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La gran pregunta que la Microeconomía responde

Autor: Luis Medina Ávila

Introducción

Por siglos, la Economía fue enseñada en las aulas por profesores de filosofía moral. Hoy, está
divorciada de esos orígenes. En 1776, Adam Smith, con la publicación de “La Riqueza de las
Naciones”, separó definitivamente la Economía de la filosofía, consolidándola como una ciencia
independiente, denominada en ese entonces Economía Política1.

En su célebre obra, Smith, abordó aquella misma interrogante que inquietaba a mercantilistas y
fisiócratas: ¿en qué consistía la riqueza de una nación? A diferencia de los anteriores, la riqueza,
para Smith, no se encontraba en la acumulación de metales preciosos ni en la explotación de la
tierra, sino en la división del trabajo y la producción de bienes y servicios.

Compartiendo la filosofía política liberal del pensamiento fisiócrata laissez faire, laissez
passer, Smith planteaba que el orden social se configura sobre la base del cuidado del propio
interés, lo que impulsa a la especialización, a la generación de excedentes y al establecimiento
del comercio mutuamente beneficioso, no por bondad o generosidad, sino por la búsqueda del
beneficio personal.

En la segunda mitad del siglo XIX, la ciencia económica es sacudida desde sus cimientos por
notables cambios que eclipsarían la economía política clásica y situarían en el trono del
pensamiento dominante a la economía neoclásica.

Uno de los grandes cambios fue la introducción del individualismo metodológico en reemplazo del
análisis de clases sociales de la economía política. El individualismo metodológico sostiene que las
únicas entidades reales y eficaces en la vida social son los individuos, o que todos los fenómenos
sociales pueden reducirse en última instancia a fenómenos referentes a individuos, propiedades
de individuos o relaciones entre individuos2. Margaret Thatcher, partidaria de este principio, no
por casualidad llegó a afirmar que la sociedad no existía, sólo los individuos, los hombres, las
mujeres y las familias.

1
El término economía política fue introducido en el siglo XVII. Su interés se enfocaba en el origen del valor, la
creación de la renta y su distribución entre los tres grandes grupos económicos: trabajadores, terratenientes y
capitalistas. Pero, en las últimas décadas del siglo XIX Alfred Marshall y los miembros de la escuela neoclásica
abandonaron este término y denominaron a la ciencia económica simplemente como Economía, dejando de lado el interés
en el valor, la renta y la distribución.
2
Jon Elster (1982), citado en Noguera (2003): “¿Quién teme al individualismo metodológico? Un análisis de sus
implicaciones para la teoría social”, papers 69, Barcelona.

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Y tomando en cuenta que la economía se define hoy más bien desde el enfoque metodológico, ya
no es descabellado afirmar que su objeto de estudio no es la riqueza, sino el comportamiento de
los individuos. Y el supuesto asumido es que todo comportamiento humano es racional.

Para los economistas Hirshleifer y Glazer (1994) 3, el comportamiento racional involucra dos
significados que a veces se confunden: el método y el resultado. El primero indica que un
comportamiento racional es aquel que deriva de un proceso de reflexión más que de prejuicios,
emociones o hábitos. El segundo lo define como la acción que permite lograr las metas. Para la
economía, la racionalidad es un concepto instrumental, por lo que es este último significado el
relevante. Dados los objetivos (o preferencias), los cuales son arbitrarios y fuera del ámbito de
la economía, el individuo racional sabrá cómo alcanzarlos y sólo los resultados netos de este
proceso serán importantes.

Ciertamente, suponer racionalidad no implica afirmar que los individuos reales se pasan la vida
haciendo cálculos de costo-beneficio o que siempre se comporten racionalmente. Simplemente,
las teorías y modelos que suponen racionalidad funcionan mejor que las que no lo hacen 4.

