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La Leyenda Negra no es sólo una visión negativa de España y de los países hispánicos
que se difunde en Europa durante la Edad Moderna, sino que se ha transformado en
parte del imaginario colectivo vigente en la cultura hoy dominante en occidente. Más
aún, se ha producido por ello una “interiorización” de la misma en España y América.,
una asunción por nuestra sociedad de muchos de los postulados falsamente históricos
sobre nuestro propio pasado en que tal imagen se fundamenta. Esta pervivencia y
generalización de la Leyenda Negra resulta un elemento perturbador en el
conocimiento de nuestra propia Historia, y como tal, un elemento negativo en el
desarrollo de nuestra sociedad en aquellos aspectos que implican un trasfondo
histórico, y al mismo tiempo es un factor perjudicial en las relaciones de España con
los pueblos hermanos de América. El artículo incluye una definición de la Leyenda
Negra, sus objetivos y características, trata los contenidos esenciales de la misma y
explica el desarrollo histórico de la leyenda negra: sus orígenes, como se desarrolla en
los siglos XVI y XVII, durante el siglo de la ilustración y en la época contemporánea,
así como la polémica del V centenario
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Arbil, nº90 La leyenda negra hispanoamericana
Siguiendo con esto, la Leyenda va más allá de la historia entendida simplemente como
relato de lo sucedido en el pasado, puesto que, con la misma importancia que esto,
también se compone de una interpretación de las causas y del significado de esos
mismos sucesos. Llega así a formar parte de lo que es una ideología en el sentido
amplio del término, es decir, el conjunto de ideas que caracterizan el pensamiento de
una persona, de un grupo, o de una época: en definitiva, lo que entendemos por una
mentalidad. Incluso se puede afirmar, sin caer en la exageración, que por lo que tiene de
ideológico, de interpretación de la historia conforme a unas ideas o doctrinas
determinadas, forma parte de lo que en filosofía se denomina una cosmovisión: una
manera de ver e interpretar el mundo en su conjunto; en este caso, una manera de ver e
interpretar la historia del mundo, o de una parte de éste.
No debe extrañar que esto sea así. No es necesario hacer filosofía de la historia y decir,
con Hegel, que las ideas son el motor de esa misma historia, del desarrollo de los
acontecimientos humanos. Basta con percatarse, y esto nadie puede negarlo, que la
Historia, así escrita, con mayúscula, la explicación e interpretación del pasado antes
referida, es la base de las diferentes doctrinas sociopolíticas (incluso de las que niegan
esto, pues ya con esa negación toman una postura frente a la misma historia). Y es que
dar una interpretación del pasado supone mostrar lo que es o ha sido bueno y lo que es o
ha sido malo, lo justo y lo injusto, o lo que consideramos que lo es, así demostrado por
el resultado de los acontecimientos pretéritos. En cierto modo, esto es afirmar que la
historia es el “laboratorio de la moral”, y es por ello por lo que se puede decir que la
interpretación de la historia es el fundamento de la política, en el sentido más amplio y
noble de la palabra: de la forma como organizamos las relaciones de la sociedad en el
presente. Ahí es donde se encuentra la verdadera importancia de la Historia y la
necesidad de su estudio y de su conocimiento.
La mejor manera para definir algo, posiblemente, comienza por buscar su significado en
los diccionarios. Según el de la Real Academia Española, la palabra leyenda significa,
en su 4ª acepción, “relación de sucesos que tienen más de tradicionales y maravillosos
que de históricos y verdaderos”. En este mismo diccionario encontramos que el adjetivo
negra se refiere tanto a algo “oscuro y deslucido, o que ha perdido el color que le
corresponde” (4ª acepción), es decir, que no es como debería ser en realidad, como a “la
novela o el cine de tema criminal y terrorífico, que se desarrolla en ambientes sórdidos y
violentos” (6ª acepción), es decir, una fantasía en torno al mal. Con lo dicho, resulta
evidente que el término de “Leyenda Negra” no ha sido acuñado por quienes sostienen
esa determinada visión de la historia hispanoamericana, sino precisamente por quienes
han reaccionado (1) en contra de tales opiniones, al considerar que presentan como
verdad lo que no lo es (es decir, leyenda), y considerar además que lo hacen
intencionadamente de manera deformada y negativa (es decir, negra), para crear una
opinión contraria. El mismo Diccionario de la Real Academia da una definición
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Más allá de la discusión sobre las palabras (que, en cualquier caso, siempre es
importante), lo que pretende el párrafo anterior es adelantar que la Leyenda Negra no es
realmente Historia, como quedará explicado más adelante, puesto que no se corresponde
con la realidad de los hechos, sino que es una ficción. Pero no se trata simplemente de
una ficción literaria, sin más pretensiones que las propias del género, sino que es una
ficción, como se indicó en la introducción, al servicio de unos planteamientos
ideológicos, doctrinales, o de unos intereses particulares.
