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IGUALDAD DE OPORTUNIDADES

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BLOQUE 1: SISTEMA SEXO – GÉNERO.

INTRODUCCIÓN

En este bloque haremos referencia a los conceptos sexo y género, para de


esta forma clarificar su significado, ya que existen en la actualidad confu-
sión entre los mismos. Es necesario a la hora de trabajar la Igualdad de
Oportunidades partir de estos términos puesto que son explicatorios a la
hora de entender los estereotipos y prejuicios sexistas que se tienen en la
sociedad actualmente sobre las mujeres y hombres.

¿Las diferencias que existen entre mujeres y hombres son exclusivamente


biológicas? ¿O hay diferencias aprendidas culturalmente? ¿Qué roles o pa-
peles sociales tenemos o nos han adjudicado a hombres y mujeres?

Tema 1. Introducción
Tema 2. Sexo – género.
Tema 3. Roles, prejuicios y estereotipos de género.

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TEMA 1. INTRODUCCIÓN.
Nacer inscribe a la persona en un grupo, en una sociedad. Desde ese preciso momen-
to se reconoce al bebé que nace como niño o niña, como un ser diferenciado
biológicamente y que irá madurando hasta convertirse en un ser adulto, para ello
tendrá que relacionarse e interactuar con su entorno, con su medio. En este proceso,
que dura toda su vida, irá construyendo su identidad, identificándose con quienes
sean afines y diferenciándose de quienes no formen parte del grupo.

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El primer agente socializador en este proceso de maduración personal será su familia,
su padre y su madre, fundamentalmente. Son las personas más relevantes en princi-
pio, ya que con ellos mantiene las primeras interacciones. También pueden ser otras
personas dentro de la familia, en todo caso serán aquellas que tengan a su cargo la
crianza del bebé (abuelas, tías, hermanas, etc.). Éstas se convertirán en modelos a
seguir para el bebé. A través de las primeras palabras, los primeros gestos, los prime-
ros actos que el bebé reconozca, el bebé (o la bebé) irá configurando su primera
visión del mundo y de las personas que en él habitan.

Otro de los agentes socializadores importantes a lo largo de la vida del menor es la


escuela, que es un ámbito en el que se separa físicamente de los miembros de su
familia para interactuar en otro espacio y con otras personas, profesorado y alumnado,
siendo este último un factor de socialización importante durante toda la vida de una
persona.

Los medios de comunicación, son considerados de igual forma un agente de socializa-


ción. En la actualidad, están cobrando una gran importancia, y tienen un gran peso.
Igualmente, los cuentos populares, las canciones, las películas, etc., influyen de ma-
nera social a lo largo de la vida de un chico o una chica.

Todos estos agentes socializadores, encuadran a las chicas y a los chicos dentro de un
modelo socialmente aceptado de ser mujer y ser hombre.

Todo ello lo denominamos proceso de socialización de nuestra identidad de género. A


este proceso de socialización se le llama socialización diferencial puesto que es
distinta en su contenido para mujeres y hombres. Es el proceso por el que niñas y
niños, desde su nacimiento, reciben mensajes y mandatos diferentes sobre las nor-
mas de comportamiento, lo que se considera propio de su sexo, y que está en función
de lo que la sociedad espera de ellas y ellos.

Así una pareja cuando decide tener un bebe, se imagina cómo puede ser, sus actitu-
des, sus valores, etc., y normalmente la madre y el padre, tiene unas ideas preconce-
bidas, una serie de expectativas en función de su sexo, que le condicionan a la hora de
desear un chico o una chica. Estas expectativas se basan en determinados modelos
sociales adecuados para la niña o para el niño, lo que llamamos Estereotipos1.
(1 Estereotipo Social: Es un modelo o creencia falsa sobre alguien basado en una característica de la
persona y que es aceptado socialmente. Por ejemplo: Todos los gitanos saben bailar flamenco, por el
hecho de ser gitanos. Eso es falso, no tiene que formar parte de la raza gitana, el saber bailar flamenco.)

En la actualidad y gracias a que nuestro sistema social no es estático, debido a los


cambios que se han ido sucediendo a lo largo de la historia (por ejemplo, el acceso de
la mujer al mundo laboral remunerado), se va rompiendo con todas esas expectativas
que tradicionalmente se le asignaron a la mujer y al hombre y que lo único que hacen,
es encuadrar a la mujer con unas características y al hombre con otras, limitándoles
de la posibilidad de poder desarrollarse plenamente y de compartir todas aquellas
esferas de la vida que deseen. 15
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TEMA 2.- SEXO – GÉNERO.


