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“El Llamado”
Por
Elizabeth Pineda
Él pensaba que Hieron sería el último lugar que caería. No es que sus
fuerzas superaran en número al enemigo, pero al menos estaban bien
protegidos en ese lugar, además ¿No le habían prometido que ese sería el
inicio de algo mucho más grande? ¿Cómo es que iban perdiendo entonces?
El enemigo avanzaba a paso firme y decidido, haciendo explotar todo sin
ninguna consideración. La mayoría había abandonado sus puestos previendo
ya una derrota, pero él no lo haría; primero porque se le había encomendado a
él y al grupo de los doce que debían permanecer firmes aunque las cosas se
vieran mal, y él confiaba en aquel que le había hecho la encomienda; pues
había sufrido cosas peores que morir en batalla y además, le había prometido
que estaría con ellos hasta el fin del mundo y segundo, porque sus dos mejores
amigos también se quedarían y no los abandonaría. Ah pero, si tan solo ese
pedazo de traidor no los hubiera vendido a él y al grupo de los doce, entonces
las cosas serían diferentes; claro, ahora el traidor se había suicidado el muy
cobarde y el problema se quedaba para ellos; pero ya ni lamentarse por el
pasado era bueno, debía concentrarse en el presente. Se acercó a Simón y en
medio del ruido de bombas y balas volando muy cerca de ellos le preguntó:
— ¿Cuál es el plan?
Simón estaba muy cansado, si acaso le quedaban cincuenta hombres para
defender el lugar. Miró a su alrededor, las enfermeras se afanaban atendiendo
a los heridos ahí mismo en el campo de batalla. Su esposa estaba entre ellas y
alentaba a un hombre caído a continuar con vida, pero desde lejos se veía que
no lo lograría. Estaban perdiendo y no había manera de ganar. Ahora tenía que
pensar en salvar a la mayoría de los cincuenta que le quedaban así que tomó
una decisión muy difícil.
—Saca a todos de aquí, llévatelos contigo. Estallaré mi última bomba en el
puente, eso los retrasará lo suficiente para que puedan escapar.
Eso sonó descabellado para él desde que comenzó a ver en sus ojos cómo
se formaba la idea en su cabeza.
— ¡No! Claro que no, no te abandonaré.
—Es una orden. Debes hacerlo ¿O tienes una idea mejor?
No claro que no la tenía, pero tampoco quería perder a su amigo.
—Ahora, ¡ve!—Le ordenó Simón.
A regañadientes se levantó y quiso correr, pero su amigo lo detuvo, tenía
algo que decirle.
—Oye, espera, cuando salgas de aquí, busca a mis hijos y guíalos a la
verdad. Naín y Ben tienen que saber porque murió su padre y cuídalos por mí,
por favor ¿lo harás?
Esa era lo cosas más difícil que Simón podía pedirle, no porque no
quisiera, sino porque quería que guardara vida suficiente para hacerlo él
mismo. Pero la situación era inevitable. Asintió con la cabeza y corrió a reunir
a los demás.
— ¡Retirada!—gritó a todo pulmón— ¡Reúnanse conmigo! ¡Retirada!
Al parecer todos habían estado esperando esa llamada porque
inmediatamente todos se reunieron con él para que se los llevara de ahí con el
extraño símbolo que él y el grupo de los doce tenían. Preguntó si todos ya
estaban reunidos para poder irse y alguien le dijo que faltaba Lidia.
“Rayos” pensó “¿Dónde está Lidia?”
Lidia era la esposa de Simón y aún seguía arrodillada sobre el ya casi
cadáver del hombre. Corrió hacia ella y la sujetó del brazo.
—Lidia ¿Qué haces? Ya vámonos.
Lidia levantó la vista y vio al grupo de los casi cincuenta que se había
reunido y esperaban ser sacados de ahí. Se levantó y comenzó a correr con él
pegado a sus talones, pero al escrutar el grupo vio que faltaba alguien.
— ¿Dónde está Simón?
El intentó evadir la pregunta instándola a que siguiera corriendo; pero ella
se negó rotundamente y se plantó en medio del campo.
—Explotará el puente ¿no es así?
—Lidia…—Comenzó a decir él.
—Solo dime.
Lidia era obstinada y estaban perdiendo tiempo valioso así que asintió con
la cabeza y dijo:
—Sí, pero no puedes quedarte así que ¡vamos!
La volvió a tomar del brazo e intentó sacarla pero ella ya había tomado una
decisión.
—No lo abandonaré.
—Lidia…
—Cuida de mis hijos—Le pidió.
Se dio la vuelta y comenzó a correr, a la mitad del camino recogió un arma
de un soldado caído y disparó al azar hacia las tropas enemigas.
— ¡Lidia!—gritó, pero ya no podía escucharlo; así que giró y corrió hacia
el grupo.
Antes de sacar al resto de los combatientes, miró hacia donde su amigo
estaba y lo observó estallar el puente. Una lluvia de balas siguió a la
explosión, Simón también disparó pero las balas enemigas lo alcanzaron antes
de que causara más daños; Lidia, un poco atrás de él también disparaba pero
finalmente cayó al igual que su esposo.
Él no quería seguir mirando, así que cerró los ojos, de los cuales se
escaparon las lágrimas de dolor por la pérdida de sus amigos y luego, con un
flash, todos salieron de ahí.
1
(En el presente)
El frío de enero siempre había hecho que el trabajo fuera más pesado. Con
temperaturas de diez grados bajo cero y niebla espesa, cualquiera hubiera
pensado que era más inteligente dejarlo para otro día, además corrían el riesgo
de resbalar en la nieve y caer por el voladero; pero Naín pensaba diferente.
Este era un pez gordo según le habían dicho, quizá el criminal más astuto con
el que jamás se hubiera enfrentado; era responsable por el levantamiento
rebelde en Hieron y líder de los “Ixthus” en la región de Lod, ese grupo que
tantos estragos había causado en la sociedad, no cabía en la mente de Naín la
idea de dejarlo escapar, “no esta vez” se decía a sí mismo. Días atrás lo había
evadido con tanta habilidad que había puesto en evidencia a muchos y eso lo
tenía furioso.
Intentaba mantener la calma, no deseaba que sus hombres se dieran cuenta
de la ansiedad que inundaba su mente, pero no podía evitar que sus dedos
golpearan descontroladamente sobre su pierna. Apretó el puño buscando
detenerlos pero eso solo provocó que su mano sudara a pesar del frio intenso
que hacía, incluso dentro del camión de asalto que llamaban Gret. Limpió el
sudor en su pantalón y aguzó la vista tratando de encontrar alguna señal del
criminal entre la niebla, pero unos metros más adelante tuvieron que
detenerse; la neblina había aumentado tanto que ya no se podía ver nada más
allá de tres metros.
Uno de los soldados anuncio lo obvio.
—Señor tendremos que continuar a pie.
Naín guardó silencio unos segundos, quería buscar desesperadamente una
solución; si dejaban el gret la búsqueda iría más lenta y por supuesto que
arriesgaba la vida de sus hombres, pero dejar a Andrés suelto sólo significaba
más oportunidades de levantamiento para los ixthus, y eso era algo que no
podía permitir.
Aczib fue quien rompió el silencio.
—No señor, esa es una muy mala idea, arriesgaríamos la vida de nuestros
soldados. Además Andrés estará perdido de todas maneras, no trae equipo ni
provisiones, seguramente el combustible se le acabará pronto y si no muere de
hipotermia entonces morirá de cualquier otra manera.
Naín se exasperó ante tal comentario y con un movimiento rápido, tomó al
soldado por la solapa y lo acercó bruscamente hacia él.
— ¡No entiendes que podría tener información importante sobre las
conspiraciones y el resto de los ixthus!
—Lo siento yo…
— ¡Lo quiero vivo! Ahora dígame soldado Aczib ¿prefiere quedarse a
cuidar del gret?
Todos sabían que quedarse a cuidar de los gret solo significaba una cosa:
ser destituido sin honores del ejército por desobedecer una orden directa. Los
altos cazadores como Naín usaban ese término para resaltar la vergüenza en un
soldado, por no ser capaz de hacer otra cosa más útil y varonil que cuidar de
los gret, además, no significaba que literalmente los dejaban tranquilos dentro
del vehículo, sino que los dejaban esposados con un arma cargada para
disparar a cualquier criminal que intentara acercarse, esa era una última
oportunidad de “salvar” la poca dignidad que les quedaba; si no podían
siquiera salvaguardar un camión eran considerados unos seiri, es decir, algo
peor que un inútil. Era realmente una deshonra que un alto cazador usara esas
palabras con uno de sus soldados, lo cual explicaba que Aczib estuviera
sonrojado y quizá también un poco asustado si Naín decidía dejarlo “atrás”.
—No señor—respondió tratando de ocultar su vergüenza y coraje que eso
le hacía sentir.
—Eso creí—apuntó Naín—. Ahora vaya y baje el equipo, continuaremos
la búsqueda a pie ¡Muévanse todos!
— ¡Sí señor!—gritaron el resto de los soldados, que por todos sumaban
seis.
En menos de un minuto todos estaban listos para seguir con la búsqueda.
— ¡Equipo rojo a la derecha!—ordenó Naín— ¡Ben eres equipo azul, ve
con Aczib a la izquierda y tu Amitai sígueme! Entraremos en la montaña.
— ¡Sí señor!
Antes de irse, Naín dirigió una última mirada a su hermano Benjamín, tan
sólo dos años menor que él y su segundo al mando. Habían tenido que
enfrentar mucho desde pequeños, para empezar, la muerte de sus padres
durante la guerra silenciosa de Hieron; cuando Ben tenía tan sólo un año. Y
durante mucho tiempo para Naín, y en especial para Ben, su ausencia durante
casi todos los años de su vida había dolido más de lo que cualquiera pudiera
imaginar y más de lo que demostraban también.
No obstante, el trabajo de Darcón como padre sustituto había sido
extremadamente bueno. Los había buscado inmediatamente después del fin de
la guerra y los había acogido en su hogar durante toda su infancia. Siempre
cuidando de ellos y haciéndolos mejores personas, a su manera claro.
Darcón había dedicado la mayor parte de su vida al ejército, y por ello se
podía decir que era una persona rígida y sobretodo, muy disciplinada. Fue por
eso que Naín aprendió a ser igualmente disciplinado, como su padrastro,
aunque también a veces (muchas veces) sus seres queridos lo acusaban de ser
emocionalmente muy frío, tanto o más que Darcón; pero Naín no tenía tiempo
para ser cálido, estaba muy ocupado continuando con el trabajo que había
dejado su padre.
Eran originarios de Lodebar, una de las ciudades dominantes en la región
de Lod. Naín y Ben eran, por mucho, de los mejores en lo que hacían, ser
cazadores. Los cazadores eran una unidad especial que se dedicaba a buscar en
cuerpo y alma a los criminales más peligrosos de toda la región. Había sido
creada meses después de la guerra silenciosa, cuando los rebeldes que se
llamaron a sí mismos “Ixthus” se levantaron para derrocar al gobernante de la
época; el cual era descendiente de Belial el grande, el mismo que había
conquistado este mundo para dárselo a los humanos como un regalo para una
raza joven, desde entonces a todo gobernante se le llamó “Belial”.
En ese año fueron derrotados gracias al acto heroico de Simón, padre de
Naín, quién detonó una bomba en el puente principal y compró tiempo para
que llegaran los refuerzos; sin embargo aún quedaban algunos simpatizantes
del grupo rebelde que aguardaban el momento perfecto para un nuevo
levantamiento. Ahora el trabajo de Naín y Ben era acabar con esos pocos
simpatizantes y evitar así desastres futuros; y lo hacían con la misma pasión
que sus padres hacía diecinueve años.
Ben sintió a mirada de su hermano. Volteo a verlo mientras levantaba el
pulgar para tranquilizarlo, sabía que ni aún en las misiones dejaba de ser el
hermano mayor. Naín respondió con una mirada de “no te mueras” antes de
darse la vuelta e irse junto con Amitai.
Naín jamás había pensado que un ser humano podría ser capaz de sentirse
como él se sentía ahora. Le habían arrebatado a su única familia.
Inconscientemente, él había pensado que él y su hermano estarían juntos para
siempre, que después de haber pasado tantas cosas ya no existía en el mundo
ningún reto que los pudiera separar, y que, después de todo, él moriría primero
que Ben cuando ya fuera muy anciano porque, eso era lo lógico ¿no? Él era el
mayor. Pero ahora, junto al cuerpo sin vida de su hermano supo que nunca se
está preparado para perder a un ser querido. Era muy difícil de explicar lo que
estaba sintiendo en ese momento. Era como un ancla muy pesada que tiraba de
sus entrañas hacia abajo, se sentía sin fuerzas pero a la vez con el coraje
necesario para incluso entregar su propia vida a cambio de la de su hermano,
sin embargo él sabía que con la muerte no hay tratos. Es un monstruo que no
respeta a nadie sea rico o pobre, niño o anciano.
Se echó a llorar desconsolado sobre el cuerpo inerte de su hermano, no le
importaba que lo vieran o lo escucharan, nada le importaba ahora, nada
excepto que el universo se apiadara de él y le devolviera a su hermano.
Prometía ser mejor, más cuidadoso, más atento, más cálido incluso; no había
precio que fuera lo suficientemente alto por pagar para que su hermano
estuviera de nuevo con él. Pero al universo no le importaba su dolor, se había
llevado la vida que le interesaba y continuaría moviéndose como siempre, lo
que pasara con Naín o su hermano no era de su incumbencia.
Amitai viendo que Naín tardaba en subir decidió bajar para ver si podía
ayudar en algo, además había escuchado su llanto y también ya se imaginaba
lo peor.
Cuando posó ambos pies en la roca pudo comprobar lo que tanto había
temido. Vio a Naín abrazando el cuerpo de su hermano y sollozando. Se
acercó despacio para separarlo, sabía que no le haría ningún bien quedarse ahí,
tratando de reparar lo irreparable.
—Naín ven—Le dijo lo más cálido que pudo y tomándolo de un brazo.
— ¡No! ¡Déjame!—Le gritó Naín zafándose de su agarre.
A Amitai no le sorprendió la actitud de Naín, pero ahora puso un poco más
de fuerza y abrazándolo por el pecho lo separó de su hermano mientras Naín
forcejeaba con él.
Luego de un rato Naín dejó de luchar y se dejó caer de rodillas sobre la
nieve aunque aun sollozando. Amitai se quedó a su lado para brindarle
consuelo, pero Naín no quería ser consolado, no quería el pésame de nadie
quería estar solo y olvidarse de todo.
—Señor—La voz de Aczib sonó por el intercomunicador—, el equipo rojo
atrapó a Andrés, nos informaron hace unos segundos.
Con esas palabras Naín sintió como una fuerza extraña llegaba a todo su
cuerpo a manera de electricidad que lo ayudó a levantarse y cortó de tajo todas
sus lágrimas, sólo había una persona responsable de la muerte de su hermano y
ese era Andrés. Sin pensarlo dos veces tomó la cuerda que lo sujetaba y
comenzó a subir. Cuando puso un pie sobre el borde arrancó la cuerda de su
arnés y sin prestar atención a los gritos de Amitai que le pedían quedarse a
pensar las cosas salió corriendo derecho al gret; donde estaba seguro que
Andrés estaba. No tardó más de dos minutos en encontrarlo y con gran
satisfacción vio que dentro se encontraba Andrés custodiado por el equipo
rojo, cuando llegó lo tomo por el cuello del saco y lo arrojó con fuerza al
suelo. La cabeza de Andrés rebotó como pelota en la nieve y su rostro se
demudó al ver la ira que transpiraba Naín. Luego lo volvió a tomar del saco
pero esta vez lo tumbó boca abajo y lo liberó de sus esposas; Andrés un tanto
confuso se puso de pie y lo miró a los ojos, estaban inyectados en sangre y
tenía los puños cerrados, listos para pelear.
—No puedes…
Andrés quiso calmar un poco la situación y ver si así lograba salvar su
vida; pero antes de que pudiera decir algo más, Naín le dio con su puño de
hierro en la nariz y pronto la sangre comenzó a brotar a chorros.
— ¡Tenía una esposa…!—dijo Naín mientras le propiciaba otro puñetazo
en la barbilla— ¡iba a tener una hija…!—Otro puñetazo en el estómago— ¡era
mi hermano!—Una patada en las corvas.
Andrés intentó defenderse soltándole un codazo en la sien a Naín, pero
solo lo hizo retroceder unos pasos con lo que tomó impulso para taclearlo y
una vez en el suelo siguió golpeándolo, a veces en la cabeza y otras en la
nariz, que a estas alturas estaba rota en mil pedazos. En realidad no importaba
con qué golpearan a Naín en ese momento, podrían pasarle un camión entero
por todo el cuerpo y aun así no sentiría nada, sólo tenía un objetivo en su
mente, hacerle pagara al culpable lo que había hecho con su hermano, nada lo
desviaría de ese objetivo.