Una vez definido lo que es la Leyenda Negra, surge la inevitable pregunta: ¿y esto, por
qué? Pues por algo tan simple como es la pugna por la hegemonía, en la que la Leyenda
no es sino un instrumento propagandístico de quienes disputan esa hegemonía a España,
primera potencia mundial durante tres siglos. En este sentido, los elementos esenciales
para el nacimiento de la Leyenda no son más que la envidia y la competencia expansiva
de sus rivales. Nada nuevo por otra parte en la Historia, sino una constante desde el
principio de las relaciones entre civilizaciones y entre estados.
Pero no se trata sólo de una pugna política entre naciones fuertes, entre potencias, por la
hegemonía mundial (España está presente a lo largo de ese periodo en todos los
continentes y en todos los océanos), sino también de una pugna entre dos formas de
concebir las relaciones entre los pueblos, –el Imperio frente a la afirmación nacional–, y
de una pugna religiosa y cultural –entre el catolicismo y el protestantismo. Por eso la
Leyenda Negra no se dirige únicamente contra España por su poderío como Estado, de
cara a desacreditar a la nación española y disputarle esa hegemonía, sino también contra
la Fe y la Iglesia católicas, que son quienes con sus principios morales y su labor
eclesiástica, a la vez que impulsan la historia de España durante la mayor parte de su
existencia, constituyen el eje de la cultura, en su más amplio significado, europea
occidental desde el Bajo Imperio hasta la Reforma luterana, reforma que junto con la
ruptura espiritual conlleva una ruptura cultural, la crisis de las mentalidades en Europa.
En ese sentido el objetivo de la Leyenda Negra es crear una opinión contraria a los
principios religiosos, morales y culturales del catolicismo, y a las formas como esos
principios se han materializado mediante un modelo social y de pensamiento que hunde
sus raíces en el organicismo medieval, en la idea imperial, y en el predominio de la Fe,
y del que la España de los siglos XV al XVIII se convierte en ejemplo casi
paradigmático. Crear una opinión contraria, obviamente, por quienes sostienen unas
doctrinas opuestas o por quienes ven con resquemor el hecho de no haber sido los
protagonistas de esos acontecimientos o de esa época, o, simplemente, el hecho de no
haber gozado de una posición de predominio internacional para su propio beneficio e
interés.
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histórico o científico, procura crear una opinión determinada. Por esto es por lo que se
aparta de lo que podría aceptarse como una simple crítica, una denuncia de los errores e
injusticias cometidos, aun cuando sólo se redujese a ello, o una visión distinta del
pasado, fruto de las diferentes circunstancias en que uno se puede encontrar por
pertenecer a distinta creencia, a distinto país, o a distinto tiempo; dando en cambio una
imagen voluntariamente distorsionada del pasado para convertirla en una
descalificación global de una acción histórica y de las ideas y valores que la impulsaron.
Este es, sin duda, uno de los rasgos más característicos de la Leyenda Negra: “que
consiste en la descalificación global de un país (...) a largo de toda su historia, incluida
la futura. En eso consiste la peculiaridad original de la Leyenda Negra”, según palabras
de Julián Marías (2), y se puede añadir que de unas ideas religiosas o de base religiosa,
por no decir directamente de una religión y ser tachados por ello de exagerados.
Hay otra particularidad de la Leyenda Negra: que no es meramente una acción externa a
España o a Hispanoamérica, sino que se da dentro de nuestra propia sociedad, por parte
de quienes son conciudadanos nuestros. Y esto está motivado por la misma causa
ideológica que lo anterior: en la medida en que uno piensa de forma distinta, o incluso
opuesta, a la que ha sido el motor de la historia hispanoamericana durante trescientos
años, uno se aparta en mayor o menor medida de la identificación con su pasado
nacional o colectivo, interpretándolo así de distinta forma, desde la frialdad de la
indiferencia, que no por ello deja necesariamente de ser objetiva, hasta el rechazo y la
aversión por esa historia, lo que lleva a muchos a caer en esa interpretación y
manipulación negativa de su propio pasado. Sobre este punto se hablará más adelante.
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medida en que se les supone verdaderos). Cada uno de estos aspectos es, a su vez,
presentado y explicado de la manera más conveniente para lograr tales objetivos
propagandísticos que se persiguen, y no conforme a la auténtica veracidad de los
hechos.
No son muchas las afirmaciones sobre los que se asienta la Leyenda Negra
hispanoamericana. Al contrario, pueden hasta parecer pocos, más aún si se tiene en
cuenta que están directa y continuamente relacionadas entre sí. Lo que se hace entonces
para conseguir una apariencia general formada por múltiples cuestiones, es presentar
cada uno de esos aspectos, aun siendo los mismos, desde distintos puntos de vista: unas
veces desde la filosofía, otras desde la moral, otras desde su utilidad práctica..., bien
desbrozados hasta sus más mínimos detalles y multiplicando así los ejemplos. De esta
manera es como se consigue dar esa imagen negativa global (al verla desde diferentes
aspectos) y permanente (siempre y en cada uno de los casos en que se plantea) que
invalida la acción de España como nación y como Estado en el Mundo, y de las ideas y
principios que han promovido dicha acción, que son fundamentalmente los de la
religión católica.