Pero, que los agentes económicos actúen satisfaciendo sus propios intereses no implica que la
sociedad en conjunto sea beneficiada. Por esta razón, para la escuela neoclásica era fundamental
la existencia de competencia en el mercado. Habiendo competencia, el mercado alcanzaría por sí
solo el equilibrio. Sólo había que dejarlo en paz.

Sin embargo, el matrimonio entre la economía neoclásica y la defensa del libre mercado sólo duró
hasta que el profesor de Cambridge Arthur Pigou, en la década del 20 del siglo pasado, desarrolló
la teoría de la Economía del Bienestar, dejando claro que el mercado perfectamente podía fallar5.

Este artículo tiene como propósito abordar la gran pregunta que la microeconomía responde. El
desarrollo de los temas es coherente con el contexto de un curso introductorio de economía, por
lo que las aproximaciones son simples y puramente conceptuales.

La gran pregunta

Evidentemente, los individuos no están solos. Un individuo optimizador intenta satisfacer sus
propios intereses en la interacción con los otros. Justamente, la economía estudia el
comportamiento de los individuos optimizadores y sus interacciones. El resultado puede ser la
cooperación, la competencia o el conflicto.

3
Hirshleiffer & Glazer (1994): Microeconomía, Teoría Aplicaciones, Prentice Hall, México.
4
Todas las ciencias sociales utilizan el supuesto de racionalidad para explicar comportamientos.
5
Hoy, la defensa a ultranza del mercado no es sinónimo de economía neoclásica.

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Evidentemente, la búsqueda de la satisfacción personal no necesariamente se traduce en
satisfacción colectiva. Luego, ¿qué condiciones deberían cumplirse para que el comportamiento
optimizador individual derive en resultados que sean favorables para el grupo en su conjunto? 6
Esta es la gran pregunta que la microeconomía responde.

La cooperación

La cooperación es una estrategia, consciente o no,


de hacer, trabajar, construir o ejecutar en
conjunto con otros un mismo fin. La cooperación no
tiene que ser explícita o necesariamente explicada
por la preocupación por los demás o el bienestar
del grupo. Puede ser implícita y ser el resultado de
la búsqueda de la satisfacción del propio interés.

Por ejemplo, siguiendo a Klein & Bauman (2010), en la producción de un lápiz grafito concurren
numerosos esfuerzos de todo el orbe: metal australiano, madera de cedro estadounidense,
grafito de Brasil y goma de Indonesia. Ninguno de los que participan en la producción de este
bien se conoce, y menos aún han acordado cooperar. Simplemente su fabricación fue el resultado
de la colaboración implícita.

La cooperación, sea explícita o no, permite que la optimización individual derive en resultados
beneficiosos para todo el grupo.

La tragedia de los comunes

Cada día laboral, en horas punta, los automovilistas intentan llegar lo más rápidamente posible a
sus destinos. El resultado es la congestión, el ruido y la contaminación. Cada uno de ellos, al
intentar satisfacer sus propios intereses, contribuye a que todos lleguen atrasados y molestos
a sus trabajos o casas.

Todos los días, innumerables botes y barcos pesqueros se hacen a la mar en busca de peces y
mariscos. Cada pescador, procurando satisfacer sus propios intereses, intenta apoderarse de los

6
Klein & Bauman (2010): The Cartoon Introduction to Economics: Volume One: Microeconomics. Hill and Wang, US.

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recursos pesqueros valiosos antes de que lo hagan los otros. El resultado es un nivel de captura
y extracción que incapacita a las especies acuáticas de restituir su número. A largo plazo, el
recurso es agotado, siendo los primeros perjudicados los mismos pescadores. Numerosas son las
especies marinas víctimas de la sobrepesca, quedando incluso al borde de la extinción. Citando
sólo algunas: el atún, el bacalao, la gallineta, el langostino, la merluza, los peces espada, los
tiburones, etc. Y cuando los europeos llegaron por primera vez a América del Norte, la población
de búfalos excedía los 60 millones. En 1900, sólo quedaban 400. Es la tragedia de los comunes.