Andrés había perdido toda esperanza de poder defenderse de un soldado de
alto rango como Naín. Levantó las manos y cubrió su cara de la lluvia de
puñetazos que caía sobre ella, pero de pronto los golpes cesaron, intentó
incorporarse pero estaba tan molido que no pudo moverse ni un milímetro,
dejó caer su cabeza en la nieve y se permitió perder el conocimiento. Mientras
tanto Naín ahora forcejeaba con Amitai, que apenas hubo recuperado el cuerpo
de Ben, lo dejó al cuidado de Aczib y había vuelto para evitar que Naín
cometiera un error basado en su coraje; por eso ahora tacleaba a Naín para
alejarlo de Andrés, aunque también odiaba a todos los ixthus, sabía que no se
podían dar el lujo de perder a un informante como él, además si se descubría
que Naín era el homicida de un criminal arrestado que no tenía ninguna
posibilidad de escapar, enfrentaría severos cargos ante la corte.
— ¡Ya basta!—Le dijo mientras le mantenía manos y pies quietos—¡no
vale la pena! ¡Entiende!
— ¡No! ¡Déjame! Ese maldito lo pagará caro.
—Sí, lo hará, pero no ahora ¿de acuerdo? Tú no eres un animal como él ¿o
sí?
Naín sabía que Amitai estaba en lo correcto; pero no quería que nadie lo
ayudara a entrar en razón, ¿Qué importaba si iba a la cárcel? Empujó a Amitai
y volvió a arremeter contra Andrés.
—Si vas a la cárcel ¿Qué pasará con Sara y tu sobrina?—preguntó Amitai.
Naín no dijo nada, pero Amitai acabada de dar en el blanco. Él había
prometido cuidar de ellas y si iba a la cárcel o cometía alguna otra tontería,
fallaría en cumplir esa promesa, y ya no podía seguir fallando; no había
cuidado de su hermano pero aún podía cuidar de su esposa e hija.
— ¿Quién cuidará de ellas?—continuó Amitai.
Naín detuvo sus ataques aunque azotó por última vez la cabeza de Andrés
en el suelo.
— ¡Y ustedes ¿Qué miran?!—Dijo Amitai al equipo rojo que miraba
expectante— ¡Vayan a ayudar a Aczib con el cuerpo de Ben!
Ahora con la muerte de Ben, él era el segundo al mando después de Naín
así que los dos soldados obedecieron sin chistar.
— ¡Si señor!—dijeron mientras se ponían en marcha.
Amitai sacó unas esposas de su bolsillo trasero y se las colocó al criminal
que yacía inconsciente a un metro de ellos. Naín aún apretaba los puños,
estaba enojado, quería seguir golpeando a Andrés o lo que fuera que estuviera
cerca para desahogarse; pero sabía que ese no era el momento. Amitai se
acercó a Naín y le dio una palmada en el hombro, eso lo hizo reaccionar, no se
había dado cuenta que tenía una mirada asesina en sus ojos. Asintió con la
cabeza a Amitai para hacerle saber que ya estaba más repuesto, Amitai suspiró
y entre los dos empezaron a subir a Andrés al gret. Lo colocaron en el asiento
trasero en una posición muy incómoda, pero no les importó. Naín subió al
asiento del conductor mientras Amitai era su copiloto y arrancaron el gret para
encontrarse con el resto de los soldados. La niebla había comenzado a ceder
un poco, por lo menos ya podían distinguir un poco más allá de doce metros y
gracias a esto no tardaron mucho en encontrarlos; se los toparon a mitad del
camino, venían ya de regreso con el cuerpo de Ben envuelto en su propia
chaqueta.
Aún estaba un tanto aturdido por el sueño que acababa de tener. Prefirió
quedarse acostado unos segundos más, mientras su mente se aclaraba. Frotó
sus ojos y suspiró, aún tenía el uniforme puesto y la cama estaba
perfectamente tendida debajo de él, todo estaba en silencio, excepto por el
canto de algunos pájaros en el exterior y el paso marcial de los soldados que
ya habían salido a cumplir con su rutina de entrenamiento.
Ese día de domingo particularmente, era su día de descanso así que no
tenía ninguna prisa por levantarse; sin embargo recordó que tenía cosas
importantes que hacer, empezando por la visita a Sara y el arreglo de los
papeles del arresto de Andrés.
Se sentó en la orilla de la cama con los codos sobre las rodillas y parpadeó
fuerte para sacar el sueño de sus ojos. Quiso darse un buen baño antes de salir
a cumplir con sus responsabilidades, así que caminó lento hacia la regadera
con ropa limpia en las manos. El agua tibia caía sobre su espalda dándole un
merecido masaje. Fue imposible evitar que su reciente sueño saltara en su
mente dando vueltas y vueltas, había tanto misterio en él que aunque se
esforzó por dejar de pensar en eso, no pudo; la profunda culpa que sentía lo
había hecho soñar con la muerte de la hija de Ben. “No, eso no pasará”
pensaba “Sara es una mujer fuerte”. Y por supuesto que pensaba en lo que Ben
se había esforzado en decirle.
—Que tonto soy—Se dijo a sí mismo en un susurro—. Fue solo un sueño,
él en realidad no quiso decirme nada—Y luego añadió con tristeza—. Él está
muerto.
Recargó sus manos y frente en la pared mientras dejaba que el agua lo
relajara, trató de convencerse de que definitivamente había sido un sueño y
funcionó, porque el resto del día no volvió a pensar en eso.
Normalmente en sus días de descanso se hubiera puesto ropa común y
corriente, pero dado que tendría que cumplir con asuntos oficiales esa mañana,
fue directo a su armario y sacó su traje de gala. Eran unos pantalones de vestir
negros, una camisa impecablemente blanca al igual que los guantes y un saco
negro de cuello alto, lleno medallas y condecoraciones, con cuatro estrellas en
cada una de las hombreras, lo que daba a entender que Naín era un reconocido
siftán, el penúltimo nivel de mando en el ejército.
Salió de su departamento con su gorra bajo el brazo y caminó directo hacia
la oficina central, donde arreglaría primero los papeles del arresto de Andrés y
luego saldría hacia la casa de Sara.
— ¡Wow! Señor—dijo la señorita de la recepción cuando lo vio entrar –
¿Dónde será la fiesta?
—Rut, buenos días—contestó Naín—. Quisiera que fuera por motivo de
fiesta que me puse este traje, pero en realidad voy a visitar a la viuda de Ben.
— ¿Viuda? Oh como lo siento por usted señor, pero todos estamos
orgullosos del trabajo de Ben.
—Ben es, era, uno de los mejores soldados que jamás haya conocido, su
muerte representa una gran pérdida para todo el batallón en especial para mí,
tú sabes, pero no será en vano, te lo aseguro.
—De eso estoy segura, pero ¿cómo está usted señor? No debe ser sencillo
perder a un hermano, sabe si usted algún día quiere hablar yo podría…
—No sea indiscreta Rut—La reprendió Naín—. Cada quién tiene un
superior con el cual hablar. Ahora dígame, donde están los papeles del arresto
de Andrés.
Rut se sintió avergonzada, ella creía que el siftán tenía algún tipo de interés
en ella. La saludaba todos los días y era muy amable, lo que no hacía con
muchas otras mujeres, al menos desde su punto de vista; por eso se había
sentido tan confiada de ofrecerle ese tipo de ayuda. Además no podía dejar de
admitir que sentía un poco de atracción por él. Pues el siftán era muy apuesto,
la mayoría de las mujeres del ejército se derretían por él, pero, o no se daba
cuenta o no le importaba porque hasta ese entonces él se mantenía siendo un
soltero codiciado y parecía ser feliz así.
—Aquí los tengo señor—respondió decepcionada.
Le mostró una carpeta llena de papeles escritos por ambos lados que Naín
debía firmar.
—Bien—dijo Naín una vez que hubo firmado todos los papeles— ¿Sabe si
ya despertó?
La indiferencia de Naín ante los sentimientos de Rut, eran casi ofensivos.
—No hemos recibido ningún informe, pero el ortán Darcón quiere verlo en
cuanto le sea posible.
—Muy bien, dígale que lo veré en cuanto regrese de visitar a Sara.
—Lo haré señor.
Se dio la media vuelta y salió de la oficina, afuera se encontró con Amitai,
estaba todo sudoroso y a pesar que de hacía mucho frío afuera, vestía tan sólo
una camiseta blanca de manga corta y los pantalones negros del uniforme. Un
grupo de veinte soldados corría detrás de él, jadeantes y sudando a chorros, al
parecer se les dificultaba mantener el paso de su líder. Se detuvo en cuanto vio
a Naín y ordenó a uno de sus soldados que dirigiera el entrenamiento.
— ¿Martirizando a los nuevos Amitai?—dijo Naín soltando una risa
ahogada y sin ganas.
—Nada comparado a los martirios que tú nos hacías pasar. Solo algo para
que aprendan a seguir el paso.
Esta vez ambos rieron y luego vino un silencio incómodo de unos cuantos
segundos. Amitai conocía muy bien a Naín y sabía que estaba sufriendo por la
muerte de Ben, pero también sabía que aún no era prudente comentar nada al
respecto.
— ¿Vas a visitar a Sara?
—Sí, así es.
Luego de otros segundos de silencio Amitai finalmente dijo lo que tanto
ansiaba.
—Oye yo quisiera acompañarte sabes, Ben también era mi amigo y…
—Si lo sé—Lo interrumpió Naín y pensó su respuesta un momento—. Está
bien, corre a cambiarte y... a ponerte un poco de desodorante también por
favor.
En cuanto Naín dijo eso Amitai salió disparado a cambiarse, pasaron dos
minutos y ya estaba de vuelta con Naín, caminaron por el sendero que dividía
las jardineras hasta la puerta de entrada donde ya los esperaba un gret
propiamente identificado con el emblema de la unidad.
La casa de Sara era pequeña, tenía una cerca blanca con una puerta en el
centro que daba a un sendero de unos tres metros, interrumpido por cuatro
escalones que llegaban hasta la puerta principal. En la primavera las jardineras
de los lados se llenaban de rosales, geranios y claveles y le daban mucha vida
a la vivienda; pero Ben siempre decía que le gustaba más su aspecto en
invierno, según él se veía más acogedora.
Naín llamó dos veces a la puerta y luego Sara apareció en el umbral.
— ¡Naín, hola!—dijo Sara mientras le daba un cálido abrazo— ¡que gusto
verte!
Naín había acudido en otras ocasiones a dar malas noticias a los familiares
de los soldados heridos o caídos en batalla, pero esta vez era distinto. Sara era
su propia familia e iba a darle la terrible noticia de la muerte de su propio
hermano ¿Cómo podría ser eso más difícil? Él sabía que cuando se pretende
dar ese tipo de noticias, el portador del mensaje debía parecer sereno y cálido
pero a la vez fuerte y sólido. Sentía que en esta ocasión no podría ser ninguna
de esas cosas. Volteó a ver a Amitai buscando algún tipo de apoyo, quizá que
sin decirlo, se ofreciera a ser él quien diera las malas noticias; pero mirando su
rostro sabía que tampoco podría. Amitai también había querido a Ben como si
fuera su propio hermano. Tendría que ser él, le gustara o no.
— ¡Amitai! ¿Cómo estás?—continuó Sara tendiéndole la mano—Pasen
por favor, se están congelando ahí afuera.
En cuanto cruzaron el umbral de la puerta, el largo discurso que habían
ensayado durante todo el camino se borró de sus memorias. Sara fue directo
hacia la cocina para poner agua en la tetera.
—Y díganme—preguntó sin voltear a verlos—¿a qué debo el honor de su
visita?
—Sara—aventuró Naín—, se trata de Ben.
— ¿Qué hay con él?—Seguía concentrada en la estufa—¿está bien?
—S-s-s si b-b-bueno—tartamudeó Amitai—podría decirse.
—Oh que bien, ojalá le den pronto sus vacaciones, me hace mucha falta
ahora que la bebe está a punto de nacer.
—Sara—dijo Naín para enfrentarla con la verdad pero ella seguía
concentrada en el té.
—Hay muchas cosas que ya no puedo hacer sabes, el agacharme para
recoger algo o cuando voy a…
— ¡Sara!
Naín no quería comenzar una plática informal con Sara, porque entonces
sería aún más difícil decirle la terrible verdad, así que quiso apresurar el
asunto lo más que pudo, así al menos todo acabaría más rápido.
Sara levantó la vista hacia Naín cuando notó un cambio en su tono de voz.
—Sara—Dio un suspiro—, me temo que, que no traigo buenas noticias.
Ayer iniciamos una misión, buscábamos a un peligroso criminal en las
montañas y, Ben se enfrentó con él pero el muy cobarde lo arrojó por la
barranca y no, no sobrevivió Sara. Ben esta, está muerto, lo siento mucho.
Los ojos de Sara se quedaron fijos en el rostro de Naín. Buscaba indicios
de que lo que acababa de decir fuera una equivocación, un terrible error; pero
Naín no se equivocaría con un asunto de esa magnitud y de ser un error, él lo
investigaría muy bien antes de decírselo. Aun así, esas palabras no podían
concebirse juntas en su cabeza.
Su piel pálida se tornó aún más pálida, sus delgadas manos comenzaron a
temblar sin que pudiera detenerlas y sus ojos comenzaron a llenarse de
lágrimas.
— ¿Qué?—alcanzó a decir, aunque más bien sonó como un gemido.
—Sara lo siento tanto—dijo Naín y su voz corría el peligro de quebrarse
también—, pero murió haciendo lo que era su deber, debes estar orgullosa.
Ella realmente no estaba orgullosa, no estaba enojada, ni decepcionada ni
mucho menos alegre; ella solamente quería llorar. Puso su mano sobre la mesa
para tratar de detenerse, la fuerza de sus piernas le estaba fallando; sabía que
se desplomaría, Naín llegó a tiempo para detenerla y Amitai llegó detrás de él.
Entre los dos la llevaron hacia el sofá de la sala y ella lloró amargamente sobre
el hombro de Naín, mientras él la abrazaba y Amitai la consolaba poniendo su
mano sobre su espalda.
—Debe haber un error, él es muy joven, no puede morir, no puede
abandonarnos así ¿Qué será de su hija Naín?—decía Sara sollozando.
Naín no sabía que responder. Desafortunadamente no había ningún error y
aunque Ben era muy joven y con toda la vida por delante, había abandonado a
todos los suyos aunque nunca había sido su voluntad.
— ¿Qué voy a hacer sin él?—continuó Sara.
—No estarás sola Sara, me tienes a mí.
— ¿Quién fue Naín? ¿Quién lo asesinó?
—Un ixthus—respondió Naín—. Se llama Andrés.
— ¿Un ixthus? ¿Estás seguro?
—Sí, no había ningún otro capaz de semejante acto.
Ella siempre había estado en contra de la violencia, sabía que los ixthus no
eran buenos pero tampoco estaba de acuerdo con muchos de los tratos que se
les daban. Pensaba que eso solo propiciaba más violencia, siempre hablaba de
que podría haber soluciones más diplomáticas para la resolución de diferencias
de ese tipo; pero ahora se daba cuenta de que en el mundo había personas cuya
única razón de existir era hacer infelices a otros.
La muerte tan injusta de Ben a manos de los ixthus había conseguido
romper algo dentro de ella. Aquello que la hacía ser tan gentil y amable con
todos, incluso con criminales como los ixthus, comenzaba a menguar.
—Hazlo pagar por lo que hizo—dijo apretando los dientes.
La mirada de Sara al decir eso, expresaba mucho odio, rencor y amargura.
Naín no quería alimentar esos sentimientos en ella, pues podría ser que la
destruyeran pero… ¿No era acaso lo mismo que estaba sintiendo él? ¿No tenía
ella el derecho de sentirse así cuando esas sucias pestes se habían llevado a su
compañero de toda la vida?
—Si Sara, lo haré. Capturamos al infeliz y muy pronto lo haremos pagar
por lo que hizo.
Sara ya no dijo nada. Naín siempre cumplía sus promesas y no había
ninguna razón para pensar que no cumpliría con esa tan importante.
—Debemos irnos ahora—continuó Naín—, pero quiero que sepas que
cuentas conmigo para lo que necesites, lo que sea ¿entiendes?
Ella asintió con la cabeza, estaba perdida en sus pensamientos. Las
palabras para ella sobraban en ese momento.
—También yo estoy dispuesto a ayudarte Sara—dijo Amitai—, en lo que
sea.
Sara apreciaba mucho su apoyo, pero en ese momento no quería seguir
hablando, necesitaba estar sola y tanto Naín como Amitai lo comprendieron.
Los dos soldados se despidieron de Sara con un abrazo y reiterándole su
apoyo. Ninguno de los dos quería dejarla sola, pero tampoco podían quedarse
mucho tiempo.
