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CARLOS ANTONIO VALDIVIA LAURA

APUNTES DE CLASE
TEOLOGIA I
FORMACION CRISTIANA
UCSP - AREQUIPA 2015

SEGUNDA UNIDAD:

DIOS SALE AL ENCUENTRO DEL HOMBRE

1. Dios habla al hombre


2. Jesucristo: Plenitud de la Revelación.
3. Las Sagradas Escrituras
4. La Tradición
5. La sucesión apostólica - Magisterio de la iglesia
_________________________________________________________________________

INTRODUCCION

REVELACIÓN

Acto libre por el que Dios comunica su misterio a la humanidad invitándola a


compartirlo. La revelación constituye el fundamento de la fe y su referencia
constante; la teología, que nace de la revelación. Intenta comprender su misterio a la
luz de la inteligencia.

El término "revelación» debe su origen al griego apokalyptein, que significa quitar el velo,
hacer manifiesto; sin embargo, el uso que hace de este término la Escritura no puede
reducirse a la terminología. En el Antiguo Testamento la revelación se expresa
preferentemente por la expresión «palabra de Yahvé»; en efecto, según la concepción judía
es imposible ver a Dios y sólo puede escucharse su voz. El Nuevo Testamento utiliza al
menos 15 términos diferentes para hablar de la revelación, pero su referencia es siempre
Jesús de Nazaret y su actividad; por tanto, la revelación es principalmente la descripción de
su persona, de su actividad y de su enseñanza.

Es posible verificar una historia o una economía de la revelación, que tiene su origen en la
creación y culmina en el acontecimiento Jesucristo.

1. La primera revelación, que se expresa a través de la naturaleza, puede llamarse


revelación cósmica o natural. Se refiere al acto creativo de Dios, que permite ya un
conocimiento de sí como de un Dios que ama. A través de esta revelación, se puede llegar a
conocer a Dios (Rom 1,20); por tanto, lo creado se convierte en el escenario en el que el
hombre bíblico ve cómo Dios sale por primera vez del silencio de su misterio.
2. Hay una segunda revelación llamada histórica. Se refiere sobre todo a las peripecias
que constituyen la historia de Israel: la llamada de Abrahán con la promesa de una tierra y
de un pueblo, la esclavitud en Egipto, la alianza y el don de la Torá, la deportación y las
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más variadas vicisitudes del pueblo se convierten en «palabras » con las que Israel
comprende quién es Dios y qué relación lo une a él. La historia de este pueblo constituye el
horizonte ineliminable de toda posible comprensión de la revelación; parece como si se
llegara a una identificación entre los dos, de manera que en las mismas peripecias de la
historia Dios se manifiesta en su realidad personal.

3. La tercera expresión de la revelación es la profética. Se reconoce en los diversos


oráculos o en los signos proféticos que se realizan. Esta revelación pasa a través de la
mediación personal de algunos hombres llamados a expresar las palabras mismas de Yahvé;
escuchar o rechazar su palabra coincide con escuchar o rechazar a Dios. La revelación
profética recorre las grandes etapas de la historia de Israel, como la alianza, la Torá y la
fidelidad a Yahveh, pero las inserta en una perspectiva más profunda y más espiritual, para
que nadie se quede en una relación puramente formal con Dios.

4. La cima de la revelación es la revelación crística. La revelación de la palabra se hace


ella misma «carne» y el alfabeto de Dios toma cuerpo en el lenguaje de Jesús de Nazaret.
Esta revelación, como indica la Dei Verbum en el n. 4, debe considerarse «definitiva» y
«completa», ya que en Jesús Dios nos dice todo lo que, en su misterio de amor, quería
comunicar a la humanidad.

La revelación que lleva a cabo Jesús es definitiva, porque en él se da a conocer plenamente


el misterio de Dios. En efecto, él manifiesta que Dios es Padre, Hijo y Espíritu; esta
revelación sólo podía hacerla él, que comparte con Dios su misma naturaleza. Por tanto, la
dimensión trinitaria de la revelación es fundamental, ya que permite alcanzar la unicidad de
la naturaleza divina y su relacionalidad diversificada en la economía de la revelación. Esta
perspectiva trinitaria es la que permite ver la revelación de Jesús de Nazaret completa, pero
al mismo tiempo abierta, ya que remite siempre al misterio más grande de Dios. Dios, aun
revelándose, no se deja aprisionar en las redes de lo humano; las asume en plenitud y se
hace conocer por medio de ellas, pero todo el lenguaje humano es incapaz de expresar la
grandeza de su misterio.

La revelación constituye el fundamento de la fe porque en ella Dios no sólo se comunica a


sí mismo, sino que en la persona del Hijo hace evidente su proyecto sobre el hombre. Al
revelarse a sí mismo en la naturaleza humana, Dios revela al hombre a sí mismo: le permite
descubrir el plan de salvación original más allá de la desobediencia del pecado y le invita
de nuevo a reconciliarse con él. La revelación, que es ante todo signo del amor que quiere
darse a conocer para que el amado sea feliz, supone también la dimensión soteriológica en
cuanto que la condición real de la persona humana es la del pecado y de la desobediencia.
Así pues, al revelarse. Dios no sólo se da a conocer a sí mismo y su misterio de amor, sino
que al mismo tiempo salva a los hombres de la condición de esclavitud.

Puesto que Dios entra en la historia, su revelación se dirige hacia un cumplimiento


definitivo que sólo se dará al final de los tiempos. Así pues, la revelación posee en sí misma
una dinámica creciente que mueve a entrar en la plenitud del misterio sabiendo que éste
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sólo podrá ser conocido plenamente en la visión final. Esto significa que la verdad
comunicada y expresada por la revelación se ha dado una vez para siempre, pero tiene
necesidad de ir creciendo hasta alcanzar la plenitud en el acontecimiento escatológico (Jn
16,13).

