Gera a esas horas. Cuando iba saliendo se volteó a verlo. Él dormía
plácidamente y las cobijas bajaban y subían al ritmo de su respiración
profunda.

46

Poco a poco su entrenamiento furtivo comenzó a dar resultados. La espada


ya no se le hacía tan pesada y comenzaba a acostumbrarse a la armadura,
ahora se movía con mayor facilidad y de vez en cuando le ganaba un asalto a
Gera.
—Usa más tus rodillas—Le indicaba Eliel—, es lo que te hace falta, usar
tus rodillas.
Naín trataba de seguir todos los consejos de Eliel y Gera, pero había
algunos que le eran confusos, como ese de usar las rodillas, no sabía cómo y
tampoco les entendía cuando trataban de explicarle.
Había pasado ya mucho tiempo desde que había comenzado a entrenar con
Eliel y le preocupaba que sus avances fueran casi imperceptibles. Con los
cazadores le había costado trabajo seguir el paso pero no tanto como con los
ixthus. Estaba ansioso por poder hacer lo mismo que ellos, tele transportarse,
pelear con estilo, mover la espada como un profesional etc.
Observaba detenidamente a todos y cada uno de sus compañeros tratando
de descifrar el secreto de por qué ellos podían moverse con mayor rapidez que
él. Algo que le llamó la atención en sus observaciones fue que el fuego de las
armaduras de sus compañeros parecía más vivo y fuerte que la de él, además,
de vez en cuando divisaba a algún ixthus allá a lo lejos completamente solo y
siempre en la misma postura; una rodilla en el suelo y la cabeza apoyada en la
empuñadura de su espada.
— ¿Qué es lo que hacen?—Le preguntó una vez a Gera.
—Hay batallas que no se pelean de pie—se limitó a decir.
Le resultaba muy extraño ese lugar, pero a la vez muy agradable, se sentía
un poco libre y en paz. Aunque las miradas de Alef lo intrigaban cada vez
más. Al parecer, Eliel lo había castigado por su insolencia de la última vez
enviándolo a trabajar con Tadeo por tiempo indefinido. De vez en cuando
Naín se lo topaba mientras esparcía abono o cargaba piedras, y en cada
encuentro le parecía que su odio aumentaba más y más.
— ¿Cuál es su problema conmigo?—Le preguntó una vez a Eliel.
—Quizá, yo también te odiaría si supiera que has asesinado a mi padre.
— ¿Padre?
—Sí, Alef es el hijo de Andrés.
Como si no tuviera suficientes cosas de las que arrepentirse, ahora se
enteraba de que el hijo de aquel que lo había dado todo por llevarlo a la
verdad, lo odiaba por creerlo responsable de su muerte.
—Vaya, ya entiendo, pero yo no maté a Andrés. Admito con vergüenza
que quería hacerlo, pero eso era antes de saber la verdad.
—Bueno pero esa es una información que él no tiene.
—Y ¿Cómo podría dársela si él no me da la oportunidad?
—Ya pensarás en algo. Mientras tanto debes volver al dormitorio, se hace
tarde y me interesa que convivas con tus compañeros.
Eliel no había dejado de insistir con ese tema de verlo más unido con sus
compañeros. Naín sólo lo intentaba para complacerlo en algo, pues seguía
entrenando a escondidas a pesar de sus órdenes y esa noche después de la
pequeña fiesta que tuvieron en su dormitorio, cuando ya todos estaban
dormidos, volvió a salir al bosque.
Primero sacó su espada y comenzó a practicar los movimientos que Gera le
había mostrado ese día. Después continuó con ejercicios comunes y
finalmente siguió con su favorito: correr con el tronco en sus hombros.
Normalmente corría cinco vueltas alrededor del sendero, pero esa noche
quiso dar unas cuantas vueltas más. Sin embargo, cuando iba a la mitad de la
octava vuelta notó algo extraño. Su brazo izquierdo comenzó a adormecerse,
creyó que se debía a que había tenido el brazo levantado mucho tiempo para
cargar el tronco, así que lo soltó. Movió los dedos pero la sensación no se iba,
al contrario, comenzaba a convertirse en un dolor punzante que le recorría
todo el brazo y le llegaba hasta el pecho.
Fue a sentarse bajo un árbol para descansar y tomar un poco de aire, pues
se sentía muy sofocado. Intentaba mantener el ritmo de su respiración, pero se
le dificultaba demasiado. Definitivamente algo andaba mal. Se levantó para
buscar ayuda. Apretó su brazo contra su cuerpo y caminó de regreso al
dormitorio. No obstante, unos pasos después su vista se nubló y cayó al suelo
repentinamente. Se levantó con dificultad e intentó seguir avanzando pero
nuevamente su vista se nubló y volvió a caer al suelo. El dolor en el pecho era
insoportable y eso fue lo último que supo, todo se hundió en una pesada
negrura después de eso.

