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Fundamentos Pedagógicos 2012
Fundamentos Pedagógicos 2012
Ciudadanía
La Ciudadanía es central para orientar el trabajo del Programa ya que la forma en que la se
defina dará luces acerca del tipo de sociedad que se quiere construir y el tipo de relaciones
de enseñanza-aprendizaje que hay que establecer en coherencia con el mismo. En este
apartado se recoge de manera somera y sencilla algunas de las formas en las que se puede
comprender la ciudadanía y que son compatibles con la forma de gobierno bajo la que nos
encontramos. El objetivo, no será aún, construir una noción propia de ciudadanía, sino la
exposición de un piso que, con la revisión de los principios y el enfoque, se enriquezca a lo
largo del documento para finalmente permitir el abordaje de la pregunta por cómo
entender la formación para la ciudadanía.
La ‘ciudadanía’ tiene tres acepciones en el diccionario: por una parte, es la cualidad y
derecho de ser ciudadano. Por otra, es el comportamiento que se espera de un ciudadano
y, finalmente, es el conjunto de personas que conforman un pueblo o nación (RAE, 2012).
Así, para comenzar, es posible imaginar la ‘ciudadanía’ como una palabra que abarca y
significa: cualidad, derecho, comportamiento y comunidad. Esta amplia primera
aproximación expone, desde el inicio, la imposibilidad de pensar en una definición singular
y simple de ciudadanía, y conduce a aceptar que el concepto muestra, por el contrario, un
carácter plural: ‘ciudadanías’, en respuesta a la complejidad que exige entender algo que
se ejerce (conducta) y a la vez está dado (cualidad y derecho) y que requiere ser pensado
en relación, es más: incluso como la relación misma.
Una aproximación común y familiar al concepto se informa desde la teoría liberal, que
privilegia dos principios para entender la ciudadanía: la igualdad de derechos y la libertad
individual.
Desde el liberalismo se deben cumplir ciertos requisitos para obtener el estatus de
ciudadano, es decir, la ciudadanía es un derecho y una cualidad. Dentro de la lista de
requerimientos está: ser titular de derechos, vivir en un Estado democrático, respetar la
Constitución Política y tener edad para votar (Ruiz y Chaux, 2005). Esta postura entiende la
ciudadanía como una condición política que otorga derechos y obligaciones a los
ciudadanos, es decir, también conlleva un comportamiento, que puede ejercerse de dos
maneras: como ciudadanía mínima, que consiste en respetar las normas establecidas; o
como ciudadanía máxima, que reside en reclamar el cumplimiento de las normas y
participar en su construcción (Ruiz y Chaux, 2005). El modelo liberal ha sido criticado por
autores como Taylor y Walzer quienes afirman que en éste se ve la ciudadanía de manera
pasiva o, como mucho, reaccionaria, unitaria e individual sin tener en cuenta la diversidad
de los sujetos que forman parte de un mismo Estado (Restrepo, 2005).
El comunitarismo surge como una propuesta que responde a la crítica de la teoría liberal,
buscando ir más allá de los cuestionamientos comunes que se le han hecho (Restrepo,
2005).
En este caso, el énfasis está en que el sujeto no se encuentra aislado sino que vive en una
comunidad que es producto de un recorrido histórico particular. Esta comunidad da forma
a la identidad de quienes pertenecen a ella y, por lo tanto, determina sus formas de actuar
y de pensar. La ciudadanía se entiende como el espacio donde se determinan los destinos
de la comunidad. El ciudadano comunitarista comparte unos fines con su comunidad, no
posee derechos sino responsabilidades y busca el beneficio colectivo en vez del privado.
En este sentido, esta lectura pone el énfasis en la comprensión de ciudadanía tanto acción
como relación y ha sido criticado por dar todo el peso a la comunidad, corriendo el riesgo
de abogar por un igualitarismo que acabe por invisibilizar las diferencias tanto entre los
sujetos y entre los grupos culturales diversos que conforman los pueblos o naciones
(Restrepo, 2005).
Una tercera postura política que pretende superar las dificultades del liberalismo y del
comunitarismo se denomina democracia radical (Restrepo, 2005). Ésta teoría, propuesta
por Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, toma como premisa que todos los ciudadanos
aceptan los principios democráticos de justicia y libertad, introduciendo una nueva
variable a la definición: la ciudadanía como una decisión implícita, que requiere de un
mínimo espacio cultural compartido. La interpretación que hace la democracia radical a las
propuestas anteriores, se relaciona con el reconocimiento de que las personas poseen
identidades múltiples y diversas.
Por ejemplo, un sujeto hombre, protestante, afro-descendiente, defensor de los animales
y feminista. Este ciudadano, en efecto, podría colaborar con su comunidad religiosa,
participar en marchas que luchan por el respeto a los animales y formar parte de un grupo
de estudios de género. Todas estas actividades y relaciones constituirían sus identidades.