La Iglesia ha reflexionado siempre sobre el misterio de la revelación; esto ha hecho que en


las diversas épocas históricas haya explicitado algunos de sus aspectos, que permitían tener
una visión más global del misterio. En el período patrístico, la revelación comienza a ser
llamada también «traditio», «regula fidei» o «regula evangelii», para indicar que es la
Palabra de Dios la que guía la vida de la comunidad. La Edad Media lee la revelación más
bien como una «iluminación'. se convierte en «luz para la razón» y progresivamente se
inclina hacia una comprensión de la revelación como un «conjunto de doctrinas». A partir
del siglo XVl, la Iglesia se ve obligada a defender el carácter sobrenatural de la revelación
contra los errores de diversos movimientos culturales que negaban su origen divino. Este
movimiento alcanzó su cima en el concilio Vaticano I, donde por primera vez se tiene una
Constitución dogmática sobre la revelación: la Dei Filius. Las perspectivas personalistas
asumidas por el concilio Vaticano I y sobre todo el retorno a las fuentes bíblicas y
patrísticas llevaron a una lectura de la revelación sumamente original y coherente por
medido de la Constitución Dei Verbum, del concilio Vaticano II La revelación sigue siendo
el misterio central, no sólo de la fe cristiana, sino de la historia de la humanidad, ya que
constituye la exigencia esencial que encuentro al hombre abierto a entrar en una relación
con lo divino. Sin embargo, la revelación posee su propia naturaleza que hay que respetar.
en efecto, «revelar», si por una parte indica levantar el velo, por otra parte señala también
que hay . que volver a poner el velo sobre lo que se había desvelado. La dialéctica del
desvelar y del velar es constitutiva de la revelación cristiana. si no se quiere perder el
carácter sobrenatural de su contenido.
R. Fisichella

Bibl.: R. Latourelle, Revelación. en DTF 1232-1289: Íd" Teología de la Revelación,


Sígueme, Salamanca 51982; J. Alfaro. Revelación cristiana, fe y teología, Sígueme,
Salamanca 1985; R, Fisichella, La Revelación: evento y credibilidad, Sígueme, Salamanca
1989; 1d" Introducción a la teología fundamental, Verbo Divino, Estella 1993.
«Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su
voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen
acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En
consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos,
movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y
recibirlos en su compañía» (cfr. Catecismo , 51).

La revelación de Dios tiene como su primer paso la creación, donde Él ofrece un perenne
testimonio de sí mismo (cfr. Catecismo , 288). A través de las criaturas Dios se ha
manifestado y se manifiesta a los hombres de todos los tiempos, haciéndoles conocer su
bondad y sus perfecciones. Entre estas, el ser humano, imagen y semejanza de Dios, es la
criatura que en mayor grado revela a Dios. Sin embargo, Dios ha querido revelarse como
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Ser personal, a través de una historia de salvación, creando y educando a un pueblo para
que fuese custodio de su Palabra dirigida a los hombres y para preparar en él la
Encarnación de su Verbo, Jesucristo (cfr. Catecismo , 54-64). En Él, Dios revela el misterio
de su vida trinitaria: el proyecto del Padre de recapitular en su Hijo todas las cosas y de
elegir y adoptar a todos los hombres como hijos en Su Hijo (cfr. Ef 1,3-10; Col 1,13-20),
reuniéndolos para participar de Su eterna vida divina por medio del Espíritu Santo. Dios se
revela y cumple su plan de salvación mediante las misiones del Hijo y del Espíritu Santo en
la historia.

Son contenido de la Revelación tanto las verdades naturales, que el ser humano podría
conocer también mediante la sola razón, como las verdades que exceden la razón humana y
que pueden ser conocidas solamente por la libre y gratuita bondad con que Dios se revela.
Objeto principal de la Revelación divina no son verdades abstractas sobre el mundo y el
hombre: su núcleo substancial es el ofrecimiento por parte de Dios del misterio de su vida
personal y la invitación a tomar parte en ella.

La Revelación divina se realiza con palabras y obras; es de modo inseparable misterio y


evento; manifiesta al mismo tiempo una dimensión objetiva (palabra que revela verdad y
enseñanzas) y subjetiva (palabra personal que ofrece testimonio de sí e invita al diálogo).
Esta Revelación, por tanto, se comprende y se transmite como verdad y como
vida (cfr. Catecismo , 52-53).

Además de las obras y los signos externos con los que se revela, Dios concede el impulso
interior de su gracia para que los hombres puedan adherirse con el corazón a las verdades
reveladas (cfr. Mt 16,17; Jn 6,44). Esta íntima revelación de Dios en los corazones de los
fieles no debe confundirse con las llamadas “revelaciones privadas”, las cuales, aunque son
acogidas por la tradición de santidad de la Iglesia, no transmiten ningún contenido nuevo y
original sino que recuerdan a los hombres la única Revelación de Dios realizada en
Jesucristo, y exhortan a ponerla en práctica (cfr. Catecismo , 67).

1.- DIOS HABLA AL HOMBRE

A. "DIOS HA HABLADO MUCHAS VECES Y EN DIVERSAS FORMAS".


Un texto que sintetiza admirablemente los múltiples aspectos y el camino entero de la
revelación bíblica, a manera de promontorio desde el cual se puede observar todo el
panorama, es el prólogo de la carta a los Hebreos (1,1-4): "Dios, después de haber
hablado muchas veces y en diversas formas a nuestros padres por medio de los profetas,
en estos días, que son los últimos, nos ha hablado por el Hijo, a quien ha constituido
heredero de todas las cosas, por quien hizo también el universo. El, que es el resplandor
de su gloria y la impronta de su ser, sostiene todas las cosas con su palabra poderosa, y,
una vez que realizó la purificación de los pecados, se sentó a la derecha de la majestad
en lo más alto del cielo, llegando a ser superior a los ángeles en la medida en que los
aventaja el nombre que ha recibido en herencia".
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En la raíz de la revelación está la iniciativa gratuita y libre de Dios ("Dios ha hablado").
La revelación es un puro don de Dios, que sale de su misterio para encontrarse con el
hombre. Ya por esto la revelación bíblica aparece como un movimiento completamente
diverso de aquel encumbramiento de sí al que muchas investigaciones religiosas
invitan al hombre. El camino que conduce a Dios es la disposición a acoger, y no una
penetración en el mundo celestial mediante técnicas ascéticas o contemplativas o
místicas.

B. LA REVELACIÓN EN EL ANTIGUO TESTAMENTO.

El ambiente oriental se servía de diversas técnicas para intentar comprender los


secretos de los dioses y del destino: sueños, adivinación, presagios, consultas de la
suerte a sacerdotes y adivinos. También el AT conserva mucho tiempo vestigios de
estas técnicas, que en algunos pasajes parecen admitidas, o por lo menos toleradas. Sin
embargo, no faltan textos de condena explícita, como, por ejemplo, este pasaje del
Deuteronomio (18,10-12): "No haya en medio de ti quien queme en sacrificio a su hijo
o a su hija, ni quien practique la adivinación, el sortilegio, la superstición, el
encantamiento, ni quien consulte a los adivinos y a los que invocan a los espíritus, ni
quien interrogue a los muertos, pues todo esto es abominable a los ojos del Señor". Se
trata, en todo caso, de aspectos arcaicos y marginales; y no es cierto que se capte aquí
el verdadero aspecto de la revelación bíblica, aunque aparece ya una de sus
características, a saber: su solidaridad con el hombre y su ambiente cultural. La
revelación no cae en el vacío, sino en lo concreto de un ambiente, que asume, critica,
purifica y renueva.