10
Condujeron de regreso por una solitaria calle sin decir una palabra, eran
apenas las diez de la mañana y ya estaban emocionalmente agotados.
El silencio los hacía ponerse más nostálgicos, cuando dejaban que sus
mentes dieran muchas vueltas al mismo asunto terminaban sintiéndose más
miserables que nunca. Fue por eso que Naín decidió interrumpir el silencio
hablando de cosas sin importancia, algo que los distrajera de sus sentimientos.
—Y ¿ves algún potencial en los nuevos?
Probablemente pudo haber elegido un mejor tema para conversar; pero fue
lo primero que se le vino a la mente, además, Amitai también quería pensar en
otra cosa que no fuera la muerte de su amigo.
—Bueno, es difícil saberlo—respondió Amitai—, sólo tienen dos semanas
de ingresados; pero quién sabe, según he oído nadie tenía esperanzas en ti
cuando ingresaste.
Naín rio forzosamente para cambiar un poco el humor general de la
situación. De todos modos, Amitai tenía razón, nadie habría apostado por él en
un inicio.
—Si es verdad—respondió—, era un completo desastre. Mis superiores me
dijeron que me iría mejor vendiendo *Tostilocos en un carrito.
Amitai rio en serio esta vez, no se imaginaba a su líder de vendedor
ambulante.
—Y entonces ¿Cómo fue que llegaste a ser el poderoso Naín?
—El ortán Darcón. Antes de que lo fuera, nunca perdió la fe en mí.
Siempre se quedaba conmigo después de los entrenamientos para ayudarme a
mejorar. Jamás tuve un descanso y el día de selecciones me gradué primero de
mi grupo.
—No te imagino en el nivel más bajo de los cazadores, yo creí que habías
entrado siendo todo un siftán.
—No, para nada. Cuando llegué todos me llamaban seiri; hasta creí que
nadie se sabía mi nombre.
—Vaya, nunca volveré a ver a un novato de la misma manera.
—A veces, los mejores soldados se encuentran donde nadie busca. Tienes
suerte de entrenar a los novatos. Podrías hallar algo prometedor entre ellos.
Amitai hizo un gesto de desdén con el comentario.
—Nah, no lo creo. He estado entrenando a los novatos por tres años y
nunca me pareció ver algo prometedor. Creo que los buenos soldados ya no
existen.
Amitai se quedó pensando en lo que acababa de decir y luego añadió
divertido:
—Tú entrenaste al último.
Naín sabía hacia donde se dirigía su broma, pero comentó con aire
distraído.
— ¿De verdad? ¿Y quién podrá ser ese soldado?
—Te daré una pista. Él es tu mejor amigo.
Naín abrió los ojos de par en par, como si una enorme bombilla se hubiera
encendido en su cabeza.
— ¡Ah claro! ¿Cómo no lo dije antes?
Amitai sonrió con suficiencia anticipando el nombre que mencionaría a
continuación.
—Te refieres a chuchín mi perrito. Claro, él siempre fue muy obediente,
siempre me daba la pata cuando se la pedía.
La sonrisa desapareció repentinamente de la cara de Amitai y fue sustituida
por un ceño fruncido.
—No me refería a chuchín.
—A caray ¿entonces a quién?
— ¡Pues a mí, miope entrenador!
—Puf, nah claro que no, tu nunca me dabas la pata cuando te la pedía.
— ¿A si? Podría dártela ahora mismo en tu cara si así lo quieres.
—Oh no te atrevas.
Amitai no hizo caso de la advertencia de Naín y comenzó a golpearlo en el
hombro; a veces con el puño y otras con sus pies descalzos, que
ocasionalmente se cruzaban hasta su cara. Naín se defendía pero era difícil
concentrarse en el camino y Amitai al mismo tiempo.
—Oh si, Amitai es demasiado para el grandioso Naín ¿eh? – se mofaba
Amitai.
—Ya verás, pedazo de esperpento fofo.
Amitai seguía burlándose de Naín sabiendo que no tendría ninguna
oportunidad de ganarle con el volante en las manos, sin embargo Naín se las
arregló para conducir con las rodillas y usar las manos para someter al
enfadoso de su amigo. Sujetó muy fuerte una de sus manos y la retorció hasta
que Amitai se quedó quieto.
—Auch, ay, ya, ya me rindo, me rindo—dijo Amitai mientras su cara se
embarraba en el parabrisas.
—Ha, ha – exclamó Naín—Nadie puede ganarme a mí.
—Fesre damón chi—El parabrisas le impedía a Amitai hablar con claridad.
— ¿Qué dijiste?
—Fesre damón chi.
—Habla bien pedazo de…
— ¡ese camión sí! – exclamó Amitai despegándose del parabrisas.
Naín volvió su vista al camino y pudo notar el inmenso camión que se
aceraba peligrosamente hacia ellos.
— ¡Ay madre mía!
Dio un volantazo y regreso a su carril en la carretera. Amitai y todo lo que
había dentro del gret se sacudió violentamente, desperdigando papeles y
demás cosas por todo el suelo y ocasionándole uno que otro tope en la cabeza
a Amitai; pero afortunadamente no pasó a más. Solo fue un pequeño susto.
Amitai soltó una tremenda carcajada mientras Naín controlaba el gret.
— ¡Eso fue divertido! ¡Otra vez!—dijo Amitai.
Habían sentido muy cerca el accidente. El camión pasó rosándolos y
haciendo sonar su claxon furiosamente; pero ahora que ya estaban a salvo, la
descarga de adrenalina se convertía en alivio y risas.
Un día de estos vas a matarme—le dijo Naín a Amitai riendo.
Amitai no respondió, seguía riendo escandalosamente por la situación que
había provocado.
El resto del camino fue más llevadero, definitivamente se habían distraído
del sentimiento de pesadez que hundía sus corazones. Aunque esa distracción
no duraría todo el día, en algún momento volverían a tener su semblante
sombrío.
—Mira eso—comentó Naín—llegamos justo a tiempo, creo que ya te están
esperando en el área de rally.
Amitai alzó la vista, a lo lejos se alcanzaba a divisar un grupo de soldados
escalando torpemente un muro de tablones.
—Oh vaya—dijo Amitai desganado—, hurra, entrenamiento en el rally.
Dejaron el gret en el estacionamiento. Amitai se dirigió hacia el rally y
Naín fue directo a la oficina del ortán Darcón, estaba seguro de que le hablaría
de la misión anterior y su terrible desenlace.
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12
Ese día el frío no tenía efecto en él, de hecho ese día nada tenía efecto en
él, era como si estuviera en piloto automático; se mantenía en su lugar oyendo
al predicador pero no escuchando nada, ni siquiera quería mirar a los lados
donde la gente lo observaba como compadeciéndose de él y lo señalaban.
“Otro que se llevan los ixthus” decían algunos “pobre Naín, era la única
familia que le quedaba” comentaban otros. La verdad, le irritaba la gente que
no teniendo nada que hacer ocupaba como tema de conversación la muerte de
su hermano, y el entierro era el momento perfecto para enterarse de los
detalles.
—Dicen que casi lo mata a golpes cuando se dio cuenta de lo que hizo.
Un par de señoras eran especialmente indiscretas al hablar de lo sucedido a
escasos metros de él.
—Pobrecillo, no imagino lo que debe estar pasando.
“No, no lo imagina” pensó “porque si lo imaginara dejaría de hablar de mi
hermano en mis narices”.
Los disparos al aire daban por concluida la ceremonia y el féretro
comenzaba a descender, mientras una trompeta un poco desafinada tocaba la
marcha fúnebre. Algunos soldados hacían fila para echar su puño de tierra
sobre el féretro y Naín los miraba desfilar en silencio. Amitai estaba entre
ellos, había evitado hablar con él de su pérdida, así que sólo se habían visto un
par de veces desde su visita a Sara hacía dos días. En realidad, Naín estaba
agradecido por eso, le incomodaba hablar de su hermano con cualquiera,
incluso su mejor amigo. Él no era de los que suelen hablar de sus sentimientos
con otros, pensaba que eso lo volvía vulnerable; pero de lo que no se daba
cuenta era que eso mismo le había traído incontables problemas en el pasado,
y quizá fuera también la principal causa por la que aún no encontrara a la
chica ideal; todas las anteriores relaciones que había tenido habían fracasado
por su incapacidad de hablar y demostrar sus sentimientos. Él había tratado de
cambiar, pero por más que lo intentara no lo lograba. No obstante, y
considerando la situación por la que estaba pasando, quizá sería bueno abrirse
un poco; al menos con Sara, quien seguramente estaría sufriendo igual o más
que él.
La buscó entre la multitud con la vista. Estaba algo apartada,
resguardándose bajo un enorme roble de la fina capa de nieve que caía
copiosamente.
No estaba muy seguro de lo que iba a decirle, pero aun así atravesó el mar
de gente que los separaba, consiente de sus miradas curiosas e impertinentes.
—Amm… ¿Sara?—dijo torpemente y le puso una mano en su hombro.
Sara lo miró con sus ojos vidriosos, Naín tragó saliva para intentar
deshacer el nudo que se formaba peligrosamente en su garganta. No quería
llorar delante de ella, eso sería demasiado.
— ¿Por qué tuvo que irse?—Le pregunto Sara sollozando mientras lo
abrazaba.
Naín tuvo que hacer un enorme esfuerzo para que su voz no se quebrara al
responder.
—No se ha ido Sara, sigue con nosotros.
—No es lo mismo. Lo quiero a mi lado, al lado de su hija también. Ella
jamás podrá conocerlo. No es justo.
Aunque la ira y el dolor llenaban el corazón de Sara, nunca dejó que el
tono de su voz subiera a más allá de un susurro. Hablaba solamente al oído de
Naín.
— ¿Qué podría responderte Sara?—dijo Naín—. También anhelo que este
aquí con nosotros. Quisiera poder traerlo de vuelta, pero no puedo.
Sara interrumpió sus sollozos para mirar a su cuñado directo a los ojos.
—Entonces véngalo Naín. Haz que Andrés pague por lo que hizo.
Cualquiera que hubiera estado en el lugar de Naín también habría sentido
el mismo escalofrío que él sintió. Los ojos de Sara al decir aquello despedían
un intenso odio, algo que él jamás se huera imaginado en ella. ¿Qué había sido
de la joven dulce y misericordiosa con la que su hermano se había casado?
Definitivamente algo había cambiado en su interior, si para bien o para mal,
aún no lo sabía; pero le asustaba, verla así de diferente, le asustaba en un
extraño nivel. No obstante, la entendía perfectamente, por eso no tuvo ningún
remordimiento cuando le dijo:
—Lo haré, te prometo que lo haré.
Sara volvió a abrazarlo con fuerza y se quedó largo rato con él,
encontrando consuelo en su presencia.
—Tal vez debería llevarte a tu casa—dijo Naín cuando casi todos se
hubieron marchado.
—Sí, ha sido un día muy largo—dijo con desgana, y comenzó a dirigirla
hacia su gret.
No hablaron durante un rato hasta que Sara interrumpió el silencio entre
ellos.
—Sabes he estado pensando, tal vez sea bueno que te tome la palabra del
otro día; me gustaría mudarme un tiempo a casa de mi madre, ya sabes, hasta
que nazca la bebe y no sé si tu podrías…
—Oh—exclamó feliz de poder hacer algo por ella—. Claro que sí, este fin
de semana si te parece, me lo darán libre hasta el lunes.
—Oh, si bien, me parece bien.
Cuando llegaron al domicilio ya estaba empezando a oscurecer.
— ¿Pero qué…?—Se encontraban a un par de cuadras de su destino
cuando Sara notó que las luces de su casa estaban encendidas.
— ¿Qué pasa?—preguntó Naín.
—Que no recuerdo haber dejado las luces de mi casa encendidas.
Se estacionaron algo alejados de la casa para evitar que quienquiera que
estuviera dentro se diera cuenta de que ya habían llegado.
—Préstame tus llaves—le pidió Naín—. Iré a ver de qué se trata. Quédate
aquí no salgas hasta que yo te lo diga.
Sara rebuscó en su bolsa hasta que dio con sus llaves y se las entregó a
Naín, quien se dirigió cauteloso hasta la puerta. Estaba entre abierta pero no se
oía nada dentro. La empujó suave y se metió sin hacer ruido empuñando su
pistola y apuntando a cualquier sitio donde el intruso podría estar escondido.
La sala estaba libre, se dirigió hacia la cocina para registrarla pero también
estaba vacía.
¡CRAC! ¡TRAZ!
Naín oyó un ruido como de vidrios quebrándose proveniente del
dormitorio principal. Se encaminó hacia allá a paso acelerado.
Una figura estaba agachada delante de un librero, iba a gritarle que se
levantara despacio cuando ésta se adelantó y se levantó de golpe.
— ¡Aaaaaahhh!—La intrusa se fue de espaldas y chocó contra el librero
que dejó caer una gran cantidad de libros.
— ¿Quién ra…?—balbuceó Naín aun apuntándole con su pistola.
— ¡Naín espera no…!
— ¡Sara afuera!—dijo Naín impidiéndole el paso con su mano.
—No, no, es mi madre.
— ¿Qué ella es…? ¡Ay caray!
Entre los dos se apresuraron a levantar a la señora que estaba de nuevo en
el piso.
— ¿Mamá pero que haces aquí?—Sara estaba claramente sorprendida.
La señora se levantó con dificultades, tratando de recuperar el aliento.
—Quise venir a ayudarte y a estar contigo, ya sabes, es lo que hacen las
madres.
—Pero nos has metido un susto de muerte. Creí que no podías viajar, tu
vista no es muy buena.
—Bueno pues ya vez, tengo algunos trucos, conseguí un muchachito que
me trajera y luego él se regresó por su cuenta.
— ¿Por qué no me has avisado que venias?
—Te llamé pero no contestas mis llamadas ¿Quién es él?—preguntó algo
molesta señalando a Naín.
—Él es mi cuñado Naín—Se apresuró a contestar Sara—. Se ofreció a
traerme a casa.
— ¿Sueles tratar así a las suegras de tus hermanos?—dijo con voz
amenazante.
—Amm, yo, lo sien…—balbuceó poniéndose rojo como un tomate.
—Mamá él no tiene la culpa de nada—Lo interrumpió Sara— ¿Qué crees
que podía pensar cuando entras a mi casa sin avisarme?
La señora chasqueó la lengua en señal de inconformidad pero no dijo nada.
—Siento mucho lo sucedido—dijo Naín tendiéndole la mano—soy Naín,
es un gusto conocerla.
Aún estaba molesta por lo que acababa de acontecer, pero estrechó su
mano esbozando una leve sonrisa que daba por zanjado el asunto, lo que era
un alivio para Naín.
—Bien, iré a preparar un poco de café—comentó Sara.
—Yo te ayudo—le dijo su madre y salió tras ella a la cocina.
Naín se quedó solo en la habitación y empezó a recoger los libros que se
habían caído durante la trifulca. Muchos habían caído dejando sus páginas
abiertas y pudo reconocer uno de ellos. Era el mismo que había visto en la
oficina del ortán Darcón. Lo levantó sin cerrarlo, algo le había llamado la
atención. “¿Será posible?” se preguntó y acercó el libro más a su ojos “claro
yo sabía que la había visto en algún lado”. La página mostraba una ilustración
de un ixthus llevando un traje acolchado de color blanco, con una armadura
que parecía estar echa de fuego, igual que la del tipo extraño en el restaurante.
“Desde la guerra silenciosa no se ha vuelto a ver un traje semejante entre
los ixthus” rezaba la inscripción de la fotografía “Una de sus principales
características es el fuego plasma (llamado así por los científicos) que forma la
armadura, y que hasta el día de hoy no se sabe cómo funciona, pues no se ha
visto un fuego semejante en ningún otro lugar”.
—Entonces—Una idea comenzaba a tomar forma en su cabeza—, el tipo
que vi en el restaurante era un ixthus, pero… si usaba su armadura ese día,
quiere decir que no se estaba escondiendo, algo buscaba, pero ¿Qué?
Casi como si una descarga eléctrica le hubiera recorrido el cuerpo, salió a
grandes zancadas de la habitación y se dirigió a toda velocidad hacia su gret.
“Tonto, tonto ¿Cómo no me di cuenta antes?” pensaba.
—Naín, ¿A dónde vas? ¿No te quedas a tomar café?
—No, no puedo Sara, acabo de recordar algo, te llamo después, adiós.
Dicho esto salió disparado hacia el hospital general, donde Andrés seguía
inconsciente gracias a la golpiza que le había propinado el día que lo arrestó.
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Mientras conducía con una mano, con la otra presionaba varios botones en
el tablero del Gret para intentar comunicarse con su kutan.
Una de las pantallas del gret emitieron un leve sonido acompañada de una
tenue luz, y segundos después una despeinada y amodorrada cara apareció en
ella.
