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La educación del guionista

Valentín Fernández-Tubau Rodés


La educación del guionista

¿Cómo debe enfrentarse el guionista ante la creciente


oferta formativa?

¿Cómo deben los docentes ponderar la utilidad de sus


programas formativos?

La calidad en la formación del guionista es esencial para


capacitar adecuadamente a las manos que crearán el
audiovisual del futuro. Y éstas, no son palabras
menores.

Cientos de aspirantes a guionista se lanzan cada año a la búsqueda


de la formación ideal que les signifique el pasaporte hacia sus
sueños.

Otros tantos guionistas ya iniciados buscan la multiplicación de sus


facultades para tener mayores probabilidades de éxito en un
mercado raquítico. Afortunadamente, lejos quedó la arrogancia de
aquellos cineastas que pensaban que tanta era su genialidad, que
no necesitaban ninguna otra formación.

Pero entre la postura arcaica de quién renegaba de la posibilidad de


aprender y la búsqueda desesperada de la panacea en un mar de
centros y plataformas de formación racional e irracional, existe un
término medio, seguramente, el más cercano a lo conveniente.

Necesidad de mayor formación la tenemos todos, aunque no sea la


misma. Nadie escapa a esa realidad. Pero ¿cómo diferenciar lo
que nos conviene de lo que no?

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En casi 20 años de estar apegado al mundo del guión, he sido


testigo de enfoques variados dentro y fuera de nuestras fronteras y,
con la humildad de quien reconoce la necesidad de seguir
aprendiendo, pero con la convicción de quien ha visto en cientos de
alumnos propios lo que mejor funciona, vierto en estas líneas
algunas claves de lo que a mi juicio debería contemplar toda
formación integral del guionista.

Como cualquier otra disciplina, el arte de escribir guiones debería


tener un planteamiento formativo que tuviera en cuenta la
necesidad de un aprendizaje teórico y a la vez práctico. Es decir, los
conocimientos teóricos que conllevan la apertura a nuevas
posibilidades creativas, sumados a la experimentación práctica de
esas posibilidades. Sólo así sabremos cómo funciona la teoría una
vez la aplicamos a la escritura de guiones.

De nada sirve el empacho teórico de libros o cursos si después


caemos en el síndrome del académico, aquél que todo lo sabe pero
nada practica. El guionista, subrayémoslo, no se hace leyendo, se
hace escribiendo.

Eso no significa que las inmersiones teóricas tanto en libros como


en cursos sean inútiles. Todo lo contrario. Pero es necesario que se
lleven al campo de la experimentación si deseamos recolectar su
verdadero valor. Y esa experimentación pasa por escribir.

Por otra parte, el arte del guión es ciertamente complejo. El


guionista juega con variables que todo aspirante debe preocuparse

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en conocer: estructura, composición de personajes, composición de


relaciones, diálogos, ritmo, construcción de debates temáticos… Y
desengañémonos, no todo el mundo está capacitado para transmitir
esos conocimientos; unos porque aun conociéndolos, no los saben
comunicar; otros, porque simplemente no los conocen.

En una sociedad ideal, existirían filtros para separar al profesor apto


del pseudoprofesor. En la nuestra, la tarea se deja al alumno. El
avispado no tendrá problema en indagar quién es el protagonista de
la oferta que se presenta, qué trayectoria tiene, qué opinan de él los
alumnos que han pasado por sus clases. El ingenuo, omitirá este
aspecto y es probable que caiga en las redes de quien debería
dedicarse a otra cosa.

Pero el complejo mundo de la formación no sólo encierra las


dificultades de saber evaluar al profesor que se propone en la oferta
formativa. Es relativamente fácil dar preferencia a un profesor con
experiencia profesional práctica y cientos de alumnos que
atestiguan los beneficios de su instrucción frente a los del profesor
excesivamente teórico que sólo puede citar los bostezos de sus
alumnos. Pero, a veces, la situación no es un blanco o negro tan
claro y el alumno necesita profundizar más allá de lo evidente.

Para los invasores del guión, no es demasiado complejo colgarse


una etiqueta y presentarse con un compendio de refritos de los
gurús más en boga, pensando que eso les otorga la entidad
suficiente para enseñar al novel. Sería pedirles demasiado que
consideraran, por ejemplo, que los gurús del guión son los

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responsables de implantar un método lineal de construcción de


guiones que ningún guionista brillante respeta, porque si lo hiciera,
dejaría de ser brillante.

¿Por qué? La respuesta no se encuentra en la teoría dramática sino


en la base de la psicología. El proceso creativo – circular- no
atiende a las leyes del proceso analítico –lineal- El problema estriba
en que ninguna de las vacas sagradas de la teoría del guión escribe
guiones; simplemente los analiza. Y los analiza bien. Pero las
técnicas que sirven para analizar no se parecen en nada a las que
sirven para escribir algo más allá de la mediocridad. ¿El resultado?
Cine enlatado. ¿Alguien ha escapado de los efectos tortuosos de
las películas en las que , construidas linealmente, podemos adivinar
cada giro que nos intenta sorprender?

Si el problema ya lo hereda quien aprende directamente de los


gurús del guión, imaginemos qué no heredarán quienes en su
ingenuidad caen en manos de los cocineros del refrito.