47

El tiempo pasó aunque él no supo cuánto, él solo sabía que se sentía muy a
gusto así, tranquilo y en paz. Una cálida brisa agitaba sus cabellos y el canto
de un lejano pájaro endulzaba su oído. Cuánto daría por haberse quedado así
otro rato más, pero ese constante y enfadoso “bip”, si tan solo alguien lo
apagara, pero no, nadie acudía a apagar lo que sea que lo estuviera emitiendo,
tendría que hacerlo él.
Despacio abrió los ojos. La luz del sol era muy intensa y lastimaba sus
ojos, los volvió a cerrar inmediatamente, esperó un rato y trató de abrirlos de
nuevo. Esta vez sí pudo abrirlos. Y el primer pensamiento que se le cruzó por
la mente, fue que estaba muerto. Todas las paredes de su alrededor eran
completamente blancas, incluso él tenía una bata blanca puesta. Asustado se
preguntó dónde estaba y que había pasado. No quería estar muerto, pero
tampoco había nadie cerca que lo confirmara o lo negara.
Empezó a mover los dedos del pie, luego los tobillos, las rodillas, las
manos, todo. Estaba entumido, como si hubiera estado en la misma posición
durante mucho tiempo. Intentó levantarse pero algo tiró de él, se descubrió el
pecho y vio que tenía muchos electrodos conectados. Los arrancó torpemente
a todos y se sentó en la cama. Se mareó al levantarse y apretó su cabeza con
sus manos para ver si impedía que su cerebro continuara dando vueltas.
Algunos segundos después la puerta de la habitación se abrió de golpe y Vasti
entró corriendo.
—Naín pero ¿qué haces?
— ¿Eh?—dijo Naín confundido.
—Aun no puedes levantarte, recuéstate otra vez.
Naín dejó que Vasti lo recostara, pues el mareo aún no se le pasaba y en
ocasiones veía las cosas dobles. Vasti trabajó colocando de nuevo en su lugar
todo lo que Naín había arrancado.
— ¿Qué pasó?—preguntó con una voz rasposa y mecánica.
—Tuviste un infarto, y tienes mucha suerte de estar vivo.
— ¿Cómo? ¿Dónde estoy?
—En el hospital, llevas aquí cinco días.
Para Naín las palabras de Vasti no tenían mucho sentido, estaba como
aletargado o confundido sería la mejor palabra. Aun no estaba seguro de que
lo que estaba sucediendo fuera real, o solo estaba soñando. Al menos Vasti
estaba con él y eso era bueno.
—Mejor descansa—dijo vasti—, al menos estoy más tranquila de saber
que ya despertaste.
Vasti se dio la media vuelta para irse, pero Naín la detuvo sujetándola
débilmente de una mano.
—Espera, no te vayas ¿esto es un sueño?
—No, no lo es. Aunque preferiría que lo fuera. Nos diste un buen susto.
Gera te encontró en el bosque y te trajo de inmediato, lo cual agradezco, si se
hubiera tardado un segundo más, bueno, no quiero ni pensarlo.
Naín sonrió al darse cuenta de lo preocupada que Vasti había estado por él,
eso le decía que tal vez él le gustaba a ella aunque sea un poco.
Vasti se alejó y Naín volvió a dormirse. Horas después volvió a despertar
ya con más fuerzas y un poco más recompuesto. Vasti estaba de nuevo con él e
inyectaba algo dentro de una bolsa transparente que colgaba a su lado.
—Hola dormilón—saludó— ¿Cómo te sientes?
—Bien, mucho mejor de hecho.
—Que gusto. Pero tampoco trates de levantarte todavía
Esa vez no sería problema para Naín obedecer lo que se le decía. No quería
volver a marearse, no era una sensación agradable.
— ¿Qué hora es?—preguntó
—Las diez con seis am. —respondió Vasti consultando su reloj.
— ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—Todavía cinco días.
Su cerebro comenzó a recordar entonces lo que había sucedido. Estaba
entrenando en el bosque a escondidas y de pronto un dolor en el pecho lo
había vencido dejándolo en el suelo.
—Soy muy joven para que me den infartos—dijo con certeza.
—Tal vez, pero si presionas tu cuerpo demasiado, cosas como estas pueden
suceder.
—Pero yo me sentía muy bien, no estaba cansado ni nada por el estilo.
—A veces nos concentramos tanto en nuestros propósitos, que solemos
dejar de escuchar a nuestro cuerpo. Debes calmarte un poco, sé paciente y
pronto llegará lo que necesitas.
Eso era lo que siempre decían los médicos, siempre están insistiéndole a
las personas que se cuiden, cuando en ocasiones el cuerpo falla porque así
suele suceder, no porque no se cuiden. Naín se cuidaba bien, no tenían que
decírselo, pero no discutiría con Vasti, no había necesidad.
—Debes estar hambriento—dijo Vasti—. Te traeré el desayuno.
No se había puesto a pensar en ello, pero la verdad era que sí estaba muy
hambriento y ansiaba encajarle el diente a algo.
Vasti se marchó para traerle el desayuno y Naín lo agradeció
inmensamente.
Momentos más tarde ella regresó con una bandeja repleta de comida que
Naín atacó hasta no dejar nada en ella.
—Vaya, muchas gracias—le dijo a Vasti.
Ella solo se limitó a sonreírle con esa sonrisa suya tan encantadora y se fue
prometiendo volver más tarde para saber cómo seguía.
Al poco rato de que se corriera la voz de que ya había despertado llegaron
las visitas y el primero en llegar fue Gera.
— ¡Estás vivo!—Le dijo con alegría.
—Eso parece.
—Me alegra, no quería volver a ser el único sin un sícigo en los
entrenamientos.
—Sí, necesitas a alguien a quién humillar, supongo.
—Vamos, no seas llorón. Me has ganado varias veces ya, admítelo.
Para Naín era muy agradable conversar con Gera, le recordaba bastante a
Amitai, y siempre le imprimía un poco de su alegría.
— ¿Cómo fue que me encontraste?—Le preguntó.
—Siempre supe que ibas a entrenar en las noches, tengo el sueño muy
ligero y te escuchaba cada vez que salías y entrabas. Pero esa noche noté que
te tardabas más de lo usual, así que salí a buscarte. Desde lejos vi que algo
andaba mal contigo, te caíste dos veces mientras caminabas con tu brazo
pegado al cuerpo y corrí a ayudarte.
—Muchas gracias Gera. Eres muy buen sícigo, aunque solo seas un niño.
— ¿Cómo que un niño?
—Vamos, sí que lo eres ¿Cuántos años tienes?
—Dieciséis.
— ¿Lo ves? Eres seis años menor que yo, cualquiera pensaría que no sabes
nada sobre guerra y batallas.
—Supongo que sí. Pero quién diría que entre tú y yo, el patoso eres tú.
Gera soltó una carcajada después de su comentario.
—Cierra la boca—Le dijo Naín mientras le daba un almohadazo en la
cabeza.
—Está bien, está bien. Tranquilo, no se lo diré a nadie.
Las carcajadas cesaron y Gera recogió la almohada que había arrojado
Naín y se la entregó de nuevo.
—Oye mi padre está afuera—Le comentó Gera—y quiere hablar contigo,
fue inevitable que no supiera lo que había sucedido.
No le agradó mucho a Naín escuchar aquello, sin duda Eliel tomaría
medidas exageradas por su desobediencia, pero no podía evitar lo que
sucedería a continuación.
—Está bien, no importa. Déjalo pasar.
Gera salió de la habitación y al poco rato entró Eliel con semblante serio.
—Hola Naín ¿Cómo estás?
—Bien, muy bien en realidad.
—Que gusto.
Eliel tomó una silla que estaba por ahí y la acercó a la cama de Naín. Y sin
más rodeos le preguntó:
—Quieres decirme ¿Qué fue lo que pasó?
—Me infarté—contestó Naín previendo un sermón.
—Me refiero a ¿Por qué sucedió eso?
—Eso deberías preguntárselo a la enfermera
Naín en serio odiaba que lo trataran como a un niño pequeño y le hicieran
preguntas obvias como esas. Quería que fuera al punto y ya, no que le
hablaran como si tuviera cinco años.
—Desobedeciste mis órdenes Naín. Te pedí que no entrenaras solo. Por eso
te di a Gera por compañero ¿Qué necesidad tenía de escaparte en las noches?
—Bueno ya—contestó Naín irritado—, no volverá a suceder.
—No, por supuesto que no volverá a suceder. Porque desde ahora quedas
fuera de los entrenamientos—Le anunció Eliel mientras se levantaba para
marcharse—. En cuanto te den de alta preséntate con Lael para que seas
reasignado.
—No espera—Naín se levantó de un salto y lo detuvo—, tú no puedes
hacerme esto.
—No, ya lo hice.
—No, esto es una tontería, gracias a esos entrenamientos fue que mejoré
con la espada.
—A mí no me sirve de nada un excelente peleador si éste olvida lo que es
realmente importante.
—Te equivocas. Todos los días me recuerdo lo que es importante y por lo
que estoy aquí.
— ¿Qué? Vengar a tu hermano ¿crees que estaría feliz con esto que haces?
Casi mueres por esa estúpida obsesión que tienes de vengarlo.
—Jamás lo entenderías.
—He perdido a un ser querido. Sé muy bien lo que se siente.
— ¡No es lo mismo! Amitai está vivo, Ben no.
Cuando Naín hizo esa afirmación, Eliel se puso aún más serio.
—Ben eligió el lado correcto y murió por él, Amitai no, aún sigue siendo
un títere y pelea en mi contra, mi hijo está doblemente perdido para mí.
Naín no entendió mucho lo que Eliel le quería decir, pero no importaba, él
vengaría a su hermano costara lo que costara.
Vasti entró en la habitación, había escuchado el alboroto y venía a ver que
sucedía.
— ¿Qué está pasando aquí?
—Lamento todo esto—se disculpó Eliel—, ya me retiro.
Eliel salió y Vasti detrás de él dejando solo a Naín.