De este modo se observa que son tres esos contenidos fundamentales de la Leyenda
Negra sobre los que se incide una y otra vez, y, tal y como van a exponerse a
continuación, queda bien patente la relación existente entre ellos, pues tienen como
elemento común, básico y esencial en los tres, el carácter negativo del “ser español” o
de “la forma católica de ser español”.
En primer lugar se presenta la condición injusta y tiránica del gobierno español allí
donde se produce o se ha producido, y, por tanto, así será indudablemente allí donde se
pueda producir en un futuro. Ese gobierno tiránico e injusto se manifiesta en tres
aspectos:
2 - En la opresión que padecen los súbditos de España sea cual sea su origen y
nacionalidad, que son víctimas de una represión absoluta que abarca todas las facetas de
su vida cotidiana, comenzando por sus formas tradicionales de vida y terminando por la
represión de sus libertades. Y pasando, obviamente, por la represión del pensamiento y
de las creencias en nombre de la ortodoxia religiosa, para lo cual los españoles se sirven
de un instrumento tan terrorífico como se presenta a la Inquisición, que ejerce en la
práctica como si se tratase de una policía secreta política y religiosa.
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Pero esa situación no es exclusiva de las Indias, sino que es también la que se está
produciendo en Europa, conforme el dominio español se asienta en las tierras del
Imperio (en Italia, en Alemania, en Flandes...) frente a los intentos de resistencia de los
pueblos sometidos a España, cuyo ejemplo más elocuente es el de la rebelión flamenca.
Incluso esta situación es la que se da en la propia España, donde se observa cómo las
autoridades españolas ejercen su gobierno despóticamente, ya sea extirpando cualquier
minoría social (la expulsión de los judíos y el problema de los moriscos, también
solucionado con su expulsión), oprimiendo las tradiciones de los distintos pueblos de la
península (como evidencian la sublevación de los Comuneros de Castilla, la revuelta de
Aragón, la anexión de Portugal...), aplastando cualquier disidencia desde el poder (el
caso de Antonio Pérez), o manteniendo al pueblo sometido a un férreo control mediante
la Inquisición. Todos estos son los ejemplos supuestamente reales en los que se traduce
ese gobierno hispano, y esta es la forma presuntamente verídica como han tenido lugar,
con el obvio resultado que cabría esperar en un proceso de este tipo: pobreza,
esclavitud, genocidio e incultura.
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liga, para culminar en la España “de charanga y pandereta”, preocupada sólo de fiestas
exóticas con toros y procesiones y de llenarse el buche más con vino que con otra cosa...
Llegados a este punto cabe preguntarse cómo es posible que un pueblo así, con esos
rasgos, y autor de unas acciones con unos resultados tan elocuentes, pudo llegar a ser la
primera potencia mundial y árbitro internacional durante trescientos años, y cómo es
posible que durante toda su historia no haya habido un solo rasgo de humanidad o de
creatividad de cualquier tipo, salvo por quienes denunciaban esa realidad o por quienes
obraban desde la heterodoxia, contra corriente de lo que se sentía en el seno del pueblo
español. También puede uno, de forma maliciosa, preguntarse que si un pueblo de tal
índole, sádico, torpe e inculto, llegó a ostentar esa posición de predominio mundial,
¿cómo serían entonces los otros? En buena lógica, cuando menos más torpes e
incompetentes. Considerando además que no sólo alcanzaron tal situación, sino que la
mantuvieron por siglos, y teniendo en cuenta que España no ha constituido nunca una
potencia por el número de sus habitantes, que pudiera explicar esa imposición española
aunque sólo fuera por presión demográfica, lo mejor es ser indulgente y renunciar a las
comparaciones...
Tampoco tiene sentido entonces hablar de la creación española en las ciencias, las artes,
y las letras: no existen figuras como Fray Luis de León, Lope de Vega, San Juan de la
Cruz, Cervantes, Quevedo o Calderón; pintores como el Greco, Velázquez, Murillo o
Zurbarán; religiosos como San Ignacio de Loyola o Santa Teresa de Jesús; el arquitecto
Herrera, los humanistas Luis Vives y Antonio de Nebrija, los geógrafos y cosmógrafos
Juan de la Cosa y Alonso de Santacruz, el médico Miguel Servet, o el botánico
Celestino Mutis; teólogos como Domingo de Soto; etc., etc., etc... Sin mencionar la
labor de las universidades españolas tanto en la península como en América, donde la
primera se fundó en fecha tan temprana como fue 1538. No se pretende con estas líneas
hacer una refutación de la Leyenda Negra, ni una exposición de los logros de España en
aquellos años, sino mostrar cómo una de las tácticas de las que se vale la propaganda
antiespañola es la ocultación intencionada de los aspectos positivos, lo que dicen en
México ningunear, pues recuérdese el dicho: “no hay peor mentira que una media
verdad”. Evidentemente, todos estos rasgos se han mostrado aquí, como en cualquier
generalización, en su forma más cruda y exagerada para facilitar su exposición, pero es
obvio que en las manifestaciones propagandística, literarias, o historiográficas de esa
Leyenda Negra, esos rasgos muy rara vez aparecen de una manera tan descarnada sino
infinitamente más sutil, salvo en casos de abierto enfrentamiento como es la propaganda
de las Guerras de Religión en los siglos XVI y XVII.