1. EL ÉXODO: HISTORIA Y PALABRA.


Los hombres de la Biblia están profundamente convencidos de que Dios se revela
también en la naturaleza. El Sal 19 dice que el cielo y la tierra "narran" la gloria del
Señor; y podríamos citar a este respecto otros muchos testimonios. Pero la
orientación más profunda, típica y original del pensamiento bíblico es otra: Israel
ha encontrado a Dios en su historia, y la misma creación es vista como un
acontecimiento histórico, como el primer gesto de la historia de la salvación (cf
Sal 136,5-9). Esto explica por qué la Biblia concede tanto espacio a la historia y a
los relatos. Cuando se interroga por el contenido de su fe, Israel responde
generalmente con relatos y frases informativas. El conocimiento del Señor está
precedido por su acción en la historia. Dios se revela obrando. Por eso la Biblia
no concede mucho espacio a un conocimiento de Dios que surgiría de algún modo
de la meditación del hombre replegado sobre sí mismo o del análisis del mundo.

Israel comprendió además que no solamente los acontecimientos excepcionales


de su historia —como las llamadas de Abrahán y Moisés, la liberación de
Egipto, la promulgación de la ley en el Sinaí— revelan un designio divino, sino
también la historia en su totalidad. Toda la historia bíblica está sostenida por
esta convicción.
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Es, pues, importante la historia; sin embargo, la tesis de la revelación como historia
es unilateral. La historia va acompañada por la palabra que la interpreta. Los
gestos de Dios tienen necesidad de la palabra que los anuncia y los comenta. Sin la
palabra permanecerían mudos. Por eso los relatos bíblicos son un entrelazado
inseparable de acción y palabra, historia e interpretación.

En el centro del credo bíblico están los grandes acontecimientos del éxodo, que la
conciencia de Israel percibió como gestas de Dios, irreducibles al puro juego de las
causas históricas y de los protagonistas humanos. Los acontecimientos del éxodo
son las "obras maravillosas" de Dios. Sobre todo recordando y meditando estos
acontecimientos descubrió Israel los atributos de Dios y el estilo de su acción (Sal
136,10-15), y en estos acontecimientos centrales de su historia —no fuera de ella o
en el mito—encontró Israel la clave de lectura de los acontecimientos acaecidos
luego. Los acontecimientos del éxodo son vistos como punto de partida, modelo y
promesa de los gestos futuros de Dios (Mc 7,14-17; Is 10,20-26; Ez 20,32-44; el
motivo vuelve con frecuencia en el Déutero-Isaías). Léase entero el Sal 136: la
liberación de Egipto (vv. 10-15) proyecta su luz hacia atrás, a la creación (vv. 5-9),
y, hacia adelante, a la historia entera de Israel (vv. 16-24). En el éxodo, en la
creación y en toda la historia del pueblo, lo mismo que también en la providencia
cotidiana ("El da el alimento a todo viviente": v. 25), es siempre la misma cualidad
de Dios la que se revela: "Para siempre es su misericordia".

El libro del Éxodo cuenta que Dios llamó a Moisés "desde la zarza" y le dijo: "He
visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído el clamor que le arranca su
opresión y conozco sus angustias; voy a bajar a liberarlo" (3,7-8). La historia
comienza con esta intervención libre y gratuita de Dios. La iniciativa es suya.
El hombre del AT es profundamente consciente del carácter insólito y gratuito
de la revelación, como lo atestigua un bellísimo pasaje del Deuteronomio (4,32-
34): "¿Desde uno a otro extremo del cielo se ha visto jamás cosa tan grande o se ha
oído cosa semejante? ¿Hay pueblo que haya oído la voz de su Dios hablar en medio
del fuego, como la has oído tú, y quede todavía con vida?"

Dios no revela a Moisés una verdad eterna, una verdad universal de la vida, un
principio general, sino que anuncia un hecho histórico: "Voy a bajar a liberarlo de
la mano de Egipto" (Ex 3,8). Un hecho histórico preciso y circunscrito, pero que
trasciende el tiempo y el espacio. Debe revelarse a todas las generaciones, porque
su fuerza de revelación es para todos y para siempre: "...Para que cuentes a tus hijos
y a tus nietos cómo traté yo a los egipcios y los prodigios que hice en medio de
ellos, y sepáis que yo soy el Señor" (Ex 10,2). Dios se revela en un momento
particular de la historia; sin embargo se revela como el señor de la historia. Lo
universal está implicado en lo particular.
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Rasgo esencial de la revelación es también la presencia de un mediador. Dios
obra en favor de todo Israel, quiere ser reconocido por todo Israel, pero su palabra
no llega directamente a todo Israel; pasa a través de la mediación del profeta
(Moisés): "Así responderás a los israelitas: Yo soy me ha enviado a vosotros" (Ex
3,14). La Biblia conoce también mediaciones institucionalizadas, como el sacerdote
y el rey; pero el profeta/mediador (como Moisés) es elegido libremente por Dios.
Naturalmente, Dios no se limita a escoger el mediador y darle el encargo, sino
que le acompaña con su propia presencia y con el poder de los "signos",
garantizando de ese modo el origen divino de las palabras que él comunica al
pueblo (cf Ex 3,12; 4,5).

2. REVELACIÓN Y CONOCIMIENTO DE DIOS.


Dios obra ante todo para darse a conocer.
La primera dirección de la revelación bíblica es teológica: "Para que sepáis
que yo soy el Señor" (Ex 10,2). Esta idea se subraya repetidamente. Los prodigios
del éxodo son la respuesta de Dios a la pregunta despectiva del faraón: "¿Quién es el
Señor para que yo obedezca su voz y deje ir a Israel? No conozco al Señor y no
dejaré ir a Israel" (Éx 5,2). Dios le dice a Moisés: "Cuando haya extendido mi mano
contra Egipto y haya sacado a los israelitas de en medio de ellos, conocerán los
egipcios que yo soy el Señor" (Éx 7,5; cf 7,17; 14,4; 16,7). En otros pasajes la
afirmación es aún más explícita: "Así se hará para que sepas que no hay otro como
el Señor, nuestro Dios" (Ex 8,6); "... para que sepas que no hay otro como yo en
toda la tierra" (Ex 9,13-14); "Te he hecho ver todo esto para que sepas que el Señor
es el verdadero Dios y que no hay otro" (Dt 4,35). Al obrar, Dios revela su
presencia, su señorío sobre Israel y sobre el mundo entero, su fidelidad y su
misericordia, su justicia y su amor. Atributos todos ellos activos. La revelación
no es una mirada en el interior de la verdad atemporalmente estática de Dios,
sino una mirada a Dios que se inclina sobre Israel y sobre el mundo.

