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BLOQUE 1: SISTEMA SEXO – GÉNERO.
INTRODUCCIÓN
Tema 1. Introducción
Tema 2. Sexo – género.
Tema 3. Roles, prejuicios y estereotipos de género.
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IGUALDAD DE OPORTUNIDADES
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TEMA 1. INTRODUCCIÓN.
Nacer inscribe a la persona en un grupo, en una sociedad. Desde ese preciso momen-
to se reconoce al bebé que nace como niño o niña, como un ser diferenciado
biológicamente y que irá madurando hasta convertirse en un ser adulto, para ello
tendrá que relacionarse e interactuar con su entorno, con su medio. En este proceso,
que dura toda su vida, irá construyendo su identidad, identificándose con quienes
sean afines y diferenciándose de quienes no formen parte del grupo.
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El primer agente socializador en este proceso de maduración personal será su familia,
su padre y su madre, fundamentalmente. Son las personas más relevantes en princi-
pio, ya que con ellos mantiene las primeras interacciones. También pueden ser otras
personas dentro de la familia, en todo caso serán aquellas que tengan a su cargo la
crianza del bebé (abuelas, tías, hermanas, etc.). Éstas se convertirán en modelos a
seguir para el bebé. A través de las primeras palabras, los primeros gestos, los prime-
ros actos que el bebé reconozca, el bebé (o la bebé) irá configurando su primera
visión del mundo y de las personas que en él habitan.
Todos estos agentes socializadores, encuadran a las chicas y a los chicos dentro de un
modelo socialmente aceptado de ser mujer y ser hombre.
Así una pareja cuando decide tener un bebe, se imagina cómo puede ser, sus actitu-
des, sus valores, etc., y normalmente la madre y el padre, tiene unas ideas preconce-
bidas, una serie de expectativas en función de su sexo, que le condicionan a la hora de
desear un chico o una chica. Estas expectativas se basan en determinados modelos
sociales adecuados para la niña o para el niño, lo que llamamos Estereotipos1.
(1 Estereotipo Social: Es un modelo o creencia falsa sobre alguien basado en una característica de la
persona y que es aceptado socialmente. Por ejemplo: Todos los gitanos saben bailar flamenco, por el
hecho de ser gitanos. Eso es falso, no tiene que formar parte de la raza gitana, el saber bailar flamenco.)
El sexo viene determinado por la naturaleza, una persona nace con sexo mascu-
lino o femenino.
Así, podemos decir, según Marcela Lagarde, que los cuerpos humanos se diferen-
cian por las características genéticas que heredamos de nuestra ascendencia, y
que nos diferencian, y de esta forma afirmamos que chico y chica no son iguales
biológicamente.
Durante muchos años, hemos utilizado este concepto como único, para nombrar
el ser mujer o ser hombre, integrando en él, las características diferenciadoras
entre ambos sexos, tanto biológicas como culturales. Pero, esta confusión se ha
ido aclarando poco a poco, distinguiendo dicotómicamente dos conceptos, sexo y
género, que se definirán a continuación.
Podemos decir, que solo hace tres décadas se empezaron a aislar más científica-
mente lo que eran las conductas sociales (género), de lo que son manifestaciones
biológicas (sexo).
Por ejemplo, las mujeres tienen que ser femeninas, dulces, cariñosas... etc.
Los hombres fuertes, valientes, no pueden llorar, tienen que ser independientes,
resolutivos... etc.
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Las mujeres tienen que ser buenas madres, y buenas esposas. Son las encarga-
das y responsables del cuidado y limpieza de sus hijos e hijas. En el caso, que el
hijo o la hija estuviera mal cuidada o poco limpia, enseguida se piensa en que mal
lo está haciendo la madre, porque consideramos que es una obligación de las
mujeres madres.
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estos arquetipos4 (Arquetipo: Representación que se considera modelo de cualquier manifesta-
ción de la realidad.) en función de múltiples variables: nivel educativo, cultura, nivel
económico, etnia, clase, origen rural o urbano, etc.