48

Tenía mucho coraje dentro de sí. Necesitaba sacarlo y lo primero que halló
fue la bandeja del desayuno. La tumbó de un manotazo y luego pateó todo lo
que se encontró en el suelo. Cuando se cansó se sentó en el piso con la cabeza
entre sus manos.
¿Para qué se había unido a ellos si eso no le ayudaría a vengar a su
hermano? Pero estaba bien, ya no importaba, vengaría a su hermano solo, no
los necesitaba. Es más le parecía que ya había esperado suficiente. Esa misma
noche tomaría sus cosas y se iría.
El resto del día, nadie más fue a visitarlo, así que pudo pensar y planear
algo para escapar.
De las pocas cosas que había traído consigo al llegar con los ixthus estaba
su móvil, aunque mientras estuvo dentro de Hekal nunca tuvo servicio en él.
Tal vez se debía a la protección que rodeaba el lugar. Eliel le había explicado
una vez que había una especie de halo que se movía alrededor de Hekal que
impedía entraran y salieran señales que pudieran revelar su ubicación. Si bien
nadie podía entrar tampoco deseaban que alguien estuviera cerca de ellos. Pero
quizá una vez fuera, el móvil podría adquirir señal y usar los mapas que ahí
tenía para ubicarse y emprender el camino de regreso. Después de eso, dejaría
que sus instintos lo guiaran, estaba sediento de justicia y no sería problema lo
demás, y si moría tampoco importaba, solo debía asegurarse de hacer justicia
primero.
Vasti lo dio de alta hasta las ocho pm. Y aprovechando que esa era la hora
de la cena y que todos estarían reunidos en el comedor, fue a recoger sus cosas
a su dormitorio. No eran muchas así que terminó pronto.
Guardó todo en una mochila y la escondió debajo de su litera. Luego
esperó pacientemente a que todos sus compañeros estuvieran profundamente
dormidos, en especial Gera. Recordaba lo que le había dicho, que tenía el
sueño muy ligero y que siempre se había dado cuenta cuando salía y entraba
de sus entrenamientos furtivos. Por eso, cuando se levantó para salir, cargó sus
botas en sus manos y se aseguró de ponerle aceite extra a la puerta para que no
rechinara al abrirla.
Una vez fuera del dormitorio eligió una dirección al azar y caminó hacia
ella. Tan solo quería alejarse un poco para hacer uso del sello sin que nadie se
diera cuenta.
Caminó hasta que llegó a los límites de Hekal y por primera vez pudo ver
el halo que se movía alrededor del lugar. Era muy hermoso, se componía de
una mezcla de fuegos de distintos colores que cambiaban constantemente. Era
como un espectáculo y podría haberse quedado otro rato observándolo si no
fuera porque llevaba un poco de prisa. Metió la mano a la bolsa de su pantalón
y sacó el sello. No lo había vuelto a utilizar desde que había llegado a Hekal,
pero él seguía ahí, fiel en su bolsa. Estaba a punto de apretarlo cuando una voz
se escuchó a sus espaldas.
— ¿Vas a algún lado?—preguntó Gera.
Naín se dio la media vuelta sorprendido.
—Vete Gera. No necesitas saber a dónde voy.
—Aun así ya sé a dónde vas.
Naín caminó hacia otra dirección para dejar a Gera atrás, pero este lo
siguió muy de cerca.
—No me puedes detener, serás mejor que yo en la espada, pero soy mejor
en el combate cuerpo a cuerpo y podría noquearte si quiero. No me obligues a
hacerlo. Mejor regresa al dormitorio.
—Escucha, no vine a detenerte.
—Tampoco quiero que vengas conmigo.
—No, tampoco pienso ir contigo. Lo que haces es suicidio.
— ¿Qué quieres entonces?
—Quiero ayudarte, sólo dame la oportunidad.
—No puedes, nadie puede ayudarme. Esta batalla es mía, y yo peleo mis
batallas solo.
Gera dejó de caminar cuando escuchó a Naín decir eso.
—Espera, necesitarás esto entonces.
Gera le extendió una caja color plata de tamaño mediano. Era una
armadura compactada. Naín había dejado la de él en el dormitorio pues
pensaba que no la necesitaría, pero quizá si sería buena idea tenerla consigo.
—Gracias Gera—dijo y luego tomó la caja.
—Naín espera, solo una cosa más.
— ¿Qué es?
—Cuando salgas de aquí y encuentres a los asesinos de tu hermano, piensa
realmente si esto es lo que él hubiera querido. Si tienes suerte y tú los matas,
Ben no volverá. Pero si ellos te matan a ti verdaderamente habrás
decepcionado a tu hermano. Si sales de aquí tendrás todo que perder y nada
que ganar.
Naín no tenía respuesta para eso, prefirió quedarse callado. Caminó unos
cuantos pasos y apretó el sello con fuerza y desapareció.

