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Avan Grupos de Presion
Avan Grupos de Presion
En este presente trabajo monográfico he desarrollado el tema del “grupo de presión”, el cual es
producto de una exhaustiva búsqueda de investigación que he llegado a cabo para logra un trabajo en
el cual quede muy claro el tema.
En el primer capítulo está conformado por el origen del grupo de presión, como se desarrolló a través
de la historia
CAPITULO I
MARCO HISTORICO
CONCEPTO:
Para poder saber que es grupo de presión primero hablaremos de la presión y lo conceptualizaremos. La
presión es una influencia, es una gravitación, es también una fuerza. Si decimos que esa presión se ejerce
o recae sobre el poder, queremos decir que se ejerce o recae sobre los hombres que son titulares del
poder, que son gobernantes, o que por lo menos forman el elenco de la administración pública. La presión
es, en su última y cruda realidad, un fenómeno psicológico, porque es una influencia o una fuerza que
va a pesar en la voluntad psicofísica de los hombres que ejercen el poder
Podemos definir a los grupos de presión como aquellos grupos de intereses organizados que no desean
de forma directa el control del poder político sino solo influir o presionar a los centros de toma de
decisiones, ya sea en el ámbito del legislativo o del ejecutivo y delas diferentes organizaciones y
administraciones públicas, por lo tanto, se diferencian claramente de los partidos políticos, porque estos
buscan directamente el poder político.
En cuanto a sus diversas estrategias y sus relaciones con el resto de actores e instituciones al interior de
un sistema político determinado, estas varían de forma importante en función de las estructuras políticas
y las coyunturas históricas de cada uno de ellos.
El grupo de presión aflora, según sus teóricos como un intento de tratar con o resistir decisiones tomadas
en nombre de un concepto tan abstracto como el interés público por parte del aparato estatal burocrático,
e influir y hacer valer los grupos de interés ciudadanos o empresariales.
Minbrath señala que “si poseyéramos datos de todos los gobiernos en todas las culturas, comprobaríamos
probablemente que el lobbing, en algunos de sus aspectos, es su inevitable acompañante del arte de
gobernar”. El análisis histórico demuestra la existencia de factores de grupos de presión más o menos
organizados a través de la historia.
En todo orden político han existido grupos en pro de la defensa se sus intereses, desde las iglesias a las
presiones militares de cada época, pasando a los comerciantes judíos, las hermandades medievales o los
grupos ideológicos europeos decimonónicos. Desde los latifundios gremios medievales hasta el cual
lobbing basado en técnicas de relaciones públicas, el grupo de presión supone la defensa de los intereses
particulares mediante la influencia y la reorientación de las decisiones del poder.
No obstante, el advenimiento de los regímenes liberal burguesa marca el punto de partida histórico para
la articulación de grupos organizadores de intereses (grupos que, en su uso a posteriori del cauce
gubernamental como defensa de sus intereses, devendrán puntualmente grupos de presión)
Entre los facotres sociales se encuentra la transformación y elevación de los medios materiales y
culturales de la sociedad; en la política, la concepción moderna del estado.
CAPITULO II
CONCEPTO:
Como hemos planteado de manera rápida, es preciso replantear una serie de elementos fundamentales
sobre los que, actualmente, se asienta el sistema democrático. El principio individualista, fruto de una
visión chata del liberalismo, ha llevado al agotamiento de los ejes Estado/Mercado, Estado/individuo y
Público/privado, “una visión acabada que sitúa en el vértice y en el centro de la sociedad,
respectivamente, al Estado y al mercado; cuando lo cierto es que la sociedad actual responde a una
estructura reticular y multicéntrica”.
Características
1) Un grupo organizado.
Este criterio atiende a la naturaleza del grupo. Hay grupos de presión integrados de personas naturales
(sindicatos, asociaciones gremiales, asociaciones profesionales, asociaciones de vecinos, etc.), como hay
grupos de presión constituidos por otros grupos o asociaciones (federaciones y confederaciones de
sindicatos o asociaciones profesionales; federaciones o confederaciones de organizaciones campesinas;
federaciones o confederaciones de asociaciones estudiantiles; federaciones o confederaciones de
organizaciones empresariales, etc.).