La tragedia de los comunes corresponde a aquella situación en la cual un grupo de individuos, que
intenta maximizar sus beneficios personales, abusan, agotan o destruyen un bien o recurso
escaso de uso común, con el consiguiente perjuicio para todos.

Los bienes escasos de uso común, o bienes comunales, son aquellos que cumplen los principios de
no-exclusión y rivalidad. La no exclusión se refiere a la dificultad o imposibilidad de excluir del
consumo, uso o explotación de un bien a quienes no pagan por él. La rivalidad significa que el
consumo, uso o explotación de un recurso por parte de un individuo afecta el consumo, uso o
explotación de los demás. Luego, aunque nadie tiene el derecho de propiedad sobre un bien
comunal7, todos lo explotan ansiosamente como si les perteneciera.

Con los bienes comunales surgen externalidades negativas justamente porque carecen de la no-
exclusión 8 . Su abuso por parte de un individuo empeora el bienestar de otros, sin que haya
compensación por esta pérdida.

Si usted tiene la mala fortuna de habitar cerca de una fábrica que despide humo o malos olores,
se dará cuenta que la mala fortuna proviene realmente de la ausencia de derechos de propiedad
sobre el aire puro circundante. Si las familias tuvieran ese derecho, podrían ejercer acciones
legales, o bien, negociar con la empresa contaminadora, y ser reparado el daño. Luego, la tragedia
de los comunes no sería precisamente un subproducto del funcionamiento del mercado, sino de
la falta de éste.

7
El derecho de propiedad es el poder directo e inmediato sobre un bien, producto u objeto, permitiéndole a su titular
disponer de él como quiera, sin más limitaciones que las que impone la ley.
8
Una externalidad negativa es el costo no compensado de las acciones de una persona sobre el bienestar de un tercero.

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Las condiciones para una exitosa negociación entre las partes fueron establecidas en 1960 por
Ronald Coase, al señalar en su famoso paper “El problema del costo social”, que para que la
negociación conduzca a soluciones viables, los derechos de propiedad deben estar bien definidos,
los costes de transacción ser bajos y no haber información asimétrica.

Pero, mientras existan recursos con derechos de propiedad indefinidos, inexistentes o muy
costosos de hacer respetar, habrá siempre individuos que harán uso y abuso de ellos.

La tragedia de los comunes no permite que la optimización individual derive en resultados


beneficiosos para todo el grupo.

La mano invisible

Adam Smith nos decía hace más de 200 años que, salvo que seamos mendigos, no era la bondad
de los demás la que nos procura el alimento, sino la consideración de nuestros propios intereses.

Cada individuo podría intentar producir por sí mismo todo lo que necesita. Sin embargo, esta
solución está lejos de ser la que ofrece el mayor bienestar personal y social. Por esta razón, los
individuos acuden a la división del trabajo y al intercambio.

Pero no es la benevolencia lo que hace que los demás concurran al mercado para satisfacer mis
intereses, sino el deseo de satisfacer los suyos. Cada individuo procura intercambiar bienes que
son necesarios y atractivos para los demás, porque sólo así consigue los bienes necesarios y
atractivos para sí. Al final, y aunque cada quien sólo busca resolver sus propios asuntos, todos se
benefician. Esta consecuencia no intencionada es la obra de la mano invisible.

Pero, la mano invisible sólo funciona cuando los intereses individuales se confrontan en presencia
de competencia. Si en el mercado existen individuos con ventajas o excesos que no se compensan
o distribuyen en el intercambio, aparecerá una consecuencia intencionada: el sometimiento de la
parte privilegiada sobre la otra, al imponer sus términos. Es el caso, por ejemplo, del monopolio
(un solo vendedor) o el monopsonio (un solo comprador).

No porque oferentes y demandantes sean privados el mercado funciona. El mercado opera


realmente cuando a nadie le pertenece: cuando no tiene nombre y apellido. La mano invisible sólo
existe si el mercado es competitivo9.

