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Comentario de C.

Jung al Bardo
Thödol (Según la versión inglesa.)
13 DomingoMAY 2012
POSTED BY EDNEUD ANIER IN BARDO THÖDOL, CARL GUSTAV JUNG, ESCRITOS, PSICOLOGÍA, SIMBOLOGÍA
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Etiquetas
Bardo Thödol, Carl Gustav Jung, Escritos, Psicología, Simbología

Antes de embarcarme en el comentario psicológico, me agradaría decir unas pocas


palabras sobre el texto mismo. El Libro Tibetano de los Muertos, o el Bardo Thödol,
es un libro de instrucciones para los difuntos y los moribundos. Como El Libro
Egipcio de los Muertos, tiende a ser una guía del difunto en el período de su
existencia en el Bardo, descrita simbólicamente como un estado intermedio de
cuarenta y nueve días de duración entre la muerte y el renacimiento. El texto
divídese en tres partes. La primera parte, llamada Chikhai Bardo, describe los
acontecimientos psíquicos del momento de la muerte. La segunda parte, o Chónyid
Bardo, trata sobre el estado onírico que sobreviene inmediatamente después de la
muerte, y sobre las llamadas “ilusiones kármicas”. La tercera parte, o Sidpa Bardo,
concierne al asalto del instinto natal y de los acontecimientos prenatales. Es
característico que la intuición y la iluminación supremas, y por ende la máxima
posibilidad de alcanzar la liberación, confiérense durante el proceso real de morir.
Inmediatamente después, comienzan las “ilusiones” que, a su tiempo, conducen a
la reencarnación, a las luces iluminativas que se tornan cada vez más débiles y
variadas, y a las visiones terroríficas en constante incremento. Este descenso
ilustra la enajenación de la consciencia respecto de la verdad liberadora al
aproximarse cada vez más al renacimiento físico. El propósito de la instrucción es
fijar la atención del difunto, en cada etapa sucesiva de ilusión y engaño, sobre la
siempre presente posibilidad de la liberación, y explicarle la naturaleza de sus
visiones. El lama recita el texto del Bardo Thödol en presencia del cadáver.
Pienso que no podría saldar mejor mi deuda de agradecimiento con los dos
traductores anteriores del Bardo Thödol, el extinto Lama Kazi Dawa-Samdup y
el Dr. Evans-Wentz, que intentando, con la ayuda de un comentario psicológico,
tornar un poco más inteligible para la mente occidental el magnífico mundo de
ideas y los problemas contenidos en este tratado. Estoy seguro que todos cuantos
lean este libro con suma atención, permitiéndole que se grabe en ellos sin
prejuicios, cosecharán una rica recompensa.
El Bardo Thödol, al que su editor, el Dr. W. Y. Evans-Wentz, denominó
apropiadamente “El Libro Tibetano de los Muertos”, causó considerable conmoción
en los países de habla inglesa cuando apareció por primera vez, en 1927. Pertenece
a esa clase de escritos que no sólo son interesantes para los especialistas en
Budismo Mahayana, sino que también, debido a su honda humanidad y a su
intuición aún más honda de los secretos de la psyché humana, constituyen una
especial apelación al laico que busca ampliar su conocimiento de la vida. Durante
arios, desde su primera edición, el Bardo Thödol fue mi compañero constante, y no
sólo le debo muchas ideas y descubrimientos estimulantes, sino también muchas
intuiciones fundamentales. A diferencia del Libro Egipcio de los Muertos, que
siempre nos incita a decir demasiado o demasiado poco, el Bardo Thödol nos ofrece
una filosofía inteligible dirigida más bien a los seres humanos que a los dioses o los
salvajes primitivos. Su filosofía contiene la quintaesencia de la crítica psicológica
budista; y como tal puede decirse que es de una superioridad sin parangón. No solo
las deidades “iracundas” sino también las “pacíficas” se conciben como
proyecciones sangsáricas de la psyché humana, idea que al europeo ilustrado le
parece demasiado evidente, porque le recuerda sus propias simplificaciones
banales. Pero aunque el europeo pueda explicar fácilmente estas deidades como
proyecciones, sería enteramente incapaz de postularlas al mismo tiempo como
reales. El Bardo Thödol puede hacer eso porque, en algunas de sus premisas
metafísicas más esenciales, deja en desventaja tanto al europeo ilustrado como al
que no lo es. El no expreso y siempre presente postulado del Bardo Thödol es el
carácter antinominal de todas las aseveraciones metafísicas, y asimismo la idea de
la diferencia cualitativa de los diversos niveles de la consciencia, y de las realidades
metafísicas que aquéllos condicionan. El fondo de este libro inusual no es la
mezquina disyuntiva (1) europea sino una conjunción (2)magníficamente
afirmativa. Este aserto quizá parezca objetable al filósofo occidental, pues
Occidente ama lo claro e inambiguo; en consecuencia, un filósofo adhiere a la
posición de “Dios existe”, mientras otro adhiere igualmente, con fervor, a la
negación de “Dios no existe”. ¿Qué harían estos hermanos hostiles con una
afirmación como la siguiente?:
“Reconociendo al vacío de tu propio intelecto como al Estado Sádico, y
conociéndolo al mismo tiempo como tu propia consciencia, morarás en el
estado de la mente divina del Buda”.