El género significa de diferente manera para alguien adolescente, que para al-
guien que vive en una ciudad o en una aldea interior, o a quien es de etnia gitana,
o es mujer víctima de violencia de género.
Margaret Mead (1987) pone de manifiesto en sus investigaciones que «las activi-
dades y aptitudes propias de uno y otro sexo difieren de unas culturas a otras
(...)»
Por ejemplo, la madre tiene el poder de regañar, castigar a sus hijas e hijos, es
considerado un poder real, aquí y ahora, pero cuando se dice: «cuando llegue tu
padre verás», a través de esta frase, se le está enseñando al menor que el poder
simbólico, el que importa, lo tiene el padre.
Por ejemplo, a pesar de que la mujer, esté accediendo al poder público, por ejem-
plo en la política, cada vez hay más alcaldesas, más ministras, más diputadas,
pero realmente el poder simbólico lo tienen los hombres, así, si observamos los
medios de comunicación, en los lugares de poder se observa una mayor presen-
cia masculina. Realmente los cargos en los cuales se insertan cada vez más mu-
jeres suelen ser más de representación política, mientras que la gestión, esto es,
donde se determinan las líneas políticas de intervención o la distribución de pre-
supuestos siguen estando masculinizadas, es decir, hay mas hombres.
Otro ejemplo para explicar esta relación de poder asimétrica que otorga mayor
valor a lo masculino y a los hombres que a lo femenino y a las mujeres pudiera
ser:
Cuando vamos a una consulta médica y desconocemos quién nos toca, entramos
en la consulta y vemos a una mujer. Algunas médicas refieren que hay personas
que les preguntan ¿dónde está el médico?, la confunden con una enfermera.
Estas personas reaccionan desde su cultura, aquella que sigue otorgando la auto-
ridad y el poder a los hombres.
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Afortunadamente, estas situaciones son cada vez menos frecuentes en una con-
sulta médica. Pero qué ocurriría si observáramos mujeres trabajando en una obra,
o conduciendo camiones, u hombres como cuidadores en guarderías, o como
trabajadores en domicilios, cuidando de personas mayores o personas depen-
dientes... la realidad se va flexibilizando, pero persisten espacios masculinizados
y feminizados. Contando los primeros con una relativa mayor valoración social.
El género se construye sobre marcas corporales que nos distinguen a las perso-
nas en hombres o mujeres. Incluso desde antes de nacer una persona, social-
mente se le asignan una serie de cualidades, valores, capacidades, roles, en
función del sexo como muy bien demuestran estudios.
En otros estudios, se realizan análisis de los comentarios de los bebés, a las niñas
se les decía cosas como qué bonita eres y a los niños qué fuerte eres... Y es que
las personas adultas inmediatamente, en nuestros gestos y palabras diferencia-
mos a las niñas y niños en el trato desde el primer momento y con ello expresa-
mos expectativas distintas, en función del sexo.
Podemos decir, usando las palabras de Victoria Sau que el género «es la construc-
ción psicosocial del sexo» (1990).
Según Victoria Sau, el género tiene unas determinadas características como son
(1990, pp 136-37):
- Sólo hay dos, tantos como sexos, en la especie humana.
- Son simétricos y antitéticos, en la medida en que lo masculino se define
como contrapuesto a lo femenino y viceversa.
- Están jerarquizados: el masculino es dominante y el femenino está subordi-
nado.
- Cada cultura establece las pautas para los géneros de una forma diferente.
- Cuando el sexo deje de ser un factor estructurante de la sociedad, quedarán
las diferencias funcionales pertinentes y los dos géneros desaparecerán.
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Otras autoras lo definen de la siguiente manera:
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Hace referencia a cómo se diferencian los sexos de una manera cultural, depen-
diendo de la sociedad en que te encuentres y en el momento que sea. Por ejem-
plo, no es lo mismo ser mujer aquí, en este país, que en África. No es lo mismo
ser mujer en la actualidad, que ser mujer hace 25 años, en los que en nuestro
país, nos encontrábamos en unas condiciones políticas y sociales diferentes.