—Amitai, necesito que estés listo en diez minutos, pasaré por ti.
— ¿De qué hablas? Hoy es mi día libre.
—Te lo explicaré en cuanto te vea.
Sin darle más explicaciones apagó la pantalla y pisó a fondo el acelerador,
unos cuantos conductores demostraron su descontento haciendo sonar el
claxon; pero Naín no hizo caso de ello. Avanzó por una calle en sentido
contrario y casi atropella a un vendedor de duros preparados, pero dio un
brusco giro a su derecha y pasó rosando las narices del vendedor, que se
mostró especialmente molesto por el duro que dejó caer a causa del susto. No
tardó más de diez minutos cuando se encontraba en la puerta de Amitai
tocando con insistencia.
—Ya voy, ya voy—La voz de Amitai sonaba muy desganada desde atrás
de la puerta.
—Vámonos—dijo Naín mientras se dirigía a toda prisa de vuelta al gret.
Amitai se subió con desgana mientras aplastaba con la mano su pelo
revuelto.
—Y bien, ¿a qué se debe todo esto?
—El otro día—comenzó Naín exaltado por lo que acababa de descubrir—
estaba en el restaurante desayunando y…
—Espera, el de doña pelos—interrumpió Amitai.
—Sí, pon atención; y apareció un tipo raro, traía como una armadura hecha
de fuego, al principio no supe que o quien podía ser; pero acabo de ver una
imagen, y decía que ésa era la armadura que solían usar los ixthus.
—Ajá—Amitai no parecía haberle puesto mucha atención, seguía luchando
contra su pelo—, así que, fuiste al restaurante de doña pelos, viste a un tipo
raro y ahora me molestas en mi día libre para contarme todo esto en el gret
camino a no sé dónde.
—No entiendes.
—Pues nop.
—Era un ixthus al que vi ese día, estaba cerca del hospital, donde está
Andrés ¿Entiendes? Su líder. Quieren liberarlo.
—Aja, si, escucha; por si no lo habías notado, en el hospital no puede
entrar cualquiera, está lleno de soldados, tiene muchos sistemas de seguridad,
Andrés no tiene visitas y además necesitan una identificación que nos dirá si
han sido marcados como ixthus. Ahora si no es mucho pedir lleva esta chatarra
a un puesto de tacos que ya me dio hambre.
—No, iremos al hospital a verificar que todo esté bien.
Amitai lanzó un largo y sonoro quejido que de nada le valió para hacer
cambiar de opinión a su amigo.
Minutos después se encontraban en el estacionamiento del hospital, Amitai
caminaba con pesadez, había abandonado todo intento de aplacar su pelo y
decidió esconderlo bajo una gorra, en cambio Naín caminaba presuroso hasta
la recepción. Una señorita vestida de azul celeste estaba tras el escritorio.
— ¿En qué puedo ayudarlos?
—Soy el Siftán Naín Lacúm, quiero ver a Andrés.
—Oh sí, y justo a tiempo, acaba de despertar hace una hora.
— ¿En dónde está?—preguntó emocionado.
—Último piso, habitación trece.
Balbuceó un “gracias” y salió corriendo hacia el ascensor mientras Amitai
se quejaba de la distancia detrás de él.
No esperaba encontrarlo despierto, en realidad quería ver si podía mover
sus influencias para que movieran al preso a otro lugar, sin embargo ya que la
suerte estaba de su lado no pudo evitar pensar en el intenso interrogatorio que
le haría pasar.
El ascensor se detuvo con un chirrido metálico mientras las puertas se
abrían con un “tin” e inmediatamente al salir del elevador se dieron cuenta de
que algo no andaba bien. Una luz roja sobre una de las numerosas puertas que
estaban a ambos lados del pasillo parpadeaba insistente. Naín se acercó
suplicando que no fuera la puerta número trece, sin embargo sus temores se
confirmaron cuando tres puertas antes miró un perfecto trece debajo de la luz
roja. Entró atropelladamente en la habitación y se acercó a la cama donde un
Andrés afeitado y limpio se esforzaba por meter aire a sus pulmones. El
respirador artificial estaba en el suelo junto a la cama.
—Llama a alguien—Le ordenó a Amitai que salió precipitadamente de la
habitación.
Naín recogió el respirador y trató de colocárselo de nuevo, pero Andrés se
resistía.
— ¿Qué te pasa viejo? No te voy a dejar morir sin que me digas toda la
verdad y pagues por lo que has hecho.
La mano temblorosa y huesuda de Andrés dejó de golpear el aire para
sujetar con una fuerza increíble la muñeca de Naín.
—S-s-solo la verdad te hará libre—le dijo mientras lo miraba fijamente.
— ¿Qué dices?
—Solo… la v-v-verdad… te hará… libre—repitió con un enorme esfuerzo.
Un ejército de uniformados en blanco entró a trompicones por la puerta;
apartaron de un empujón a Naín de la cama de Andrés y trataban de
estabilizarlo. Naín quería quedarse para saber que sería de él, pero una
enfermera lo guió hacia afuera con un brazo.
—Será mejor que regresen otro día—Les dijo antes de cerrarles la puerta.
Ambos jóvenes militares se quedaron unos segundos mirando la puerta,
asimilando la situación y sopesando las posibilidades de que Andrés
sobreviviera. El primer Ixthus capturado vivo en años y ahora parecía estar
debatiéndose entre la vida y la muerte, sin antes haber pagado sus crímenes.
Naín comenzaba a desesperarse por eso.
—No te preocupes—Lo consoló Amitai, que ya lo conocía lo suficiente
como para saber que estaba pensando—. Ellos lo arreglaran, estará bien, para
su mala suerte estará bien.
Naín lanzó un gruñido y sin decir más caminó de regreso hacia el elevador.
Se subieron en silencio y se dejaron hipnotizar por los números descendentes
del tablero.
—Bueno vamos por esos tacos—dijo Naín después de unos minutos.
Una enorme sonrisa se dibujó en la cara de Amitai.
— ¡Qué bien! Los tacos pichados son los mejores.
— ¡Oh! Me los vas a pichar—exclamó Naín.
—No ¿Qué no los ibas a pichar tú?
—No, yo no he dicho eso—recalcó Naín
—Pues entonces dilo, porque no traigo dinero.
—Pero si nunca traes dinero ¿Qué haces con tu paga entonces?
—La ahorro para comprarme un mini bar, además, ¿quién necesita dinero
cuando tienes amigos que te pichan los tacos?
De nuevo el ascensor se detuvo con un chirrido metálico seguido del “tin”
al abrirse las puertas. Naín fue el primero en salir.
—Entonces qué bueno que no soy tu amigo—dijo Naín con una sonrisa
pícara en su cara.
—Ya veremos.
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Esa llamada de atención cortó con todo el ruido que había en la sala, y
puso a todos los militares en posición de firmes para recibir al ortán Darcón.
—Qué extraño—comentó Amitai a Naín en un susurro—, el ortán jamás
viene a la zahúrda. Debe venir por algo realmente importante.
Naín asintió con la cabeza al comentario de Amitai, no podía contar a más
de dos las ocasiones en las que el ortán había aparecido en la zahúrda, y en
ninguna había sucedido algo bueno, además estaba el hecho de que dos
guardias de la prisión lo escoltaban.
—Descansen—dijo el ortán.
Todos adoptaron una posición de descanso en la sala mientras el ortán
caminaba directo hacia Naín, que no pudo evitar sentirse nervioso bajo la
mirada preocupada y severa de su mentor, esa era la mirada que según la
experiencia de Naín anunciaba las malas noticias.
—Hijo, necesito hablar contigo—dijo—; en privado.
Naín lo siguió fuera de la sala por el pasillo que conducía hacia los
dormitorios con los dos guardias pisándole los talones.
El ortán se detuvo justo a la mitad del pasillo y Naín lo imitó.
—Caballeros hagan el favor de dejarme un rato a solas con él por favor—
El tono de voz del ortán estaba cargado de fastidio.
Lo guardias lo miraron molestos pero no se atrevieron a desobedecer y se
alejaron algunos metros.
—Naín, tienes que decirme una cosa—dijo sujetándolo con fuerza por los
hombros— ¿ayer fuiste a ver a Andrés al hospital?
Casi había olvidado por completo su visita al hospital y el encuentro con
Andrés.
—Sí señor.
—Me temo, que eso significa que estás en problemas.
Naín frunció el ceño, claramente confundido. No entendía como su visita
podía significar problemas, él no había quebrantado ninguna regla, ni mucho
menos, así que simplemente guardó silencio esperando a que el ortán
continuara.
—Andrés murió a las pocas horas después de que te marcharas ayer. Al
parecer alguien lo envenenó por medio del respirador que lo mantenía con
vida. Tú eres el principal sospechoso ya que estabas ahí cuando todo se puso
mal y… tus huellas se encontraron en el respirador.
Quizá como broma hubiera estado bien, sin embargo la cara del ortán era
dura como piedra, y no era de los que solían bromear con sus soldados.
—No, no pueden tomar esa teoría en serio—repuso Naín—. Quiero decir,
es cierto que fui a verlo ayer; pero cuando yo llegué él ya estaba mal, no
estuve ahí más de un minuto, además si mis huellas estaban en el respirador es
porque yo intenté ponerle de nuevo la mascarilla.
—Lo sé, lo sé. Pero ellos creen que querías vengarte de él por la muerte de
tu hermano.
—En eso tienen razón, pero no soy tonto. Si hubiera querido matarlo
habría ideado un plan más astuto.
—Desafortunadamente ese no será un argumento válido para las
autoridades. Las personas suelen ser irracionales cuando pierden a un ser
querido.
—Pero yo no. Considero que fue muy fácil para Andrés simplemente morir
tranquilo en una cama de hospital, no es justo para mi hermano ni para
ninguna de las familias que perdieron a un ser querido por culpa de él.
—Naín escúchame, intento solucionar esto, créeme, pero tenemos un
sistema de leyes muy complicado. No te resistas ahora, haz lo que te digo y
simplemente sigue la corriente, confía en mi ¿alguna vez he dejado que algo
malo te pase?
— ¡No!—Naín había perdido la paciencia y lo dos guardias hicieron
ademan de acercarse, pero el ortán los detuvo con un movimiento de su mano
— ¡Me enviarán a prisión a mi cuando el criminal era él! ¿Qué clase de
sistema hace eso?
—El nuestro, y ha mantenido el orden hasta ahora—El ortán había tomado
una postura aún más rígida ante la actitud desafiante de Naín.
— ¡Pues el sistema se equivoca!—Los guardias no esperaron más y se
acercaron para esposar a Naín y esta vez el ortán no los detuvo.
—Siempre he confiado en ti Naín, no me decepciones.
Naín miró al ortán por un largo rato mientras los guardias le arrancaban sus
placas del cuello. Él jamás pensaría en decepcionar al hombre que veló por su
bien durante casi toda su vida, pero debía admitir, que jamás le había pedido
hacer algo como lo que ahora le pedía. Era totalmente injustificado. Además
de sufrir la muerte de su hermano, ahora debía ir a la cárcel en lugar de los
verdaderos culpables, y eso no lo dejaba nada contento. No obstante, caminó
delante de los guardias con un espíritu inquebrantable.
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Tantas veces había estado en esas frías celdas, pero jamás para habitar en
una, muchas veces había obligado a los criminales a entrar en ellas; pero
nunca había imaginado que una podía ser suya, casi sonrió ante la ironía que
significaba aquello, casi.
El edificio de celdas era tenebroso incluso por fuera, todo de piedra y con
gruesos barrotes de metal por todos lados.
En varias ocasiones distintos grupos humanistas habían exigido una mejora
al edificio, pero habían fracasado cuando las autoridades consideraron la
mejora como un premio inmerecido para los criminales, así que ahora Naín se
enfrentaba a algo parecido a una mazmorra.
Una gota de sudor frio corrió por toda su espalda cuando uno de los
guardias corrió la pesada aldaba que mantenía cerrada la puerta. Aquel
chirrido metálico fue de verdad aterrador y no pudo evitar estremecerse.
Uno de los guardias le quito las esposas y lo metió a la celda de un
empujón mientras cerraba la puerta de un golpe. La celda era fría hasta lo
extremo y estaba en absoluta penumbra. Tenía una pequeña ventana a dos
metros y medio de altura por la cual se colaba un pequeñísimo rayo de luz que
de nada servía para iluminar el cuarto. Naín caminó a tientas hasta que su pie
tropezó con un tubo que estaba enterrado y que resultó ser una de las patas de
su cama; sobre ella solo había una gastada esponja y una maloliente cobija
hecha jirones. Siguió buscando más cosas en su reducida celda y encontró un
retrete que afortunadamente estaba en funcionamiento, sin embargo eso fue
todo lo que pudo encontrar en su celda.
Se sentó en su cama y se cubrió con la manta, aunque eso no significaba
mucha diferencia contra el frío que hacía. Trató de concentrarse en otra cosa
para distraer su mente del viento helado que lo hacía tiritar. Así que dejó que
sus pensamientos divagaran por todos los eventos ocurridos recientemente
hasta que al fin se quedó dormido.
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Naín era de esas personas que solían preferir el frío antes que el calor. Los
veranos eran agradables, sí, pero tenía mejores recuerdos del invierno, jugando
en la nieve y tratando con el frío, sin embargo, en esos momentos hubiera
dado lo que fuera por un cálido verano.
Se envolvió en la manta y se acurrucó en una esquina recordando su sueño.
Había sido muy reconfortante poder llorar con su hermano y decirle de esa
manera cuanto le quería, pero ahora que despertaba, sentía un poco más ese
vacío que había dejado al morir. Antes había llorado de alegría al verlo, ahora
quería llorar de dolor.
Se mantuvo acurrucado en la manta un rato hasta que el intenso frío le
obligó a levantarse y caminar alrededor de la celda para ver si así generaba un
poco de calor, sin embargo, eso no era suficiente, su cuerpo necesitaba aún
más calor. Se arriesgó a llamar al guardia para ver si conseguía una manta
extra, pero el guardia se empeñaba en ignorarlo, Naín no podía verlo, pero al
menos escuchaba que alguien se encontraba fuera y ese alguien no hacía el
menor caso de sus suplicas.
Decidió que lo mejor sería practicar algunos ejercicios para calentarse.
Comenzó con cosas sencillas como abdominales, lagartijas y sentadillas y
luego de un rato descubrió un barrote de hierro que atravesaba su celda y lo
usó para levantar su propio peso en repetidas veces, luego de unas horas
terminó exhausto y se recostó en la cama. Estaba aburrido, la oscuridad le
hacía perder la noción del tiempo así que por primera vez quiso saber qué hora
era. Ahora entendía por qué los presos solían marcar las paredes con líneas
que indicaban los días que pasaban en la celda, sonrió cuando la idea de hacer
lo mismo llego hasta su mente; pero considerando que como máximo estaría
llegando la primera noche de su encierro eso aún no era posible. Y ya que
llegaba al tema de la noche se preguntaba a qué hora le llevarían la cena. Su
estómago enserio gruñía de hambre, su último alimento había sido el
desayuno, el cual había tomado muy temprano esa mañana. Afortunadamente
no tuvo que esperar demasiado, un fuerte chirrido metálico lo sobresaltó,
alguien había abierto la pequeña puerta de servicio y deslizado una bandeja
con comida en ella.
—Oiga espere—Antes de considerar tocar su comida Naín quería hablar
con el guardia—. Oiga, estoy seguro que ya pasaron más de seis horas desde
mi arresto ¿Cuándo podré hablar con alguien?
Unos pasos alejándose resonaron por el pasillo.
—Al menos podría darme otra manta, hace mucho frío aquí ¿Hola?
Los pasos del guardia sonaban cada vez más lejos, no había hecho siquiera
una pausa para escucharlo.
Naín suspiró, sabía que era inútil tratar de llamar la atención del guardia
una vez que se decidía a ignorarlo. Se inclinó sobre el suelo y palpo el piso
para tratar de encontrar la bandeja, una vez que la encontró se sentó en su
cama.
—Que sorpresa—exclamó con sarcasmo—. Pan y agua para cenar, genial.
Comenzó a comer con desgana, aunque el hambre que traía fue suficiente
para mejorar el sabor de su cena, sin embargo a las pocas horas empezó a tener
hambre otra vez y vencido por ella, se quedó profundamente dormido.
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Había sido una semana muy intensa para Amitai. El trabajo se había
triplicado para él desde que su amigo desapareció sin dar ninguna explicación.
Estaba acostumbrado a la personalidad misteriosa de Naín, pero desaparecer
así como así, era demasiado, incluso para él. Además, estaba el hecho de que
ahora lo consideraban un peligroso criminal, recién escapado de la cárcel y
supuestamente muy unido a los ixthus.