«No se nace mujer, llega una a serlo»
Simone de Beauvoir

Llamamos sexo a las diferencias biológicas entre varones y mujeres, es decir, a


los elementos anatómicos y fisiológicos que hacen posible la reproducción de la
especie. Es un hecho biológico y natural. El sexo es fijo, coinciden en todo, tiempo
y cultura.

El sexo viene determinado por la naturaleza, una persona nace con sexo mascu-
lino o femenino.

Marcela Lagarde define este concepto como: «sexo es el conjunto de caracterís-


ticas genotípicas2 (2conjunto de los genes de un individuo) y fenotípicas3 (3 Manifestación
visible del genotipo en un determinado ambiente.) presentes en los sistemas, funciones y
procesos de los cuerpos humanos; con base en él se clasifica a las personas por
su papel potencial en la reproducción sexual (.......)» (1996, pp13-38).

Así, podemos decir, según Marcela Lagarde, que los cuerpos humanos se diferen-
cian por las características genéticas que heredamos de nuestra ascendencia, y
que nos diferencian, y de esta forma afirmamos que chico y chica no son iguales
biológicamente.

Durante muchos años, hemos utilizado este concepto como único, para nombrar
el ser mujer o ser hombre, integrando en él, las características diferenciadoras
entre ambos sexos, tanto biológicas como culturales. Pero, esta confusión se ha
ido aclarando poco a poco, distinguiendo dicotómicamente dos conceptos, sexo y
género, que se definirán a continuación.

Podemos decir, que solo hace tres décadas se empezaron a aislar más científica-
mente lo que eran las conductas sociales (género), de lo que son manifestaciones
biológicas (sexo).

La noción de género aparece desde mediados de la década de los sesenta entre


las disciplinas socio–antropológicas. El género se configura por tanto como una
categoría conceptual que explica cómo la construcción social de nuestra cultura
ha transformado las diferencias entre los sexos en las desigualdades sociales,
económicas y políticas.

Según la Comisión Europea y la Dirección General de Empleo y Asuntos Sociales


(1998), el género es un concepto que hace referencia a las diferencias sociales
(por oposición a las biológicas) entre hombres y mujeres que han sido aprendi-
das, cambian con el tiempo y presentan grandes variaciones tanto entre diversas
culturas como dentro de una misma cultura (Comisión Europea. Dirección Gene-
ral de Empleo y Asuntos Sociales).

Por ejemplo, las mujeres tienen que ser femeninas, dulces, cariñosas... etc.
Los hombres fuertes, valientes, no pueden llorar, tienen que ser independientes,
resolutivos... etc.
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Las mujeres tienen que ser buenas madres, y buenas esposas. Son las encarga-
das y responsables del cuidado y limpieza de sus hijos e hijas. En el caso, que el
hijo o la hija estuviera mal cuidada o poco limpia, enseguida se piensa en que mal
lo está haciendo la madre, porque consideramos que es una obligación de las
mujeres madres.

Se trata de una definición específica cultural de la feminidad y de la masculinidad


y varía por lo tanto en el espacio y en el tiempo. Existen distintas versiones de

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estos arquetipos4 (Arquetipo: Representación que se considera modelo de cualquier manifesta-
ción de la realidad.) en función de múltiples variables: nivel educativo, cultura, nivel
económico, etnia, clase, origen rural o urbano, etc.

El género significa de diferente manera para alguien adolescente, que para al-
guien que vive en una ciudad o en una aldea interior, o a quien es de etnia gitana,
o es mujer víctima de violencia de género.

Margaret Mead (1987) pone de manifiesto en sus investigaciones que «las activi-
dades y aptitudes propias de uno y otro sexo difieren de unas culturas a otras
(...)»

El concepto de género designa lo que en cada sociedad se atribuye a cada uno de


los sexos, es decir, se refiere a la construcción social del hecho de ser mujer
y la construcción social del hecho de ser hombre, es decir, la interrelación
entre ambos, en todos los ámbitos de la vida (personal, social, institucional, etc.),
las diferentes relaciones de poder/subordinación que se producen y la función
social que se impone a mujeres y hombres. (OXFAM, 1997).

El Poder no se basa en la subordinación de otra persona.

Por ejemplo, la madre tiene el poder de regañar, castigar a sus hijas e hijos, es
considerado un poder real, aquí y ahora, pero cuando se dice: «cuando llegue tu
padre verás», a través de esta frase, se le está enseñando al menor que el poder
simbólico, el que importa, lo tiene el padre.