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religiosas pasen a formar parte de la Leyenda, como se verá más adelante. En cuanto al
Descubrimiento de América, hasta la conquista de México y del Perú y la vuelta al
Mundo de Magallanes y Elcano, ya bien entrado el siglo XVI, las Indias no son más que
unos territorios lejanos y exóticos, no se sabe bien de qué tamaño y con qué riquezas,
por lo que aún no despiertan una envidia y unas apetencias en las otras potencias tan
grandes como las que moverán más adelante, así que lo que allí sucede no constituye
una preocupación de primer orden para una Europa poco interesada en esas tierras, o
mejor dicho, incapaz de llevar a cabo una acción efectiva para explotar las posibilidades
del Nuevo Mundo, algo todavía reservado en exclusiva a España y Portugal.
Sin duda alguna va a ser este periodo el momento álgido en el desarrollo de la Leyenda.
Desde la década de 1520 a 1530, una serie de cambios trascendentales afectan al Viejo
Continente, removiendo hasta sus más profundos cimientos y culminando la transición
hacia lo que conocemos como el “Mundo Moderno”. Esos cambios también alientan la
consolidación y la vigencia de la Leyenda Negra como instrumento de propaganda, al
servicio de algunos de los intereses que protagonizan la vida de ese Mundo Moderno
antes mencionado. Tres son los factores clave de este periodo de la historia, en los tres
tiene España un papel principal que le enfrenta a otros países y grupos de población, y
los tres encuentran su reflejo en el asunto que nos ocupa: la hegemonía europea, el
enfrentamiento religioso, y la expansión ultramarina. Respecto al primero de ellos,
la pugna por la hegemonía, la monarquía de los Habsburgo encarna para unos la idea
imperial, según el antiguo modelo romano y carolingio, y para otros la de una
monarquía universal predominante sobre las demás naciones, y en ambos casos árbitro
de las relaciones internacionales, frente al auge de otros estados nacionales y su lucha
bien por conseguir hacerse con esa hegemonía (caso de Francia), bien por lograr un
statu quo en el que su posición y sus intereses salgan reforzados (caso de Gran Bretaña,
de algunos estado alemanes, o de Holanda).
Por lo que se refiere al tercer aspecto, la expansión europea en otros continentes (en la
que España –entiéndase, Aragón y Castilla– y Portugal habían sido los pioneros y hasta
ese momento los únicos protagonistas), cuando se aprecian plenamente las posibilidades
económicas que ofrecen las riquezas de ultramar, tras la llegada de los portugueses a la
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Son, pues, la política y la religión los caballos de batalla de la Leyenda en estos años,
siendo la importancia de una u otra distinta según los países en los que se muestre. Pero
la tarea desacreditadora contra España no es exclusiva de extranjeros: exiliados políticos
españoles, como el secretario de Felipe II, Antonio Pérez, descendientes de judíos
expulsados en 1492, emigrados fundamentalmente a Holanda, o protestantes
enfrentados al catolicismo imperante en la sociedad española, prestan su pluma y su
inventiva a los escritos que configuran la misma, presentándose por unos o por otros
como testimonios directos de quienes han sufrido en carne propia la ignominia hispana.
Esencial será también para los publicistas antiespañoles el recurso a obras aparecidas en
la misma España, utilizándolas de forma fragmentaria o descontextualizada, o bien
exagerando la importancia y veracidad de aquellos textos que les pueden ser útiles,
como ocurrió con los escritos del padre Las Casas, en un esfuerzo impresionante de lo
que se entiende estrictamente como “desinformación” –es decir, como manipulación de
la información–, en el que las obras del dominico se convirtieron en principal fuente
testimonial.
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Acerca de estos temas religiosos encontramos obras capitales como el Libro de los
mártires, del inglés John Foxe, aparecido en 1554, o el relato del francés Le Chailleaux
sobre la expulsión de los hugonotes de La Florida, publicado por el famoso impresor
flamenco Teodoro De Bry en 1591, quien añade a su publicación una novedad
importantísima para conseguir el efecto pretendido de impactar al lector y causarle así la
mayor impresión posible: el empleo de imágenes para ilustrar el texto. Esta obra
formaba parte de la Colección de grandes y pequeños viajes sobre las Indias, editada
por De Bry hasta su muerte en 1598 y continuada por sus hijos en Frankfurt entre 1590
y 1623, con un total de veintidós títulos, y todos ellos siguiendo un mismo diseño:
escritos de denuncia, con manipulación de textos españoles y empleo masivo de
imágenes. Junto con estos y otros libros, se observan cantidad de folletos anticatólicos y
antiinquisitoriales, en gran parte debidos a sefardíes refugiados en Holanda e Inglaterra.