A Amitai todo aquello le sonaba muy extraño. Conocía a Naín y sabía que
si había algo que él detestaba en el alma, eran los ixthus; por eso estaba
convencido de la inocencia de su amigo, aunque no tenía muy claro qué podría
hacer él para ayudarlo.
Sacudió su cabeza, pensaría en la situación de su amigo luego que hubiese
comido algo en su cómodo departamento; su estómago gruñía desesperado
porque le cayera un poco de combustible, y él lo complacería, al fin y al cabo,
al estómago no se le niega nada, nunca.
Metió la llave en la cerradura de su puerta y la giró pensando en que
delicias podría prepararse para comer. Entró en el apartamento y cerró la
puerta de una patada, tiró su maleta cerca de la entrada y caminó arrastrando
los pies hasta la cocina.
—Oh genial—murmuró—, estúpidos platos ¿Por qué no inventan algo
para que se laven solos?
Intentó lavar algunos cubiertos, pero la enorme pila de platos sucios le
impedía usar el fregadero; así que malhumorado y hambriento, tomó una
sartén y algunos cubiertos para lavarlos en el lavabo del baño.
Se enfadó al escuchar agua corriendo en el baño, seguramente la llave se
habría roto de nuevo; iba a empujar la puerta del baño cuando vio una silueta
inclinada sobre el lavabo, al parecer el intruso… ¿Se lavaba las manos? “Pero
¿Qué clase de ladrón haría eso?” pensó.
Nunca antes alguien había osado en irrumpir en su modesto apartamento,
pero Amitai estaba bien entrenado para enfrentarse a situaciones así. Escondió
el cuchillo de mantequilla en su bolsillo trasero y tomo la sartén con ambas
manos, no quería ir hasta su habitación por el arma que tenía guardada bajo su
cama, si lo hacía, perdería el factor sorpresa contra el intruso. Se armó de
valor y rompió la puerta de una patada, el extraño se volvió inmediatamente,
estaba desconcertado aunque no asustado, ni mucho menos.
Cuando vio en los ojos de Amitai que estaba dispuesto a atacarlo intentó
decir algo, pero Amitai no le dio oportunidad, lo atacó salvajemente con la
sartén. La levantó lo más que pudo y la descargó con todas sus fuerzas sobre la
cabeza del ladrón, sin embargo, éste levantó una mano y alcanzó a cubrir su
cabeza del golpe, aunque su mano sufrió las consecuencias.
— ¡No, Amitai espera!—gimió el extraño—soy yo, Naín.
Fue en ese momento que Amitai reconoció a su amigo y cesó con el
ataque.
— ¿Naín? ¡Santo cielo! ¿Pero dónde rayos te habías metido? ¿Y porque
apareces así de la nada?
—En realidad, estoy metido en un gran lío—comentó Naín sobándose la
mano—. Hay mucho que contar y de hecho, necesito de tu ayuda.
—No lo dudo, se han dicho muchas cosas acerca de ti y bueno, ahora todos
te buscan. Eres un criminal ahora.
—Si lo sé.
Naín se quedó callado unos segundos, en los que pudo notar la sartén en la
mano de Amitai.
— ¿De qué rayos está hecha esa cosa?—preguntó todavía sobándose su
mano—casi me rompes el brazo.
Amitai bajó la vista hacia su improvisada arma.
— ¿Te gusta? La compré en el mercadito, funciona muy bien ¿A que sí?
—No puedo creer que me atacaste con una sartén.
— ¿Qué tiene de malo? En las manos de un hábil guerrero como yo podría
convertirse en un arma mortal.
—Pero sólo si cocinas mano.
— ¡Oh sí! Y hablando de cocinar ¿No te apetecen unos ricos y deliciosos
hot cackes?
—Bueno la verdad es que sí, pero solo si yo cocino. Tú lava los platos.
— ¿Cómo? No, no tú lava los platos, yo cocino.
—Estás loco, incendiarás la cocina o algo peor. Anda que no soy tu
sirvienta.
—Odio lavar platos.
Luego de mucha ardua labor, ambos se sentaron a la mesa para disfrutar de
un buen desayuno, pues Naín no cocinaba tan mal.
—Y entonces—comenzó Amitai mientras engullía una buena porción de
hot cackes— ¿A dónde fuiste después de que el ortán fuera a buscarte?
Con un largo suspiro Naín le contó cómo había sido que había estado en la
cárcel por una falsa acusación en su contra, sin embargo prefirió no contarle
nada sobre su encuentro con los ixthus, al menos no hasta que viera como
reaccionaba ante lo demás.
—Es extraño ¿no crees?—dijo Amitai cuando Naín hubo terminado—
nunca vinieron a preguntarme nada sobre ese asunto de Andrés, y eso que yo
estaba contigo cuando todo pasó, ya fuera para liberarte o acusarte, debieron
venir conmigo.
—Pues no lo sé, además también está el hecho de que en todo el tiempo
que estuve encarcelado, nunca me permitieron hablar con un abogado o por lo
menos saber los cargos exactos por los que me acusaban.
—Esto no me huele nada bien Naín; sé que el ortán te ayudará en todo lo
que pueda, pero incluso él tiene que sujetarse a autoridades mayores, quizá no
pueda hacer tanto por ti como tú crees ¿estás seguro de que quieres que te
ayude a contactarlo?
—Sí, aun si tienes razón y él no puede hacer mucho por mí, estoy seguro
que me escuchará y me dará otra oportunidad, es la mejor opción que tengo.
—Está bien, cuentas conmigo, pero será difícil, el ortán rara vez se sale de
su rutina o del cuartel y allí incluso las paredes oyen. Y si alguien se llegara a
enterar que andas cerca, no dudarán en caer sobre ti y sobre quien sea que te
esté ayudando.
—Lo sé, por eso debes decírselo en el lugar y la manera que solo él sepa.
—Quisiera saber cuál es esa manera.
Ambos guardaron silencio unos minutos, pensando en alguna manera de
llevar a cabo sus planes, luego fue Amitai quien rompió el silencio.
— ¿Cómo fue que escapaste?
La pregunta tomó por sorpresa a Naín, creía que ya había logrado evadir
ese tema; pero ahora su amigo lo miraba con ojos inquisitivos, lo que era de
esperarse, pues Amitai era en verdad muy inteligente y sagaz y aunque no lo
decía, aun guardaba muchas dudas en su interior; pero no las expresaba todas,
quería que su amigo demostrara su confianza en él al contarle toda la historia
sin secretos.
Naín titubeó unos segundos pero finalmente decidió contarle toda la
verdad.
—Con esto—dijo Naín tendiéndole la mano para mostrarle el sello.
Amitai lo miró sorprendido y con el rostro pálido, casi como si hubiera
visto a un fantasma.
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Dejó pasar unos segundos antes de animarse a abrir los ojos. Esperaba
aparecer de nuevo dentro de la sala con paredes blancas; pero en lugar de eso
se encontró rodeado por decenas de ojos que lo miraban con odio. Todos eran
ixthus que vestían sus trajes y extrañas armaduras de fuego; Naín sentía cómo
sus miradas lo taladraban en lo profundo, pero no se dejó intimidar y luego
apareció Lael abriéndose paso entre la multitud.
— ¡Volviste!—dijo sonriendo.
—Tengo preguntas—contestó Naín serio.
—Ya lo creo. Sígueme, por aquí.
Naín siguió a Lael consiente que las miradas seguían siendo hostiles a sus
espaldas. Caminaron por un sendero que conducía a una loma, desde donde se
podía ver todo el campo que ocupaban los ixthus.
—Discúlpalos—Le pidió Lael—, todos te conocemos por aquí, y no por
buena fama como comprenderás.
—No me importa, no he venido a hacer amigos.
Lael no respondió y siguió caminando hasta que llegaron a la cima de la
loma, dónde había un kiosco que estaba en el centro. La vista que se ofrecía
ahí era muy impresionante, aún Naín quedó impactado de lo que sus ojos
apreciaban. Había un extenso bosque de pinos a su derecha donde al parecer,
los ixthus practicaban con las cuerdas altas. En el lado contrario se
encontraban una serie de edificios exactamente iguales, Naín supuso que se
trataba de los dormitorios. Delante de él estaba un edificio con una cruz roja
pintada, ésa debía ser su enfermería u hospital, dado el tamaño de la
construcción. En el centro del campo se desarrollaban variadas actividades de
entrenamiento. Algunos ixthus practicaban combate cuerpo a cuerpo, otros
trotaban al paso de un líder y otros más, sentados en el suelo aprendían del que
estaba delante; pero los que más le llamaron la atención a Naín fueron unos
que practicaban con unas peculiares espadas muy cerca de ellos.
Lael lo invitó a sentarse en una de las bancas y Naín aceptó.
—Bueno—dijo Lael—, te escucho.
— ¿Dónde estamos?
—En Hekal, es aquí donde los ixthus nos reunimos para esto que vez.
—Siendo este un lugar tan grande ¿Cómo es que nadie ha podido
encontrarlo?
—Para quienes no poseen el sello, este lugar es imposible de encontrar. El
sello es quien te trae.
— ¿Cómo es que yo lo conseguí?
—El sello se presenta a todo ser humano de una manera u otra en algún
punto de su vida, y siempre con el mismo propósito.
— ¿Cuál es ese propósito?
—Unirte a nosotros, y pelear del lado correcto.
— ¿Unirme? ¿Crees que habría algo que me pudiera motivar a unirme a
quienes asesinaron a mi hermano?
—No fuimos nosotros quienes asesinamos a tu hermano, sé que así te lo
hicieron parecer pero no es así.
— ¿Entonces quién?
—No lo sé, pero si nunca hacemos eso con los enemigos, mucho menos
con los nuestros.
— ¿Nuestros?
—Ben se había unido a nosotros poco antes de su muerte. Andrés los
buscó a ti y a tu hermano para cumplirle una promesa a tu padre, y también
porque los apreciaba mucho.
— ¿Por qué? ¿Por qué nosotros?
—Andrés era un íntimo amigo de tus padres, él te conoció a ti y a tu
hermano cuando apenas eran unos bebés. Andrés y tus padres lucharon en la
guerra silenciosa hombro a hombro para evitar que cayera nuestro último
refugio; pero fue imposible detener al ejército. Muchos de los nuestros
tuvieron miedo y huyeron muy lejos, pero Andrés se quedó junto a tus padres
hasta el último minuto; pero al final, tu padre tuvo que hacer un sacrificio muy
grande para poder salvar a todos los que estaban con él. En contra de todo
pronóstico, corrió hacia el puente que conectaba Hieron con el exterior y
detonó una bomba; ello le dio tiempo a los demás de escapar, sin embargo,
poco antes de ejecutar su acto de valentía, le encomendó a su mejor amigo
cuidar a sus hijos y guiarlos a la verdad; y tu madre al igual que tu padre, le
encargó a Andrés mirar por ustedes. Andrés escapó con el resto de los ixthus y
después de dejarlos a salvo fue a buscarlos a ustedes a su casa, pero Darcón ya
estaba ahí y los sostenía a ambos en los brazos. Estaban muy asustados y
lloraban. Andrés intentó recuperarlos, pero era muy difícil hacerlo sin que
salieran lastimados. Darcón huyó y los escondió en su casa donde crecieron
creyendo que nosotros habíamos asesinado a sus padres en la rebelión. Mucho
tiempo después Andrés los encontró, pero no pudo acercarse a ustedes.
Estaban protegidos por los cazadores y siendo criados en un odio hacia lo que
tus padres siempre creyeron correcto, al parecer a Darcón le había agradado la
idea de separar a los ixthus de sus hijos y ponerlos en su contra; sabía que eso
nos destruiría por dentro, sin embargo Andrés no se dio por vencido y
encontró la manera de contactarse con Ben. Le dejaba pequeños mensajes
cifrados en las servilletas del restaurant donde solía comer siempre. Al
principio fue difícil, Ben estaba muy confundido; pero poco a poco y con
mucha paciencia, Ben llegó a este mismo lugar y, como tú, escuchó todo
aquello que necesitaba saber.
— ¿Cómo es que Ben nunca me dijo nada?
—Quería hacerlo, pero también sabía que te pondría en peligro si no era
cuidadoso, además, pronto descubrieron a Andrés y comenzaron a perseguirlo.
Ben se quedó con los cazadores de encubierto para ayudarlo a escapar, él no
sabía que eso también le ayudaría a Andrés para llegar a ti.
—Quieres decir que las voces múltiples que escuché ¿eran cosa de
Andrés?
— ¿Voces múltiples? No lo creo ¿Qué era lo que decían?
—No lo sé, nunca les entendí.
Lael se quedó pensativo unos instantes hasta que finalmente respondió.
—Probablemente era el sello mismo llamándote. Lo ha estado haciendo
todo este tiempo, pero no podías entenderlo porque tu voluntad era contraria a
la de él, en otras palabras no querías tener nada que ver con él y él respetó tu
voluntad, sin embargo ahora te llama con mayor intensidad porque tu voluntad
comienza a alinearse con la suya.
—Bien, y que se supone que quería decirme.
—Solo se me ocurre una cosa: “solo la verdad te hará libre”
— ¿Qué significa?
—Significa que hasta ahora te han contado una historia y te la has creído,
incluso luchas por defenderla; pero es hora que escuches la verdadera historia
y seas libre de elegir entre uno de los dos lados de esta batalla.
—Y ese lado correcto es el tuyo; supongo.
—Sí, así es.
Naín se levantó de la banca, con sus manos en la nuca. Suspiró mientras
apretaba los ojos, definitivamente era demasiada información. Caminó
alrededor del kiosco, pensando sobre lo que acababa de escuchar.
Se recargó en el barandal mirando a todos y todas las actividades que
llevaban a cabo; se parecía mucho a lo que él hacía en el cuartel de los
cazadores.
—Mientes—dijo.
Lael no dijo nada, tan solo se quedó mirándolo como si hubiera estado
esperando esa respuesta.
—Había dos personas en la montaña—continuó Naín—. Mientras yo me
enfrentaba a uno, el otro estaba asesinando a mi hermano. No mientas al decir
que Andrés iba con sanas intenciones de buscarme.
—Naín pero…
—No, ya no quiero oír más, no puedo creer que se me hubiera ocurrido
venir con ustedes
Lael quiso detener a Naín pero éste se apresuró a apretar el sello con su
mano y salir de ahí. En segundos ya estaba de nuevo en el apartamento de
Amitai, el cual durante su ausencia, se había encargado de limpiar el desastre
que había dejado durante la lucha y luego se había marchado de nuevo al
cuartel.
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Naín se tiró al sofá abatido. Sentía que ninguno de los que conocía le
estaban diciendo la verdad y claro los ixthus no ayudaban mucho inventando
tantas historias fantasiosas como la que le acababan de contar. Estaba frustrado
sin saber qué hacer ni en quién confiar ¿Por qué era tan difícil encontrar la
verdad? Amitai, su mejor amigo le había ocultado su lazo con los ixthus, lo
cual le habría podido ayudar desde un inicio, cuando Andrés habló con él en el
hospital; el ortán había dejado que lo encarcelaran sin oportunidad de
defenderse de sus cargos, entonces ¿en quién confiar si todos mienten? Se
sentía sin fuerzas y muy confundido y así, con ese sentimiento que pesaba en
su corazón, fue quedándose dormido.
No supo cuánto tiempo pasó, pero cuando despertó ya era bien entrada la
noche, se levantó un poco sobresaltado pues había escuchado que la puerta
principal se abría. Se quedó petrificado en el sofá esperando ver a otro intruso
homicida en el apartamento, pero afortunadamente quién entró no era otro sino
Amitai.
—No estaba muy seguro de encontrarte aquí—dijo Amitai cuando lo vio.
—Dije que jamás me uniría a ellos ¿Qué haces aquí?
—El ortán me envía, dice que ha resuelto tu caso y que puedes volver al
cuartel.
Aquella noticia, más que alegrar a Naín lo dejó muy desconcertado.
— ¿Enserio?—preguntó.
—Sí, el ortán ha estado trabajando mucho desde que hablaste con él en el
estacionamiento, incluso desde antes, cuando estabas en la cárcel. Se empeñó
en buscar evidencia a tu favor y ahora tu inocencia quedó demostrada, puedes
volver mañana mismo si te place.
Siempre había pensado que cuando le dijeran aquellas palabras, se pondría
a saltar de alegría y estaría muy agradecido con el ortán, pero no fue así.
— ¿No te alegra?—preguntó Amitai al verlo tan pasivo.
—Sí, por supuesto—dijo Naín, aunque sin mucho entusiasmo—. Es solo
que no me lo esperaba.
—Bueno, pues entonces olvídate de todo ese asunto de los ixthus, estás del
lado correcto, no vuelvas con ellos.
—Sí, tienes razón, no volveré con ellos.
— ¿Qué fue lo que te dijeron?