Por ejemplo, a pesar de que la mujer, esté accediendo al poder público, por ejem-
plo en la política, cada vez hay más alcaldesas, más ministras, más diputadas,
pero realmente el poder simbólico lo tienen los hombres, así, si observamos los
medios de comunicación, en los lugares de poder se observa una mayor presen-
cia masculina. Realmente los cargos en los cuales se insertan cada vez más mu-
jeres suelen ser más de representación política, mientras que la gestión, esto es,
donde se determinan las líneas políticas de intervención o la distribución de pre-
supuestos siguen estando masculinizadas, es decir, hay mas hombres.

Otro ejemplo para explicar esta relación de poder asimétrica que otorga mayor
valor a lo masculino y a los hombres que a lo femenino y a las mujeres pudiera
ser:

Cuando vamos a una consulta médica y desconocemos quién nos toca, entramos
en la consulta y vemos a una mujer. Algunas médicas refieren que hay personas
que les preguntan ¿dónde está el médico?, la confunden con una enfermera.
Estas personas reaccionan desde su cultura, aquella que sigue otorgando la auto-
ridad y el poder a los hombres.

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Afortunadamente, estas situaciones son cada vez menos frecuentes en una con-
sulta médica. Pero qué ocurriría si observáramos mujeres trabajando en una obra,
o conduciendo camiones, u hombres como cuidadores en guarderías, o como
trabajadores en domicilios, cuidando de personas mayores o personas depen-
dientes... la realidad se va flexibilizando, pero persisten espacios masculinizados
y feminizados. Contando los primeros con una relativa mayor valoración social.

El género se construye sobre marcas corporales que nos distinguen a las perso-
nas en hombres o mujeres. Incluso desde antes de nacer una persona, social-
mente se le asignan una serie de cualidades, valores, capacidades, roles, en
función del sexo como muy bien demuestran estudios.

Por ejemplo, cuando observamos a un bebé vestido de color azul, le tratamos de


una manera determinada, le decimos cosas diferentes (machote, qué gordote, y
que fuerte va ser este niño!...) que si el bebé estuviera vestido de rosa (qué linda,
que guapa, qué bonita..), incluso la entonación al referirnos al bebé cambia (una
entonación más suave cuando nos dirigimos a una bebé)

Cuando vemos a un bebé, si no diferenciamos su sexo a través de la ropa, busca-


mos si tiene pendientes (señal que se utiliza para diferenciar a las chicas) y así
designar si es chico o chica para tratar al bebé de acuerdo con su sexo, pero
¿tiene que tener un trato diferente un bebé en función de que sea niño o niña?.

En numerosas investigaciones se ha comprobado que las personas adultas tratan


de manera diferente a los bebés y a las bebés. Se observó que interactuaban de
manera diferente si creían que el bebé era niño o niña. Por ejemplo, cuando
creían que era un niño y éste lloraba, consideraban que quería jugar y que nece-
sitaba movimiento. En el mismo supuesto, pero creyendo que se trataba de una
niña, consideraban que estaba asustada y que les demandaba seguridad, enton-
ces la acunaban.

En otros estudios, se realizan análisis de los comentarios de los bebés, a las niñas
se les decía cosas como qué bonita eres y a los niños qué fuerte eres... Y es que
las personas adultas inmediatamente, en nuestros gestos y palabras diferencia-
mos a las niñas y niños en el trato desde el primer momento y con ello expresa-
mos expectativas distintas, en función del sexo.

Podemos decir, usando las palabras de Victoria Sau que el género «es la construc-
ción psicosocial del sexo» (1990).

Según Victoria Sau, el género tiene unas determinadas características como son
(1990, pp 136-37):
- Sólo hay dos, tantos como sexos, en la especie humana.
- Son simétricos y antitéticos, en la medida en que lo masculino se define
como contrapuesto a lo femenino y viceversa.
- Están jerarquizados: el masculino es dominante y el femenino está subordi-
nado.
- Cada cultura establece las pautas para los géneros de una forma diferente.
- Cuando el sexo deje de ser un factor estructurante de la sociedad, quedarán
las diferencias funcionales pertinentes y los dos géneros desaparecerán.

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Otras autoras lo definen de la siguiente manera:

Gerda Lerner, Género es «la definición cultural de la conducta que se considera


apropiada a los sexos en una sociedad y en un momento determinado».(1998, pp
3-4)

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Hace referencia a cómo se diferencian los sexos de una manera cultural, depen-
diendo de la sociedad en que te encuentres y en el momento que sea. Por ejem-
plo, no es lo mismo ser mujer aquí, en este país, que en África. No es lo mismo
ser mujer en la actualidad, que ser mujer hace 25 años, en los que en nuestro
país, nos encontrábamos en unas condiciones políticas y sociales diferentes.