Por lo que respecta a la cuestión americana adquiere ahora plena importancia, como se
dijo más arriba, y va a ser este el tema en el que más se recurra a la manipulación de
textos procedentes de la propia España. Así, el italiano Girolamo Benzoni, protestante
que tuvo problemas con la Inquisición en México, publicó en Venecia en 1572 una
Historia del Nuevo Mundo, ejemplo de la mayor hostilidad hacia la acción española en
Indias, utilizando en su interés fragmentos de obras de autores españoles (como López
de Gómara, Pedro Mártir, Fernández de Oviedo o Cieza de León). Por su parte, el inglés
Richard Hakluyt escribió numerosos libros y folletos sobre la empresa americana,
muchos de ellos publicados en colaboración con el antes citado De Bry, quien siempre
procuraba acompañarlos con las imágenes adecuadas; esa relación, y los frutos
publicitarios que produjo, es una de las razones que impulsaron a éste último a editar
una de las piezas más importantes en el desarrollo de la Leyenda Negra: la Brevísima
relación de la destrucción de la Indias, de Fray Bartolomé de Las Casas, adornada con
gran cantidad de grabados ilustrativos, impresa en Frankfurt en 1598, de la que se
hicieron más de veinte ediciones en apenas cincuenta años, hasta la Paz de Westfalia de
1648.
La Brevísima... del padre Las Casas merece una mención especial por su trascendencia
para el tema que nos ocupa. Era la primera obra de un autor español y aparecida en
España (concretamente, en Sevilla, en 1552) y que era empleada en su totalidad y no de
forma fragmentaria; nada mejor para ser presentado como prueba documental y
fehaciente de la maldad española en el Nuevo Mundo, ilustrado con tintes dramáticos
por los grabados de De Bry: ¿acaso no era lo dicho por los propios españoles, por “uno
de ellos”? Por supuesto, se oculta el origen verdadero de este texto: en la Junta de
Valladolid de 1542, convocada por el Consejo de Indias para revisar la actuación en
América, y donde el propio Las Casas era uno de los protagonistas; es precisamente la
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Junta la que hace el encargo a Las Casas de que ponga por escrito y de forma sumaria
los documentos y exposiciones que éste lleva ante la misma, acordando de forma previa
que lo hiciera en un tono denunciante (aunque no tan exagerado como el que utilizó
finalmente), para mentalizar a las autoridades de la necesidad de aprobar medidas
resolutivas, como así ocurrió con las Leyes Nuevas, propuestas por tal Junta y
aprobadas ese mismo año. De hecho, la edición sevillana de la Brevísima... iba
acompañada de otros escritos lascasianos, entre ellos un Tratado sobre los indios que se
han hecho esclavos, también encargado por dicho Consejo en 1548. Y, naturalmente,
también se “olvida” que en 1516, el padre Las Casas es nombrado “defensor de los
indios” por el regente Cardenal Cisneros: es decir, se le designa por las propias
autoridades para un cargo desde el que interviene directamente (¡y cómo!) en los
asuntos de Indias.
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misma: se trata tanto del hecho de creer en algo como de las implicaciones sociales que
esto conlleva. Europa asiste a la creciente secularización de la sociedad frente a la
religión como tal, especialmente en las obligaciones morales que esto supone para la
organización social, política o económica; y esto choca fundamentalmente con el
catolicismo, por el carácter social, de deber o de compromiso colectivo de éste, frente al
individualismo implícito en el protestantismo. No es extraño, pues, que el centro
fundamental de la Leyenda en este periodo sea Francia (como en el anterior lo fueron
Holanda e Inglaterra), eje de dicha Ilustración y líder en ese proceso de secularización,
que en este país toma un carácter específicamente anticatólico (quizá por el mismo
hecho de ser un país de cultura católica, y que sea esto lo que haga a las elites
doctrinarias seguir esa especie de dinámica del converso, que reniega de su
procedencia). En ese sentido no es sólo la afirmación católica del dogma lo que se
combate, sino el carácter de la Corona española como Monarquía Católica, como
modelo social y político inspirado en la filosofía cristiana medieval y en el concepto de
la Civitas dei de San Agustín; es decir, la representación de España como ejemplo, al
menos en teoría, del Orden Social Cristiano, frente al Despotismo Ilustrado, racionalista
y antropocéntrico, que abrirá camino más adelante al relativismo liberal. Así cobran
pleno sentido los escritos de los enciclopedistas, principalmente franceses, como
Mabillon, Voltaire o Montesquieu. Así es como Masson, autor del artículo “España” de
la Enciclopedia, inquiere tajantemente: “¿Pero qué debemos a España? Y desde hace
dos siglos, cuatro, diez, ¿qué ha hecho por Europa?”. En esa línea de pensamiento
escribe Voltaire, pionero del anticatolicismo más atroz, sus diatribas contra España y la
Iglesia Católica en su Ensayo acerca de las costumbres y el espíritu de las naciones; o
Montesquieu, uno de los padres de las teorías políticas modernas, en sus Cartas Persas,
donde dedica a España la carta LXXVIII, o en su obra más conocida, Del espíritu de las
leyes, donde presenta a la monarquía española como ejemplo de las peores actuaciones
políticas posibles (6). Y así también el inglés Smollet dice en su Estado de los diversos
países de Europa: “En ninguna parte hay más pompa, farsa y aparato en punto a
religión, y en ninguna parte hay menos cristianos. Su celo y su superstición sobrepasa a
los de cualquier país católico, salvo, quizá, Portugal” (7).