Quizá Naín habría podido responder a esa pregunta con toda sinceridad,
pero sabiendo que todo el mundo le mentía, prefirió guardarse todo para sí. Ya
no dudaba de Amitai, pero sentía que era muy propenso a creerse todo lo que
le dijeran y por eso desde ahora trabajaría completamente solo, no le pediría
ayuda a nadie más, eso sólo lo estorbaba.
—Lo que se esperaba—dijo cortante—, mentiras.
—Bien—dijo Amitai—. Iré por unas cosas a mi habitación y luego
regresaré al cuartel, te quedas en tu casa.
—Gracias.
Amitai se fue a su cuarto mientras Naín se quedaba en la sala, más
pensativo que antes, sin embargo, algo lo sacó de sus cavilaciones.
Debajo del sofá sobresalía lo que parecía ser el mango de un cuchillo, lo
jaló para sacarlo y efectivamente era un cuchillo. Tenía la hoja muy afilada y
era muy grande. Era como un cuchillo de caza y tenía unas letras grabadas en
la hoja “L.A.B.” estaba inspeccionándolo cuando Amitai volvió de su cuarto.
— ¿Y eso?—preguntó.
—Acabo de encontrarlo debajo del sofá ¿no es tuyo?
—No, no me agrada la caza.
—Si no es tuyo ¿entonces de quién?
—Nadie más ha entrado aquí excepto… el homicida de la mañana.
—Sí, es verdad, seguro es de él. Lo guardaré hasta que pueda devolvérselo.
—No lo dudo. Ya debo irme ¿Te veo en la mañana?
—Sí, mañana me presento al cuartel.
—Genial te veo en unas horas entonces.
—Sí, adiós.
Amitai salió del apartamento dando un portazo tras sí y Naín se quedó
mirando el cuchillo. Era una gran pista, seguro lo pondría en el camino
correcto hacia el asesino. Ahora vería la verdad por sí mismo sin que nadie se
la contara.
Lo primero que haría en la mañana, ahora que había recuperado su
libertad, sería investigar el cuchillo y la presunta muerte de Andrés, pues ahora
había razones para pensar que seguía vivo y que había sido él, quien intentó
matarlo esa mañana.
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El hospital no estaba muy lejos, y él necesitaba de aire fresco así que llegó
hasta ahí caminando.
—Buenos días, soy el siftán Naín—dijo a la recepcionista—. Quisiera ver
los papeles del deceso de Andrés.
—Siftán como lo siento, esos documentos son clasificados, a menos que
traiga una orden, no puedo mostrárselos.
— ¿Está segura? Es un asunto muy importante.
—Sí, lo siento mucho señor, pero no puedo hacerlo.
—Bueno, muchas gracias señorita.
Naín sabía desde un principio que no sería fácil conseguirlos con solo
pedirlos; pero había querido intentarlo de la manera obvia primero. Sin
embargo ahora que había fallado el plan “A” seguiría con el plan “B”: entrar a
hurtadillas en los archivos del hospital y buscar los documentos él mismo.
Cuando la recepcionista se distrajo para contestar el teléfono, Naín
aprovechó para meterse por un pasillo que conducía a una serie de cuartos
donde solían guardar los archivos de los pacientes.
El primer cuarto en el que entró contenía efectivamente un sinfín de cajas
con papeles adentro, sin embargo estaban ordenadas de manera alfabética y en
ellas solo contenían hasta la “C”.
Salió del primer cuarto asegurándose que nadie estuviera cerca y se metió
hasta el tercero. Ahí estaba la letra “H” por su apellido Hamul. Revisó todas
las cajas con esa letra hasta que dio con los papeles que buscaba. Era una
gruesa carpeta que contenía todo lo referente a Andrés y su estado de salud. La
mayoría eran datos sin importancia; pero al final de toda esa pila de papeles
estaba la constancia de su deceso. Decía que había muerto por una falla en los
pulmones a la 1:05 a.m., y que había sido enterrado esa misma mañana.
Naín estaba confundido. Todo ese tiempo había estado enojado contra
Andrés porque creía que había asesinado a su hermano, pero ahora que sabía
que eso no era posible no estaba muy seguro de con quién estaba enojado.
Frustrado aventó la carpeta y todos los papeles se desparramaron por el
piso y fue entonces que notó uno que no había visto antes. Era una lista de
todas las visitas que Andrés había recibido mientras estuvo en el hospital. La
lista no era muy larga, pues nunca se le permitió a ningún familiar visitarlo;
además de que no se hubieran atrevido por miedo a ser acusados de ser parte
de los ixthus. Los pocos que lo habían visitado eran militares que al
encontrarlo aún inconsciente se habían marchado; pero alguien lo encontró
despierto. Según decía la lista un religioso había ido a verlo poco después de
que despertara y se había ido justo cuando Naín había llegado.
Naín quedó muy desconcertado al enterarse de aquello, sabía que los
religiosos solían visitar a los criminales para darles algunas palabras sobre sus
creencias y quizá confortarlos si, como Andrés, iban a ser irrevocablemente
condenados; pero este le llamó mucho la atención ¿Por qué se fue sin avisar
que Andrés se había puesto mal?
Le hubiera gustado quedarse para seguir investigando, pero los pasos de
alguien lo alertaron y recogió todos los papeles y salió rápidamente del cuarto.
Un enfermero lo miró extrañado cuando se lo topó en el pasillo.
—Lo siento—Se disculpó Naín—. Buscaba el baño.
—Por allá—dijo el enfermero indicándole la dirección.
—Muchas gracias—dijo Naín y se alejó de ahí.
Mientras caminaba de regreso al cuartel iba pensando en interrogar a Aczib
sobre lo que había pasado en la montaña. Había algo muy sospechoso en ese
religioso, y su mente le decía que era muy probable que fuera el asesino de
Andrés, quizá otro ixthus que quisiera evitar que hablara de más.
Cuando llegó al cuartel, vio que los novatos estaban entrenando en el área
del rally con Amitai. A Naín le divertía ver como su amigo actuaba serio
cuando entrenaba a los novatos, sabiendo que la seriedad con Amitai se
llevaban tan bien como el agua y el aceite. Aunque debía admitir que lo hacía
bastante bien pues realmente era intimidante con los novatos.
Naín esperó a que concluyera el entrenamiento para acercarse a Aczib y
hablar con él.
Luego de un rato el entrenamiento terminó y todos se retiraron para
continuar con las siguientes actividades. Naín alcanzó a Aczib a la mitad del
camino.
—Hola Aczib—saludó.
Aczib se cuadró en cuanto vio a Naín y efectuó el saludo de los cazadores.
—Está bien Aczib, solo quisiera preguntarte algo—Lo tranquilizó Naín.
Aczib solo se le quedó mirando con los ojos muy abiertos.
—Quisiera saber qué fue lo que ocurrió en la montaña, aquella vez que
perseguíamos a Andrés y… tú sabes, asesinó a Ben.
Aczib se vio un poco desconcertado ante la petición de Naín pero accedió a
responderle.
—Bueno es un poco confuso. Cuando Ben y yo nos separamos del resto,
pronto Ben me dejó atrás; traté de seguirle el paso pero la nieve era muy
espesa y no podía correr, además, su condición era mucho mejor que la mía.
Pronto solo distinguía su silueta entre la niebla y en un momento dado vi cómo
se detenía en seco, creo que miró el precipicio y por eso se detuvo. También
dijo que había escuchado algo y se acuclilló, yo estaba a punto de llegar a
donde él cuando de pronto salió Andrés de debajo de Ben. Se había ocultado
bajo la nieve y lo tomó por el cuello. Ambos comenzaron a forcejear, pero
Andrés aprovechó la cercanía del precipicio y lo lanzó. Me pareció que su
intención era buscarlo solo a él porque en cuanto me vio salió huyendo. Dudo
mucho que yo lo haya intimidado, soy sólo un novato.
—Pero entonces ¿tu solo viste una silueta, no a Andrés mismo?
—Pues no señor, pero no creo que haya podido haber otro en la montaña
esperando para asesinar a un cazador.
Naín se quedó meditabundo, sin duda alguien le mentía. Los ixthus le
decían que no habían sido ellos, pero Aczib decía que no podía haber sido
nadie más que ellos, aunque admitía no haber visto del todo la cara de Andrés.
—Señor puedo preguntar ¿Por qué es tan importante ahora?—Aczib sacó a
Naín de sus pensamientos.
—Solo quería saber cómo había muerto mi hermano. Hasta ahora no tenía
todos los detalles. Has sido de mucha ayuda Aczib muchas gracias—Le dijo
Naín dándole una palmada en la espalda.
—No hay de que señor, estoy para servirle.
Naín se separó de Aczib y se fue directo a su entrenamiento de tiro. Había
muchos asuntos dando vueltas en su cabeza que prefería distraer su mente
disparando armas, después estaría más preparado para sacar conclusiones.
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El área de tiro estaba vacía, aún faltaban algunos minutos antes de que
llegaran el resto de sus compañeros, así que comenzó solo.
Tomó un arma del panel y se tiró al suelo. A lo lejos podía distinguir el
centro de la diana. Cerró un ojo, inhaló profundo y al exhalar apretó el gatillo.
Sonrió cuando vio que había dado en el centro. Siguió practicando solo hasta
que poco a poco sus compañeros fueron llegando.
El entrenamiento transcurrió sin contratiempos ni cosas fuera de lo común
y de hecho cumplió con el propósito de distraer su mente un rato.
Ya en la noche, mientras estaba acostado; Naín reflexionaba sobre todo lo
que había escuchado últimamente. Todo se resumía a en quién confiaba más,
si en unos criminales o en uno de sus hombres. La respuesta era sencilla.
Aczib tenía poco tiempo trabajando con él, pero en ese tiempo había
demostrado ser un confiable soldado, un poco tonto, pero fiel. Además, estaba
seguro de que esa tarde en la montaña, había dos ixthus y no uno como había
supuesto, tan sólo deseaba saber de quién se trataba.
Mientras pensaba en eso tomó el cuchillo que había encontrado en el
apartamento de Amitai. Al parecer lo había comprado en una tienda de cacería
muy conocida de la región, pues tenía el sello de la tienda grabado en la hoja,
además de las iniciales “L.A.B” que seguramente fueron grabadas después de
que el homicida lo comprara y que sin duda alguna eran las iniciales de su
nombre, pero por ese día ya había tenido suficiente, lo que necesitaba en ese
momento era descansar y ya mañana preguntaría por la procedencia del
cuchillo.
Dejó el cuchillo en la mesita que tenía a un lado de su cama, apagó la luz y
se dejó llevar por un profundo sueño reparador.
A la mañana siguiente, aprovechando los primeros rayos del sol, se levantó
antes de que sonara la alarma, desayunó rápido en su apartamento y estuvo
veinte minutos antes en la arena de combate donde entrenaría a los kutanes.
Estaba muy ansioso por tener un tiempo libre y salir a buscar información
sobre el cuchillo. Tenía un presentimiento que le decía que ese sería el día en
que encontraría al asesino y pensaba en todo lo que haría con él. Debía ser
muy astuto para que nadie se enterara de lo que había hecho. Ese pensamiento
le dio un escalofrío ¿de verdad pensaba matarlo actuando fuera de la ley?
¿Estaría dispuesto a enfrentar de nuevo la cárcel? Ahora sentía que dos
grandes sentimientos batallaban en su interior, uno le pedía justicia a gritos,
pues el sistema de leyes no se lo había dado; pero otro le decía que debía ser
prudente aunque eso significara perdonar y dejar ir ese asunto de Ben. Pronto
se deshizo de este último pensamiento. Procuraría al máximo no ir a prisión de
nuevo, pero si debía hacerlo, lo haría orgulloso sabiendo que fue por su
familia, que fue por una buena y justificada razón.
—Naín ¿estás bien?—Le preguntó Amitai al verlo completamente
distraído.
Naín sacudió su cabeza y salió de sus cavilaciones.
—Sí, perdona.
Giró su cabeza mirando alrededor y notando que no había nadie más en la
arena sino él y Amitai. Había estado tan absorto en sus pensamientos que
nunca notó el inicio y el fin del entrenamiento, de hecho había actuado muy
mecánicamente.
— ¿Y los demás?—preguntó.
—La trompeta sonó hace diez minutos, los kutanes te preguntaron que si
nos podíamos ir y dijiste que sí.
— ¿Enserio?
Amitai estaba ahora muy preocupado por su amigo y por todas sus
extrañas actitudes recientes.
—Sí, ¿seguro que estás bien? Hoy estuviste inusualmente blando y
distraído con el entrenamiento, creo que todos lo notaron.
—Sí, no te preocupes, es solo que me estoy adaptando de nuevo.
Amitai no quedó conforme con la explicación que le dio, pero sabía que no
sería de utilidad seguir preguntando.
—Bueno, ya debo irme, te veo al rato.
—Sí adiós.
Amitai se alejó y Naín cayó en la cuenta de que ese era el momento de
salir a preguntar.
Sabía exactamente hacia donde ir así que no perdió tiempo y pronto llego a
la tienda de cacería.
La luz de la tienda era demasiado tenue; pero aun así Naín pudo apreciar la
gran cantidad de cabezas disecadas que estaban por todas las paredes. Había
alces, caribúes, venados e incluso osos. Todos tenían una extraña mirada vacía
en sus ojos y eso le provocó un escalofrió.
Tocó el timbre del mostrador y pronto apareció el dependiente con una
amable sonrisa en su cara.
—Buenos días caballero—saludó— ¿En qué puedo servirle?
—Quisiera saber todo acerca de este cuchillo.
Naín le extendió el cuchillo y el dependiente lo reconoció inmediatamente.
—Oh si—exclamó—, es un muy buen cuchillo, pero me temo que no
podré ayudarlo mucho, este modelo es demasiado común y se vende bastante
además. Lo tuve en oferta hace un par de semanas y los cazadores expertos
aprovecharon para llevarse varios.
— ¿Qué me dice del grabado? Ese no debe ser tan común.
—No, tiene razón, no es común, pero aquí no ponemos los grabados.
Quien sea que lo haya comprado, debió llevarlo a otro lado.
Naín estaba un poco decepcionado, pero no tanto, todavía le quedaba
investigar el grabado.
—Bien muchas gracias.
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Al principio todo fue muy confuso. Recordaba haber jalado del gatillo y
siendo el excelente tirador que era, seguramente había dado en el blanco, sin
embargo, el ortán también era un gran tirador, su disparo también debió haber
dado en el blanco; pero no sentía nada, absolutamente nada. Quizá estaba
muerto. Despacio comenzó a abrir los ojos, inconscientemente, los había
cerrado al disparar, pero ahora necesitaba ver para saber en dónde estaba.
Cuando miró a su alrededor se dio cuenta de que estaba en una especie de
granja, había un granero a unos doscientos metros de distancia, aunque nadie
se veía fuera, seguramente era por el frío. Naín se preguntó cómo había
llegado ahí.
Miró por todo su alrededor buscando a Darcón, quería ver si le había
matado como había querido; pero nunca lo encontró. Se levantó pensando que
tal vez estaría escondido esperando por él, pero luego un sonido metálico
captó su atención. El sellito estaba a sus pies, llamándole. Lo había
transportado hasta ahí, justo antes de que la bala de Darcón lo golpeara y había
evitado también, que Naín lo matara.
Un grito desesperado escapó de la garganta de Naín al darse cuenta de lo
que el sello había hecho.
Se agachó furioso y lo tomó, trató de lanzarlo lejos, pero no pudo separarlo
de sí ni un centímetro.
Ahora que sabía que lo habían engañado toda su vida no le importaba ya
nada, habría preferido morir y que todo se acabara ahí. Cargaba con culpas,
traiciones y engaños y eso pesaba de manera increíble en su alma.
Pateo todo lo que se encontraba cerca, aventó todo lo que se le ponía
enfrente, pensaba que así descansaría un poco más, pero ¿Cómo descansas
cuando tu vida misma es la que te cansa?
Su brazo comenzó a dolerle y picarle todavía más y le recordó que aún
seguía vivo. Se dejó caer de rodillas sobre el suelo completamente
desmoralizado. Estuvo un largo rato en esa posición, viendo la sangre de su
herida correr y con la mente completamente en blanco. No supo si al cerrar los
ojos perdió el conocimiento, o si se durmió, lo que si es cierto es que cuando
despertó su brazo aun le dolía, haciéndole saber que su deseo de morir no se
había cumplido. Pero aunque anhelaba morir de una vez, por alguna razón se
levantó y casi de manera automática volvió a tomar el sello y lo apretó fuerte.
No pensó en ir a ningún lado, tan solo dejó que el sello lo llevara a donde tenía
que estar; no se sorprendió cuando vio que se encontraba en el bosque de
pinos de Hekal, el escondite de los ixthus.
Buscó apoyarse en un pino, pues la pérdida de sangre lo tenía ya muy
débil.