Me temo que esta aserción no sea bien recibida por nuestra filosofía ni nuestra
teología occidental. El Bardo Thödol es, en su visión, psicológico en sumo grado;
pero, entre nosotros, la filosofía y la teología se hallan aún en la etapa pre-
psicológica medieval en la que sólo se escuchan, explican, defienden, critican y
discuten las aseveraciones, mientras la autoridad que las formula, por consenso
general, ha sido excluida como si estuviese fuera del alcance de la discusión. Sin
embargo, las aserciones metafísicas son exposiciones de la psyché y por tanto,
psicológicas. A la mente occidental, que compensa sus bien conocidos sentimientos
de resentimiento con una servil consideración hacia las explicaciones “racionales”,
esta verdad evidente le parece demasiado evidente, o la ve como una inadmisible
negación de la “verdad” metafísica. Toda vez que el occidental oye la palabra
“psicológico”, le suena siempre como “sólo psicológico”. El “alma” es para él algo
lastimosamente pequeño, indigno, personal, subjetivo, y un montón de cosas más.
Por tanto, prefiere usar la palabra “mente” en su lugar, aunque gusta al mismo
tiempo fingir que una afirmación que de hecho sea muy subjetiva la formula
ciertamente la “mente”, naturalmente la “Mente Universal”, o incluso —si se lo
apura— el mismo “Absoluto”. Esta presunción más bien ridícula es probablemente
una compensación por la lamentable pequeñez del alma. Asimismo, parece como si
Anatole France hubiese expresado una verdad que fuese válida para todo el mundo
occidental cuando, en su Isla de los Pingüinos, Catalina de Alejandría ofrece a Dios
este consejo:
“Donnez leur une ame, mais une petite”! [” ¡Dadles un alma, pero
pequeña! “] .
Es el alma la que, por el divino poder creador inherente a ella, formula la aserción
metafísica; ella postula las distinciones entre las entidades metafísicas. Ella es no
sólo la condición de toda la realidad metafísica, sino que es esa realidad.(3) El
Bardo Thödol comienza con esta gran verdad psicológica. El libro no es un
ceremonial de sepelio, sino un conjunto de instrucciones para los difuntos, una guía
a través de los cambiantes fenómenos del reino del Bardo, ese estado de la
existencia que continúa durante 49 días después de la muerte, hasta la próxima
encarnación. Si desechamos por el momento la supratemporalidad del alma (que
Oriente acepta como un hecho autoevidente), como lectores del Bardo
Thödol podremos ponernos sin dificultad en el lugar del difunto, y consideraremos
atentamente la enseñanza expuesta en la parte inicial, esbozada en la cita anterior.
A esta altura, pronúncianse las palabras siguientes, no con presunción, sino de
manera cortés:
“Oh, noblemente nacido (Fulano de Tal), escucha. Ahora estás
experimentando el Resplandor de la Clara Luz de la
Realidad Pura.Reconócela. Oh, noblemente nacido, tu intelecto actual,
vacío en su naturaleza real, en nada formado con respecto a características
o color, naturalmente vacío, es la Realidad misma, el Todo-Bueno.”Tu
intelecto, que ahora es vacío, empero no ha de ser considerado como
perteneciente al vacío de la nada, sino como el intelecto mismo,
inobstruido, brillante, emocionante y bienaventurado, y es la consciencia
misma, el Buda Todo-bueno.”
Esta captación es el estado Dharma-Kaya de la iluminación perfecta; o, como
deberíamos expresarlo en nuestro lenguaje, la base creadora de toda aserción
metafísica es la consciencia, como la manifestación invisible e intangible del alma.El
“Vacío” es el estado que trasciende toda aserción y todo predicado. La plenitud de
sus manifestaciones discriminativas yace aún latente en el alma. El texto continúa:
“Tu consciencia, brillante, vacía e inseparable del Gran Cuerpo del
Resplandor, no tiene nacimiento ni muerte, pues es la Luz Inmutable:
Buddha Amitábha”.
El alma [ o, como aquí, nuestra propia consciencia] con seguridad no es pequeña,
sino la radiante Deidad misma. Occidente halla peligrosísima esta afirmación, si no
categóricamente blasfema, o la acepta irreflexivamente y entonces sufre de
inflación teosófica. De algún modo, siempre tenemos una actitud equivocada
respecto de estas cosas. Pero si podemos dominarnos lo suficiente como para
abstenemos de nuestro error principal de querer siempre hacer algo con las cosas y
darles una utilidad práctica, tal vez logremos aprender una importante lección de
estas enseñanzas, o por lo menos apreciar la grandeza del Bardo Thödol, que
otorga al difunto la verdad última y excelsa: que hasta los dioses son el resplandor
y el reflejo de nuestras propias almas. De ese modo, ni el sol se eclipsa para el
oriental, como le ocurriría al cristiano, que se sentiría despojado de su Dios; por el
contrario, su alma es la luz dela Deidad, yla Deidades el alma. Oriente puede
sostener mejor esta paradoja que el infortunado Angelus Silesius, que incluso hoy
en día estaría psicológicamente mucho más adelantado que su tiempo.
En el Bardo Thödol es acentuadamente perceptible que aclara al difunto la primacía
del alma, pues eso es lo único que la vida no nos aclara. Estamos tan cercados por
las cosas que nos empujan y oprimen que nunca tenemos oportunidad, en medio
de todas estas cosas “dadas” de preguntarnos por quién son “dadas”. El difunto se
libera de este mundo de cosas “dadas”; y el fin de la instrucción es ayudarle en pos
de esa liberación. Si nos ponemos en su lugar, obtendremos con ello una no menor
recompensa, puesto que desde los primeros párrafos mismos aprendemos que el
“dador” de todas las cosas “dadas” habita dentro de nosotros. Esta es una verdad
que frente a toda evidencia, tanto en las cosas más grandes como en las más
pequeñas, jamás se conoce, aunque a menudo es para nosotros tan sumamente
necesario, en verdad tan sumamente vital, que la conozcamos. Con seguridad, tal
conocimiento es apto sólo para los contemplativos que se proponen entender el fin
de la existencia, para quienes son gnósticos por temperamento y, por tanto, creen
en un salvador que, como el salvador de los mandeanos, llámase “gnosis de la
vida” (manda d’hajie). Quizá no se le conceda a muchos de nosotros ver el mundo
como algo “dado”.