El otro pilar de la Leyenda en este periodo, como ya se ha dicho, es otra vez el talante
natural de españoles y de hispanoamericanos, que pasa ahora de presentarse como una
imagen escarnecedora o caricaturesca, con un afán meramente insultante, a plantearse
desde un punto de vista “científico”: en el siglo de las Luces, del racionalismo y del
cientifismo, ese carácter negativo busca una explicación racial, biológica, que ya no
afecta sólo a los españoles, sino que se extiende a los pueblos indígenas americanos y al
mestizaje. Es el reflejo en la Leyenda de la idea de la preeminencia de la cultura
europea racionalista, de base protestante, demostrado en el progreso alcanzado por la
misma, como manifestación cultural de la superioridad de la raza europea blanca
nórdica, frente a los europeos mediterráneos y, por supuesto, frente a las otras razas
humanas, y en consecuencia frente a los mestizajes derivados de éstas.
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En efecto, podemos decir que en el Viejo Mundo y en los Estados Unidos la Leyenda se
mantiene en este periodo por inercia, como una repetición y una mera actualización de
esa imagen ya consolidada y esquematizada anteriormente. Hay que destacar el hecho
de que, al irse creando en el mundo contemporáneo lo que se ha dado en llamar
sociedad de masas o sociedad de la comunicación, donde la formación y el control de la
opinión pública juegan un papel de una importancia como nunca había tenido hasta
ahora, la Leyenda Negra es uno de los elementos que configuran esa opinión pública en
lo que hacia España y a Iberoamérica se refiere, según los intereses de cada momento.
De este modo, por su repetición y su permanencia en los medios de comunicación, es
como los tópicos de los que venimos hablando se convierten en lugar común, aceptados
sin ningún tipo de reflexión crítica, ni histórica ni científica, sino asumidos simplemente
por la fuerza de la costumbre.
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Arbil, nº90 La leyenda negra hispanoamericana
Por el contrario, a lo largo del siglo XX, cuando la Historia se consolida como una
disciplina por sí misma y consigue desprenderse poco a poco de la servidumbre de la
política y del doctrinarismo (algo de lo que, en cualquier caso, nunca se podrá desligar
completamente), y centrarse en el rigor metodológico de la investigación y no tanto en
la interpretación, se abre paso una profunda revisión que va situando paulatinamente a
la historia de España y de América cada vez más cerca de la realidad. Ya existían los
encomiables precedentes de Humboldt y de Lord Kingsborough, pero será en este siglo
cuando proliferen nombres como Adolf Bastian, Paul Rivet, Edward Seler, Henry
Pirenne, e incluso ardientes panegiristas como W.T. Walsh; en las décadas posteriores a
la segunda Guerra Mundial, no puede olvidar a Fernand Braudel, John Elliot, Pierre
Chaunu, Marcel Bataillon o Stanley Payne, entre muchos otros afortunadamente.
Pero donde más llama la atención esa permanencia de los tópicos de la Leyenda es en el
aspecto racial, algo por otra parte lógico, en cierto modo, si se tiene en cuenta que es en
la segunda mitad del siglo pasado y a lo largo del XX cuando el racismo como tal ha
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tenido una formulación más elaborada y más “científica” que nunca, desde que el
anteriormente citado conde de Gobineau publicara en 1853 su Ensayo sobre la
desigualdad de las razas humanas. Sólo así se comprenden plenamente las palabras de
Adolf Hitler en su Mein Kampf: “La América del Norte, cuya población está formada en
su mayor parte por elementos germánicos que apenas sí llegaron a confundirse con las
razas inferiores de color, exhibe una cultura y una humanidad muy diferente de las que
exhiben la América Central y del Sur, pues allí los colonizadores, principalmente de
origen latino, mezclaron con mucha liberalidad su sangre con la de los aborígenes” (8).