Los grupos de presión de masas están compuestos de una gran cantidad de miembros, con una
organización bien estructurada y con aportes financieros pequeños y regulares (organizaciones sindicales
de trabajadores industriales o de campesinos). Los grupos de presión de cuadros están compuestos de
una cantidad pequeña de miembros con fuerte influencia económica o social (asociaciones de banqueros,
asociaciones de grandes empresarios industriales o agrícolas, etc.).
Los grupos de presión exclusivos son aquellos cuya razón de ser para constituirse es ejercer presión (los
lobbies en Estados Unidos). Los grupos de presión parciales son aquellos grupos en los que la presión es
utilizada en momentos específicos o como instru-mento adicional, no siendo ella la única finalidad del
grupo (asociaciones profesionales, asociaciones de cooperativas, aso-ciaciones empresariales, etc.).
Los grupos de presión promocionales o de causa tienen por objeto promover un ideal o una causa
determinada, su número de adherentes no es susceptible de apreciarse. Tales asociaciones buscan atraer
miembros con base en compartir determinados valores o una visión determinada de ciertos problemas
(sociedades protectoras de animales, asociaciones opuestas al uso de centrales atómicas, Amnesty
International, etc.). Los grupos de presiones seccionales o funcionales son aquellos que hablan en nombre
de una función o sección reconocible de la sociedad (agrupaciones de comerciantes, federación de
sindicatos industriales, colegios profesionales).
Los primeros son todos aquellos que emergen de la organización de la sociedad civil, mientras que los
segundos están compuestos de personas o agrupaciones de ellas que desarrollan sus funciones dentro del
poder gubernamental o estatal (organizaciones de funcionarios públicos, las fuerzas armadas,
organizaciones militares, industriales).
Los primeros son aquellos que presionan en búsqueda de su propio interés (agrupaciones profesionales,
asociaciones empresariales, asociaciones sindicales). Los segundos son aquéllos que ponen al servicio
de otros grupos su influencia a cambio de una remuneración (los lobbies en Estados Unidos).
Entre los últimos que tienen intereses morales o valóricos, encontramos las asociaciones filantrópicas,
agrupaciones culturales, las iglesias. Entre los primeros que son aquellos que persiguen un interés
material generalmente de carácter financiero (aumento de remuneraciones, alzas de precios, deducciones
tributarias, bonificaciones), aunque también pueden ser de otro orden (mejoramiento de las condiciones
de trabajo, ventajas previsionales, entre otras).
Los grupos de presión utilizan tres formas o tipos de presión: la persuasión, la corrupción, y la
intimidación.
La persuasión
Esta forma de presión se emplea a través de las negociaciones, la información y la propaganda, con el
objeto de convencer de que ella está orientada hacia el bien común, aun cuando en la práctica representa
el interés particular o sectorial que sirve al grupo de presión respectivo.
La intimidación
Esta forma de presión lleva aparejada una amenaza velada o abierta del uso de la fuerza o de no
colaboración con el gobierno en el caso de no aceptarse la propuesta del grupo de presión.
La corrupción
Constituye éste el mecanismo más contrario al ordenamiento jurídico, siempre se realiza fuera del
escenario público, utilizándose generalmente medios económicos para recompensar la decisión política
favorable al grupo de presión.
Otro factor limitante de la eficacia de los grupos de presión es que las personas que los integran
pertenecen a otros grupos, ello hace que su lealtad a cada grupo del que participan sea una lealtad parcial
y condicional, dependiendo la mayor o menor lealtad de la importancia de los propósitos del grupo de
presión para la vida de sus integrantes. Finalmente, la compatibilidad o incompatibilidad de los intereses
del grupo con los valores predominantes de la sociedad respectiva, constituye un elemento que puede
favorecer o limitar la eficacia del grupo de presión.
La regulación de los grupos de presión por el ordenamiento jurídico se desarrolla en los regímenes
políticos contemporáneos durante el siglo XX. Especialmente se desarrolla con posterioridad al término
de la Segunda Guerra Mundial.
Esta regulación ha tomado distintas orientaciones, las principales son la orientación norteamericana, la
orientación europea de la democracia consociativa y la orientación europea de la institucionalización de
los grupos de presión en consejos económico-sociales.
Estos consejos se han desarrollado dentro de países africanos como Alto Volta, Camerún, Gabón,
Mauritania y Togo, con distintas modalidades en diferentes contextos políticos. En algunos países
europeos encontramos también las fórmulas de las Asambleas Económicas como una forma más plena
de integración de los grupos de interés sectoriales, ya que tales asambleas se sitúan al lado de la asamblea
de representación política clásica.