Dios se revela para darse a conocer y para entablar un diálogo con el hombre;
sin embargo, su ser íntimo es un misterio inaccesible. El libro del Éxodo cuenta
con complacencia que Dios "hablaba a Moisés cara a cara, como se habla entre
amigos" (33,11). Pero ni siquiera a Moisés le mostró Dios su rostro: "Mi rostro no
puedes verlo. Nadie puede verme y quedar con vida...; me verás de espaldas, mas mi
rostro no puede verse" (Ex 33,18-25). El rostro en la concepción antigua significa el
aspecto más profundo de la personalidad. Dios revela el esplendor que rodea su
presencia, la bondad y misericordia que acompañan a su acción (Ex 34,6), pero no
la plenitud de su ser. Ver el rostro de Dios es la aspiración profunda de toda la
Biblia, objeto de una búsqueda apasionada y siempre insatisfecha: "Es tu rostro,
Señor, lo que yo busco" (Sal 27,8). La misma revelación del nombre "Yhwh"
(Ex 3,14) parece ambivalente; revela y oculta. "Yo soy" significa que Dios está
presente y es activo, un Dios con el pueblo y para el pueblo. Pero, en el
enigmático juego de palabras "Yo soy el que soy" hay también la sombra de
una reserva, como de un tener para sí el nombre propio.
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3. SALVACIÓN, LEY Y PROMESA.


Dios interviene en la historia no sólo para darse a conocer, sino para salvar.
La segunda dirección de la revelación bíblica es la salvación. La fórmula de
autopresentación: "Yo soy el Señor,.tu Dios, el que te sacó de Egipto"(Ex 20,1),
significa dos cosas: Dios es el que domina y exige ("Yo soy tu Dios"), pero es
también el que da ("te sacó de Egipto"). Dios le revela al hombre un designio de
salvación y responde a sus peticiones más acuciantes: cómo vivir y para qué
vivir. La revelación no es para sí misma, sino para el hombre que la necesita.
Para la Biblia, Dios es ante todo el salvador, un "aliado" fiel, apoyándose en el cual
se encuentran vida y seguridad.

La tercera dirección de la revelación bíblica es la ley. Dios manifiesta a Israel su


voluntad, las exigencias de la nueva alianza, el camino que ha de recorrer. La
liberación de Egipto sería incompleta sin la gran revelación del Sinaí (Ex 19-20).
La naturaleza y la historia solas no están en condiciones de indicar las profundas
exigencias morales que Yhwh impone a Israel. Es precisa una revelación. Las
"diez palabras" (Ex 34,28), escritas por orden de Dios, muestran rasgos de
sorprendente novedad, que impiden reducirlas simplemente a la cultura ambiente.
Sin embargo, una mirada atenta descubre también claras afinidades con el ambiente,
lo cual demuestra que la revelación de Dios, aun dentro de su innegable
originalidad, entra en diálogo con la cultura circunstante y asume sus valores .

La cuarta dimensión de la revelación bíblica es la promesa. Los gestos y las


palabras de Dios están siempre abiertos al futuro. Moisés anuncia a los israelitas un
acontecimiento aún no cumplido; y todo el acontecimiento del éxodo aparece,
especialmente en la meditación de los profetas, como promesa de una salvación
futura, escatológica. Este aspecto de promesa está clarísimo — por dar un ejemplo
conocido en la revelación de Dios a Abrahán (Gén 12,1-3): "El Señor dijo a
Abrahán: `Sal de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre, y vete al país que yo
te indicaré. Yo haré de ti un gran pueblo; te bendeciré y engrandeceré tu nombre. Tu
serás una bendición. Yo bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te
maldigan. Por ti serán bendecidas todas las comunidades de la tierra"'. La palabra
dirigida a Abrahán es simultáneamente orden y promesa. Por consiguiente, la
respuesta de Abrahán es obediencia y confianza. Justamente por ser promesa, la
revelación obliga al hombre no sólo a la escucha y a la obediencia, sino también, y
sobre todo, al abandono confiado.

No se comprendería nada de la experiencia de Israel —en particular su expectativa


mesiánica— sin esta categoría de la promesa. El judío está convencido de que la
historia de Dios y del hombre está abierta, y que no ha manifestado aún
completamente su significado. Está convencido de que la explicación de la historia
se encuentra adelante. La continua comprobación de una distancia entre la promesa
de Dios (amplia) y la dura realidad del presente (siempre decepcionante), en vez de
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poner en discusión la verdad de la palabra de Dios, impulsó a Israel a purificarla y a
diferirla, a proyectarla engrandecida en el futuro escatológico. En la comprobación
de que el presente no puede ser la realización de la promesa, ésta se abre al futuro.
Abierta al futuro, la revelación es siempre fiel a sí misma y a la vez nueva, memoria
y novedad: "No os acordéis de antaño, de lo pasado no os cuidéis" (Is 43,18).

4. EL RELATO DE LOS ORÍGENES: REVELACIÓN Y REFLEXIÓN.


La revelación procede siempre de la iniciativa divina, pero no es siempre
necesariamente una caída en vertical. La revelación de Dios puede pasar también a
través de la reflexión y la meditación del hombre, que lee su propia historia a la luz
de la fe. Los relatos de los orígenes (Gén 2-3), para dar un ejemplo, se
presentan a la conciencia del judío y del cristiano como revelación; sin
embargo, probablemente son fruto de la reflexión histórico-teológica del
yahvista.

Confrontados con el ambiente humano y religioso circunstante, estos relatos


muestran una vasta consonancia cultural, existencial y expresiva con los problemas
y las ideas de los pueblos vecinos. Pero al mismo tiempo muestran una profunda
originalidad. Es un dato constante de toda la revelación: una profunda solidaridad
con el ambiente, y a la vez la presencia de un elemento irreductible a él.

Pero lo más importante es que en los revestimientos mitológicos que se le ofrecían,


el yahvista introduce su experiencia histórico-religiosa: la fe en el Dios único y
salvador y la convicción, verificada muchas veces en Israel, de que el mal viene del
pecado y de la ruptura de la alianza, pero no del capricho de Dios. Se trata de una
experiencia particular: la experiencia religiosa de Israel sobre el fin del reinado de
Salomón, que el yahvista ensancha, sin embargo, hacia atrás, hasta los orígenes, y
que extiende a toda la humanidad. La experiencia de un pueblo se convierte en la
clave interpretativa de toda la historia.

5. REVELACIÓN Y PROFETISMO.

Un filón esencial, incluso central, para comprender la revelación


veterotestamentaria es el profetismo. En la profecía la revelación es concebida
normalmente como palabra: palabra de condenación y de salvación, palabra que lee
el designio de Dios en el presente y descubre sus planes para el destino de Israel en
el futuro; palabra que vela sobre cualquier rebajamiento de la experiencia religiosa,
criticando toda falsa interpretación de la revelación y oponiéndose a todos sus falsos
mediadores.