49

Gera se quedó completamente solo. Lo único que rompía el silencio de la


noche eran los cantos de los grillos. Creía realmente que Naín debía hacer eso
solo, pero no significaba que su sícigo no pudiera ir a auxiliarlo cuando lo
necesitara, e indudablemente lo necesitaría. Aprendería una lección, eso lo
sabía, pero si no lo ayudaban a tiempo, probablemente moriría por eso. Y no
era lo que Gera quería. Por eso corrió lo más rápido que pudo hasta la oficina
de Lael para avisarle lo que acababa de ocurrir.
—Se fue—dijo sin aliento—, Naín se fue. Aún sigue con la idea de vengar
a su hermano.
Lael y Eliel estaban en la oficina principal cuando Gera llegó a darles el
aviso.
—Sabía que esto sucedería—dijo Eliel—, Naín no es de los que se olvidan
fácilmente de cosas así y obedecen lo que se les dice.
—Ninguno de nosotros lo es—comentó Lael.
— ¿Qué vamos a hacer?—pregunto Eliel.
Lael se quedó pensando, sopesaba todas las opciones que tenía y trataba de
elegir la que era mejor y más segura para todos.
—Gera—dijo finalmente—, ve y reúne a algunos hombres y luego vayan
tras Naín.
—No pensarás obligarlo a volver—inquirió Eliel—, no hacemos eso con
ninguno que nos deja.
—No para nada. Naín no tiene idea de en lo que se está metiendo,
necesitará ayuda, pero también necesita vivir esto. Debe saber que hay cosas
que sobrepasan nuestras fuerzas y nuestro entendimiento. Quizá por fin
abandone su orgullo y se nos una realmente.
—Será difícil—comentó Eliel con un suspiro.
—Si lo sé. Gera, salgan inmediatamente a buscarlo, pero no intervengan a
menos que sea sumamente necesario. Dejen que haga esto más bien solo.
Gera no perdió ni un minuto más y fue corriendo a reunir a varios hombres
y minutos después salieron tras Naín.

50

Mientras tanto, Naín había llegado hasta un parque abandonado. Había


caído de espaldas sobre un montículo de grava. Se incorporó sacudiéndose los
guijarros que se le habían incrustado en los codos y brazos y por la luz que
proyectaba la luna podía decir que eran cerca de las tres de la mañana.
Sacó su móvil para asegurarse de la hora y saber que tan lejos estaba del
cuartel. Según el mapa, decía que se encontraba a quince kilómetros de su
destino y a trece de la casa de Sara. Pensó que podría hacer una leve parada
ahí para conocer a su sobrina. Las probabilidades de salir de su misión con
vida eran muy bajas y no quería irse de este mundo sin haberla conocido.
Sacó la caja plateada que Gera le había dado y se puso la armadura debajo
de su ropa, sólo para que nadie lo viera con ella y lo identificaran
inmediatamente como un ixthus. Al final se enfundó la espada al cinturón y
comenzó a correr. Aprovechó la oscuridad que envolvía a la ciudad, así podría
moverse sin que nadie lo viera, pues la mayoría estarían dormidos a esas
horas.
Se detuvo varias veces durante el camino para descansar y beber agua,
pero aun así avanzó muy rápido, de tal manera que un poco antes de que
despuntara el alba ya había llegado a la casa de Sara.
Tocó el timbre pero nadie acudió a abrir y supuso que sería porque estaba
dormida, pero insistió tocando la puerta con sus nudillos, sin embargo, al
primer golpe, la puerta se abrió fácilmente. Se sorprendió de que la puerta no
estuviera cerrada, la empujó con precaución y entró.
La casa era un desastre total. Parecía que un tornado había pasado por ahí.
La sala estaba volcada, las sillas y mesas de la cocina estaban hechas pedazos
al igual que la vajilla.
— ¿Sara?—llamó— ¿Estás aquí?
Al no obtener respuesta comenzó a temer por ella. Mientras seguía
andando por la casa pisó el control remoto de la televisión y ésta se encendió.
El conductor de las noticias hablaba sobre la más reciente noticia que había
sacudido a toda la región de Lod: Un supuesto ataque en las afueras de la
ciudad encabezado por Naín, un ex siftán que recientemente se había unido a
los ixthus.
Luego la imagen en la pantalla cambió, mostraba a un joven militar que era
entrevistado para dar a conocer más detalles sobre el ataque, y bajo su imagen
aparecía su nombre y ocupación que ponía: siftán Amitai.
Naín no lo podía creer, ahora su mejor amigo estaba tras él, pensando que
era un peligroso criminal.
—Sabemos que este reciente ataque fue perpetrado por un ex siftán de los
cazadores y por lo tanto lo consideramos una prioridad para atraparlo en
nuestra agenda. Le aseguramos a la comunidad que no tiene nada de qué
preocuparse, estamos muy cerca de atrapar a los responsables y el ejército no
tendrá compasión de él aunque en un tiempo pasado haya servido con
nosotros.
No pudiéndolo soportar más, Naín apagó el televisor y comenzó a dar
vueltas por la sala, inquieto.
—Sabía que no tardarías en aparecer.
Una voz proveniente de la cocina lo sobresaltó. Cauteloso Naín se asomó y
vio una figura sentada en una silla. El hombre se levantó y salió a la luz del
alba, entonces Naín supo de quién se trataba. Ahí, frente a él, estaba Darcón.
Naín no esperaba encontrárselo así, él pensaba que debía ir a buscarlo,
pero al parecer la suerte le sonreía. Ahí estaban los dos cara a cara y
completamente solos. No podía ser más perfecto.
Pronto los recuerdos cruzaron por la mente de Naín y una descontrolada
furia comenzó a llenar su cuerpo. Pero no debía dejar que ella lo dominara,
debía controlarse y enfocarse en lo que debía hacer.
—Que gusto verte—dijo Darcón con sarcasmo.
—El placer es todo mío—dijo Naín—. Por fin podré matarte.
Darcón rio con una risa muy desagradable.
—Naín, muchacho ¿Crees que por haberte unido a esa peste llamada ixthus
tienes la capacidad de matarme?
— ¿Dónde está Sara?—exigió Naín.
— ¿Sara?—repitió Darcón con esa áspera risa—pues ella está… muerta.
Pero se defendió bien eh. Mira todo el desastre que dejó.
—Mientes.
—Bah, por favor, ella no me importa nada y tú tampoco, no son más que
excremento en el zapato.
Naín ya no pudo contenerse más.
—Entonces haré que te importe.
Con gran velocidad atravesó la cocina y tomando a Darcón del cuello lo
levantó.
La risa se había apagado en la garganta de Darcón y ahora pataleaba y
gemía tratando de soltarse de Naín, el cual, concediéndole su deseo, lo arrojó
muy lejos estrellándose contra la pared.
—Bien, bien—dijo Darcón mientras aplaudía burlonamente—, veo que te
enseñaron muy bien.
Naín se acercaba lento pero decidido hacia Darcón, disfrutando su
venganza.
—Tengo una duda—continuó Darcón— ¿Te habrán enseñado a detener
una bala?
Sorpresivamente, Darcón sacó un revólver y disparó directo al corazón de
Naín. Pero Naín imitando los movimientos que le había visto hacer a Alef,
levantó su antebrazo y se accionó el escudo que detuvo la bala.
—Sí, lo hicieron—dijo Naín.
Y con toda la fuerza que tenía, le dio un puñetazo en la cara a Darcón.
Pronto la sangre comenzó a salirle a borbotones y le impedía respirar. Naín
aprovechó la oportunidad para amarrarle las manos y los pies. Una vez
completamente indefenso el ortán, Naín sacó su espada y se la colocó debajo
de la barbilla, sin embargo, algo inusual ocurrió. El fuego del que estaba hecha
la espada y que normalmente no causaba daño alguno, comenzó a quemar
considerablemente la piel de Darcón, el cual se quejó escandalosamente, pero
Naín no la apartó ni un milímetro. Quería que sufriera lo más que se pudiera.
—Me voy a divertir contigo Darcón.
—Sí, sí, sí hazlo. Si muero al menos te habré enseñado algo bien, a
vengarte. Vivirás con dos muertes en tu conciencia. La mía y la de tu hermano.
— ¡Cállate!—Lo interpeló Naín y luego le hizo un profundo corte en el
brazo que pronto comenzó a arderle y a quemarlo—, yo no mate a mi hermano
¡fuiste tú!
Naín arremetió contra Darcón, buscando clavarle la espada en el corazón,
pero de repente todo dio vueltas y él y Darcón desaparecieron.