Antes que veamos al mundo como “dado” por la naturaleza misma del alma, se
necesita una gran inversión del punto de vista, que exige mucho sacrificio. Es tanto
más directo, más dramático e impresionante, y por tanto más convincente, ver que
todas las cosas me suceden que observar cómo yo las hago suceder. En verdad, la
naturaleza animal del hombre le hace resistirse a verse como el hacedor de sus
circunstancias. He aquí por qué los intentos de esta índole fueron siempre objeto de
iniciaciones secretas, culminando por regla general en una muerte figurada que
simbolizaba el carácter total de esta inversión. Y, de hecho, la instrucción dada en
el Bardo Thödol sirve para recordar al difunto las experiencias de su iniciación y las
enseñanzas de su gurú, pues, en el fondo, la instrucción es nada menos que una
iniciación de los muertos en la vida en el Bardo, tal como la iniciación de los vivos
fue una preparación para el Más Allá. Así ocurrió al menos con todos los cultos de
los misterios de las civilizaciones antiguas, desde la época de los misterios egipcios
y eleusinos. Sin embargo, en la iniciación de los vivos, este “Más Allá” no es un
mundo más allá de la muerte, sino una inversión de las intenciones y actitudes
mentales, un “Más Allá” psicológico o, en términos cristianos, una “redención” de
las redes del mundo y del pecado. La redención es una separación y liberación de
una previa condición de oscuridad e inconsciencia, y conduce a una condición de
iluminación y liberación, a una victoria y trascendencia sobre todo lo “dado”.
Hasta aquí el Bardo Thödol, como también lo piensa el Dr.Evans-Wentz, es un
proceso iniciático cuya finalidad es restaurar en el alma la divinidad que aquélla
perdió al nacer. Ahora bien, es una característica de la literatura religiosa oriental
que la enseñanza empieza invariablemente con el tópico más importante, con los
principios últimos y supremos que, entre nosotros llegarían últimos, como por
ejemplo en Apuleyo, donde Lucius es adorado como Helios sólo recién al final. En
consecuencia, en el Bardo Thödol , la iniciación es una serie de clímaxes en
disminución, que terminan con el renacimiento en el útero. El único “proceso
iniciático” que aún vive y se practica hoy en día en Occidente es el análisis del
inconsciente como lo emplean los doctores con fines terapéuticos. Esta penetración
en los estamentos de la consciencia es una suerte de mayéutica racional en el
sentido socrático, una manifestación del contenido psíquico que es todavía
germinal, subliminal e incluso innacido. Originalmente, esta terapia tomó la forma
del psicoanálisis freudiano y se preocupó principalmente de las fantasías sexuales.
Este es el reino que corresponde a la región última y más baja del Bardo, conocida
como el Sidpa Bardo, donde el difunto, incapaz de aprovechar las enseñanzas del
Chikhai Bardo y del Chdnyid Bardo, empieza a caer presa de fantasías sexuales y es
atraído por la visión de parejas que copulan. A su tiempo, es atrapado por un útero
y nace nuevamente en el mundo terreno. Mientras tanto, como es dable esperar,
comienza a funcionar el complejo de Edipo. Si su karma le destina a renacer como
hombre, se enamorará de su futura madre, y hallará odioso y repulsivo a su padre.
A la inversa, la futura hija será acentuadamente atraída por su futuro padre, y se
sentirá repelida respecto de su madre. El europeo atraviesa este dominio
específicamente freudiano cuando su contenido inconsciente es traído a la luz bajo
el análisis, pero marcha en dirección inversa. Viaja hacia atrás a través del mundo
de la fantasía infanto-sexual hasta el útero. Incluso se ha sugerido en círculos
psicoanalíticos que el trauma por excelencia es la experiencia natal misma, y es
más, hasta hay psicoanalistas que afirman haber comprobado retroactivamente
recuerdos de origen intrauterino. Aquí la razón occidental llega a su límite,
lamentablemente. Digo “lamentablemente” porque uno más bien desea que el
psicoanálisis freudiano pudiese haber proseguido felizmente estas
denominadas experiencias intrauterinas mucho más atrás todavía; si hubiese
logrado buen éxito en esta audaz empresa, con seguridad habría salido más allá del
Sidpa Bardo y penetrado por detrás en los tramos inferiores del Chanyid Bardo. Es
cierto que con el equipo de nuestras ideas biológicas existentes tal aventura no
habría sido coronada por el triunfo; necesitaríase un género totalmente diferente de
preparación filosófica del basado en postulados científicos corrientes. Pero si ese
viaje hacia atrás se hubiese proseguido coheren- temente, sin duda habría
conducido al postulado de una existencia pre-uterina, una verdadera vida en el
Bardo, si sólo hubiese sido posible hallar por lo menos algún vestigio de un sujeto
de la experiencia. Tal como ocurrió, los psicoanalistas nunca trascendieron las
huellas puramente conjeturales de las experiencias intrauterinas, y hasta el famoso
“trauma del nacimiento” ha seguido siendo una evidente perogrullada que ya no
puede explicar nada, como tampoco lo puede la hipótesis de que la vida es una
enfermedad con un mal pronóstico porque su resultado es siempre fatal.