En la raíz de toda misión profética hay una experiencia de vocación. El profeta


es un llamado y un enviado. No es Amós el que decide ser profeta, sino Dios el que
irrumpe en su vida (3,8). Esto vale también para cualquier otro profeta. La autoridad
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de la palabra profética estriba precisamente en el hecho de que no procede de una
iniciativa personal, ni de la pertenencia a una escuela de profetas, sino de una
iniciativa libre y gratuita de Dios. La concisa expresión de Amós ("El Señor me
tomó de detrás del rebaño, diciéndome: Vete, profetiza a mi pueblo": 7,15) expresa
muy bien el núcleo de toda auténtica experiencia profética: una llamada de pura
gracia, de eficacia irresistible. El verbo "tomar", referido a Dios, es clásico en el AT
para indicar la acción divina, que escoge a un hombre, lo transforma radicalmente y
le confía una misión. La acción de Dios se expresa en dos frases, que designan,
respectivamente, el momento de la elección ("El Señor me tomó") y el momento del
envío ("Vete, profetiza").

Junto a la eficacia irresistible de la iniciativa divina y al sentido agudo de la misión,


hay un tercer elemento que caracteriza al profeta: la certeza de que la palabra que
anuncia es de Dios, y no suya. Dios no es el objeto de su discurso, sino el sujeto.
Dios es el que habla. En los libros proféticos son particularmente frecuentes
algunas expresiones como éstas: "Palabra del Señor", "El Señor ha dicho", "El
Señor me ha hecho ver". ¿Cómo entenderlas? Sin duda está en juego una
experiencia religiosa profunda, un encuentro personal con Dios, bajo diversos
aspectos único y privilegiado. El profeta tiene, por así decir, un conocimiento
inmediato de la voluntad de Dios. Es un inspirado. Mas esto no significa que todas
las palabras pronunciadas por el profeta como palabras de Dios haya que hacerlas
proceder siempre de una revelación divina directa. Gran parte del mensaje de los
profetas es deducción e interpretación. Si se leen con atención sus palabras, se cae
en la cuenta de que muchas son debidas a su formación sapiencial e histórica.
Actualizan en el hoy las exigencias de Dios reveladas en la ley y en el patrimonio
común y tradicional de la fe. Incluso la esperanza mesiánica, que en cierto sentido
es la espina dorsal del mensaje profético, aunque es fruto de la revelación, no se
debe pensar en ésta como en un acto mecánico de Dios. Como ya hemos notado, la
esperanza mesiánica tiene sus raíces en una experiencia al mismo tiempo histórica y
religiosa: la distancia entre la promesa de Dios, por una parte, y la decepción del
presente, por otra. Por tanto, también en el momento profético —que es, sin duda,
uno de los momentos más altos y decisivos de la revelación— revelación y
experiencia, revelación e interpretación no son realidades contrapuestas, sino la una
dentro de la otra.

5. REVELACIÓN Y / SABIDURÍA.
La reflexión sapiencial es muy antigua y ha acompañado a toda la experiencia de
Israel. Gracias sobre todo a los sabios entra la revelación temáticamente en diálogo
con la razón, y la experiencia con el patrimonio cultural común a los pueblos
circunstantes. Es muy interesante observar que la Biblia conoce no sólo la escucha
explícita de la palabra de Dios, sino también la escucha de las cosas, del hombre, de
la experiencia y de la razón. Y al final también todo esto es considerado palabra de
Dios.
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Diversamente que los profetas, los sabios no presentan su doctrina como el
resultado de una revelación directa. No dicen: "Habla al Señor". Apelan a la
reflexión, a la inteligencia y a la experiencia, y se inspiran en un patrimonio que va
más allá de los confines de Israel. Qohélet, por ejemplo, se expresa en primera
persona y se esfuerza en penetrar el misterio de la existencia sirviéndose de la
razón y de la experiencia. Su camino es una investigación: "Consagré mi corazón a
investigar y a observar con sabiduría todo lo que se hace bajo los cielos" (1,13). Y
en el libro de los Proverbios se lee: "Vi aquello y reflexioné, y de cuanto
contemplé saqué lección" (24,32).

Pero el sabio es un creyente, sabedor de que también la verdad que proviene de la


investigación y de la razón es siempre una luz que viene de Dios. El mismo Dios
que ilumina a los profetas se sirve de la experiencia humana para revelar al hombre
a sí mismo. La sabiduría es don de Dios (Prov 2,6; Qo 2,26), enseñada por Dios (Sal
51,6), revelada (Si 1,15; 39,6). Naturalmente, no se trata de una sabiduría
cualquiera, abandonada a sí misma, sino siempre de una sabiduría que se mueve
dentro de la fe de Israel. La palabra de Dios está encerrada también en la creación,
en la experiencia, en el patrimonio cultural de la humanidad, y por eso hay que
escrutarla; pero con la conciencia de que se trata de una palabra de Dios y
proveniente de él. Por tanto, una investigación que es al mismo tiempo una escucha.
También en la investigación sapiencial —como siempre frente a la revelación—
está en juego la apertura del corazón y la libertad de espíritu, y no sólo la
inteligencia.

De ese modo los sabios echaron un puente entre fe y razón, revelación y


experiencia, Israel y humanidad. Y aquí está su gran mérito. No simplemente razón
y revelación como dos caminos paralelos, sino la revelación a través de la razón.
Aunque el sabio sabe muy bien que la verdad de Dios y del hombre es más amplia
de lo que consigue alcanzar y comprender con la propia razón. Es el caso de Job:
"Pongo la mano en la boca. He hablado una vez..., no volveré a empezar; dos
veces...; ya nada añadiré" (40,4-5).

La investigación racional de los sabios no ha eliminado el misterio de Dios, sino


que, por el contrario, lo ha liberado y exaltado. Y ello porque la razón sapiencial ha
impedido que la teología se salga de la historia. Razón y experiencia fuerzan a la
teología a enfrentarse con los hechos, cualesquiera que sean; con los hechos
positivos que confirman la revelación y con los hechos negativos que parecen
contradecirla. Esta fidelidad a la historia real es esencial, pues aquí es donde Dios se
revela y se oculta y permanece en el "misterio". Ese es también el caso, por aducir
un ejemplo, del libro de Job. Aceptando lealmente las contradicciones de la vida,
Job supera de un salto no sólo las estrecheces de la sabiduría tradicional, fundada
toda ella en un concepto mecánico de retribución, sino también las estrecheces y los
estereotipos de una teología que encerraba a Dios y su justicia dentro de esquemas
abstractos y ahistóricos. Así la revelación queda abierta de nuevo y Dios reaparece
CARLOS ANTONIO VALDIVIA LAURA
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en todo su misterio. Las contradicciones de la historia se convierten en la
investigación sapiencial en camino de revelación; no sólo en una prueba para la fe,
sino en una purificación de la fe.