51

Aparecieron en un lugar diferente, uno desértico, casi desprovisto de vida,


tan solo había uno que otro arbusto reseco y pelón desperdigado por
kilómetros y kilómetros de arena.
Naín miró a Darcón, que ya se había liberado también de sus ataduras y
estaba sobre una duna mirándolo despectivamente.
—Entonces—dijo Darcón—, ¿crees que eres el único que puede jugar con
poderes extraordinarios?
Esa era una pregunta retórica, pues sin esperar respuesta, Darcón se quitó
el abrigo y la camisa y se sentó con los ojos cerrados sobre la duna, en forma
de flor de loto y con las puntas de los dedos juntas. Un montón de signos
extraños estaban tatuados por todo su pecho y brazos, algunos estaban
relacionados con dibujos de bestias desconocidas para él, que daban
escalofríos al verlas.
Darcón comenzó a recitar un canto extraño en un idioma que no conocía y
que le erizaba la piel. Mientras cantaba, uno de los símbolos tatuados cerca de
su corazón comenzó a brillar, Naín estaba atónito pero aun así, avanzó
decidido a matarlo. No obstante, cuando dio su primera estocada, su espada
chocó contra una pared invisible que le impidió conectar con Darcón.
Una y otra vez Naín intentaba golpear a Darcón, pero esa pared siempre
repelía su espada. Luego, Darcón guardó silencio y abrió los ojos. Fue
inevitable que no se diera cuenta que algo había cambiado en ellos, ahora eran
rojos, como dos carbones encendidos y despedían maldad, mucha, mucha
maldad. Esos ojos le recordaban a los de Aczib cuando pelearon en el callejón.
Pero los ojos no fueron la única cosa que cambió, su cuerpo aumentó
considerablemente su masa muscular, sus uñas crecieron hasta convertirse en
garras, unos puntiagudos colmillos se asomaban de su boca y salivaban y unas
horribles alas como de murciélago salieron de su espalda.
Nunca había visto algo así y tampoco lo había creído posible. Darcón rio al
ver la expresión perpleja de Naín y éste se dio cuenta de que su risa era ahora
más desagradable y aterradora que antes; pues hasta su voz había cambiado,
ahora era como muchas voces graves y guturales hablando al mismo tiempo y
eso era suficiente como para imponerle a cualquiera.
—Sigamos—Se ufanó Darcón.
Naín se tragó sus temores y se abalanzó sobre él dando mandobles a diestra
y siniestra. Darcón esquivaba con agilidad cada golpe y se burlaba de su
desempeño para hacerlo enojar, más y más. Quería que perdiera la templanza
y actuara siguiendo sólo sus impulsos.
En una ocasión, Naín consiguió conectar su espada con el rostro de
Darcón. Le dejó un profundo corte que además lo quemó hasta que el fuego de
la espada se extinguió de su mejilla. El ortán se enfureció por eso y dejó de
reír.
Un solo golpe de su musculado brazo fue suficiente para que Naín saliera
disparado a cinco metros. El aire de sus pulmones le faltó, pero aun así se
levantó, aunque con dificultad y arremetió de nuevo.
Los brazos de Darcón eran ahora como dos inquebrantables barras de
hierro y caían sobre él con todo su peso. Naín trataba de moverse
continuamente para evitar ser golpeado, pero la mayoría de las veces, era
inútil.
Pocos eran los golpes que Naín asestaba con su espada, pero cuando lo
hacía, éstos causaban más estragos que cinco de Darcón. No tardó en
identificar su desventaja y muy pronto se deshizo de ella. Cuando Naín trató
de clavarle la espada en el pecho, Darcón sujetó su brazo y lo retorció hasta
que lo obligó a soltarla y luego la arrojó muy lejos.
Indefenso, Naín quiso correr para buscar su arma, pero el ortán lo golpeó
tan duro en el pecho que su coraza se rompió y cayó al suelo. Mal herido y
tirado, se esforzaba en respirar.
A Darcón le agradaba saber que era más fuerte que los demás, y tener a
Naín frente a sí, sin ninguna posibilidad de escapar y completamente
desarmado, le daba gran satisfacción.
Saboreando su victoria, se acercó dispuesto a darle el golpe final. Naín no
quería darse por vencido todavía y aunque estaba muy débil, reunió todas sus
fuerzas y le propició una patada en la cara.
El mismo fuego que componía sus botas causó un enorme daño en el rostro
de Darcón, quien comenzó a retorcerse y a gritar desesperadamente mientras
su rostro se demudaba en un espectáculo aterrador.
Aprovechando el momento, Naín corrió a buscar su espada y sin pensarlo
la clavó hasta el fondo en el corazón de Darcón.
Sus gritos se volvieron más agudos y todo su cuerpo tembló como si fuera
a estallar.
Naín miraba todo aquello turbado, esperaba que ese golpe lo hubiera
derrotado definitivamente, pero no fue así. Darcón seguía temblando
descontroladamente mientras se sujetaba con fuerza el rostro y luego, mirando
hacia el cielo, su cara y todo su cuerpo comenzó a partirse. Una luz roja muy
intensa salía de sus ojos mientras poco a poco una bestia completamente negra
salió de su cuerpo. Tenía enormes cuernos de carnero y sus ojos antes rojos
ahora eran de un carmesí intenso y oscuro. Su estatura llegaba a los cuatro
metros y era de aspecto terrible.
Cuando la última parte de la horrible bestia terminó de salir, el cuerpo de
Darcón quedó tirado en el suelo como un cascarón viejo y desechado. Su piel
estaba tan enjuta que dejaba ver todos sus huesos, su cabello se puso todo
blanco y sus ojos se hundieron en sus cuencas. A Naín le pareció ver que aún
respiraba, pero por su postura parecía estar muerto.
La horrible bestia rugió escupiendo fuego por su boca.