Así, el parlamento se integra por una cámara representativa de intereses y otra elegida con criterios
político-territoriales tradicionales. Es el caso de Yugoslavia, Irlanda y el Lander de Baviera, entre los
más destacados. En el caso de Yugoslavia, el parlamento se integra con cinco cámaras, tres de las cuales
están integradas por representantes de organizaciones sindicales, cooperativas y otros organismos
pertenecientes a cada una de las ramas de actividad (el Consejo Económico, el Consejo Cultural y
Educacional, y el Consejo de Asuntos Sociales y Salud).
En el caso de Irlanda, el Senado tiene una representación con base económica, técnica y cultural. De sus
60 integrantes, 43 son elegidos por los representantes de los diferentes estratos socio-económicos:
cultura, industria, agricultura, administración pública y trabajadores; 6 son elegidos por las universidades
y 11 son designados por el Primer Ministro.
El Senado en el Lander de Baviera está integrado también por 60 miembros: 11 representan a los
sindicatos; 11 representan a la economía agrícola y forestal; 5 a la industria y el comercio; 5 a la artesanía,
4 a las corporaciones liberales; los restantes corresponden a municipios y asociaciones de municipios,
comunidades religiosas.
La primera, que podríamos denominar teoría liberal, que opta con Gellner por una definición
distanciadora, “el conjunto de diferentes instituciones no gubernamentales suficientemente fuerte como
para contrarrestar al Estado y, aunque no impida al Estado cumplir con su función de mantenedor de la
paz y de árbitro de intereses fundamentales, puede no obstante evitar que domine y atomice el resto de
la sociedad”y siguiendo a Tocqueville, advierte que “la moral y la inteligencia de un pueblo democrático
no correrían menores riesgos que su negocio y su industria si el gobierno reemplazara enteramente a las
asociaciones. Los sentimientos y las ideas no se renuevan, el corazón no se engrandece, ni el espíritu
humano se desarrolla, sino por la acción recíproca de unos hombres sobre otros”.
La segunda, que se aglutinaría bajo la escuela republicana, reivindica con Walzer, la fuerza regeneradora
de la ciudadanía que “consistiría en la participación activa en las diferentes asociaciones que constituyen
la sociedad civil, la cual se entendería por tanto como un ámbito de acción social, como un espacio
público distinto del Estado o del mercado”. Configurándose el espacio de la sociedad civil como aquel
desde el que se cuestiona y establecen reclamaciones y exigencias de legitimación a la esfera estatal y
económica, una tercera esfera, más personal, humana.
Por último estarían los que, como Giner y Arbós, optan por una definición que integre de manera explícita
Estado y Mercado y hablan de “una esfera, creada históricamente, de derechos individuales y
asociaciones voluntarias, en la que la concurrencia políticamente pacífica de unos con otros en la
persecución de sus respectivos asuntos, intereses e intenciones privadas está garantizada por una
institución pública, llamada Estado”. Es la quintaesencia de la privacidad en un mundo dividido entre
público y privado, siendo el mercado su característica estructural más destacada. Esta visión presenta el
corporativismo como uno de los principales enemigos de la sociedad civil, que tiene en el individualismo
su pilar fundamental, y opone al corporativismo el pluralismo, como la alternativa necesaria. Frente a
esta sociedad civil, individualista, liberal, clasista y competitiva, los autores denuncian la aparición de la
sociedad corporativa, en la que los modelos de estructuración fundamentales, los de conflicto social
(clasista, ocupacional, étnico) y los de poder y prestigio se ejercen a través de corporaciones.
Convirtiéndose las corporaciones, “instituciones sociales asociativas formadas para alcanzar un conjunto
de fines explícitos mediante un ordenamiento de la conducta de sus miembros según criterios de jerarquía
interna, coordinación imperativa y normas para el acceso, reparto, partición y exclusión diferenciales de
los bienes escasos que se pretende controlar”44, en protagonistas de los lugares estratégicos claves en la
estructura económica, política y cultural de la sociedad.