III. LA REVELACIÓN EN EL NT.


La intuición básica del NT, que le confiere unidad dentro de la misma variedad de
las voces, es que en Cristo se ha manifestado la verdad de Dios, la verdad del
hombre y el sentido de la historia. En Cristo se ha revelado quién es Dios para
nosotros y quiénes somos nosotros para él. Al decir "en Cristo", se deben
entender no solamente sus palabras, sino también la historia que él vivió y la
estructura de su persona. Jesús de Nazaret es la transcripción humana e
histórica de Dios. El hombre Jesús —verdadero hombre en medio de la historia de
los hombres— es la palabra de Dios. El himno de Col 1,15-20 (un antiguo himno
litúrgico) define a Cristo "imagen del Dios invisible". Jesús es el icono visible de
Dios invisible. La invisibilidad de Dios se ha desvanecido en la aparición histórica
de Jesús de Nazaret. En ésta se encierra un escándalo, y los autores del NT son
conscientes de ello: la relación con el absoluto se hace depender de un
acontecimiento histórico. Mas este escándalo, lejos de ser atenuado, es celosamente
guardado y continuamente reafirmado [/ Jesucristo II-III; / Evangelio 1, 2; / Marcos
II; / Mateo III-IV; / Lucas 11-III].

1. LA REVELACIÓN EN LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS.


Al contar la historia de Jesús, los sinópticos están persuadidos de que narran la
historia de la manifestación de Dios. Jesús es el revelador. El ha hablado de Dios, y
sus palabras son una explicación/comentario de la vida que ha vivido. Este es
realmente el lugar más denso (y polémico) de la epifanía de Dios, y los evangelistas
la cuentan con rasgos muy precisos.

Los sinópticos evidencian con fuerza un segundo rasgo de la historia de Jesús: él


busca perennemente a los pobres y los pecadores, no establece diferencias entre los
hombres, distribuye a manos llenas el perdón. Para los fariseos es una praxis
escandalosa e irritante: trastorna los criterios pastorales más obvios y está en
contraste con la concepción más común de Dios. En carnbio, para Jesús es una
praxis que revela el verdadero rostro de Dios. Esto aparece con claridad, por
ejemplo, en las tres parábolas del capítulo 15 de Lucas: en la praxis de misericordia
de Jesús se revela y se hace presente la misericordia del Padre.

Para los sinópticos, Jesús es el único revelador de Dios, y ello porque él solo es el
Hijo. Conocer es una relación vital y circular entre personas. El conocimiento entre
el Padre y el Hijo es recíproco y exclusivo ("nadie"); pero no es un círculo cerrado,
sino abierto: "Y a quien se lo quiera revelar". El hombre puede ser admitido en el
diálogo entre el Padre y el Hijo, pero como puro don. Y sólo Jesús puede admitirlo.
Por el poder recibido ("Mi Padre me ha confiado todas las cosas") y por el
conocimiento del Padre que posee ("Nadie conoce al Padre sino el Hijo"), Jesús es
CARLOS ANTONIO VALDIVIA LAURA
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el revelador único, verdadero, diverso de todos los demás maestros. Habla de un
misterio de Dios que conoce profundamente. Diversamente del modo de transmitir
de los rabinos de hombre a hombre, Jesús recibe el conocimiento directamente del
Padre.

Esto nos lleva a otra convicción sinóptica: Jesús no es sólo el revelador, sino el
revelado. El misterio de su persona es inaccesible a la "carne" y a la "sangre";
imposible percibirlo sin una revelación del Padre (Mt 16,17), negada a los sabios y a
los hábiles y concedida a los "pequeños" (Mt 11,25). Objeto de revelación es la
persona de Jesús, su filiación divina, su misión de salvación, su destino de muerte y
resurrección. Es emblemática a este respecto la teofanía del bautismo en el Jordán
(Mc 1,9-11), con la cual se podría relacionar también el relato de la transfiguración
(Mc 9,2-8). Los cielos que se abren, el Espíritu que desciende y la voz del cielo son
rasgos que hacen afín el relato del bautismo a las visiones apocalípticas. Pero hay
una profunda diferencia. En las visiones apocalípticas el hombre es admitido como
espectador a ver el desarrollo del designio de Dios y el misterio de la historia de la
salvación. También en el relato del bautismo se abren los cielos y Jesús "ve"; pero la
visión tiene por objeto a él mismo: "Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto".

Finalmente, no faltan en los evangelios sinópticos algunos indicios de gran interés


respecto al lenguaje de la revelación. Para hablar de Dios, del reino y de sí mismo,
Jesús se ha servido ampliamente dé parábolas. Mateo incluso generaliza: "Les
hablaba sólo en parábolas" (13,34). Y Marcos insinúa que la historia de Jesús es una
parábola, y no sólo sus enseñanzas: "Todo ocurre en parábolas" (4,11b). No se trata,
pues, solamente de las parábolas en sentido específico, sino de toda la revelación de
Jesús. El lenguaje de la revelación es necesariamente parabólico. No podemos
hablar del misterio de Dios y de su reino directamente, sino sólo parabólicamente,
indirectamente, mediante realidades tomadas de nuestra experiencia. Aquí radican
las propiedades del lenguaje parabólico. Es un lenguaje inadecuado, porque está
tomado de la realidad cotidiana; sin embargo, pretende conducir a algo que está más
allá y en el fondo. Pero es al mismo tiempo un lenguaje abierto, capaz no
ciertamente de expresar el misterio de Dios, pero sí de aludir a él; porque si es
verdad que el reino no se identifica con nuestra experiencia, sin embargo tiene una
profunda relación con ella. Es un lenguaje que fuerza a pensar; no define, sino que
alude, invita a ir más allá. La parábola es un discurso global que deja intacto el
misterio de Dios, pero que nos muestra con fuerza su impacto en nuestra existencia.
De ahí la ambigüedad del lenguaje parabólico: es luminoso y oscuro, descubre y
oculta. Requiere interpretación y decisión. Como dice Marcos (4,11), es luminoso
para el que se deja arrastrar; oscuro para el que se queda fuera mirando. Las
parábolas (pero hemos de decir, de manera más general, el lenguaje de la
revelación) utilizan la experiencia humana como una lumbrera que permite entrever
el misterio de Dios y abrirse a la novedad evangélica. Sin embargo, no nos
conducen directamente de nuestra experiencia a Dios; nos hacen pasar a través de la
CARLOS ANTONIO VALDIVIA LAURA
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experiencia de Jesús. Las parábolas evangélicas son todas cristológicas. La historia
de Jesús es el paso obligado para acceder al misterio del reino.

2. JESUCRISTO:
PLENITUD DE LA REVELACIÓN.

La Revelación encuentra su fundamento principal en la persona de Jesucristo, síntesis del


mensaje salvífico de Dios, plenitud y manifestación máxima de Dios al hombre.