52

Había llegado el momento en que todo el conocimiento y agilidad de Naín


debían ser puestas a verdadera prueba, un momento que nunca creyó que
llegaría, sencillamente porque siempre pensó que había superado ya todo
obstáculo.
Estaba dispuesto a enfrentarlo, ésta y las amenazas que siguieran, las
enfrentaría con valor.
Se apresuró a atacar a la bestia, con una fuerza y energía que no creyó
tener. Sin embargo, no estaba notando algo importante, la espada ahora no
causaba ningún daño, al contrario, con cada golpe la bestia crecía más y más.
Al poco rato la bestia llegó a medir diez metros y Naín se sentía impotente
ante ella. Si su espada no podía derrotarla entonces ¿Qué?
Dispuesto a no darse por vencido, quiso intentar algo distinto, en lugar de
usar su espada usó un revólver que guardaba en su cinturón. Disparó repetidas
veces pero las balas la atravesaban como si fuera de humo.
“No, Naín piensa” se decía “Recuerda, es la armadura, estas cosas se
destruyen usando la armadura”. La lógica de Naín le decía que el fuego de la
armadura era como ácido para ellos y, por lo tanto, la manera de derrotarlos
estaba en el fuego. Pero por más que lo intentó, nunca supo cómo usar eso a su
favor. Luego y sin esforzarse mucho, la bestia golpeó a Naín que salió
disparado muy lejos de ahí.
Cansado, asustado y con las piernas temblándole por el esfuerzo, volvió a
ponerse de pie. Miró a la espantosa bestia que lo buscaba con la vista y rugía
escupiendo fuego por el hocico.
Había estado evitando aceptar la verdad, porque esa frase que ahora
rondaba en su cabeza no estaba en su vocabulario, además, jamás se había
rendido porque nunca se había enfrentado a algo que el esfuerzo y la disciplina
no resolvieran, aún creía que sus habilidades podrían sacarlo de ahí; tenía una
intensa lucha en su interior, pero era hora de aceptarlo, no podría con esa
bestia, eso era demasiado para cualquiera, incluso para él y se preguntó ¿Qué
fin tenía todo aquello? Gera había tenido razón, Ben no volvería aun si por
algún milagro derrotaba a aquel monstruo. Pero no, al mirarlo sabía que no
ganaría. Había fallado, eso era algo con lo que no podía. Al fin había llegado a
su límite, no le quedaban ya fuerzas en lo físico y lo emocional. Moriría sin
haber vengado a su hermano porque simple y sencillamente ya no podía más.
Unas lágrimas salieron de sus ojos y luego se dejó caer de rodillas y las
palabras que jamás creyó pronunciar salieron lentamente de sus labios.
—No puedo.
Un estremecimiento sacudió su cuerpo y el resto de las lágrimas que había
estado conteniendo salieron ya sin ningún impedimento.
Hundió su frente en la arena y cubrió su cabeza con sus brazos. En ese
momento la bestia lo encontró y comenzó a caminar lento hacia él. Mientras
aguardaba la muerte, sentía el piso vibrar con cada paso que la bestia daba, eso
aumentaba su angustia y su miedo y lo llevaba más a abandonarse a sí mismo.
Ahora incluso deseaba que se diera prisa para matarlo acabando así con su
agonía.
Pronto sintió muy cerca al monstruo de él, no quiso levantar la vista para
ver lo que le haría, pero no necesitaba ver para darse cuenta de que la bestia
había levantado una de sus asquerosas patas y se disponía a pisarlo.
“¿Pisado?” pensaba “¿así moriré? ¿Pisado? Como una cucaracha, ¿quién lo
diría?”
Sin embargo, cuando ese pie bajó, no fue para aplastarlo, pues cayó muy
lejos de donde él estaba. Incrédulo, Naín levantó la vista y vio algo increíble.
Un poderoso gigante había pasado sobre él y peleaba encarecidamente
contra la bestia. Pero el monstruo estaba muy lejos de ganar, el misterioso
guerrero era mucho más poderoso y ágil. Golpeó a la bestia en repetidas
ocasiones y aunque se defendía, jamás causó gran daño. Finalmente, el
guerrero metió sus manos en el hocico de la bestia, que escupía fuego
desesperada, y la partió en dos convirtiéndola en fino polvo que el viento no
tuvo problema en llevarse.
Naín, que seguía en el suelo, se había quedado asombrado al ver cómo ese
misterioso guerrero había salido de la nada y lo había salvado. Sin planearlo,
comenzó a llorar, pero ahora de alivio y felicidad que brotaba de lo más
profundo de su ser. Estiró el cuello y se esforzaba por ver el rostro del guerrero
y expectante lo observó darse la vuelta hacia él, sin embargo, antes de que
pudiera terminar de voltearse, se encendió en las mismas llamas azules de su
armadura, solo que más vivas, hermosas y azules.
El fuego consumió al gigante y en su lugar quedó otro ser extraño para la
situación. Era un cordero, uno muy grande en realidad. Había algo majestuoso
y terrible a la vez en sus ojos que provocó a Naín volver a enterrar la frente en
la arena.
El cordero se acercó gentil a Naín y con su suave nariz lo tocó para que se
incorporara. Para él fue una experiencia muy agradable sentir la suave nariz en
su cabeza y luego el cordero sopló de su aliento, mismo que Naín respiró y lo
llenó de fuerza y vigor.
Fue gracias a eso que pudo levantarse de nuevo, aunque aun llorando, casi
como un niño pequeño. Se dio cuenta que el cordero era tan alto como él, de
tal manera que sus ojos quedaban frente a los suyos y lo miraban con
compasión.
—Emanuel—dijo Naín gimoteando y el cordero asintió levemente con su
cabeza.
Naín quiso tocarlo, pero al contacto con su pelaje suave y cálido, sintió el
impulso de abrazarlo y lo hizo sin importarle nada. El cordero se dejó abrazar.
Naín no supo cómo, pero sintió unas manos en su espalda, como
devolviéndole el abrazo.
—Que todo odio y amargura mueran en ti, Naín—dijo una profunda voz.
Naín se separó para poder ver quién había dicho eso, pero al hacerlo el
cordero nuevamente se encendió en llamas en forma de delgada columna y se
alzó describiendo un amplio círculo y formando el símbolo de los ixthus.
A Naín le atrajo tanto el color de las llamas que extendió su mano y las
tocó. El fuego no le quemaba en lo más mínimo pero aun así se sentía vivo,
como un suave palpitar. Naín sentía que podría quedarse toda la vida
observándolo, pero el fuego se movió describiendo otro círculo en el aire y
finalmente atravesó el corazón de Naín
Poco a poco el fuego fue creando una nueva y mejor armadura para Naín y
cada vez que creaba un elemento una voz hablaba dentro de su cabeza.
Primero fueron las botas “buenas noticias” dijo la voz, para el cinturón
“verdad” la coraza “justicia” el casco “salvación” el escudo “fe” y la espada
“Espíritu”.
Naín había mantenido los ojos cerrados experimentando el proceso con
entusiasmo. Al abrir los ojos no había nadie ni nada a su alrededor, solo el
desierto y su nueva armadura.
Las piernas de Naín de repente estaban otra vez cansadas, al igual que todo
su cuerpo. La vista se le puso borrosa, pero alcanzó a ver que a lo lejos venía
Gera, corriendo hacia él, sin embargo sus fuerzas eran ya muy pocas y se dejó
caer en la arena.
—Todo está bien—alcanzó a oír que le decía Gera—, ahora todo está bien.
Y entonces se rindió ante un profundo y pesado sueño.