El psicoanálisis freudiano, en todos los aspectos esenciales, jamás fue más allá de
las experiencias del Sidpa Bardo; esto es, no fue capaz de desembarazarse de las
fantasías sexuales y de similares tendencias “incompatibles” que causan ansiedad y
otros estados afectivos. No obstante, la teoría de Freud es el primer intento
efectuado por Occidente para investigar, como si fuese desde abajo, desde la esfera
animal del instinto, desde el territorio psíquico que corresponde, en el Lamaísmo
tántrico, al Sida Bardo. Un muy justificable temor por la metafísica impidió a Freud
penetrar en la esfera de lo “oculto”. Además de esto, el estado Sidpa, si hemos de
aceptar la psicología del Sidpa Bardo, se caracteriza por el fiero viento del karma,
que hace girar al difunto hasta que éste llega a la “puerta del útero”. En otras
palabras, el estado Sidpa no permite volver atrás, porque está sellado respecto del
estado Chónyid por un pujar intenso hacia abajo, hacia la esfera animal del instinto
y del renacimiento físico. Vale decir, cualquiera que penetre en el inconsciente con
postulados puramente biológicos se adherirá a la esfera instintiva y no podrá
avanzar más allá de ella, pues será jalado una y otra vez, hacia atrás, hacia la
existencia física. Por tanto, a la teoría freudiana no le es posible llegar a nada salvo
a una evaluación esencialmente negativa del inconsciente. Tratase de un “nada…
salvo”. Al mismo tiempo, deberá admitirse que este criterio sobre la psyché es
típicamente occidental, y que se lo expresó más vocinglera, lisa y despiadadamente
que como otros se hubieran atrevido a expresarlo, aunque en el fondo no piensen
distinto. En cuanto a lo que la “mente” significa a este respecto, sólo podemos
abrigar la esperanza de que importe convicción. Pero, como hasta Max Scheler lo
señaló con pesar, el poder de esta “mente”, para decir lo menos sobre esto, es
dudoso. Pienso, entonces, que podemos declarar esto como un hedio: que, con la
ayuda del psicoanálisis, la mente racionalizadora de Occidente pujó hacia adelante
en lo que podría llamarse el neuroticismo del estado Sidpa, y fue llevada a un alto
inevitable por el postulado carente de crítica de que todo lo psicológico es subjetivo
y personal. Aun así, este avance ha sido: una gran ganancia, en la medida en que
nos capacitó para dar un paso más detrás de nuestras vidas conscientes. Este
conocimiento también nos sugiere como debemos leer el Bardo Thödol, es decir,
hacia atrás. Si con la ayuda de nuestra ciencia occidental, hemos logrado hasta
cierto punto entender el carácter psicológico del Sidpa Bardo, nuestra próxima
tarea es ver Si podemos hacer algo con el Chányid Bardo precedente.
El estado Chónyid es de ilusión kárrnica, es decir, ilusiones que resultan de los
residuos psíquicos de existencias anteriores.Según el criterio oriental, karma
implica una suerte de teoría psíquica de la herencia, basada en la hipótesis de la
reencarnación, que en última instancia es una hipótesis de la supratempomandad
del alma. Ni nuestro conocimiento científico ni nuestra razón pueden concordar con
esta idea. Hay demasiadas condiciones y salvedades (4). Sobre todo, sabemos
desesperadamente poco sobre las posibilidades de una existencia continuada del
alma individual después de la muerte, tan poco que ni siquiera podemos concebir
cómo alguien podría probar siquiera algo a este respecto. Además, sabemos
demasiado bien, sobre bases epistemológicas, que tal prueba sería precisamente
tan imposible como la prueba de Dios. De allí que aceptemos cautamente la idea
del harma sólo si la entendemos como herencia psíquica en el sentido más lato de
la palabra. La herencia psíquica existe, es decir, hay una herencia de características
psíquicas tales como la predisposición a la enfermedad, los rasgos del carácter, los
dones especiales, y demás. Esto no violenta la naturaleza psíquica de estos hechos
complejos si la ciencia natural los reduce a lo que parecen ser aspectos físicos
(estructuras nucleares en células, etc.). Son fenómenos esenciales de la vida que
se expresan, en su mayor parte, psíquicamente, tal como hay otras características
heredadas que se expresan, en su mayor parte, fisiológicamente, en el nivel físico.
Entre estos factores psíquicos heredados hay una clase especial que no se reduce a
la familia ni a la raza. Estas son las disposiciones universales de la mente, y han de
entenderse como análogas a las formas (eidola) de Platón, de acuerdo con las
cuales la mente organiza su contenido. Asimismo, podría describirse estas formas
como categorías análogas a las categorías lógicas que están siempre y por doquier
presentes como postulados básicos de la razón. Sólo en el caso de nuestras
“formas” no tratamos sobre categorías de la razón sino sobre categorías de la
imaginación. Como los productos de la imaginación son siempre visuales en
esencia, sus formas deberán, desde el comienzo, tener el carácter de imágenes y,
además, de imágenes típicas, y he aquí por qué, siguiendo a san Agustín, las llamo
“arquetipos”. La religión y la mitología comparadas son ricas minas de arquetipos, y
lo mismo ocurre con la psicología de los sueños y psicosis. El asombroso
paralelismo entre estas imágenes y las ideas a las que sirven para que se expresen,
frecuentemente dio pábulo a las más salvajes teorías migratorias, aunque habría
sido mucho más natural pensar en la notable semejanza de la psyché humana en
todos los tiempos y en todos los lugares. Las formas fantásticas arquetípicas
reprodúcense, de hecho, espontáneamente en cualquier tiempo y en cualquier
lugar, sin que exista ninguna huella concebible de transmisión directa. Los
originales componentes estructurales de la psyché son de uniformidad no menos
sorprendente que los del cuerpo visible. Por así decirlo, los arquetipos son órganos
de la psyché prerracional. Son formas e ideas eternamente heredadas que, al
principio, no tienen contenido específico. Su contenido específico sólo aparece en el
curso de la vida del individuo, cuando precisamente se asume la experiencia
personal en estas formas. Si los arquetipos no fuesen preexistentes en idéntica
Forma por doquier, ¿cómo podría explicarse el hecho, postulado casi a cada rato
por el Bardo Thödol, de que los difuntos no saben que están muertos, y que esta
aseveración ha de encontrarse, precisamente con tanta frecuencia, en la poco
juiciosa y sombría literatura del espiritualismo europeo y americano? Aunque
encontremos la misma afirmación en Swedenborg, es difícil que el conocimiento de
sus escritos se haya esparcido lo suficiente como para que este retacito de
información lo haya tomado cada “médium” de aldea. Y no puede pensarse en una
conexión entre lo de Swedenborg y el Bardo Thödol.