Lo que se puede ver es que todas tienen en común una descripción instrumentista de la sociedad civil
que bebe de Montesquieu, y determina la necesidad de que el poder controle al poder, dejando pocas
opciones de defensa de esta sociedad civil fuera del criterio de eficiencia por el que los bienes útiles son
más eficientemente producidos y distribuidos a través de agentes no gubernamentales. La sociedad civil
se nos presenta así como el residuo social del núcleo Estado-mercado. Los argumentos más fuertes
resultan los del mercado, y el pluralismo en este planteamiento termina siendo exclusivamente
económico. Así lo reconoce Gellner: “el pluralismo político en términos de unidades independientes y
autónomas ha sido dejado de lado.
Las unidades locales carecen simplemente del poder adecuado. Por otro lado, la libertad es imposible sin
pluralismo, sin un equilibrio de poder. Y como no puede ser político, debe ser económico”45. Como
denuncia Llano, la sociedad civil “apela a la instancia económica, siendo el mercado su campo de
referencia habitual”46, lo que le convierte en un sector residual, minoritario, sin vida propia más allá del
mercado que es el sujeto que marca sus reglas de comportamiento. El mundo vuelve a quedar dividido
otra vez entre el Estado y el mercado, lo público y lo privado.
LO PÚBLICO Y LO PRIVADO
Y es que esta distinción, el eje público/privado, clave en la discusión sobre la sociedad civil, es totalmente
ajena a la sociedad compleja y globalizada en la que desarrollamos nuestra existencia. Si bien es cierto
que, desde un punto de vista formal y jurídico, es necesario distinguir el ámbito privado de la esfera
pública, no es menos cierto que tal distinción no equivale a una separación, ya que ésta difícilmente se
sostendría desde lo antropológico: a toda persona le corresponde la vocación humana, social, de
ciudadano y, a su vez, todo ciudadano es persona privada, dotada de derechos individuales y cívicos.
Para la escuela liberalista lo público es el sistema, la forma política, la economía, el orden educativo... y
toda esta estructura deberá ser compatible con cualquier modelo de virtud personal. Cualquier elección
que las personas consideren adecuada en el orden de lo privado debería ser compatible con el orden
público, dada su separación radical, su independencia, siguiendo el principio kantiano de autonomía.
Frente a la imposibilidad de construir un sistema político exclusivamente sobre el principio de
autonomía, Rawls nos habla del solapamiento de todos aquellos que pretenden relacionarse, a través de
la búsqueda de lo común, lo convergente, olvidando, por el “velo de ignorancia”, sus diferencias en lo
sustancial. Rawls fundamenta así lo público en razones morales, en un compromiso, una versión moderna
del pacto. Habërmas, por el contrario, dentro de las tesis liberales se referirá a un concepto intermedio,
la Moral, como principio mediador entre lo político y lo ético, lo público y lo privado. La Moral en
Habërmas sería una “instancia intermedia entre la esfera política y las éticas personales, en la que los
Individuos pueden hacer uso de la Razón Práctica para ponerse de acuerdo sobre contenidos morales
necesarios en la vida política”53. Su posición intermedia se complica ya que, aunque Habërmas
fundamenta su discurso político en la moral, la imposibilidad de acuerdo, la constatación de la
complejidad y el pluralismo de la sociedad actual, le hace reducir su concepto de Moral a simple
procedimiento: a un respeto del proceso democrático, la libertad de comunicación y los poderes
constitucionales; lo que, como critica Rawls con acierto, no garantiza la justicia, estamos, sin duda, ante
un punto de partida pero no de llegada54. No basta la libertad de discurso, el procedimiento, para
garantizar unos resultados, es necesaria su racionalidad, para cuya determinación se haría necesaria una
sustancia común, en forma de cultura política común basada en una Moral común, algo, una intuición
que reconozca que la soberanía popular y los derechos humanos tienen las mismas raíces. Como se puede
comprobar aquí también el salto, la separación entre lo público y lo privado, entre ética y Moral en el
discurso Habërmasiano resulta tremendamente forzado. Un salto que, como puede verse en unos y otros,
se realiza conforme a un principio que podríamos llamar de la común razón humana, traducida en la idea
de Razón Pública. El problema final será el de siempre, la dificultad de hacer compatible un concepto de
justicia, elaborado conforme a la razón pública, con una sociedad pluralista, con el consiguiente
problema de base de encontrar un concepto de persona tan suficientemente neutral que pueda ser
aceptado por gentes con visiones tan distintas del mundo. Así los ciudadanos pondrían la causa común,
el bien común, por encima de sus intereses particulares.