Al poco rato escuchó el firme paso de un grupo de ixthus que se acercaban
trotando por el bosque. Cuando vio al grupo aparecer de entre los arboles
quiso hablarles, hacer algo para llamar su atención; pero estaba tan cansado y
la pérdida de sangre se había llevado la mayoría de sus fuerzas que su voz
sonó solo en un susurro. No obstante el último del grupo no corría sino que
caminaba tranquilo, observando alrededor. Era Lael y pronto su vista se cruzó
con la de Naín.
— ¡Ay por Dios!—exclamó al verlo.
Lael corrió lo más rápido que pudo hacia Naín y lo sujetó poco antes de
que se derrumbara por completo.
—Ellos me mintieron—decía Naín con voz quebrada—, toda mi vida me
mintieron. Juro que morirán por eso.
—Basta Naín—lo detuvo Lael—, no es importante eso ahora, debo llevarte
a que te curen.
Lael arrastró a Naín hasta la enfermería. Apenas puso un pie ahí y todos
los doctores y enfermeras se pusieron a trabajar; unos acercaron una camilla y
subieron a Naín, otros tomaron gazas y las pusieron sobre la herida
presionándolas, para evitar más pérdida de sangre y otros citaban datos en
jerga médica que él no entendía.
Poco a poco Naín comenzó a entrar en un pesado sueño. Cada vez oía más
lejos las voces de los médicos y pronto perdió el conocimiento.
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Un día, Tadeo le había pedido que fuera al bosque y trajera piedras bonitas
y redondas para ponerlas alrededor de los árboles; le había proporcionado un
par de cubetas para que las llenara, pero no eran suficientes y tuvo que dar
varias vueltas; para la última vuelta, mientras depositaba las piedras en un
montón, escuchó un grito que provenía desde el bosque. Aguzó su oído y
volvió a escucharlo, le pareció que era Tadeo quien gritaba pidiendo ayuda.
Naín tiró las cubetas y corrió rumbo al bosque.
Llegó a donde antes habían estado recogiendo las piedras, pero Tadeo no
estaba.
— ¡Tadeo!—llamó Naín desesperado— ¡Tadeo! ¿Dónde estás?
— ¡Por aquí!—respondió, pero su voz aún sonaba lejos.
Naín corrió a buscarlo y al poco rato lo encontró, estaba llorando y
balbuceaba algo.
—Tadeo cálmate—lo tranquilizó—, dime ¿Qué pasó?
—Es betsy, se escapó y cayó en el pantano ¡Ayúdala por favor Naín!
Naín sintió pena por el anciano y corrió hacia el pantano. Justamente ahí
estaba betsy luchando por salir del pantano, pero eso solo la hundía más.
Naín recordó que un poco más abajo, en la zona de las cuerdas altas, había
muchas que no se utilizaban y podía tomar algunas para sacar a la cerdita. Se
apresuró a conseguir algunas y regresó de inmediato a donde Tadeo y la
cerdita estaban. Ató un extremo de la cuerda a un tronco de pino y la otra la
ató a su cintura, y sin pensarlo dos veces se lanzó al pantano.
La sensación era muy desagradable, había una infinidad de cosas adentro y
lastimaban sus piernas. El fango lo cubría hasta un poco más arriba de la
cintura y a cada paso que daba sentía que el pantano lo devoraba más y más.
Se estiró todo lo que pudo para alcanzar a betsy, que ya faltaba muy poco
para que el fango la cubriera por completo.
La cerdita también luchaba por alcanzar a Naín, hasta que finalmente la
alcanzó y la abrazó a su cuerpo. Naín comenzó a tirar de la cuerda, pero entrar
en un pantano es más fácil que salir, la cuerda quemaba y descarapelaba su
brazo; pero él seguía tirando aunque no avanzaba mucho, estaba agotado por
el esfuerzo y de repente alguien lo ayudó desde afuera; Naín no levantó la
vista para ver quién era, y la verdad no le interesaba, el solo quería estar fuera.
Con esa ayuda extra pronto ambos, la cerdita y Naín, estuvieron fuera y a
salvo; Naín soltó a la cerdita que corrió a los brazos de Tadeo y luego se dejó
caer en la tierra.
—Oh betsy—sollozaba Tadeo—, oh mi betsy.
Naín tomó un poco de aire para luego volverse a incorporar, y entonces vio
quiénes eran los que le habían ayudado. Un grupo de ixthus se congregaban
alrededor de él y lo miraban atónitos. Había estado tan concentrado en salvar a
la cerdita que nunca se dio cuenta de cuándo llegaron, sin embargo, tantas
miradas fijas en él lo hicieron sentirse incómodo y se alejó de ahí.
Fue a buscar una llave de agua y se enjuagó el fango ahí, luego fue a darse
un baño.
Los profundos cortes en sus piernas, causados por las ramas y la gran
cantidad de basura que había en el pantano, hacían que sangrara y el agua
corriera en color rojizo. Tenía también algunos rasguños de las ramas y las
pezuñas de betsy en el estómago, pero eso no le preocupaba tanto como pensar
en la ropa que debería ponerse al salir; solo tenía dos cambios de ropa, uno
estaba sumamente sucio y el otro estaba recién lavado y mojado. Sin embargo,
a falta de mejores opciones, tomó la ropa mojada y se la puso.
Un estremecimiento de frío recorrió su cuerpo cuando se puso la camisa,
no quería usar su ropa así; pero no tenía otra opción, además, luego de un rato,
su cuerpo se acostumbró a la humedad y ya no sintió más frío.
Luego de haberse vestido, tomó algunas vendas del botiquín y comenzó a
curarse sus heridas. Algunas eran sólo superficiales, pero otras se veían un
poco feas. Estaba tan concentrado en ello que no escuchó que sus compañeros
de dormitorio fueron llegando poco a poco, uno de ellos tocó su hombro para
llamar su atención; cuando Naín se giró para verlo, vio que sostenía un cambio
completo de ropa en sus manos y se lo extendió tímidamente. Naín perplejo
recibió lo que le ofrecían y luego el resto de sus compañeros, que también
tenían ropa en sus manos, pasaron a su litera y la dejaron en su cama. Naín no
entendía que estaba pasando, hasta que al final llegó el muchacho que el otro
día lo había invitado a jugar básquetbol, y se había presentado a sí mismo
como Gera y le dijo:
—Quizá, muchos de nosotros hubiéramos hecho lo mismo que tú con el
cerdo, pero hubiéramos titubeado antes de ensuciarnos en el pantano, tú no lo
hiciste y eso nos habla de un gran corazón; no importa lo que se haya dicho de
ti en el pasado, estoy, estamos felices de que estés con nosotros.
El resto de sus compañeros asintieron con la cabeza y le sonrieron para
indicarle que estaban de acuerdo con lo que acababa de decir Gera. Naín, que
aún seguía pasmado, simplemente respondió con una inclinación de cabeza y
luego todos se alejaron y lo dejaron solo. Al poco rato, Naín reaccionó y se
quitó de encima la ropa mojada e hizo uso de las donaciones que acababa de
recibir, era mucho más agradable tener ropa seca puesta.
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El tiempo pasó aunque él no supo cuánto, él solo sabía que se sentía muy a
gusto así, tranquilo y en paz. Una cálida brisa agitaba sus cabellos y el canto
de un lejano pájaro endulzaba su oído. Cuánto daría por haberse quedado así
otro rato más, pero ese constante y enfadoso “bip”, si tan solo alguien lo
apagara, pero no, nadie acudía a apagar lo que sea que lo estuviera emitiendo,
tendría que hacerlo él.
Despacio abrió los ojos. La luz del sol era muy intensa y lastimaba sus
ojos, los volvió a cerrar inmediatamente, esperó un rato y trató de abrirlos de
nuevo. Esta vez sí pudo abrirlos. Y el primer pensamiento que se le cruzó por
la mente, fue que estaba muerto. Todas las paredes de su alrededor eran
completamente blancas, incluso él tenía una bata blanca puesta. Asustado se
preguntó dónde estaba y que había pasado. No quería estar muerto, pero
tampoco había nadie cerca que lo confirmara o lo negara.
Empezó a mover los dedos del pie, luego los tobillos, las rodillas, las
manos, todo. Estaba entumido, como si hubiera estado en la misma posición
durante mucho tiempo. Intentó levantarse pero algo tiró de él, se descubrió el
pecho y vio que tenía muchos electrodos conectados. Los arrancó torpemente
a todos y se sentó en la cama. Se mareó al levantarse y apretó su cabeza con
sus manos para ver si impedía que su cerebro continuara dando vueltas.
Algunos segundos después la puerta de la habitación se abrió de golpe y Vasti
entró corriendo.
—Naín pero ¿qué haces?
— ¿Eh?—dijo Naín confundido.
—Aun no puedes levantarte, recuéstate otra vez.
Naín dejó que Vasti lo recostara, pues el mareo aún no se le pasaba y en
ocasiones veía las cosas dobles. Vasti trabajó colocando de nuevo en su lugar
todo lo que Naín había arrancado.
— ¿Qué pasó?—preguntó con una voz rasposa y mecánica.
—Tuviste un infarto, y tienes mucha suerte de estar vivo.
— ¿Cómo? ¿Dónde estoy?
—En el hospital, llevas aquí cinco días.
Para Naín las palabras de Vasti no tenían mucho sentido, estaba como
aletargado o confundido sería la mejor palabra. Aun no estaba seguro de que
lo que estaba sucediendo fuera real, o solo estaba soñando. Al menos Vasti
estaba con él y eso era bueno.
—Mejor descansa—dijo vasti—, al menos estoy más tranquila de saber
que ya despertaste.
Vasti se dio la media vuelta para irse, pero Naín la detuvo sujetándola
débilmente de una mano.
—Espera, no te vayas ¿esto es un sueño?
—No, no lo es. Aunque preferiría que lo fuera. Nos diste un buen susto.
Gera te encontró en el bosque y te trajo de inmediato, lo cual agradezco, si se
hubiera tardado un segundo más, bueno, no quiero ni pensarlo.
Naín sonrió al darse cuenta de lo preocupada que Vasti había estado por él,
eso le decía que tal vez él le gustaba a ella aunque sea un poco.
Vasti se alejó y Naín volvió a dormirse. Horas después volvió a despertar
ya con más fuerzas y un poco más recompuesto. Vasti estaba de nuevo con él e
inyectaba algo dentro de una bolsa transparente que colgaba a su lado.
—Hola dormilón—saludó— ¿Cómo te sientes?
—Bien, mucho mejor de hecho.
—Que gusto. Pero tampoco trates de levantarte todavía
Esa vez no sería problema para Naín obedecer lo que se le decía. No quería
volver a marearse, no era una sensación agradable.
— ¿Qué hora es?—preguntó
—Las diez con seis am. —respondió Vasti consultando su reloj.
— ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—Todavía cinco días.
Su cerebro comenzó a recordar entonces lo que había sucedido. Estaba
entrenando en el bosque a escondidas y de pronto un dolor en el pecho lo
había vencido dejándolo en el suelo.
—Soy muy joven para que me den infartos—dijo con certeza.
—Tal vez, pero si presionas tu cuerpo demasiado, cosas como estas pueden
suceder.
—Pero yo me sentía muy bien, no estaba cansado ni nada por el estilo.
—A veces nos concentramos tanto en nuestros propósitos, que solemos
dejar de escuchar a nuestro cuerpo. Debes calmarte un poco, sé paciente y
pronto llegará lo que necesitas.
Eso era lo que siempre decían los médicos, siempre están insistiéndole a
las personas que se cuiden, cuando en ocasiones el cuerpo falla porque así
suele suceder, no porque no se cuiden. Naín se cuidaba bien, no tenían que
decírselo, pero no discutiría con Vasti, no había necesidad.
—Debes estar hambriento—dijo Vasti—. Te traeré el desayuno.
No se había puesto a pensar en ello, pero la verdad era que sí estaba muy
hambriento y ansiaba encajarle el diente a algo.
Vasti se marchó para traerle el desayuno y Naín lo agradeció
inmensamente.
Momentos más tarde ella regresó con una bandeja repleta de comida que
Naín atacó hasta no dejar nada en ella.
—Vaya, muchas gracias—le dijo a Vasti.
Ella solo se limitó a sonreírle con esa sonrisa suya tan encantadora y se fue
prometiendo volver más tarde para saber cómo seguía.
Al poco rato de que se corriera la voz de que ya había despertado llegaron
las visitas y el primero en llegar fue Gera.
— ¡Estás vivo!—Le dijo con alegría.
—Eso parece.
—Me alegra, no quería volver a ser el único sin un sícigo en los
entrenamientos.
—Sí, necesitas a alguien a quién humillar, supongo.
—Vamos, no seas llorón. Me has ganado varias veces ya, admítelo.
Para Naín era muy agradable conversar con Gera, le recordaba bastante a
Amitai, y siempre le imprimía un poco de su alegría.
— ¿Cómo fue que me encontraste?—Le preguntó.
—Siempre supe que ibas a entrenar en las noches, tengo el sueño muy
ligero y te escuchaba cada vez que salías y entrabas. Pero esa noche noté que
te tardabas más de lo usual, así que salí a buscarte. Desde lejos vi que algo
andaba mal contigo, te caíste dos veces mientras caminabas con tu brazo
pegado al cuerpo y corrí a ayudarte.
—Muchas gracias Gera. Eres muy buen sícigo, aunque solo seas un niño.
— ¿Cómo que un niño?
—Vamos, sí que lo eres ¿Cuántos años tienes?
—Dieciséis.
— ¿Lo ves? Eres seis años menor que yo, cualquiera pensaría que no sabes
nada sobre guerra y batallas.
—Supongo que sí. Pero quién diría que entre tú y yo, el patoso eres tú.
Gera soltó una carcajada después de su comentario.
—Cierra la boca—Le dijo Naín mientras le daba un almohadazo en la
cabeza.
—Está bien, está bien. Tranquilo, no se lo diré a nadie.
Las carcajadas cesaron y Gera recogió la almohada que había arrojado
Naín y se la entregó de nuevo.
—Oye mi padre está afuera—Le comentó Gera—y quiere hablar contigo,
fue inevitable que no supiera lo que había sucedido.
No le agradó mucho a Naín escuchar aquello, sin duda Eliel tomaría
medidas exageradas por su desobediencia, pero no podía evitar lo que
sucedería a continuación.
—Está bien, no importa. Déjalo pasar.
Gera salió de la habitación y al poco rato entró Eliel con semblante serio.
—Hola Naín ¿Cómo estás?
—Bien, muy bien en realidad.
—Que gusto.
Eliel tomó una silla que estaba por ahí y la acercó a la cama de Naín. Y sin
más rodeos le preguntó:
—Quieres decirme ¿Qué fue lo que pasó?
—Me infarté—contestó Naín previendo un sermón.
—Me refiero a ¿Por qué sucedió eso?
—Eso deberías preguntárselo a la enfermera
Naín en serio odiaba que lo trataran como a un niño pequeño y le hicieran
preguntas obvias como esas. Quería que fuera al punto y ya, no que le
hablaran como si tuviera cinco años.
—Desobedeciste mis órdenes Naín. Te pedí que no entrenaras solo. Por eso
te di a Gera por compañero ¿Qué necesidad tenía de escaparte en las noches?
—Bueno ya—contestó Naín irritado—, no volverá a suceder.
—No, por supuesto que no volverá a suceder. Porque desde ahora quedas
fuera de los entrenamientos—Le anunció Eliel mientras se levantaba para
marcharse—. En cuanto te den de alta preséntate con Lael para que seas
reasignado.
—No espera—Naín se levantó de un salto y lo detuvo—, tú no puedes
hacerme esto.
—No, ya lo hice.
—No, esto es una tontería, gracias a esos entrenamientos fue que mejoré
con la espada.
—A mí no me sirve de nada un excelente peleador si éste olvida lo que es
realmente importante.
—Te equivocas. Todos los días me recuerdo lo que es importante y por lo
que estoy aquí.
— ¿Qué? Vengar a tu hermano ¿crees que estaría feliz con esto que haces?
Casi mueres por esa estúpida obsesión que tienes de vengarlo.
—Jamás lo entenderías.
—He perdido a un ser querido. Sé muy bien lo que se siente.
— ¡No es lo mismo! Amitai está vivo, Ben no.
Cuando Naín hizo esa afirmación, Eliel se puso aún más serio.
—Ben eligió el lado correcto y murió por él, Amitai no, aún sigue siendo
un títere y pelea en mi contra, mi hijo está doblemente perdido para mí.
Naín no entendió mucho lo que Eliel le quería decir, pero no importaba, él
vengaría a su hermano costara lo que costara.
Vasti entró en la habitación, había escuchado el alboroto y venía a ver que
sucedía.
— ¿Qué está pasando aquí?
—Lamento todo esto—se disculpó Eliel—, ya me retiro.
Eliel salió y Vasti detrás de él dejando solo a Naín.