Carole Pateman afirma que «la posición de la mujer no está dictada por la natu-
raleza, por la biología o por el sexo sino que es cuestión que depende de un
artificio político y social».
Según Carole Pateman, la posición que tienen o han tenido las mujeres, no de-
pende del hecho, de ser mujer biológicamente, si no que ha venido marcada por
cuestiones políticas y sociales. Por ejemplo, la posición que tiene la mujer en la
sociedad africana, proviene de una cultura, de una sociedad y de una organiza-
ción política determinada. Dentro de la vida política de ese país, la mujer no
existe socialmente, está en una posición totalmente discriminada y excluida de la
vida pública.
Alicia Puleo, por otra parte, dice que género «es el carácter construido
culturalmente, de lo que cada sociedad considera masculino o femenino».
Por ejemplo, mientras sólo las mujeres pueden gestar y parir (diferencia determi-
nada biológicamente), la biología no dicta quién cuidará a los y las bebés (com-
portamiento sociológicamente determinado).
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SEXO GÉNERO
Por ej; las mujeres gestan y Por ej; las mujeres han sido
paren y los hombres no encargadas del cuidado de los
pueden. y las menores, por ser mujer,
y los hombres se les ha
encargado ser el cabeza de
familia, el que traía el dinero a
casa.
Tras analizar los conceptos de sexo y género, podemos afirmar que éstos son
prácticamente inseparables en la vida cotidiana de los seres humanos, por lo que
se acuñó la expresión «Sistema Sexo–Género». Hace mención a la construcción
biológica y a la construcción social de los seres humanos. Es decir, partimos de un
planteamiento que trasciende las teorías esencialistas que justifican las desigual-
dades sociales entre mujeres y hombres planteando que el origen de ésta es
natural y por tanto no se puede modificar.
La base fundamental del patriarcado es pues la división sexual del trabajo, que
ubica a las mujeres en el ámbito privado, con la responsabilidad del cuidado de la
familia y a los hombres en la esfera pública en trabajos productivos.
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Este sistema ha determinado tanto la posición social diferenciada para mujeres y
hombres como las relaciones desiguales entre ambos. En todas las sociedades
existe una versión del patriarcado dónde lo masculino y los hombres como géne-
ro ocupan una posición dominante. Como ya hemos dicho existen variaciones de
unas sociedades a otras e incluso se producen modificaciones con el paso del
tiempo. En todo caso, esa división entre los sexos es siempre construida social-
mente y no el producto de diferencias biológicas. No hay ninguna razón objetiva
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que explique que la diferencia deba convertirse en desigualdad.
Como explica Lucini, las desigualdades entre mujeres y hombres no sólo ocupan
el ámbito social sino que conforman la identidad personal de unas y de otros. De
tal forma, que el patriarcado no es algo que los hombres le impongan a las muje-
res, sino una organización social mantenida por ambos. La desigualdad forma
parte de nuestras vidas y así lo asumimos, nos socializamos en ella y aprendemos
a desarrollarnos a partir de ella. En nuestras relaciones, en la posición social que
ocupamos, en nuestra forma de pensar y de actuar, etc., encontramos multitud
de ejemplos en este sentido.
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Por ejemplo Eduardo Galeano, pone varios ejemplos en este sentido en su libro
Patas Arriba (1999).
«Nunca han faltado pensadores capaces de elevar a categoría científica los pre-
juicios de la clase dominante, pero el siglo XIX fue pródigo en Europa. El filósofo
Auguste Comte, uno de los fundadores de la sociología moderna, creía en la
superioridad de la raza blanca y en la perpetua infancia de la mujer. Como casi
todos sus colegas, Comte no tenía dudas sobre este principio esencial: blancos
son los hombres aptos para ejercer el fado sobre los condenados a las posiciones
sociales subalternas.