9
La “mano invisible” aparece sólo una vez mencionada en la Riqueza de las Naciones de 1776 (libro IV, capítulo II). Y
no existe evidencia alguna para afirmar que la metáfora jugara un papel importante en la teoría de Adam Smith, ni
que se vinculara con la autorregulación de los mercados. Sólo hasta mediados del siglo XX el concepto ganó importancia
con un artículo de 1951 del economista George Stigler (1911-1991), quien hizo una “reconstrucción actualizadora” de
Smith. A partir de ahí la metáfora se convirtió en mito. Un mito asociado a Smith.

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La mano invisible permite que la optimización individual derive en resultados beneficiosos para
todo el grupo.

Selección adversa

¿Quería usted una pareja fiel y terminó siendo el(la) más cornudo(a) de la ciudad? ¿Necesitaba
un trabajador responsable y capaz y acabó contratando a un holgazán? ¿Su objetivo era vender
seguros de vida a automovilistas cuidadosos y sólo firmó contratos con los más negligentes?
¿Anhelaba elegir a un político honesto y ejecutivo y al final votó por un inerte vendido al mejor
postor? ¿Se empeñó en comprar un gran auto usado y terminó adquiriendo una chatarra?
¿Buscaba a un salvador y acabó con un verdugo? Si usted está en alguno de estos casos o en otros
similares, significa que fue víctima de la selección adversa.

También conocida como problema de la información oculta, la selección


adversa es aquel fenómeno que consiste en que, previo a la
formalización de un acuerdo, una de las partes posee información que
la contraparte desconoce y desea conocer (información asimétrica).
La consecuencia es que la parte con ventajas de información satisface
sus intereses de manera oportunista, esto es, a costa de la otra parte.

La reacción compensatoria de la parte afectada ante los perjuicios


derivados de la mala selección conduce a que las alternativas,
componentes, productos o servicios de mayor calidad, o de menor
riesgo, tiendan a ser desplazados paulatinamente o huyan. Luego, la información asimétrica
conduce a una falla de mercado, ya que los recursos terminan siendo asignados de manera
deficiente.

Un ejemplo clásico de selección adversa es el de los seguros. Supongamos que una compañía
ofrece a los motoristas seguros contra accidentes que consisten en el pago de reparaciones y
gastos médicos en caso de un siniestro. Para que el seguro opere y permanezca activo, el cliente
contrata el servicio y recibe la póliza (contrato), y paga periódicamente la prima (precio del
seguro). El problema para la compañía es que sólo los motoristas conocen realmente el riesgo que
asumen en la conducción y serán los más arriesgados los que tiendan a demandar más seguros.
Por consiguiente, la compañía termina proporcionando principalmente sus servicios a aquellos que
tienen la mayor probabilidad de cobrar los seguros, lo que no era precisamente su objetivo. La
consecuencia es un mayor número de siniestros que lo esperado y, por tanto, menores ganancias,
o incluso pérdidas. Para evitar el deterioro de la rentabilidad, la compañía de seguros aumenta
las primas, ahuyentando a los clientes menos riesgosos.

Pero hay casos de aparente selección adversa que en realidad no lo son. Por ejemplo, en la crisis
financiera internacional que afectó al mundo a fines de la década del 2000 (denominada “gran

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recesión”) 10 , los oferentes del mercado hipotecario de Estados Unidos llegaron a conceder
créditos denominados Ninja (no income, no job and no assets), es decir, créditos a personas sin
ingreso, sin trabajo y sin activos. Jim Spray, un veterano agente de hipotecas de Colorado,
afirmaba en 2007 que “debería haber intentado obtener una hipoteca para mi gato. Estoy seguro
que la hubiera conseguido” 11 . El otorgamiento de préstamos a individuos insolventes no era
precisamente por un problema de selección adversa, sino por el impulso intencionado de seguir
alimentando el mercado inmobiliario a cualquier precio.

Cuando hay selección adversa, la optimización individual no conduce a resultados buenos para
todos.