Por centrarnos tan sólo en el caso de Bolívar, considerado por muchos como el padre de
la independencia, nos encontramos con una admiración absoluta por la imagen
idealizada que se tenía del padre Las Casas y por la interpretación de la historia de
América del padre Raynal, pero sustituyendo la relación conquistador–malo–explotador
frente al indio–bueno–víctima por la de español (peninsular)–malo–explotador frente al
criollo–bueno–víctima como uno de los pilares básicos de su propaganda; esto se
aprecia claramente en sus manifestaciones políticas, como es el Discurso de Angostura,
de 1819, uno de los más trascendentes. Pero también lo vemos en documentos de índole
personal, que por su carácter privado permiten suponer una mayor sinceridad; así, en la
conocida Carta de Jamaica, remitida al inglés Henry Cullen en 1815, y que fue
publicada por la prensa inglesa y estadounidense en 1818, dice textualmente: “«Tres
siglos han transcurrido –dice usted– desde que empezaron las barbaridades que los
españoles cometieron contra los naturales de la América»; barbaridades que la edad
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Esa tendencia se continúa desde entonces, con momentos de mayor o menor insistencia;
en el siglo XIX va a ser esencial el esfuerzo por escribir una historia que dé sentido a las
nuevas naciones, diferenciándolas de las demás repúblicas y creando ese sentimiento
nacional, las más de las veces nacionalista. Destacan en esta tarea figuras como el
mexicano Servando Teresa de Mier o el chileno Francisco Bilbao, quien en 1864
publica en Buenos Aires El Evangelio Americano, donde, a la vez que identifica
repetidamente la acción de España con la Iglesia Católica, afirma en su página 38 que
“el progreso consiste en desespañolizarse” (11), único remedio para salir del presunto
atraso en que sitúa a América y para afianzar el Estado independiente, según el modelo
liberal frente al tradicional hispánico. Dentro de ese esfuerzo de adoctrinamiento juegan
un papel importantísimo los textos escolares de historia y los llamados catecismos
políticos y de la independencia, algunos de ellos incluso titulados con ese mismo
nombre de “catecismo”. En resumen, se parte de la descalificación de España para
justificar la independencia y del rechazo de la herencia española para consolidar la
nueva nacionalidad.
También en España toma carta de naturaleza esta imagen negativa al amparo de las
luchas que, a lo largo de todo el siglo XIX y una parte importante del XX, se producen
entre las dos grandes corrientes políticas que pugnan en la política española, y que se
puede simplificar en el enfrentamiento entre los ideales de la Revolución Francesa
(desde el liberalismo hasta la izquierda) y los principios de la Monarquía tradicional
española (desde los carlistas y los conservadores del siglo XIX hasta las corrientes
autoritarias del XX). Hay que recordar que este enfrentamiento es tan violento como
para desencadenar varias guerras civiles, desde la que transcurre soterrada bajo la guerra
contra Napoleón de 1808–14 hasta la Guerra Civil de 1936–39 (12). Esa lenta y
conflictiva implantación del sistema liberal en España se presenta con la idea de
“rehacer a España”, lo que implica una decadencia previa, que se supone que es la que
sufre España desde finales del siglo XVI hasta el siglo XVIII, debida al lastre que
supusieron los tópicos que aquí se han mostrado: intolerancia religiosa, organicismo
político, etc. Esta es la línea seguida por los historiadores románticos, positivistas,
liberales y progresistas durante estos dos siglos, destacando las figuras de quien fuera
presidente del gobierno con Isabel II, Francisco Martínez de la Rosa, tanto en El
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Revisionismo, por otra parte, que no dejó de verse rebatido de forma constante, unas
veces con vehemente apasionamiento, caso de Marcelino Menéndez y Pelayo, otras con
mayor mesura de formas, que no de fundamentación, caso de Rafael Altamira y Crevea.
Esta actitud es la que desembocará, en el cambio de siglo estigmatizado por el Desastre
del 98, en la formulación de lo que se conoce como “el problema de España”, y que ha
marcado el pensamiento histórico español a lo largo de todo el siglo XX, desde el
Regeneracionismo de Costa y Ganivet y la Generación del 98 hasta los debates de
nuestros días en torno a los nacionalismos y a la organización del Estado. Precisamente
vinculado a ese “problema de España” crece en los últimos cien años una crítica atroz
no sólo contra la historia, sino contra la propia esencia de España, que recoge muchos
de los supuestos de la Leyenda Negra, y que es la historiografía de corte separatista, de
graves repercusiones por su intrusión en la enseñanza escolar desde mediados de la
década de los 80. Y es que todos los nacionalismos parten, entre otras fuentes, de un
discurso histórico, de una lectura maniquea del pasado, y los separatismos de nuestro
siglo actúan en esto como unas líneas más arriba vimos que lo hacían los próceres de la
independencia americana: si la historia descalifica la actuación de España, y si la
descalifica globalmente, entonces nos sobra España. Asunto grave y candente éste cuyas
repercusiones sobrepasan los objetivos de este trabajo.