Lo que muestra dos cosas: que las identidades son provisionales (esta persona podría
decidir un día que ya no le interesa defender a los animales) y que existen múltiples
espacios desde los que alguien se puede constituir en actor social (activista, académico,
misionero, etc.).
Lo anterior hace necesario hablar de ciudadanías (nuevamente la invitación al plural), que
se encuentran en constante construcción y transformación como producto de la
interacción y la conversación con los otros. La democracia radical entiende el conflicto
como la fuente que da existencia a la política: la confrontación y la discusión son
inevitables y también deseables.
Desde esta mirada, la individualidad o el comunitarismo radicales se desplazan hacia el
ideal de una sociedad que promueva lo heterogéneo, la diferencia y el desacuerdo; que no
intente volver igual lo que es distinto. Al mismo tiempo, la democracia radical apunta a la
búsqueda de acuerdos, teniendo en cuenta que estos serán momentáneos ya que siempre
habrá alguien que reclame su lugar político. Con la democracia radical la esfera política se
convierte en el lugar de negociación permanente y los ciudadanos deben buscar
activamente la conciliación.
Otra definición de ciudadanía que nos resulta familiar es la ciudadanía social activa
(Borrero, 2005). Está ciudanía se describe en términos más comportamentales que las
anteriores. De acuerdo con esta perspectiva, todos somos ciudadanos porque nos
movemos en lo público y al seguir, romper o crear normas estamos ejerciendo nuestra
ciudadanía. La ciudadanía ideal, entonces, consiste en pensar en el bien común, en aportar
en la construcción de lo público. Por esta razón las calles, las escuelas, los barrios y las
empresas se convierten en los lugares donde se construye la ciudadanía. Para actuar como
ciudadanos activos no hay restricciones de edad, nacionalidad o estatus jurídico; todos los
que vivimos en la sociedad y nos relacionamos en ella aportamos a lo público. Por
consiguiente niños, niñas, jóvenes también tienen su lugar como ciudadanos sociales
activos. Nacer en comunidad nos haría acreedores de esta cualidadderecho, que
ejercemos, sin importar que tan pasiva o activamente participemos, pues, en cualquier
caso, la manera en la que nos relacionamos, en la que hacemos parte de la sociedad, es
una forma de actuar la ciudadanía y de construirla.
En el Programa de Competencias Ciudadanas se comprende la ciudadanía de tipo liberal
como un mínimo. Sin embargo, dada la diversidad que existe en los contextos en los que
se implementan las acciones del Programa, la noción de la ciudadanía democrática radical,
resulta una aproximación más deseable, de manera que se reconozcan voces diferentes y,
por lo tanto, la pluralidad y posibles contradicciones implícitas en el concepto. En esta
medida, las acciones del Programa están dirigidas a que todas las ciudadanías tengan
espacios de expresión y discusión en la sociedad. Como el lugar de acción principal es la
escuela, también se acogen los aportes de la ciudadanía social activa, especialmente,
interesa el reconocimiento de los y las estudiantes como sujetos de ciudadanía, tanto
porque tienen derechos, como porque construyen activamente la sociedad con la manera
en la que actúan dentro de las diferentes esferas sociales, así como porque hacen parte
del tejido relacional que conforma un pueblo y porque nacen, en efecto, inmersos en un
contexto cultural y social que acepta como principios unos mínimos de libertad y justicia
que rigen el contenido de los Derechos Humanos y que permiten, al ser compartidos, la
identificación de sí mismos con la pertenencia a un grupo con un gobierno en común
(Arendt, 1951).
Así, aunque no tengan cédula ni voten (en una definición formal de ciudadano), los y las
estudiantes son considerados en el Programa como sujetos de ciudadanía, que a la vez,
necesitan ejercerla, es decir, participar en relaciones sociales que los construyan como
ciudadanos activos. Lo anterior, en concordancia con los objetivos del Programa que
apuntan a la creación de ambientes de participación democráticos y activos. La pregunta,
entonces, no se resuelve asegurando que los ciudadanos nacen o no como tales; que la
ciudadanía es un derecho de todos, como si fuese posible abstraerla del contexto de un
gobierno que la garantice; ni zanjando la tensión al elegir entre la posibilidad de
entenderla como algo que se ejerce desde cualquier espacio social o que definitivamente
sólo se adquiere en el ejercicio político activo. Por el contrario, la pregunta por la
ciudadanía se erige de manera compleja y se resiste a la posibilidad de respuesta simple:
lo uno o lo otro. Con la revisión de los fundamentos, nuevos matices, propios de los
intereses del Programa irán nutriendo la manera en la que se conciba este concepto.
Enfoques
Enfoque de competencias
Enfoque socio-construccionista