CRISTO, PLENITUD DE LA REVELACIÓN

De acuerdo, con el dato escriturístico que obtenemos en el NT: Sinópticos, Hechos, Juan,
Pablo y Hebreos, Cristo no es uno de los mediadores de la revelación de Dios, sino que es
el Mediador absoluto porque es la Palabra del Padre, el Hijo de Dios hecho hombre (cf. 1
Tim 2,5) que irrumpe en la historia para traer la salvación (cf. Hb 1, 1-4). En el se ha
revelado definitiva e irrevocablemente la voluntad salvífica universal de Dios a través de un
hecho único e irrepetible: la encarnación del Logos (Palabra) divino:
"Este designio divino, que en bien de los hombres y para la gloria de la inmensidad de su
amor, concibió el padre en su hijo antes de crear el mundo (Ef 1,9), nos lo ha revelado
conforme al proyecto misterioso que Él tenía de llevar la historia humana a su plenitud,
realizando por medio de Jesucristo la unidad del universo, tanto lo terrestre como de lo
celeste."

En Jesucristo, no solamente esas revelaciones (hechas por los profetas) se totalizan, sino
que la revelación de Dios es total. De Dios en cuanto él es el principio y el término de la
relación religiosa de la alianza. Si el cometido de los profetas es poner los acontecimientos
de la historia y la situación del hombre bajo la luz del propósito de Dios, Jesús cumple
perfectamente la función profética: Él no manifiesta un elemento del designio de Dios, sino
el Designio total, lo absoluto de la relación de alianza, el "misterio".

LA ENCARNACIÓN, MISTERIO DE LA PLENITUD REVELADORA


La encarnación da realidad al acontecimiento revelador por excelencia, porque ella es el
encuentro de Dios con el hombre y del hombre con Dios, con base en la unión que hay
entre divinidad y humanidad en el misterio de Cristo:

Él, el Hijo de Dios hecho hombre, es la perfecta revelación puesto que viene a hablar, a
predicar, a enseñar y a atestiguar lo que ha visto y oído. De esta manera, la encarnación es
la vía elegida por Dios para revelar y revelarse, a través de la cual hace posible a nivel
humano el conocimiento de Dios y de su designio salvífico.
CARLOS ANTONIO VALDIVIA LAURA
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Y llevando al nivel humano la manifestación de Dios (su propia encarnación), Jesucristo,
revela el misterio del Padre. Es decir, revelando al Padre como misterio, se revela también
el misterio propio del hijo: la revelación es autorrevelación.

En Jesucristo, por lo tanto, llegan a su absoluto punto culminante tanto la llamada de Dios,
como la respuesta del hombre, al identificarse en la unidad de su persona. En cuanto
hombre, Cristo es la perfecta respuesta humana a la palabra y autocomunicación de Dios.

BIBL.: AA.VV., Révélation deDieu et langage des hommes, Cerf, París 1972; AA.VV., La
révélation dans 1 écriture, la patristique, la scolastique, Cerf, París 1974; ALFARO J., Revelación
cristiana. Fe y teología, Sígueme 1985; ALONSO SCHOKEL L., 11 dinamismo delta Tradizione,
Paideia, Brescia 1970; ID, La palabra inspirada, Cristiandad, Madrid 19863; BERTEN L., Histoire,
révélation et joi, Cerf, París 1969; BRETON S., Écrutureet Révélation, Cerf, París 1979; CITRINI
T., Gesú Cristo rivelazione di Dio, Venegono 1969; CONZELMANN, Teologia del Nuovo
Testamento, Paideia, Brescia 1972; DURARLE A.M., La manifestation naturelle de Dieu d'aprés
l'Écriture, Cerf, París 1976; FEXTORAllI, Rivelazione biblica di Dio, en AA.VV., I teologi del Dio
vivo, Ancora, Milán 1968, 65-125; LATOURELLE R., Teología de la revelación, Sígueme,
Salamanca 19825; LIPINSKI E., Essais sur la révélation et la bible, Cerf, París 1970; MAGGIONI
B., Experiencia espiritual en la Biblia, en NDE, Paulinas, Madrid 19895,498-540; MUNDLE W.,
Revelación (apocalypto) en "DTNT" IV, Sígueme, Salamanca, 1980, 98; O'COLLINS G., Teologia
della Rivelazione, Ed. Paoline 1969; PANNENBERG W., Revelación como historia, Sígueme,
Salamanca 1977; PENNA R., II "Mysterion "paolino, Paideia, Brescia 1978; RAD G. von, Teología
de/Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca 19784; RooSEN P.A., La rivelazione nena Bibbia,
Ed. Paoline 1972; SCHILLEBEECKx, Revelación y teología, Sígueme, Salamanca 1968;
SCHLETTE H.R., Epifanía come storia, Queriniana, Brescia 1969; SCHNACKENBURG R., La
vita cristiana. Esegesi in progresso e in mutamento, Jaca Book, Milán 1977, 35-59; SHORTER A.,
La revelación y su interpretación, Paulinas, Madrid 1986; TESTA B., Rivelazione e storia, Coletti,
Roma 1981; TORRES QUEIRUGA, La revelación de Dios y la realización del hombre,
Cristiandad, Madrid 1987; TRESMONTAT C., El problema de la revelación, Herder, Barcelona
1973; ZIMMERLI W., Rivelazione di Dio. Una teologia del/ AT, Jaca Book, Milán 1975.

3. LA SAGRADA ESCRITURA, TESTIMONIO DE LA REVELACIÓN

El pueblo de Israel, bajo inspiración y mandato de Dios, a lo largo de los siglos ha puesto
por escrito el testimonio de la Revelación de Dios en su historia, relacionándola
directamente con la revelación del único y verdadero Dios hecha a nuestros Padres. A
través de la Sagrada Escritura, las palabras de Dios se manifiestan con palabras humanas,
hasta asumir, en el Verbo Encarnado, la misma naturaleza humana. Además de las
Escrituras de Israel, acogidas por la Iglesia, y conocidas como Antiguo o Primer
Testamento, los apóstoles y los primeros discípulos pusieron también ellos por escrito el
testimonio de la Revelación de Dios tal y como se ha realizado plenamente en Su Verbo, de
cuyo pasar terreno fueron testigos, de modo particular del misterio pascual de su muerte y
resurrección, dando así origen a los libros del Nuevo Testamento.
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La verdad de que el Dios, del cual las Escrituras de Israel dan testimonio, es el único y
verdadero Dios, creador del cielo y de la tierra, se pone en evidencia, en particular, en los
“libros sapienciales”. Su contenido supera los confines del pueblo de Israel para suscitar el
interés por la experiencia común del género humano ante los grandes temas de la
existencia, desde el sentido del cosmos hasta el sentido de la vida del hombre (Sabiduría);
desde los interrogantes sobre la muerte y lo que viene tras ella hasta el significado de la
actividad humana sobre la tierra (Qoelet); desde las relaciones familiares y sociales hasta la
virtud que debe regularlas para vivir según los planes de Dios creador y alcanzar así la
plenitud de la propia humanidad (Proverbios, Sirácide, etc.).