Carole Pateman afirma que «la posición de la mujer no está dictada por la natu-
raleza, por la biología o por el sexo sino que es cuestión que depende de un
artificio político y social».

Según Carole Pateman, la posición que tienen o han tenido las mujeres, no de-
pende del hecho, de ser mujer biológicamente, si no que ha venido marcada por
cuestiones políticas y sociales. Por ejemplo, la posición que tiene la mujer en la
sociedad africana, proviene de una cultura, de una sociedad y de una organiza-
ción política determinada. Dentro de la vida política de ese país, la mujer no
existe socialmente, está en una posición totalmente discriminada y excluida de la
vida pública.

Alicia Puleo, por otra parte, dice que género «es el carácter construido
culturalmente, de lo que cada sociedad considera masculino o femenino».

El género es la definición de las mujeres y de los hombres construida socialmente


y se refiere a las características, habilidades, destrezas, roles y funciones que se
consideran apropiadas y propias de mujeres y de hombres. Así, podemos decir
que hombres y mujeres no somos iguales, hay una serie de características bioló-
gicas (sexo) que nos diferencian, pero también hay otras que son de carácter
social (género).

Por ejemplo, mientras sólo las mujeres pueden gestar y parir (diferencia determi-
nada biológicamente), la biología no dicta quién cuidará a los y las bebés (com-
portamiento sociológicamente determinado).

Existe una distinción conceptual entre «sexo» y «género».

Sexo: condiciones físicas y biológicas, es decir, las diferencias anatómico–fisioló-


gicas–biológicas entre macho y hembra.

Género: clasificación sociocultural sobre los rasgos y roles masculino y femenino,


se debe a Ann Oakley (1972). Para que sea más claro, y resumiendo lo explicado
anteriormente, exponemos estas diferencias en la siguiente tabla:

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SEXO GÉNERO

Diferencias biológicas Diferencias Sociales

Naturales Bases culturales (se aprende)

Fijas Sujetas a cambio.

Por ej; las mujeres gestan y Por ej; las mujeres han sido
paren y los hombres no encargadas del cuidado de los
pueden. y las menores, por ser mujer,
y los hombres se les ha
encargado ser el cabeza de
familia, el que traía el dinero a
casa.

Tras analizar los conceptos de sexo y género, podemos afirmar que éstos son
prácticamente inseparables en la vida cotidiana de los seres humanos, por lo que
se acuñó la expresión «Sistema Sexo–Género». Hace mención a la construcción
biológica y a la construcción social de los seres humanos. Es decir, partimos de un
planteamiento que trasciende las teorías esencialistas que justifican las desigual-
dades sociales entre mujeres y hombres planteando que el origen de ésta es
natural y por tanto no se puede modificar.

Mujeres y hombres somos diferentes biológicamente, pero somos más parecidos


que diferentes, precisamente porque somos seres humanos y en todo caso, nues-
tras diferencias no justifican las desigualdades sociales: mayor desempleo feme-
nino que masculino, violencia sexista, visualizacion de las mujeres como objeto
sexual, menor autoridad social reconocida a las mujeres, etc.

El sistema Sexo–Género históricamente ha generado una situación de discrimina-


ción y marginación de las mujeres en los aspectos económicos, políticos, sociales
y culturales, es decir, en los ámbitos público y privado, estableciendo muy clara
y diferenciadamente la intervención de los hombres en la esfera productiva y de
las mujeres en la reproductiva. Esto es lo que se denomina patriarcado.

La base fundamental del patriarcado es pues la división sexual del trabajo, que
ubica a las mujeres en el ámbito privado, con la responsabilidad del cuidado de la
familia y a los hombres en la esfera pública en trabajos productivos.

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Este sistema ha determinado tanto la posición social diferenciada para mujeres y
hombres como las relaciones desiguales entre ambos. En todas las sociedades
existe una versión del patriarcado dónde lo masculino y los hombres como géne-
ro ocupan una posición dominante. Como ya hemos dicho existen variaciones de
unas sociedades a otras e incluso se producen modificaciones con el paso del
tiempo. En todo caso, esa división entre los sexos es siempre construida social-
mente y no el producto de diferencias biológicas. No hay ninguna razón objetiva

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que explique que la diferencia deba convertirse en desigualdad.