Así los ciudadanos pondrían la causa común, el bien común, por encima de sus intereses particulares. La
articulación de este bien común, de esta superación de los meros intereses privados, se realizaría
alrededor del concepto de virtud. Una virtud que transcendería el interés privado a través de la
participación política, como propone Arendt, y actuaría como conciliadora de intereses.
El Estado en este esquema desempeña la función de legitimador, gozando de cierta autonomía respecto
de los diversos intereses sociales, y reservándose cierta capacidad para responder a las demandas que
suavicen un tanto las desigualdades generadas por el sistema. Las posturas, como se puede ver, se
mantienen enfrentadas, pero todas coinciden sobre un elemento estructurador la acción de los grupos
intermedios como elemento de participación como respuesta a la innegable crisis de la representación.
CRISIS DE LA REPRESENTACION.
En el epígrafe anterior hemos abordado tres elementos estructurales esenciales en los que es posible
localizar elementos configuradores de la crisis del Estado. Ahora vamos a afrontar el segundo de los
conceptos que hemos señalado como necesitado de revisión, el concepto de la representación política.
Como se ha podido observar durante la exposición de las distintas fases de la representación, las
exigencias de la representación son principalmente tres, la representatividad, la gobernabilidad
pluralismo y la tercera como elemento de cierre y garantía del sistema. Estos conceptos se construyen
desde su origen desde la tensión representatividad-gobernabilidad, que ya denunció Habërmas con su
concepto de la crisis de legitimación democrática86, en la que alerta frente a la virulencia con que esta
tensión se manifiesta en el modelo del Estado intervencionista. Su argumento gira en torno a la
generalización del sufragio universal, que se entendía que venía a operar el máximum posible de
presencia activa de la sociedad sobre el Estado, y la expansión creciente y tendencialmente ilimitada de
la acción del gobierno.
Desde sus orígenes la representación nace como un medio para facilitar el ejercicio de la soberanía de
los ciudadanos sobre los asuntos públicos; un instrumento por tanto para el gobierno y en función de su
utilidad se ha ido desarrollando el concepto en pro de la verdad, la representatividad o la eficacia. La
generalización del sufragio universal se entendió como la consagración de la participación ciudadana en
el Estado, la posterior consolidación de los partidos políticos como protagonistas del sistema
democrático, y, en su última fase, la aparición del poder ejecutivo y su establecimiento como auténtico
poder político, son las fases del desarrollo histórico que en todo momento vela por la conservación de la
estabilidad parlamentaria.
Este desarrollo desemboca en una toma final de protagonismo por parte de la propia. Administración
pública, de la que surge el nuevo espacio social que el ciudadano pasa a ocupar en las democracias
contemporáneas. El desarrollo de la tecnocracia y la expansión del modelo de la racionalidad legal-
burocrática de Max Weber, producen en último término el alejamiento del proceso de la representación
de la conformación de la realidad social y jurídica en la que se desenvuelve la vida de los ciudadanos.
Así se da la tremenda paradoja de que mientras el Parlamento sufre una apertura, que podríamos calificar
de total, hacia la sociedad a través del sufragio universal, el eje de la actuación del Estado se desplaza
hacia el ejecutivo comenzando a operar con criterios de eficacia tecnocrática, independientes de la
voluntad representada de los electores. “La esfera del bienestar se ha configurado así durante la etapa de
apogeo del Estado de bienestar como un circuito deslegalizado y asumido de forma autónoma por el
Ejecutivo, alejándose de la esfera institucional representativa por excelencia, es decir, el Parlamento. De
esta manera el impacto del circuito de la representación sobre la esfera de la gobernabilidad tiende a
quedar considerablemente atenuado”.
Conclusión
Bibliografía
LINARES QUINTANIA, SEGUNDO V.: Tratado de la ciencia del Derecho Constitucional, Alfa,
Buenos Aires, 1960, T. VII, Sección decimoséptima (Grupos de interés y de presión), pp. 675 a 718.
BIDART CAMPOS, GERMÁN JOSÉ: Grupos de presión y factores de poder, Ed. Peña Lillo, Buenos
Aires, 1961.
CELIS, JAQUELINE B. DE: Los grupos de presión en las democracias contemporáneas, Tecnos,
Madrid, 1963.
ALVAREZ, NATALE HUGO E.: Contribución al estudio de los grupos de interés, Abeledo-Perrot,
Buenos Aires, 1960.