Dios es el autor de la Sagrada Escritura, que los autores sagrados (hagiógrafos),


también ellos autores del texto, han redactado con la inspiración del Espíritu Santo.
Para su composición, Él «eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias
facultades y medios, de forma que obrando Él en ellos y por ellos, escribieron, como
verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería» (cfr. Catecismo , 106). Todo lo que los
escritores sagrados afirman puede considerarse afirmado por el Espíritu Santo: «hay que
confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la
verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras» .

Para comprender correctamente la Sagrada Escritura hay que tener presente los sentidos de
la Escritura —literal y espiritual; este último reconocible también en alegórico, moral y
anagógico— y los diversos géneros literarios en los que han sido redactados los diferentes
libros o partes de los mismos (cfr. Catecismo , 110, 115-117). En particular, la Sagrada
Escritura debe ser leída en la Iglesia, o sea, a la luz de su tradición viva y de la analogía de
la fe (cfr. Catecismo , 111-114): la Escritura debe ser leída y comprendida en el mismo
Espíritu en el cual ha sido escrita.

4.- la tradición apostolica

La Revelación divina está contenida en las Sagradas Escrituras y en la Tradición, que


constituyen un único depósito donde se custodia la palabra de Dios . Éstas son
interdependientes entre sí: la Tradición transmite e interpreta la Escritura, y ésta, a su vez,
verifica y convalida cuanto se vive en la Tradición (cfr. Catecismo , 80-82).

La Tradición, fundada sobre la predicación apostólica, testimonia y transmite de modo vivo


y dinámico cuanto la Escritura ha recogido a través de un texto fijado. «Esta Tradición, que
deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto
que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la
contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la
percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos
que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad».
CARLOS ANTONIO VALDIVIA LAURA
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5.- LA SUCESIÓN APOSTOLICA - EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

«El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios escrita o transmitida ha sido


confiado exclusivamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejercita en
nombre de Jesucristo», es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el
obispo de Roma. Este oficio del Magisterio de la Iglesia es un servicio a la palabra divina y
tiene como fin la salvación de las almas. Por tanto «este Magisterio, evidentemente, no está
sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado,
por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con
exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que
propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer». Las enseñanzas del Magisterio
de la Iglesia representan el lugar más importante donde está contenida la Tradición
apostólica: el Magisterio es, respecto a esta tradición, como su dimensión sacramental.

Al Magisterio de la Iglesia le corresponde la función de formular una interpretación


auténtica, vinculante para los fieles, basada sobre la autoridad del Espíritu que asiste al
ministerio docente del Romano Pontífice y de los Obispos en comunión con él. Gracias a
esta asistencia divina, la Iglesia, ya desde los primeros siglos, reconoció qué libros
contenían el testimonio de la Revelación, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento,
formulando así el “canon” de la Sagrada Escritura (cfr. Catecismo , 120-127).

A MODO DE CONCLUSIÓN
La Sagrada Escritura, la Sagrada Tradición y el Magisterio de la Iglesia constituyen, por
tanto, una cierta unidad, de modo que ninguna de estas realidades puede subsistir sin las
otras [18] . El fundamento de esta unidad es el Espíritu Santo, Autor de la Escritura,
protagonista de la Tradición viva de la Iglesia, guía del Magisterio, al que asiste con sus
carismas. En su origen, las iglesias de la Reforma protestante quisieron seguir la sola
Scriptura , dejando su interpretación a los fieles individualmente: tal posición ha dado lugar
a la gran dispersión de las confesiones protestantes y se ha revelado poco sostenible, ya que
todo texto tiene necesidad de un contexto, concretamente una Tradición, en cuyo seno ha
nacido, se lea e interprete. También el fundamentalismo separa la Escritura de la Tradición
y del Magisterio, buscando erróneamente mantener la unidad de interpretación anclándose
de modo exclusivo en el sentido literal (cfr. Catecismo , 108).

BIBL.: AA.VV., Révélation deDieu et langage des hommes, Cerf, París 1972; AA.VV., La
révélation dans 1 écriture, la patristique, la scolastique, Cerf, París 1974; ALFARO J.,
Revelación cristiana. Fe y teología, Sígueme 1985; ALONSO SCHOKEL L., 11
dinamismo delta Tradizione, Paideia, Brescia 1970; ID, La palabra inspirada, Cristiandad,
Madrid 19863; BERTEN L., Histoire, révélation et joi, Cerf, París 1969; BRETON S.,
Écrutureet Révélation, Cerf, París 1979; CITRINI T., Gesú Cristo rivelazione di Dio,
Venegono 1969; CONZELMANN, Teologia del Nuovo Testamento, Paideia, Brescia 1972;
DURARLE A.M., La manifestation naturelle de Dieu d'aprés l'Écriture, Cerf, París 1976;
FEXTORAllI, Rivelazione biblica di Dio, en AA.VV., I teologi del Dio vivo, Ancora,
Milán 1968, 65-125; LATOURELLE R., Teología de la revelación, Sígueme, Salamanca
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19825; LIPINSKI E., Essais sur la révélation et la bible, Cerf, París 1970; MAGGIONI B.,
Experiencia espiritual en la Biblia, en NDE, Paulinas, Madrid 19895,498-540; MUNDLE
W., Revelación (apocalypto) en "DTNT" IV, Sígueme, Salamanca, 1980, 98; O'COLLINS
G., Teologia della Rivelazione, Ed. Paoline 1969; PANNENBERG W., Revelación como
historia, Sígueme, Salamanca 1977; PENNA R., II "Mysterion "paolino, Paideia, Brescia
1978; RAD G. von, Teología de/Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca 19784;
RooSEN P.A., La rivelazione nena Bibbia, Ed. Paoline 1972; SCHILLEBEECKx,
Revelación y teología, Sígueme, Salamanca 1968; SCHLETTE H.R., Epifanía come storia,
Queriniana, Brescia 1969; SCHNACKENBURG R., La vita cristiana. Esegesi in progresso
e in mutamento, Jaca Book, Milán 1977, 35-59; SHORTER A., La revelación y su
interpretación, Paulinas, Madrid 1986; TESTA B., Rivelazione e storia, Coletti, Roma
1981; TORRES QUEIRUGA, La revelación de Dios y la realización del hombre,
Cristiandad, Madrid 1987; TRESMONTAT C., El problema de la revelación, Herder,
Barcelona 1973; ZIMMERLI W., Rivelazione di Dio. Una teologia del/ AT, Jaca Book,
Milán 1975.

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