Riesgo moral

La gente responde a los incentivos, nos guste o no. Un individuo que se dedica a realizar
ampliaciones o reparaciones de casas se tarda más de la cuenta cuando se le paga por adelantado.
El incremento del subsidio de desempleo reduce el empeño de los desocupados por buscar
trabajo. Los bancos siguen invirtiendo en negocios de alto riesgo porque saben que el gobierno
los rescata cuando se desatan las crisis. Las familias pobres luchan menos por salir de la pobreza
cuando reciben más subsidios del Estado. Un dirigente sindical que no puede ser despedido
debido al fuero que lo privilegia, descuida la calidad de su trabajo. La gente se despreocupa de
sus bienes cuando contrata seguros contra robos. Los trabajadores con sueldos fijos elevan su
bienestar bajando el esfuerzo. Un corredor o bróker convence a sus clientes de transar sus
activos con mayor frecuencia sólo para recibir más comisiones. Son algunos ejemplos de riesgo
moral.

Existe riesgo moral cuando un individuo, que cuenta con una mayor información acerca de sus
propias acciones y consecuencias, tiene el incentivo de asumir un menor esfuerzo o
responsabilidad, o mayor riesgo, debido a que los costos generados serán asumidos por terceros
o por la contraparte.

Al igual que en la selección adversa, el riesgo moral surge de la información asimétrica. En este
caso, ésta deriva de la imposibilidad de una de las partes de observar o verificar el
comportamiento de la otra después de establecida la relación o acuerdo. Esta ventaja informativa
produce que la parte beneficiada tome decisiones en favor de sus intereses, pero a costa de la
otra parte.

10
La crisis subprime de 2009 produjo una recesión en Chile, cayendo el PIB en 1,6% y elevando la tasa de desempleo
oficial (abierto) por sobre el 10%.
11
Citado en Olinger & Svaldi (2007): “Examining the Subprime-Lending Crisis”, The Denver Post, denverpost.com,
http://www.denverpost.com/popular/ci_7612850

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El riesgo moral conduce a resultados ineficientes debido a que los incentivos que regulan el
esfuerzo y los riesgos están distorsionados. El resultado es una asignación de recursos no
eficiente.

En presencia de riesgo moral, la optimización individual no conduce a resultados beneficiosos


para todo el grupo.

Apuestas injustas

No siempre los costos y los beneficios de una determinada acción son ciertos, sino sólo probables.
Esto es, muchas veces estamos expuestos al riesgo.

Si usted decide conducir ebrio hasta su casa, deducirá fácilmente que los costos pueden ser muy
superiores a los beneficios. Entre los primeros, recibir multas, chocar, matar a alguien o fallecer,
y entre los segundos, llegar a casa o sentirse superior por violar las normas sin ser descubierto.
Por ejemplo, los costos podrían ser de 900 y los beneficios de 200. Si ambos fueran ciertos12,
el beneficio neto sería de -700, lo que desalentaría la idea de conducir ebrio. Sin embargo, no
hay tal pérdida neta, ya que los componentes son sólo probables, y no de manera igualitaria. Por
ejemplo, lograr llegar a casa podría tener una probabilidad de 99%, por lo que no hacerlo (a causa
de un accidente, etc.) sólo un 1%. En tal caso, el beneficio neto, que no es cierto sino esperado,
ascendería a 200 ∙ 0,99  900 ∙ 0,01 = 189. Es decir, no hay una pérdida neta cierta de 700, sino
un beneficio neto probable de 189. Esto explica por qué hay tantos ebrios manejando por las
calles13.

La probabilidad mide numéricamente la posibilidad de que ocurra un determinado suceso, evento


o resultado cuando se realiza un experimento aleatorio. La probabilidad se calcula considerando
los casos o sucesos favorables y los casos o sucesos posibles, y haciendo una ratio entre ellos.
Por ejemplo, si lanzo una moneda y apuesto cara, habrá un suceso favorable (cara) frente a dos
posibles (cara y sello). Luego, la probabilidad de que salga cara es de 1/2 = 0,5 = 50%. De que
salga sello también.