A pesar de todas las inercias y de todos los intereses implicados en el asunto que nos
ocupa, ya se señaló cómo la investigación histórica, a lo largo de su desarrollo en los
últimos tiempos, ha ido lenta pero inexorablemente situando las cosas en su lugar,
fundamentalmente en los últimos cincuenta años (al menos en lo que se refiere al
esfuerzo intelectual; otra cosa es la opinión popular, o mejor dicho, popularizada, como
se verá en las conclusiones). Sin embargo, con motivo del V Centenario del
Descubrimiento de América se observó a una reactivación de la propaganda empleando
los viejos tópicos, ceñida en este caso a la cuestión religiosa y a la empresa americana.
Y es que la fecha de 1992 supuso una ocasión para nuevos enfrentamientos, esta vez
casi exclusivamente de tipo político, que, como es habitual, manipulan la historia como
instrumento propagandístico.
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Estas tres líneas críticas no se desarrollaron de forma aislada, sino que se plantearon
íntimamente relacionadas entre sí, marcada la mayor o menor ligazón entre ellas
simplemente por la conjunción de distintos intereses, siendo la hipótesis más utilizada
en esa propaganda, expuesta aquí de forma simplificada, la del genocidio provocado por
una barbarie conquistadora que busca la explotación económica mediante la esclavitud
y la opresión bajo la excusa de la religión, traicionando así la “verdadera
evangelización”, y siendo todo ello raíz de la actual situación de desvertebración social
interna y de dependencia neocolonial del exterior.
A pesar de toda la polémica desatada en los años previos a 1992 y de la violencia que se
pudo observar en muchas de las campañas al respecto, una vez pasada la
conmemoración, y por tanto perdido con ello su vigencia en los medios de
comunicación, la situación ha vuelto a calmarse, entrando en el periodo en que nos
encontramos cuando se escriben estas líneas, las celebraciones en torno a otros
aniversarios, el de Carlos I y el de Felipe II, y el del desastre del 98, se han abordado
con un casi total desapasionamiento y con la serenidad que era deseable, permitiendo
una ocasión para olvidar los viejos tópicos y afrontar el futuro desde un acercamiento
más profundo y sincero con la Historia. Y es agradable destacar el papel que la
historiografía no hispana, ya sea estadounidense, francesa o inglesa, juega en estos
momentos, aportando un positivo bagaje tanto de conocimientos como de
interpretaciones, superando esos supuestos con que, a lo largo de estas páginas, hemos
intentado analizar y explicar qué es y en qué consiste la Leyenda Negra.
CONCLUSIONES
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Lo que inicialmente era abierta propaganda militante pasó con el tiempo a presentarse
como una realidad demostrada por el estudio y la razón, con lo que podía extenderse a
quienes no estaban implicados directamente en las disputas anteriores y por tanto se
mantenían al margen de esa propaganda. Así, se extendió buscando crear una opinión
pública mayoritaria que aceptase, como toda opinión publica, tales supuestos sin crítica,
confiando en la honestidad de intelectuales y políticos. Con el tiempo, el propio avance
de las distintas disciplinas del saber se encargaría de desmontar esos tópicos, pero como
ocurre siempre en el campo de las mentalidades, la erudición y el estudio no llevan la
misma velocidad de cambio que la opinión pública, mucho más lenta y sujeta a la
inercia, situación que más o menos describe el panorama actual. Y es que, como dijo
Walter Raleigh, “No es la verdad, sino la opinión, la que viaja por el mundo sin
pasaporte”.
BIBLIOGRAFÍA
― POWELL, Philip W.: Árbol de odio. Madrid, Ed. José Porrúa, 1972.
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NOTAS
(1) El término “Leyenda Negra” se debe a Julián juderías, quien publicó su obra así
titulada en 1914.
(2) MARÍAS, Julián: La España inteligible. Madrid, Alianza Editorial, 1986. Cap.
XVII, “La Leyenda Negra y sus consecuencias”; pp. 200-201.
(3) Es muy significativo al respecto el contraste entre las posturas sostenidas por Julián
MARÍAS, op. cit., y Ricardo GARCÍA CÁRCEL en su introducción a La Leyenda
Negra. Historia y opinión. Madrid, Alianza Editorial, 1992.
(6) Son especialmente significativos los juicios que emite en el Libro VIII, capítulo
XVIII; en el Libro XXI, capítulo XXII; y en el Libro XXV, capítulo XIII.
(7) Citado por JUDERÍAS, Julián: La Leyenda Negra. Madrid, Swan, Avantos y
Hakeldama, 1986. P. 186.
(8) HITLER, Adolf: Mi lucha. Barcelona, Editors S.A., 1987. Cap. “Nación y raza”, p.
139.
(9) Una de las mejores interpretaciones, desde una visión tradicionalista, de esta ruptura
es la que da Rafael Gambra en La primera guerra civil de España (1821–1823).
Madrid, Editorial Escelicer, 1972. Fundamentalmente en “Una continuidad truncada,”,
pp. 23–25, y en el capítulo IV, “La unidad de nuestra historia”.
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