Es una idea primordial y universal que los difuntos simplemente continúan su
existencia terrena y no saben que son espíritus desencarnados: idea arquetípica
que entra en inmediata manifestación visible cuando alguien ve un fantasma.
También es significativo que los fantasmas de todo el mundo tengan ciertos rasos
en común.Soy naturalmente consciente de la inverificable hipótesis espiritualista,
aunque no deseo hacerla propia. Debo contentarme con la hipótesis de una
estructura psíquica omnipresente pero diferenciada, que se hereda y que
necesariamente da cierta forma y dirección a toda experiencia. Pues, así como los
órganos del cuerpo no son meros terrones de materia indiferente y pasiva, sino
complejos dinámicos y funcionales que se a firman con imperiosa urgencia, de igual
modo, también los arquetipos, como órganos de la psyché, son complejos
dinámicos e instintivos que determinan la vida psíquica hasta un grado
extraordinario. He aquí por qué también los llamo dominantes del inconsciente.Al
estrato de la psyché inconsciente que está compuesto por estas formas dinámicas
universales lo denominé inconsciente colectivo.Hasta donde yo conozco, no hay
herencia de recuerdos individuales prenatales o preuterinos, pero sin duda hay
arquetipos heredados que sin embargo están vacíos de contenido porque, para
empezar, no contienen experiencias personales. Sólo emergen en la consciencia
cuando las experiencias personales los hicieron visibles. Como vimos, la psicología
del Sidpa consiste en querer vivir y nacer. (El Sidpa Bardo es el “Bardo dela
Búsqueda del Renacimiento”). Por tanto, tal estado excluye cualquier experiencia
de realidades psíquicas transubjetivas, a no ser que el individuo rehuse
categóricamente nacer de nuevo en el mundo de la consciencia. Según las
enseñanzas del Bardo Thödol, aún le es posible, en cada uno de los estados del
Bardo, alcanzar el Dharma-Kaya trascendiendo el Monte Neru de cuatro caras,
siempre que no ceda a su deseo de seguir las “luces oscuras”. Esto equivale a decir
que el difunto deberá resistir desesperadamente los dictados de la razón, como
nosotros la entendemos, y renunciar a la supremacía del egoísmo, considerada
como sacrosanta por la razón. Lo que en la práctica esto significa es una completa
capitulación ante los poderes objetivos de la psyché, con todo lo que esto tiene de
secuela; un género de muerte simbólica, correspondiente al Juicio de los Muertos
en el Sidpa Bardo. Significa el fin de toda conducta moralmente responsable,
consciente y racional de la vida, y una voluntaria sumisión a lo que el Bardo Thödol
llama “ilusión kármica”. La ilusión kárrnica brota de la creencia en un mundo de
visiones, de naturaleza extremadamente irracional, que ni concuerda con nuestros
juicios racionales ni deriva de éstos, sino que es el producto exclusivo de la
imaginación libre de inhibiciones.Es puro sueño o “fantasía”, y toda persona
bienintencionada se precaverá instantáneamente contra eso; pero tampoco podrá
apreciarse a primera vista cuál es la diferencia entre las fantasías de esta índole y
las fantasmagorías de un lunático.
Muy a menudo sólo se necesita un leve abaissement du niveau (Reducción del
nivel) mental para desatar este mundo de la ilusión.El terror y la oscuridad de este
momento tiene su equivalente en las experiencias descritas en las partes iniciales
del Sidpa Bardo. Pero el contenido de este Bardo revela también los arquetipos, las
imágenes kárrnicas que aparecen primero en su forma aterrorizadora. El estado
Chdnyid es equivalente a una psicosis inducida deliberadamente.Con frecuencia se
oye y lee sobre los peligros del yoga, particularmente del mal reputado Kundalini
yoga. El estado psicótico inducido deliberadamente, que en ciertos individuos
inestables conduciría fácilmente a una real psicosis, es un peligro que es menester
tomar muy en serio. Estas cosas son realmente peligrosas y no deben tener
injerencia en nuestra modalidad típicamente occidental. Eso es entrometerse en el
destino, que golpea en las raíces mismas de la existencia humana y puede dejar en
libertad una correntada de sufrimientos que ninguna persona sensata jamás soñó.