Cesare Lombroso convirtió al racismo en tema policial. Este profesor italiano, que
era judío, comprobó la peligrosidad de los salvajes primitivos mediante un méto-
do muy semejante al que Hitler utilizó, medio siglo después, para justificar el
antisemitismo. Según Lombroso, los delincuentes nacían delincuentes y los ras-
gos de animalidad que los desataban eran los mismos rasgos de los negros africa-
nos y de los indios americanos herederos de la raza mongoloide. Los homicidas
tenían pómulos anchos, pelo crespo y oscuro, poca barba, grandes colmillos; los
ladrones tenían nariz aplastada; los violadores, labios y párpados hinchados. Como
los salvajes, los criminales no se sonrojaban, lo que les permitía mentir descara-
damente. Las mujeres si se sonrojaban, aunque Lombroso había descubierto que
«hasta las mujeres consideradas normales, albergan rasgos criminaloides»» (No-
viembre, 1999, pág 54.)
«Si las Santas Apóstolas hubieran escrito los Evangelios, ¿Cómo sería la primera
noche de la era cristiana?
San José, contarían las Apóstolas, estaba de mal humor. Él era el único que tenía
cara larga en aquel pesebre donde el niño Jesús, recién nacido, resplandecía en
su cuna de paja. Todos sonreían: La Virgen María, los angelitos, los pastores, las
ovejas, el buey, el asno, los magos venidos del Oriente y la estrella que los había
conducido hasta Belén. Todos sonreían, menos uno. San José, sombrío, murmu-
ró: Yo quería una nena.» ( Noviembre, 1999. Pág. 69)
«Si Eva hubiera escrito el Génesis ¿Cómo sería la primera noche de amor del
género humano?
Eva hubiera empezado por aclarar que ella no nació de ninguna costilla, ni cono-
ció a ninguna serpiente, ni ofreció manzanas a nadie y que Dios nunca le dijo que
parirás con dolor y tu marido te dominará. Que todas esas historias son puras
22 mentiras que Adán contó a la prensa.» (Noviembre, 1999. Pág 70)
La Historia, la Etnografía, la Antropología, la Medicina, la Psicología, y el resto de
las ciencias están impregnadas de los valores culturales de la sociedad que les da
origen y, por ello, nos encontramos que éstas tratan de explicar la necesidad de
tutela de personas de otros continentes y de las mujeres. No podemos olvidar
que en el siglo XIX se inician el colonialismo y el sufragismo. La ciencia durante
más de cien años justificó la necesidad de dominar para poder expoliar otros
continentes, además de justificar el secuestro de los derechos políticos de las
mujeres, las cuales eran concebidas como eternas menores de edad.
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Como venimos explicando entre hombres y mujeres existen diferencias estableci-
das por la naturaleza y desigualdades establecidas por la cultura. De ahí surge la
diferenciación entre sexo y género, como aspectos de construcción biológica y
aspectos de construcción cultural, que hemos explicado en el apartado anterior.
El género también dicta cuales son los comportamientos, las expectativas socia-
les de las mujeres y de los hombres. El sistema social se asegura que los hombres
y las mujeres actúen exactamente como se espera, castigando a quien rompa la
norma o se diferencie del modelo social implantado. ¿Significa todo ello, que no
se pueden modificar los roles sociales? Cada cual ha de enfrentarse a lo largo de
su vida, a tensiones entre diferentes aspectos de su identidad, tanto si se aseme-
ja al arquetipo, como si se diferencia de él.
Cada persona tendrá que enfrentarse y tomar decisiones al respecto. Por ejem-
plo, si una mujer quiere desarrollar una carrera profesional (por ejemplo, medici-
na) tiene que elegir si quiere tener una familia o no. Porque tendrá que pensar en
los años de estudio, y en el tiempo que tarde en ejercer su carrera profesional, y
tendrá que contar que si quiere ser madre, tiene que controlar la edad para ello.
Tiene que pensar cómo va a combinar su vida personal con su vida laboral y el
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coste emocional que esto le supondrá. Mientras que los hombres, no tienen que
combinar nada, pueden ejercer ambas cosas sin tener que encontrarse en la
situación de posponer, limitar o renunciar a alguna de ellas.
