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Diario de lector

Muertes de dioses, viajantes y religiones

Gabriela Urrutibehety
www.gabrielaurruti.blogspot.com.ar

El lector que escribe un diario lee teatro. La muerte de un viajante, de Arthur Miller. Un clásico,
claro. Un texto de 1949 que se puede leer tan actual, demasiado actual. Como corresponde a un
clásico, claro.
Leer teatro es todo un desafío, pero la escritura de Miller es diáfana: las didascalias no alteran la
tarea de leer sino que acompañan perfectamente al lector en la organización de un espacio
escénico interior, sin cortar el estilo, el ritmo ni el tono de los diálogos.
Poco teatro se lee hoy, sabe el lector que escribe un diario. Tal vez porque un texto teatral es
apenas un pre-texto, un no-nacido que debe esperar la puesta en escena para ser, aunque, piensa
el lector que escribe un diario, leer la obra de Miller es una posibilidad completa, diferente a la de
la escenificación (que por otra parte, sería la lectura del director de la puesta). Un lector monta la
obra en su mente, un espectador la recibe a través de otro modo de experiencia. Un texto teatral,
piensa el lector que escribe un diario, entonces, es un ser bifronte con dos posibilidades de ser
interpelado, esto es, leído. Y es una pena, entonces, que no se lea teatro hoy. Otra de las penas
que nos está imponiendo el mercado.
La historia se conoce. Willy Loman es un viajante en la antesala de la vejez, alguien que se ha
pasado la vida en tránsito para terminar dándose cuenta de que no llegó. Ni él ni sus hijos
llegaron, como sí lo hicieron los otros. El lector que escribe un diario iba a escribir “llegar se mide
en términos de dinero”, pero eso podría inducir erróneamente a suponer grandes fortunas: nada
de eso. Llegar, para los Loman, es terminar de pagar la hipoteca y obtener una renta aceptable
para el retiro. Y Willy se ha pasado la vida tratando de llegar y de inculcar a sus dos hijos la
importancia de ser exitosos a toda costa. Sin embargo, solo puede decir que “trabajas toda la vida
para pagar una casa. Finalmente, es tuya, pero no hay nadie que viva en ella”.
Aires de derrota cubren a todos los integrantes de la familia Loman. La frase constante de Willy es
“me gustaría saber cómo lo hizo”, amarga constatación de que los otros lograron el sueño que él
se proponía para sí y para los suyos. Pero además, es la derrota del sueño, la constatación de la
mentira vigente en la promesa de prosperidad a base del esfuerzo individual que la sociedad
capitalista le prometía. Compraste una nada y no te diste cuenta de que te estaban engañando,
Willy, piensa el lector que escribe un diario, y se siente tentado a agregar “meritocracia”, una
palabreja que no existía en 1949 pero que hace de puente al presente.
El lector que escribe un diario rescata una frase de Agamben, quien la refiere a Benjamin: “Dios no
murió, se convirtió en dinero”. En el mundo actual, el destino que amenazaba a Edipo ha sido
reemplazado por el juego de ganancias y pérdidas que en algún lejano lugar se cocina.
En la tragedia clásica, el destino es una fuerza feroz, a-moral en tanto fuera de los cánones
humanos, que aplasta al hombre que se atreve a torcer el orden de la Physis, de la naturaleza;
esto es, una fuerza que no tolera la hybris, la desmesura. En Miller, esa fuerza es la del self made
man y el sueño americano, que conlleva la idea de que "el hombre es forjador de su propio
destino": el lector que escribe un diario anota la insistencia de Loman en preguntar "cómo lo hizo"
al que llegó, Howard pensando que Loman "se lo buscó".
Pero esta promesa es un engaño: la fuerza brutal del capitalismo y sus sueños fugaces aplastan
igualmente al fracasado como al exitoso. Se impone en la variedad de versiones que son cada uno
de los personajes que pasan por el escenario, cometiendo la desmesura de soñar. Edipo se
enfrenta a los dioses; en el siglo XX los dioses han muerto o han sido desplazados por el mercado y
sus espejos de colores.
Copia el lector que escribe en su diario a Agamben: “para comprender lo que está sucediendo, hay
que interpretar al pie de la letra la idea de Walter Benjamin según la cual el capitalismo es
ciertamente una religión, es la más feroz, implacable e irracional religión que haya existido jamás
porque no conoce ni tregua ni redención. En su nombre se celebra un culto permanente cuya
liturgia es el trabajo y su objeto el dinero”.
La muerte del viajante –nosotros, peregrinos en este viaje de lágrimas- como modo de producir
dinero: nadie, sabe el lector que escribe un diario, se animará a salir a la calle con un cartelito que
diga “Je suis Loman”.
Aunque tal vez, deberíamos.

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