Está en la página 1de 2

Moreno Rubio Mónica Eugenia

Sociedad y Territorio
Docente: Mtro. Ricardo Rivón L.

Ensayo
Cuando hacemos ciencia social tenemos que acercarnos a la realidad de manera invariable.
Aunque es cierto que existen investigaciones de corte teórico, el conocimiento de la
realidad humana se va haciendo, más que un método científico, una exigencia.
No faltan ejemplos de la forma en que nos acercamos a la realidad, a ese lugar y espacio
que a veces se torna infranqueable por su complejidad pero también se antoja inteligible
cuando lo desgranamos y observamos sus partes. La importancia de rendir cuentas (o
explicar, que para el caso es lo mismo) sobre cuáles son las razones por las cuales la gente
hace lo que hace, comienza desde un plano subjetivo; o si no, ¿cómo es que nuestros
mecanismos mentales nos permiten identificar si han existido cambios o no en un
fenómeno determinado?
El funcionamiento de la mente permanece aún como un misterio. El avance de las
neurociencias ha permitido que logremos explicar ciertas partes del actuar de nuestro
cerebro pero aún quedan vacíos que debemos lograr identificar y analizar.
Tomando en cuenta que esta rama de las ciencias biológicas tiene largo tramo por recorrer
(y dejándole entonces esa tarea depositada en sus fiables manos), es imperativo que los
científicos sociales nos centremos analizar de qué manera podemos saber si en una
observación determinada existe o no un problema de interés científico, dado que no todo lo
que se observa es relevante para nuestro quehacer.
No obstante la acotación anterior, cabe señalar que una de las realidades sociales que más
se ha distinguido por su omnipresencia es la relación dialéctica, espiralforme, compleja e
innegable que tienen los seres humanos con el territorio. Pero ¿es acaso el territorio un
problema de investigación? No, si es que se observa como un pedazo de tierra sobre el cual
estamos todos parados. Afortunadamente.
El concepto de territorio ha tenido grandes transformaciones a lo largo de los años, debido a
que la forma en que nos acercamos a conocer la realidad territorial ha sido blanco de
diversas discusiones en las ciencias sociales. A veces va, a veces viene, la noción del
territorio y su concreción han hecho correr ríos de tinta semejantes a aquellos que
adornaban el entorno de los caballeros medievales que recorrían país tras país en busca de
su misión. Así las cosas, cuando más parece que se nos desdibuja lo que el territorio es,
salta a la vista que no podemos entender qué es sino en relación con lo que significa para
los seres humanos que lo ocupan.
No nada más un pedazo de tierra inerte - o capaz de hacer florecer a los seres más bellos o
retorcidos – sino la pertenencia, la delimitación subjetiva, el ritual que le identifica, las
relaciones sociales que ahí nacen, se reproducen y mueren en eterno antagonismo
dialéctico; el territorio también acerca y aleja a los individuos, los hace propios y ajenos a
ese espacio.
La geometría euclidiana se quedó corta al señalar nada más medidas y colindancias porque
el territorio, para el ser humano, significa un pedazo de su identidad. ¿Qué sería de los
Chicanos, de los defeños…? Bueno, ¿qué sería de las Maras sin su territorio? Es evidente
que tiene un significado subjetivo para quienes habitan y se interrelacionan en un espacio
determinado, no sólo se trata de las construcciones que ahí se edifican o del fruto que de ahí
se extrae.
El anterior es un breve ejemplo de cómo la actividad cognitiva de nosotros como
investigadores en ciencias sociales juega un papel determinante en el análisis y
desagregación de los fenómenos que observamos en la realidad que nos rodea. Esa realidad
no es un objeto inerte; está compuesta por sujetos activos, pensantes y sensibles que
plantean desafíos cada vez más complicados, insertos en la compleja y heterodoxa
dialéctica de la vida humana.

También podría gustarte