Este es uno de los más injustos, falsos y represores planteamientos de nuestra


sociedad contemporánea y que se traduce en uno de los problemas más graves
de nuestra existencia humana porque consigue disociarnos y dividirnos desde lo
más profundo de nuestra identidad; porque nos empobrece a todos, hombres y
mujeres; porque a todas y a todos, nos da una visión parcial e incompleta de la
existencia y nos limita las posibilidades de vivir experimentando la total riqueza
de nuestra personalidad. (Lucini, 2000).

Como explica Lucini, las desigualdades entre mujeres y hombres no sólo ocupan
el ámbito social sino que conforman la identidad personal de unas y de otros. De
tal forma, que el patriarcado no es algo que los hombres le impongan a las muje-
res, sino una organización social mantenida por ambos. La desigualdad forma
parte de nuestras vidas y así lo asumimos, nos socializamos en ella y aprendemos
a desarrollarnos a partir de ella. En nuestras relaciones, en la posición social que
ocupamos, en nuestra forma de pensar y de actuar, etc., encontramos multitud
de ejemplos en este sentido.

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TEMA 3.- ROLES DE GÉNERO, ESTEREOTIPOS Y


PREJUICIOS SEXISTAS
Durante muchos siglos, las mujeres y los hombres han estado viviendo en una
sociedad androcéntrica5, (5 Sociedad Androcéntrica: Vivir en una sociedad que se toma al
hombre como medida de todas las cosa sin pensar que lo masculino engloba la totalidad de lo
humano. Considerar que todo lo que la especie humana ha logrado lo han hecho los hombres, o al
revés que lo que han hecho los hombres, es lo que ha hecho la humanidad. Es una visión del mundo
que coloca al hombre como el centro de referencia del Universo y simultáneamente oculta, en un
segundo plano a la mujer.) dónde el hombre ha sido el centro de toda la sociedad. Este
modelo unilateral ha sido desarrollado por la cultura, las costumbres, las religio-
nes y también por la ciencia, de tal manera que desde todos estos ámbitos se ha
querido explicar y justificar las desigualdades de género.

Por ejemplo Eduardo Galeano, pone varios ejemplos en este sentido en su libro
Patas Arriba (1999).

«Nunca han faltado pensadores capaces de elevar a categoría científica los pre-
juicios de la clase dominante, pero el siglo XIX fue pródigo en Europa. El filósofo
Auguste Comte, uno de los fundadores de la sociología moderna, creía en la
superioridad de la raza blanca y en la perpetua infancia de la mujer. Como casi
todos sus colegas, Comte no tenía dudas sobre este principio esencial: blancos
son los hombres aptos para ejercer el fado sobre los condenados a las posiciones
sociales subalternas.

Cesare Lombroso convirtió al racismo en tema policial. Este profesor italiano, que
era judío, comprobó la peligrosidad de los salvajes primitivos mediante un méto-
do muy semejante al que Hitler utilizó, medio siglo después, para justificar el
antisemitismo. Según Lombroso, los delincuentes nacían delincuentes y los ras-
gos de animalidad que los desataban eran los mismos rasgos de los negros africa-
nos y de los indios americanos herederos de la raza mongoloide. Los homicidas
tenían pómulos anchos, pelo crespo y oscuro, poca barba, grandes colmillos; los
ladrones tenían nariz aplastada; los violadores, labios y párpados hinchados. Como
los salvajes, los criminales no se sonrojaban, lo que les permitía mentir descara-
damente. Las mujeres si se sonrojaban, aunque Lombroso había descubierto que
«hasta las mujeres consideradas normales, albergan rasgos criminaloides»» (No-
viembre, 1999, pág 54.)

«Si las Santas Apóstolas hubieran escrito los Evangelios, ¿Cómo sería la primera
noche de la era cristiana?

San José, contarían las Apóstolas, estaba de mal humor. Él era el único que tenía
cara larga en aquel pesebre donde el niño Jesús, recién nacido, resplandecía en
su cuna de paja. Todos sonreían: La Virgen María, los angelitos, los pastores, las
ovejas, el buey, el asno, los magos venidos del Oriente y la estrella que los había
conducido hasta Belén. Todos sonreían, menos uno. San José, sombrío, murmu-
ró: Yo quería una nena.» ( Noviembre, 1999. Pág. 69)

«Si Eva hubiera escrito el Génesis ¿Cómo sería la primera noche de amor del
género humano?