Estos sufrimientos corresponden a los tormentos infernales del estado Chónyid,
descritos en el texto siguiente:
“Entonces, el Señor de la Muerte enroscará una soga en tu cuello y te
arrastrará; cortará tu cabeza, extraerá tu corazón, arrancará tus
intestinos, chupará tu cerebro, beberá tu sangre, comerá tu carne, y roerá
tus huesos; mas serás incapaz de morir. Aunque tu cuerpo sea cortado en
pedazos, revivirá nuevamente. El corte repetido causará intenso dolor y
tortura”.
Estas torturas describen apropiadamente la naturaleza real del peligro: es una
desintegración de la totalidad del cuerpo Bárdico, que es una suerte de “cuerpo
sutil” que constituye la envoltura visible del yo psíquico en el estado post-mortem.
El equivalente psicológico de este desmembramiento es la disociación psíquica. En
su forma deletérea sería esquizofrenia (mente escindida). Esta, la más común de
todas las enfermedades mentales, consiste esencialmente en un marcado
abaissement du niveau (Reducción del nivel) mental que, al abolir los controles
normales impuestos por la mente consciente, da un alcance ilimitado al juego de
los “dominantes” inconscientes. Luego, la transición desde el estado Sidpa hasta el
estado Chányid es una inversión peligrosa de las aspiraciones e intenciones de la
mente consciente. Es un sacrificio de la estabilidad del ego y una sumisión a la
extrema incertidumbre de lo que debe parecer un caótico disturbio de formas
fantasmales. Cuando Freud acuñó la frase de que el ego era “el verdadero asiento
de la ansiedad”, expresaba una intuición muy cierta y profunda. El miedo al auto-
sacrificio está en acecho en todo ego, y este miedo es a menudo sólo la
precariamente controlada demanda de las fuerzas inconscientes para estallar con
todas sus fuerzas.
Nadie que pugne por la yoidad (la individuación) está libre de este peligroso pasaje,
pues lo que se teme pertenece también a la totalidad del yo: el mundo subhumano
o suprahumano de los “dominantes” psíquicos de los que el ego originalmente se
emancipó con enorme esfuerzo, y entonces sólo parcialmente, en pro de una
libertad más o menos ilusoria. Esta liberación es ciertamente una empresa muy
necesaria y heroica, pero no representa nada final: es meramene la creación de un
sujeto que, a fin de hallar cumplimiento, ha de ser confrontado aún por un objeto.
Esto, a primera vista parecería ser el mundo, que está henchido de proyecciones
con esa finalidad precisamente. Aquí buscamos y hallamos nuestras dificultades,
aquí buscamos y hallamos a nuestro enemigo, aquí buscamos y hallamos lo que es
caro y precioso para nosotros; y es reconfortante saber que todo el mal y todo el
bien han de encontrarse fuera de allí, en el objeto visible, donde pueden
conquistarse, castigarse, destruirse o disfrutarse. Pero la naturaleza misma no
permite que este estado paradisíaco de la inocencia continúe eternamente. Están y
estuvieron siempre los que no pueden dejar de ver que el mundo y sus
experiencias tienen la naturaleza de un símbolo, y que éste refleja realmente algo
que yace oculto en el sujeto mismo, en su propia realidad transubjetiva. Es de esta
intuición profunda, según la doctrina lamaísta, que el estado Chányid deriva su
significado verdadero y he ahí porqué el Chónyid Bardo se titula “El Bardo dela
Experienciadela Realidad.”
La realidad experimentada en el estado Chónyid, como lo enseña la última parte del
Bardo correspondiente, es la realidad del pensamiento. Las “formas del
pensamiento” aparecen como realidades, la fantasía toma una forma real, y
empieza el sueño aterrador evocado por el karma y representado por los
“dominantes” inconscientes. El primero que aparece (si leemos el texto hacia atrás)
es el omnidestructor Dios dela Muerte, el epítome de todos los terrores; le siguen
las 28 diosas “sostenedoras del poder” y siniestras, y las 58 diosas “bebedoras de
sangre”. A pesar de su aspecto demoníaco, que aparece como un confuso caos de
atributos y monstruosidades aterradores, es ya discernible cierto orden. Hallamos
que hay grupos de dioses y diosas ordenados según las cuatro direcciones y que se
distinguen por sus típicos colores místicos. Gradualmente resulta más claro que
todas estas deidades están organizadas en mándalas, o círculos, que contienen una
cruz de cuatro colores. Los colores están coordinados con los cuatro aspectos de la
sabiduría:
(1) Blanco r: el sendero luminoso de la sabiduría espejada;
(2) Amarillo = el sendero luminoso de la sabiduría de la igualdad;
(3) Rojo = el sendero luminoso de la sabiduría discriminativa
(4) Verde = el sendero luminoso de la sabiduría omnirealizadora.