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El hecho de que existan distintos modelos femeninos y masculinos en cada cultu-
ra, que estos hayan cambiado con el tiempo nos demuestra que no son modelos
universales, ni establecidos biológicamente, sino que son culturales. Todas estas
capacidades no son naturales, se deben a lo que anteriormente se ha explicado,
la llamada socialización diferencial, que es el proceso por el que niñas y niños,
desde su nacimiento, reciben mensajes y mandatos diferentes sobre las normas
de comportamiento, lo que se considera propio de su sexo, y que está en función
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de lo que la sociedad espera de ellas y ellos.
En los cuentos, las canciones, los dibujos animados, nos encontramos con men-
sajes estereotipados, que intentan adoctrinar a las niñas y niños en las funciones
que se consideran propias de su sexo. Estos mensajes suelen ser muy sutiles,
sobre todo actualmente, por ejemplo, un niño puede jugar con una cocinita, un
cochecito capota o con su muñeca preferida y no sería castigado por eso, siempre
que lo haga en su casa, es decir, no públicamente, para evitar así la crítica social.
Por ejemplo, si tu hija te pide una pistola para los Reyes Magos y tu hijo te pide
una barbie, aunque tu quieras regalarles otra cosa, ¿Es aprendida esa conducta?.
En la actualidad los y las menores que viven en una sociedad en la que está muy
marcada el modelo femenino y el modelo masculino, lo normal es que pidan lo
que socialmente está aceptado en función del sexo, porque los medios de comu-
nicación te lo transmiten, porque tus padres y madres en la mayoría de los casos
también, ya sea a través del lenguaje verbal o el no verbal, porque tus abuelos y
abuelas de igual forma te lo dicen... Se adoctrina al menor, para que se encuadre
dentro del modelo femenino o masculino, socialmente aceptado. Los juguetes, de
manera sexista, también están encuadrados en función del sexo, sea masculino o
femenino.
Otro concepto interrelacionado con los roles sociales, son los estereotipos so-
ciales, que se definen como cualquier modelo que, basado en prejuicios, se apli-
ca a un colectivo humano, suponiendo que todos y cada uno de los miembros del
colectivo responden al mismo patrón.
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Por ejemplo: Todas las personas de nacionalidad alemana son «cabeza cuadra-
das», de origen africano, excelentes deportistas, las de cultura árabe, machistas,
etc.
Los estereotipos sexistas son esos modelos aplicados a hombres y mujeres. Por
ejemplo, ninguna mujer sirve para mandar, ningún hombre es hábil en la vida
emocional, los hombres tienen que ser fuertes y protectores. En esta sociedad
androcéntrica en la que aún vivimos, luchamos día a día, contra estos estereoti-
pos sexistas que no favorecen a ninguno de los sexos.
Es casi inevitable que prejuzguemos sin conocer a la persona, debido a los este-
reotipos sociales que nos transmiten constantemente, y que no favorecen para
nada, una relación positiva entre los seres humanos. Por todo ello, tenemos un
papel muy importante en esta sociedad, para reconocer los estereotipos que nos
han trasmitido generación tras generación, y no reproducirlos en el tiempo, y así
no cometeremos prejuicios sexistas que discriminen a un sexo, frente al otro.
Marina Subirats dice: «Las mujeres han perdido confianza en sí mismas, en sus
criterios propios y en sus capacidades para afrontar otro tipo de responsabilida-
des; pero también hay que decir, que no sólo las mujeres han perdido, sino
también los hombres; los hombres han perdido la riqueza y el valor de la afecti-
vidad, de la emoción, del sentimiento, de la sensibilidad y de la ternura; capaci-
dades que les han sido reprimidas, y sin embargo, constituyen algunas de las
dimensiones más profundas, más enriquecedoras y más liberadoras de la exis-
tencia humana» (1991).
Ante esta realidad, tenemos mucho que decir y que aportar tanto en nuestro
ámbito profesional como en el personal, para conseguir la igualdad real de muje-
res y hombres. Una igualdad real que ha de partir de un modelo integral de
personas y en el que se acepte y valore por igual las características y roles de
26 hombres y mujeres.
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