Eva hubiera empezado por aclarar que ella no nació de ninguna costilla, ni cono-
ció a ninguna serpiente, ni ofreció manzanas a nadie y que Dios nunca le dijo que
parirás con dolor y tu marido te dominará. Que todas esas historias son puras
22 mentiras que Adán contó a la prensa.» (Noviembre, 1999. Pág 70)
La Historia, la Etnografía, la Antropología, la Medicina, la Psicología, y el resto de
las ciencias están impregnadas de los valores culturales de la sociedad que les da
origen y, por ello, nos encontramos que éstas tratan de explicar la necesidad de
tutela de personas de otros continentes y de las mujeres. No podemos olvidar
que en el siglo XIX se inician el colonialismo y el sufragismo. La ciencia durante
más de cien años justificó la necesidad de dominar para poder expoliar otros
continentes, además de justificar el secuestro de los derechos políticos de las
mujeres, las cuales eran concebidas como eternas menores de edad.

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Como venimos explicando entre hombres y mujeres existen diferencias estableci-
das por la naturaleza y desigualdades establecidas por la cultura. De ahí surge la
diferenciación entre sexo y género, como aspectos de construcción biológica y
aspectos de construcción cultural, que hemos explicado en el apartado anterior.

Este sistema, insistimos, ha favorecido la preeminencia social de lo masculino


sobre lo femenino marcando unos roles distintos para las mujeres y hombres, sin
tener en cuenta sus capacidades, deseos, habilidades y potencialidades indivi-
duales.

Se denomina rol al papel social o conjunto de tareas y funciones derivadas de


una situación o status de una persona en un grupo social.

El rol masculino consiste esencialmente en el mantenimiento económico de la


familia, de las relaciones con el trabajo remunerado fuera del hogar y de las
relaciones en la esfera pública. Por ejemplo, en cada familia, el hombre ha sido el
llamado «cabeza de familia», la persona que mantenía la economía de la familia,
la persona que se responsabilizara de que no faltara nada vital en la familia (co-
mida, ropa, libros para la escuela...).

Por su parte el rol femenino consiste principalmente en el desarrollo de las funcio-


nes relacionadas con la reproducción de la vida: el cuidado del hogar y la atención
a las necesidades de los demás en la familia. Por ejemplo, la mujer en la familia,
ha realizado su rol de madre y cuidado de sus hijos e hijas, la atención cuando
han estado enfermos y enfermas, la atención en su educación (las madres siem-
pre han ido normalmente a hablar con el profesorado para conocer la evolución
del menor en la escuela), atenta en realizar todas las comidas, el cuidado de la
limpieza del hogar, la atención al cuidado de mayores si los hubiese y demás
necesidades que formasen parte de la familia.

El género también dicta cuales son los comportamientos, las expectativas socia-
les de las mujeres y de los hombres. El sistema social se asegura que los hombres
y las mujeres actúen exactamente como se espera, castigando a quien rompa la
norma o se diferencie del modelo social implantado. ¿Significa todo ello, que no
se pueden modificar los roles sociales? Cada cual ha de enfrentarse a lo largo de
su vida, a tensiones entre diferentes aspectos de su identidad, tanto si se aseme-
ja al arquetipo, como si se diferencia de él.

Cada persona tendrá que enfrentarse y tomar decisiones al respecto. Por ejem-
plo, si una mujer quiere desarrollar una carrera profesional (por ejemplo, medici-
na) tiene que elegir si quiere tener una familia o no. Porque tendrá que pensar en
los años de estudio, y en el tiempo que tarde en ejercer su carrera profesional, y
tendrá que contar que si quiere ser madre, tiene que controlar la edad para ello.
Tiene que pensar cómo va a combinar su vida personal con su vida laboral y el
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coste emocional que esto le supondrá. Mientras que los hombres, no tienen que
combinar nada, pueden ejercer ambas cosas sin tener que encontrarse en la
situación de posponer, limitar o renunciar a alguna de ellas.

El género es un enfoque, una categoría de análisis que nos ayuda a comprender


la condición femenina y la situación de las mujeres, también nos ayuda a analizar
la condición masculina y la situación de los hombres. A continuación vamos a
expresar a través de un cuadro, las características que definen un modelo mascu-
lino y femenino, los cuales conllevan determinados roles sociales para las muje-
res contrapuestos al de los hombres.

Modelo masculino Modelo femenino

Al hombre se le atribuyen los A la mujer se le atribuyen los rasgos


rasgos siguientes: siguientes:
- Aptitud para las ciencias, - Obediencia, generosidad,
amor al riesgo y la lucha, predisposición a la dedicación
capacidad de organización, a las personas que le rodean,
ser combativo, agresivo, coquetería para gustar,
lúcido, creador, decidido, frivolidad, pasividad,
emprendedor, tenaz, firme... dependencia, inestabilidad
seguridad, autoridad, emocional, sensibilidad,
competitividad... sumisión, intuición,
- Se le suponen cualidades afectividad...
como la actividad, seguridad - En conjunto destacan el deseo
en si mismo y el control de de agradar y los aspectos
las emociones. afectivos sobre los intelectuales.