El valor esperado de un evento o suceso es el valor promedio que se espera suceda al repetirlo
muchas veces. Por ejemplo, si al tirar una moneda, gano $ 10.000 si sale cara y pierdo $ 10.000
si sale sello, el resultado es impredecible si lanzo sólo unas cuantas veces. Pero si lanzo 100 veces
la moneda, lo más probable es que salgan 50 caras y 50 sellos, obteniéndose un valor esperado
(ganancia esperada) de (50 ∙ 10.000) ∙ 0,5  (50 ∙ 10.000) ∙ 0,5 = $ 0.

12
Es decir, con una probabilidad de ocurrencia de 100%.
13
Si la fiscalización policial fuera muy efectiva, habría claramente una pérdida neta esperada.

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Esto se explica por la Ley de los Grandes Números, la cual expresa que un fenómeno, acción o
juego de azar o aleatorio que se reproduce muchas veces obtiene como resultado un valor que
converge al valor esperado.

Apostar a cara o sello es un ejemplo que también ilustra lo que es una apuesta justa. Una apuesta
justa es aquella que tiene un valor esperado igual a cero. Si tuviera un valor esperado menor que
cero, significa que está desfavoreciendo al apostador, siendo, por consiguiente, injusta. Si en
una apuesta gano $ 1.000 con un 25% de probabilidad y pierdo $ 1.000 con un 75% de
probabilidad, quiere decir que si apuesto 100 veces, ganaré en 25 y perderé en 75. En promedio,
pierdo irremediablemente.

En los Casinos las apuestas son injustas. Si no fuera así,


no habría Casinos.

Al igual que los tragamonedas, la ruleta es el juego de


azar típico de los Casinos. Esta consta en general de 37
números, incluido el cero, pudiendo ser rojos o negros.
Se pueden hacer distintos tipos de apuestas, de las
menos riesgosas (como la apuesta rojo/negro) a la más riesgosa (la apuesta Pleno). Después de
cerradas las apuestas, el crupier lanza la bola, y anuncia la casilla ganadora cuando aquella se ha
posado definitivamente. Se procede, entonces, a retirar las apuestas perdedoras y a pagar las
ganadoras.

Si usted ha decidido hacer una apuesta Pleno en la ruleta, va a apostar su dinero a un solo número.
Si éste sale ganador, obtendrá $ 35 por cada $ 1 apostado. De lo contrario, pierde su plata. La
probabilidad de que acierte es de 1/37 = 0,027 = 2,7%. De que pierda es, por tanto, 97,3%. Esto
significa que si apuesta 1.000 veces, ganará en 27 y perderá en 973 ocasiones.

Si la apuesta Pleno fuera de $ 100.000.000, el valor esperado es de:

(3.500.000.000) ∙ 0,027  (100.000.000) ∙ 0,973 = $-2.800.000

Esto es, en promedio, usted pierde 2,8 millones, exactamente lo que el Casino gana: la apuesta
es injusta.

La única posibilidad de triunfar en la ruleta es acertando al número habiendo hecho pocas


apuestas y retirándose. Si se queda, el Casino terminará ganándole irremediablemente.

El negocio de un Casino es ganar y todo está dispuesto para ello. En la ruleta las apuestas son
injustas, al igual que en los tragamonedas. Y en el blackjack quien se pasa de 21 pierde
automáticamente, pero es el apostador quien pide o se planta primero, no la casa.

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Claro, usted puede alguna vez ganar una apuesta, y quedar con la sensación de que se hará rico
en el Casino, lo que en realidad es tan probable como encontrarse 100 millones en la calle. Y si
usted tiene habilidades especiales para apostar, los Casinos se encargarán de alguna u otra
manera de ponerle todas las trabas posibles.

Las apuestas injustas no permiten que la optimización individual beneficie a todo el grupo.

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