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Tenía mucho coraje dentro de sí. Necesitaba sacarlo y lo primero que halló
fue la bandeja del desayuno. La tumbó de un manotazo y luego pateó todo lo
que se encontró en el suelo. Cuando se cansó se sentó en el piso con la cabeza
entre sus manos.
¿Para qué se había unido a ellos si eso no le ayudaría a vengar a su
hermano? Pero estaba bien, ya no importaba, vengaría a su hermano solo, no
los necesitaba. Es más le parecía que ya había esperado suficiente. Esa misma
noche tomaría sus cosas y se iría.
El resto del día, nadie más fue a visitarlo, así que pudo pensar y planear
algo para escapar.
De las pocas cosas que había traído consigo al llegar con los ixthus estaba
su móvil, aunque mientras estuvo dentro de Hekal nunca tuvo servicio en él.
Tal vez se debía a la protección que rodeaba el lugar. Eliel le había explicado
una vez que había una especie de halo que se movía alrededor de Hekal que
impedía entraran y salieran señales que pudieran revelar su ubicación. Si bien
nadie podía entrar tampoco deseaban que alguien estuviera cerca de ellos. Pero
quizá una vez fuera, el móvil podría adquirir señal y usar los mapas que ahí
tenía para ubicarse y emprender el camino de regreso. Después de eso, dejaría
que sus instintos lo guiaran, estaba sediento de justicia y no sería problema lo
demás, y si moría tampoco importaba, solo debía asegurarse de hacer justicia
primero.
Vasti lo dio de alta hasta las ocho pm. Y aprovechando que esa era la hora
de la cena y que todos estarían reunidos en el comedor, fue a recoger sus cosas
a su dormitorio. No eran muchas así que terminó pronto.
Guardó todo en una mochila y la escondió debajo de su litera. Luego
esperó pacientemente a que todos sus compañeros estuvieran profundamente
dormidos, en especial Gera. Recordaba lo que le había dicho, que tenía el
sueño muy ligero y que siempre se había dado cuenta cuando salía y entraba
de sus entrenamientos furtivos. Por eso, cuando se levantó para salir, cargó sus
botas en sus manos y se aseguró de ponerle aceite extra a la puerta para que no
rechinara al abrirla.
Una vez fuera del dormitorio eligió una dirección al azar y caminó hacia
ella. Tan solo quería alejarse un poco para hacer uso del sello sin que nadie se
diera cuenta.
Caminó hasta que llegó a los límites de Hekal y por primera vez pudo ver
el halo que se movía alrededor del lugar. Era muy hermoso, se componía de
una mezcla de fuegos de distintos colores que cambiaban constantemente. Era
como un espectáculo y podría haberse quedado otro rato observándolo si no
fuera porque llevaba un poco de prisa. Metió la mano a la bolsa de su pantalón
y sacó el sello. No lo había vuelto a utilizar desde que había llegado a Hekal,
pero él seguía ahí, fiel en su bolsa. Estaba a punto de apretarlo cuando una voz
se escuchó a sus espaldas.
— ¿Vas a algún lado?—preguntó Gera.
Naín se dio la media vuelta sorprendido.
—Vete Gera. No necesitas saber a dónde voy.
—Aun así ya sé a dónde vas.
Naín caminó hacia otra dirección para dejar a Gera atrás, pero este lo
siguió muy de cerca.
—No me puedes detener, serás mejor que yo en la espada, pero soy mejor
en el combate cuerpo a cuerpo y podría noquearte si quiero. No me obligues a
hacerlo. Mejor regresa al dormitorio.
—Escucha, no vine a detenerte.
—Tampoco quiero que vengas conmigo.
—No, tampoco pienso ir contigo. Lo que haces es suicidio.
— ¿Qué quieres entonces?
—Quiero ayudarte, sólo dame la oportunidad.
—No puedes, nadie puede ayudarme. Esta batalla es mía, y yo peleo mis
batallas solo.
Gera dejó de caminar cuando escuchó a Naín decir eso.
—Espera, necesitarás esto entonces.
Gera le extendió una caja color plata de tamaño mediano. Era una
armadura compactada. Naín había dejado la de él en el dormitorio pues
pensaba que no la necesitaría, pero quizá si sería buena idea tenerla consigo.
—Gracias Gera—dijo y luego tomó la caja.
—Naín espera, solo una cosa más.
— ¿Qué es?
—Cuando salgas de aquí y encuentres a los asesinos de tu hermano, piensa
realmente si esto es lo que él hubiera querido. Si tienes suerte y tú los matas,
Ben no volverá. Pero si ellos te matan a ti verdaderamente habrás
decepcionado a tu hermano. Si sales de aquí tendrás todo que perder y nada
que ganar.
Naín no tenía respuesta para eso, prefirió quedarse callado. Caminó unos
cuantos pasos y apretó el sello con fuerza y desapareció.
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Fuera, la mañana era muy agradable. Una suave lluvia golpeaba el techo y
las ventanas, además, el aire estaba impregnado de un rico aroma a tierra
mojada.
Despacio y con un profundo suspiro Naín abrió los ojos. Reconoció las
blancas paredes del hospital y una inexplicable alegría llenó su corazón. Se
levantó sonriendo y ahí en la esquina, sentado en una silla, estaba Lael.
—Buenos días—Lo saludó afable.
Naín suspiró aliviado. Se volvió a recostar sabiendo que todo estaría bien a
partir de entonces, tal como Gera había dicho, sin embargo un recuerdo golpeó
su mente.
— ¿Y Sara? ¿Dónde está Sara? ¿En verdad ella está…?
—Bien, ella está bien—Lo interrumpió Lael.
—Pero Darcón dijo…
—Darcón mintió para hacerte enojar y que actuaras sin pensar, así le sería
más fácil acabar contigo.
Naín se relajó al escuchar aquello.
—Casi lo logra—comentó recordando su anterior lucha—. Siempre supo
que esa era mi debilidad ¿Verdad? Que actuaba sin pensar.
—Lo importante es que ahora la has vencido y que sigues con nosotros.
—Y ¿Dónde está entonces? Ella y mi sobrina ¿A dónde fueron?
—No estoy seguro. Tenemos algunos hombres en las afueras de la ciudad y
me informan que la vieron salir hace una semana. Lo que sea que la haya
motivado a irse, fue lo mismo que la salvó.
—Que bien.
Naín estaba contento de que Sara y la bebé estuvieran bien y a salvo; pero
también sentía que no había cumplido con su responsabilidad hacia ellas, y eso
lo hacía sentir muy, pero muy mal.
—Y ¿Qué pasó con Darcón?—preguntó para cambiar de tema—, cuando
lo vi me pareció que aún respiraba, pero… es difícil decirlo. Se veía muy mal.
—Probablemente aún está vivo, mis hombres lo buscaron pero no pudieron
encontrarlo. Lo más probable es que huyó. Los poderes que invocó, no lo
mataron esta vez.
Naín se estremeció al recordar a la bestia saliendo del cuerpo de Darcón;
era una horrible escena que jamás olvidaría. Aunque también admitía que si no
fuera por eso, nunca habría visto a aquel guerrero gigante de quién ya tenía
una idea de su identidad.
—Era él ¿Verdad? El gigante que vi, era Emanuel.
—Sí, sin duda. Peleó por ti y te salvó.
— ¿Por qué lo hizo?
—Porque al fin peleaste de rodillas y olvidaste tu orgullo. Emanuel no
pelea por nadie que crea no necesitar de su ayuda y tú al principio así
actuabas, siempre solo y por tu cuenta. Cuando caíste de rodillas y admitiste
que no podías más, le diste la oportunidad de pelear por ti en la batalla que no
podías ganar. Aunque, al hacerlo, ya habías obtenido la victoria.
— ¿Cómo es eso?
— ¿No notaste que con cada golpe que dabas, la bestia crecía?
—Sí, ¿por qué fue eso?
—Porque las bestias como ésas se alimentan de nuestras debilidades. Fue
muy orgulloso de tu parte pelear contra ella completamente solo y eso la
alimentó y por eso creció. La principal arma contra el orgullo es la humildad y
eso fue lo que hiciste al arrodillarte.
—Y ¿qué clase de bestia era esa?
—Un malak, sólo que éste era uno de los que cayeron junto con Lucio.
Habitaba en el cuerpo de Darcón y le daba poderes sobrenaturales. Después de
la guerra silenciosa, Darcón se alió con ese malak para intentar destruirnos,
aunque ello significara su propia destrucción.
—Pero Darcón no fue destruido.
—No, pero eso no significa que nunca lo será. A los malak, servidores del
Belial, no les interesa en lo más mínimo la vida humana. Si les prestan sus
poderes es sólo mientras cumplen con sus propósitos de destruir y engañar a la
humanidad. Tal vez Darcón sobrevivió esta vez, pero morirá si sigue jugando
con poderes que no son de su condición.
—Ahora creo que incluso me da lástima. Solo de recordarlo ahí tirado,
como un trapo sucio, creo que es demasiado degradante.
—A las personas como Darcón eso no les importa, con tal de sentirse
poderosos, al menos por un rato.
“Poderoso” era un adjetivo que Naín no estaba muy seguro de utilizar para
describir a Darcón, más bien diría que era un vil títere; como él, hasta hacía
poco. Darcón estaba recibiendo una cucharada de su propia medicina
—El castigo que él solo se impuso es suficiente—comentó con aire
distraído—, quienquiera que desee castigarlo más se equivoca, no existe para
él un castigo peor, acabo de entenderlo.
—Eso está mejor. Pero por ahora será mejor para ti que descanses. Vasti te
traerá el desayuno enseguida.
Lael salió de la habitación deseándole a Naín que pronto pudiera regresar a
los entrenamientos y tal como lo había dicho, al poco rato apareció Vasti con
la bandeja del desayuno.
—Creo que empiezo a desear no verte más por aquí—dijo sonriendo.
Naín rio ante el comentario.
—Sí, yo tampoco quisiera seguir viéndome aquí más.
Vasti sonrió y lo miró, Naín no lo sabía, pero ella estaba impresionada por
el cambio que había tenido últimamente.
—Oye, afuera hay alguien que quiere verte—dijo cambiando de tema—, lo
dejaré pasar ¿de acuerdo?
Naín asintió y Vasti se giró para marcharse.
—Espera—La detuvo—, tal vez podríamos cambiar el hecho de vernos
siempre aquí ¿Por qué no sales conmigo esta tarde?
Esas palabras salieron tan inesperadamente de la boca de Naín que casi
quiso arrepentirse en el acto, pero ya era tarde, ahora sólo observaba el rostro
de Vasti expectante.
—Me parece bien—dijo sonriendo—, estoy libre a las siete.
Al decir eso, Vasti se fue, dejando a Naín en estado de shock ¡Había dicho
que sí! Naín quería saltar y brincar y se decía a sí mismo una y otra vez “¿Por
qué no lo hice antes?” Pero entonces se abrió la puerta y entró Gera llenándolo
todo con su peculiar personalidad.
— ¡Está vivo! Naín la vuelve a contar señoras y señores.
—Hola Gera—dijo Naín calmando sus anteriores impulsos de brincar.
Aunque no podía reprimir la sonrisa.
—Eres muy difícil de encontrar ¿sabes?
— ¿Cómo lo hiciste?
—Bueno, Lael nos envió a buscarte y te hallamos en casa de Sara, pero en
cuanto Darcón nos vio, te llevó a quién sabe dónde. Te buscamos por todos
lados y luego se me ocurrió que como el Malak que habitaba en el cuerpo de
Darcón era del desierto, lo más seguro era que te hubiera llevado a uno y
vualá, así fue y otra vez te encontré a tiempo.
— ¿A tiempo? Esa cosa casi me mata.
—Bueno pero… te encontré, ese es el punto. Además, no habrías tenido
que pasar por eso si nos hubieras escuchado desde un principio.
—O sea que todos ya sabían lo de Darcón y sus poderes.
—Claro que lo sabíamos, por eso no queríamos que fueras, pero bueno, lo
hiciste y ahora estás de vuelta.
—Sí, gracias por encontrarme; supongo.
—De nada, soy el mejor sícigo que pudiste tener.
—Sí es verdad—admitió Naín con un suspiro.
Ambos platicaron animadamente un buen rato más, hasta que Vasti llegó a
correrlo porque de lo contrario se quedaría con él todo el día.
Naín salió del hospital a la hora de la comida y en punto de las siete pm.,
estuvo esperando a Vasti. Ella se veía encantadora en sus jeans y su blusa
vaquera a cuadros. Naín pensaba que su belleza radicaba en su naturalidad, por
lo tanto adoró que no se pusiera mucho maquillaje.
La llevó a caminar por el bosque, deseaba tomarla de la mano, pero no
quería quedar en vergüenza si luego ella se soltaba, prefirió simplemente
disfrutar de su compañía. Luego llegaron al lugar donde realmente Naín quería
estar. Ese mismo lugar al que él había llegado poco antes de escaparse de
Hekal. Llegaron a los límites, para contemplar el halo de fuego que se movía
alrededor del lugar. Vasti estaba impresionada.
— ¡Vaya! Mira eso, jamás había estado en este lugar ¡es hermoso!
—Me alegra que te guste. Lo encontré por casualidad.
—Gracias.
Naín y Vasti se sentaron al pie de un árbol recargados en el tronco.
Charlaron por mucho rato y Naín se sentía cada vez más complacido y pleno.
Gera había tenido razón y ahora todo estaría bien. Aun le dolía la muerte de su
hermano, pero ya no había en él esa sed de venganza, ya no más, había soltado
eso y ahora dejaría que las cosas tomaran su curso. Darcón pagaría tarde o
temprano por sus crímenes sin necesidad de que él interviniera. Ahora se
concentraría en lo que es realmente importante, como Lael le había dicho
alguna vez, y por lo pronto, disfrutaría de la velada con Vasti.
Un Nuevo Propósito
Habían pasado ya cinco meses desde que se había unido a los ixthus. Todas
las cosas que aprendía le ayudaban a mejorar en el manejo de la espada y el
arte de la lucha; pero sobre todo, le estaban ayudando a conocerse a sí mismo.
El enojo y la ira comenzaban a menguar en su interior, de nuevo era feliz. Fue
por eso que esa noche estaba soñando de nuevo.
Allí estaba Vasti a su lado y miraba los patos zambullirse en el lago, él la
observaba con detenimiento, le encantaba hacerlo. Cuando sonreía iluminaba
hasta el mundo de Naín.
Escuchó unos pasos venir por el sendero de tierra, desvió la vista de Vasti y
miró a un sonriente joven que se acercaba. Sin duda los conocía porque
mencionó sus nombres al verlos. Vasti se alegró y corrió a saludarlo, Naín
guardó su distancia, él no lo reconocía, pero luego el joven dijo algo a Vasti
que le hizo darse una idea de quién era.
— ¡Hola cuñada!
— ¡Hola Benjamín!
“Vaya por supuesto” pensó Naín “es mi hermano ¿Cómo no lo reconocí?”
—Vasti—dijo Ben— ¿Crees que podrías prestarme un segundo a mi
hermano?
Vasti frunció el entrecejo, para aparentar que estaba molesta.
—Esta, bien, sólo un momento ¿de acuerdo?
—Vale, te lo devuelvo en un santiamén.
Ben envolvió a Naín con un brazo y lo guio por el sendero; mientras, Vasti
volvía a lago a observar a los patos.
—Estoy muy contento contigo hermano—dijo Ben—, al fin encontraste la
verdad y lo que más me alegra es que ahora eres libre.
—No lo habría hecho sin tu ayuda. Debo admitir que me costó mucho
trabajo.
—A todos nos cuesta trabajo encontrarla, pero tú lo hiciste y ahora estás en
el lugar correcto.
—Sí, así es—admitió Naín volviendo su vista hacia Vasti.
—Ella es una linda chica, me alegra que la encontraras.
Naín sonrió, por supuesto que sabía que era un suertudo por haberla
encontrado.
—En realidad—continuó Ben—vine a buscarte para pedir tu ayuda.
—Claro Ben, lo que necesites.
—Hay una persona más a la que me gustaría que buscaras y le llevaras el
mismo mensaje que se te dio a ti.
— ¿A quién quieres que busque?
—A Sara, ella aún sigue en las garras de Belial y sus mentiras. Si puedes
hacerme este favor, quiero que la busques y la lleves a la verdad. Yo no puedo
hacerlo, pero tú sí Naín. Por favor.
No tenía por qué suplicar, Naín lo haría sin dudarlo. Ni siquiera titubeó
cuando le dijo:
—Por supuesto Ben, te lo prometo y esta vez cumpliré mi promesa.
—Lo sé Naín, lo sé.
Naín despertó. Sabía que todo había sido un sueño pero aun así, había
prometido cuidar de Sara, y llevarla a la verdad estaba incluido en ello por lo
tanto, lo haría. Desde ese mismo día empezaría a buscarla.