En un nivel superior de intuición, el difunto sabe que todas las formas reales del
pensamiento emanan de él mismo, y que los cuatro senderos luminosos de la
sabiduría que aparecen ante él son los resplandores de sus propias facultades
psíquicas.Esto nos lleva directamente a la psicología del mándala lamaísta, que ya
hemos discutido en el libro que preparé con el extinto Richard Wilhelm, El Secreto
dela Flor Dorada.Continuando con nuestro ascenso hacia atrás a través de la región
del Chányid Bardo, llegamos finalmente a la visión de los Cuatro Grandes: el verde
Amogha-Siddhi, el rojo Amitábha, el amarillo Ratna-Sambhava y el blanco Vajra-
Sattva. El ascenso termina con la refulgente luz azul del Dharma-Dh-dtu, el Cuerpo
Búdico, que brilla en medio del mandala desde el corazón de Vairo chana. Con esta
visión final cesan las ilusiones kármicas, la consciencia, apartada de toda forma y
de todo apego a los objetos, retorna al estado intemporal e incipiente del Dharma-
Ktiya. De esta manera (leyendo hacia atrás) se llega al estado Chikhai, que
apareció en el momento de la muerte. Pienso que estas pocas sugerencias bastarán
para dar al atento lector alguna idea de la psicología del Bardo Thödol. El libro
describe un modo de iniciación al revés, que, a diferencia de las expectativas
escatológicas del cristianismo, prepara al alma para un descenso en el ser físico. La
mentalidad mundana cabalmente intelectualista y racionalista del europeo,nos hace
aconsejable invertir la secuencia del Bardo Thödol y considerarlo como una relación
de las experiencias iniciáticas orientales, aunque uno está en perfecta libertad, si
escoge, de sustituir los símbolos cristianos con los dioses del
Chányid Bardo.De cualquier modo, la secuencia de acontecimientos que he descrito
ofrece un estrecho paralelismo con la fenomenología del inconsciente europeo
cuando éste soporta un “proceso iniciático”, es decir, cuando es analizado. La
transformación del inconsciente que ocurre bajo el análisis lo convierte en el
análogo natural de las ceremonias religiosas iniciáticas que, sin embargo, difieren
en principio del proceso natural en que anticipan el curso natural de desarrollo y
substituyen, por la espontánea producción de los símbolos, un conjunto
deliberadamente elegido de símbolos prescritos por la tradición. Podemos ver esto
en los Exercitia de Ignacio de Loyola, o en las meditaciones yóguicas de los
budistas y tantristas.
La inversión del orden de los capítulos, que he sugerido aquí como una ayuda para
la comprensión, de ningún modo concuerda con la intención original del Bardo
Thödol. Y el uso psicológico que hacemos de éste no es sino una intención
secundaria, aunque ésta esté posiblemente sancionada por la costumbre lamaísta.
El propósito real de este libro singular es el intento, que debe parecer muy extraño
al educado europeo del siglo XX, de iluminar a los difuntos en su viaje a través de
las regiones del Bardo.La Iglesiacatólica es el único lugar en el mundo del hombre
blanco donde se formuló alguna previsión para las almas de los fallecidos. Dentro
del campo protestante, con su optimismo de afirmación mundana, sólo hallamos
unos pocos “círculos de rescate” mediumnísticos cuya preocupación principal es
hacer tomar conciencia a los difuntos sobre el hecho de que están muertos. Pero,
hablando en general, en Occidente no tenemos nada que de modo alguno sea
comparable con el Bardo Thödol, excepto ciertos escritos secretos que son
inaccesibles para el público más vasto y para el científico corriente. Según la
tradición, el Bardo Thödol también parece haber sido incluido entre los libros
“ocultos”, como lo aclara el Dr. Evans-Wentz en su Introducción. Como tal, forma
un capítulo especial de la mágica “cura del alma” que se extiende incluso más allá
de la muerte. Este culto de los muertos básase racionalmente en la creencia en la
supratemporalidad del alma, pero su base irracional ha de hallarse en la necesidad
psicológica de los vivos de hacer algo por los fallecidos, Esta es una necesidad
elemental que constriñe hasta a los individuos más “iluminados” cuando se
enfrentan con la muerte de parientes y amigos. He aquí por qué, con iluminación o
no, todavía tenemos toda clase de ceremonias para los difuntos. Si Lenín debió
someterse a que lo embalsamaran y lo exhibieran en un suntuoso mausoleo como
un Faraón egipcio, podemos estar cabalmente seguros que ello no fue porque sus
adherentes creyesen en la resurrección del cuerpo. Sin embargo, aparte de las
Misas celebradas por el alma enla Iglesia católica, las previsiones que tomamos por
los difuntos son rudimentarias y del más bajo nivel, no porque no podamos
convencernos de la inmortalidad del alma, sino porque hemos racionalizado la
antedicha necesidad psicológica de la existencia. Nos comportamos como si no
tuviéramos esta necesidad, y porque no podemos creer en una vida después de la
muerte preferimos no hacer nada acerca de eso. Las personas de mente más
simple siguen sus propios sentimientos y, como en Italia, se construyen
monumentos funerarios de horripilante belleza. Las Misas católicas por el alma
están en un nivel considerablemente por encima de esto, porque tienden
expresamente al bienestar psíquico de los difuntos y no son una mera complacencia
de sentimientos lacrimosos. Pero la aplicación suprema del esfuerzo espiritual en
bien de los difuntos ha de hallarse con seguridad en las instrucciones del Bardo
Thödol. Son tan detalladas y cabalmente adaptadas a los cambios aparentes de la
condición del difunto que todo lector mentalmente serio deberá preguntarse si
estos viejos lamas sabios no podrían, después de todo, haber atrapado una
vislumbre de la cuarta dimensión y dado un tirón al velo del máximo de los secretos
de la vida.
Si la verdad está siempre condenada a ser una contrariedad, uno casi se siente
tentado a conceder por lo menos mucha realidad a la visión de la vida en el Bardo.
De cualquier modo, es inesperadamente original, si no es nada más, hallar al
estado post-mortern, del que nuestra imaginación religiosa ha formado las más
grandiosas concepciones, pintado con horripilantes colores como un aterrador
estado onírico de carácter progresivamente degenerativo. La visión suprema no
llega al final del Bardo, sino precisamente al comienzo, en el momento de la
muerte; lo que después sucede es un descenso cada vez más profundo en la ilusión
y el oscurecimiento, hasta la última degradación del nuevo nacimiento físico. El
clímax espiritual se alcanza en el momento en que termina la vida. Por tanto, la
vida humana es el vehículo de la suprema perfección que es posible alcanzar; ella
sola genera el karma que posibilita al difunto habitar en la luz perpetua del Vacío
sin apegarse a objeto alguno, y de esa manera descansar en el eje de la rueda del
renacimiento, liberado de toda ilusión de génesis y decadencia.