53

Fuera, la mañana era muy agradable. Una suave lluvia golpeaba el techo y
las ventanas, además, el aire estaba impregnado de un rico aroma a tierra
mojada.
Despacio y con un profundo suspiro Naín abrió los ojos. Reconoció las
blancas paredes del hospital y una inexplicable alegría llenó su corazón. Se
levantó sonriendo y ahí en la esquina, sentado en una silla, estaba Lael.
—Buenos días—Lo saludó afable.
Naín suspiró aliviado. Se volvió a recostar sabiendo que todo estaría bien a
partir de entonces, tal como Gera había dicho, sin embargo un recuerdo golpeó
su mente.
— ¿Y Sara? ¿Dónde está Sara? ¿En verdad ella está…?
—Bien, ella está bien—Lo interrumpió Lael.
—Pero Darcón dijo…
—Darcón mintió para hacerte enojar y que actuaras sin pensar, así le sería
más fácil acabar contigo.
Naín se relajó al escuchar aquello.
—Casi lo logra—comentó recordando su anterior lucha—. Siempre supo
que esa era mi debilidad ¿Verdad? Que actuaba sin pensar.
—Lo importante es que ahora la has vencido y que sigues con nosotros.
—Y ¿Dónde está entonces? Ella y mi sobrina ¿A dónde fueron?
—No estoy seguro. Tenemos algunos hombres en las afueras de la ciudad y
me informan que la vieron salir hace una semana. Lo que sea que la haya
motivado a irse, fue lo mismo que la salvó.
—Que bien.
Naín estaba contento de que Sara y la bebé estuvieran bien y a salvo; pero
también sentía que no había cumplido con su responsabilidad hacia ellas, y eso
lo hacía sentir muy, pero muy mal.
—Y ¿Qué pasó con Darcón?—preguntó para cambiar de tema—, cuando
lo vi me pareció que aún respiraba, pero… es difícil decirlo. Se veía muy mal.
—Probablemente aún está vivo, mis hombres lo buscaron pero no pudieron
encontrarlo. Lo más probable es que huyó. Los poderes que invocó, no lo
mataron esta vez.
Naín se estremeció al recordar a la bestia saliendo del cuerpo de Darcón;
era una horrible escena que jamás olvidaría. Aunque también admitía que si no
fuera por eso, nunca habría visto a aquel guerrero gigante de quién ya tenía
una idea de su identidad.
—Era él ¿Verdad? El gigante que vi, era Emanuel.
—Sí, sin duda. Peleó por ti y te salvó.
— ¿Por qué lo hizo?
—Porque al fin peleaste de rodillas y olvidaste tu orgullo. Emanuel no
pelea por nadie que crea no necesitar de su ayuda y tú al principio así
actuabas, siempre solo y por tu cuenta. Cuando caíste de rodillas y admitiste
que no podías más, le diste la oportunidad de pelear por ti en la batalla que no
podías ganar. Aunque, al hacerlo, ya habías obtenido la victoria.
— ¿Cómo es eso?
— ¿No notaste que con cada golpe que dabas, la bestia crecía?
—Sí, ¿por qué fue eso?
—Porque las bestias como ésas se alimentan de nuestras debilidades. Fue
muy orgulloso de tu parte pelear contra ella completamente solo y eso la
alimentó y por eso creció. La principal arma contra el orgullo es la humildad y
eso fue lo que hiciste al arrodillarte.
—Y ¿qué clase de bestia era esa?
—Un malak, sólo que éste era uno de los que cayeron junto con Lucio.
Habitaba en el cuerpo de Darcón y le daba poderes sobrenaturales. Después de
la guerra silenciosa, Darcón se alió con ese malak para intentar destruirnos,
aunque ello significara su propia destrucción.
—Pero Darcón no fue destruido.
—No, pero eso no significa que nunca lo será. A los malak, servidores del
Belial, no les interesa en lo más mínimo la vida humana. Si les prestan sus
poderes es sólo mientras cumplen con sus propósitos de destruir y engañar a la
humanidad. Tal vez Darcón sobrevivió esta vez, pero morirá si sigue jugando
con poderes que no son de su condición.
—Ahora creo que incluso me da lástima. Solo de recordarlo ahí tirado,
como un trapo sucio, creo que es demasiado degradante.
—A las personas como Darcón eso no les importa, con tal de sentirse
poderosos, al menos por un rato.
“Poderoso” era un adjetivo que Naín no estaba muy seguro de utilizar para
describir a Darcón, más bien diría que era un vil títere; como él, hasta hacía
poco. Darcón estaba recibiendo una cucharada de su propia medicina
—El castigo que él solo se impuso es suficiente—comentó con aire
distraído—, quienquiera que desee castigarlo más se equivoca, no existe para
él un castigo peor, acabo de entenderlo.
—Eso está mejor. Pero por ahora será mejor para ti que descanses. Vasti te
traerá el desayuno enseguida.
Lael salió de la habitación deseándole a Naín que pronto pudiera regresar a
los entrenamientos y tal como lo había dicho, al poco rato apareció Vasti con
la bandeja del desayuno.
—Creo que empiezo a desear no verte más por aquí—dijo sonriendo.
Naín rio ante el comentario.
—Sí, yo tampoco quisiera seguir viéndome aquí más.
Vasti sonrió y lo miró, Naín no lo sabía, pero ella estaba impresionada por
el cambio que había tenido últimamente.
—Oye, afuera hay alguien que quiere verte—dijo cambiando de tema—, lo
dejaré pasar ¿de acuerdo?
Naín asintió y Vasti se giró para marcharse.
—Espera—La detuvo—, tal vez podríamos cambiar el hecho de vernos
siempre aquí ¿Por qué no sales conmigo esta tarde?
Esas palabras salieron tan inesperadamente de la boca de Naín que casi
quiso arrepentirse en el acto, pero ya era tarde, ahora sólo observaba el rostro
de Vasti expectante.
—Me parece bien—dijo sonriendo—, estoy libre a las siete.
Al decir eso, Vasti se fue, dejando a Naín en estado de shock ¡Había dicho
que sí! Naín quería saltar y brincar y se decía a sí mismo una y otra vez “¿Por
qué no lo hice antes?” Pero entonces se abrió la puerta y entró Gera llenándolo
todo con su peculiar personalidad.
— ¡Está vivo! Naín la vuelve a contar señoras y señores.
—Hola Gera—dijo Naín calmando sus anteriores impulsos de brincar.
Aunque no podía reprimir la sonrisa.
—Eres muy difícil de encontrar ¿sabes?
— ¿Cómo lo hiciste?
—Bueno, Lael nos envió a buscarte y te hallamos en casa de Sara, pero en
cuanto Darcón nos vio, te llevó a quién sabe dónde. Te buscamos por todos
lados y luego se me ocurrió que como el Malak que habitaba en el cuerpo de
Darcón era del desierto, lo más seguro era que te hubiera llevado a uno y
vualá, así fue y otra vez te encontré a tiempo.
— ¿A tiempo? Esa cosa casi me mata.
—Bueno pero… te encontré, ese es el punto. Además, no habrías tenido
que pasar por eso si nos hubieras escuchado desde un principio.
—O sea que todos ya sabían lo de Darcón y sus poderes.
—Claro que lo sabíamos, por eso no queríamos que fueras, pero bueno, lo
hiciste y ahora estás de vuelta.
—Sí, gracias por encontrarme; supongo.
—De nada, soy el mejor sícigo que pudiste tener.
—Sí es verdad—admitió Naín con un suspiro.
Ambos platicaron animadamente un buen rato más, hasta que Vasti llegó a
correrlo porque de lo contrario se quedaría con él todo el día.
Naín salió del hospital a la hora de la comida y en punto de las siete pm.,
estuvo esperando a Vasti. Ella se veía encantadora en sus jeans y su blusa
vaquera a cuadros. Naín pensaba que su belleza radicaba en su naturalidad, por
lo tanto adoró que no se pusiera mucho maquillaje.
La llevó a caminar por el bosque, deseaba tomarla de la mano, pero no
quería quedar en vergüenza si luego ella se soltaba, prefirió simplemente
disfrutar de su compañía. Luego llegaron al lugar donde realmente Naín quería
estar. Ese mismo lugar al que él había llegado poco antes de escaparse de
Hekal. Llegaron a los límites, para contemplar el halo de fuego que se movía
alrededor del lugar. Vasti estaba impresionada.
— ¡Vaya! Mira eso, jamás había estado en este lugar ¡es hermoso!
—Me alegra que te guste. Lo encontré por casualidad.
—Gracias.
Naín y Vasti se sentaron al pie de un árbol recargados en el tronco.
Charlaron por mucho rato y Naín se sentía cada vez más complacido y pleno.
Gera había tenido razón y ahora todo estaría bien. Aun le dolía la muerte de su
hermano, pero ya no había en él esa sed de venganza, ya no más, había soltado
eso y ahora dejaría que las cosas tomaran su curso. Darcón pagaría tarde o
temprano por sus crímenes sin necesidad de que él interviniera. Ahora se
concentraría en lo que es realmente importante, como Lael le había dicho
alguna vez, y por lo pronto, disfrutaría de la velada con Vasti.