Ocupan mayoritariamente el Ocupan mayoritariamente el ámbito


ámbito público; dónde se privado, que es el espacio
desarrollan todos los poderes: imprescindible para la supervivencia
económico, social, político, pero que carece de reconocimiento
religioso, científico, ideológico... social. Carece de legitimidad propia,
está subordinado a lo público y su
valoración depende de éste.

Se estimula su autonomía, Se favorece el espíritu de


capacidad de hacer frente a los dependencia, supeditación: deberá
conflictos por si mismo, su elaborar su programa vital en razón
disposición elaborar y programar de los intereses de otras personas
proyectos vitales teniendo en (padres, novio, cónyuge, hijos o
cuenta, fundamentalmente, sus hijas...)
propios intereses e inquietudes.

No se potenciará en él la No se potenciará en ellas, de una


sensibilidad, la autonomía para la forma especial: la seguridad en sí
vida privada, la predisposición a la mismas, la autoestima, la capacidad
dedicación a las personas, las para la defensa personal, la
habilidades para gobernar su vida autoridad, la predisposición a la
emocional, etc. acción pública, etc.

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El hecho de que existan distintos modelos femeninos y masculinos en cada cultu-
ra, que estos hayan cambiado con el tiempo nos demuestra que no son modelos
universales, ni establecidos biológicamente, sino que son culturales. Todas estas
capacidades no son naturales, se deben a lo que anteriormente se ha explicado,
la llamada socialización diferencial, que es el proceso por el que niñas y niños,
desde su nacimiento, reciben mensajes y mandatos diferentes sobre las normas
de comportamiento, lo que se considera propio de su sexo, y que está en función

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de lo que la sociedad espera de ellas y ellos.

Como ya se comentó en páginas anteriores, en el proceso de socialización, inter-


vienen distintos agentes, como son la familia, la escuela, los medios de comuni-
cación, el grupo de amistades, etc. Estos mensajes y mandatos no pertenecen
solo al pasado, en la actualidad por ejemplo no tiene más que visitar unos gran-
des almacenes, observar los anuncios televisivos para niños y niñas o revisar los
regalos que les han traído en las pasadas navidades los Reyes Magos. Estos sig-
nos, muestran la incidencia cultural en la determinación del género. Estos com-
portamientos educativos por parte de las personas adultas son todavía mayorita-
rios, aunque existe la percepción social de que están ya superados.

En los cuentos, las canciones, los dibujos animados, nos encontramos con men-
sajes estereotipados, que intentan adoctrinar a las niñas y niños en las funciones
que se consideran propias de su sexo. Estos mensajes suelen ser muy sutiles,
sobre todo actualmente, por ejemplo, un niño puede jugar con una cocinita, un
cochecito capota o con su muñeca preferida y no sería castigado por eso, siempre
que lo haga en su casa, es decir, no públicamente, para evitar así la crítica social.

Por ejemplo, si tu hija te pide una pistola para los Reyes Magos y tu hijo te pide
una barbie, aunque tu quieras regalarles otra cosa, ¿Es aprendida esa conducta?.
En la actualidad los y las menores que viven en una sociedad en la que está muy
marcada el modelo femenino y el modelo masculino, lo normal es que pidan lo
que socialmente está aceptado en función del sexo, porque los medios de comu-
nicación te lo transmiten, porque tus padres y madres en la mayoría de los casos
también, ya sea a través del lenguaje verbal o el no verbal, porque tus abuelos y
abuelas de igual forma te lo dicen... Se adoctrina al menor, para que se encuadre
dentro del modelo femenino o masculino, socialmente aceptado. Los juguetes, de
manera sexista, también están encuadrados en función del sexo, sea masculino o
femenino.

Cuando tu hijo o tu hija te pide un juguete que no es tradicionalmente acorde con


su sexo, es simplemente porque le gusta, porque ha visto a otros niños o niñas
jugar con una barbie, y quiere tenerla. Ellos y ellas no entienden de estereotipos
sexistas, ni de prejuicios.

En las diversas sociedades se configuran roles y estereotipos asignados a hom-


bres y a mujeres que conforman diversas maneras de sentir, pensar, actuar, y
vivir en muchas ocasiones opuestas, incompatibles y lo que todavía es peor, terri-
blemente injustas.