La vida en el Bardo no aporta recompensas ni castigos eternos, sino meramente un
descenso en una nueva vida que llevará al individuo más cerca de su meta final.
Pero esta meta escatológica es la que le lleva al nacimiento como el fruto último y
más alto de los trabajos y aspiraciones de la existencia terrena. Este criterio no sólo
es sublime: es viril y heroico. El carácter degenerativo de la vida en el Bardo es
corroborado por la literatura espiritualista de Occidente, que una y otra vez da una
repugnante impresión de la cabal inanidad y banalidad de las comunicaciones del
“mundo de los espíritus”. La mente científica no vacila en explicar estos contactos
como emanaciones del inconsciente de los “médiums” y de quienes toman parte en
la sesión, e incluso en extender esta explicación a la descripción del Más Allá que da
El Libro Tibetano de los Muertos. Y es un hecho innegable que todo el libro es
creado a partir del contenido arquetípico del inconsciente. Detrás de esto (y en esto
nuestra razón occidental está muy en lo cierto) no yacen realidades físicas ni
metafísicas, sino “meramente” la realidad de los hechos psíquicos, los datos de la
experiencia psíquica. Ahora bien, si una cosa es dada subjetiva u objetivamente,
queda el hecho de que es. El Bardo Thödol no dice más que esto, pues sus cinco
Dhyáni Buddhas mismos no son más que datos psíquicos. Eso es precisamente lo
que el difunto ha de reconocer, si no se le aclaró ya durante su vida que su propio
yo psíquico y el dador de todos los datos son uno solo y el mismo. El mundo de los
dioses y espíritus es verdaderamente “nada.., salvo” el inconsciente colectivo
dentro de mí. Para invertir la frase de modo que se lea: El inconsciente colectivo es
el mundo de los dioses y espíritus fuera de mí; no se necesita una acrobacia
intelectual, sino toda una vida humana, tal vez incluso muchas vidas de creciente
plenitud. Nótese que no digo “de creciente perfección”, porque quienes son
“perfectos” realizan por completo otra clase de descubrimiento.
El Bardo Thödol empezó siendo un libro “cerrado”, y así permaneció, no interesa
qué clase de comentarios se hayan escrito sobre él, pues es un libro que sólo se
abrirá al entendimiento espiritual, y esta es una capacidad con la que ningún
hombre nace, sino que éste sólo puede adquirir a través de preparación especial y
de experiencia especial. Es bueno que existan, para todos los intentos y propósitos,
estos libros “inútiles”.Están dirigidos a esa “gente rara” que no tiene en mucha
estima los usos, miras y significado de la “civilización” de hoy en día.
*-*
(1) En inglés, literalmente “either-or”: o-o (N. del T.)

(2) En inglés, literalmente “both-and”: ambos-y (N. del T.)

(3) Este párrafo patentiza la importancia de la interpretación contenida en la nota


1, relativa a la diferencia en cuanto al significado del término ‘soul’ (alma) de la
versión inglesa, y del término “Seele” del original alemán; y, en esta cuestión, los
lectores tal vez se beneficien releyendo la nota.

(4) En inglés, literalmente “too many if’s and but’s” demasiados si y peros (N, del
T.)
Nota: A uno de los más cabales discípulos del Dr. Jung, el Dr. James Kirsch,
psicólogo analítico, de Los Angeles, California, quien discutió este Comentario
Psicológico con el Dr. Jung en Zürich y ayudó en su versión inglesa, el Editor está
reconocido por la importante advertencia a modo de prefacio, que sigue, dirigida al
lector oriental:”Este libro está dirigido, en primer lugar, al lector occidental, e
intenta describir importantes experiencias y conceptos orientales en términos
occidentales. El Dr. Jung procura facilitar esta empresa difícil mediante su
Comentario Psicológico. Por ello, es inevitable que, al hacerlo, emplee términos que
son familiares para la mente occidental pero que, en algunos Casos, son objetables
para la mente oriental. “Uno de esos términos objetables es ‘alma’ . Según la
creencia budista, el ‘alma es efímera, es una ilusión y, por tanto, carece de
existencia real. El vocablo germano, Seele’ , como se lo emplea en la versión
original alemana de este Comentario Psicológico, no es sinónimo de la palabra
inglesa `Soul’ , aunque comúnmente se lo traduce así “Seele” es una voz antigua,
sancionada por la tradición germana, y usada por destacados místicos alemanes
como Eckhart y grandes poetas alemanes corno Goethe, para significarla Realidad
Ultima, simbolizada en el aspecto femenino, o shakti. Aquí, el Dr. Jung la usa
poéticamente con referencia a la `psyché’ , comola Psyché Colectiva.En lenguaje
psicológico representa el Inconsciente Colectivo, como matriz de todo. Es el seno
materno de todo, incluso del Dharma-Kaya; es el Dharma-Kaya mismo.”En
consecuencia, se invita a los lectores orientales a que dejen de lado, por ahora, lo
que entienden por Jalma’ , y a que acepten el uso que el Dr. Jung acuerda a esa
palabra, para que puedan seguirle con una mente abierta dentro de las honduras
donde busca construir un puente desdela Orillade Oriente hastala Orillade
Occidente, y hablar de los diversos senderos que conducen haciala Gran Liberación,
la Una Salus”.
(Vídeo en la página Documentales)

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