Un Nuevo Propósito

Habían pasado ya cinco meses desde que se había unido a los ixthus. Todas
las cosas que aprendía le ayudaban a mejorar en el manejo de la espada y el
arte de la lucha; pero sobre todo, le estaban ayudando a conocerse a sí mismo.
El enojo y la ira comenzaban a menguar en su interior, de nuevo era feliz. Fue
por eso que esa noche estaba soñando de nuevo.
Allí estaba Vasti a su lado y miraba los patos zambullirse en el lago, él la
observaba con detenimiento, le encantaba hacerlo. Cuando sonreía iluminaba
hasta el mundo de Naín.
Escuchó unos pasos venir por el sendero de tierra, desvió la vista de Vasti y
miró a un sonriente joven que se acercaba. Sin duda los conocía porque
mencionó sus nombres al verlos. Vasti se alegró y corrió a saludarlo, Naín
guardó su distancia, él no lo reconocía, pero luego el joven dijo algo a Vasti
que le hizo darse una idea de quién era.
— ¡Hola cuñada!
— ¡Hola Benjamín!
“Vaya por supuesto” pensó Naín “es mi hermano ¿Cómo no lo reconocí?”
—Vasti—dijo Ben— ¿Crees que podrías prestarme un segundo a mi
hermano?
Vasti frunció el entrecejo, para aparentar que estaba molesta.
—Esta, bien, sólo un momento ¿de acuerdo?
—Vale, te lo devuelvo en un santiamén.
Ben envolvió a Naín con un brazo y lo guio por el sendero; mientras, Vasti
volvía a lago a observar a los patos.
—Estoy muy contento contigo hermano—dijo Ben—, al fin encontraste la
verdad y lo que más me alegra es que ahora eres libre.
—No lo habría hecho sin tu ayuda. Debo admitir que me costó mucho
trabajo.
—A todos nos cuesta trabajo encontrarla, pero tú lo hiciste y ahora estás en
el lugar correcto.
—Sí, así es—admitió Naín volviendo su vista hacia Vasti.
—Ella es una linda chica, me alegra que la encontraras.
Naín sonrió, por supuesto que sabía que era un suertudo por haberla
encontrado.
—En realidad—continuó Ben—vine a buscarte para pedir tu ayuda.
—Claro Ben, lo que necesites.
—Hay una persona más a la que me gustaría que buscaras y le llevaras el
mismo mensaje que se te dio a ti.
— ¿A quién quieres que busque?
—A Sara, ella aún sigue en las garras de Belial y sus mentiras. Si puedes
hacerme este favor, quiero que la busques y la lleves a la verdad. Yo no puedo
hacerlo, pero tú sí Naín. Por favor.
No tenía por qué suplicar, Naín lo haría sin dudarlo. Ni siquiera titubeó
cuando le dijo:
—Por supuesto Ben, te lo prometo y esta vez cumpliré mi promesa.
—Lo sé Naín, lo sé.
Naín despertó. Sabía que todo había sido un sueño pero aun así, había
prometido cuidar de Sara, y llevarla a la verdad estaba incluido en ello por lo
tanto, lo haría. Desde ese mismo día empezaría a buscarla.

También podría gustarte