Otro concepto interrelacionado con los roles sociales, son los estereotipos so-
ciales, que se definen como cualquier modelo que, basado en prejuicios, se apli-
ca a un colectivo humano, suponiendo que todos y cada uno de los miembros del
colectivo responden al mismo patrón.
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IGUALDAD DE OPORTUNIDADES

Por ejemplo: Todas las personas de nacionalidad alemana son «cabeza cuadra-
das», de origen africano, excelentes deportistas, las de cultura árabe, machistas,
etc.

Es una opinión que se superpone y se impone sobre un determinado colectivo. El


estereotipo tiene una fuerte carga emocional, expresa los sentimientos y la opi-
nión de una persona respecto a otras. El hecho de que estén cargados con tintes
emocionales dificulta las acciones orientadas a extinguirlos o modificarlos. Al no
tratarse de ideas puramente racionales, las consideraciones de tipo intelectual no
resultan demasiado eficaces. Los estereotipos suelen apoyarse con frecuencia en
conductas consolidadas transmitidas de una generación a otra.

Los estereotipos sexistas son esos modelos aplicados a hombres y mujeres. Por
ejemplo, ninguna mujer sirve para mandar, ningún hombre es hábil en la vida
emocional, los hombres tienen que ser fuertes y protectores. En esta sociedad
androcéntrica en la que aún vivimos, luchamos día a día, contra estos estereoti-
pos sexistas que no favorecen a ninguno de los sexos.

No podemos hablar de estereotipos, sin hacerlo de los prejuicios, y concretamen-


te de los sexistas, que son aquellos juicios de valor, formas de pensar, que vamos
adquiriendo a partir de una aceptación explícita e implícita de la jerarquización
del colectivo de hombres y de las mujeres.

Por ejemplo, una hombre de seguridad de un centro comercial, ve llegar un grupo


de chicas, y se queda tranquilo, pero si ve llegar a un grupo de adolescentes
chicos, enseguida piensa que hay que estar pendiente, que hay que vigilarlos,
etc., por el hecho de que se tiene el estereotipo, de que los chicos son más
rebeldes, van a formar más jaleo, etc. A partir de este estereotipo, que lo tene-
mos muy aceptado socialmente, prejuzgamos, y decidimos tener más cuidado,
porque la van a montar en el centro comercial, «seguro que hacen alguna trasta-
da»... Y de las chicas, pensamos que son más tranquilas, que sólo van a ir miran-
do ropa, y no van a formar ningún escándalo.

Es casi inevitable que prejuzguemos sin conocer a la persona, debido a los este-
reotipos sociales que nos transmiten constantemente, y que no favorecen para
nada, una relación positiva entre los seres humanos. Por todo ello, tenemos un
papel muy importante en esta sociedad, para reconocer los estereotipos que nos
han trasmitido generación tras generación, y no reproducirlos en el tiempo, y así
no cometeremos prejuicios sexistas que discriminen a un sexo, frente al otro.

Marina Subirats dice: «Las mujeres han perdido confianza en sí mismas, en sus
criterios propios y en sus capacidades para afrontar otro tipo de responsabilida-
des; pero también hay que decir, que no sólo las mujeres han perdido, sino
también los hombres; los hombres han perdido la riqueza y el valor de la afecti-
vidad, de la emoción, del sentimiento, de la sensibilidad y de la ternura; capaci-
dades que les han sido reprimidas, y sin embargo, constituyen algunas de las
dimensiones más profundas, más enriquecedoras y más liberadoras de la exis-
tencia humana» (1991).

Ante esta realidad, tenemos mucho que decir y que aportar tanto en nuestro
ámbito profesional como en el personal, para conseguir la igualdad real de muje-
res y hombres. Una igualdad real que ha de partir de un modelo integral de
personas y en el que se acepte y valore por igual las características y roles de
26 hombres y mujeres.
BLOQUE 1
CONCLUSIÓN

En este bloque hemos intentado resumir cómo desde el nacimiento, muje-


res y hombres somos seres diferenciados biológicamente, pero no des-
iguales. Hay diferencias culturales que han sido aceptadas socialmente, y
que han marcado los estereotipos femeninos y masculinos, y que han
limitado tanto a unas como a otros de disfrutar de la diversidad humana.

Se ha realizado un repaso por los estereotipos sexistas que existen en


nuestra vida diaria, fuertemente marcados, y los prejuicios que se sus-
traen de los mismos, para así, invitar a la lectora y al lector a reflexionar
sobre ellos, hacerlos conscientes y poder evitarlos.

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