No hay más que ver la abundancia de cursos basados en los libros


de los gurús y los pocos que profundizan en aquellas materias que
éstos ni se atreven a tocar: generación de ideas, diálogos, debates
temáticos…

¿Significa eso que las teorías de los Field, McKee, Seger, Vogler y
demás figuras deben ser proscritas? Por supuesto que no. Pero sin
duda, no son suficiente, ni la panacea. Y mucho menos, sus refritos.

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La formación del guionista debe contemplar tanto el proceso


creativo circular como el proceso analítico lineal; además, debe
contener instrumentos de práctica tanto de uno como de otro y,
especialmente, debe implicar escritura.

Pero falta algo todavía. ¿No pensamos acaso que un arquitecto


debe estudiar las obras de los grandes o un músico las partituras de
los maestros? ¿Cuántos guionistas y aspirantes a guionista leen
guiones? Y no digo, “ven películas” sino “leen guiones”.

Parte imperativa de la formación del guionista debería ser la lectura


de guiones en el formato empleado por sus autores. Y no sólo cabe
aquí la lectura de buenos guiones, sino la de guiones peores
también.

Recapitulemos, pues.

Un buen programa formativo integraría la enseñanza de los


procesos creativos (circulares) y los procesos analíticos (lineales),
la teoría sobre las variables clave del guión, la lectura de guiones, y,
por supuesto, la escritura.

Pero la escritura de guiones no acaba en un primer guión. La


reescritura es una parte fundamental en la vida de todo guionista.

Y curiosamente, es en la reescritura del guión donde a veces


cobran más sentido algunos de los trabajos de los gurús, que
erróneamente se han trasladado al campo de la creación del primer

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guión, sometiéndolo al encorsetamiento de un proceso lineal de


construcción que hace muy difícil sobrepasar la mediocridad.

A la luz de estas reflexiones, recomendaría a guionistas noveles y


profesionales, que buscaran su progreso y perfeccionamiento en el
arte de escribir guiones teniendo muy en cuenta todos estos puntos.

No nos dejemos impresionar por el nombre de una institución ni por


las promesas de una presentación atractiva. Seamos rigurosos en
el análisis. ¿Qué programa se propone? ¿Quién lo propone? ¿Qué
experiencia tiene el formador? ¿Qué proporción de práctica
contiene?

Por supuesto no todas las ofertas formativas deben ser evaluadas


por el mismo patrón. Sería absurdo medir lo que puede ofrecer un
curso monográfico de uno o dos días contra lo que puede ofrecer un
master de dos años. O lo que puede ofrecer un buen libro contra lo
que puede ofrecer un taller de reescritura. Sin embargo, el análisis
sobre el interés de la oferta en su contexto debería ser realizado.

Afortunadamente para el alumno, los cursos presenciales conllevan


una ventaja adicional que, en mi opinión, a veces es tan valiosa
como la propia formación. Y es el tejido de contactos que
proporcionan, tan necesario para mantenerse motivado como para
entrar en nuestra industria. Cada vez más, el guionista aislado está
destinado al autismo intelectual.

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De ahí que la oferta formativa integral deba contener además un


elemento esencial, muchas veces olvidado: el análisis del mercado
y las estrategias más operativas para acceder al mismo. De nada
serviría tener escrita una obra de arte si no sabemos qué hacer con
ella y acaba en un cajón.

Desafortunadamente, muchas instituciones académicas se ven


sobrepasadas por esta exigencia natural del propio alumnado. El
aspirante a guionista no se conforma con aprender a escribir
guiones, desea también saber cómo venderlos, o al menos, como
moverlos. Y si la institución no proporciona esa parte esencial
formativa, ya sea dentro o fuera de la institución, es lógico que el
alumno la busque y encuentre por su cuenta, ya sea a través de su
involucración en webs especializadas, en asociaciones gremiales, o
asistiendo a jornadas específicas sobre mercado.

El viaje formativo no es sencillo, pero es apasionante. Y ni siquiera


una vez que dominamos suficientemente el arte y la técnica de la
escritura de guiones y aprendemos a moverlos, hemos llegado a
meta. Los programas de reescritura o los talleres de asesorías
pueden elevar nuestra obra y nuestra pericia a mayores alturas.

El guionista que piensa que no le queda nada por aprender, más


que un guionista arrogante, es un guionista muerto. El que, por el
contrario, disfruta del viaje, intuye que su formación va mucho más
allá de la escritura, y, en un momento determinado, se da cuenta de
que está aprendiendo y dominando el material del que se compone
la propia vida.

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Razón de más para que nadie que desee crecer en el arte de


escribir guiones se abandone perezosamente a las propuestas
formativas que se le presentan.

Suya es la responsabilidad de evaluarlas. La nuestra, como


formadores, es tener la sinceridad, honestidad, dedicación y
humildad para reconocer nuestros propios límites y, dentro de ellos,
proporcionar al alumno la mejor guía en su intenso viaje, cuidarle,
motivarle, inspirarle, darle fuerzas en su búsqueda, y proporcionarle
las herramientas adecuadas que le impulsen a perseverar en su
meta hasta el día en que se vea asentado como guionista.

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